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¿EN QUÉ CONSISTE EL ACOSO MORAL?

 

¿EN QUÉ CONSISTE EL ACOSO MORAL?

 El acoso moral, término introducido por M.F. Hirigoyen (1998), es un fenómeno que no tiene una fácil definición por tener varias facetas y componentes. Grosso modo puede decirse que se basa fundamentalmente en el menosprecio de otro u otros, siempre mediante tácticas sutiles y difícilmente probables, sobre la víctima (el acosado).

Entre estas facetas se hallan el no atender a las peticiones del otro, no contar con la otra persona como si de algún modo no existiera haciéndola de menos y, como consecuencia, humillándola. También es común el descalificar al otro desde actitudes no del todo manifiestas, como pueden ser las incluidas dentro de la comunicación no verbal (silencios, suspiros).

Quien sufra de acoso moral también será objeto de descréditos demagógicos e infundados. Por supuesto, también se incluyen otros elementos como hacer el vacío o provocar que la persona yerre o fracase en las tareas que tiene que llevar a cabo.

El acoso moral puede producirse en diversos contextos, como, por ejemplo, las relaciones de pareja, las relaciones familiares o las interacciones en el trabajo. La violencia del maltrato psicológico no tiene freno y traspasa todas las instituciones, puesto que siempre hay quien se encuentra como víctima y quien sádicamente se instituye como verdugo.

No sólo hay maltrato psicológico en las parejas, sino que también pueden darse otros en el ámbito familiar; por ejemplo, entre hermanos, de padres hacia hijos y de hijos hacia padres. Se trata de una circunstancia más para neurotizar a las personas y hacer, incluso, que luego sientan auténticos cuadros de depresión, que difieren de los que vienen proporcionados por otras causas.

Este fenómeno no es nuevo. Antiguamente, en Japón denominaban ijimi a una circunstancia en la cual las personas sufrían de novatadas y humillaciones para integrar a individuos aislados en la norma del grupo.

Como ve, el acoso moral es otra de las consecuencias de las virtudes humanas. La que más influye es la envidia. Para Hirigoyen

(1998, 2000) el egocentrismo producido por la envidia lleva a los sujetos que cometen el acoso moral a apropiarse de lo que el otro tiene mediante la destrucción de su identidad. Los sujetos que se dedican a esta deleznable tarea reciben el nombre de perversos narcisistas.

Conceptos afines al acoso moral

Para comenzar con esta sección, ha de decirse que ciertas circunstancias que generan estrés o burnout aunque no son sinónimas de acoso moral, sí pueden ser una característica más que intervenga en el fenómeno. Por ejemplo, si a un niño de 9 años le hacemos que cuide de su hermana pequeña de 3, le estamos sometiendo a un estrés excesivo. Si, además, le hacemos ver que no puede realizar esa tarea se le maltratará psicológicamente dado que le estamos pidiendo una responsabilidad que no puede llevar a cabo. Ahí se ve que los niños parentalizados son claras víctimas del acoso moral.

Un tipo de acoso moral del que hoy se habla mucho es el mobbing o acoso moral en el trabajo. Este concepto fue expuesto por H.

Leyman (1996) también como psicoterror y proviene de la etología animal. El nobel Konrad Lorenz habla, como antecedente de esta circunstancia, de la observación de las conductas que los animales llevan a cabo cuando quieren echar a un intruso del grupo. Esto se ha observado, entre otros, en los estudios con gorriones, mirlos o estorninos que juntándose en grupo atacan a un posible depredador, como puede ser un halcón.

Sin embargo, esto lo lleva Leyman al mundo de la empresa, observando un fenómeno de acoso que se produce sobre una persona que es sometida a menudo a un ambiente hostil, de modo constante y recurrente, sufriendo, como fruto de la repetición, un desgaste continuado en el plano psicológico que le llevará a desarrollar determinados síntomas y síndromes de diversa influencia e importancia en su vida. En este caso, la persona no es una depredadora del grupo, sino que, por alguna circunstancia, es diferente y, por eso, va a verse acosada por el grupo.

Para Hirigoyen (1998) son dos los principales factores que se observan en el mobbing:

• el abuso de poder y

• la manipulación perversa, la cual puede entenderse como un comportamiento que el acosado sufre y que consiste en una

sádica forma de actuar que incluye, por regla general, una retirada de los cauces de la comunicación a la persona acosada,

así como una publicidad demagógica de esa persona ante los demás.

