La teoría de las
relaciones objetales y la terapia de pareja
Henry DICKS (1967) fue uno de los autores más influyentes en la
terapia de pareja. Psicoanalista, aplicó la teoría de las relaciones objetales
de FAIRBAIRN (1952; 1963) a la relación de pareja. Su libro Marital Tensions
está basado en su trabajo en la Tavistock Clinic de Londres
en las décadas de 1950 y 1960, predominantemente con parejas de clase obrera.
DICKS propone tres subsistemas que intervienen en la elección
marital:
1)
aspectos públicos como la clase social, la etnicidad y la
educación;
2)
los egos básicos, que se centran en aspectos como las normas y
decisiones personales, las expectativas conscientes, los valores y las
actitudes; y
3)
el ajuste inconsciente entre la pareja, que acentúa las complementariedades
inconscientes entre los dos miembros.
El autor manifiesta que es difícil que los matrimonios puedan
sobrevivir si existen diferencias importantes en dos o más de estos
subsistemas.
Las relaciones objetales internas
Una piedra angular de la teoría de las parejas de relaciones
objetales es el desarrollo de unas relaciones objetales internas, de
gran importancia en los vínculos inconscientes de la pareja. Éstas indican que todos
tenemos expectativas sobre la forma de relacionarse con las demás basadas en
nuestras experiencias pasadas. Las primeras relaciones con los padres,
hermanos, abuelos y profesores dejan su sello en forma de objetos internos:
representaciones mentales de los demás y de nosotros mismos (DICKS, 1967;
DONOVAN, 2003; SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992). El término “objetal” es
un tanto desafortunado, pero quiere transmitir la idea de que la otra
persona es receptora de las necesidades, los conflictos y los deseos
inconscientes que se le dirigen (RUSZCZYNSKI, 1993). De esta forma, la
idea de objeto deja claro que la experiencia de otro no es simplemente
interpersonal, sino que tiene también una dimensión intrapsíquica. Estas
imágenes suelen ser no conscientes, aun así dirigen nuestras expectativas,
reacciones y conducta hacia los demás, en particular en las relaciones íntimas.
Por ejemplo, si nuestros padres albergaron grandes expectativas en el campo
académico y en el social, y fueron personas muy severas, podemos esperar que
nuestra pareja sea crítica ante actuaciones que no sean del todo perfectas, y
que pueda juzgar nuestros errores también con severidad. También cabe esperar
que el amor solo sea posible si va acompañado de logros en el ámbito laboral o
social. Es decir, nuestro objeto interno sería el de un progenitor severo y
crítico y nos llevaría a desarrollar expectativas tanto sobre los demás como
sobre nosotros mismos.
Cuando existe excesiva ira, ansiedad o culpa, el niño reprime la
relación objetal hacia el inconsciente (DICKS, 1967). Esta relación objetal
incluye un afecto, un objeto (otra persona o parte de otra persona) y una
autorrepresentación. FAIRBAIRN (1952) señala que el niño reprime las relaciones objetales libidinosas, basadas en
experiencias sexuales o amorosas frustrantes, y las relaciones objetales antilibidinosas, las basadas en
experiencias peligrosas, de rechazo y de abandono con objetos importantes.
Actualmente, los autores suelen referirse a ellas como las partes libidinales
y antilibidinales del yo y de los objetos (SCHARFF y SCHARFF, 1998).
Los niños reprimen estas relaciones de objeto porque son demasiado
agobiantes para poder integrarlas en el yo consciente. Por ejemplo, un niño
como Don, siente cólera (un afecto) ante el rechazo y la actitud crítica de su
padre (un objeto); y porque se le obliga a sentirse como una persona débil y
que no se hace querer (autorrepresentación). Pero esta experiencia de rechazo
es demasiado difícil de resistir, por lo que la reprime y piensa en sus padres
como unos padres normales que hicieron cuanto pudieron.
DICKS (1967) sostiene que los objetos reprimidos o las experiencias
de relación objetal emergen de nuevo en la relación de pareja, en el
momento en que cada uno de sus miembros intenta conseguir que el otro
satisfaga las necesidades reprimidas por las experiencias de la infancia.
Cuando el marido experimenta el malestar de esposa por su continua
impuntualidad, vuelve a verse como alguien débil e indigno de ser querido y sus
reacciones consisten en arremeter contra ella o retraerse. Es como si su
esposa se convirtiera en su despectivo padre que la abandona. Esta
relación de objeto roto sigue cargada de energía psíquica, porque nunca
se ha analizado lo suficiente para que forme parte del yo consciente.
