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LA PERSONALIDAD DEL DROGODEPENDIENTE

 

LA PERSONALIDAD DEL DROGODEPENDIENTE

En primer lugar, ha de decirse quién es una persona dependiente de una droga. Para ello hay que detenerse en explicar el continuo: uso, abuso y dependencia. Se puede usar una pastilla de éxtasis, es decir, hacer uso de ella, consumirla esporádicamente tal vez para experimentar, como hay quien lo hace con el LSD, en momentos puntuales. El uso o consumo aislado no tiene por qué poner necesariamente en peligro la vida del sujeto, a no ser que tome una sobredosis en relación a lo que su organismo puede admitir o que tenga un mal viaje como les ha sucedido a muchos en la toma de ácidos lisérgicos.

Se puede hacer abuso de la sustancia, tomando más de una dosis de modo reiterado y con acotaciones de tiempo pequeñas y, en último lugar, se puede caer en una dependencia, en la que el sujeto necesita constantemente de la sustancia para salir de marcha a bailar bakalao todo el fin de semana o varios días, o ir a los afters para relacionarse o ligar. En la dependencia, no sólo de éxtasis sino de cualquier tipo de droga, es donde se observa que si la persona no consume sufre el síndrome de abstinencia.

La dependencia es, entonces, un estado en el que la persona sufre de diversos síntomas cuando se abstiene de consumir determinadas sustancias. Así, podemos observar temblores y sudores fríos en el caso del heroinómano; o nerviosismo ante las asociaciones psicológicas y el deseo de inhalar humo, como ocurre en el caso de la dependencia al tabaco, cuando la persona se acostumbra a fumar un cigarro después de la comida, con el café, antes de dormir... El individuo, además de lidiar con los síntomas físicos que produce la abstinencia a la nicotina, tiene que vérselas con las continuas circunstancias de su vida cotidiana asociadas con el acto de fumar. En el caso del alcohólico también pasa con los vinos a la hora de comer, las copas con el café, las de la noche...

En la dependencia hemos de distinguir entre dependencia física y psicológica. Se entiende por dependencia física aquel estado alcanzado por el organismo, que le lleva a habituarse a tener dentro de sí determinadas sustancias, sin las cuales sufre trastornos de diversa consideración (síndrome de abstinencia).

La dependencia psicológica se caracteriza por una necesidad compulsiva de tomar la droga de modo constante para obtener sensaciones psíquicas como placer, desinhibición o exaltación y también para evitar percepciones desagradables como la angustia.

Desde los planteamientos más freudianos, se suele decir que los drogodependientes tienen una personalidad oral, es decir, que continuamente necesitan de la gratificación inmediata, no sólo por la boca, ya que el esnifar cocaína o el inyectarse heroína son también simbolismos de oralidad, de incorporar al cuerpo diversos elementos. Es cierto que la oralidad de estas personas es extremada, de hecho son capaces de hundir moral y económicamente a su familia, bien sea de la que provienen, la que ellos crean o ambas.

El arrepentimiento por regla general sólo se produce cuando están satisfechos y bajo los efectos de la sustancia que tienen por costumbre tomar o de las sustancias, según el caso; fenómeno este último

que recibe el nombre de politoxicomanía.

La oralidad desmesurada se refleja a menudo en la poca empatía que sienten hacia el prójimo, el cual es usado para conseguir su dosis.

No sólo pueden dedicarse a estafar o robar a cualquiera, sino que también son capaces de agredir violentamente a sus padres y hermanos, a la vez que robar o vender cualquier bien familiar. Para ellos y de modo general, las relaciones humanas están cosificadas, sirven para alcanzar la droga. De hecho, un porcentaje elevado de su red social, de su entramado de amistades, está compuesto también por drogadictos, produciéndose un círculo en el que se hallan quien sabe dónde comprar, quien vende, quien fía o quien puede introducirles en el negocio desde abajo como camellos.

Las teorías que se centran en la oralidad tienen una parte de razón en la génesis y mantenimiento de estas conductas, pero no toda. Han de tenerse en cuenta otras variantes de fundamental importancia. Al igual que en el tema del narcisismo y su vuelco sobre la imagen corporal de modo negativo, también se observa que el drogadicto no es precisamente una persona con mucha seguridad en sí mismo ni con un grado de autoestima muy elevado, dado que recurre a artificios para sentirse en otro estado de conciencia, es decir, para ser otro.

Por otro lado, mientras hay drogodependientes que hacen una vida social normal, hay otros que se encuentran totalmente enajenados en la inactividad, sin pretensiones, ni metas, ni trabajos por realizar.