Se trata de aislar a los individuos, de romper todo tipo de comunicación con ellos, y cuando se dice algo –o se comunica no verbalmente con gestos– es para mostrar desprecio y/o agresiones verbales, que pueden llegar incluso a ser físicas, o señalar lo que al entender del acosador/es, la persona hace mal. Aunque esta actitud en ocasiones puede ser descarada, en otras no lo es tanto, de modo que de manera sutil se van metiendo pullas y se trata de, aun con buenos modos, ir colocando comentarios negativos en esa persona; por ejemplo, criticándola por la espalda, por muy constructiva que esta crítica se quiera hacer.

Ésta es una cualidad fundamental del acosador (perverso narcisista), su cobardía para dar la cara, para enfrentarse abiertamente a la persona acosada.

Otra peculiaridad observada en estas actitudes radica en no pasar información al acosado, siendo otro de los procedimientos del mobbing. Por ejemplo, no pasarle recados, no pasarle llamadas, incluso quitarle clientes y, por supuesto, no dar debida advertencia de cuándo se celebran determinadas reuniones o dónde se encuentra una información vital para el puesto que esa persona desempeña. Del mismo modo, puede restringírsele el acceso a algo que necesita para realizar su trabajo (un programa de ordenador, el teléfono de un cliente o el de un compañero...).

Y quizá lo más rastrero e inhumano de toda esta situación es hacer que la víctima se convierta en verdugo, es decir que todo lo que ocurre es por su culpa, porque es incompetente, porque es descuidado...llegando al máximo exponente las mentiras que pueden circular sobre él en la empresa o en el grupo.

Resumiendo, para la autora, son cuatro los principales grupos de actitudes de acoso moral en el trabajo:

• Atentados contra las condiciones de trabajo del acosado, por ejemplo, críticas infundadas o exageradas, cambios en su puesto

de trabajo, negarle el acceso a información importante para su cargo...

• Comunicación cerrada, aislamiento del acosado.

• Atentar contra su dignidad y, además, hacerle ver a él/ella y al grupo que es el culpable de la situación en la que se halla

inmerso. Sería como una racionalización sádica y destructiva contra una persona.

• Violencia física, verbal o sexual (acoso sexual como consecuencia del acoso moral).

 

Y puede que en el grado de acoso en el que se encuentra incluso lo sea, pero por haberse hallado en una circunstancia de constante daño hacia su persona que lo ha llevado a no poder desempeñar fluidamente sus tareas. O no es incompetente en absoluto y se le están haciendo realizar tareas que no son de su competencia. Sería, por tanto, no-competente en (porque no le compete) ese cargo o tarea porque es competente para otra tarea que desempeña con asiduidad

En cuanto a su caracterización, el mobbing puede ser:

• Vertical, es decir, el que proviene de los jefes o directores. Es el más común y el que todos tenemos en la cabeza cuando se

habla de este maltrato psicológico. Este mobbing vertical puede tener varias funciones como, por ejemplo, intentar hacerle la

vida imposible a un empleado, hasta que dimita de su cargo para así ahorrarse los pagos del despido; incluso puede no

haber función estratégica, sino tan sólo satisfacer el sadismo de los que mandan.

Horizontal, es decir, el realizado por iguales, entre colegas, entre empleados. Este tipo de acoso suelen hacerlo los trepas,

personas sin escrúpulo ninguno con tal de ascender en su profesión. Consiste en una competencia desleal en la que, por regla

general, se intenta ir contra el rival que, aunque es más débil, usualmente será más valido y adecuado para el puesto que el

otro intenta usurpar. En este caso con facilidad puede haber un acoso mixto, puesto que los jefes pueden estar al tanto y hacen   nada por evitar esa situación.

Descendente, es decir, el mobbing realizado por subordinados que bien con falsas acusaciones o bien con la coligación del grupo pueden maltratar psicológicamente a un jefe o director. También puede darse la circunstancia de un empleado que se aproveche de la indemnización que tendrían que darle por despedirle, para amargar la vida a sus jefes y hacer las tareas encomendadas sólo por encima, de modo tal que tampoco constituyan una prueba estos hechos (se las arregla el sujeto para ello), en caso de haber una expulsión, conllevaría ventajas sustanciosas.

Hay otros tipos de situaciones que se asemejan al mobbing (Hirigoyen, 2000). Una de ellas es el ijimi anteriormente comentado. Otra es el bullyng término que con una claridad mucho más patente indica una circunstancia en la que algunos desoyen las humillaciones y vejaciones a las que son sometidas algunas personas que residen en colectivos (familia, colegio, ejército, empresas...).

