LA PSICODINÁMICA DE LA RELACIÓN DE PAREJA: PSICOLOGÍA DEL SELF, INTERSUBJETIVIDAD Y TEORÍA DEL APEGO
LA PSICODINÁMICA DE LA RELACIÓN DE PAREJA: PSICOLOGÍA DEL SELF,
INTERSUBJETIVIDAD Y TEORÍA DEL APEGO
Si en las relaciones objetales se destacan las proyecciones y las
identificaciones proyectivas de los miembros de la pareja, los planteamientos
intersubjetivos o interaccionales y de la psicología del self se centran
sobre todo en la comprensión empática de lo que ocurre cuando se expresan
las necesidades actuales o que surgieron en edades tempranas y la pareja no
reacciona como se desea. Uno de los elementos que distinguen la psicología
del self de otros enfoques analíticos es el grado de énfasis en la inmersión
empática durante la actividad de análisis pormenorizado de la experiencia subjetiva
de cada miembro de la pareja (LIVINGSTON, 1995; 2001).
La inmersión empática
La inmersión empática es “la capacidad de pensar y sentirse en la
vida interior de otra persona” (KOHUT, 1984, pág. 82). En este planteamiento, la
primera tarea del terapeuta consiste en una exhaustiva exploración empática de
la experiencia que cada miembro de la pareja tiene de la relación
(SHADDOCK, 2000). Es un trabajo que constituye a la vez
una herramienta de evaluación y una potente
intervención; en él la pareja observa que la experiencia de cada uno es
importante, y que puede haber espacio para las distintas realidades subjetivas
(LIVINGSTON, 2001; SHADDOCK, 2000).
La exploración detenida de la experiencia de cada persona sin
enjuiciarla propicia una distensión de las defensas. A medida que los miembros
de la pareja perciben que el terapeuta los escucha con atención, los
comprende y les responde, poco a poco empiezan a sentirse lo bastante seguros
para dejar que emerjan necesidades, temores y flaquezas no reconocidas.
El terapeuta pone todo el empeño en crear un entorno seguro en el
que la pareja pueda llegar a aceptar el mensaje de que el objetivo no es
culpar a nadie y de que, si seguimos analizando, averiguaremos entre todos qué
ha ocurrido en la relación. Cuando las parejas acuden al tratamiento
se sienten angustiadas. Esperan que se las comprenda y ansían servirse
de la fuerza y los conocimientos del terapeuta, pero temen sentirse criticados,
culpados o incomprendidos (SHADDOCK, 2000). Básicamente, la tarea del
terapeuta consiste en avanzar y retroceder despacio en la exploración de
la experiencia que cada miembro de la pareja tiene de la relación y
ofrecer una respuesta empática a los sentimientos y los temores ocultos
de cada persona. Si se trata de personas imprevisibles, puede ser un
proceso muy difícil. Las parejas acuden a la terapia porque no han recibido respuestas
empáticas del otro ni la seguridad que necesitan en la relación. Además, se suelen
sentir heridas o amargadas, e incapaces de reparar las dificultades de su relación
(LIVINGSTON, 2001). La experiencia que tienen del terapeuta, que trabaja
con ahínco para comprender sin ninguna actitud defensiva, les ofrece un
modelo alternativo de convivir con el enfado, el disgusto o el miedo de
su compañero.
La inmersión empática no implica aprobar la conducta. Es
importante que el terapeuta establezca unos límites a conductas como los
enfados, culpar al otro y el maltrato, que
son inherentemente destructivas. Por ejemplo, es útil que el
terapeuta diga: “Haré todo lo que pueda por comprender tu enfado, pero la forma
en que lo expresas no hace sino distanciarte de mí y de tu pareja” (SHADDOCK).
Las experiencias y transferencias de auto-objeto
Las experiencias de auto-objeto conllevan sentirse
estrechamente vinculado a otra persona que contribuye a regular el
afecto, la seguridad y la autoestima. Su necesidad está presente desde
el nacimiento y no desaparece, sino que evoluciona desde unas rígidas
formas arcaicas (que ninguna madre podría satisfacer) hasta las capacidades más
flexibles para la afinidad de auto-objeto de la madurez. Un aspecto
importante de estas experiencias de auto-objeto es el grado de control que
inconscientemente se asume sobre ellas. En los momentos de una relación de
auto-objeto, la otra persona se experimenta como una prolongación de uno
mismo, de modo muy similar a como uno se pueda relacionar con una parte del
propio cuerpo. Estas alteraciones que el otro provoca en el suave discurrir del
funcionamiento del auto-objeto se perciben de manera intensa y provocan en el
niño, o en el adulto herido, el tipo de ansiedad, desasosiego o furor que uno
podría sentir si de repente el brazo derecho cobrara vida propia.
Los estudios sobre la relación madre-hijo demuestran claramente
que la regulación mutua se produce mediante el compromiso tanto verbal como no
verbal, y que esta experiencia de la relación de auto-objeto se interioriza en
el yo en desarrollo (BEEBE y LACHMAN, 1992). La sana sensación de sí mismo
incluye un sentimiento de cohesión, continuidad en el tiempo, capacidad de
influencia y sentimientos de vitalidad y autoestima positiva (SHADDOCK, 2000).
