¿EN QUÉ CONSISTE EL
ACOSO MORAL?
El acoso moral,
término introducido por M.F. Hirigoyen (1998), es un fenómeno que no tiene una
fácil definición por tener varias facetas y componentes. Grosso modo puede
decirse que se basa fundamentalmente en el menosprecio de otro u otros,
siempre mediante tácticas sutiles y difícilmente probables, sobre la víctima
(el acosado).
Entre
estas facetas se hallan el no atender a las peticiones del otro, no contar con
la otra persona como si de algún modo no existiera haciéndola de menos y, como
consecuencia, humillándola. También es común el descalificar al otro desde
actitudes no del todo manifiestas, como pueden ser las incluidas dentro de la
comunicación no verbal (silencios, suspiros).
Quien
sufra de acoso moral también será objeto de descréditos demagógicos e
infundados. Por supuesto, también se incluyen otros elementos como hacer el
vacío o provocar que la persona yerre o fracase en las tareas que tiene que
llevar a cabo.
El acoso
moral puede producirse en diversos contextos, como, por ejemplo, las relaciones
de pareja, las relaciones familiares o las interacciones en el trabajo. La
violencia del maltrato psicológico no tiene freno y traspasa todas las
instituciones, puesto que siempre hay quien se encuentra como víctima y quien
sádicamente se instituye como verdugo.
No sólo
hay maltrato psicológico en las parejas, sino que también pueden darse otros en
el ámbito familiar; por ejemplo, entre hermanos, de padres hacia hijos y de
hijos hacia padres. Se trata de una circunstancia más para neurotizar a las
personas y hacer, incluso, que luego sientan auténticos cuadros de depresión,
que difieren de los que vienen proporcionados por otras causas.
Este
fenómeno no es nuevo. Antiguamente, en Japón denominaban ijimi a una
circunstancia en la cual las personas sufrían de novatadas y humillaciones para
integrar a individuos aislados en la norma del grupo.
Como ve,
el acoso moral es otra de las consecuencias de las virtudes humanas. La que
más influye es la envidia. Para Hirigoyen
(1998, 2000) el egocentrismo producido por la envidia lleva
a los sujetos que cometen el acoso moral a apropiarse de lo que el otro
tiene mediante la destrucción de su identidad. Los sujetos que se dedican a
esta deleznable tarea reciben el nombre de perversos narcisistas.
Conceptos afines al
acoso moral
Para
comenzar con esta sección, ha de decirse que ciertas circunstancias que generan
estrés o burnout aunque no son sinónimas de acoso moral, sí pueden ser una
característica más que intervenga en el fenómeno. Por ejemplo, si a un niño de
9 años le hacemos que cuide de su hermana pequeña de 3, le estamos sometiendo a
un estrés excesivo. Si, además, le hacemos ver que no puede realizar esa tarea se
le maltratará psicológicamente dado que le estamos pidiendo una responsabilidad
que no puede llevar a cabo. Ahí se ve que los niños parentalizados son
claras víctimas del acoso moral.
Un tipo
de acoso moral del que hoy se habla mucho es el mobbing o acoso moral
en el trabajo. Este concepto fue expuesto por H.
Leyman (1996) también como psicoterror y proviene de
la etología animal. El nobel Konrad Lorenz habla, como antecedente de esta
circunstancia, de la observación de las conductas que los animales llevan a
cabo cuando quieren echar a un intruso del grupo. Esto se ha observado, entre
otros, en los estudios con gorriones, mirlos o estorninos que juntándose en
grupo atacan a un posible depredador, como puede ser un halcón.
Sin
embargo, esto lo lleva Leyman al mundo de la empresa, observando un fenómeno de
acoso que se produce sobre una persona que es sometida a menudo a un ambiente
hostil, de modo constante y recurrente, sufriendo, como fruto de la repetición,
un desgaste continuado en el plano psicológico que le llevará a desarrollar
determinados síntomas y síndromes de diversa influencia e importancia en su vida.
