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FASE I DEL TRATAMIENTO SENSORIOMOTRIZ

 

Fase 1 del tratamiento:

Desarrollar los recursos somáticos necesarios para la estabilización

De forma característica, los pacientes traumatizados vienen a tratamiento con una activación fisiológica desregulada, unos subsistemas defensivos desenfrenados, un funcionamiento general debilitado y una pérdida subjetiva o real de seguridad psicológica y/o física. Pasado y presente se confunden 􀀻aparecen entremezclados􀀽 somática, emocional y cognitivamente: la reactivación de los recuerdos traumáticos bajo la forma de emociones y sensaciones corporales intrusivas indican posibles peligros incluso en momentos apacibles.

La vida cotidiana se evita fóbicamente al tiempo que la atención se concentra estrechamente en las señales de amenaza o en la desregulación interna.

Si intentamos abordar los síntomas explorando los recuerdos de los incidentes que los generaron, podemos desestabilizar todavía más a nuestros pacientes. En su lugar, durante la primera fase del tratamiento es preciso elegir unas estrategias que faciliten la homeostasis tanto fisiológica como psicológica, y que subrayen las habilidades de regulación que permitan mantener la activación dentro del margen de tolerancia y reducir o erradicar las tendencias autodestructivas.

Las intervenciones de la fase 1 tienen por objeto elevar la capacidad de integración de los pacientes, de manera que el desenvolvimiento adaptativo

en el contexto de la vida cotidiana se vea aumentado. Los pacientes tienen que aprender a vivenciar las emociones y la activación desreguladoras sin reaccionar autodestructivamente (e.g., enzarzarse en autolesiones, actividades peligrosas, violencia, ideación suicida) o desadaptativamente en algún otro sentido (Steele et al., 2006).

La fase 1 del tratamiento de la traumatización debe incluir

·         el restablecimiento de los recursos perdidos,

·         el aprendizaje de nuevos recursos y

·         el fortalecimiento de los recursos ya existentes.

Por recursos entendemos aquí todas las habilidades, capacidades, objetos, relaciones y servicios de que dispone la persona, que faciliten la regulación y brinden una sensación de destreza y de resiliencia 􀀻capacidad de recuperación, energía, fortaleza, resistencia􀀽. Por ejemplo, los recursos necesarios para que el paciente se implique en el tratamiento pueden el dinero y las habilidades suficientes para conducir hasta la terapia o pagar el parking y la gasolina, o las habilidades interpersonales suficientes para negociar un tiempo extra al margen del trabajo para asistir a terapia.

Observemos que se requieren tanto unos recursos internos (habilidades interpersonales, capacidad de conducir) como unos recursos externos (recursos económicos) para facilitar que el paciente vaya a ver al terapeuta.

El desarrollo de los recursos comienza por reconocer y admitir los recursos ya existentes: las habilidades de los pacientes y sus destrezas actuales en su condición de adultos, además de sus “recursos para la supervivencia” que les permitieron sobrellevar las situaciones traumáticas excepcionales del pasado. Se reconocen y amplían los recursos existentes, y se enseñan aquellos recursos que no se han desarrollado o que están ausentes. El desarrollo de recursos ayuda a los pacientes a estabilizarse durante la fase 1, brinda el apoyo necesario para afrontar e integrar los recuerdos traumáticos durante la fase 2, y fomenta la capacidad y la creatividad necesarias para afrontar las dificultades constantes que plantea la vida normal durante la fase 3.

Recursos somáticos

Las habilidades psicológicas y las creencias están inextricablemente unidas a la estructura y el movimiento del cuerpo. Los brazos que

cuelgan flojamente de los lados pueden reflejar una incapacidad de poner límites o de actuar asertivamente; un modo de andar siempre rápido y decidido puede reflejar un intento de regulación a través de “no parar”, de llevar una vida frenética sin dejar ninguna oportunidad de que los recuerdos del trauma afloren a la superficie.

Los recursos somáticos comprenden la categoría de las habilidades que se derivan de la experiencia física, pero que influyen en la salud psicológica. Incluyen las funciones y capacidades físicas que favorecen la regulación y brindan una sensación de bienestar y de capacidad a nivel somático y psicológico. Por ejemplo, la acción de apartar a un lado con los brazos combinada con la sensación 􀀻la experiencia sentida􀀽 de tener derecho a establecer unos límites personales y a defenderse, permite integrar un movimiento fortalecedor con una creencia adaptativa.

La psicoterapia sensoriomotriz explora la interrelación entre la acción física y el sentido 􀀻asociado a la misma􀀽; sin embargo, por contraste con los métodos descendentes, el sentido se desprende de la experiencia física en lugar de precederla. Las reflexiones cognitivas se ven estimuladas por la experiencia de la acción misma: a través del acto de empujar 􀀻apartar a un lado􀀽, los pacientes se dan cuenta de que tienen derecho a defenderse; a través del acto de alargar la mano, caen en la cuenta de que pueden pedir ayuda.

La fase 1 del tratamiento incluye

1)    Establecer un sentido de la seguridad y del cuidado de uno mismo, lo que “comienza por centrarse en el control del propio cuerpo” (Herman, 1992, p. 160). Los recursos que contribuyen a este objetivo pueden incluir recursos descendentes, tales como el diseño de unas estrategias de afrontamiento o la elaboración de un plan de seguridad, o utilizar las cogniciones para recordarnos a nosotros mismos que no existe actualmente ningún peligro, además de los recursos somáticos ascendentes, tales como las capacidades y acciones físicas que favorecen el retorno a la zona de activación fisiológica óptima. Los pacientes aprenden a utilizar los movimientos, las sensaciones y la postura del cuerpo para estabilizarse y aumentar la facilidad para desenvolverse en el día a día.

2)     Los recursos asociados al cuidado de uno mismo que estabilizan el sistema responsable de la regulación de la energía, tales como el dormir con regularidad y los hábitos alimentarios.

Existen literalmente miles de recursos somáticos, desde las funciones fisiológicas elementales (e.g., la digestión) a las capacidades sensoriales (e.g., la capacidad de ver, oír, oler y gustar) y las habilidades de regulación (e.g., la capacidad de arraigarse y de centrarse 􀀻i.e., de conectar con el propio centro􀀽). Aquí, nos concentraremos en las capacidades y las acciones físicas que se pueden enseñar a los pacientes, con objeto de alcanzar los objetivos de la estabilización empezando desde la primera sesión.

En la entrevista inicial de admisión, a los pacientes se les informa de que el hecho de trabajar con el cuerpo puede ayudarles a estabilizarse sin necesidad de abordar los recuerdos de los incidentes traumáticos.

Algunos pacientes se sienten aliviados al enterarse de que no es preciso que hablen de sus recuerdos 􀀻de entrada􀀽, mientras que otros necesitan que les garanticen que habrá tiempo más que suficiente para trabajar estos recuerdos una vez lograda la estabilización.

Aunque los pacientes puedan tener la sensación de que no tienen recursos, hemos encontrado que incluso el paciente más desregulado se ha servido de algunos recursos para la supervivencia que pueden pasar inadvertidos hasta que el terapeuta no llama la atención acerca de su existencia. El hecho de hacerles saber a los pacientes que vienen a terapia trayendo ya consigo numerosos recursos somáticos, es en sí mismo estabilizador; también constituye una sorpresa alentadora y una forma radicalmente diferente de pensar para el paciente crónicamente traumatizado.

La evaluación tanto de los recursos existentes como ausentes (a través del rastreo, la lectura corporal, el diálogo, las preguntas y la elaboración de la historia) es una prioridad a medida que avanza la terapia.

Durante la evaluación, el terapeuta le enseña al paciente a valorar sus propios recursos somáticos dirigiendo la conciencia hacia las sensaciones corporales, las zonas de tensión y de relajación, los movimientos, el dolor, el malestar, la estructura y la alineación corporales. Los pacientes descubren con ello qué capacidades físicas constituyen recursos y cuáles hay que cuestionar y cambiar.

El terapeuta también recaba información del paciente (y a veces de sus amigos o familiares), formulando preguntas sobre experiencias, estilos, aptitudes y limitaciones, pasadas y presentes. Se pregunta acerca de los recursos ya existentes: “¿Qué te ayudó a salir de esa experiencia? ¿Cómo lograste sobrevivir? ¿Qué fue lo que te ayudó?”. Se indaga, además, la posible conexión entre el cuerpo y las cuestiones psicológicas: “¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que empezaste a sentir esa tirantez en el cuello?” o “¿Aparecieron algunas secuelas físicas duraderas después de la violación como, por ejemplo, tensión, dolor o entumecimiento?” o “¿Recuerdas alguna vez que tu cuerpo te transmitiera una sensación de comodidad o de bienestar?”.

El terapeuta rastrea el cuerpo del paciente mientras se analizan las experiencias pasadas y presentes, así como durante la interrelación terapeuta-paciente a medida que la relación terapéutica va cobrando forma. Incluso la manera en la que el paciente da la mano transmite información acerca de sus recursos somáticos. El apretón de manos puede ser flojo, demasiado fuerte, rápido o sostenido, mirando a los ojos o no, extendiendo plenamente el brazo o no, con toda la mano o sólo con los dedos. Cada uno de estos estilos contiene una serie de datos importantes sobre la presencia o la ausencia de recursos.

El terapeuta se sirve de la lectura corporal, advirtiendo discretamente las tendencias físicas generales del paciente a fin de valorar los recursos somáticos ya existentes 􀀍por ejemplo, la respiración regular profunda, la columna derecha, los movimientos flexibles, las piernas firmes, los hombros relajados, la capacidad de establecer contacto ocular􀀍 así como los signos crónicos de activación desregulada y de defensas truncadas.

La tendencia de siempre que mostraba Amy a la hipoactivación, la conformidad y la sumisión habían “hundido” de hecho su postura, con la cabeza colgando 􀀻cabizbaja􀀽 y los hombros caídos 􀀻redondos, i.e., cargada de espaldas􀀽, generando unas tendencias físicas duraderas que interferían con su capacidad de regulación. De adulta, estas tendencias físicas, junto con las distorsiones cognitivas que rebajaban su concepto de sí misma, generaron graves consecuencias: Amy se sometía rutinariamente al maltrato físico de su novio. Aunque manifestaba su deseo de dejar la relación, hasta la fecha no lo había logrado.

Al insistir en la prioridad de la fase 1 de restablecer la seguridad, la terapeuta se concentró en los recursos somáticos que permitieran primeramente cuestionar y después reorganizar su tendencia a la hipoactivación y la conformidad.

Dado que los pacientes suelen sentir las defensas inmovilizadoras, del tipo de la paralización o de la sumisión, como un defecto personal, es importante redefinirlas como recursos para la supervivencia que les ayudaron a sobrevivir a la traumatización de la que no había posibilidad de escapar. Cuando el terapeuta valida los subsistemas defensivos del paciente como estrategias de afrontamiento que se vieron obligados a utilizar, los pacientes se ven alentados a verlos como capacidades en lugar de cómo debilidades, y en ese caso pueden trabajarlas más eficazmente con objeto de poder desmantelar su activación crónica. A medida que los pacientes comienzan a valorar estos recursos para la supervivencia, su sensación de impotencia y su identidad como víctimas se ven cuestionadas. Por ejemplo, Amy reconoció en terapia que el tratar de forcejear con su agresor o de escapar corriendo

cuando era niña habría estado desacertado, y que su “recurso de supervivencia” consistente en la conformidad y la sumisión automáticas minimizaron la gravedad de la traumatización en aquel entonces.