El paro es una cuestión harto problemática en la actualidad, pero por supuesto hay quien se escuda en esta circunstancia para decir que no hay trabajo o que el que hay es muy precario.

La temática de la que hablo no es exclusiva de los drogadictos, ya que hay otros que no se proponen ni de lejos el buscar ocupación de ningún tipo, puesto que todo les viene mal y todos los trabajos y actividades –valgan también las de estudio– contienen dificultades: “es muy duro”, “está mal pagado”, “es una explotación”... Cuestión que no hace más que mostrarnos un factor de fondo que estriba en un gran egoísmo, dado que estos sujetos se comportan, en definitiva, como niños mimados que no quieren asumir responsabilidades: todo lo quieren sin esfuerzo y de modo inmediato.

Adler (1930) nos advertía sobre este tipo de personas que no hacen sino encubrir la más absoluta falta de cooperación para con los demás, dado que no quieren asumir un puesto en la sociedad que les lleve a ayudar a los otros. Con puesto nos referimos a algo muy general, desde un empleo en el sector servicios, a los estudios previos al ejercicio de una futura profesión, hasta la laboriosa tarea de ser madre y preparar a otros seres humanos en el camino de la vida.

Nos encontramos –más veces de las que quisiéramos– con sujetos que no quieren tomar un rumbo en la vida, y que en la treintena o cuarentena (e incluso más), no tienen oficio ni beneficio, ubicándose en una posición de queja continua y de absoluta paralización; eso sí, chupando de la familia o de la pareja, que es la proporcionadora del sustento económico, además de realizar las tareas cotidianas (hacer la comida, la compra, la limpieza), puesto que el otro hace como si realizara alguna tarea o hiciera por encontrar alguna ocupación.

Muchos son los testimonios que conozco al respecto y la constante común que encuentro es que estas personas no quieren hacerse cargo de responsabilidad alguna. Prefieren, con mucho, lavarse las manos y que los demás hagan el trabajo y lleven el timón.

Retomando de nuevo el tema que nos ocupa, en la etiología de la personalidad del drogodependiente es fundamental el papel de los padres. Al comienzo, tal y como hemos visto, cobra vital importancia el papel de la madre como reguladora de las primeras funciones del bebé, así como de la educación que le inculca en cuanto a la tolerancia frente a la frustración y las demoras de la gratificación.

Al respecto y de modo muy claro, los psicoanalistas De Casarino y De Leonetti (1993) hablan de la frustración óptima como elemento fundamental de prevención en la personalidad de quien abusa y depende de sustancias psicoactivas, es decir drogas. Según ambos autores, este modo de frustración es óptimo porque las decepciones en las que se ve abocado el niño no son traumáticas, sino beneficiosas a largo plazo por enseñarle que sus deseos inconscientes y conscientes no se cumplen tal y como ellos quieren, además de comprender que estos deseos no tienen que ver mucho con lo que en realidad sucede, es decir, que la oralidad desmedida del niño se ve encuadrada de manera más adaptativa.

Si a un niño le concedemos siempre lo que pretende y siempre se sale con la suya, no aprende lo que son las frustraciones; sin embargo, si se le dice no y se le educa adecuadamente, pronto se hará cargo de que las cosas no saldrán siempre como él quiere, y esto son frustraciones óptimas.

La repetición de estas frustraciones óptimas hará que el yo de ese niño constituya una personalidad sólida y con principio de realidad, siendo así menor la probabilidad de que la gratificación inmediata del consumo de drogas se apodere de esta persona.

Hay a quien no sólo no se le frustró de un modo pedagógico, sino que se hizo más bien lo justo o lo mínimo por él, y cuando se suele hacer lo justo por un ser humano, éste no suele salir bien parado. Por eso, también hay un perfil de drogadicto en el que entrarían todos aquellos drogodependientes que no han estado provistos de afecto en un buen grado y que toman una relación con la droga que fantaseadamente les hace sentirse bien con ellos mismos, sin los escollos que les puede plantear el saber que están solos y que lo han estado cuando era necesario un afecto, una sonrisa, el apoyo de alguien, una respuesta, en definitiva, de que son queridos y, al menos, especialmente por sus padres.

No se quiere decir con ello que la falta de afecto tenga que desembocar necesariamente en un abuso de drogas, pero sí que, a posteriori, se observa que en el pasado de estas personas hubo bastante de esto.