Como ocurre con la mayoría de las experiencias de relación objetal reprimida,
trata de abrirse paso para expresar la furia que implica. Una vez que arranca
este proceso, el marido se siente incapaz hasta de disculparse por llegar
tarde, o de atender a las angustiadas razones de su mujer; en ese
momento, ella es el padre despectivo que le hace sentir débil e indigno
de ser querido.
Una de las razones de la utilidad de este marco teórico es que
empieza por explicar parte de la gran intensidad del conflicto grave de pareja.
Para usar un ejemplo de la parte libidinosa o más apasionada del yo, no solo
luchamos por conseguir la atención sexual amorosa y tierna hoy, sino que
inconscientemente también intentamos conseguir que nuestra pareja nos preste el
cariño del que nuestro distante padre nos privó, lucharemos con una ansiedad
angustiosa que tiene su origen en el miedo que, de niños, teníamos al abandono.
Como terapeutas, a menudo comentamos con las parejas que las experiencias
pasadas echan más leña al fuego, de manera que lo que pudiera haber sido una
pequeña fogata fácil de apagar se convierte en un infierno. No es que todo
esté en el pasado, también hay realidades en la relación actual, pero la
intensidad de los sentimientos será muy superior si el pasado es el que
alimenta la experiencia actual de la relación. A través de los procesos
inconscientes de transferencia, proyección, estrés y lucha por el poder,
tendemos a reproducir en nuestras relaciones nuestro mundo interior y nuestras
relaciones más íntimas adquieren mayor energía al experimentar de nuevo esa
dinámica. De ahí que las personas que son capaces de ser razonables y
permanecer tranquilas en otras circunstancias, se pueden encontrar con que en
sus relaciones más estrechas reaccionan, de manera repetitiva, con respuestas
emocionales exageradas (DONOVAN, 2003).
El ajuste marital y la elección de pareja
Cuando DICKS (1967) habla del ajuste marital, lo que más le
interesa es el subsistema que tiene que ver con las complementariedades
inconscientes de los dos miembros de la pareja. A partir de la idea de
relaciones objetales interiores, formula tres refinadas hipótesis sobre cuándo
es más probable que se produzca el conflicto de pareja:
1. Cuando se elige a la pareja porque es como un progenitor cariñoso,
pero luego no se corresponde con el idealizado rol parental por el que se la
seleccionó y provoca comparaciones injustas.
2. Cuando una persona se casa con otra porque parece que es todo lo
contrario de un progenitor decepcionante, para luego descubrir que se rige por
una dinámica similar.
3. Cuando la persona ve en su pareja la parte reprimida o repudiada
de sí misma.
Aunque pueda haberla elegido para que complemente su personalidad,
las cualidades de su pareja que la atrajeron son las que en el yo no están
reconocidas, por lo que sólo puede ocurrir que también se desacrediten en la
otra persona.
A partir de estos principios, DICKS pasa a estudiar las relaciones
de objeto inconscientes que provocan un conflicto en la pareja. La idea de ajuste
marital inconsciente —la de que cada miembro de la pareja escoge
al otro para que se ajuste a su mundo interior inconsciente— sigue siendo
un concepto importante para entender la dinámica de la pareja (BALINT, 1993;
FISHER, 1999; LYONS, 1993; RUSZCZYNSKI, 1993)v.
Parte de este ajuste marital inconsciente tiene que ver con la pareja
parental interiorizada —es decir, la imagen interiorizada, en parte
consciente y en parte inconsciente, de la relación de los propios padres—
(FISHER, 1999; SCHARFF y SCHARFF, 1991). Tanto si se busca emular esa relación
como si se pretende evitar recrearla, la pareja parental interiorizada forma
la base de decididas expectativas sobre cómo deben acoplarse mutuamente los
miembros de la pareja.
La elección de las parejas es tanto consciente como inconsciente. Las previsiones
conscientes sobre la relación a veces tienen que ver con nuestra necesidad
inconsciente de una segunda oportunidad para resolver dificultades que antes no
pudimos solucionar; otras veces, parece que tengan más que ver con encontrar a
alguien en quien podamos proyectar —y luego, en quien podamos identificar— los
aspectos rechazados de nosotros mismos (GRANT y CRAWLEY, 2002).
