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LA PSICODINÁMICA DE LA RELACIÓN DE PAREJA: PSICOLOGÍA DEL SELF, INTERSUBJETIVIDAD Y TEORÍA DEL APEGO

 

LA PSICODINÁMICA DE LA RELACIÓN DE PAREJA: PSICOLOGÍA DEL SELF, INTERSUBJETIVIDAD Y TEORÍA DEL APEGO

Si en las relaciones objetales se destacan las proyecciones y las identificaciones proyectivas de los miembros de la pareja, los planteamientos intersubjetivos o interaccionales y de la psicología del self se centran sobre todo en la comprensión empática de lo que ocurre cuando se expresan las necesidades actuales o que surgieron en edades tempranas y la pareja no reacciona como se desea. Uno de los elementos que distinguen la psicología del self de otros enfoques analíticos es el grado de énfasis en la inmersión empática durante la actividad de análisis pormenorizado de la experiencia subjetiva de cada miembro de la pareja (LIVINGSTON, 1995; 2001).

La inmersión empática

La inmersión empática es “la capacidad de pensar y sentirse en la vida interior de otra persona” (KOHUT, 1984, pág. 82). En este planteamiento, la primera tarea del terapeuta consiste en una exhaustiva exploración empática de la experiencia que cada miembro de la pareja tiene de la relación (SHADDOCK, 2000). Es un trabajo que constituye a la vez

una herramienta de evaluación y una potente intervención; en él la pareja observa que la experiencia de cada uno es importante, y que puede haber espacio para las distintas realidades subjetivas (LIVINGSTON, 2001; SHADDOCK, 2000).

La exploración detenida de la experiencia de cada persona sin enjuiciarla propicia una distensión de las defensas. A medida que los miembros de la pareja perciben que el terapeuta los escucha con atención, los comprende y les responde, poco a poco empiezan a sentirse lo bastante seguros para dejar que emerjan necesidades, temores y flaquezas no reconocidas.

El terapeuta pone todo el empeño en crear un entorno seguro en el que la pareja pueda llegar a aceptar el mensaje de que el objetivo no es culpar a nadie y de que, si seguimos analizando, averiguaremos entre todos qué ha ocurrido en la relación. Cuando las parejas acuden al tratamiento se sienten angustiadas. Esperan que se las comprenda y ansían servirse de la fuerza y los conocimientos del terapeuta, pero temen sentirse criticados, culpados o incomprendidos (SHADDOCK, 2000). Básicamente, la tarea del terapeuta consiste en avanzar y retroceder despacio en la exploración de la experiencia que cada miembro de la pareja tiene de la relación y ofrecer una respuesta empática a los sentimientos y los temores ocultos de cada persona. Si se trata de personas imprevisibles, puede ser un proceso muy difícil. Las parejas acuden a la terapia porque no han recibido respuestas empáticas del otro ni la seguridad que necesitan en la relación. Además, se suelen sentir heridas o amargadas, e incapaces de reparar las dificultades de su relación (LIVINGSTON, 2001). La experiencia que tienen del terapeuta, que trabaja con ahínco para comprender sin ninguna actitud defensiva, les ofrece un modelo alternativo de convivir con el enfado, el disgusto o el miedo de su compañero.

La inmersión empática no implica aprobar la conducta. Es importante que el terapeuta establezca unos límites a conductas como los enfados, culpar al otro y el maltrato, que

son inherentemente destructivas. Por ejemplo, es útil que el terapeuta diga: “Haré todo lo que pueda por comprender tu enfado, pero la forma en que lo expresas no hace sino distanciarte de mí y de tu pareja” (SHADDOCK).

Las experiencias y transferencias de auto-objeto

Las experiencias de auto-objeto conllevan sentirse estrechamente vinculado a otra persona que contribuye a regular el afecto, la seguridad y la autoestima. Su necesidad está presente desde el nacimiento y no desaparece, sino que evoluciona desde unas rígidas formas arcaicas (que ninguna madre podría satisfacer) hasta las capacidades más flexibles para la afinidad de auto-objeto de la madurez. Un aspecto importante de estas experiencias de auto-objeto es el grado de control que inconscientemente se asume sobre ellas. En los momentos de una relación de auto-objeto, la otra persona se experimenta como una prolongación de uno mismo, de modo muy similar a como uno se pueda relacionar con una parte del propio cuerpo. Estas alteraciones que el otro provoca en el suave discurrir del funcionamiento del auto-objeto se perciben de manera intensa y provocan en el niño, o en el adulto herido, el tipo de ansiedad, desasosiego o furor que uno podría sentir si de repente el brazo derecho cobrara vida propia.

Los estudios sobre la relación madre-hijo demuestran claramente que la regulación mutua se produce mediante el compromiso tanto verbal como no verbal, y que esta experiencia de la relación de auto-objeto se interioriza en el yo en desarrollo (BEEBE y LACHMAN, 1992). La sana sensación de sí mismo incluye un sentimiento de cohesión, continuidad en el tiempo, capacidad de influencia y sentimientos de vitalidad y autoestima positiva (SHADDOCK, 2000).