La experiencia de auto-objeto
en la relación de pareja se refiere a ser
capaz de utilizar al otro como fuente de mantenimiento, restablecimiento o
consolidación de la experiencia interior del yo. KOHUT (1984) decía que “un
buen matrimonio es aquel en el que una u otra de las partes acepta el reto de ejercer
la función de auto-objeto que el sentimiento de sí mismo temporalmente atrofiado
del otro necesita en un determinado momento”.
KOHUT (1984) decía que a lo largo de la vida se necesitan tres
formas particulares de experiencias de auto-objeto:
1.
Reflejar en espejo. Tal necesidad
supone ser receptivo a los estados de orgullo, efusividad, entusiasmo y dominio
del yo. Las parejas sienten una intensa necesidad de obtener mutuamente estos
tipos de respuestas. Si la alegría de conseguir algo no se puede compartir
porque provoca una reacción competitiva, de resentimiento o de retraimiento en
el otro, se agudizarán las ganas de que sean otros los que miren en nuestro
espejo (LIVINGSTON, 2001; SHADDOCK, 2000). Por ejemplo: Richard, empresario de
mucho éxito, ha tenido la sensación de que Catherine su mujer, vivía sus logros
con desinterés y se mostraba incapaz de compartir el placer que él siente en
los eventos públicos que confirman su importancia en su campo. Él se sentía muy
solo y aislado en la relación por lo que ha buscado la mirada de admiración que
añora en aventuras con mujeres de su entorno empresarial. Siente que saben
“comprender la importancia de lo que he logrado y cuánto he influido en mi
sector”.
2.
La idealización (idealizing). Para los niños, es
una experiencia de suma importancia, la de ser capaces de vincularse con alguien
de más conocimiento y fuerza que uno mismo, y que con su actividad tranquilizadora
puede ayudar a regular el miedo y el dolor. En el caso de las parejas, existe
la necesidad de que el compañero aporte una presencia que sosiegue, contenga y apacigüe
al otro, cuando la ansiedad, la vulnerabilidad y el desasosiego superen la capacidad
normal de autorregularse (LIVINGSTON, 2001; SHADDOCK, 2000). El compañero
ejerce provisionalmente las funciones tranquilizadoras, lo cual significa que puede
haber una vuelta a un estado más estable del yo. Aunque estas necesidades de estabilidad
y seguridad son esenciales para una relación de pareja que funcione bien, deben
guardar equilibrio con la función de espejo, que favorece mejor el desarrollo y
crecimiento personales. Por ejemplo, Catherine está muy dolida porque piensa
que ha sentado una base segura y sólida sobre la que Richard pueda apoyarse.
Sin embargo, éste cree que en esa base se ha descartado el fomento de las
experiencias de desarrollo que ayudarían a ambos a avanzar.
3.
La escena interna de
pareja. Ésta produce una sensación de pertenencia. En la relación de
pareja, la pertenencia depende de una similitud en los valores, los gustos y
las costumbres (SHADDOCK, 2000). Para muchas parejas, encontrar actividades
con las que ambos disfruten es toda una batalla. Hay que negociar todo lo que
se refiera al tipo de cine, literatura, deporte, vacaciones, coche, restaurante
y comida que cada uno prefiere. Si existen unas diferencias excesivamente
grandes, puede surgir un sentimiento de aislamiento y distanciamiento que puede
perturbar la unión de la pareja.
Las relaciones de pareja reactivan los recuerdos conscientes e
inconscientes de antiguas experiencias de auto-objeto, además de la esperanza
de que se aporte lo que en las relaciones parentales faltaba o adolecía de
escasez (SHADDOCK, 2000; SOLOMON, 1989). En momentos de estrés, por ejemplo,
las necesidades de auto-objeto de idealización son de primordial importancia.
En unas relaciones de pareja sanas, se viven experiencias de sentirse
escuchado, comprendido o protegido. Asimismo, los sentimientos efusivos y
apasionados a menudo se reflejan en el espejo de la relación sexual (SHADDOCK,
2000). Estas funciones posibilitan que las parejas superen grandes adversidades,
como la enfermedad, la pérdida de un hijo o dificultades económicas. Si la relación
se puede experimentar como un refugio en un mundo escabroso, normalmente la satisfacción
marital es elevada (SOLOMON, 1989).
La pregunta fundamental es si la persona se siente reconocida y
comprendida, o abandonada, por las reacciones de su pareja y si la experiencia
del fracaso de auto-objeto
tiene un componente temprano. Una relación de
pareja íntima permite que emerjan la regresión y las transferencias de auto-objeto.
Ocurre con frecuencia que las respuestas por las que se suspira se originan en
los aspectos más diminutos y dependientes del yo. Mensajes del tipo “quiéreme
como soy”, “comprende lo que necesito” y “haz un sitio para mis sentimientos,
en especial para aquellos que no puedo aceptar en mí mismo”, son la súplica
callada que se oculta en muchos conflictos de pareja (SOLOMON, 1989).
Muchas veces, cuando las parejas acuden a la terapia es porque no
han sido capaces de aportar mutuamente las funciones de auto-objeto. Como
KILIAN (1993) dice, gran parte del conflicto de pareja tiene que ver con quién
consigue ser el “yo” y quién el “objeto del yo” o “auto-objeto”.