En este caso, la persona no es una depredadora del grupo, sino que, por
alguna circunstancia, es diferente y, por eso, va a verse acosada por el grupo.
Para Hirigoyen
(1998) son dos los principales factores que se observan en el mobbing:
• el
abuso de poder y
• la manipulación
perversa, la cual puede entenderse como un comportamiento que el acosado sufre
y que consiste en una
sádica
forma de actuar que incluye, por regla general, una retirada de los cauces de
la comunicación a la persona acosada,
así como
una publicidad demagógica de esa persona ante los demás.
Se
trata de aislar a los individuos, de romper todo tipo de comunicación con
ellos, y cuando se dice algo –o se comunica no verbalmente con gestos– es para mostrar
desprecio y/o agresiones verbales, que pueden llegar incluso a ser físicas, o
señalar lo que al entender del acosador/es, la persona hace mal. Aunque esta actitud en ocasiones puede
ser descarada, en otras no lo es tanto, de modo que de manera sutil se van metiendo
pullas y se trata de, aun con buenos modos, ir colocando comentarios
negativos en esa persona; por ejemplo, criticándola por la espalda, por muy
constructiva que esta crítica se quiera hacer.
Ésta es
una cualidad fundamental del acosador (perverso narcisista), su cobardía para
dar la cara, para enfrentarse abiertamente a la persona acosada.
Otra
peculiaridad observada en estas actitudes radica en no pasar información al
acosado, siendo otro de los procedimientos del mobbing. Por ejemplo,
no pasarle recados, no pasarle llamadas, incluso quitarle clientes y,
por supuesto, no dar debida advertencia de cuándo se celebran
determinadas reuniones o dónde se encuentra una información vital para
el puesto que esa persona desempeña. Del mismo modo, puede restringírsele
el acceso a algo que necesita para realizar su trabajo (un programa de
ordenador, el teléfono de un cliente o el de un compañero...).
Y quizá
lo más rastrero e inhumano de toda esta situación es hacer que la víctima se
convierta en verdugo, es decir que todo lo que ocurre es por su culpa, porque
es incompetente, porque es descuidado...llegando al máximo exponente las
mentiras que pueden circular sobre él en la empresa o en el grupo.
Resumiendo, para la
autora, son cuatro los principales grupos de actitudes de acoso moral en el
trabajo:
• Atentados
contra las condiciones de trabajo del acosado, por ejemplo, críticas infundadas
o exageradas, cambios en su puesto
de
trabajo, negarle el acceso a información importante para su cargo...
• Comunicación
cerrada, aislamiento del acosado.
• Atentar
contra su dignidad y, además, hacerle ver a él/ella y al grupo que es el
culpable de la situación en la que se halla
inmerso.
Sería como una racionalización sádica y destructiva contra una persona.
• Violencia
física, verbal o sexual (acoso sexual como consecuencia del acoso moral).
Y puede
que en el grado de acoso en el que se encuentra incluso lo sea, pero por
haberse hallado en una circunstancia de constante daño hacia su persona que lo
ha llevado a no poder desempeñar fluidamente sus tareas. O no es incompetente en
absoluto y se le están haciendo realizar tareas que no son de su competencia. Sería,
por tanto, no-competente en (porque no le compete) ese cargo o tarea porque es
competente para otra tarea que desempeña con asiduidad
En cuanto a su
caracterización, el mobbing puede ser:
• Vertical, es decir, el que proviene de los jefes
o directores. Es el más común y el que todos tenemos en la cabeza cuando se
habla de este maltrato psicológico. Este mobbing vertical
puede tener varias funciones como, por ejemplo, intentar hacerle la
vida imposible a un empleado, hasta que dimita de su cargo para
así ahorrarse los pagos del despido; incluso puede no
haber función estratégica, sino tan sólo satisfacer el
sadismo de los que mandan.