La experiencia de auto-objeto en la relación de pareja se refiere a ser capaz de utilizar al otro como fuente de mantenimiento, restablecimiento o consolidación de la experiencia interior del yo. KOHUT (1984) decía que “un buen matrimonio es aquel en el que una u otra de las partes acepta el reto de ejercer la función de auto-objeto que el sentimiento de sí mismo temporalmente atrofiado del otro necesita en un determinado momento”.

KOHUT (1984) decía que a lo largo de la vida se necesitan tres formas particulares de experiencias de auto-objeto:

1.        Reflejar en espejo. Tal necesidad supone ser receptivo a los estados de orgullo, efusividad, entusiasmo y dominio del yo. Las parejas sienten una intensa necesidad de obtener mutuamente estos tipos de respuestas. Si la alegría de conseguir algo no se puede compartir porque provoca una reacción competitiva, de resentimiento o de retraimiento en el otro, se agudizarán las ganas de que sean otros los que miren en nuestro espejo (LIVINGSTON, 2001; SHADDOCK, 2000). Por ejemplo: Richard, empresario de mucho éxito, ha tenido la sensación de que Catherine su mujer, vivía sus logros con desinterés y se mostraba incapaz de compartir el placer que él siente en los eventos públicos que confirman su importancia en su campo. Él se sentía muy solo y aislado en la relación por lo que ha buscado la mirada de admiración que añora en aventuras con mujeres de su entorno empresarial. Siente que saben “comprender la importancia de lo que he logrado y cuánto he influido en mi sector”.

2.        La idealización (idealizing). Para los niños, es una experiencia de suma importancia, la de ser capaces de vincularse con alguien de más conocimiento y fuerza que uno mismo, y que con su actividad tranquilizadora puede ayudar a regular el miedo y el dolor. En el caso de las parejas, existe la necesidad de que el compañero aporte una presencia que sosiegue, contenga y apacigüe al otro, cuando la ansiedad, la vulnerabilidad y el desasosiego superen la capacidad normal de autorregularse (LIVINGSTON, 2001; SHADDOCK, 2000). El compañero ejerce provisionalmente las funciones tranquilizadoras, lo cual significa que puede haber una vuelta a un estado más estable del yo. Aunque estas necesidades de estabilidad y seguridad son esenciales para una relación de pareja que funcione bien, deben guardar equilibrio con la función de espejo, que favorece mejor el desarrollo y crecimiento personales. Por ejemplo, Catherine está muy dolida porque piensa que ha sentado una base segura y sólida sobre la que Richard pueda apoyarse. Sin embargo, éste cree que en esa base se ha descartado el fomento de las experiencias de desarrollo que ayudarían a ambos a avanzar.

3.        La escena interna de pareja. Ésta produce una sensación de pertenencia. En la relación de pareja, la pertenencia depende de una similitud en los valores, los gustos y las costumbres (SHADDOCK, 2000). Para muchas parejas, encontrar actividades con las que ambos disfruten es toda una batalla. Hay que negociar todo lo que se refiera al tipo de cine, literatura, deporte, vacaciones, coche, restaurante y comida que cada uno prefiere. Si existen unas diferencias excesivamente grandes, puede surgir un sentimiento de aislamiento y distanciamiento que puede perturbar la unión de la pareja.

Las relaciones de pareja reactivan los recuerdos conscientes e inconscientes de antiguas experiencias de auto-objeto, además de la esperanza de que se aporte lo que en las relaciones parentales faltaba o adolecía de escasez (SHADDOCK, 2000; SOLOMON, 1989). En momentos de estrés, por ejemplo, las necesidades de auto-objeto de idealización son de primordial importancia. En unas relaciones de pareja sanas, se viven experiencias de sentirse escuchado, comprendido o protegido. Asimismo, los sentimientos efusivos y apasionados a menudo se reflejan en el espejo de la relación sexual (SHADDOCK, 2000). Estas funciones posibilitan que las parejas superen grandes adversidades, como la enfermedad, la pérdida de un hijo o dificultades económicas. Si la relación se puede experimentar como un refugio en un mundo escabroso, normalmente la satisfacción marital es elevada (SOLOMON, 1989).

La pregunta fundamental es si la persona se siente reconocida y comprendida, o abandonada, por las reacciones de su pareja y si la experiencia del fracaso de auto-objeto

tiene un componente temprano. Una relación de pareja íntima permite que emerjan la regresión y las transferencias de auto-objeto. Ocurre con frecuencia que las respuestas por las que se suspira se originan en los aspectos más diminutos y dependientes del yo. Mensajes del tipo “quiéreme como soy”, “comprende lo que necesito” y “haz un sitio para mis sentimientos, en especial para aquellos que no puedo aceptar en mí mismo”, son la súplica callada que se oculta en muchos conflictos de pareja (SOLOMON, 1989).

Muchas veces, cuando las parejas acuden a la terapia es porque no han sido capaces de aportar mutuamente las funciones de auto-objeto. Como KILIAN (1993) dice, gran parte del conflicto de pareja tiene que ver con quién consigue ser el “yo” y quién el “objeto del yo” o “auto-objeto”.