La vulnerabilidad narcisista, el agravio y la cólera
La vulnerabilidad
narcisista es un estado
desprotegido del yo que está en la base de muchas conductas defensivas
(LIVINGSTON, 2001). Cuando se produce un patrón repetido en la infancia de tempranos
fracasos y agravios emocionales, esto crea una vulnerabilidad narcisista y
unos patrones defensivos en las relaciones afectivas posteriores (SOLOMON,
1989). Las heridas que provocan vergüenza o humillación originarán toda
una serie de maniobras defensivas. Las personas con intensas vulnerabilidades
narcisistas desean participar en una relación, pero tienen unas expectativas
sobre lo que la pareja les puede ofrecer que inevitablemente les llevan a un gran
desengaño. En el fondo, hay un miedo a la fragmentación o el vacío interior.
La vulnerabilidad narcisista se puede manifestar en aventuras
amorosas, en adicciones o en estados de furia. Por ejemplo, una aventura
extramarital puede servir para proteger a la
persona vulnerable de estar en un matrimonio que
experimenta como demasiado íntimo.
La conducta que es difícil de comprender adquiere sentido cuando
se entiende como un intento por proteger un yo más frágil de una ansiedad,
un estrés y un terror abrumadores
(LIVINGSTON, 2001; SOLOMON, 1989).
SOLOMON
(1989) sostiene que la mayor parte de las cuestiones propias de una relación, por
ejemplo, el dinero, el trabajo, el sexo y la parentalidad, en realidad son manifestaciones
de la vulnerabilidad narcisista y de los agravios narcisistas a la autoimagen.
Cuando no existe una historia de graves heridas narcisistas, las diferencias se
pueden resolver mediante el compromiso, la negociación y la aceptación. Cuando
hay una historia con un importante fracaso en la provisión de medios
emocionales para el niño en desarrollo, las pequeñas discusiones y
desavenencias pueden provocar una experiencia de fragmentación, cólera y
destrucción emocional. Algunas personas narcisistamente vulnerables abrigan
expectativas de control sobre su pareja, como si ésta fuera una prolongación de
uno mismo.
La
cólera narcisista no se entiende como un impulso agresivo inherente, como en
las relaciones objetales, sino como el producto de un yo fragmentador que
reacciona a un agravio narcisista (LIVINGSTON, 1998). Es diferente del
enfado y la sana firmeza de carácter, expresión de un yo más cohesionado. La
cólera suele aparecer cuando la persona no es lo bastante receptiva a la
otra, que necesita que se le afirme, se le tome como modelo, se le tranquilice
o se le una. También se considera una defensa contra las emociones dolorosas
como la ansiedad, la desesperación, el abandono y la indefensión (LIVINGSTON,
2001; SOLOMON, 1989).
Para
trabajar con la cólera narcisista, el terapeuta debe aceptar e interpretar
la agresividad como una reacción comprensible ante desprecios reales o
ficticios. El terapeuta de pareja puede preguntar qué se siente al estar
tan enfadado. El trabajo está orientado a comprender y regular el
sentimiento, más que a corregir las distorsiones (LIVINGSTON, 1998). El
papel del terapeuta es el de centrarse en los sentimientos, los temores y los
impulsos peligrosos desde la perspectiva de cómo se produjeron en los primeros
años de la persona, qué los activa en la actualidad y cómo se pueden contener (SOLOMON,
1989). El objetivo es concentrarse en la vulnerabilidad subyacente de cada uno
de los miembros de la pareja, sobre todo cuando aparece el conflicto. El
terapeuta debe permanecer en sintonía con ambos y dar una explicación que
incluya las experiencias subjetivas de uno y otro, al tiempo que avanza en la
creación de una realidad compartida. Hay que ser muy hábil para poder
observar los cambios empáticos que provocan la cólera y luego explorar la
experiencia interior de desintegración. Un objetivo importante es ayudar a las
personas a desarrollar formas de tolerar la vulnerabilidad sin recurrir a la
agresividad (LIVINGSTON, 2001). También es útil para el terapeuta reforzar el
apego ayudando para ello a la pareja a subsanar mutuamente los trastornos
emocionales que presenta cada uno de los miembros (SHADDOCK, 2000).
La intersubjetividad
El enfoque de la
intersubjetividad o interaccional dentro del psicoanálisis va estrechamente
unido a la psicología del self. Pone gran énfasis en las aportaciones
del terapeuta a la co-construcción del espacio interaccional entre el terapeuta
y el cliente (ATWOOD y STOLOROW, 1984). En la terapia de pareja, el
planteamiento interaccional alienta la idea de que la experiencia individual
forma parte de un sistema de relación, y no se puede entender sin comprender
cómo funciona este sistema. Las relaciones de pareja se consideran sistemas de
regulación mutua. La regulación no tendrá éxito cuando una parte ignora o
amplifica los sentimientos de la otra, cayendo así en patrones de escalada del
conflicto o de huida. Esto hace difícil que los miembros de la pareja utilicen
la relación como medio para suavizar los sentimientos perturbadores que cada
uno de los dos experimenta.
En
una relación de pareja se albergan esperanzas inconscientes de que con ella se fomenten
nuevas experiencias que mejoren el desarrollo y al mismo tiempo temores inconscientes
de que se repitan las viejas experiencias traumáticas que inhibían ese desarrollo
(SHADDOCK, 2000). El terapeuta debe analizar con delicadeza qué fue lo que hizo
que la relación pasara de estar organizada por unas expectativas sobre el otro,
a ser una relación donde dominan los miedos a que se repita el trauma infantil.
En este sentido, existe una búsqueda del suceso o la experiencia que reorganizó
la relación siguiendo unas líneas defensivas.
Uno
de los componentes clave de la teoría interaccional es que la realidad
psíquica depende del contexto y se debe entender dentro de los entornos
evolutivo, de relación y de tratamiento que la configuran (SHADDOCK, 2000).