• Horizontal,
es decir, el realizado por iguales, entre colegas, entre empleados. Este tipo
de acoso suelen hacerlo los trepas,
personas sin escrúpulo ninguno con tal de ascender en su
profesión. Consiste en una competencia desleal en la que, por regla
general, se intenta ir contra el rival que, aunque es más
débil, usualmente será más valido y adecuado para el puesto que el
otro intenta usurpar. En este caso con facilidad puede
haber un acoso mixto, puesto que los jefes pueden estar al tanto y hacen nada por evitar esa situación.
• Descendente,
es decir, el mobbing realizado por subordinados que bien con falsas acusaciones
o bien con la coligación del grupo pueden maltratar psicológicamente a un jefe
o director. También puede darse la circunstancia de un empleado que se
aproveche de la indemnización que tendrían que darle por despedirle, para
amargar la vida a sus jefes y hacer las tareas encomendadas sólo por encima, de
modo tal que tampoco constituyan una prueba estos hechos (se las arregla el
sujeto para ello), en caso de haber una expulsión, conllevaría ventajas
sustanciosas.
Hay
otros tipos de situaciones que se asemejan al mobbing (Hirigoyen, 2000). Una de
ellas es el ijimi anteriormente comentado. Otra es el bullyng
término que con una claridad mucho más patente indica una circunstancia en la
que algunos desoyen las humillaciones y vejaciones a las que son sometidas
algunas personas que residen en colectivos (familia, colegio, ejército,
empresas...).
El harassment es
un término acuñado por Brodsky en los años 70, que tiene que ver con el hostigamiento
que se hace sobre una persona para minarla, ofenderla, en definitiva, dañarla.
Se puede entender el harassment como el paso previo al acoso moral. Cuando se
detecta esta circunstancia, las cosas sin lugar a dudas ya se han puesto
demasiado feas.
Acosando en la
intimidad
Por
supuesto, otro de los ambientes estrella donde se produce el acoso moral
es en la intimidad, fruto de esas paredes que constituyen el hogar de cada uno,
ese “hogar, dulce hogar” que, desgraciadamente, para algunos no lo es tanto,
sino más bien un foco de conflicto y sufrimiento.
Como
todos sabemos, el maltrato dentro de la pareja y la violencia de género son
dos temas en boga, en la actualidad. El maltrato psicológico puede tener
múltiples formas porque es camaleónico. Se sirve de varios registros
distintos para hacerse efectivo. A veces, incluso los terapeutas nos
sorprendemos de las formas tan sutiles con las que un miembro de la
pareja puede someter a acoso a otro.
Una de
las más comunes es la de cortocircuitar la comunicación y hacer lo que le venga
en gana al otro, por ejemplo, comprar tal o cual artículo de importancia que
impacta en la economía familiar, irse sin comentar nada a una excursión o
asunto de trabajo, ausentándose sin explicación alguna...
Una de
las herramientas fundamentales, tanto en el acoso como en el maltrato físico,
reside en la manipulación económica, circunstancia en la que por lo general es
la mujer la víctima (pero no siempre, puesto que el varón también puede
sufrirlo). El hombre maneja la circunstancia argumentando: “yo soy el que trae
el dinero a esta casa”, “sin mí, no puedes hacer nada”, “yo gano más que tú,
así que se hará lo que yo diga”.
Si no
hay una independencia económica clara, el dinero y los bienes se
instrumentalizan y el otro no puede hacer nada ni comprar
nada; el acosador sí. Es el agravio comparativo del acoso
moral. De igual modo, la mujer golpeada, sin una ayuda institucional correcta y
competente, no puede salir de ese entorno porque si no hay quien la ayude y
apoye económicamente para que al menos haya un lugar adonde ir ¿cómo va a poder
salir de esa situación?
Hay
quien argumenta que a la mujer maltratada se le ofrece una circunstancia de
beneficio secundario, en la cual obtiene algo positivo para ella de ese
maltrato, aunque sólo sea satisfacer sus impulsos masoquistas. Para Hirigoyen,
esto no es así en absoluto; constituye un injusto reduccionismo
psicoanalítico, porque así la víctima se convierte en cómplice. Todo es
discutible. Hay situaciones en que la apreciación de la autora es acertada y la
víctima no es cómplice, sino que incluso puede sentirse como verdugo por ese
mecanismo por el cual el perverso narcisista sugestiona al otro haciéndole
pensar que es un monstruo y que lo que se produce es por culpa suya.
