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TERAPIA DE PAREJA PSICODINÁMICA

 

TERAPIA DE PAREJA PSICODINÁMICA



Ambos llevan al matrimonio una “agenda” para las relaciones: su propia y exclusiva constelación de cosas que añoran, temen u odian, unas que por intuición saben

cómo debe hacerse en una relación, y otras que les parecen difíciles o imposibles.

Inicialmente ambos congenian dado que cada uno alberga un sentimiento esperanzador respecto al otro, un sentimiento que se manifiesta con fuerza. Por ejemplo, en el caso del hombre, la arrogancia y la obsesión por “estar activo” es lo que para él significa ser hombre, marido y padre. Por debajo de esta arrogancia, anida un sentimiento de vulnerabilidad, una inseguridad y un ansia de aceptación y cariño, que no sabe expresar de ninguna manera, en especial, a su pareja cuya opinión sobre él más le importa. Por otro lado, la mujer puede carecer de confianza, dudar de que alguien pueda entenderla o ayudarla con sus sentimientos y ha asumido algunas de las expectativas negativas de su madre por el hecho de ser mujer; a todo ello se suma la obsesión de su marido por el trabajo. A la mujer puede atraerle la seguridad de su pareja en sí mismo, su firmeza, mientras que a éste le puede gustarle de ella su dulzura y su retraimiento. Estas actitudes presagian una proximidad, una intimidad y un cariño que él anhela. Pero al cabo de treinta años, todas aquellas cualidades que en su día los sedujeron pueden ser precisamente el motivo de los desengaños y lamentaciones en su relación.

La relación de ambos, los patrones de interacción que desarrollaron y los supuestos inconscientes e incuestionables sobre ellos como pareja y sobre cada uno en

particular, son producto de sus respectivas trayectorias en la vida y de la idea básica que cada uno tenía de sí mismo, como hombre y como mujer. En este sentido, la terapia de pareja debe considerar tanto la experiencia intrapsíquica como la historia evolutiva de cada miembro de la pareja y también del sistema interpersonal de su relación.

La psicodinámica de la relación de pareja: La teoría de las relaciones objetales

Cada persona aporta a la relación de pareja unas expectativas, deseos, fantasías, conflictos y formas de comportarse particulares. Parte de este material es consciente y moldeable con las intervenciones terapéuticas que desarrollan las habilidades de los miembros de la pareja de escuchar, negociar, comprometerse y “jugar limpio”. Sin embargo, gran parte de lo que genera el conflicto constante en la pareja se encuentra en el ámbito del inconsciente, lleva una pesada carga afectiva, tiene sus orígenes en las relaciones tempranas, y es mucho menos manejable que los intentos conscientes de reestructurar las interacciones de forma positiva.

Mapas conceptuales con los que el terapeuta puede comprender mejor la psicodinámica de la relación de pareja.

·          Teoría de las relaciones objetales aplicada a la terapia de pareja (CLULOW y MATTINSON, 1989; DICKS, 1967; RUSZCZYNSKI, 1993; SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992)

·          Enfoques interpsicológico e interaccional (LIVINGSTON, 2001; SHADDOCK, 2000; SOLOMON, 1989),

·          Los modelos basados en el apego (BOWLBY, 1988; JOHNSON, 1996, 2002)

·          El planteamiento tradicional (MITCHELL, 2002).

De un modo u otro, todos estos modelos destacan aspectos diferentes de la teoría psicoanalítica, pero comparten una serie de principios básicos y fundamentales de cada uno de los sistemas psicoanalíticos. Sin embargo, nosotros nos centraremos en ilustrar

por qué son relevantes para comprender la dinámica de la pareja. Entre los principios

nucleares que aportan para comprender la dinámica de la pareja están el inconsciente dinámico, la transferencia y la forma de manifestarse el estrés y la lucha por el poder en la relación de pareja.