La vulnerabilidad narcisista, el agravio y la cólera

La vulnerabilidad narcisista es un estado desprotegido del yo que está en la base de muchas conductas defensivas (LIVINGSTON, 2001). Cuando se produce un patrón repetido en la infancia de tempranos fracasos y agravios emocionales, esto crea una vulnerabilidad narcisista y unos patrones defensivos en las relaciones afectivas posteriores (SOLOMON, 1989). Las heridas que provocan vergüenza o humillación originarán toda una serie de maniobras defensivas. Las personas con intensas vulnerabilidades narcisistas desean participar en una relación, pero tienen unas expectativas sobre lo que la pareja les puede ofrecer que inevitablemente les llevan a un gran desengaño. En el fondo, hay un miedo a la fragmentación o el vacío interior.

La vulnerabilidad narcisista se puede manifestar en aventuras amorosas, en adicciones o en estados de furia. Por ejemplo, una aventura extramarital puede servir para proteger a la

persona vulnerable de estar en un matrimonio que experimenta como demasiado íntimo.

La conducta que es difícil de comprender adquiere sentido cuando se entiende como un intento por proteger un yo más frágil de una ansiedad, un estrés y un terror abrumadores

(LIVINGSTON, 2001; SOLOMON, 1989).

SOLOMON (1989) sostiene que la mayor parte de las cuestiones propias de una relación, por ejemplo, el dinero, el trabajo, el sexo y la parentalidad, en realidad son manifestaciones de la vulnerabilidad narcisista y de los agravios narcisistas a la autoimagen. Cuando no existe una historia de graves heridas narcisistas, las diferencias se pueden resolver mediante el compromiso, la negociación y la aceptación. Cuando hay una historia con un importante fracaso en la provisión de medios emocionales para el niño en desarrollo, las pequeñas discusiones y desavenencias pueden provocar una experiencia de fragmentación, cólera y destrucción emocional. Algunas personas narcisistamente vulnerables abrigan expectativas de control sobre su pareja, como si ésta fuera una prolongación de uno mismo.

La cólera narcisista no se entiende como un impulso agresivo inherente, como en las relaciones objetales, sino como el producto de un yo fragmentador que reacciona a un agravio narcisista (LIVINGSTON, 1998). Es diferente del enfado y la sana firmeza de carácter, expresión de un yo más cohesionado. La cólera suele aparecer cuando la persona no es lo bastante receptiva a la otra, que necesita que se le afirme, se le tome como modelo, se le tranquilice o se le una. También se considera una defensa contra las emociones dolorosas como la ansiedad, la desesperación, el abandono y la indefensión (LIVINGSTON, 2001; SOLOMON, 1989).

Para trabajar con la cólera narcisista, el terapeuta debe aceptar e interpretar la agresividad como una reacción comprensible ante desprecios reales o ficticios. El terapeuta de pareja puede preguntar qué se siente al estar tan enfadado. El trabajo está orientado a comprender y regular el sentimiento, más que a corregir las distorsiones (LIVINGSTON, 1998). El papel del terapeuta es el de centrarse en los sentimientos, los temores y los impulsos peligrosos desde la perspectiva de cómo se produjeron en los primeros años de la persona, qué los activa en la actualidad y cómo se pueden contener (SOLOMON, 1989). El objetivo es concentrarse en la vulnerabilidad subyacente de cada uno de los miembros de la pareja, sobre todo cuando aparece el conflicto. El terapeuta debe permanecer en sintonía con ambos y dar una explicación que incluya las experiencias subjetivas de uno y otro, al tiempo que avanza en la creación de una realidad compartida. Hay que ser muy hábil para poder observar los cambios empáticos que provocan la cólera y luego explorar la experiencia interior de desintegración. Un objetivo importante es ayudar a las personas a desarrollar formas de tolerar la vulnerabilidad sin recurrir a la agresividad (LIVINGSTON, 2001). También es útil para el terapeuta reforzar el apego ayudando para ello a la pareja a subsanar mutuamente los trastornos emocionales que presenta cada uno de los miembros (SHADDOCK, 2000).

La intersubjetividad

El enfoque de la intersubjetividad o interaccional dentro del psicoanálisis va estrechamente unido a la psicología del self. Pone gran énfasis en las aportaciones del terapeuta a la co-construcción del espacio interaccional entre el terapeuta y el cliente (ATWOOD y STOLOROW, 1984). En la terapia de pareja, el planteamiento interaccional alienta la idea de que la experiencia individual forma parte de un sistema de relación, y no se puede entender sin comprender cómo funciona este sistema. Las relaciones de pareja se consideran sistemas de regulación mutua. La regulación no tendrá éxito cuando una parte ignora o amplifica los sentimientos de la otra, cayendo así en patrones de escalada del conflicto o de huida. Esto hace difícil que los miembros de la pareja utilicen la relación como medio para suavizar los sentimientos perturbadores que cada uno de los dos experimenta.

En una relación de pareja se albergan esperanzas inconscientes de que con ella se fomenten nuevas experiencias que mejoren el desarrollo y al mismo tiempo temores inconscientes de que se repitan las viejas experiencias traumáticas que inhibían ese desarrollo (SHADDOCK, 2000). El terapeuta debe analizar con delicadeza qué fue lo que hizo que la relación pasara de estar organizada por unas expectativas sobre el otro, a ser una relación donde dominan los miedos a que se repita el trauma infantil. En este sentido, existe una búsqueda del suceso o la experiencia que reorganizó la relación siguiendo unas líneas defensivas.