Se trata de algo un tanto distinto de algunos de los supuestos que subyacen
en la teoría de las relaciones de objeto, que destaca las representaciones
fijas del yo y el objeto derivadas de las experiencias infantiles. Incluso en
los casos de pareja que parecen atrapadas en un patrón de inculpación y ataque,
los enfoques interaccionales se centran en cómo la relación actual favorece
experiencias y conductas negativas.
Los objetivos del tratamiento
En
los modelos de la psicología del self e interaccionales de la terapia de
pareja, el tratamiento se centra en la necesidad de ésta de reflejar en
espejo y de idealizar las escenas internas de cada uno de los miembros.
Estas necesidades dan lugar a unas intensas interacciones de
transferencia-contratransferencia, de ahí que el terapeuta se concentre ante
todo en la experiencia que los miembros de la pareja tienen uno del otro y en
los fracasos empáticos que se generan, más que en la relación con el terapeuta,
más propia de los enfoques de terapia individual (LIVINGSTON, 1989). Parte
de este trabajo consiste en ayudar a la pareja a reorganizar sus
representaciones interiores negativas del otro (SOLOMON, 1989). Aquí el
énfasis no está tanto en las identificaciones proyectivas, como ocurre
en la terapia de relaciones objetales, sino en comprender qué ocurre cuando se
expresan las necesidades tempranas y el otro miembro de la pareja no reacciona
de la forma esperada.
Gran
parte de la intervención tiene como objetivo el análisis detenido de los sentimientos
que se ocultan bajo los conflictos de la pareja. El análisis o exploración transmite
el mensaje de que hay que escuchar a cada miembro de la pareja, al que el terapeuta
no va a culpar, atacar ni avergonzar. Esto proporciona también un modelo de sintonía
empática hasta que la pareja sepa proporcionarse mutuamente este tipo de experiencias
(SHADDOCK, 2000; SOLOMON, 1989). Se insiste en trabajar con las decepciones
percibidas del auto-objeto actuales, además de con las antiguas. Sin embargo,
también se trabaja en ayudar a la pareja a aprender a tolerar una relación compuesta
tanto de éxitos como de fracasos en la función del auto-objeto. Además, es posible
que las personas necesiten analizar sus antiguos deseos fusionales cuyo origen está
en la experiencia de la madre en la infancia. Estas fuertes nostalgias
reaparecen en el estado de “enamoramiento” y durante la unión sexual, pero no
se pueden mantener de forma continua en la relación adulta.
La
inmersión empática en la experiencia de cada miembro de la pareja contribuye a contener
la ansiedad, al tiempo que ayuda a la pareja a hacer suyos e integrar sus respectivos
sentimientos. Esto se logra en gran medida mediante la traducción de la conducta
de inculpación y ataque en mensajes significativos sobre las necesidades y los temores
presentes en la relación. El terapeuta sugiere que acepten los sentimientos,
en lugar de culpar o atacar al otro. Desacelera el proceso y hace preguntas
del tipo: “lo ocurrido es doloroso, ¿qué soléis hacer cuando os parece
demasiado difícil de tolerar?” o “¿cuáles son los sentimientos que
afloran con lo que tu compañero acaba de decir?, ¿cómo te proteges de
unos sentimientos tan dolorosos?” (SOLOMON, 1989). El objetivo es ayudar a
la pareja a participar en la auto-observación cuando se producen el agravio, el
enfado o la humillación, en vez de proyectar la culpa en el otro o, ante las
diferencias, mostrar curiosidad antes que enfado (SHADDOCK, 2000). Las
diferencias suscitan profundos temores de destrucción (es posible que
tus diferencias me absorban) o de abandono (es posible que finalmente no
tengamos ninguna conexión).
En
los modelos interaccionales y de la psicología del self, se ayuda a
los miembros de la pareja a conseguir un equilibrio entre la receptividad y
la reactividad (LIVINGSTON,
2001). La receptividad es un modo de escuchar
desde una postura empática con la experiencia del otro. Pero para hacerlo,
uno ha de ser capaz de descentrarse de sus propias reacciones emocionales.
La reactividad es un modo de escuchar desde la propia perspectiva emocional
(BACAL, 1998). Por ejemplo, si los miembros de la pareja se permiten mutuamente
expresar el enfado sin reaccionar también con enojo, existe la posibilidad de
afrontar con éxito ese enfado, en vez de agudizarlo. En algún caso, puede ayudar
a la terapia asignar una tarea a la pareja, por ejemplo, un ejercicio de
escucha activa para crear experiencias empáticas, o estimular la afirmación
de uno mismo pidiendo a los miembros de la pareja que definan el tipo de
relación que quieren. Por ejemplo: “Me gustaría ver si realmente puedes
conseguir que ella entienda lo que tú quieres de ella”.
En
resumen, el factor curativo fundamental es la investigación y legitimación de
la vulnerabilidad subyacente del yo de cada uno de los miembros de la pareja
(LIVINGSTON, 1998). Lo que diferencia a la psicología del self de otros
enfoques analíticos es la atención primordial a la inmersión empática. El
conflicto no se evita, sino que se analiza y entiende como una fractura en el
vínculo empático de la pareja. La psicología del self intenta
reforzar la regulación del afecto, la contención, la autocohesión y la
intimidad (LIVINGSTON, 2001). Cuando la pareja se siente profundamente
comprendida en su vulnerabilidad, puede empezar a desarrollar una conexión
entre ellos mucho más sólida.