La intimidad
La intimidad implica dotar a la otra persona de un mundo
representacional idealizado.
Pero al mismo tiempo, se le adjudican las partes negativas del
mundo representacional interior. Dado que los primeros objetos se tuvieron por
mágicos y todopoderosos, este poder se transfiere al objeto nuevo (SIEGEL,
1992). De este modo, se le concede al compañero el poder de regular la
seguridad, la autoestima y otras funciones interiores, además del poder de
rechazar y abandonar. La inversión psíquica en el otro ayuda a explicar la
dependencia y la regresión que nacen de la intimidad. La experiencia de
dependencia en una relación de pareja a menudo activa fuertes reacciones
relacionadas con experiencias de dependencia anteriores. El miedo a quedar
aislado, abandonado o permanentemente controlado puede generar unos ataques
autoprotectores en la relación.
Se esperará del compañero que aporte recursos cariñosos que tal
vez en el pasado no se le proporcionaron. La capacidad de alcanzar una
auténtica intimidad se consigue cuando en las anteriores experiencias
interiorizadas hubo la suficiente receptividad y comprensión para que se dieran
la confianza y la intimidad (SIEGEL, 1992).
La intimidad en la pareja requiere que uno sea capaz de depender
del otro y de que éste dependa de uno. La incapacidad de depender crea tantos
problemas como la
dependencia excesiva. La intimidad exige una individuación
relacional, que es la capacidad de estar lo suficientemente unido a los
demás para asignarles importantes funciones psicológicas, pero sin dejar de ser
un individuo que sabe fijarse unas metas y asumir responsabilidades por sí
mismo (SIEGEL, 1992). En cualquier relación de pareja, siempre hay una
tensión entre la independencia y la dependencia. Mantener una estrecha unión
sin dejar de seguir los propios planes de evolución personal es un equilibrio
al que hay que atender de forma recurrente a lo largo de una relación. Al igual
que la dependencia, la intimidad plantea cuestiones de autoestima, confianza,
responsabilidad,control, autonomía y autoafirmación.
La identificación proyectiva
La identificación proyectiva es fundamental en todos los enfoques
de relaciones objetales de la terapia de pareja (RUSZCZYNSKI, 1993; SCHARFF y
SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992). Va más allá que la transferencia y se considera
un proceso básico en el conflicto de pareja. La
identificación proyectiva es un proceso
inconsciente que implica una proyección individual de parte de uno mismo en la
otra persona y para después inducirle a comportarse en consecuencia con la
proyección realizada (SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992; SOLOMON, 1989). Esta
parte puede ser buena o mala (enojada, hostil, persecutoria o despreciable). La
persona receptora se identifica con algún aspecto de la proyección y se ve
empujada a comportarse de acuerdo con él. Pero la persona que
proyecta también puede empezar a identificarse con lo que ha
proyectado, que puede ser una parte de sí misma o un aspecto de un objeto;
por ejemplo, la proyección puede ser una autorrepresentación, como la de un niño
necesitado y débil, o una parte de un objeto parental, como la de una madre
arisca y dominante (FISHER, 1999; SCHARFF y SCHARFF, 1991). En estos
procesos, los miembros de la pareja se cambian mutuamente. Y más aún, las
parejas normalmente participan de identificaciones proyectivas mutuas, de modo
que éstas van en ambos sentidos (SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992).
Para
esclarecer este mecanismo un tanto complicado, veamos un ejemplo:
Amanda es una persona de 40 años, insegura y con una autoestima
baja. Creció en una familia donde no se le prestaba ninguna atención, debido a
la estrecha unión entre su hermana mayor y su madre. Ésta era una persona
siempre abstraída en sus cosas, el padre no pasaba mucho tiempo en casa, por lo
que Amanda creció sin mucho cariño y apoyo. Se casó con Alex a los veintitantos,
en parte porque éste era una persona segura de sí misma y parecía tener claro
cuál era su meta en la vida. Hoy, Amanda piensa que Alex es dominante y no
atiende a su necesidad de aliento y retroalimentación positiva. Proyecta en
él la desatención de su madre y luego suplica cada vez más que se la convenza
de su valía personal y sus capacidades. La petición constante de aliento y
ánimo exaspera a Alex y lo lleva a alejarse de Amanda, y a decirle que quiere
que sea más independiente.