Uno de los componentes clave de la teoría interaccional es que la realidad psíquica depende del contexto y se debe entender dentro de los entornos evolutivo, de relación y de tratamiento que la configuran (SHADDOCK, 2000). Se trata de algo un tanto distinto de algunos de los supuestos que subyacen en la teoría de las relaciones de objeto, que destaca las representaciones fijas del yo y el objeto derivadas de las experiencias infantiles. Incluso en los casos de pareja que parecen atrapadas en un patrón de inculpación y ataque, los enfoques interaccionales se centran en cómo la relación actual favorece experiencias y conductas negativas.

Los objetivos del tratamiento

En los modelos de la psicología del self e interaccionales de la terapia de pareja, el tratamiento se centra en la necesidad de ésta de reflejar en espejo y de idealizar las escenas internas de cada uno de los miembros. Estas necesidades dan lugar a unas intensas interacciones de transferencia-contratransferencia, de ahí que el terapeuta se concentre ante todo en la experiencia que los miembros de la pareja tienen uno del otro y en los fracasos empáticos que se generan, más que en la relación con el terapeuta, más propia de los enfoques de terapia individual (LIVINGSTON, 1989). Parte de este trabajo consiste en ayudar a la pareja a reorganizar sus representaciones interiores negativas del otro (SOLOMON, 1989). Aquí el énfasis no está tanto en las identificaciones proyectivas, como ocurre en la terapia de relaciones objetales, sino en comprender qué ocurre cuando se expresan las necesidades tempranas y el otro miembro de la pareja no reacciona de la forma esperada.

Gran parte de la intervención tiene como objetivo el análisis detenido de los sentimientos que se ocultan bajo los conflictos de la pareja. El análisis o exploración transmite el mensaje de que hay que escuchar a cada miembro de la pareja, al que el terapeuta no va a culpar, atacar ni avergonzar. Esto proporciona también un modelo de sintonía empática hasta que la pareja sepa proporcionarse mutuamente este tipo de experiencias (SHADDOCK, 2000; SOLOMON, 1989). Se insiste en trabajar con las decepciones percibidas del auto-objeto actuales, además de con las antiguas. Sin embargo, también se trabaja en ayudar a la pareja a aprender a tolerar una relación compuesta tanto de éxitos como de fracasos en la función del auto-objeto. Además, es posible que las personas necesiten analizar sus antiguos deseos fusionales cuyo origen está en la experiencia de la madre en la infancia. Estas fuertes nostalgias reaparecen en el estado de “enamoramiento” y durante la unión sexual, pero no se pueden mantener de forma continua en la relación adulta.

La inmersión empática en la experiencia de cada miembro de la pareja contribuye a contener la ansiedad, al tiempo que ayuda a la pareja a hacer suyos e integrar sus respectivos sentimientos. Esto se logra en gran medida mediante la traducción de la conducta de inculpación y ataque en mensajes significativos sobre las necesidades y los temores presentes en la relación. El terapeuta sugiere que acepten los sentimientos, en lugar de culpar o atacar al otro. Desacelera el proceso y hace preguntas del tipo: “lo ocurrido es doloroso, ¿qué soléis hacer cuando os parece demasiado difícil de tolerar?” o “¿cuáles son los sentimientos que afloran con lo que tu compañero acaba de decir?, ¿cómo te proteges de unos sentimientos tan dolorosos?” (SOLOMON, 1989). El objetivo es ayudar a la pareja a participar en la auto-observación cuando se producen el agravio, el enfado o la humillación, en vez de proyectar la culpa en el otro o, ante las diferencias, mostrar curiosidad antes que enfado (SHADDOCK, 2000). Las diferencias suscitan profundos temores de destrucción (es posible que tus diferencias me absorban) o de abandono (es posible que finalmente no tengamos ninguna conexión).

En los modelos interaccionales y de la psicología del self, se ayuda a los miembros de la pareja a conseguir un equilibrio entre la receptividad y la reactividad (LIVINGSTON,

2001). La receptividad es un modo de escuchar desde una postura empática con la experiencia del otro. Pero para hacerlo, uno ha de ser capaz de descentrarse de sus propias reacciones emocionales. La reactividad es un modo de escuchar desde la propia perspectiva emocional (BACAL, 1998). Por ejemplo, si los miembros de la pareja se permiten mutuamente expresar el enfado sin reaccionar también con enojo, existe la posibilidad de afrontar con éxito ese enfado, en vez de agudizarlo. En algún caso, puede ayudar a la terapia asignar una tarea a la pareja, por ejemplo, un ejercicio de escucha activa para crear experiencias empáticas, o estimular la afirmación de uno mismo pidiendo a los miembros de la pareja que definan el tipo de relación que quieren. Por ejemplo: “Me gustaría ver si realmente puedes conseguir que ella entienda lo que tú quieres de ella”.

En resumen, el factor curativo fundamental es la investigación y legitimación de la vulnerabilidad subyacente del yo de cada uno de los miembros de la pareja (LIVINGSTON, 1998). Lo que diferencia a la psicología del self de otros enfoques analíticos es la atención primordial a la inmersión empática. El conflicto no se evita, sino que se analiza y entiende como una fractura en el vínculo empático de la pareja. La psicología del self intenta reforzar la regulación del afecto, la contención, la autocohesión y la intimidad (LIVINGSTON, 2001). Cuando la pareja se siente profundamente comprendida en su vulnerabilidad, puede empezar a desarrollar una conexión entre ellos mucho más sólida.