El harassment es un término acuñado por Brodsky en los años 70, que tiene que ver con el hostigamiento que se hace sobre una persona para minarla, ofenderla, en definitiva, dañarla. Se puede entender el harassment como el paso previo al acoso moral. Cuando se detecta esta circunstancia, las cosas sin lugar a dudas ya se han puesto demasiado feas.

Acosando en la intimidad

Por supuesto, otro de los ambientes estrella donde se produce el acoso moral es en la intimidad, fruto de esas paredes que constituyen el hogar de cada uno, ese “hogar, dulce hogar” que, desgraciadamente, para algunos no lo es tanto, sino más bien un foco de conflicto y sufrimiento.

Como todos sabemos, el maltrato dentro de la pareja y la violencia de género son dos temas en boga, en la actualidad. El maltrato psicológico puede tener múltiples formas porque es camaleónico. Se sirve de varios registros distintos para hacerse efectivo. A veces, incluso los terapeutas nos sorprendemos de las formas tan sutiles con las que un miembro de la pareja puede someter a acoso a otro.

Una de las más comunes es la de cortocircuitar la comunicación y hacer lo que le venga en gana al otro, por ejemplo, comprar tal o cual artículo de importancia que impacta en la economía familiar, irse sin comentar nada a una excursión o asunto de trabajo, ausentándose sin explicación alguna...

Una de las herramientas fundamentales, tanto en el acoso como en el maltrato físico, reside en la manipulación económica, circunstancia en la que por lo general es la mujer la víctima (pero no siempre, puesto que el varón también puede sufrirlo). El hombre maneja la circunstancia argumentando: “yo soy el que trae el dinero a esta casa”, “sin mí, no puedes hacer nada”, “yo gano más que tú, así que se hará lo que yo diga”.

Si no hay una independencia económica clara, el dinero y los bienes se instrumentalizan y el otro no puede hacer nada ni comprar

nada; el acosador sí. Es el agravio comparativo del acoso moral. De igual modo, la mujer golpeada, sin una ayuda institucional correcta y competente, no puede salir de ese entorno porque si no hay quien la ayude y apoye económicamente para que al menos haya un lugar adonde ir ¿cómo va a poder salir de esa situación?

Hay quien argumenta que a la mujer maltratada se le ofrece una circunstancia de beneficio secundario, en la cual obtiene algo positivo para ella de ese maltrato, aunque sólo sea satisfacer sus impulsos masoquistas. Para Hirigoyen, esto no es así en absoluto; constituye un injusto reduccionismo psicoanalítico, porque así la víctima se convierte en cómplice. Todo es discutible. Hay situaciones en que la apreciación de la autora es acertada y la víctima no es cómplice, sino que incluso puede sentirse como verdugo por ese mecanismo por el cual el perverso narcisista sugestiona al otro haciéndole pensar que es un monstruo y que lo que se produce es por culpa suya. Además, si observamos la situación podemos ver que la causa económica que acabo de exponer no tiene nada que ver con el masoquismo.

Si esa persona no tiene posibilidades de que le den trabajo o de que la ayuden económicamente, no podrá independizarse y por

tanto ¿Qué solución le queda para salir de esa circunstancia en la que vive?

Desgraciadamente si el estado no pone más medios para evitar esta situación se seguirá sufriendo mucho el maltrato en silencio. Por supuesto, hay hombres y mujeres que se niegan a abandonar la situación porque creen que eso es lo mejor para sus hijos, y prefieren preservar su sufrimiento si a cambio la familia permanece unida, aunque haya maltratos de por medio. Es el modo de vida que algunos prefieren tomar, cuando es bastante cuestionable que sea mejor esto para los hijos que una separación de la pareja.

Sin embargo, por otro lado, me temo que la autora, con la radicalidad de que en el acoso moral no hay un cómplice ni siquiera de modo inconsciente, cae en un cierto grado de feminismo. A menudo sus ejemplos sitúan solamente a la mujer como acosada cuando habla de la violencia psíquica y física en pareja. También, al no ser que el problema venga de la traducción cuando habla de los factores del mobbing en el trabajo, se refiere en femenino a las situaciones: “se hacen circular rumores en torno a ella”, “se le tilda de enferma” o “se le sigue por la calle, se le acecha ante su domicilio” (Hirigoyen, 2000).

Se puede entender de todo esto que ella no quiere ver una secuencia en que la mujer no sólo está siendo acosada sino que además participa activamente de esa situación porque obtiene algo de ello.