Jamás se corre el riesgo de tener “demasiados” recursos: la intención de desarrollar los recursos somáticos debe ser siempre la de ampliar el repertorio actual de movimientos y sensaciones, en lugar de suprimir las estrategias de afrontamiento ya existentes (incluso muchas de las

estrategias desadaptativas).

El objetivo de trabajar los recursos en la fase 1 es desarrollar una gama de recursos somáticos lo suficientemente amplia como para poder modular la activación fisiológica.

La terapeuta de Amy le enseñó a establecer unos límites personales como alternativa a la conducta obediente y sumisa. Sirviéndose de su propio cuerpo, se ofreció a ejemplificar una organización física y psicológica más asertiva a fin de contrarrestar la tendencia a la sumisión de la paciente: el movimiento de enderezar la columna para mantenerse más erguida y diciendo “no” de forma no verbal a través de la postura y la actitud. Con tacto, la terapeuta contrastó este movimiento con la postura hundida de Amy y le pidió que probara ambas opciones, de manera que pudiera vivenciar por sí misma cuál de ellas favorecía más sus límites personales. A continuación, la paciente practicó la nueva alternativa hasta que comenzó a sentirse más cómoda, sólida y conectada con las emociones y las cogniciones que acompañaban al “¡no!". A través de su disposición a ejemplificar distintos movimientos, la terapeuta normalizó el movimiento como un recurso y ayudó a Amy a reflejar 􀀻especularmente􀀽 sus acciones.

Crear un entorno seguro para la exploración somática

Muchos pacientes vienen a terapia con un sentido negativo de su propio cuerpo: asustados ante la posibilidad de tener sensaciones, sintiéndose entumecidos y desconectados, enfadados con sus cuerpos porque no les respondieron de la forma como ellos querían o por haberles traicionado 􀀻abandonado, decepcionado.

La persona traumatizada con frecuencia considera la perspectiva de tener sensaciones corporales como algo aterrador, extraño, repulsivo, falto de interés, tedioso o sencillamente imposible. Debido al efecto desregulador de las experiencias traumáticas no asimiladas, incluso el conocimiento consciente de las sensaciones normales puede desencadenar la activación traumática.

Por ejemplo, la aceleración del pulso en respuesta al ejercicio físico puede tener el efecto desconcertante de suscitar una sensación de indefensión o pánico, dado que se vive no como una respuesta corporal normal a la actividad física, sino como una indicación de la necesidad de forcejear o huir de una amenaza.

Los pacientes varían ampliamente en su conciencia de las sensaciones corporales y de la conexión entre el cuerpo y la propia regulación.

Unos pacientes son conscientes de las sensaciones únicamente en determinadas partes del cuerpo, pero no en otras. Otros no son conscientes de la tensión corporal o no son conscientes en absoluto de las sensaciones físicas. Unos vienen a la primera sesión conociendo y queriendo trabajar la relación entre las tendencias físicas y los problemas psicológicos, mientras que otros no son conscientes de que pudiera existir semejante conexión. Por ejemplo, un paciente que mostraba una tensión extrema a lo largo de los hombros, los brazos y la espalda, vino a terapia para aprender a manejar su agresividad, pero no se daba cuenta de que la tensión se correspondía con la rabia hasta que no pasó por la experiencia de tener varias sesiones en las que se aplicaron distintas estrategias para favorecer la conciencia somática.

Durante la fase de evaluación, el terapeuta averigua si el conectar con el cuerpo le resulta cómodo al paciente, advirtiendo si es capaz de reflexionar sobre sus vivencias corporales subjetivas y su influencia sobre la propia regulación. Si dicha conciencia no está presente, el terapeuta trata de averiguar las razones que la bloquean. ¿Está evitando el paciente fóbicamente la conciencia corporal? ¿Está el paciente entumecido y desconectado de la experiencia corporal? ¿El hecho de entrar en contacto con el cuerpo genera vergüenza o alarma?

Dependiendo de cuál pueda ser el obstáculo, el terapeuta puede comenzar a encontrar una forma de trabajar a nivel somático que le resulte cómoda al paciente. Algunos pacientes se sienten incómodos con la palabra cuerpo, de manera que el hecho de evitar la palabra al comienzo de la terapia les ayuda a sentirse mejor; para otros, el ofrecimiento de un listado de palabras con las que poder calificar las sensaciones corporales, el aprender a observarse uno mismo con objeto de disminuir la sensación de estar siendo “observado”, y normalizar las vivencias somáticas con la ayuda de la psicoeducación o de una

pequeña anécdota ilustrativa que describa unas dificultades similares a las suyas, favorece una mayor comodidad con los enfoques sensoriomotrices.

Sensaciones de destreza y de placer

El terapeuta puede preguntarle al paciente acerca de qué cosas hace o solía hacer bien, y a continuación rastrear lo que le sucede al cuerpo del paciente

cuando habla de estos puntos fuertes. Por ejemplo, un paciente refirió que se le daba bien el fútbol y mientras hablaba de sus habilidades futbolísticas, enderezó la columna y levantó muy levemente la barbilla.

El terapeuta llamó su atención respecto de este cambio corporal, lo reflejó y alentó al paciente a repetir la descripción de sus habilidades varias veces, advirtiendo los correlatos físicos. El enderezamiento inconsciente de la columna y el levantamiento de la barbilla se convirtieron más adelante en su ancla somática para sentirse competente 􀀍un ancla que aprendió a simular voluntariamente cuando afloraba la sensación de incompetencia. Así, una vez identificado un recurso somático, el terapeuta puede pedirle al paciente que tome conciencia de dicho recurso, lo exagere y lo estudie atentamente con objeto de sentir 􀀻notar, percibir􀀽 las sensaciones y los efectos más sutiles del movimiento. El recurso puede en ese caso utilizarse deliberadamente, cuando se necesite dentro del marco de la vida cotidiana.

Es tan importante que el terapeuta formule preguntas sobre las experiencias positivas a nivel corporal como que formule preguntas sobre la experiencia somática relacionada con la traumatización.

Cuando se le preguntó qué sentía en el cuerpo, una paciente diagnosticada de trastorno disociativo de la identidad replicó con vehemencia que su cuerpo estaba sucio, al tiempo que procedió a frotarse los brazos y las piernas con violencia. Al ver que se hiperactivaba por el solo hecho de mencionarle su cuerpo, el terapeuta le preguntó si recordaba alguna vez, ya fuera en el pasado o en el presente, que se hubiera sentido bien en su cuerpo. La paciente refirió inmediatamente el recuerdo de su abuelo empujándole en un columpio. Este recuerdo brindó un punto de partida para recuperar una experiencia física positiva: el terapeuta le pidió a la paciente que se “diera una vuelta” 􀀻hang out􀀽 por las sensaciones asociadas a dicho recuerdo 􀀍las sensaciones de sentir las risitas sofocadas en el pecho, la sensación del aire “silbándole” contra la piel, la sensación de fuerza en las piernas 􀀍sensaciones todas ellas que rivalizaban con la sensación postraumática de suciedad. A continuación, el terapeuta hizo que la paciente oscilara entre sentirse “sucia” y las sensaciones positivas en el pecho, la piel y los músculos de las piernas procedentes del recuerdo de columpiarse. Luego de obrar de este modo durante unos pocos minutos, la paciente exclamó sorprendida: “¡No estoy sucia!".

Experimentos para favorecer los recursos somáticos

No hay nada más perjudicial para el desarrollo de los recursos somáticos que el hacer del proceso de reconectarse con el cuerpo una experiencia fatigosa, dolorosa, negativa. Advertir y reforzar que los pacientes ya tienen la capacidad de sentir el cuerpo 􀀍en lugar de insistir en lo desconectados que están del mismo􀀍 y sacar provecho de los puntos fuertes ya existentes, fortalece su confianza y estimula el entusiasmo de cara a proseguir con la exploración somática. Puede ser alentador para los pacientes ver que se les refuerza positivamente y se les elogian sus esfuerzos por contactar con el cuerpo (e.g., “Es extraordinario que de hecho puedas sentir esa tensión 􀀍otras personas no tienen esa misma conciencia”).

Desde la actitud de reconocer los recursos ya existentes, el terapeuta colabora con los pacientes para diseñar los experimentos somáticos apropiados que les muevan a ir más allá de sus capacidades actuales, pero sin generar una excesiva frustración por el hecho de ser demasiado difíciles (Bundy, Lane &Murray, 2002; Janet, 1925).

La colaboración genera interés, curiosidad y, lo que es más importante, esperanza. La planificación de intervenciones somáticas de mutuo acuerdo junto con unos objetivos claros, sienta las bases para que todo salga bien.

El terapeuta busca “averiguar específicamente de qué otra forma diferente se comportaría el paciente o qué le gustaría ser capaz de hacer después de una determinada intervención somática, y que actualmente no pueda hacer” (Bundy, 2002, p. 212). Imaginarse alternativas a las reacciones habituales garantiza que el recurso somático en particular seleccionado para desarrollarlo, tiene un sentido y un valor para el paciente. Cuando se le pidió a Amy que se imaginara, en el caso de tener una varita mágica, cómo le gustaría que fueran sus sensaciones internas, contestó: “Me gustaría sentirme fuerte y no tan entumecida, para así poder dejar esta relación 􀀻con el novio maltratador􀀽”.

Este deseo sentó las bases para la exploración persistente de los recursos somáticos que necesitaba para poder lograr su objetivo. Sin el estímulo generado por su visión de un futuro diferente de su situación presente y pasada, no habría sido capaz de mantener la atención y la motivación necesarias para desarrollar todos los recursos que necesitaba a fin de mitigar sus inveteradas tendencias a la hipoactivación fisiológica crónica, el derrumbe físico y la conformidad.

Muchos pacientes con una conciencia somática limitada no son capaces de utilizar el feedback procedente de su cuerpo para sentir su postura o sus movimientos, o percatarse de lo que han logrado después de una intervención somática. Para paliar este déficit, el terapeuta puede hacer las veces de “espejo” o de modelo para el paciente, ejemplificando el recurso somático deficitario y contrastándolo con el que permitiría un aumento de la regulación (e.g., diferenciar la alineación 􀀻derecho􀀽 del hundimiento 􀀻encorvado􀀽).

Betty, que manifestó la creencia de que “Nadie me va a apoyar jamás”, fue ayudada a modificar la postura y las tendencias de orientación que contribuían a mantener esta creencia a través de un proceso gradual, cuidadosamente milimetrado 􀀻titrated􀀽. El terapeuta primeramente contactó empáticamente con el deseo de apoyo de la paciente. A continuación imitó la postura de Betty tensando y encorvando 􀀻redondeando􀀽 los hombros, y bajando la mirada y evitando el contacto ocular, diciéndole a Betty: “Desde esta posición no puedo saber si estás sonriéndome o frunciéndome el ceño”. A raíz de la demostración del terapeuta, Betty se dio cuenta de sus propias tendencias físicas y de su efecto sobre su capacidad de reconocer y de recibir apoyo.

El terapeuta también ejemplificó un determinado recurso somático y comentó su propia experiencia en relación con ello: “Cuando me siento 􀀻me coloco􀀽 más derecho, en lugar de encorvarme y de mirar para otro lado, siento una sensación de apertura en el pecho 􀀍es una sensación positiva. Y cuando te miro a los ojos, tengo la sensación de que estamos más en contacto”. A continuación, Betty fue invitada a imitar el recurso. Primero probó a levantar la mirada unos pocos centímetros, de manera que pudiera ver las patas de la mesa de café del terapeuta, y después se tomara un tiempo para que su activación fisiológica se normalizara antes de seguir adelante. A continuación, se le preguntó si podía levantar la vista hasta llegar a la superficie de la mesa, de manera que pudiera ver los objetos que había sobre ella. A lo largo de una serie de intentos, la paciente gradualmente fue levantando la mirada y la orientación, y sus hombros se enderezaron. No sólo estaba ahora apoyada por el contacto visual con el terapeuta, sino también por su propia columna y los hombros derechos. Este cambio físico se reflejaba en un diálogo más activo y colaborador con el terapeuta, aumentando así la conciencia de la paciente respecto del apoyo del terapeuta y contrarrestando la creencia de origen traumático.