Principios básicos de los enfoques psicodinámicos de la pareja

El inconsciente dinámico

En todos los planteamientos analíticos de la terapia de pareja, el principio básico y de mayor importancia es que la conducta está determinada por motivaciones inconscientes y también conscientes. Siendo las inconscientes las que hay que explorar y entender para poder ayudar a la pareja a alcanzar un equilibrio. Estas motivaciones inconscientes evolucionan a partir de la infancia, cuando el niño en desarrollo se construye un “modelo de trabajo” (BOWLBY, 1988) de las relaciones y de cómo funcionan. Este modelo de trabajo del mundo interior del niño se corresponde con las primeras experiencias que éste tiene de los padres, los hermanos y otros cuidadores, y con la forma en que todos ellos hayan satisfecho o desatendido las necesidades y los deseos del niño. Como dice RUSZCZYNSKI (1993):

La capacidad emocional e intelectual del bebé es muy limitada, de ahí que sea incapaz de aprehender la “realidad” de quienes lo rodean y que tienda a experimentar los sentimientos de forma extrema. Las experiencias “buenas” se idealizan y dan lugar a la fantasía de la omnipotencia y las experiencias “malas” se convierten en aterradoras y persecutorias. Este mundo interno representa una realidad convincente, según la que se interpretan las situaciones externas. Las formas en que el ser humano se relaciona con su entorno y con los otros que lo habitan se caracterizan por estas primeras experiencias ... Sin embargo, quedan residuos de las imágenes más primitivas, que pueden reactivarse a partir de determinadas situaciones, relaciones o sucesos de la vida. Cada relación nueva que se da a lo largo de la vida se experimenta con el telón de fondo de estas imágenes internas, las más “maduras” y también las más primitivas (RUSZCZYNSKI, 1993, págs. 7-8.)

Las relaciones íntimas activan en todos nosotros estas primeras imágenes internas y experiencias. Cuando en un matrimonio se revive este material arcaico, sin que suponga excesiva amenaza al yo adulto o sexual de cada persona, es posible que se traduzca en un crecimiento y un avance. En estos matrimonios, cada uno de sus miembros piensa que el amor del otro lo sostiene con suficiente seguridad (CLEAVELY, 1993). Sin embargo, cuando estas imágenes interiorizadas derivan de unas experiencias negativas de la infancia, por ejemplo, el abandono o el maltrato, es probable que generen una gran dificultad en la relación de pareja. En efecto, las relaciones de pareja abren la oportunidad de empezar a ocuparse de los conflictos no resueltos de estas tempranas experiencias. Inconscientemente, tendemos a repetir la dinámica de las primeras relaciones, una realidad que se debe en parte a que en la actualidad podemos ponernos en contacto con la experiencia vivida y encontrar una forma mejor de abordarla.

También puede haber una presión para que se repita la dinámica en un intento por convertir la relación de pareja en una relación ideal. Cuanto más dañada esté la primera experiencia relacional, más necesitará la relación de pareja albergar esperanzas y deseos, cuyo mantenimiento se hará cada vez más difícil (CLEAVELY, 1993).

La idea del inconsciente dinámico se ha utilizado para destacar la interacción entre la dinámica de la relación actual y la de relaciones pasadas. Existe una activa interacción entre los procesos conscientes e inconscientes. El inconsciente es dinámico en el sentido de que busca manifestarse constantemente, por lo general ante otra persona que pueda satisfacer las necesidades y los deseos reprimidos (RUSZCZYNSKI, 1993). El inconsciente nunca está fijo, sino en un estado de flujo, pues las relaciones nuevas modifican los viejos esquemas y los viejos “modelos de trabajo” influyen en las nuevas relaciones.