En esencia, el terapeuta debe (GOLDSTEIN, 1997, págs. 75-76.):

1)      Conectar con la experiencia subjetiva de los dos

2)      Reconocer sus necesidades de auto-objeto individuales y a veces conflictivas

3)      Funcionar como un auto-objeto

4)      Comentar empáticamente y relacionar las necesidades que se ocultan en las inter-acciones disfuncionales y en los patrones defensivos

5)      Interpretar la conexión entre el pasado y el presente

6)      Contener la conducta destructiva

7)      Y para ello fijar unos límites y aportar una estructura

 

La teoría del apego y la terapia de pareja

La teoría del apego utiliza unos mecanismos explicativos un tanto diferentes. No obstante, se solapa considerablemente con los planteamientos de la psicología del self e interaccionales, en lo que se refiere a su forma de explicar las causas ocultas de las dificultades de la pareja. Tanto la teoría interaccional y de la psicología del self como la que se basa en el apego se preocupan ante todo de cómo se utilizan la protesta, el enfado y el retraimiento como maniobras defensivas para proteger un temor o una vulnerabilidad subyacentes en el sistema de la pareja.

John BOWLBY (1958; 1973) desarrolló el marco del apego para explicar cómo las personas establecen vínculos emocionales con otras figuras importantes y cómo trastornos psicológicos como la depresión y la ansiedad van unidos a la alteración de esos vínculos. BOWLBY demuestra que el apego proporciona mecanismos de seguridad y protección al niño en desarrollo y que la separación y la pérdida perturban esta “base segura” o “refugio seguro”, generando la protesta y el enfado, la depresión, la renuncia y el distanciamiento. El apego ayuda a regular la proximidad a los cuidadores, lo cual posibilita la exploración del entorno (la base segura), mientras que en momentos de enfermedad, fatiga o estrés constituye un refugio seguro (el refugio seguro). La perturbación del apego genera sentimientos primitivos y de mucha fuerza.

La teoría del apego asume que esas primeras experiencias se organizan interiormente en un “modelo de trabajo” (BOWLBY, 1973) de las relaciones que se convierten en los cimientos de la posterior personalidad adulta. Entre estos modelos de trabajo están formados por una compleja red de sentimientos, de representaciones cognitivas y de conducta en las relaciones, en esencia, un mapa del yo y de su relación con los demás.

Las personas inconscientemente usan el modelo para predecir y comprender las relaciones actuales y darles sentido.

Las buenas experiencias de apego de la infancia se traducen en un sentimiento de seguridad, confianza y protección. La función es la misma en el adulto: la formación de vínculos duraderos con unas pocas personas importantes con las que se puede contar para la protección psicológica, la reafirmación y la recuperación del equilibrio, todo lo cual lleva a un patrón seguro de apego (SABLE, 2000; JOHNSON, 2002). Las experiencias de apego deficientes generan unos patrones de inseguridad, que se asocian con una diversidad de alteraciones, como la ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios y los trastornos de personalidad (SABLE, 2000).

Las estrategias individuales en las relaciones

La teoría del apego ofrece una forma de conceptualizar las experiencias de apego del cliente y cómo los efectos de los primeros acontecimientos han influido en los “modelos

de trabajo” que la persona utiliza en las relaciones (FOSHA, 2000; SABLE, 2000). Las experiencias de apego seguro conducen a creer que las demás personas son comprensivas y receptivas y uno siempre puede recurrir a ellas (FONAGY, 2001), mientras que las de apego inseguro llevan a pensar de forma inconsciente que las personas importantes para uno no están a su alcance ni son receptivas, sino que lo rechazan, abandonan o maltratan. Además, el niño aprende a negar cualquier aspecto de esta experiencia que su cuidador no pueda tolerar, para así mantener el vínculo. Estas experiencias y sentimientos reprimidos se convierten después en zona prohibida, con lo que se reduce la variedad de sentimientos en las experiencias relacionales de la edad adulta (FOSHA, 2000).

Las personas buscan sin darse cuenta una pareja que de algún modo se “ajuste” a su de trabajo interior o lo tolere, con la esperanza de que se puedan dominar los viejos patrones. La comprensión de estas estrategias ayuda al terapeuta a formular objetivos de la terapia para las parejas, de modo que alcancen una posición más equilibrada: ni demasiado distante, ni tan cercana que favorezca la dependencia mutua.

Louise y Linda llevaban juntas más o menos un año, pero parecían incapaces de dar el paso de convivir o de comprometerse con una relación a largo plazo, pese a que una y otra decían que era eso lo que deseaban. Este estancamiento las llevó a iniciar una terapia de pareja. Al principio de la relación, a Linda le atraía la espontaneidad de Louise y su facilidad para expresar y comprender su propia vida emocional. A Louise, a su vez, le atraía de Linda su planteamiento reflexivo y cuidadoso de la vida y su capacidad de planificar, invertir y ahorrar para el futuro. Compartían además muchos intereses y disfrutaban plenamente de sus momentos de ocio juntas. Sin embargo, Linda se mostraba extremadamente cauta, porque había salido gravemente dolida de una relación anterior y no estaba segura de su capacidad de defenderse sola en una relación a tiempo completo, en especial con alguien de sentimientos tan definidos como Louise. Pese al elevado nivel de su competencia en el ámbito público, con un buen trabajo, una casa de su propiedad, e inversiones para el futuro, era muy vulnerable a nivel emocional. Necesitaba un amplio espacio de tranquilidad para recuperarse del estar con otras personas, Louise incluida.