Estas demostraciones de un recurso somático pueden ser particularmente eficaces dado que las “neuronas espejo” se activan en los observadores que contemplan el movimiento, replicando con precisión la forma en que los observadores procederían si estuvieran haciendo el movimiento ellos mismos (Rizzolatti y Craighero, 2004; Rizzolatti, Fadiga, Gallese y Fogassi, 1996). La estimulación visual de observar moverse a otra persona incluso aunque sólo sea ligeramente, “se registra bajo la forma de la representación motriz equivalente dentro de nuestro propio cerebro mediante la actividad de dichas neuronas espejo” (Stern, 2004, p. 79). Cuando los pacientes observan a su terapeuta ejemplificar un recurso somático, lo viven a nivel cerebral como si estuvieran realizando la misma acción y sintiendo el mismo efecto emocional, como si estuvieran “ensayando” en esencia el movimiento ellos mismos.

Los recursos somáticos son sumamente individuales y deben ajustarse a las necesidades y objetivos terapéuticos únicos de cada paciente. Lo que sirve como recurso para una persona puede ser vivido como un obstáculo por otra: un paciente puede necesitar arraigarse a fin de modular la activación, mientras que en el caso de otro el arraigo puede tener un efecto desregulador dado que rivaliza con las reacciones de huida, y en lugar del arraigo necesita trabajar el movimiento.

La supervisión 􀀻seguimiento􀀽 de las reacciones de hiperactivación e hipoactivación se convierte en el barómetro para evaluar la eficacia de cualquier recurso somático explorado durante la fase 1 del tratamiento: si el recurso favorece una activación que se mantiene dentro del margen de tolerancia, entonces es “aprovisionador” 􀀻resourcing, i.e., abastecedor, proveedor, en términos de recursos somáticos􀀽; si estimula la hiperactivación o la hipoactivación, es “desaprovisionador” 􀀻deresourcing, i.e., desabastecedor, desproveedor, en términos nuevamente de recursos somáticos􀀽. De forma similar, un recurso somático puede ser útil en un determinado momento en particular de la terapia y no en otro.

En la fase 1 del tratamiento, un paciente desbordado por las emociones intrusivas que acompañaban a la creencia de que “No tengo derecho a decir no”, se benefició de un movimiento de empujar para poner límites y normalizar su activación fisiológica.

En la fase 3 del tratamiento, este mismo paciente aprendió a practicar el alargar la mano a fin de desarrollar su capacidad para la intimidad, utilizando con menos frecuencia su capacidad de poner límites como una defensa.

El terapeuta como regulador psicobiológico relacional

Dado que la mayoría de los pacientes traumatizados tienen un amplio historial de abusos interpersonales, suelen sentir una plétora de dificultades que interfieren con la formación de una relación terapéutica.

El paciente puede sentirse acosado por la vergüenza y la ansiedad, y aterrado ante la perspectiva de ser juzgado y “visto” por el terapeuta. El terapeuta, a su vez, puede ser percibido como un sustituto de una más de las figuras de autoridad poco fiables y abusivas a 􀀻de􀀽 la que sólo cabe 􀀻esperar􀀽 temer, desconfiar, desafiar, poner a prueba, distanciarse, sentir rabia, sexualizar, etc., o puede ser percibido como un sustituto del progenitor bueno anhelado o del salvador al que aferrarse, al que remitirse y del que nutrirse, o bien las dos figuras pueden alternarse bajo la forma de unos cambios caleidoscópicos, impredecibles(p. 190).

Steele et al. (2001; 2006) conciben este legado traumático como una “fobia al contacto”, o fobia a la terapia y al terapeuta. Los autores alegan que uno de los objetivos centrales de la fase 1 del tratamiento consiste en superar la evitación fóbica de la relación terapéutica. Este proceso comienza por normalizar, validar y valorar la fobia al contacto como un recurso para la supervivencia.

En segundo lugar, el terapeuta le enseña al paciente a observar que la sobreactivación del sistema defensivo socava la formación de una relación terapéutica entre ellos, y cuestiona este estilo fijo siguiendo una serie de pequeños pasos graduales. La fobia al contacto se manifiesta inevitablemente a nivel somático.

Mientras Betty confesaba su ansia de que la apoyaran, su cuerpo y su mirada estaban vueltos hacia otro lado; su cuerpo estaba rígido y blindado; y la expectativa de rechazo y de peligro hacían que fuera extremadamente sensible al tono de voz y a las palabras que pudiera elegir el terapeuta. La fobia no se interpretó, sino que en su lugar se abordó a nivel somático en base a transformar lentamente su orientación y sus tendencias físicas, a fin de que pudiera integrar información nueva sobre la terapia procedente del entorno.

Sin cuestionar las creencias de Betty de que jamás la habían apoyado y sin trabajar la narrativa, el terapeuta cuestionó la fobia al contacto de manera que surjiera la posibilidad de sentir un contacto seguro y sostenedor.

En el caso de no cuestionarles 􀀻de ninguna forma􀀽, Betty y los demás pacientes acabarían reproduciendo una y otra vez su forma de relacionarse con vistas a la mera supervivencia traumatización relacional crónica se traduce en una serie de déficits importantes en la capacidad de reconocer las señales internas indicativas de lo que hace falta o no hace falta dentro de una relación, incluida la relación terapéutica. El terapeuta vigila atentamente la posible aparición de cualquier evidencia de perturbación por parte del paciente en respuesta a las técnicas terapéuticas o a la relación terapéutica, advirtiendo el impulso del paciente a aferrarse (lo que podría ser un signo de la fobia a despegarse del terapeuta; Steele et al., 2001, Steele et al., en prensa), a atacar o a retraerse. La receptividad del terapeuta a estos impulsos le permite tener la oportunidad de elegir y dar feedback, junto con la debida atención a los límites personales (Williamson y Anzalone, 2001).

En las fases iniciales del tratamiento de Rita, cuando su terapeuta se inclinaba hacia adelante la paciente se ponía ligeramente tensa. Cuando el terapeuta advirtió y mencionó la tensión (“Parece como si te pusieras tensa cada vez que me inclino hacia adelante”), Rita reconoció que sí, pero inmediatamente añadió que el hecho de que se inclinara hacia adelante le parecía “bien”. El terapeuta advirtió la discrepancia entre la comunicación del cuerpo de la paciente y su declaración verbal, y sugirió que le dedicaran un tiempo a estudiarlo, proponiendo que tal vez pudiera haber una distancia que fuera óptima tanto para su mente como para su cuerpo. El terapeuta le pidió a Rita que identificara la distancia “correcta” entre ellos y la paciente respondió una vez más que le parecía “bien” donde se sentaba el terapeuta. El terapeuta, manteniendo la curiosidad sobre la discrepancia entre las palabras y la reacción corporal, continuó preguntándose en voz alta qué posición sería mejor.

Primero alejó la silla y después la acercó, preguntándole a Rita si notaba alguna diferencia en sus reacciones. La paciente reconoció inmediatamente que se sentía mejor cuando el terapeuta alejaba la silla. Cuando el terapeuta la ayudó a tomar conciencia de sus sensaciones corporales, Rita habló de que sentía una sensación de tensión en el estómago cuando el terapeuta acercaba la silla. Esta sensación era el “aviso” de que estaba empezando a sentir una sensación de amenaza, y acordaron que ella se fijaría en cada vez que apareciera esta sensación durante la sesión de terapia, de manera que ambos pudieran explorar qué es lo que le estaba pareciendo amenazante y, en caso de que fuera necesario, proceder a reajustar sus límites personales, físicos o psicológicos

La regulación psicobiológica relacional eficaz requiere prestar más atención a cómo afectan las intervenciones terapéuticas a la activación autónoma, que al contenido de la narrativa del paciente. El terapeuta mantiene la curiosidad respecto de la organización de las vivencias y de las tendencias de acción del paciente, advirtiendo y contactando con la vivencia actual del paciente, en lugar de únicamente con el contenido de la conversación. La “historia” de los hechos cobra menos importancia que informarse de las tendencias a nivel de la activación fisiológica, y de la forma de volver a los niveles óptimos dentro de los límites del margen de tolerancia. En su condición de regulador psicobiológico, el terapeuta siempre se esfuerza por fomentar la curiosidad del paciente a fin de averiguar más cosas acerca de las tendencias físicas que mantienen la hipoactivación o la hiperactivación, y de desarrollar los recursos somáticos necesarios.

Los experimentos se convierten en el vehículo para descubrir los recursos somáticos de cara a la regulación. Paciente y terapeuta confluyen en la curiosidad respecto de qué es lo que sucede cuando el paciente dice la palabra “no”. Qué sucede cuando el paciente respira.

Cuando hace un determinado gesto. Cuando cambia la orientación o la proximidad. Inicialmente, el trabajar las sensaciones puede resultarle perturbador a un paciente frágil. Para poder concentrarse en el propio interior se requiere ser capaz de permanecer arraigado 􀀻grounded 􀀽 y plenamente consciente 􀀻mindful, atento􀀽, y los pacientes más desregulados suelen verse alterados por el hecho de estudiar sus propias reacciones somáticas. Estos pacientes deben primeramente aprender acciones basadas en recursos somáticos (e.g., arraigarse) antes de poder trabajar las sensaciones internas.

Trabajar eficazmente la hipoactivación y la hiperactivación fisiológica

Cuando se advierten los indicadores de la hiperactivación o la hipoactivación fisiológica, el terapeuta se esfuerza por ayudar al paciente a encontrar exactamente la acción física oportuna que facilite la regulación.

Si el terapeuta advierte la presencia de signos de hiperactivación (e.g., tensión, respiración superficial, habla rápida), puede interrumpir amablemente la narrativa del paciente antes de que la activación fisiológica continúe aumentando en escalada. Cuando el terapeuta redirige la orientación del paciente desplazándola del desarrollo de la narración a los recursos somáticos o las acciones físicas actuales, la cantidad de información que afluye a la conciencia del paciente se restringe a la experiencia somática 􀀍a la conciencia de las sensaciones y los movimientos sin ninguna interpretación. El terapeuta interrumpe las tendencias de orientación relacionadas con el trauma antes de que puedan generar una mayor desregulación. Dejar que el paciente repita la reacción traumática de miedo, horror e indefensión es de escaso valor terapéutico, y habitualmente suele llevar al paciente fuera de los límites del margen de tolerancia. En su lugar, el terapeuta podría advertir que cuando el paciente comienza a hablar del trauma, su cuerpo se tensa y su respiración se vuelve más superficial.

El terapeuta puede entonces interrumpir el contenido de la historia antes de enzarzarse plenamente en la reactivación traumática y redirigir la orientación del paciente, desplazándola de sus recuerdos a sus sensaciones corporales o sus acciones físicas actuales. Por ejemplo, cuando el terapeuta observa que el paciente parece y suena perturbado, y advierte que la activación se está acercando al límite superior dentro del margen de tolerancia, podría decir: “Me hago cargo de lo duro que resulta esto y de la perturbación que está generando. Así que, de momento, ¿qué te parece si dejamos a un lado la narración?