La transferencia

La transferencia se puede entender como el proceso por el que el patrón de relación actual de la persona se configura inconscientemente por la experiencia que esa persona haya tenido de relaciones fundamentales en sus primeros años de vida, en especial durante la primera infancia. Algunas de estas primeras experiencias relacionales fueron lo que la persona necesitaba en su momento —unas experiencias “suficientemente buenas”, en expresión memorable de WINNICOTT (1965)— para facilitar un posterior desarrollo emocional. Otras experiencias relacionales no fueron “suficientemente buenas”: fueron decepcionantes o simplemente no existieron, o tal vez resultaron demasiado agobiantes desde la perspectiva del grado de ilusión o frustración que implicaron, para el óptimo desarrollo emocional. Juntas, estas experiencias “suficientemente buenas” y “no suficientemente buenas” sientan la base sobre la que la persona desarrolla su “agenda para la relación” propia e inconsciente, el patrón exclusivamente personal de lo que la persona busca, espera, teme y añora en sus relaciones adultas. Tal patrón se convierte en

la lente subjetiva a través de la que la persona de forma instintiva, e inconsciente, percibe y experimenta y por consiguiente gestiona u organiza su experiencia de las

relaciones. Aquello que la persona inconscientemente espere ver o que ocurra en su relación será a lo que reaccione, con independencia de lo que la otra persona se

proponga. Así ocurre en especial en las relaciones en las que los sentimientos tengan mucha importancia, o en los momentos de incertidumbre, ansiedad o tensión en la relación (GRANT y CRAWLEY, 2002).

Lo habitual es que la transferencia se produzca cuando el cliente reacciona de forma inconsciente al terapeuta de acuerdo con estos patrones establecidos en los primeros años de vida mediante las relaciones con los padres y los hermanos. La transferencia incluye los sentimientos hacia el terapeuta, las expectativas sobre cómo comportarse y lo que el cliente prevé del terapeuta (GRANT y CRAWLEY, 2002). Por ejemplo, es posible que el cliente espere gustar al terapeuta o que éste lo apruebe, que se muestre crítico, que lo comprenda, que lo maltrate, que lo ignore o que lo abandone.

Sin embargo, la transferencia no sólo se produce en las relaciones de terapia. Surge en todas las relaciones: con la pareja, amigos, amantes, jefes y demás, en especial en las relaciones de cierta importancia o intensidad (BALINT, 1993; GRANT y CRAWLEY, 2002).

Sin darnos cuenta, damos por supuesto que los demás reaccionarán con nosotros tal como antes se nos trató, en particular por parte de nuestra madre, padre o hermanos. Y así nos comportamos de acuerdo con tales supuestos (GRANT, 2000). Participar de una relación despierta tantas fantasías y expectativas inconscientes que lo más probable es que la transferencia mutua sea muy intensa. Una transferencia que puede incluir las transferencias idealizantes más positivas, o las experiencias de transferencias más difíciles, hostiles o de rechazo.

Las parejas llevarán a la terapia su “transferencia más centrada” hacia el otro miembro. Pero también llevarán una transferencia contextual compartida (SCHARFF y

SCHARFF, 1991). Ésta se refiere a las esperanzas y los temores comunes respecto a la capacidad del terapeuta de proporcionarles un sostenimiento terapéutico para su relación de pareja.

La ansiedad y la defensa

El papel de la ansiedad y la defensa es esencial para comprender la dinámica evolutiva de la pareja. Todos experimentamos alguna que otra vez impulsos o sentimientos que nos provocan ansiedad. Esta ansiedad, a su vez, genera una defensa o un mecanismo protector. Las defensas ayudan a proteger a la persona de la ansiedad y el conflicto insoportables. Reducen el efecto de una experiencia amenazante, porque la pasan del ámbito consciente al inconsciente (GRANT y CRAWLEY, 2002; JUNI, 1997). De esta forma, las defensas pueden favorecer la autoestima, y proteger a la persona de los impulsos sexuales o agresivos peligrosos, de los sentimientos dolorosos o de temor.

