EL NIÑO INTERIOR
En todos nosotros hay un niño que sufre. Todos hemos pasado por
momentos difíciles en la infancia; muchos hemos vivido experiencias
traumáticas. Con frecuencia tratamos de olvidar esos momentos dolorosos para
protegernos y defendernos del sufrimiento futuro. Cada vez que entramos en
contacto con algún tipo de sufrimiento, nos parece que no podemos soportarlo, y
embutimos nuestros sentimientos y recuerdos en lo más profundo de la mente inconsciente.
Puede ser que durante muchas décadas no nos hayamos atrevido a mirar a los ojos
a ese niño.
Pero solo porque lo hayamos ignorado, no significa que no esté
ahí. El niño herido está siempre ahí, tratando de llamar nuestra atención. Nos
dice: «Estoy aquí, estoy aquí. No puedes ignorarme. No puedes huir de mí».
Queremos poner fin a nuestro sufrimiento enviando al niño a un
lugar profundo en nuestro interior, para que se quede tan lejos como sea
posible. Sin embargo, la huida no acaba con el sufrimiento, sino que tan
solo lo prolonga.
El niño herido pide cuidado y amor, pero nosotros le ofrecemos lo
contrario.
Escapamos porque tenemos miedo a sufrir. La losa de dolor y pena
con la que cargamos en nuestro interior nos parece abrumadora. Aunque tengamos
tiempo, no conectamos con nuestro interior. Tratamos de mantenernos constantemente
entretenidos, ya sea viendo la televisión o alguna película socializando o
echando mano del alcohol o las drogas, porque no queremos experimentar otra vez
ese sufrimiento.
El niño herido está ahí, y nosotros ni siquiera lo sabemos. El
niño herido que habita en nuestro interior es una realidad, pero no lo vemos.
Esa incapacidad para verlo es una especie de ignorancia. Ese niño se encuentra
gravemente herido, necesita desesperadamente que nos acerquemos, pero en vez de
eso, lo abandonamos.
La ignorancia reside en cada célula de nuestro cuerpo y de nuestra
conciencia. Es como una gota de tinta en un vaso de agua. Esa ignorancia nos
impide ver la realidad; nos empuja a hacer cosas estúpidas que nos hacen sufrir
aún más y que, de nuevo, lastiman al niño ya herido en nuestro interior.
Ese niño herido está también en cada célula de nuestro cuerpo. No
hay ni una sola en la que no esté presente. No tenemos que buscarlo lejos, en
el pasado. Basta con que ahondemos en nuestro interior para conectar con él. El
sufrimiento de ese niño herido está dentro de nosotros justo ahora, en el
momento presente.
Pero, así como el sufrimiento está presente en cada célula de
nuestro cuerpo, también lo están las semillas de la comprensión consciente y la
felicidad que nos han legado nuestros antepasados. Tan solo tenemos que
utilizarlas. Tenemos una lámpara en nuestro interior, la lámpara de la atención
plena, que podemos encender en cualquier momento. El aceite de esa lámpara es
nuestra respiración, nuestros pasos y nuestra sonrisa tranquila. Tenemos que
encenderla para que brille la luz y se disipe la oscuridad.
Debemos habituarnos a encenderla.
Cuando tomamos conciencia de que hemos olvidado al niño herido en
nuestro interior, sentimos una gran compasión por él y empezamos a generar la
energía del mindfulness. Caminar, sentarte y respirar conscientemente son
prácticas básicas. Con la respiración consciente y el caminar consciente
podemos generar la energía del mindfulness y recuperar la sabiduría consciente
que reside en cada célula de nuestro cuerpo. Esa energía nos abrazará y sanará,
y sanará a su vez al niño herido que habita en nosotros.
Escuchar
Cuando hablamos de escuchar con compasión, solemos pensar en
escuchar a otra persona. Pero debemos escuchar también al niño herido que hay
en nuestro interior. A veces precisa toda nuestra atención. Ese pequeñín puede
surgir desde lo más profundo de tu conciencia y reclamar tu atención. Si estás
atento, oirás su voz pidiendo ayuda. En ese momento, en vez de prestar atención
a cualquier otra cosa que tengas delante de ti, vuélvete y abraza con ternura
al niño herido. Puedes hablarle directamente con el lenguaje del amor,
diciéndole:
«En el pasado te dejé solo. Escapé de ti. Ahora lo lamento mucho.