Vamos a dejar de hablar de los hechos y vamos a centrarnos exclusivamente en qué es lo que sientes en tu cuerpo, y averiguar qué movimientos físicos te podrían ayudar a tranquilizarte. Pasado un minuto, puedes seguir hablándome de lo que pasó”. Al interrumpir la reacción automática habitual, el proceso se enlentece y se vuelve más accesible a la observación, brindando con ello la oportunidad de desarrollar algunos recursos para transformarla.

Un primer paso a la hora de trabajar con un paciente hipoactivado podría ser que el terapeuta guiara al paciente para que se orientara únicamente en dirección hacia objetos del entorno actual, en lugar de los objetos del pasado. El terapeuta puede pedirle al paciente de estas características que haga una pausa: “Deja de pensar por un momento en las dificultades del pasado y mira alrededor de la habitación, trata de encontrar cuatro objetos que sean rojos y nómbralos”. Esta técnica genera una respuesta de orientación activa y ayuda tanto a los pacientes hiperactivados como a los hipoactivados a devolver la activación dentro de los límites del margen de tolerancia. En el caso de proseguir la activación desregulada, el pedirle a los pacientes que se levanten y anden por el despacho tomando conciencia de los movimientos de las piernas y sintiendo la capacidad de acercarse y de alejarse de los objetos o de las personas (capacidad asociada a la respuesta movilizadora de huida), suele devolver la activación dentro del margen de tolerancia.

El hecho de levantarse y de andar parece ayudar a los pacientes a sentir mejor su cuerpo de una forma más “equipada” 􀀻resourced, con más recursos􀀽, y el movimiento en general parece ser útil de cara a trabajar tanto la hiperactivación como la hipoactivación.

Técnicas de oscilación

Las técnicas de oscilación implican dirigir al paciente para que de forma repetida y plenamente consciente se oriente alternando entre las zonas, vivencias o sensaciones corporales más calmadas o “con más recursos” 􀀻mejor equipadas somáticamente􀀽 y las zonas o vivencias más dolorosas o molestas. Dicha alternancia es útil a la hora de ayudar a los pacientes en estados tanto de hiperactivación como de hipoactivación a desplazar su centro de atención de la activación traumática a las vivencias mejor equipadas o más actuales 􀀻más orientadas al aquí y ahora􀀽. Al paciente se le puede pedir que se desplace alternativamente de una imagen, sensación o experiencia que evoque sentimientos positivos, a otra que evoque sentimientos negativos.

Por ejemplo, cuando un paciente se quejó de hiperactivación acompañada de un terrible dolor de cabeza, el terapeuta le pidió que identificara una imagen visual que representara el dolor dentro de su cabeza y otra imagen que representara lo contrario. Al paciente le vino inmediatamente la imagen del interior de una pelota de golf que representaba el dolor, mientras que una espuma de merengue blando representaba lo contrario. Cuando el terapeuta le pidió al paciente que oscilara entre las dos imágenes y advirtiera sus reacciones corporales, la hiperactivación fisiológica y el dolor de cabeza comenzaron a disiparse.

Conciencia interoceptiva: las sensaciones corporales

La conciencia interoceptiva puede quedar debilitada después de la traumatización. Es importante, pues, que el terapeuta indague desde el comienzo de la terapia las reacciones del paciente a las sensaciones corporales, y más concretamente a la estimulación sensorial y las consiguientes fluctuaciones de la activación fisiológica. Muchos pacientes tienen una reacción negativa al percibir la sensación de sus propios movimientos, mientras que otros tienen una reacción adversa ante la sensación de estar sentados sin moverse. Rastrear estas reacciones y ayudar a los pacientes a comprenderlas y tenerlas en cuenta son elementos importantes para el desarrollo de los recursos somáticos.

Una estudiante universitaria que vino a terapia porque tenía cada vez más dificultades con los estudios, refirió que cuando se sentaba a estudiar, al poco se quedaba “completamente en blanco” y era incapaz de concentrarse. Observando esta reacción durante la terapia, la paciente se dio cuenta de que las sensaciones corporales que tenía cuando se sentaba inmóvil 􀀻quieta􀀽 durante largos períodos de tiempo eran similares a las de una reacción defensiva asociada a la inmovilización que constituía un residuo de las vejaciones que sufrió durante la niñez. La comprensión de esta correlación entre sus sensaciones físicas y la antigua traumatización, además de tomarse descansos frecuentes para “moverse” mientras estudiaba, ayudaron a que su nivel de activación se mantuviera dentro del margen de tolerancia de forma que pudiera estudia mejor.

La asociación entre las sensaciones corporales específicas, la activación desregulada y las emociones puede influir en los pacientes traumatizados y llevarles a pensar que la tensión asociada a las relaciones actuales es la responsable de su malestar. Como señala Van der Kolk, “En lugar de entender las sensaciones desagradables como recuerdos que se habrían visto desencadenados por algún incidente actual, se comportan como si las medidas correctivas tomadas en el entorno actual 􀀻en el momento presente􀀽 pudieran modificar lo que sienten” (2002, p. 14).

En terapia, los pacientes aprenden a reconocer las sensaciones desagradables que preludian el comienzo de la activación desregulada, en lugar de entumecerse 􀀻insensibilizarse􀀽, pasar a la descarga impulsiva y descontrolada 􀀻acting out􀀽, o evitar dichas sensaciones.

Aprenden a identificar los precursores somáticos incipientes de los estados de hiperactivación o de hipoactivación, y a discriminar entre las sensaciones desencadenadas por los recuerdos del trauma y las sensaciones relacionadas con las vivencias no traumáticas asociadas al aquí y ahora.

La modulación de la activación y el control sobre las conductas reflejas autodestructivas, se fomentan a través de la conciencia de las sensaciones y el aprendizaje de nuevas acciones físicas. Un paciente que vino a terapia muy alterado porque les había pegado a sus hijos en un ataque de rabia, aprendió a identificar las sensaciones corporales que precedían y preludiaban la actitud violenta. Cuando afloraban estas sensaciones, el paciente probaba a centrarse con la ayuda de la respiración y saliendo a dar un paseo. Aprender a sentir e identificar las sensaciones internas, por ejemplo, de tensión, frío, pesadez, entumecimiento u hormigueo, puede ayudar a los pacientes a reconocer los precursores de la activación traumática y planificar estrategias de afrontamiento alternativas.

Identificar y verbalizar las sensaciones corporales

La primera fase del tratamiento incluye la identificación y la verbalización de los estados corporales (Van der Kolk, McFarlane et al., 1996).

Muchos pacientes sufren de alexisomia, i.e., de la incapacidad de expresar con palabras las sensaciones 􀀻físicas, corporales􀀽 (Bakal, 1999).

A finales del siglo XIX, Paul Sollier estaba convencido de que el restablecimiento de las sensaciones corporales era la parte más importante del tratamiento. Sollier instruía a sus pacientes a “hacer movimientos al tiempo que prestando una atención detenida a dichos movimientos y valorando exactamente qué es lo que están haciendo… 􀀻y a􀀽 prestar atención a todas las sensaciones, practicar el sentir delicadamente 􀀻con precisión y sutileza 􀀽 en todas las partes del cuerpo” (1897, citado en Janet, 1925, p. 806). Sollier enfatiza la importancia de ayudar a los pacientes a encontrarlas palabras para describir las sensaciones corporales: “los cosquilleos 􀀻comezones􀀽, las sensaciones de hormigueo, los espasmos 􀀻movimientos nerviosos􀀽, las sensaciones de quemazón… las sensaciones de torsión o de relajación, de agrandamiento 􀀻alargamiento􀀽 o de disminución 􀀻acortamiento􀀽 de las extremidades”.

En la fase 1, si la conciencia de las sensaciones no es desestabilizadora, el ofrecer un “listado” de palabras para describir las sensaciones puede ayudar a los pacientes a aprender a pulir o elaborar su descripción. A los pacientes se les enseña un vocabulario para describir las sensaciones corporales que guarda semejanza con el de Sollier, utilizando palabras tales como frío/húmedo 􀀻clammy􀀽, eléctrico, tirante, entumecido, que transmite una sensación de hormigueo o comezón 􀀻tingly􀀽, vibrante, y demás. Por ejemplo, un paciente que tiene un dolor físico puede decir simplemente: “Me duele”, no logrando distinguir este dolor en particular de los muchos tipos diferentes de dolor. El terapeuta puede preguntar: “Me gustaría saber qué tipo de dolor es… puede ser apagado 􀀻sordo􀀽, agudo 􀀻punzante􀀽, moderado y persistente 􀀻achy􀀽, fijo 􀀻paralized􀀽, asociado a una sensación de hormigueo o comezón. O puede ser como una especie de presión hacia afuera o hacia adentro”. El terapeuta brinda así posibles opciones verbales de entre las cuales poder elegir, y estimula la agudeza del paciente en relación con el lenguaje de las sensaciones corporales. El desarrollar un vocabulario preciso para describir las sensaciones ayuda a los pacientes a ampliar su percepción y el procesamiento de las sensaciones físicas de la misma manera, con mucho, que la familiaridad con una amplia variedad de palabras para describir las emociones facilita la percepción y el procesamiento de las emociones (Ogden y Minton, 2000).

A medida que los pacientes dirigen su atención hacia dichas sensaciones, también pueden empezar a sentir el movimiento que tiene lugar en sus cuerpos: desde el micromovimiento de un ligero temblor al movimiento de levantar un brazo correspondiente a la motricidad gruesa. Sin embargo, si el paciente está muy desestabilizado puede ser más eficaz trabajar exclusivamente con los movimientos más que con las sensaciones como, por ejemplo, ponerse de pie o empujar, y alentar al paciente a encontrar una forma de moverse que le haga “sentirse bien”. También se les puede instruir a los pacientes para que presten atención estrictamente a las vivencias sensoriales asociadas al aquí y ahora: lo que huelen, ven, oyen y sienten con el sentido del tacto (como, por ejemplo, las manos descansandosobre los brazos del sofá) en el momento presente.

Diferenciar las sensaciones corporales de las emociones y las cogniciones

A los pacientes se les enseña a diferenciar las sensaciones corporales de las emociones, y a estudiar la experiencia 􀀻vivencia􀀽 física de la emoción. Con frecuencia, cuando se les pide a los pacientes que describan una sensación, lo hacen con palabras como triste o enfadado, palabras que aluden a sus emociones más que a sus sensaciones físicas.

Los pacientes pueden aprender a describir las sensaciones y la correlación entre las emociones y el cuerpo, en un lenguaje físico y no tanto emocional. Una paciente era capaz de verbalizar la vivencia somática de sus emociones de la siguiente forma: “Siento la tristeza como un hundimiento en el pecho, que genera un dolor moderado y persistente alrededor del corazón. Siento tensión en el hombro izquierdo y los brazos lacios y pesados. Y siento las lágrimas pugnando por salir dentro de los ojos”. Esta descripción refleja claramente las sensaciones correspondientes a la emoción de la tristeza.