Alex, atareado en labrarse una carrera profesional, en parte se
identifica con la madre, que quería que su hija fuera independiente para ella
poder seguir con su vida y acusa a Amanda de ser una persona “necesitada”. Así,
ella siente la misma soledad y falta de atención que experimentaba de niña.
En un intento desesperado por comprometer a Alex, se enfada y lo acusa de
ser egoísta y distante, y de que no la quiere. La discusión sobre
este tema siempre es acalorada y cuando termina, ambos se preguntan si no
estarían mejor separados.
Es como si lo que uno no puede tolerar o teme mucho de sí mismo se
colocara en el otro, donde es objeto de todos los ataques. Estos procesos
ayudan a explicar el alto grado de reactividad emocional tan frecuente en las
parejas con problemas.
FISHER (1999) destaca
dos tipos de proyecciones:
1) Los aspectos subjetivos de uno mismo como la ira, el
enfado, el sadismo y la manía persecutoria; y
2) Los objetos interiores que consisten en figuras que
habitan el mundo interior, como la pareja parental interiorizada, un padre
maltratador o una madre ensimismada y distante.
Sostiene que lo que empuja a atacar o contraatacar es la
interacción entre estos aspectos subjetivos y los objetos interiorizados de
uno mismo. Este proceso puede conducir a proyecciones y contraproyecciones
más persistentes y malignas, por las que la pareja entra en un círculo vicioso
de ataque y contraataque. Un proceso que puede desembocar en la experiencia
de mutua aversión, bastante común en las parejas que no pueden separarse pero
que siguen unidas en el desprecio o el odio mutuos (FISHER, 1999; SOLOMON,
1989). No se pueden separar porque cada uno arrastra los rasgos inaceptables
del otro y debe mantenerlo cerca para
mantener el control.
Desde la perspectiva de las relaciones objetales, el objetivo
fundamental de la terapia de pareja es ayudar a cada persona a reconocer y
recuperar las partes perdidas que se han proyectado a la otra parte de la
pareja (FISHER, 1999; SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992). Esto
significa que la persona debe resolver el conflicto interiormente y empezar a ver por qué estos
aspectos de sí misma le resultan tan intolerables. Cuando
esto se produce y las proyecciones se reintegran, hay mayor probabilidad
de que la pareja pueda volver a una situación
más equilibrada. En este sentido, el objetivo no es ayudar
a la pareja a resolver el conflicto exterior, sino a que lo afronten
integrando sus proyecciones
(FISHER, 1999). Esto se consigue mediante la interrupción de los ciclos
destructores negativos y la manifestación de una comprensión empática de los
sentimientos y las experiencias de cada miembro de la pareja (SIEGEL,
1992). Los
conflictos
seguirán, como ocurre en todas las parejas, pero lo que cambia es la capacidad
de abordarlos, entenderlos y resolverlos. Una vez que se integran las
proyecciones, deja de existir la amarga intensidad que anteriormente hacía que
el conflicto fuera tan difícil de solucionar.
Lo
ideal es que, cuando la pareja es capaz de reflexionar conjuntamente sobre su
experiencia emocional, en lugar de intentar controlarse mutuamente mediante
indiscretas proyecciones o el abandono emocional, podamos pensar que también
está preparada para prescindir de la terapia. Es de esperar que la pareja haya
llegado a un punto donde sean capaces, en la dinámica de su relación, de dejar
al otro una libertad emocional que o bien convierta la continua presencia
amorosa del otro en un regalo, o bien le permita irse para que pueda iniciar
una nueva relación. (FISHER, 1999, pág. 283.)
La contención y el sostenimiento
Una
idea importante que orienta la práctica es la de contención. Es
un concepto tomado de BION (1967), que lo define como la capacidad de la
madre de asumir la experiencia incontenible que el bebé proyecta sobre ella,
pensar sobre ésta y devolvérsela de forma menos perniciosa. BION piensa que
esto es también lo que el analista hace por su paciente. Es similar a la idea
de sostenimiento
o de ambiente sostenedor de WINNICOTT (1960). Sin
embargo, el ambiente sostenedor se refiere más a la consistencia, la
fiabilidad y la capacidad de respuesta a las necesidades de la actividad
parental. Ambos conceptos son importantes en la terapia de pareja (CRAWLEY,
2007). La pareja necesita tanto del sostenimiento como de la contención.