En
esencia, el terapeuta debe (GOLDSTEIN, 1997, págs. 75-76.):
1)
Conectar
con la experiencia subjetiva de los dos
2)
Reconocer
sus necesidades de auto-objeto individuales y a veces conflictivas
3)
Funcionar
como un auto-objeto
4)
Comentar
empáticamente y relacionar las necesidades que se ocultan en las inter-acciones
disfuncionales y en los patrones defensivos
5)
Interpretar
la conexión entre el pasado y el presente
6)
Contener
la conducta destructiva
7)
Y
para ello fijar unos límites y aportar una estructura
La teoría del apego y la terapia de pareja
La
teoría del apego utiliza unos mecanismos explicativos un tanto diferentes. No obstante,
se solapa considerablemente con los planteamientos de la psicología del self
e interaccionales, en lo que se refiere a su forma de explicar las causas
ocultas de las dificultades de la pareja. Tanto la teoría interaccional y de la
psicología del self como la que se basa en el apego se preocupan ante
todo de cómo se utilizan la protesta, el enfado y el retraimiento como
maniobras defensivas para proteger un temor o una vulnerabilidad subyacentes en
el sistema de la pareja.
John
BOWLBY (1958; 1973) desarrolló el marco del apego para explicar cómo las personas
establecen vínculos emocionales con otras figuras importantes y cómo trastornos
psicológicos como la depresión y la ansiedad van unidos a la alteración de esos
vínculos. BOWLBY demuestra que el apego proporciona mecanismos de seguridad y protección
al niño en desarrollo y que la separación y la pérdida perturban esta “base segura”
o “refugio seguro”, generando la protesta y el enfado, la depresión, la
renuncia y el distanciamiento. El apego ayuda a regular la proximidad a los
cuidadores, lo cual posibilita la exploración del entorno (la base
segura), mientras que en momentos de enfermedad, fatiga o estrés
constituye un refugio seguro (el refugio seguro). La perturbación del
apego genera sentimientos primitivos y de mucha fuerza.
La
teoría del apego asume que esas primeras experiencias se organizan
interiormente en un “modelo de trabajo” (BOWLBY, 1973) de las
relaciones que se convierten en los cimientos de la posterior personalidad
adulta. Entre estos modelos de trabajo están formados por una compleja red de
sentimientos, de representaciones cognitivas y de conducta en las relaciones,
en esencia, un mapa del yo y de su relación con los demás.
Las
personas inconscientemente usan el modelo para predecir y comprender las relaciones
actuales y darles sentido.
Las
buenas experiencias de apego de la infancia se traducen en un sentimiento de seguridad,
confianza y protección. La función es la misma en el adulto: la formación de vínculos
duraderos con unas pocas personas importantes con las que se puede contar para
la protección psicológica, la reafirmación y la recuperación del equilibrio,
todo lo cual lleva a un patrón seguro de apego (SABLE, 2000; JOHNSON, 2002).
Las experiencias de apego deficientes generan unos patrones de inseguridad, que
se asocian con una diversidad de alteraciones, como la ansiedad, la depresión,
los trastornos alimentarios y los trastornos de personalidad (SABLE, 2000).
Las estrategias individuales en las relaciones
La
teoría del apego ofrece una forma de conceptualizar las experiencias de apego
del cliente y cómo los efectos de los primeros acontecimientos han influido en
los “modelos
de trabajo” que la persona utiliza en las relaciones (FOSHA,
2000; SABLE, 2000). Las experiencias de apego seguro conducen a creer que las
demás personas son comprensivas y receptivas y uno siempre puede recurrir a ellas
(FONAGY, 2001), mientras que las de apego inseguro llevan a pensar de forma
inconsciente que las personas importantes para uno no están a su alcance ni son
receptivas, sino que lo rechazan, abandonan o maltratan. Además, el niño
aprende a negar cualquier aspecto de esta experiencia que su cuidador no pueda
tolerar, para así mantener el vínculo. Estas experiencias y sentimientos
reprimidos se convierten después en zona prohibida, con lo que se reduce la variedad
de sentimientos en las experiencias relacionales de la edad adulta (FOSHA,
2000).
Las
personas buscan sin darse cuenta una pareja que de algún modo se “ajuste” a su de
trabajo interior o lo tolere, con la esperanza de que se puedan dominar los viejos
patrones. La comprensión de estas estrategias ayuda al terapeuta a formular objetivos
de la terapia para las parejas, de modo que alcancen una posición más equilibrada:
ni demasiado distante, ni tan cercana que favorezca la dependencia mutua.
Louise
y Linda llevaban juntas más o menos un año, pero parecían incapaces de dar el
paso de convivir o de comprometerse con una relación a largo plazo, pese a que
una y otra decían que era eso lo que deseaban. Este estancamiento las llevó a
iniciar una terapia de pareja. Al principio de la relación, a Linda le atraía
la espontaneidad de Louise y su facilidad para expresar y comprender su propia
vida emocional. A Louise, a su vez, le atraía de Linda su planteamiento reflexivo
y cuidadoso de la vida y su capacidad de planificar, invertir y ahorrar para el
futuro. Compartían además muchos intereses y disfrutaban plenamente de sus
momentos de ocio juntas. Sin embargo, Linda se mostraba extremadamente cauta,
porque había salido gravemente dolida de una relación anterior y no estaba
segura de su capacidad de defenderse sola en una relación a tiempo completo, en
especial con alguien de sentimientos tan definidos como Louise. Pese al elevado
nivel de su competencia en el ámbito público, con un buen trabajo, una casa de
su propiedad, e inversiones para el futuro, era muy vulnerable a nivel
emocional. Necesitaba un amplio espacio de tranquilidad para recuperarse del
estar con otras personas, Louise incluida.