Estos mismos autores señalan unas características comunes en las familias del drogodependiente:

• En su familia hay otros casos de adicciones al tabaco, al alcohol u otras drogas; pero la adicción puede no ser tan clara como en

el consumo de estos elementos, y que el drogadicto tenga un padre ludópata o una madre con oniomanía (necesidad compulsiva

e inmediata de comprar). También puede darse el caso de que en su familia haya un consumo excesivo de fármacos o

psicofármacos (ansiolíticos, antidepresivos, etc.), dado que estos también son susceptibles de crear dependencia pese a que

algunos afirman que no entrañan tanto peligro.

• Otra circunstancia que puede verse en las familias de estas personas es que tienen una mala alianza marital, es decir que la

penosa relación de los padres se sostiene por tener en común al hijo drogadicto que hay que cuidar, y esto es también válido en

la explicación del mantenimiento de otras patologías psicológicas y físicas de distinta condición.

• Se observa, asimismo, en los padres de los drogodependientes que no les han puesto límites, que no les han frustrado  

óptimamente y que para cuando han querido hacerlo, era ya demasiado tarde. Es curioso el paralelismo que se encuentra entre

esta falta de límites y la dificultad que tienen las personas que abusan de drogas o que han tenido un pasado de abuso emantener

las variables del encuadre de la psicoterapia.

Los profesionales, al tratar a cualquier paciente bajo una orientación psicoanalítica, fijamos una duración de las sesiones, un pago de honorarios y una frecuencia entre una sesión y otra. Es bastante común que en los primeros meses e incluso años de tratamiento sean incapaces de asistir frecuentemente a las sesiones o de abonarlas en su debido momento. Se deduce, por ello, que las personas con diferentes problemas de drogadicción tienen muchos problemas para aceptar los límites que se le proponen.

Por supuesto la educación temprana es vital, y es probable que la concienciación fuera mayor de lo que es si se utilizara en mayor medida. Pero tampoco es la panacea esto de la prevención educativa. En una ocasión en la que impartí clases a otros profesionales sobre prevención de drogas, una mujer discutía conmigo sobre la infalibilidad del método preventivo. Ella –muy idealista– decía que si se avisaba a los padres y se les concienciaba, irían siempre al colegio del hijo a participar activamente en los programas de intervención. Yo argumentaba que habría padres que por motivos diversos no iban a acudir; la mayoría, porque preferiría negar la existencia de tal problema. Allí había un joven que me daba la razón. Pidió permiso para hablar, se levantó y sacó un recorte de periódico en el que se hablaba de la baja participación de los padres en este tipo de programas preventivos. Este hombre resultó ser

un exalcohólico que comentó que, desde luego, él nunca habría ido a un programa de ese tipo al colegio de su hijo, porque la confrontación con su propio problema le hubiera sido dura en exceso.

Fundamental para comprender la personalidad del drogadicto es la formación de su sí-mismo o self. El sí-mismo es una instancia hallada en todo ser humano y que equivocadamente se suele confundir en algunas ocasiones con el yo, siendo conceptos distintos (Guerra Cid, 2002).

Hartmann (1937) diferenciaba el yo instancia, que fue descrito por Freud, del yo representación que sería la identidad o la imagen que la persona tiene de sí-mismo –self–.

Subcomponiéndose en subestructuras, el self contendría tanto al yo como al ello y al superyó. La fenomenología del narcisismo está íntimamente ligada a la percepción del sí-mismo y a las inversiones (investiciones) energéticas que hacemos sobre nuestra imagen.

Así, se puede decir que en los drogodependientes se ven heridas –grietas en el self– a partir de la primera relación con la madre. En primer lugar, hay falta de empatía; por eso, tienden a utilizar a los demás como decíamos antes y fundamentalmente hay un vacío. A través de los análisis de pacientes con dependencias, se ve cómo lo que en realidad ocurre es que no se puede tolerar ni la ansiedad ni la depresión. La droga tiene el efecto de rellenar el vacío sentido, cuestión que es solamente ilusoria y, por supuesto, irreal (De Casarino y De Leonetti, 1993).

Por eso, al hablar de la negación como mecanismo de defensa, se alude a la analogía del alcohólico, al que –por algún lado– se le puede colar la realidad que no le gusta y recurre a la copa para, a modo de ansiolítico, relajarse y no sentir la ansiedad.

Por tanto, hay problemas en el nivel afectivo de estos sujetos desde que son infantes. Se identifica a las madres de los drogadictos como madres con caracteres bastante limitados:

·         infantiles (poco maduras para afrontar la maternidad),

·         ambivalentes (cuidan al niño y se quejan en demasía de ello),

·         narcisistas (demasiado preocupadas por sí mismas),

·         esquizoides (con tendencias claras al psicoticismo a la vez que huyen del contacto con el niño),

·         depresivas (siempre tristes, nada les conforta medianamente) y

·         con tendencia a enfermar (ocupadas de sus propios dolores y necesidades físicas).