Además, si observamos la situación podemos ver que la causa económica que acabo
de exponer no tiene nada que ver con el masoquismo.
Si esa
persona no tiene posibilidades de que le den trabajo o de que la ayuden
económicamente, no podrá independizarse y por
tanto ¿Qué solución le queda para salir de esa
circunstancia en la que vive?
Desgraciadamente si el estado no pone más medios para evitar
esta situación se seguirá sufriendo mucho el maltrato en silencio. Por
supuesto, hay hombres y mujeres que se niegan a abandonar la situación
porque creen que eso es lo mejor para sus hijos, y prefieren preservar su
sufrimiento si a cambio la familia permanece unida, aunque haya maltratos de
por medio. Es el modo de vida que algunos prefieren tomar, cuando es
bastante cuestionable que sea mejor esto para los hijos que una separación de
la pareja.
Sin
embargo, por otro lado, me temo que la autora, con la radicalidad de que en el
acoso moral no hay un cómplice ni siquiera de modo inconsciente, cae en un
cierto grado de feminismo. A menudo sus ejemplos sitúan solamente a la mujer
como acosada cuando habla de la violencia psíquica y física en pareja. También,
al no ser que el problema venga de la traducción cuando habla de los factores
del mobbing en el trabajo, se refiere en femenino a las situaciones: “se hacen
circular rumores en torno a ella”, “se le tilda de enferma” o “se le sigue por
la calle, se le acecha ante su domicilio” (Hirigoyen, 2000).
Se
puede entender de todo esto que ella no quiere ver una secuencia en que la
mujer no sólo está siendo acosada sino que además participa activamente de esa
situación porque obtiene algo de ello.
Quizá
esta sea la cuestión por la cual se posiciona un tanto extremamente en que esto
pueda darse.
Para
Hirigoyen en los casos de acoso moral no hay masoquismo porque la persona al
salir de esa situación se siente aliviada y liberada, sin embargo, no me parece
este un buen criterio de diferenciación, puesto que las personas masoquistas,
cuando rompen con esa circularidad, también se sienten aliviadas y libres, han
descubierto lo que les supone abandonar su beneficio secundario, y han
aprendido también a valorarse más a sí mismas y a no pagar altos precios por
obtener nimios resultados afectivos. Con ello, se puede concluir que si bien
no hay en todos los casos de acoso moral masoquismo, tampoco se puede
decir que no lo hay en ninguno.
Dice la
autora respecto del masoquismo: ¿cómo se explica que desaparezca una vez que la
víctima se ha separado de su agresor? (1998, p. 125). Yo le respondería, por un
lado, que aunque parezca que ha desaparecido, no tiene por qué, puesto que más
tarde puede buscar una relación de pareja o de amistad que nuevamente le vuelva
a someter, no es oro todo lo que reluce, cualquier persona puede hacer ver que
ha desaparecido un síntoma en ella y ser sólo una ilusión.
Por otra
parte, ese masoquismo del que hablamos, si luego no se encontrara, es decir,
hubiera desaparecido a lo largo de toda la vida de esa persona, puede que sea
porque se ha elaborado la función que tenía en la economía energética de esa
persona, bien sea mediante un proceso de psicoterapia o por ella misma (aunque
esto es más complicado, por lo cual se tendría que presuponer una gran
inteligencia y unas cuantas porciones sanas en su yo).
Es
decir, que ha valorado lo que le cuesta esa relación y por qué gasta energía (de
ahí que utilice la metáfora económica) en esa relación, ver por qué engancha de
modo neurótico con esa u otra situación relacional
Freud en
El problema económico del masoquismo (1924) explica cómo
en el masoquismo moral es fundamental que haya un sentimiento inconsciente
en las personas de culpabilidad, el cual les puede llevar a una necesidad de
castigo, y aquí sí que acierta de pleno Hirigoyen puesto que nos explica
cómo los perversos narcisistas, a la hora de poder llevar a cabo con guante
blanco su acoso moral, tienen una especial facilidad para detectar y
explotar esas características negativas de tendencia destructiva de las
personas.