Linda
era hija única, su madre era muy invasiva y quería controlar la mayor parte de
los aspectos de la vida de la hija. Su padre dedicaba muchas horas al trabajo y
pasaba poco tiempo en casa, de ahí que Linda no pudiera recurrir a otra fuente
de protección o apoyo. Estar con su madre equivalía a hacer lo que ésta quería
que ella hiciera. La mujer empleaba en su hija toda su energía, el éxito de Linda
en los estudios y los deportes era fundamental para la autoestima de su madre.
Linda la quería, pero le resultaba imposible defenderse de ella o establecer su
propio sentido de identidad. Para afrontar tal situación se fue haciendo cada
vez más reservada y emocionalmente cerrada ante su madre.
Por
otro lado, Louise había vivido la experiencia del abandono por parte de su
madre y de su padre. Ambos se desentendieron de ella y a los 15 años la dejaron
en un piso con su hermano y una niñera, de modo que sus padres pudieron irse a
vivir con otras parejas. Sentía pánico siempre que Linda se distanciaba y,
cuando intentaba salvar esa brecha, a Linda le aterraba que Louise fuera a depender
tanto de ella.
Con
un poco de trabajo, esta dinámica salió a la luz, gracias a ello Louise y Linda
pudieron tomar decisiones más conscientes sobre cómo iban a abordar sus miedos
a estar juntas en una relación. Louise empezó a comprender la necesidad de
Linda de tranquilidad y privacidad, una necesidad que ya no interpretaba como
un rechazo hacia ella. A su vez, Linda consiguió aproximarse más a Louise cuando
se dio cuenta de que ésta no la manipularía para que hiciera las cosas a su
manera, como había hecho su madre. Merece la pena señalar que desde fuera
parecía que se llevaban perfectamente, una pareja con unas buenas habilidades
de comunicación entre ellas, que se entendían muy bien y afirmaban sin dudarlo
que querían dar un paso más en su relación. En el ámbito consciente, no había
nada que obstaculizara el avance de la relación. Pero en el inconsciente, cada
una estaba creando un ciclo de interacción que hacía que afloraran los mayores
miedos de la otra, de modo que eran incapaces de crear la relación segura que
las dos necesitaban para conseguir un apego más sólido, para confiar a un nivel
más profundo y para dar el paso definitivo hacia el compromiso.
Este
caso ilustra a su vez el proceso de trabajo con una pareja del mismo sexo y su deseo
de intimidad y de relación duradera y comprometida. Una cuestión común de las
parejas del mismo sexo tiene que ver con la similitud entre los miembros y las
consiguientes características de exceso de familiaridad, tedio y falta de pasión
sexual. Una forma de contrarrestarlo es comprometerse con alguien muy diferente,
sea en lo que se refiere a la personalidad (como en el ejemplo anterior), a la raza,
la cultura o la clase social.
La competencia narrativa y la función reflectiva
La
terapia de pareja ayuda a los clientes a recuperar recuerdos y expresar
sentimientos que se reprimieron en relaciones anteriores. Esto, a su vez,
les ayuda a crear una narrativa más coherente o una visión unificada de sí
mismos: una “historia” sobre el yo (HOLMES, 2001; SABLE, 2000). La terapia
también ofrece una relación de aceptación que
pueda comprender las experiencias para que los clientes
puedan cambiar sus representaciones interiores, de modo que aumente su
capacidad de establecer unas relaciones de mayor apoyo mutuo (SABLE, 2000). En efecto, la
capacidad de construir una narrativa coherente sobre uno mismo y sus
dificultades va directamente unida a un apego seguro y a la
capacidad de reciprocidad en la relación.
La
terapia de pareja también estimula la capacidad conocida como función
reflectiva o mentalización (FONAGY, 2001).
La función reflectiva es la capacidad de reflexionar sobre los estados
mentales propios y de los demás; guarda una estrecha relación con el apego seguro
y la salud psicológica. Del mismo modo, el terapeuta tiene una “mente pensante”
que utiliza para reflexionar sobre lo que pueda estar pasando por la mente de
cada uno de los miembros de la pareja y ponerle palabras (FONAGY, 2001; HOLMES,
2001).
En
las relaciones de pareja, a menudo la necesidad de tener un lugar en la
mente del otro es lo que está en la base de muchos conflictos relativos a
cosas prácticas, como el tiempo que se pasa juntos. Por
ejemplo:Gavin y Kirsten han alcanzado un compromiso mutuamente aceptable, por
el que Kirsten dedica tiempo a fiestas y grandes reuniones
sociales, algo que no divierte a Gavin. Sin embargo, a éste le es difícil
relajarse cuando Kirsten no está, en especial si llega tarde por la noche, algo
que le provoca insomnio y ansiedad. El terapeuta de Gavin le ha
hecho una interpretación: “Cuando Kirsten llega a casa ya de
madrugada y no te ha dicho a qué hora iba a volver, te da la impresión que no
te tiene en cuenta ni piensa en tus necesidades. ¿Es posible que
se parezca de algún modo a la relación con tu madre, siempre
sobrecargada de trabajo y sin poder dedicarte toda la atención que pedías?” La
reacción de Gavin a esta interpretación fue de cierto
alivio, pues el terapeuta había entendido el problema de fondo y supo
utilizarlo para explicar a Kirsten lo que en su opinión ocurría.