En
la terapia, el ambiente sostenedor se refiere a la estructura que se le da, en
el sentido de la regularidad de las sesiones, el ritmo de la sesión, los
honorarios, y la actitud de aceptación y no reactiva del terapeuta.
La
terapia proporciona también un contenedor provisional para la pareja, donde se
pueden absorber y comprender las identificaciones proyectivas, en lugar de
representarlas de forma repetida (COLMAN, 1993; SCHARFF y SCHARFF, 1991;
SIEGEL, 1992). Si los dos miembros de la pareja necesitan la contención
continua, se producirá una lucha para ver “quién consigue ser el bebé” (LYONS y
MATTISON, 1993). Sin embargo, uno de los objetivos importantes de la terapia
de pareja es fomentar la capacidad de que la relación de pareja funcione como
un contenedor psicológico para cada uno de los miembros (COLMAN, 1993) hasta
que se pueda recuperar la función de contenedor de la relación marital
(FISHER, 1999).
La contratransferencia
Para
el terapeuta de pareja de relaciones objetales, la terapia consiste ante todo
en comprender el mundo interior de la pareja a través de los mutuos procesos
proyectivos de sus miembros (SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992). El terapeuta
comparte su reflexión con la de la pareja mediante interpretaciones,
explicaciones y una aceptación sin tono sentencioso alguno. Observan
atentamente a la pareja durante varias sesiones, para identificar las fuerzas
inconscientes que alimentan los patrones repetitivos que la mantienen
estancada. Para ello, emplean su propia contratransferencia hacia la
pareja y los patrones individuales como las mejores herramientas para sacar a
la luz estos procesos inconscientes.
SCHARFF
y SCHARFF (1991) han destacado, formulado y detallado este proceso de manera
exhaustiva. Explican cómo observan e interpretan sus propias reacciones, imágenes
y fantasías emocionales ante la pareja como tal y de sus componentes, para comprender
perfectamente la dinámica de la pareja. Prestan atención a cómo ésta trata
al terapeuta y también al impacto que en él produce la interacción de la pareja.
A partir de su propia experiencia personal y profesional con parejas, sus padres,
amigos, relaciones anteriores, relaciones terapéuticas, procuran comprender los
patrones de esta pareja en particular.
Poco
a poco, nos familiarizamos con los aspectos defensivos de estos ciclos
repetitivos. Lo hacemos una y otra vez, abarcando el mismo territorio y
haciendo incursiones en territorio defendido, al que nos es especialmente fácil
acceder en los momentos en que la transferencia de la pareja ha despertado una respuesta
de contratransferencia con la que podemos apreciar su vulnerabilidad. A medida
que se consolida la confianza, podemos ayudar a la pareja a entender y afrontar
la indescriptible ansiedad que se oculta en la defensa. Nuestra ayuda adquiere
la forma de interpretaciones de la resistencia, la defensa y el conflicto, que conceptualizamos
como operantes a través de los sistemas inconscientes de relación objetal que
sostienen y trastornan el matrimonio (SCHARFF y SCHARFF, 1991, pág. 104.)
La sexualidad y la asociación psicosomática
La
mayoría de los terapeutas de pareja psicosomáticos trabajan de forma activa
para comprender la relación sexual de la pareja. WINNICOTT (1960) habla de la asociación psicosomática
de la pareja bebé-madre. SCHARFF y SCHARFF (1991) partiendo del término de
WINNICOTT muestran cómo en la pareja adulta hay también una vinculación psicosomática.
Esta asociación tiene su origen en la relación madre-bebé, donde la proximidad
física y emocional van unidas. Esta relación emocional, física, nutriente y de cariño
tan estrecha se repite después dentro de la relación sexual de la pareja
adulta. La relación sexual es donde la interacción física de la pareja se
asemeja a las relaciones objetales de pareja e individuales interiores.
La asociación psicosomática debe propiciar un “sexo lo
suficientemente bueno”. Es decir, debe expresar la intimidad, contener la frustración,
ser una parte de la relación lo bastante buena para reducir la tensión, al tiempo
que a veces satisfaga las necesidades y fantasías de la pareja. La idea de “suficientemente
buena” es muy útil: no hay necesidad de que sea perfecta ni cumpla todas las
expectativas, pero debe ser una actividad satisfactoria e íntima al menos
durante cierto tiempo.