La madre es la primera que debe aportar seguridad, consistencia y continencia a las ansiedades del bebé. Si se halla en alguna de las circunstancias descritas, no va a poder hacerlo, porque bastante tiene con sostenerse a ella misma.

La cuestión es que esta actitud de la madre no explica por sí sola que un sujeto pueda ser posteriormente drogodependiente, ya que éste puede desembocar también en otras actitudes psicopatológicas.

Asimismo, existen variantes posteriores que hacen que se decante por el abuso de la droga para quizá de modo mágico creer que así recuperará su autoestima, confianza y fortaleza.

Por descontado, también hay cierta tendencia a tener una fantasía que consiste en creer que se podría vivir disfrutando siempre: “todo va bien, nada me preocupa ni es negativo”. Aunque lo cierto es que el principio de realidad y el sentido común nos dicen que es imposible la existencia del ser humano en un continuo disfrute.

No es posible disfrutar siempre y si esto se hiciera de un modo constante, sin duda sería a costa de que otros no disfrutaran, por verse sometidos y explotados (Cencillo, 2001c). En el caso del drogodependiente, son varios los que no disfrutan con su hedonismo continuo, entre otros los familiares que si no han sufrido las consecuencias económicas, lo harán como fruto de los efectos de tener un hijo o una hija alcohólica, cocainómana, adicta a los éxtasis...

Hablamos, pues, de un problema que se localiza en la base de la personalidad y que, con el paso del tiempo, no hará más que acrecentarse, pues el tiempo no lo cura todo como se suele decir.

Antes de continuar, es interesante comentar que aunque vemos factores de importancia en la familia de estos sujetos, y aunque vienen con una base estructural de su personalidad deficitaria, la persona es la que tiene siempre la última palabra en cuanto a hacerse drogadicto o abandonar la adicción, en el caso de que ya lo sea. A nadie se le obliga a tener adicciones, pese a que provengan de un entorno carente de afectos o vivido como poco afectivo.

Es decir, que lo que no se puede hacer es justificar siempre estas actitudes. Aunque desde el campo de la psicología dinámica se

entienda y comprenda esta circunstancia, no por ello quiere decirsemque no se pueda cambiar, como si la persona tuviera que vivir siempre en esa circunstancia de destructividad para consigo mismo y los demás. Esto recuerda a las reflexiones que Adler (1930) hacía acerca del neurótico, el cual muchas veces justifica sus comportamientos y actitudes por todo lo que ha sufrido en su infancia o en acontecimientos del pasado, dando un significado erróneo a su vida y pareciendo que hay un mensaje que dictamina que los demás tienen que aguantarse por ser él (el neurótico) como es y por hacer lo que hace.

“Sufro y sufres mientras me drogo”

El siguiente asunto que conviene delimitar inmediatamente es el paralelismo que encontramos entre el narcisista patológico y el drogodependiente.

Ambos destruyen al otro, queman los recursos económicos y energéticos de la familia, agotan la paciencia de psicoterapeutas y médicos, y todo lo hacen desde una posición en la que ellos son el centro y la prioridad –primero la dosis y luego lo demás–.

Por ello, piense usted: ¿no es el drogodependiente un tipo concreto de narcisista? Así lo parece en cuanto a que prima por encima de todo lo demás su necesidad de drogarse o de beber para hallar el estado de conciencia anhelado.

Pero en el caso que abordamos, el sujeto también se destruye a sí mismo, a la vez que provoca sufrimiento a los demás. Es por ello que en múltiples ocasiones se identifican estos comportamientos como agresiones externas. De Casarino y De Leonetti (1993) tienen una tesis curiosa de por qué ocurre esto, basada en la teoría de las relaciones de objeto.

El bebé tiene grandes dificultades al comienzo para diferenciarse del otro, creyendo en ocasiones que está fusionado con la madre. Es decir, que no distingue entre el yo y el no-yo –esto es, el otro–; por ello, para estos autores existe la posibilidad de que el niño, ante la angustia percibida y la no absorción por parte de la madre de esta, tiende a atacarla, a hacerle daño con la conducta autopunitiva de drogarse porque en cierto modo no distingue en su estructura inconsciente el yo del no-yo, pudiendo de modo fantaseado e inconsciente pensar que al meterse un pico, una raya o una pastilla está hiriendo a la madre que no lo cuidó y, por supuesto y por extensión, al padre y a otras figuras importantes.