La relación terapéutica: La base segura y el refugio seguro
La
teoría del apego proporciona explicaciones útiles de cómo funciona la
psicoterapia de pareja. Los terapeutas ofrecen una relación cálida y estable,
unos límites bien definidos y se ocupan de la protesta, la confianza y la
receptividad emocional que ayuda en la regulación del afecto: todos los
elementos de un vínculo de apego seguro (BOWLBY, 1988; HOLMES, 2001;
MALLINCKRODT y cols., 1995). Los clientes pueden interiorizar gradualmente esta
base segura, de modo que ya no sea necesaria la presencia del terapeuta. La
psicoterapia también puede proporcionar un “refugio seguro”: un lugar donde
refugiarse cuando las experiencias emocionales abruman a la pareja.
El “espacio transicional” entre los miembros de la pareja
La
teoría del apego y sus estudios se ocupan tanto del mundo interpersonal como
del intrapsíquico. Se centran en el espacio que media entre el yo y el otro, y
en cómo se representa esto en el mundo interior. En tal “espacio transicional”
(WINNICOTT, 1971) es donde los padres ayudan al niño a dar sentido a sus
experiencias. Por ejemplo, el bebé señala a algo y el padre responde: “Sí,
puedes ver un gato”, o se le da sentido a los balbuceos o emociones del bebé.
Es también el espacio donde lo que el niño significa para la madre o el padre
se manifiesta mediante reacciones, gestos y expresiones faciales.
Hemos
escrito en otras ocasiones sobre este espacio transicional y su importancia en
la relación de pareja (GRANT y CRAWLEY, 2001; CRAWLEY y GRANT, 2001). Como
ocurre
en el espacio de juego entre la madre y el bebé, es donde
coexisten las realidades interiores y exteriores de cada miembro de la pareja,
de manera que pueda haber una reflexión y un diálogo sobre el yo y el otro. En
las parejas con problemas, este espacio transicional se puede achicar
fácilmente. A medida que en la terapia se asimila la experiencia, se modifica
el modelo de trabajo interior de cada miembro de la pareja (ARON, 1986; GRANT y
CRAWLER, 2001). Esto, a su vez, tiene el potencial de transformar la relación,
pues cada uno empieza a percibir al otro de forma distinta, a modificar sus conductas
relacionales y así a ampliar el espacio transicional (GRANT y CRAWLEY, 2001).
La teoría del apego y la relación de pareja
La
teoría del apego ayuda a entender la relación de pareja desde la perspectiva de
los estilos de apego que utiliza cada persona y la interacción sistémica entre
los diferentes estilos. Un modelo muy útil es el que proponen BARTHOLOMEW,
HENDERSON y DUTTON (2001). A partir del análisis que BOWLBY hace de los modelos
de trabajo interiores, estos
autores han generado cuatro patrones de apego prototípicos
de la madurez, unos patrones que se sostienen en dos dimensiones. Modelo
bidimensional y de cuatro categorías del apego adulto (BART
HOLOMEW y cols., 2001):
•
El apego seguro lleva a una visión positiva de uno mismo y del otro. Las
personas seguras saben establecer relaciones estrechas y usar a los demás de
apoyo cuando lo necesitan.
•
El apego preocupado lleva a un modelo positivo del otro, pero a un
modelo negativo del yo, con lo que se genera un estilo de exigencia y
dependencia.
•
El apego temeroso es aquel en que se ve a los demás como indiferentes y
a uno mismo como a alguien que no se hace querer. Se evita la intimidad porque
se espera el rechazo.
•
El apego ausente lleva a las personas a distanciarse de los demás para
mantener una visión positiva de sí mismas. La autosuficiencia compulsiva y el
autocontrol protegen
del
rechazo.
Éstos
son tipos ideales. La mayoría de las personas tienen un estilo predominante,
pero en determinadas circunstancias es posible que recurran a alguna de las
otras estrategias.
En
una relación de pareja sana, cada uno de sus miembros sabe moverse recíprocamente
entre la situación de que el otro dependa de él y la de que él dependa del otro.
Con los estilos de apego inseguro, las personas suelen estar ancladas en una posición,
incapaces de pedir ayuda u ofrecerla en beneficio mutuo.