Linda era hija única, su madre era muy invasiva y quería controlar la mayor parte de los aspectos de la vida de la hija. Su padre dedicaba muchas horas al trabajo y pasaba poco tiempo en casa, de ahí que Linda no pudiera recurrir a otra fuente de protección o apoyo. Estar con su madre equivalía a hacer lo que ésta quería que ella hiciera. La mujer empleaba en su hija toda su energía, el éxito de Linda en los estudios y los deportes era fundamental para la autoestima de su madre. Linda la quería, pero le resultaba imposible defenderse de ella o establecer su propio sentido de identidad. Para afrontar tal situación se fue haciendo cada vez más reservada y emocionalmente cerrada ante su madre.

Por otro lado, Louise había vivido la experiencia del abandono por parte de su madre y de su padre. Ambos se desentendieron de ella y a los 15 años la dejaron en un piso con su hermano y una niñera, de modo que sus padres pudieron irse a vivir con otras parejas. Sentía pánico siempre que Linda se distanciaba y, cuando intentaba salvar esa brecha, a Linda le aterraba que Louise fuera a depender tanto de ella.

Con un poco de trabajo, esta dinámica salió a la luz, gracias a ello Louise y Linda pudieron tomar decisiones más conscientes sobre cómo iban a abordar sus miedos a estar juntas en una relación. Louise empezó a comprender la necesidad de Linda de tranquilidad y privacidad, una necesidad que ya no interpretaba como un rechazo hacia ella. A su vez, Linda consiguió aproximarse más a Louise cuando se dio cuenta de que ésta no la manipularía para que hiciera las cosas a su manera, como había hecho su madre. Merece la pena señalar que desde fuera parecía que se llevaban perfectamente, una pareja con unas buenas habilidades de comunicación entre ellas, que se entendían muy bien y afirmaban sin dudarlo que querían dar un paso más en su relación. En el ámbito consciente, no había nada que obstaculizara el avance de la relación. Pero en el inconsciente, cada una estaba creando un ciclo de interacción que hacía que afloraran los mayores miedos de la otra, de modo que eran incapaces de crear la relación segura que las dos necesitaban para conseguir un apego más sólido, para confiar a un nivel más profundo y para dar el paso definitivo hacia el compromiso.

Este caso ilustra a su vez el proceso de trabajo con una pareja del mismo sexo y su deseo de intimidad y de relación duradera y comprometida. Una cuestión común de las parejas del mismo sexo tiene que ver con la similitud entre los miembros y las consiguientes características de exceso de familiaridad, tedio y falta de pasión sexual. Una forma de contrarrestarlo es comprometerse con alguien muy diferente, sea en lo que se refiere a la personalidad (como en el ejemplo anterior), a la raza, la cultura o la clase social.

La competencia narrativa y la función reflectiva

La terapia de pareja ayuda a los clientes a recuperar recuerdos y expresar sentimientos que se reprimieron en relaciones anteriores. Esto, a su vez, les ayuda a crear una narrativa más coherente o una visión unificada de sí mismos: una “historia” sobre el yo (HOLMES, 2001; SABLE, 2000). La terapia también ofrece una relación de aceptación que

pueda comprender las experiencias para que los clientes puedan cambiar sus representaciones interiores, de modo que aumente su capacidad de establecer unas relaciones de mayor apoyo mutuo (SABLE, 2000). En efecto, la capacidad de construir una narrativa coherente sobre uno mismo y sus dificultades va directamente unida a un apego seguro y a la capacidad de reciprocidad en la relación.

La terapia de pareja también estimula la capacidad conocida como función reflectiva o mentalización (FONAGY, 2001). La función reflectiva es la capacidad de reflexionar sobre los estados mentales propios y de los demás; guarda una estrecha relación con el apego seguro y la salud psicológica. Del mismo modo, el terapeuta tiene una “mente pensante” que utiliza para reflexionar sobre lo que pueda estar pasando por la mente de cada uno de los miembros de la pareja y ponerle palabras (FONAGY, 2001; HOLMES, 2001).

En las relaciones de pareja, a menudo la necesidad de tener un lugar en la mente del otro es lo que está en la base de muchos conflictos relativos a cosas prácticas, como el tiempo que se pasa juntos. Por ejemplo:Gavin y Kirsten han alcanzado un compromiso mutuamente aceptable, por el que Kirsten dedica tiempo a fiestas y grandes reuniones sociales, algo que no divierte a Gavin. Sin embargo, a éste le es difícil relajarse cuando Kirsten no está, en especial si llega tarde por la noche, algo que le provoca insomnio y ansiedad. El terapeuta de Gavin le ha hecho una interpretación: “Cuando Kirsten llega a casa ya de madrugada y no te ha dicho a qué hora iba a volver, te da la impresión que no te tiene en cuenta ni piensa en tus necesidades. ¿Es posible que se parezca de algún modo a la relación con tu madre, siempre sobrecargada de trabajo y sin poder dedicarte toda la atención que pedías?” La

reacción de Gavin a esta interpretación fue de cierto alivio, pues el terapeuta había entendido el problema de fondo y supo utilizarlo para explicar a Kirsten lo que en su opinión ocurría.