Quizá esta sea la cuestión por la cual se posiciona un tanto extremamente en que esto pueda darse.

Para Hirigoyen en los casos de acoso moral no hay masoquismo porque la persona al salir de esa situación se siente aliviada y liberada, sin embargo, no me parece este un buen criterio de diferenciación, puesto que las personas masoquistas, cuando rompen con esa circularidad, también se sienten aliviadas y libres, han descubierto lo que les supone abandonar su beneficio secundario, y han aprendido también a valorarse más a sí mismas y a no pagar altos precios por obtener nimios resultados afectivos. Con ello, se puede concluir que si bien no hay en todos los casos de acoso moral masoquismo, tampoco se puede decir que no lo hay en ninguno.

Dice la autora respecto del masoquismo: ¿cómo se explica que desaparezca una vez que la víctima se ha separado de su agresor? (1998, p. 125). Yo le respondería, por un lado, que aunque parezca que ha desaparecido, no tiene por qué, puesto que más tarde puede buscar una relación de pareja o de amistad que nuevamente le vuelva a someter, no es oro todo lo que reluce, cualquier persona puede hacer ver que ha desaparecido un síntoma en ella y ser sólo una ilusión.

Por otra parte, ese masoquismo del que hablamos, si luego no se encontrara, es decir, hubiera desaparecido a lo largo de toda la vida de esa persona, puede que sea porque se ha elaborado la función que tenía en la economía energética de esa persona, bien sea mediante un proceso de psicoterapia o por ella misma (aunque esto es más complicado, por lo cual se tendría que presuponer una gran inteligencia y unas cuantas porciones sanas en su yo).

Es decir, que ha valorado lo que le cuesta esa relación y por qué gasta energía (de ahí que utilice la metáfora económica) en esa relación, ver por qué engancha de modo neurótico con esa u otra situación relacional

Freud en El problema económico del masoquismo (1924) explica cómo en el masoquismo moral es fundamental que haya un sentimiento inconsciente en las personas de culpabilidad, el cual les puede llevar a una necesidad de castigo, y aquí sí que acierta de pleno Hirigoyen puesto que nos explica cómo los perversos narcisistas, a la hora de poder llevar a cabo con guante blanco su acoso moral, tienen una especial facilidad para detectar y explotar esas características negativas de tendencia destructiva de las personas.

Por su parte, la autora argumenta que no se trata de masoquismo moral dado que las víctimas no muestran quejas como en los casos de Freud, sino que en un principio se hallan llenas de vida, como sin darse cuenta de lo que pasa, pero como ya sabemos la negación y la formación reactiva son bravos aliados cuando las cosas se ponen mal. Así, las víctimas pueden dar la sensación de que todo va bien, quizá no quieren ver el proceso que se ha puesto en marcha y/o no quieren pensar

sobre cuál será, a buen seguro, el negativo pronóstico de la situación.

Aunque la víctima parezca encontrarse bien en la situación no tiene por qué ser realmente esto así, pudiendo simplemente estar

poniendo buena cara ante el mal tiempo; es decir, simbolizado ante la tremenda tiranía de quien sin escrúpulo maltrata y propone la intensidad y el ritmo de la relación a su antojo.

La última explicación a la pregunta abierta que deja Hirigoyen es que puede que efectivamente en esa persona no hubiese rasgos de masoquismo; simplemente, estaba engañada y había visto en el otro miembro un precioso envoltorio que escondía un dulce envenenado y dañino. Y puede ser, no discuto, que en la mayor parte de los casos que la autora describe, así sea, pero ha de reiterarse que no siempre ha de ser de este modo descrito.

Completando todas estas cuestiones, se ve cómo en ocasiones la mujer o el hombre sí que se pueden independizar económicamente y/o recibir ayuda de amigos o familiares. Sin embargo se hallan a gusto en la situación y no hacen nada por romperla. Hay un claro maltrato psicológico, pero todo se racionaliza viendo las partes buenas del otro y de la situación. Craso error, dado que esto se irá haciendo cada vez más rígido y problemático.

En 1920, Freud ya ofreció una explicación de por qué las personas repetimos las situaciones conflictivas durante nuestra vida. Con el concepto de compulsión a la repetición, menciona aquella circunstancia por la cual, de manera inconsciente, las personas reeditamos experiencias del pasado actualizándolas en momentos presentes de la vida. Así, el hombre que tuvo una madre incapaz de cuidarlo adecuadamente, tiene por novia a una alcohólica para dejarla y casarse con una ludópata; tipos de mujeres que siguen sin poder tener capacidad de atenderse y cuidarse a sí mismas y, por supuesto, sin poder hacerlo con el sufrido marido.