El amor y los enfoques relacionales
La
teoría del apego se centra en cómo las amenazas al vínculo del apego perturban
la relación de pareja, con lo que hacen que ésta se perciba como insegura, pero
otros teóricos sostienen que, en una relación, la capacidad de asumir
riesgos emocionales es tan importante como la de crear seguridad. Stephen
MITCHELL ha sido un elocuente portavoz a la hora de relacionar con el
psicoanálisis las aproximaciones relacionales, últimamente con su aplicación de
estas interpretaciones a la dinámica de pareja (MITCHELL, 2002). Defiende que
en el centro de muchas dificultades maritales está la lucha de la pareja por
aunar el deseo y el amor. Esta lucha tiene su origen en dos fuerzas opuestas
que anidan en nuestro interior: la lucha por la seguridad y la lucha por
la aventura. MITCHELL (2002) muestra de forma convincente cómo para
hacer que sea seguro el amor lo hacemos predecible. Sin embargo, entonces
sentimos que nuestra relación carece de pasión y de vida. La relación sexual es
fundamental en esta lucha: “Lo que hace que el deseo intenso, sexual o de
cualquier otra índole, sea tan peligroso es que conlleva la añoranza de algo
importante de alguien exclusivo a quien hemos dejado que se convierta en
especial. Es la especificidad del otro lo que lleva al riesgo, el encanto de otro
sujeto fuera de nuestro control que origina una vulnerabilidad tan intensa” (MITCHELL,
2002, págs. 86-87). Así pues, para proteger nuestra vulnerabilidad, buscamos
controlar el objeto del amor, al que intentamos volver previsible y digno de
confianza. Al satisfacer nuestras acuciantes necesidades de un apego
seguro con nuestra pareja, nos inclinamos a renunciar al riesgo y la novedad:
la esencia del erotismo. Sin embargo, trasladar nuestros deseos en
conflicto a la persona de la que dependemos puede ser mucho más
arriesgado que fantasear sobre los demás o, sin duda, expresar nuestras
fantasías a otros de quienes no depende nuestra seguridad emocional.
MITCHELL
afirma que el desvanecimiento con el tiempo del amor romántico tiene menos que
ver con la familiaridad que con el riesgo de permitir la “idealización apasionada
del momento” (pág. 114) en la relación de la que se depende para la seguridad.
Este riesgo de conservar el deseo por alguien tan importante es lo que se siente
como más peligroso en la vida emocional de pareja. Sin embargo, mantener
vivo el erotismo depende de la capacidad de disfrutar de vez en cuando de lo
mejor que haya en el otro.
El
deseo busca experiencias de aventura y rendición, mientras que el amor ansía la
continuidad y la estabilidad.
“En el amor buscamos puntos de apego, de anclaje, alguien
en quien sepamos que podemos confiar. En el deseo vamos en busca
tanto de lo que carecemos y renegamos como de lo que está más allá de nosotros
mismos, fuera de los límites del autorreconocimiento que, en circunstancias
normales, protegemos con tanta fiereza” (MITCHELL, 2002, pág. 92).
MITCHELL
también aclara la conexión entre la agresividad y el deseo. La agresividad
no se debe evitar, sino contener junto al amor. Al igual que DICKS (1967),
considera que en las relaciones duraderas el odio y el amor están
inevitablemente entretejidos. En efecto, la capacidad de mantener una relación
amorosa a lo largo del tiempo exige que la pareja sobreviva al odio y lo
repare. Tanto la dependencia como la agresividad son necesarias para la
pasión romántica, ésta “necesita espacio para que respire la agresividad”
en su interior (MITCHELL, 2002, pág. 14). Sin embargo, la agresividad se puede
utilizar también para mantener las cosas estables y predecibles. Por ejemplo,
el continuo desprecio hacia el otro puede ser una forma de tratar de mantener
el control sobre el objeto del amor.
Las
ideas de MITCHELL sobre el amor, el deseo y la agresividad en las relaciones duraderas
nos ayudan a entender algunas de las aportaciones inconscientes a las dificultades
habituales que se exponen en la terapia de pareja. En particular, el autor explica
con claridad cómo en nuestras principales relaciones, al convertir a la otra
persona en alguien seguro y previsible, apagamos el deseo. “Ésta es la
razón de que, en muchas parejas, con el tiempo el sexo se convierte en algo
rutinario y tedioso. No es que la familiaridad favorezca la falta de
interés, sino que, a medida que se agudizan las dependencias mutuas y que las
vidas compartidas se entrelazan de forma más compleja, la pasión sexual, con
todos los riesgos que la acompañan, se hace cada vez más peligrosa” (págs.
191-192).
Conclusión
El
enfoque interaccional y de la psicología del self ofrecen una estimable interpretación
de las necesidades tempranas que en gran medida, sostienen el conflicto que
surge en las parejas. Los conceptos de experiencias de auto-objeto,
transferencias de auto-objeto y vulnerabilidad narcisista, forman un mapa claro
con el que el terapeuta puede comprender más y mejor parte de la dinámica que
se esconde bajo la superficie del conflicto de la pareja. Las técnicas de
inmersión empática, investigación minuciosa y legitimación de la vulnerabilidad
subyacente del yo de cada miembro de la pareja y el reforzamiento de la
regulación del afecto, son las intervenciones fundamentales en la terapia de
ayuda a las parejas con problemas. Son unas técnicas muy similares a las que se
utilizan en la Terapia de Pareja Centrada en las Emociones (TPCE), aunque
los mecanismos ocultos del cambio en que se asientan son un tanto
distintos.
La
psicología del self a su vez, ofrece una explicación mucho más
completa y una mejor interpretación evolutiva de por qué aparecen los
problemas y el conflicto.
La
teoría del apego añade una dimensión importante a la psicodinámica de las relaciones
de pareja. Ayuda a comprender mejor los orígenes evolutivos de la conducta de
apego, las estrategias que utilizan las personas en las relaciones y la
importancia de desarrollar la función reflectiva en la pareja. Una vez más, y
pese a que algunos mecanismos explicativos son diferentes en cierto sentido, el
solapamiento entre la teoría del apego y la psicología del self es
considerable, en lo que se refiere a la comprensión de los procesos que
conducen a los problemas en la pareja.
Referencias
Crawley, J., & Grant, J. (2008). Terapia de
pareja. El yo en la relación. Morata.
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