Al igual que los pacientes no suelen diferenciar entre las sensaciones y las emociones, las sensaciones físicas también se pueden confundir 􀀻entremezclar􀀽 con 􀀻los componentes cognitivos tales como􀀽 el sentido, la interpretación o la distorsión cognitiva. Por ejemplo, un paciente que presenta una frecuente activación traumática en respuesta a los estímulos cotidianos  podría interpretar las reacciones de alarma del sistema nervioso autónomo como una creencia de que “El mundo jamás será un lugar seguro”, pero continuar desconociendo las sensaciones físicas. El hecho de preguntarle de qué forma vive esta creencia a nivel corporal permite desvelar los componentes físicos de la creencia. El paciente es alentado a estudiar los correlatos somáticos de la creencia, los cuales se podrían manifestar bajo la forma de una rigidez 􀀻hardening􀀽 en el pecho, temblor en el núcleo del cuerpo, pulso rápido, constricción o entumecimiento de las extremidades, o una sensación de gran movilización energética a lo largo de todo el cuerpo. Tales descripciones distinguen claramente entre las sensaciones físicas y la creencia con la que coinciden

Aumentar las sensaciones

Para los pacientes que tienen dificultades en comprender o tomar conciencia de las sensaciones corporales, el tocarse ellos mismos o el movimiento se pueden utilizar para aumentar las sensaciones. El contacto físico amplifica y localiza las sensaciones, activando las terminaciones nerviosas de la piel. A los pacientes se les puede instruir para que se sirvan de su propio contacto físico con objeto de aumentar las sensaciones en determinadas zonas en particular del cuerpo. Por ejemplo, al paciente que dice sentirse entumecido se le puede alentar a masajearse el brazo con la mano del otro brazo, con movimientos arriba y abajo, generando sensaciones. La comparación del brazo que está siendo presionado con el brazo que no ha sido tocado puede contribuir a aumentar la sensibilidad del cuerpo (Bentzen, comunicación personal, 14 de junio de 1992).

Los movimientos también pueden alterar y aumentar las sensaciones, y a muchos pacientes les resulta más fácil concentrarse en el cuerpo y sentir el cuerpo si se están moviendo (Segal et al., 2002). A los pacientes se les puede pedir que anden, que levanten los brazos o que estiren el cuerpo de alguna forma, y adviertan las diferentes sensaciones en las articulaciones y en los músculos cuando realizan dichos movimientos. El terapeuta también puede hacer una demostración 􀀻ejemplificar para el paciente􀀽 levantando su propio brazo y diciendo:

“Siento la tensión general en el antebrazo y una tirantez más aguda en el hombro; la mayor parte de la sensación está en la cara superior del

brazo; no siento gran cosa en la cara inferior. A medida que levanto más el brazo, siento un tipo diferente de tirantez en el hombro cuando éste empieza a encajar 􀀻se va acoplando, engranando con la articulación 􀀽. Si extiendo el brazo del todo, las sensaciones aumentan”.

Mapa de recursos somáticos

La autorregulación es la capacidad de regularse sin la ayuda de otro, de calmarse cuando la activación fisiológica asciende en dirección al límite superior del margen de tolerancia 􀀻i.e., a unos niveles demasiado altos􀀽, y de autoestimularse uno mismo cuando la activación desciende a unos niveles demasiado bajos.

La regulación relacional implica la capacidad de calmarse o de aumentar la activación a través de la interrelación con los demás.

La capacidad tanto de autorregulación como de regulación relacional se desarrollan dentro del contexto de las relaciones de apego de la primera niñez 􀀻infancy, el primer año de vida􀀽, antes de la adquisición del lenguaje. Así pues, los primeros recursos que desarrolla el infante son unos recursos somáticos, no verbales.

Autorregulación y regulación relacional: el núcleo y la periferia del cuerpo

En una sobresimplificación con objeto de trazar el mapa de los recursos somáticos, distinguiremos entre los recursos relacionados con el núcleo y los recursos relacionados con la periferia corporal (Melchior, comunicación personal, 5 de junio de 1995; Bowen, comunicación personal, 10 de noviembre de 2000), y consideraremos su relación con la autorregulación y la regulación relacional.

El núcleo físico del cuerpo comprende la pelvis, la columna y la caja torácica; la periferia física comprende los brazos y las piernas.

El núcleo brinda apoyo y estabilidad a la totalidad de la estructura, y se arraiga firmemente a través del interior de las piernas.

La periferia brinda movilidad e interrelación con el entorno.

Dentro de este esquema, el cuello, la cabeza y el rostro se incluyen tanto en el núcleo como en la periferia del cuerpo. Forman parte de 􀀍o son una prolongación de􀀍 la columna, y en razón de ello pertenecen al núcleo. También facilitan la participación y la interrelación social con el entorno, y en razón de ello pertenecen a la periferia.

Los primeros movimientos del infante se originan en el núcleo del cuerpo e irradian en dirección a la periferia, y después se contraen hacia adentro en dirección al núcleo (Aposhyan, 2004; Cohen, 1993). Estos movimientos de extensión y de flexión fortalecen la tonicidad 􀀻el tono muscular􀀽 del núcleo 􀀍la columna, incluido el cuello􀀍 así como de la periferia 􀀍los brazos, las piernas y el cuello.

Los movimientos que se originan en el núcleo y están conectados con el núcleo tienden a ser más estables, coordinados y fáciles 􀀻fluidos, naturales 􀀽 (Aposhyan, 2004; Cohen, 1993; Kurtz y Prestera, 1976).

Kurtz y Prestera observan que el núcleo también tiene un significado 􀀻una implicación, un sentido􀀽 psicológico como el “lugar interior” al que podemos “ir para sustentarnos” (1976, p. 33). La columna ofrece un eje en torno al cual pueden tener lugar los movimientos más amplios de las extremidades y de la cabeza dentro del ámbito de la interrelación con el entorno. Los músculos de la cabeza y de las extremidades están implicados en la movilidad, la expresividad y la acción.

El tono de la periferia se desarrolla adicionalmente cuando el infante utiliza los músculos periféricos para cubrir etapas evolutivas importantes 􀀻hitos􀀽, tales como alargar la mano, gatear, ponerse de pie, andar y correr 􀀍movimientos que recíprocamente contribuyen a desarrollar la fortaleza nuclear.

Hablando en términos generales, los recursos somáticos que incluyen la conciencia y el movimiento del núcleo corporal (centrarse, arraigarse, respirar, alinearse), brindan una sensación de estabilidad interior física y psicológica y, por consiguiente, contribuyen a la autorregulación.

Los recursos somáticos que favorecen la conciencia y el movimiento de la periferia (apartar a un lado, dirigirse a 􀀻alcanzar, llegar 􀀽, locomoción 􀀻movilidad􀀽) tienden a facilitar las habilidades sociales y la interrelación con el mundo en general, y contribuyen a desarrollar la capacidad para la regulación relacional.

Dentro de este esquema sobresimplificado, el núcleo sería un “pilar de apoyo” para el movimiento de las extremidades (Kurtz y Prestera, 1976); a su vez, la interrelación positiva con el entorno contribuye al desarrollo del núcleo y brinda la sensación de “tener un centro”.

Como consecuencia de la desatención grave o los abusos durante la niñez, la víctima traumatizada “puede 􀀻ya sea􀀽 buscar rodearse de otras personas constantemente, o bien aislarse completamente” (Herman,1992, p. 162).

El estilo asociado a la regulación relacional sugiere una confianza mayor en la periferia corporal con vistas a la regulación y una falta de conexión con el núcleo del cuerpo y consigo mismo. Las estrategias autorreguladoras confían más en el núcleo corporal y se acompañan de los correspondientes déficits en la capacidad de utilizar los brazos eficazmente para entrar en contacto 􀀻extenderse hacia􀀽 y establecer unos límites personales en la relación con los demás; o las piernas, para acercarse y alejarse de los objetos o de las personas del entorno. En razón de ello, se podría entender que el núcleo y la periferia del cuerpo guardan una relación recíproca con las habilidades de autorregulación y de regulación relacional.

Veamos el ejemplo de Mary, cuya postura era muy buena pero cuyo cuerpo estaba constreñido, sobre todo en el cuello, los brazos y los hombros. Llevaba la barbilla y el pecho levantados, pero mostraba escaso movimiento a nivel del cuello. Dejaba caer los brazos extendidos rígidamente a los lados cuando andaba, y tenía la costumbre de cruzar los brazos delante del torso cuando se sentaba. Las piernas eran larguiruchas 􀀻finas􀀽 y parecían no guardar proporción con el tronco grueso, y las rodillas estaban trabadas 􀀻no mostraban la oportuna flexibilidad􀀽. Como consecuencia de ello, sus movimientos eran pesados e indiferenciados, carente de gracilidad y de fluidez. Cuando movía las extremidades, la columna y el torso permanecían rígidos.

Mary tendía a estabilizarse a través de la tensión y de la rigidez, en lugar de con la ayuda de un cuerpo flexible e integrado con un buen apoyo a través de las piernas. Se quejaba de sentirse como si estuviera “haciendo mecánicamente los movimientos propios de estar viva” 􀀻i.e., como si se estuviera moviendo mecánicamente, automáticamente 􀀽, intercalados con subidas repentinas de la activación de las que le costaba recuperarse. Decía que también tenía períodos de depresión durante los cuales le costaba salir de su habitación.

A través de la evaluación somática, el terapeuta confirmó que los recursos somáticos primarios de Mary eran nucleares: una estructura alineada y el pecho y la barbilla levantados, todo ello acciones “fáciles” para ella y que, según decía, le ayudaban a sentir una sensación de identidad, fuerza y determinación. Su costumbre de cruzar los brazos delante del torso también era un recurso somático, que incluía la periferia de su cuerpo. Los brazos en esta posición, decía, le ayudaban a sentirse segura, siendo un recurso de supervivencia que había necesitado durante los abusos de su niñez. Sin embargo, Mary trataba de estabilizarse a través de la tensión y de refrenar el movimiento, lo que dificultaba la acción espontánea tanto del núcleo como de la periferia.

La vivencia del arraigo 􀀻grounding􀀽 a través de la experiencia de sentir las piernas y la sujeción que le brindan al cuerpo, le resultaba difícil, como también la posibilidad de utilizar la acción de los brazos y las piernas para poder sentir la capacidad de protegerse a sí misma.

Al comienzo del tratamiento, el terapeuta reconoció la postura alineada de Mary y le ayudó a sentir la alineación más plenamente a fin de averiguar qué podía significar psicológicamente para ella. Fue entonces cuando la paciente refirió que le brindaba una sensación de identidad, determinación y fuerza. Esta intervención, junto con la exploración del hábito de cruzar los brazos como otro recurso o habilidad 􀀻destreza􀀽 somática, le ayudó a experimentar una sensación de confianza en el cuerpo y creó el marco apropiado 􀀻sentó las bases􀀽 para abordar los recursos ausentes. Después de reconocer los recursos somáticos ya existentes, durante la primera fase del tratamiento se evaluaron y desarrollaron los recursos somáticos faltantes: las acciones “difíciles” para Mary, incluido el ganar una sensación de tener más “vida” en las piernas (la ausencia de la cual la hacía sentirse desarraigada), y el energizar los brazos a través de hacer movimientos de empujar o apartar (sin lo cual se sentía paralizada y debilitada). Aunque la paciente no estaba familiarizada inicialmente con dichos movimientos, gradualmente éstos se fueron convirtiendo en nuevos recursos.

La práctica del tomar conciencia de sus piernas favoreció la sensación de sentirse arraigada, y la práctica de los movimientos de empujar mitigó el subsistema defensivo asociado a la paralización, brindándole una sensación de autoprotección y de tener la capacidad de tomar medidas para defenderse. Además, la paciente comenzó a vivenciar una sensación de movimiento a nivel del núcleo corporal, lo que le ayudó a sentirse menos rígida y más conectada consigo misma.

Recursos nucleares para la autorregulación

Los recursos autorreguladores incluyen principalmente el núcleo del cuerpo y confieren una sensación de estabilidad, de conexión con uno mismo y de locus interno de control. El desarrollo de estas habilidades implica mantener la conciencia focalizada o “centrada” 􀀻centered 􀀽 en uno mismo, y se ve facilitada por la evaluación y la conciencia de la columna vertebral. ¿Este núcleo físico se vive como algo duro, blando, hundido, dinámico, flexible o rígido? El terapeuta ayuda al paciente a desarrollar la vivencia de su núcleo físico como algo fuerte, pero flexible. Si la columna está rígida, puede ser útil trabajar el centramiento y los movimientos de la columna; si la columna está encorvada hacia adelante, hundida o doblada, puede ser útil trabajar la alineación

vertical.