Voy a abrazarte».
Puedes decirle:
«Querido, estoy aquí para lo que necesites. Voy a cuidarte muy
bien. Sé que sufres mucho. He estado muy ocupado. Te he desatendido, pero ahora
he aprendido una manera de volver a ti».
Si es necesario, tienes que llorar junto a ese niño. Cada vez que lo
necesites, puedes sentarte a respirar con él.
«Al inspirar, vuelvo a mi niño herido; al espirar, cuido bien
de mi niño herido.»
Tienes que hablar con tu niño varias veces al día; solo así
conseguirás sanarle.
Al abrazarle tiernamente, le aseguras que nunca le fallarás ni le
desatenderás de nuevo. El pequeño se ha quedado solo durante mucho tiempo. Por
eso tienes que empezar esta práctica en seguida. Si no lo haces ahora, ¿cuándo
lo harás?
Si sabes cómo volver a escucharlo atentamente todos los días durante
cinco o diez minutos, se producirá la curación. Cuando subas a una hermosa
montaña, invita a tu niño a subir contigo. Cuando contemples la puesta de sol,
invítale a disfrutarla contigo. Si lo haces durante unas semanas o unos meses,
ese niño sanará sus heridas.
Con la práctica, veremos que nuestro niño herido no está
únicamente en nosotros, sino que puede representar a varias generaciones. Quizá
nuestra madre haya sufrido durante toda su vida. Puede que nuestro padre haya
sufrido. Tal vez nuestros padres no fueron capaces de cuidar al niño herido en
su interior. Por eso, cuando abrazamos al niño herido que habita en nosotros,
estamos abrazando a todos los niños heridos de nuestras generaciones pasadas.
Esta práctica no es solo para nosotros, sino para las innumerables generaciones
de antepasados y descendientes.
Puede que nuestros antepasados no hayan sabido cuidar de su niño
herido, así que nos lo han transmitido. Nuestra práctica debe poner fin a este
ciclo. Si podemos sanarlo, no solo nos liberaremos a nosotros mismos, sino que
ayudaremos también a liberar a quien nos haya herido o maltratado. Puede que
tal vez el maltratador haya sido también víctima de los malos tratos.
Hay personas que tras practicar con su niño interior durante mucho
tiempo han aliviado su sufrimiento y experimentado una transformación. Sus relaciones
con su familia y amigos se han vuelto mucho más fáciles.
Sufrimos porque no hemos sentido en lo más hondo de nuestro ser la
compasión y la comprensión. Si generamos la energía del mindfulness, la comprensión y la
compasión por nuestro niño herido, sufriremos mucho menos. Cuando
conseguimos la atención plena, podemos facilitar la comprensión y la compasión,
y permitimos que la gente nos ame. Antes tal vez sospechábamos de todo y de todos.
La compasión nos ayuda a relacionarnos con los demás y a restablecer la
comunicación.
Puede que también las personas que nos rodean, nuestros familiares
y amigos, tengan un niño gravemente herido en su interior. Si conseguimos
ayudarnos a nosotros mismos, podremos también ayudarles a ellos. Cuando
nosotros nos hayamos sanado, la relación con los demás será mucho más fácil.
Habrá más paz y amor en nosotros.
Vuelve a ti, conecta contigo y cuida de ti mismo. Tu cuerpo te
necesita, tus sentimientos te necesitan, tus percepciones te necesitan. El niño
herido que hay en ti te necesita. Tu sufrimiento necesita que lo reconozcas.
Vuelve a ti y ocúpate de todo eso.
Practica el caminar consciente y la respiración consciente. Hazlo
todo con atención plena para poder estar realmente ahí, para ser capaz de amar.
Bibliografía
Hanh, T. N. (s.f.). El arte de cuidar a tu niño
interior: Reencontrarse con uno mismo. Paidós.
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