Por su
parte, la autora argumenta que no se trata de masoquismo moral dado que las
víctimas no muestran quejas como en los casos de Freud, sino que en un
principio se hallan llenas de vida, como sin darse cuenta de lo que pasa, pero
como ya sabemos la negación y la formación reactiva son bravos aliados cuando
las cosas se ponen mal. Así, las víctimas pueden dar la sensación de que todo
va bien, quizá no quieren ver el proceso que se ha puesto en marcha y/o no
quieren pensar
sobre cuál será, a buen seguro, el negativo pronóstico de
la situación.
Aunque
la víctima parezca encontrarse bien en la situación no tiene por qué ser
realmente esto así, pudiendo simplemente estar
poniendo buena cara ante el mal tiempo; es decir,
simbolizado ante la tremenda tiranía de quien sin escrúpulo maltrata y propone
la intensidad y el ritmo de la relación a su antojo.
La
última explicación a la pregunta abierta que deja Hirigoyen es que puede que
efectivamente en esa persona no hubiese rasgos de masoquismo; simplemente,
estaba engañada y había visto en el otro miembro un precioso envoltorio que
escondía un dulce envenenado y dañino. Y puede ser, no discuto, que en la mayor
parte de los casos que la autora describe, así sea, pero ha de reiterarse que
no siempre ha de ser de este modo descrito.
Completando
todas estas cuestiones, se ve cómo en ocasiones la mujer o el hombre sí que se
pueden independizar económicamente y/o recibir ayuda de amigos o familiares.
Sin embargo se hallan a gusto en la situación y no hacen nada por
romperla. Hay un claro maltrato psicológico, pero todo se racionaliza viendo
las partes buenas del otro y de la situación. Craso error, dado que esto se
irá haciendo cada vez más rígido y problemático.
En 1920,
Freud ya ofreció una explicación de por qué las personas repetimos las
situaciones conflictivas durante nuestra vida. Con el concepto de compulsión a la
repetición, menciona aquella circunstancia por la cual, de
manera inconsciente, las personas reeditamos experiencias del pasado
actualizándolas en momentos presentes de la vida. Así, el hombre que tuvo
una madre incapaz de cuidarlo adecuadamente, tiene por novia a una
alcohólica para dejarla y casarse con una ludópata; tipos de mujeres que
siguen sin poder tener capacidad de atenderse y cuidarse a sí mismas y, por
supuesto, sin poder hacerlo con el sufrido marido.
Relacionado
con este concepto encontramos el efecto Zeigarnick, que consiste en intentar
solucionar o acabar con lo inacabado en el campo de los afectos. Así, hay
un constante intento de finalizar la tarea de búsqueda afectiva que no se
dio (o aunque se diera, no se percibió o no se supo pedir en condiciones) y que
se trata de llevar a cabo
en las relaciones posteriores, para rellenar el vacío
sentido. Es como si tuviéramos
un cesto y en él pretendiéramos que los demás nos metieran esos afectos que
anhelamos.
Así,
ocurre que hay quien consciente o inconscientemente se pone a mendigar afectos,
de modo que intenta que se eche en el cesto aquello que siempre quiso tener en
relación con los cariños y las atenciones, para rematar una situación que es
percibida y sentida como inacabada. Esta coyuntura descrita, es por regla
general, y tal como supondrá, bastante “oral”, en cuanto a que es una situación
particular basada en obtener siempre algo de los demás.