SCHARF
y SCHARF (1991) sostienen que la relación sexual renueva la energía de la díada,
repara el desgaste natural de la vida corriente y expresa los aspectos amorosos
de los mundos objetales interiores. Cuando es buena, ayuda al mutuo
sostenimiento de la pareja. Pero cuando es problemática, también puede
agigantar los objetos interiores reprimidos, tanto los de rechazo como los de
excitación, pero frustrantes. En este caso, socava la sensación de cariño, de
atención recíproca y de seguridad de la relación. La expresión sexual se guía
más por fuerzas inconscientes que conscientes, por lo que a menudo es un campo
donde es difícil promover el cambio.
SCHARFF
y SCHARFF señalan que una relación sexual difícil normalmente es consecuencia
de problemas de relaciones objetales, y que una asociación sexual
insatisfactoria añade una carga más a la relación, con lo que se crea un ciclo
negativo que se autofortalece.
El drama edípico en la relación de pareja
La
teoría de las relaciones objetales se ha ocupado primordialmente de cómo se interiorizan
las primeras relaciones con los demás para luego reaparecer en la relación de pareja,
pero también se presta atención a cómo los conflictos edípicos posteriores aparecen.
En el mito griego original, los padres de Edipo ordenan a un sirviente matar a su
hijo para salvarse ellos. Éste lo abandona a su suerte (GRIER, 2005). Un pastor
lo encuentra y se apiada de él. Edipo se hace mayor y, siendo aún joven, mata a
su padre, sin saber de quién se trata tal y como había anticipado el oráculo, y
se casa con su madre. FREUD utiliza este mito como imagen para comprender la
pasión que el joven siente por el progenitor del otro sexo y la envidia que el
otro progenitor despierta en él por gozar de una relación sexual exclusiva con
el progenitor adorado. En esencia, el conflicto de Edipo es un problema de
ansiedad y angustia generadas por el triángulo, que para el niño tiene que ver
con el hecho de estar excluido de la pareja parental o demasiado vinculado al
padre o la madre (FISHER, 1999). El mito de Edipo indica lo complicado, y a
veces devastador, que puede resultar pasar de ser dos a ser tres.
Evidentemente,
uno de los principales cambios en la vida de la pareja es el nacimiento de los
hijos. Una vez más, los diferentes tipos de angustia tienen su raíz en la
inclusión y la exclusión. ¿El bebé se llevará todo el cariño de la madre, sin
que quede lo más mínimo para el padre? ¿Habrá que mantenerlo distante para
preservar la relación de pareja?
Cuando
la madre ve que su marido sonríe embobado a su hijita, ¿siente que se le despierta
la envidia? La llegada del hijo se relaciona inconscientemente con las primeras
experiencias de cariño, odio, desengaño y rivalidad con los padres y los
hermanos (FISHER, 1999; GRIER, 2005). El drama de Edipo es una tragedia sobre
este espacio triangular, que obliga a la persona a afrontar la perturbación que
conlleva el hecho de ser excluida de la pareja
parental al tiempo que forma parte de otra pareja que excluye a la otra persona (FISHER, 1999).
Frank tenía cuatro hermanas y era el mayor de los cinco. Siempre
tuvo la sensación de estar
excluido y de pequeño le fue difícil hacer valer sus
intereses. Su padre lo maltrataba físicamente y sólo pensaba en que despuntara
en los deportes. Frank se enamoró de Doris, una chica cariñosa y atenta a
la necesidad que Frank tenía de una relación
estrecha, en la que sentía ser parte de algo. La relación fue sólida hasta la llegada del primer bebé, Jessica. A
Doris le encantaba ser madre y dedicaba gran parte
de su energía a ejercer de tal con su hija. Frank se sentía abatido y marginado
en la familia. No sabía cómo unirse a la
cohesionada díada de la madre y la hija, y no dejaba de sentirse excluido de
esa relación. Tan devastador era ese sentimiento que
estaba pensando en dejar el matrimonio.
Pero, en lugar de un hijo, la tercera parte puede ser una amistad
importante, un interés
intenso, una atención obsesiva al trabajo o una
aventura amorosa. Como si de un hijo simbólico
se tratara, puede ser un peligro para la cercanía, la intimidad y la
exclusividad, y generar envidia, odio y celos
(BALFOUR, 2005; GRIER, 2005). Estas experiencias estarán relacionadas con otras primigenias de rivalidad, amor y
odio con los padres y hermanos. Son unas
experiencias que pueden favorecer el avance de la pareja, o sentirse como una
catástrofe, de modo muy similar a la historia de
Edipo Rey (FISHER, 1999; GRIER, 2005).