La alineación vertical se refiere a la postura erguida en la que la cabeza se apoya 􀀻en vertical􀀽 centrada sobre los hombros, el pecho descansa sobre la mitad inferior del tronco, la pelvis sostiene el torso, y las piernas y los pies están debajo del tronco (Aposhyan, 2004; Kepner, 1987; Kurtz y Prestera 1976). Observando a una persona de pie desde el costado 􀀻de lado􀀽, podemos imaginar una vertical que iría a lo largo de la parte superior de la cabeza, la mitad de la oreja, el hombro, la articulación de la cadera, la articulación de la rodilla y el tobillo, a fin de evaluar la alineación. Cuando estos puntos forman una línea recta, cada segmento del cuerpo sostiene el segmento anterior y el cuerpo está en equilibrio con la gravedad. Con frecuencia, esta línea imaginaria es desigual debido a que las partes del cuerpo aparecen desplazadas respecto de la alineación óptima. Unos torsos se inclinan hacia adelante, otros se doblan hacia atrás, la cabeza puede sobresalir hacia adelante, o la pelvis puede estar metida hacia adentro.

Cuando el cuerpo está desalineado, se requiere un aumento de la tensión muscular y de la energía para mantener a la persona derecha.

Cuanto más alineado está el cuerpo, menos esfuerzo se necesita.

La alineación se puede explorar indicándoles a los pacientes que se pongan de pie y exageren las desviaciones verticales a fin de que puedan sentir claramente las tendencias posturales y descubrir los correlatos psicológicos correspondientes. Las posibilidades de introducir pequeños cambios con objeto de favorecer la alineación resultan entonces más evidentes. Es importante alentar la alineación sin servirse de la compensación muscular, dado que la compensación podría conducir a otra serie de distorsiones posturales y de esfuerzos adicionales (Kepner, 1987). Una visualización como, por ejemplo, imaginarnos que están tirando de nosotros hacia arriba desde la coronilla al tiempo que mantenemos los pies firmemente en contacto con el suelo, puede

ayudar a que la columna se enderece y el pecho se levante, lo que a su vez permite mejorar la respiración. Esta postura puede parecerles extraña inicialmente a las personas que están marcadamente desalineadas, pero con la ayuda de la práctica les resultará cada vez más cómodo.

Los ejercicios sencillos para intensificar la conciencia de la parte trasera del cuerpo 􀀻la espalda, el dorso del tronco􀀽 facilitan la alineación y los recursos nucleares en general. Una paciente hiperactivada descubrió que no tenía conciencia de su espalda. Se le instruyó para que probara a presionar la espalda contra la pared a fin de suscitar las sensaciones en dicha zona; también probó a andar hacia atrás, tratando de “ver” con la espalda. Estos ejercicios le ayudaron a “habitar” el dorso de su cuerpo, brindándole una sensación de “respaldo” 􀀻backbone, vertebración, firmeza, agallas, pilar􀀽 y ayudándole a devolver la activación dentro del margen de tolerancia.

Los pacientes que están luchando contra la irritabilidad y los impulsos agresivos pueden beneficiarse particularmente de los ejercicios de centramiento.6* Sinclair (2001), que trabaja con presidiarios varones violentos, les enseña a estos hombres a advertir las sensaciones asociadas a la activación fisiológica y emocional que constituyen los precursores somáticos de la violencia. A continuación les enseña una estrategia de centramiento muy sencilla consistente en poner una mano en el abdomen y otra mano en el corazón y acto seguido prestar atención sin más a los cambios en las sensaciones. Esta estrategia les brinda a estos hombres la oportunidad de enlentecer sus reacciones 􀀻automáticas, reflejas􀀽 y les proporciona una alternativa a la acción violenta ofreciéndoles una acción diferente 􀀍un recurso somático potencialmente calmante y centrante.

El arraigo 􀀻enraizamiento􀀽 posibilita una sensación de sujeción y de integridad a través de la columna vertebral. Como recurso somático nuclear, el arraigo es el proceso físico de tomar conciencia de las piernas y de los pies, de su peso y su conexión con el suelo. A través de los ejercicios focalizados en el arraigo es posible sentir el soporte que brinda la tierra, lo que genera una sensación de solidez y estabilidad tanto física como psicológica. La tensión o la flacidez en los pies y las piernas, las rodillas trabadas, la incapacidad de notar las piernas y los pies o de sentirlas como una base o un soporte para la parte superior del cuerpo, todo ello disminuye la vivencia de sentirse arraigado.

Los ejercicios para intensificar la conciencia de los pies y de las piernas, y ayudar al paciente a sentirse arraigado incluyen:

a)    levantarse 􀀻ponerse de pie􀀽 y 􀀻probar a􀀽 desplazar el peso del cuerpo hacia los dedos, los talones y los lados de los pies, y a continuación equilibrar el peso a lo largo de la totalidad de la superficie 􀀻la planta􀀽 de los pies, permitiendo que reposen suavemente sobre el suelo;

b)    desbloquear las rodillas;

c)    􀀻probar a􀀽 desplazar el peso de una pierna a otra y a continuación dejar que el peso se equilibre entre ambas piernas.

Durante estos ejercicios, a los pacientes se les puede instruir para que sientan el peso de sus cuerpos y la fuerza de la gravedad tirando hacia

abajo. Presionar los pies contra el suelo estando sentado o prestar atención conscientemente al reparto equilibrado del peso sobre los “huesos de sentarse” de la pelvis y relajar el suelo pélvico, favorece el arraigo mientras se está sentado.

Para los pacientes que tienen dificultades incluso en sentir las piernas, el pisar muy fuerte con los pies contra el suelo o utilizar las manos para presionarse firmemente y masajearse las piernas y los pies, puede intensificar las sensaciones y ayudarles a devolver la sensibilidad a las piernas.

El enraizamiento se ve reforzado y alentado por la alineación vertical a lo largo de todo el cuerpo. Cada segmento estructural es sostenido por el segmento que está debajo, al tiempo que se arraiga en el mismo.

La respiración está directamente relacionada con la regulación de la energía y la activación fisiológica. Respiramos más rápido y más pesadamente cuando hacemos algún esfuerzo, y respiramos más lento y más profundo cuando estamos relajados; cuando nos vemos amenazados, podemos contener la respiración en un esfuerzo por detener el movimiento (Conrad, 1997).

En la medicina occidental, los ejercicios de respiración se han venido reconociendo como un recurso útil para el tratamiento de la traumatización psicológica desde el siglo XIX (Janet, 1925), debido tal vez a que la activación del sistema nervioso autónomo se traduce casi invariablemente en cambios en la respiración.

Es importante advertir que no existe una forma “correcta” de respirar; diferentes formas de respirar resultan apropiadas en diferentes circunstancias (Aposhyan, 1999). Ahora bien, en los pacientes traumatizados tienden a observarse dos estilos principales de respiración que podrían ser problemáticos: la sobrerrespiración (tendiente a la hiperventilación) y la infrarrespiración (tendiente a la hipoventilación) (Levine y MacNaughton, 2004).

A los pacientes se les puede enseñar a percibir sus tendencias respiratorias y las sensaciones generadas por las mismas, y en segundo lugar alterar su respiración con objeto de estudiar las diferencias a nivel de sensaciones y de activación fisiológica.

Se les pide a los pacientes que adviertan si su respiración es superficial o profunda, si está más centrada en el pecho o en el abdomen, si es rápida o lenta, y demás. Instruir a los pacientes para que coloquen las manos en la caja torácica al tiempo que experimentan con la respiración, puede ayudarles a advertir si están respirando con el pecho o con el diafragma.

La conciencia de las tendencias respiratorias y el trabajar para que la respiración sea más profunda, estimula los movimientos nucleares intrínsecos. Por lo general, los pacientes advierten que el enfatizar el inhalar aumenta la activación, mientras que el enfatizar el exhalar disminuye

la activación y favorece la relajación. Esta conciencia puede ser útil de cara a estabilizar los estados tanto de hiperactivación como de hipoactivación. Debido a que los ejercicios de respiración son potentes y pueden desestabilizar rápidamente a los pacientes traumatizados, deben utilizarse con precaución y enfatizando la conciencia y la integración de las sensaciones resultantes (Levine, 2004).

Recursos periféricos para la regulación relacional

Las relaciones con los demás se pueden regular somáticamente a través de las acciones de las extremidades. Además de la expresión facial, la mirada fija y la vocalización, el alargar la mano y sujetar son los primeros recursos del infante para regular la cercanía de los cuidadores, seguido de gatear y después de hacer pinitos para acceder a la proximidad. Empujar 􀀻apartar a un lado􀀽 con los brazos o poner las piernas en movimiento 􀀻en marcha􀀽 pueden brindar una sensación de seguridad en virtud de la posibilidad de generar una distancia entre uno mismo y los demás, y puede activar las reacciones defensivas movilizadoras truncadas de ataque o fuga.

La traumatización supone una violación de los límites personales.

La integridad tanto física como psicológica se ven destrozadas, dejando a la persona con una sensación de desprotección y de intensificación de la vulnerabilidad. La violación de los límites personales genera una sensación subsiguiente de falta de protección dentro del ámbito de las relaciones interpersonales. Un énfasis importante en la fase 1 del tratamiento consiste en ayudar a los pacientes a desarrollar unos límites que les permitan garantizar su seguridad (Kepner, 1987, 1995; Levine, 1997; MacNaughton, 2004; Rosenberg, Rand y Asay, 1989; Rothschild, 2000; Scaer, 2001).

Las modalidades tradicionales de tratamiento basadas en la introspección orientadas al proceso y apoyadas en la interpretación, abordan los límites fundamentalmente a través de un enfoque emocional o cognitivo, o ambos. Otro elemento extraordinariamente importante en el tratamiento de las cuestiones relacionadas con los límites personales sería el sentido somático de los límites.

El sentido somático 􀀻la vivencia física􀀽 de límite difiere de la comprensión cognitiva y emocional de los límites por su componente experiencial, sentido: se basa en la sensación vivida del límite personal a través de la experiencia de seguridad, de protección, y de la capacidad de defenderse.

Los terapeutas tradicionales suelen preguntarles a los pacientes si se sienten seguros, y sobre la base del procesamiento cognitivo los pacientes pueden responder “sí”, dando a entender con ello que así lo creen intelectualmente. Sin embargo, si el terapeuta observa la presencia de constricción 􀀻opresión􀀽, una ausencia de respiración plena o una respiración muy fuerte y rápida, y demás signos de hiperactivación o hipoactivación, en ese caso el paciente no tiene probablemente un sentido somático adecuado de la seguridad o de los límites.

El restablecimiento del sentido de los límites somáticos se ve facilitado por la exploración de las acciones que incluyen las extremidades, tales como, por ejemplo, apartar a un lado con los brazos, apartar de una patada con las piernas o alejarse andando. La distancia interpersonal la establecen estas acciones asociadas a la motricidad gruesa, junto con otros movimientos más indirectos y más sutiles, tales como inclinarse 􀀻echarse􀀽 hacia atrás, tensar 􀀻atiesar􀀽 el cuerpo o girarse para otro lado. A través de una serie de ejercicios, los pacientes sienten de qué forma la distancia personal adecuada les puede ayudar a sentirse seguros. El terapeuta puede ponerse de pie al otro lado de la habitación y andar lentamente en dirección al paciente hasta que éste tenga la sensación somática de que el terapeuta debe detenerse, momento éste que el paciente señala por gestos para indicar “¡alto!” (levantando las manos con las palmas hacia afuera) y/o lo dice con palabras para indicar que el terapeuta debe detenerse.