Relacionado con este concepto encontramos el efecto Zeigarnick, que consiste en intentar solucionar o acabar con lo inacabado en el campo de los afectos. Así, hay un constante intento de finalizar la tarea de búsqueda afectiva que no se dio (o aunque se diera, no se percibió o no se supo pedir en condiciones) y que se trata de llevar a cabo

en las relaciones posteriores, para rellenar el vacío sentido. Es como si tuviéramos un cesto y en él pretendiéramos que los demás nos metieran esos afectos que anhelamos.

Así, ocurre que hay quien consciente o inconscientemente se pone a mendigar afectos, de modo que intenta que se eche en el cesto aquello que siempre quiso tener en relación con los cariños y las atenciones, para rematar una situación que es percibida y sentida como inacabada. Esta coyuntura descrita, es por regla general, y tal como supondrá, bastante “oral”, en cuanto a que es una situación particular basada en obtener siempre algo de los demás.

Así que, concluyendo con toda esta temática abordada, si bien en ocasiones no se puede ser estricto e inflexible, dictaminando que todo el que se encuentra en una situación de maltrato, por el hecho de continuar en ella, es una persona masoquista que obtiene beneficios varios por esa situación, tampoco se pueden descartar estas hipótesis en ciertas ocasiones, porque se puede dar el caso de quien pague un alto precio en su relación –el maltrato–, por obtener esporádicamente dosis de afecto aisladas que le dan la sensación de cariño, de ese afecto que nunca se obtuvo en realidad.

De hecho, muchos acosadores/as morales en el principio de la relación se mostraron más afectivos, sedujeron con diversas tretas a la otra parte de la pareja haciendo que confiara ciegamente en el perverso. La persona que demanda afectos (que quieren que le llenen su cesta vacía) muy pronto quedará prendada, es fácil de seducir, sin sospechar siquiera el alto precio que tendrá que pagar por todo ello.

Ahora bien, tampoco es justo decir, “bueno, si ha sido acosada y maltratada es, en realidad, porque lo deseaba, necesita eso para alimentar su patología”, puesto que estamos hablando, en definitiva, de víctimas que pagan sus desajustes psicológicos muy caros, y no es de recibo el decir que si sufren es por culpa suya. De modo total, el maltratador influye con múltiples tretas y engaños para que la víctima pique el anzuelo para ser pescada y ahogarse poco a poco en la situación.

La intimidad del acoso no se remite solamente a la pareja. Como podrá suponer, esto también puede darse de modo global en la familia, es por ejemplo, el caso de uno de los padres, de los hijos o abuelos que funcionan de chivo expiatorio y que parecen tener la culpa de todo lo que ocurre en el seno familiar, así, por ejemplo, una hija que no estudia puede ser la causa de todos los males familiares, un padre en paro puede ser tratado como un incompetente que no puede mantener al resto de la familia, o un abuelo cansado por su vejez, un objeto senil que sólo estorba en el ambiente.

Muchos de los pacientes adultos que tienen problemas psicológicos han sido niños maltratados psicológicamente, a los que se les

negó muchas veces el cariño. Se les dio más responsabilidad de la que tenían para luego decirles que lo hacían mal y se les chantajeaba afectivamente, entre otros ejemplos; todo ello aderezado con una cruda forma de comunicación, violenta cuando era manifiesta y negada cuando era necesitada.

Y esto constituye en toda regla el acoso moral: el maltratar psicológicamente sin que haya por medio claras agresiones verbales (ni castigo físico). Una circunstancia en la que parece que todo se hace por el bien de los hijos, cuando en realidad se les está proyectando todos los miedos e incompetencias propias de quien maltrata, así sin más y de modo gratuito. Eso sí siempre con la premisa de que para remate la víctima es el culpable de lo que ocurre.

Otras formas también crudas de acoso moral son las que describe Hirigoyen (1998, p. 46) relacionadas con las temáticas sexuales. Sin que llegue a haber un abuso sexual, sí que puede haber un claro maltrato psicológico por mediación de la temática sexual. La autora habla del incesto blando, basándose en una expresión de Racamier, denominada incesto latente (1995).

Estas circunstancias remiten a condiciones tan distintas como el de la madre que le cuenta a una hija de 12 años los problemas sexuales de su marido, comparando sus atributos sexuales con los de otros hombres con los que se ha acostado, o del padre o la madre que lleva a su niño para que le sirva de coartada cuando va a mantener relaciones sexuales con sus amantes.