La relación terapéutica: La base segura y el refugio seguro

La teoría del apego proporciona explicaciones útiles de cómo funciona la psicoterapia de pareja. Los terapeutas ofrecen una relación cálida y estable, unos límites bien definidos y se ocupan de la protesta, la confianza y la receptividad emocional que ayuda en la regulación del afecto: todos los elementos de un vínculo de apego seguro (BOWLBY, 1988; HOLMES, 2001; MALLINCKRODT y cols., 1995). Los clientes pueden interiorizar gradualmente esta base segura, de modo que ya no sea necesaria la presencia del terapeuta. La psicoterapia también puede proporcionar un “refugio seguro”: un lugar donde refugiarse cuando las experiencias emocionales abruman a la pareja.

El “espacio transicional” entre los miembros de la pareja

La teoría del apego y sus estudios se ocupan tanto del mundo interpersonal como del intrapsíquico. Se centran en el espacio que media entre el yo y el otro, y en cómo se representa esto en el mundo interior. En tal “espacio transicional” (WINNICOTT, 1971) es donde los padres ayudan al niño a dar sentido a sus experiencias. Por ejemplo, el bebé señala a algo y el padre responde: “Sí, puedes ver un gato”, o se le da sentido a los balbuceos o emociones del bebé. Es también el espacio donde lo que el niño significa para la madre o el padre se manifiesta mediante reacciones, gestos y expresiones faciales.

Hemos escrito en otras ocasiones sobre este espacio transicional y su importancia en la relación de pareja (GRANT y CRAWLEY, 2001; CRAWLEY y GRANT, 2001). Como ocurre

en el espacio de juego entre la madre y el bebé, es donde coexisten las realidades interiores y exteriores de cada miembro de la pareja, de manera que pueda haber una reflexión y un diálogo sobre el yo y el otro. En las parejas con problemas, este espacio transicional se puede achicar fácilmente. A medida que en la terapia se asimila la experiencia, se modifica el modelo de trabajo interior de cada miembro de la pareja (ARON, 1986; GRANT y CRAWLER, 2001). Esto, a su vez, tiene el potencial de transformar la relación, pues cada uno empieza a percibir al otro de forma distinta, a modificar sus conductas relacionales y así a ampliar el espacio transicional (GRANT y CRAWLEY, 2001).

La teoría del apego y la relación de pareja

La teoría del apego ayuda a entender la relación de pareja desde la perspectiva de los estilos de apego que utiliza cada persona y la interacción sistémica entre los diferentes estilos. Un modelo muy útil es el que proponen BARTHOLOMEW, HENDERSON y DUTTON (2001). A partir del análisis que BOWLBY hace de los modelos de trabajo interiores, estos

autores han generado cuatro patrones de apego prototípicos de la madurez, unos patrones que se sostienen en dos dimensiones. Modelo bidimensional y de cuatro categorías del apego adulto (BART HOLOMEW y cols., 2001):

• El apego seguro lleva a una visión positiva de uno mismo y del otro. Las personas seguras saben establecer relaciones estrechas y usar a los demás de apoyo cuando lo necesitan.

• El apego preocupado lleva a un modelo positivo del otro, pero a un modelo negativo del yo, con lo que se genera un estilo de exigencia y dependencia.

• El apego temeroso es aquel en que se ve a los demás como indiferentes y a uno mismo como a alguien que no se hace querer. Se evita la intimidad porque se espera el rechazo.

• El apego ausente lleva a las personas a distanciarse de los demás para mantener una visión positiva de sí mismas. La autosuficiencia compulsiva y el autocontrol protegen

del rechazo.

Éstos son tipos ideales. La mayoría de las personas tienen un estilo predominante, pero en determinadas circunstancias es posible que recurran a alguna de las otras estrategias.

En una relación de pareja sana, cada uno de sus miembros sabe moverse recíprocamente entre la situación de que el otro dependa de él y la de que él dependa del otro. Con los estilos de apego inseguro, las personas suelen estar ancladas en una posición, incapaces de pedir ayuda u ofrecerla en beneficio mutuo.