Susan y Tony acudieron a la terapia para hacer frente al
desequilibrio que había provocado en la pareja una infidelidad de Tony.
Ésta se produjo en una única ocasión, y no existía ningún apego con aquella mujer. Tony estaba horrorizado por lo que había
hecho y dispuesto a hacer cualquier cosa para
reparar el daño que por su culpa había sufrido la relación de 20 años de
matrimonio, sólida y afectuosa en la que
ninguno de los dos había sido infiel al otro con anterioridad. A Susan le era
extremadamente difícil entender lo ocurrido, y estaba
decidida a abandonar el matrimonio como maniobra
de defensa para evitar sentirse herida de nuevo. Durante unas cuantas sesiones,
se analizó la experiencia que para Susan había
supuesto esa violación del compromiso matrimonial. El terapeuta fue indagando en las experiencias de Susan en su familia de
origen y salió a la luz que ésta tenía otra hermana
menor que ella, la favorita de su madre. Su padre estaba fuera de casa muy a menudo,
de modo que Susan no podía recurrir a él en
busca de otro tipo de relación. De pequeña solía sentirse sola, pensaba que no “sabía hacerse querer” y que nadie
“reparaba en ella”. Aunque se trataba de unas
experiencias difíciles de procesar, ayudaron a Susan a comprender cuán
devastador había sido para ella el engaño de
su marido. Había proyectado en la relación de pareja un vínculo amoroso idealizado, una relación en la que ella era encantadora,
querida y objeto de atención; y la única. La infidelidad
quebró esta imagen y despertó viejos sentimientos de desesperación, odio y
envidia. En la relación de pareja generalmente
se produce también otra dinámica. Tiene que ver con
la sensación de sus miembros de estar apresados entre el miedo al
aislamiento y el miedo al abandono. Es una dinámica cuyo origen está en el proceso de
resolución de la situación edípica: en qué medida es segura la cercanía con el padre o la
madre, y si una proximidad excesiva
puede hacer que éstos le controlen a uno: aislándole o absorbiéndole, si la relación es demasiado cercana. ¿Puede
un progenitor acostumbrarse a moderar
la relación amorosa con el otro? Estas amenazas, cuando están sin resolver, se
repetirán después en la relación de pareja, y en
la consulta pueden producir una gran desesperación
y amenazar con la aniquilación (BALFOUR, 2005).
Gail y Max no se ponen de acuerdo sobre el grado de cercanía o
distanciamiento que deben dar a su relación. A Max le gustaría pasar mucho más tiempo los dos
solos, mientras que a Gail le
entusiasma
que cada uno cuente con sus amigos y tenga sus propias actividades. Gail se
crió en el seno de una familia
aglutinada, donde sus intentos de diferenciarse se miraban con recelo y una atención agobiante.
Lo que para Max es una cercanía suficiente para satisfacer su necesidad de intimidad, a ella le
supone un agobio.
La propia consulta, por supuesto, constituye un espacio
triangular, formado por el
terapeuta y la pareja. Esto puede suscitar fuertes
sentimientos de inclusión, exclusión y envidia
en cada una de las tres personas, también en el terapeuta, a medida que evolucionan las distintas configuraciones de la cercanía,
la intimidad y la comprensión.
Conclusión
La
principal finalidad de un enfoque de relaciones objetales de la terapia de pareja
es ayudar a las parejas a ser conscientes de sus propias imágenes en
conflicto, disminuyendo así la proyección de éstas en el otro. Un supuesto
subyacente en este planteamiento es que la relación de pareja crea las
condiciones para un intenso apego que activa algunas de las buenas y malas
experiencias de la primera infancia. Este sistema terapéutico se
desenvuelve en un espacio de aceptación incondicional, en el que la pareja puede
analizar el conflicto actual y su vinculación con relaciones tempranas conflictivas.
Las principales intervenciones serán:
·
La actitud empática
·
La contención
·
El procesado de las experiencias emocionales
·
La comprensión de las relaciones de objeto inconscientes, a menudo
mediante la contratransfernecia y la interpretación del terapeuta.
Referencia:
Crawley, J., & Grant, J. (2008). Terapia de
pareja. El yo en la relación. Morata.
Comentarios
Publicar un comentario