Además de constituir hechos totalmente horripilantes y traumáticos, no son fácilmente patentes en cuanto a que constituyan pruebas claras en el plano jurídico, aunque sí puedan desencadenar tremendos problemas psicológicos, puesto que –como en todas las facetas del acoso moral–, el que lo lleva a cabo siempre está actuando de una forma latente, pero nunca se manifiesta abiertamente como un maltratador.

Consecuencias del acoso moral

Y como si de un cúmulo de despropósitos se tratase, se observa que fruto de unas consecuencias vienen otras. El acoso moral puede entenderse básicamente como producto de las que jocosamente llamo virtudes, como son, en este caso, el narcisismo y la envidia. De ellas se vale el perverso narcisista –maltratador– para hallar dentro de sí todo el potencial para someter al otro.

Siguiendo con esta cadena, una vez que está instaurado el acoso moral, éste tiene otras consecuencias sobre la víctima. Este proceso se instaura en dos fases distintas: la de la seducción perversa y la de la violencia perversa.

La seducción perversa es un periodo en el que la persona que acosa se sirve de sus encantos para hacer bajar al otro la guardia. Es entonces cuando se trata por todos los medios de dominar a la víctima, desposeyéndola de sí misma y desautorizándola en todo momento de cualquier control sobre la situación. En un tira y afloja constante del perverso, se somete a la otra persona –incluso durante años– a una situación que finalmente no controla. El perverso, en realidad, hace esto porque teme al otro, es decir, en realidad esconde altísimos gradientes de miedos e inseguridades que le llevan a instaurar esta relación de dominio. En definitiva, teme el potencial de dominio que se halla también inmerso en el otro.

Las principales consecuencias que esta fase tiene sobre el sufriente son que ante la posibilidad que se atisba de estar siendo dominado se impone una actitud que no polemiza con el agresor, puesto que teme una separación de él, siendo ésta, muchas veces, el arma principal del acosador que sabe como nadie jugar esa baza con todas las ventajas. Así, la persona maltratada se comporta de modo dubitativo y confuso, en realidad, no sabe si su verdugo tendrá razón y se comporta

como una histérica o como un paranoico.

No hace falta tener muchos conocimientos en Psicología o Medicina para darse cuenta de que inevitablemente todo llevará a que la persona acumule cada vez más tensión interna; estrés que provocará, a su vez, no solamente una sensación psicológica displacentera, sino que además habrá una traducción directa de esta problemática en referentes internos físicos de la persona. Esto por supuesto desencadena en problemas de índole física a largo plazo (enfermedades psicosomáticas)

• La violencia perversa. Constituiría ya una fase de descarado maltrato y acoso moral. El odio se hace manifiesto y como dice la autora “no se trata de un amor que se transforma en odio, como se podría llegar a pensar, sino de una envidia que se convierte en odio” (1998, p. 102).

Ahí está, le pillamos al perverso narcisista. En realidad, sólo es un inseguro lleno de envidias por lo que el otro es. Ahí esta otra vez la importancia definitiva de la envidia en la explicación de la destructividad humana.

Como habrá de suponer, el acosador moral –con toda esa amalgama de odio que siente– someterá a la víctima a las más crueles de las situaciones, eso sí con un exquisito sentido de la mesura para que el otro no tenga pruebas tangibles y claras de su maltrato.

Es más bien un trato crudo, como sin afecto, el que reina en estas situaciones con una continua enumeración de los defectos (reales o supuestos) del humano sufriente que termina por rematar su frágil imagen personal; incluso espera que pierda los estribos y salte, que la víctima se ponga violenta para así decirle que quien tiene los problemas es ella.

Los síntomas consecuentes de estas situaciones son los que se ven a largo plazo, siendo más duras que las anteriores. Entre éstas, pueden verse claras enfermedades psicosomáticas como úlceras gastroduodenales o problemáticas cutáneas.

También patologías psicológicas, depresión como síntoma de la sensación de fraude que el otro ha dejado sometiéndole, manipulándole y maltratándole o conductas abiertamente agresivas contra la persona maltratadora, fruto de una variación de la personalidad, lo cual a su vez puede ser perjudicial si de algún modo el maltratador tiene una prueba de que la persona agresiva es la otra.

 

Bibliografía

Guerra, L. (s.f.). Tratado de la insoportabilidad la" envidia y otras "virtudes" humanas. Desclëe de Brouwer.

 

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