Estudiar las reacciones somáticas ante la proximidad es especialmente importante para los pacientes que no pueden servirse del lenguaje o de la voz para poner límites o decir “no”. Como dijo un paciente, “Me siento más seguro cuando habla mi cuerpo (levantando los brazos para indicar “¡alto!”) que cuando hablo yo”. La identificación de la respuesta negativa a nivel corporal 􀀻decir “no” con el cuerpo􀀽 es un prerrequisito para poder ser capaz de establecer unos límites.

Se pueden hacer experimentos (acercarse y alejarse de un paciente, o acercar y alejar un objeto como, por ejemplo, una almohada) para evaluar las reacciones automáticas ante la proximidad, tales como ponerse en guardia 􀀻bracing􀀽, moverse para atrás 􀀻retroceder􀀽, contener la respiración, o la aparición de cambios en la orientación o la atención. Se pueden practicar y valorar acciones tales como, por ejemplo, utilizar los brazos para apartar a un lado, añadir unas palabras [servirse del lenguaje hablado] para establecer una distancia física apropiada, o alejarse andando. Para muchos pacientes traumatizados, el negociar una distancia física con el terapeuta se convierte en un elemento inicial de cada sesión. En el caso de los pacientes para los

que los ejercicios mencionados más arriba puedan ser demasiado provocativos, el introducir ejercicios más sencillos 􀀍tales como hacer rodar un balón terapéutico en dirección hacia ellos o lanzarles suavemente una almohada al tiempo que utilizan sus brazos para repelerla􀀍 puede fortalecer su capacidad de apartar a un lado y sentar una base sobre la que proponer otros ejercicios.

Las personas traumatizadas tienden a mostrarse o demasiado pasivas, siendo incapaces de defenderse o de protegerse, o demasiado agresivas, siendo incapaces de regular las emociones agresivas (Bloom, 1997).

Los pacientes con una activación fisiológica y emocional desregulada que manifiestan una agresividad 􀀻violencia􀀽 explosiva, se pueden beneficiar de trabajar el hacer movimientos lentos, integrados, plenamente conscientes con los brazos y las manos simulando una agresión 􀀻física􀀽. Bob vino a terapia para aprender a regular su agresividad emocional y física. El terapeuta trabajó junto con él para que tuviera una sensación de límites personales, primeramente andando en dirección a él hasta que Bob pudiera sentir cuál era su reacción a nivel somático. El paciente comenzó a aprender a identificar las sensaciones que le informaban de que sus límites personales se estaban viendo amenazados o sobrepasados. Este ejercicio fue repetido varias veces al tiempo que Bob probaba a rastrear sus sensaciones internas y a decir “¡alto!” tanto verbalmente como con su cuerpo. Levantaba los brazos a la altura de la cara con las palmas mirando hacia el terapeuta, en lugar de su reacción habitual de cerrar los puños ante la percepción de la amenaza. El paciente refirió que se sentía inmediatamente violentado y agresivo cuando se traspasaban sus límites personales, y probó a coger almohadas y ponerlas formando un círculo alrededor de él, de manera que pudiera sentir que tenía su propio espacio. El terapeuta y Bob diseñaron en colaboración muchos ejercicios prácticos

en los que el terapeuta se “saltaba” los límites del paciente; por ejemplo, el terapeuta introducía un objeto en el espacio del paciente y Bob practicaba el apartarlo a un lado de una forma lenta, meditada y contenida, en lugar de con una erupción explosiva de agresividad.

También practicó el empujar contra la pared, sintiendo la energía de su agresividad corriéndole lentamente por los pies y saliéndole por las manos. Con la ayuda de muchas repeticiones de estos mismos ejercicios, Bob comenzó a sentir la capacidad de restablecer sus límites a través de acciones contenidas, reguladas, y se redujeron sus explosiones de agresividad en el ámbito de su vida cotidiana.

Se pueden explorar los límites visuales con los pacientes que se sienten inseguros o amenazados por el contacto visual o por el hecho de que los vean: el terapeuta y el paciente pueden probar a que el uno mire para otro lado, cierre los ojos o se siente de lado 􀀻de costado, en ángulo􀀽 respecto del otro, identificando los signos somáticos que informan de qué es lo que le hace sentirse más cómodo al paciente.

La movilidad 􀀻locomoción􀀽, la actividad de desplazarse a lo largo del espacio, puede “incluir unas pautas motrices reiteradas que generan un sentido constante de la propia identidad” (Caldwell, 1995, p.44). Explorar y modificar los estilos motrices asociados a la movilidad que contribuyen a la identidad traumática del paciente, puede favorecer la mejora de las interrelaciones del paciente con el entorno. Por ejemplo, una paciente notaba que con cada paso que daba, la columna se le hundía en un movimiento de flexión, generándole una sensación dolorosa en la parte inferior de la espalda y suscitando una sensación de indefensión. Esta característica venía acompañada de una actitud defensiva sumisa. Primero tomó conciencia de esta característica de su movilidad y después comenzó a practicar otra forma de andar más adaptativa: presionando y despegando 􀀻impulsándose, empujando con la totalidad de􀀽 las plantas de los pies en cada paso. La paciente comprobó que este pequeño cambio le permitía sentirse más segura cuando estaba fuera en espacios públicos, y más cómoda cuando se acercaba a los demás.

Los pacientes que no han podido librarse de los estímulos amenazantes puede que no tengan la sensación vivenciada de que sus piernas son capaces de alejarles de las situaciones indeseadas; en una palabra, puede que a menudo se sientan atrapados. Lisa, con antecedentes de abusos durante la niñez por parte de una serie de padres adoptivos, refirió que se sentía abstraída y ofuscada cuando trataba de sentir su cuerpo. Durante la primera fase de la terapia, la terapeuta sugirió que se pusieran de pie y caminaran por el despacho juntas, advirtiendo que las piernas de Lisa sostenían su cuerpo y prestando atención al hecho de que sus piernas podían alejarla de lo que no quería y acercarla a lo que sí quería. Consciente de la dificultad de Lisa en permanecer dentro de los límites del margen de tolerancia cuando trataba de sentir su cuerpo, la terapeuta optó por no pedirle que informar de sus sensaciones corporales, ni se mencionó por el momento la traumatización infantil grave de Lisa. Mientras ambas deambulaban por el despacho, la paciente refirió que se sentía más presente y advirtió que le hacía bien notar las piernas. La vivencia de la movilidad fue un recurso sencillo al que Lisa volvió una y otra vez 􀀍que mitigaba la pauta corporal de reaccionar sintiéndose paralizada y atrapada, y también le ayudó a prevenir el abstraimiento asociado la hipoactivación cuando se sentaba quieta en la silla.

Utilizar el núcleo y la periferia

Como ya vimos, las categorías anteriores de recursos para la autorregulación y la regulación relacional estarían asociadas esencialmente al núcleo o la periferia corporal. Pero algunos recursos somáticos corresponden por igual a la columna y las extremidades requiriendo, pues, para su materialización del núcleo, además de la periferia.

Cambiar las tendencias de orientación

La orientación es un recurso somático que incluye por igual el núcleo y la periferia, y está relacionada tanto con la autorregulación como con la regulación relacional. La orientación es un recurso nuclear dado que incluye rotaciones del núcleo corporal y de la columna vertebral, incluido el cuello. También incluye movimientos de la periferia 􀀍la cabeza y la cara􀀍 que acontecen en respuesta a los estímulos procedentes del entorno. En razón de ello, la orientación también es un recurso periférico, asociado a la regulación relacional.

El desarrollo de habilidades de orientación adaptativas puede ayudar a los pacientes a satisfacer el objetivo de estabilizarse en las situaciones difíciles. Un estudiante de segundo año de universidad, Russell, decidió que quería ir a su casa durante las vacaciones de Navidad para visitar a sus padres,

pero se angustiaba y se alteraba ante la idea de ver a su padre, que le había pegado repetidamente durante su niñez. El terapeuta le pidió a Russell que se levantara y eligiera un objeto del despacho que representara a su padre. Una vez que el paciente hubo elegido un objeto, el terapeuta le pidió que probara primeramente a apartarse del objeto y después a orientarse lentamente en dirección hacia el mismo, advirtiendo sus reacciones a nivel corporal. Los movimientos de Russell se volvieron inconexos: la columna combada, y la parte superior del tronco girada para otro lado incluso al tiempo que se volvía hacia su “padre” y le daba la cara. Sus movimientos ejemplificaban una actitud de indefensión y abatimiento. En colaboración con el terapeuta, Russell

comenzó a continuación a trabajar los recursos somáticos que favorecieran la capacidad de orientarse hacia su padre desde una posición de fortaleza más que de abatimiento. Con la práctica y algunas directrices, el paciente aprendió a orientarse hacia su padre con la columna erguida y las piernas arraigadas, manteniendo la integridad nuclear. En su primera sesión después de las vacaciones, Russell refirió que por primera vez no se había sentido “perdido” ante la presencia de su padre, lo que atribuyó a que se mantuvo derecho, a que no dejó que la columna se le combara en una actitud de sumisión.

La “contención” del propio cuerpo

Dado que las experiencias traumáticas y su reactivación generan sensaciones físicas intensas, molestas y perturbadoras asociadas a la activación emocional y fisiológica, que con frecuencia conducen a lacatarsis o la descarga conductual desreguladora, el aprender a “contener” estas sensaciones físicas y sus emociones asociadas relacionadas con el trauma, constituye un importante recurso dentro de la fase 1 del tratamiento. Algunos pacientes no están dispuestos a contener sus emociones debido al alivio a corto plazo que obtienen a través de la descarga, pero se podrían beneficiar de las ventajas a largo plazo de aprender a contenerse. Otros, acosados por los síntomas de reviviscencias intrusivas, necesitan estrategias de contención (Courtois, 1991, 1992).

Los pacientes aprenden a contenerse como un recurso somático en virtud de vivenciar conscientemente la “contención” que brinda el cuerpo físico: la piel y la musculatura superficial (Kepner, 1987; Rothschild, 2000). El sentir la piel como una barrera corporal en sentido literal, se puede vivenciar pidiéndole al paciente que se toque o se frote la superficie del cuerpo. Si los pacientes se desregulan al tocar su propio cuerpo, puede que sea menos desestabilizador para ellos sentir la piel en contacto con objetos del entorno, tales como, por ejemplo, el brazo de la silla, el suelo o la pared.

La contención también se puede explorar tensando los músculos largos del cuerpo (Kepner, 1987; Rothschild, 2000). Esta contracción endurece literalmente los músculos extrínsecos superficiales que rodean el cuerpo, generando una sensación de menor permeabilidad y fortaleciendo la conciencia respecto de la capacidad tanto de “mantener las cosas dentro” como de “mantener las cosas fuera”. El pedirles a los pacientes que digan “no” con el cuerpo (al igual que el terapeuta dice “no” simultáneamente con su propio cuerpo a fin de modelar y de colaborar) les enseña a los pacientes a contenerse, dado que los músculos extrínsecos se tensan de forma característica con objeto de decir “no” somáticamente. A la inversa, los pacientes pueden explorar el ablandar la musculatura superficial, haciendo que el cuerpo sea más accesible y esté más abierto al entorno (diciendo “sí”), y tomar conciencia de la diferencia entre el “sí” y el “no”.