El amor y los enfoques relacionales

La teoría del apego se centra en cómo las amenazas al vínculo del apego perturban la relación de pareja, con lo que hacen que ésta se perciba como insegura, pero otros teóricos sostienen que, en una relación, la capacidad de asumir riesgos emocionales es tan importante como la de crear seguridad. Stephen MITCHELL ha sido un elocuente portavoz a la hora de relacionar con el psicoanálisis las aproximaciones relacionales, últimamente con su aplicación de estas interpretaciones a la dinámica de pareja (MITCHELL, 2002). Defiende que en el centro de muchas dificultades maritales está la lucha de la pareja por aunar el deseo y el amor. Esta lucha tiene su origen en dos fuerzas opuestas que anidan en nuestro interior: la lucha por la seguridad y la lucha por la aventura. MITCHELL (2002) muestra de forma convincente cómo para hacer que sea seguro el amor lo hacemos predecible. Sin embargo, entonces sentimos que nuestra relación carece de pasión y de vida. La relación sexual es fundamental en esta lucha: “Lo que hace que el deseo intenso, sexual o de cualquier otra índole, sea tan peligroso es que conlleva la añoranza de algo importante de alguien exclusivo a quien hemos dejado que se convierta en especial. Es la especificidad del otro lo que lleva al riesgo, el encanto de otro sujeto fuera de nuestro control que origina una vulnerabilidad tan intensa” (MITCHELL, 2002, págs. 86-87). Así pues, para proteger nuestra vulnerabilidad, buscamos controlar el objeto del amor, al que intentamos volver previsible y digno de confianza. Al satisfacer nuestras acuciantes necesidades de un apego seguro con nuestra pareja, nos inclinamos a renunciar al riesgo y la novedad: la esencia del erotismo. Sin embargo, trasladar nuestros deseos en conflicto a la persona de la que dependemos puede ser mucho más arriesgado que fantasear sobre los demás o, sin duda, expresar nuestras fantasías a otros de quienes no depende nuestra seguridad emocional.

MITCHELL afirma que el desvanecimiento con el tiempo del amor romántico tiene menos que ver con la familiaridad que con el riesgo de permitir la “idealización apasionada del momento” (pág. 114) en la relación de la que se depende para la seguridad. Este riesgo de conservar el deseo por alguien tan importante es lo que se siente como más peligroso en la vida emocional de pareja. Sin embargo, mantener vivo el erotismo depende de la capacidad de disfrutar de vez en cuando de lo mejor que haya en el otro.

El deseo busca experiencias de aventura y rendición, mientras que el amor ansía la continuidad y la estabilidad. “En el amor buscamos puntos de apego, de anclaje, alguien

en quien sepamos que podemos confiar. En el deseo vamos en busca tanto de lo que carecemos y renegamos como de lo que está más allá de nosotros mismos, fuera de los límites del autorreconocimiento que, en circunstancias normales, protegemos con tanta fiereza” (MITCHELL, 2002, pág. 92).

MITCHELL también aclara la conexión entre la agresividad y el deseo. La agresividad no se debe evitar, sino contener junto al amor. Al igual que DICKS (1967), considera que en las relaciones duraderas el odio y el amor están inevitablemente entretejidos. En efecto, la capacidad de mantener una relación amorosa a lo largo del tiempo exige que la pareja sobreviva al odio y lo repare. Tanto la dependencia como la agresividad son necesarias para la pasión romántica, ésta “necesita espacio para que respire la agresividad” en su interior (MITCHELL, 2002, pág. 14). Sin embargo, la agresividad se puede utilizar también para mantener las cosas estables y predecibles. Por ejemplo, el continuo desprecio hacia el otro puede ser una forma de tratar de mantener el control sobre el objeto del amor.

Las ideas de MITCHELL sobre el amor, el deseo y la agresividad en las relaciones duraderas nos ayudan a entender algunas de las aportaciones inconscientes a las dificultades habituales que se exponen en la terapia de pareja. En particular, el autor explica con claridad cómo en nuestras principales relaciones, al convertir a la otra persona en alguien seguro y previsible, apagamos el deseo. “Ésta es la razón de que, en muchas parejas, con el tiempo el sexo se convierte en algo rutinario y tedioso. No es que la familiaridad favorezca la falta de interés, sino que, a medida que se agudizan las dependencias mutuas y que las vidas compartidas se entrelazan de forma más compleja, la pasión sexual, con todos los riesgos que la acompañan, se hace cada vez más peligrosa” (págs. 191-192).

Conclusión

El enfoque interaccional y de la psicología del self ofrecen una estimable interpretación de las necesidades tempranas que en gran medida, sostienen el conflicto que surge en las parejas. Los conceptos de experiencias de auto-objeto, transferencias de auto-objeto y vulnerabilidad narcisista, forman un mapa claro con el que el terapeuta puede comprender más y mejor parte de la dinámica que se esconde bajo la superficie del conflicto de la pareja. Las técnicas de inmersión empática, investigación minuciosa y legitimación de la vulnerabilidad subyacente del yo de cada miembro de la pareja y el reforzamiento de la regulación del afecto, son las intervenciones fundamentales en la terapia de ayuda a las parejas con problemas. Son unas técnicas muy similares a las que se utilizan en la Terapia de Pareja Centrada en las Emociones (TPCE), aunque los mecanismos ocultos del cambio en que se asientan son un tanto distintos.

La psicología del self a su vez, ofrece una explicación mucho más completa y una mejor interpretación evolutiva de por qué aparecen los problemas y el conflicto.

La teoría del apego añade una dimensión importante a la psicodinámica de las relaciones de pareja. Ayuda a comprender mejor los orígenes evolutivos de la conducta de apego, las estrategias que utilizan las personas en las relaciones y la importancia de desarrollar la función reflectiva en la pareja. Una vez más, y pese a que algunos mecanismos explicativos son diferentes en cierto sentido, el solapamiento entre la teoría del apego y la psicología del self es considerable, en lo que se refiere a la comprensión de los procesos que conducen a los problemas en la pareja.

Referencias

Crawley, J., & Grant, J. (2008). Terapia de pareja. El yo en la relación. Morata.

 

 

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