Así que,
concluyendo con toda esta temática abordada, si bien en ocasiones no se puede
ser estricto e inflexible, dictaminando que todo el que se encuentra en una
situación de maltrato, por el hecho de continuar en ella, es una persona
masoquista que obtiene beneficios varios por esa situación, tampoco se pueden
descartar estas hipótesis en ciertas ocasiones, porque se puede dar el caso de
quien pague un alto precio en su relación –el maltrato–, por obtener
esporádicamente dosis de afecto aisladas que le dan la sensación de cariño, de
ese afecto que nunca se obtuvo en realidad.
De
hecho, muchos acosadores/as morales en el principio de la relación se mostraron
más afectivos, sedujeron con diversas tretas a la otra parte de la pareja
haciendo que confiara ciegamente en el perverso. La persona que demanda afectos
(que quieren que le llenen su cesta vacía) muy pronto quedará prendada, es
fácil de seducir, sin sospechar siquiera el alto precio que tendrá que pagar
por todo ello.
Ahora
bien, tampoco es justo decir, “bueno, si ha sido acosada y maltratada es, en
realidad, porque lo deseaba, necesita eso para alimentar su patología”,
puesto que estamos hablando, en definitiva, de víctimas que pagan sus
desajustes psicológicos muy caros, y no es de recibo el decir que si sufren es
por culpa suya. De modo total, el maltratador influye con múltiples tretas y
engaños para que la víctima pique el anzuelo para ser pescada y ahogarse
poco a poco en la situación.
La
intimidad del acoso no se remite solamente a la pareja. Como podrá suponer,
esto también puede darse de modo global en la familia, es por ejemplo, el caso
de uno de los padres, de los hijos o abuelos que funcionan de chivo expiatorio
y que parecen tener la culpa de todo lo que ocurre en el seno familiar, así,
por ejemplo, una hija que no estudia puede ser la causa de todos los males
familiares, un padre en paro puede ser tratado como un incompetente que no
puede mantener al resto de la familia, o un abuelo cansado por su vejez, un
objeto senil que sólo estorba en el ambiente.
Muchos
de los pacientes adultos que tienen problemas psicológicos han sido niños
maltratados psicológicamente, a los que se les
negó muchas veces el cariño. Se les dio más responsabilidad
de la que tenían para luego decirles que lo hacían mal y se les chantajeaba afectivamente,
entre otros ejemplos; todo ello aderezado con una cruda forma de comunicación,
violenta cuando era manifiesta y negada cuando era necesitada.
Y esto
constituye en toda regla el acoso moral: el maltratar psicológicamente sin que
haya por medio claras agresiones verbales (ni castigo físico). Una
circunstancia en la que parece que todo se hace por el bien de los hijos,
cuando en realidad se les está proyectando todos los miedos e incompetencias
propias de quien maltrata, así sin más y de modo gratuito. Eso sí siempre con
la premisa de que para remate la víctima es el culpable de lo que ocurre.
Otras
formas también crudas de acoso moral son las que describe Hirigoyen (1998, p.
46) relacionadas con las temáticas sexuales. Sin que llegue a haber un abuso
sexual, sí que puede haber un claro maltrato psicológico por mediación de la
temática sexual. La autora habla del incesto blando,
basándose en una expresión de Racamier, denominada incesto latente (1995).
Estas
circunstancias remiten a condiciones tan distintas como el de la madre que le
cuenta a una hija de 12 años los problemas sexuales de su marido, comparando
sus atributos sexuales con los de otros hombres con los que se ha acostado, o
del padre o la madre que lleva a su niño para que le sirva de coartada cuando
va a mantener relaciones sexuales con sus amantes.
Además
de constituir hechos totalmente horripilantes y traumáticos, no son fácilmente
patentes en cuanto a que constituyan pruebas claras en el plano jurídico,
aunque sí puedan desencadenar tremendos problemas psicológicos, puesto que
–como en todas las facetas del acoso moral–, el que lo lleva a cabo siempre
está actuando de una forma latente, pero nunca se manifiesta abiertamente como
un maltratador.