Autotranquilización

Los recursos somáticos para la autotranquilización son recursos autorreguladores que pueden incluir ya sea el núcleo o la periferia del cuerpo, o ambos. Estos recursos suelen salir a la luz cuando el terapeuta rastrea los intentos espontáneos por parte del paciente de tranquilizarse a través de la acción física cuando la activación está rebasando el margen de tolerancia. Estas acciones pueden entonces ser llevadas a la conciencia, reconocidas y desarrolladas. Una paciente se mecía hacia los lados; un veterano de guerra se colocaba automáticamente la mano en el estómago; una joven que había sido importunada

sexualmente, se frotaba los muslos con las manos; una paciente con antecedentes de abusos sexuales se acariciaba las mejillas; otra paciente presionaba la espalda contra la silla. Todos estos movimientos aparecían de manera espontánea e inconsciente para el paciente, pero eran detenidamente rastreados por el terapeuta y reconocidos por ambos como formas automáticas de autotranquilizarse que el paciente conocía instintivamente.

En la psicoterapia sensoriomotriz, el terapeuta hace que el paciente explore detenidamente la vivencia de los recursos de autotranquilización, en base a repetir la acción, observar lo que sucede en el aquí y ahora, y practicar los recursos de autotranquilización fuera de las sesiones de terapia. El terapeuta también puede preguntar qué movimiento o qué posición del cuerpo favorece la tranquilización, y a continuación ayudar a los pacientes a practicar dicho movimiento. Una paciente, Ann, descubrió que se sentía tranquilizada cuando se abrazaba rodeándose suavemente el torso con los brazos. Mientras realizaba dicho movimiento, el terapeuta le pidió que advirtiera el efecto de este gesto sobre sus sensaciones internas. Ann refirió que esta acción física le calmaba y le hacía sentirse confortada; abrazarse le evocaba recuerdos de estar con su tía, a la que había estado muy unida de niña y que solía cogerla en brazos cuando era pequeña. El explorar este movimiento le ayudó a Ann a reconocer y valorar que había interiorizado la sensación reconfortante de estar con su tía, y también preparó el terreno para que conscientemente se sirviera de esta acción cuando necesitara autotranquilizarse.

También se pueden sugerir algunos recursos somáticos para favorecer la autotranquilización por vía externa: baños calientes, rozarse o tocarse la piel suavemente, masajes de presión profunda, perfumes agradables, comidas preferidas, el tacto de tejidos suaves. La elaboración

de una “dieta sensorial”, un plan respecto de qué estimulación sensorial se podría reducir o aumentar para que el paciente pueda sentirse

relajado como, por ejemplo, sentarse en una habitación a oscuras,  ponerse tapones en los oídos para reducir la estimulación auditiva, o escuchar música animada para mitigar la hipoactivación, constituye una actividad importante de la fase 1 (Aubrey Lande, comunicación personal, 25 de junio de 2003; Wilbarger y Wilbarger, 2002).

Desarrollar una capacidad de integración de orden superior

Los recursos somáticos se desarrollan gradual y sucesivamente a lo largo del tiempo. Steele et al. afirman que el tratamiento de la traumatización

psíquica debe seguir “un orden específico de manera que 􀀻el paciente􀀽 experimente un desarrollo gradual de la capacidad de emprender acciones adaptativas intencionadas y de alta calidad, tanto mentales como físicas” (2005b, p. 14).

Primeramente, se reconocen y se vivencian los recursos ya existentes, junto con la sensación de dominio que suscitan.

A continuación, se reta al paciente a aprender un recurso nuevo: un recurso que permita abordar la hiperactivación o la hipoactivación y que practique hasta que deje de resultarle difícil. Durante el transcurso de la fase 1 del tratamiento, se alienta al paciente a probar a realizar acciones aprovisionadoras 􀀻resourcing􀀽 cada vez más complejas que requieran un grado cada vez mayor de capacidad de integración

Kim ejemplifica este proceso de aprender gradualmente, a lo largo de muchas sesiones, acciones cada vez más complejas que suponían todo un reto para su capacidad de integración. La paciente, que tenía antecedentes de abusos sexuales, se sentía incapaz de protegerse a sí misma. En terapia se sentía notablemente incómoda cuando realizaba gestos físicos de apartar a un lado con los brazos, lo que le resultaba “incómodo” y “desconocido”. Cuando probaba a hacer movimientos tales como empujar con los brazos, se sentía disociada (como si “no fuera yo”). El cuello y la columna se le contraían, mostraba una gama limitada de movimientos y las rodillas, que ya tenía trabadas, se le ponían más tensas. Los brazos le colgaban fláccidamente a los costados después de su primer intento de empujar, y dijo: “Renuncio”.

Su primer cometido físico consistió en probar a desbloquear las rodillas, lo que le permitió sentirse más arraigada y le brindó un recurso de autorregulación que redujo la impresión de sentirse desbordada.

La paciente practicó esta sencilla acción a lo largo de varias sesiones hasta familiarizarse con ella.

A continuación, aprendió un recurso centrante 􀀻centering􀀽 consistente en concentrarse 􀀻focusing􀀽 en las sensaciones que tenían lugar en el núcleo de su cuerpo. Luego de desarrollar estos recursos somáticos asociados al arraigo y al centramiento, se exploró una labor de nivel superior. Se alentó a Kim a concentrarse en las acciones físicas de alejarse 􀀻irse􀀽 y correr. La atención prestada a estas acciones y a las sensaciones asociadas despertaron una reacción de huida en la paciente que había sido descartada y estuvo fuera de su alcance durante los abusos de la niñez. Mientras deambulaba plenamente consciente por el despacho y, en una sesión posterior, corría en parada, se le indicó que advirtiera que ahora sus piernas podían alejarla de las situaciones indeseadas o amenazantes 􀀍capacidad ésta que no pudo utilizar de niña. La posibilidad física y 􀀻con ello􀀽 la posibilidad psicológica concomitante de escapar, le permitió fortalecer un recurso regulador relacional. Kim comenzó a sentirse más presente en el “aquí y ahora”.

Al cabo de varias semanas de tratamiento, la paciente pudo realizar con éxito la acción de apartar a un lado con los brazos sin que la hipoactivación interfiriera en este gesto asertivo. A la sazón, Kim era consciente del apoyo que le brindaba la parte inferior del cuerpo y la columna, y había trabajado junto con su terapeuta el rastrear y focalizar la atención en su capacidad de mantenerse presente en las sesiones de terapia, arraigada y orientada hacia el aquí y ahora. La paciente pudo reflexionar sobre el hecho de que su anterior creencia de “No me merezco tener ningún derecho” se había transformado en la sensación de que “Tengo derecho a protegerme”, y pudo reconocer lo rabiosa que se sentía por haber sido violada. A medida que practicaba las nuevas acciones físicas y mentales en terapia, Kim también se mostró más concentrada y más capaz de permanecer dentro del margen de tolerancia en el ámbito de las relaciones interpersonales.

Practicar los recursos somáticos

A medida que se enseñan y practican en terapia los nuevos recursos somáticos, los pacientes aprenden gradualmente los mecanismos de cada acción y a tolerar las sensaciones, emociones y cogniciones desagradables que inevitablemente acompañan al hecho de aprender algo nuevo. Los pacientes descubren que, con el tiempo, la reprogramación somática les ayuda a separar el pasado del presente, y a sentirse menos perturbados por los estados de activación fisiológica y las reacciones defensivas desreguladas. Con la ayuda de un cuerpo que cuenta con más recursos, los pacientes traumatizados sienten una mayor capacidad de estabilización y de regulación. Janet (1925) resume tanto la dificultad inicial del aprendizaje de los recursos somáticos

como la necesidad de que el terapeuta funcione, a la manera de un “córtex auxiliar”:

Al principio, estas operaciones exigen un esfuerzo consciente intenso pero, con la ayuda de la repetición, en virtud del mecanismo de la habituación se realizan con una facilidad y una rapidez cada vez mayores, de manera que finalmente se pueden realizar correctamente sin necesidad de prestar atención y casi sin darse cuenta. La educación consiste, pues, en la materialización y la reiteración de una acción nueva realizada en presencia de un testigo competente, que la supervisa, la corrige, y se asegura de que se repita hasta que la acción ya no sólo se realice correctamente, sino que se vuelva automática (p. 736

El aprovisionamiento somático comienza con la capacidad del terapeuta de reconocer la salud del paciente en lugar de únicamente la patología admitiendo que, a pesar de la experiencia traumática importante, cada paciente dispone ya de una rica variedad de recursos intactos.

Desde esta actitud básica, es posible validar y elaborar los puntos fuertes ya existentes del paciente, y enseñar aquellos recursos ausentes o inmaduros. Al paciente se le asignan tareas para casa de dificultad creciente, a fin de que pueda practicar la acción en su entorno e informar de la experiencia en la próxima sesión. El uso de accesorios adecuados (e.g., una almohada, la pared o el marco de una puerta para empujar) se puede utilizar tanto en las sesiones de terapia como en casa, entre sesiones. Se puede utilizar creativamente una variedad de objetos para practicar acciones en contextos no amenazantes: balones o pelotas terapéuticas para empujar, pesos en los tobillos o chalecos con pesos para facilitar los ejercicios de arraigo; hacer flexiones o levantar pesas, o incluso empujar contra el propio brazo o el propio muslo puede ser útil para desarrollar resistencia 􀀻resistance􀀽. El llevar un diario puede favorecer la motivación y brindar un marco de referencia para estudiar los pensamientos o las reacciones automáticas que pueden acompañar a las antiguas tendencias somáticas y a las nuevas acciones.

Finalmente, el paciente puede profundizar en los recursos somáticos adquiridos o desarrollar una gama más amplia de recursos utilizando “plantillas futuras” 􀀻encuadres hipotéticos que sirvan de banco de pruebas􀀽: esto es, ensayando futuras dificultades, adelantando imágenes de posibles situaciones previsibles dentro del marco de la vida real. Cuando el paciente saca a relucir la imagen de una situación difícil, ello evocará a menudo la antigua tendencia, generando un contexto apropiado para practicar el uso de la totalidad del repertorio de recursos somáticos, hasta descubrir aquellos que responden a la dificultad 􀀻el nuevo reto imaginariamente planteado􀀽. Estos ensayos pueden ser ejercicios bastante potentes, y representan las fases finales de la incorporación satisfactoria de nuevos recursos somáticos

Conclusión

La terapia que se concentra en las experiencias, los recuerdos y las situaciones negativas de la vida actual que suponen un problema para los pacientes, pero omite la exploración de las experiencias, los recuerdos y las situaciones positivas, puede ser desestabilizadora en sí misma y por sí misma. Los pacientes tienen dificultades en separar las experiencias pasadas del presente y en sentirse bien consigo mismos, en parte debido a que están habituados a los estados de desregulación desencadenados por los recuerdos traumáticos.

 Los sistemas defensivos desenfrenados socavan su capacidad de desenvolverse en la vida cotidiana y de responder adaptativamente a los distintos sistemas de acción. A través del aprendizaje de los recursos somáticos dentro del contexto de la terapia, es posible abordar la activación desregulada de una manera que los pacientes sientan que les fortalece y genera [favorece] una forma diferente y más positiva de relacionarse con el cuerpo. El seguimiento 􀀻monitoring􀀽 detenido le permite al paciente permanecer dentro del margen de tolerancia y aprender a inhibir los sistemas defensivos desregulados, al tiempo que validando de forma plenamente consciente los antiguos recursos y aprendiendo otros nuevos.

La práctica de estos recursos somáticos permite estabilizar la activación fisiológica y reducir los síntomas, posibilitando una participación más plena en el día y a día y preparando el terreno para abordar los recuerdos traumáticos.

 

Bibliografía

Ogden, P., Minton, K., & Pain, C. (2009). El trauma y el cuerpo. Un modelo sensoriomotriz de terapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

 

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