En la relación de pareja, la proyección y la identificación proyectiva, dos mecanismos de defensa, son especialmente importantes. Con la proyección, el yo puede negar rasgos y necesidades como la agresividad, la ambición, la dependencia, la restrictividad y el control o la falta de control y proyectarlos a la pareja (GRANT, 2000; GRANT y CRAWLEY, 2002). Este proceso puede interactuar con la identidad de género (GRANT y PORTER, 1994). Por ejemplo, el varón puede proyectar sus necesidades de dependencia a su pareja femenina y así experimentar a ésta como un ser “necesitado”. Esta defensa permite al varón distanciarse de sus propias necesidades de dependencia y mantener su identidad masculina de un ser autónomo (GRANT, 2000). También los rasgos positivos se pueden proyectar. Por ejemplo, la mujer puede proyectar su calma y sensibilidad a su pareja masculina y así dar por supuesto que será él quien asuma estas cualidades para la pareja. Esto la protege de tener que preocuparse de su propia insensibilidad hacia los demás.

Gran parte de la terapia tiene que ver con ayudar a las parejas a eliminar sus mutuas proyecciones. A veces, éstas son muy intensas y están fuertemente afianzadas. Por ejemplo, si el hombre ha tenido una serie de aventuras, no puede soportar la ansiedad de contemplar el impacto que su conducta ha producido en la relación y, en lugar de hacerlo, acusa continuamente a su pareja de querer abandonar el matrimonio e iniciar relaciones extramatrimoniales. Otra defensa habitual en las relaciones de pareja es utilizar la ira, el control, el alejamiento y el rechazo para defenderse de los sentimientos de tristeza y vulnerabilidad.

Estos sentimientos despiertan la ansiedad que se trata con el uso de las emociones secundarias, aquellas que cubren las emociones primarias que a menudo se reactivan desde la infancia debido a la intensidad de la relación de pareja. Por ejemplo:

Mary y Don son dos jóvenes profesionales con trabajos absorbentes. A Mary le enfurece que Don casi siempre se retrasa en las actividades sociales programadas, o en la cena en casa. Según Don, si llega tarde se debe simplemente a presiones y reuniones importantes del trabajo, que no sabe eludir para cumplir con sus otros compromisos. Piensa que Mary lo controla en exceso y que tiene unas expectativas completamente irracionales. Le gustaría que supiera comprender mejor las muchas exigencias que le impone su vida. Ella, sin embargo, piensa que la impuntualidad no solo es de mala educación, sino un signo claro de que no la respeta ni se preocupa por sus necesidades. Es tanta la cólera que siente cuando él llega tarde, que lo ataca con acusaciones de egoísmo, crueldad deliberada e inmadurez y lo amenaza con romper la relación. Este patrón normalmente se agudiza y agrava y suele terminar con Don marchándose de casa. En la terapia, después de una delicada exploración, se puso de manifiesto que Mary interpretaba la tardanza de Don como un abandono y, cuanto más tarde

llegaba, mayor era su angustia. De pequeña, Mary vivió la experiencia de un abandono emocional extremo por parte de su madre y de su padre, quienes estaban demasiado abstraídos en sus profesiones y su glamurosa vida social como para prestarle mucha atención. A los 15 años, sus padres le pusieron un piso para ella sola, porque pensaban que les generaba demasiados problemas. En esencia, el sentimiento primario de Mary era de tristeza porque se sentía abandonada por Don. Para defenderse de tal sentimiento se encolerizaba con él, una furia que en parte iba dirigida a sus padres. A Don le aterrorizaban las amenazas de Mary de acabar con la relación, porque a él lo habían echado de casa a los 17 años, sin más contemplaciones. Sin embargo, era incapaz de expresar el miedo que Mary le provocaba y en su lugar se protegía alejándose, cosa que a ella le enfurecía aún más.

Referencia

Crawley, J., & Grant, J. (2008). Terapia de pareja. El yo en la relación. Morata.

 Centro de Psicología María Jesús Suárez Duque

C/ Tunte,6 Vecindario (Frente al Centro Comercial Atlántico, a la derecha de la oficina de correos)

Pedir cita: 630723090

https://www.psicologavecindariomariajesus.es/

 

 

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