Consecuencias del
acoso moral
Y como
si de un cúmulo de despropósitos se tratase, se observa que fruto de unas
consecuencias vienen otras. El acoso moral puede entenderse básicamente como
producto de las que jocosamente llamo virtudes, como son, en este caso, el
narcisismo y la envidia. De ellas se vale el perverso narcisista
–maltratador– para hallar dentro de sí todo el potencial para someter al otro.
Siguiendo
con esta cadena, una vez que está instaurado el acoso moral, éste tiene otras
consecuencias sobre la víctima. Este proceso se instaura en dos fases
distintas: la de la seducción perversa y la de la violencia perversa.
• La seducción
perversa es un periodo en el que la persona que acosa se sirve
de sus encantos para hacer bajar al otro la guardia. Es entonces cuando se
trata por todos los medios de dominar a la víctima, desposeyéndola de sí misma
y desautorizándola en todo momento de cualquier control sobre la situación. En
un tira y afloja constante del perverso, se somete a la otra persona
–incluso durante años– a una situación que finalmente no controla. El
perverso, en realidad, hace esto porque teme al otro, es decir, en realidad
esconde altísimos gradientes de miedos e inseguridades que le llevan a
instaurar esta relación de dominio. En definitiva, teme el potencial de dominio
que se halla también inmerso en el otro.
Las
principales consecuencias que esta fase tiene sobre el sufriente son que ante
la posibilidad que se atisba de estar siendo dominado se impone una actitud que
no polemiza con el agresor, puesto que teme una separación de él, siendo
ésta, muchas veces, el arma principal del acosador que sabe como nadie jugar
esa baza con todas las ventajas. Así, la persona maltratada se comporta de modo
dubitativo y confuso, en realidad, no sabe si su verdugo tendrá razón y se comporta
como una histérica o como un paranoico.
No hace
falta tener muchos conocimientos en Psicología o Medicina para darse cuenta de
que inevitablemente todo llevará a que la persona acumule cada vez más tensión
interna; estrés que provocará, a su vez, no solamente una sensación psicológica
displacentera, sino que además habrá una traducción directa de esta
problemática en referentes internos físicos de la persona. Esto por supuesto
desencadena en problemas de índole física a largo plazo (enfermedades psicosomáticas)
• La violencia
perversa.
Constituiría ya una fase de descarado maltrato y acoso moral. El odio se
hace manifiesto y como dice la autora “no se trata de un amor que se transforma
en odio, como se podría llegar a pensar, sino de una envidia que se convierte
en odio” (1998, p. 102).
Ahí
está, le pillamos al perverso narcisista. En realidad, sólo es un inseguro
lleno de envidias por lo que el otro es. Ahí esta otra vez la importancia
definitiva de la envidia en la explicación de la destructividad humana.
Como
habrá de suponer, el acosador moral –con toda esa amalgama de odio que siente– someterá
a la víctima a las más crueles de las situaciones, eso sí con un exquisito
sentido de la mesura para que el otro no tenga pruebas tangibles y claras de su
maltrato.
Es más
bien un trato crudo, como sin afecto, el que reina en estas situaciones
con una continua enumeración de los defectos (reales o supuestos) del humano
sufriente que termina por rematar su frágil imagen personal; incluso espera que
pierda los estribos y salte, que la víctima se ponga violenta para
así decirle que quien tiene los problemas es ella.
Los
síntomas consecuentes de estas situaciones son los que se ven a largo plazo,
siendo más duras que las anteriores. Entre éstas, pueden verse claras enfermedades
psicosomáticas como úlceras gastroduodenales o problemáticas cutáneas.
También patologías
psicológicas, depresión como síntoma de la sensación de fraude que el otro ha
dejado sometiéndole, manipulándole y maltratándole o conductas abiertamente
agresivas contra la persona maltratadora, fruto de una variación de la
personalidad, lo cual a su vez puede ser perjudicial si de algún modo el
maltratador tiene una prueba de que la persona agresiva es la otra.
Bibliografía
Guerra,
L. (s.f.). Tratado de la insoportabilidad la" envidia y otras
"virtudes" humanas. Desclëe de Brouwer.
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