Es una venganza contra el objeto malo –encarnado en la madre– que no supo asumir sus funciones de contención de agresividad. El problema es que, en este intento, el sujeto se autodestruye a sí mismo.

A aquella función de relleno del vacío estructural sentido por el sujeto, debe añadirse, por tanto, esta otra que demuestra la hostilidad hacia el entorno. Por cierto, se habrá usted dado cuenta de que hasta ahora no he mencionado el problema del ambiente facilitador de la distribución de drogas. Lo hago ahora porque creo que es secundario respecto del tema de la personalidad del drogodependiente que hemos venido describiendo.

Si es cierto que debe de regularse y con mucho la situación del mercado de las drogas –tanto de las legales como de las ilegales–, es también cierto –probablemente más– que la educación y la prevención deben tener, asimismo, un papel relevante. Pero, en ocasiones, esto tampoco es suficiente, así que en último término es el individuo –al que, recordemos, no se le obliga ni se le exige que se drogue– el que tiene la última palabra y el que puede demostrar que es poseedor de su identidad, que no necesita un falso self que se nutra de sustancias que le hagan vivir otra experiencia, que le hagan creer que tiene un self grandioso, un sí-mismo que se vive idealizado, como omnipotente, en una versión narcisística extrema de su sí-mismo real.

“Yo no soy alcohólico, bebo para relacionarme”

Esta frase y otras muy semejantes son las que oímos a menudo psicólogos, médicos, abogados e incluso jueces en procesos penales cuando el individuo alcohólico se excusa con que es un bebedor social, es decir, una persona que bebe con los amigos, con los clientes –y con quien haga falta– pero por un ritual social, por tomar algo mientras se charla. Es, como puede usted observar, una racionalización –quizá la más clásica– de quien tiene problemas con la bebida.

Y es que el alcohol es una droga legalizada en buena parte del mundo y, por tanto, suena como puritano el hablar de sus aspectos negativos. Suele ser muy lógico beber en celebraciones sociales (comuniones, bodas, cumpleaños, ascensos de trabajo...) y aquí, por supuesto, sí que estamos hablando de un ritual social más o menos adaptado. No se trata de lo mismo, cuando el individuo bebe todos los días, o, en el caso de los jóvenes, cíclicamente los fines de semana, los cuales pueden ser de viernes a domingo o incluso de jueves a domingo. Es el alcoholismo de fin de semana.

En estas circunstancias es cuando el ritual se sale de madre y encuadra al individuo como un alcohólico. Este problema, al igual que las otras drogodependencias, a la larga suele desencadenar problemas no sólo familiares, sino también sociales y laborales.

Es bastante normal observar cómo en el comienzo de estas situaciones, e incluso en el mantenimiento de ellas, la familia del alcohólico niega el problema: “Pero si sólo se toma el vino para comer y alguna copita. Es lógico, como todo el mundo”. Como en prácticamente todo lo que es problemático, el hecho de negar las circunstancias que crean, mantienen o provocan el problema incide con especial influencia.

A menudo he hablado con mucha gente –no necesariamente pacientes– que se toman todo esto como algo normal a lo que no hay que darle importancia porque quien más o quien menos siempre bebe algo.

La cuestión es que, a la larga, se observa que es quien más, porque los datos acerca del abuso de alcohol en España son escandalosos.

Lo que ocurre es que el consumo, al ser tan brutal, produce una negación colectiva, por lo cual cuando alguien denuncia la situación, se suele tratar de quitar peso al asunto como si todo esto fuera muy excusable, tachando al que expone la situación de mojigato o de tener una deformación profesional que le lleva a analizar todo. Son todas cuestiones dirigidas a escurrir el bulto y no reflexionar: un modo de actuar, por cierto, muy de moda hoy en día.

Drogas de síntesis

Suenan mucho en la actualidad las denominadas drogas de síntesis, mal llamadas drogas de diseño puesto que no son drogas ni a la carta ni nuevas (por ejemplo, la píldora del amor o MDA se sintetizó ya en 1910). Se denominan correctamente de síntesis, porque se sintetizan de modo artificial en los laboratorios, sin componentes naturales.

La más conocida y consumida de las drogas sintéticas es el éxtasis, que suele presentarse en pastillas con un dibujo grabado que diferencia su nombre. Esta droga también es denominada como MDMA (metilendioximetanfetamina, por su base de metanfetamina) y, en argot, pirulas, rulas o pastis.

Una gran estupidez al respecto del consumo de éxtasis es la imagen que se pretende dar de sus consumidores; según esta imagen, no toman otras drogas porque sólo beben agua, cuestión que no es cierta porque, como se refleja en la encuesta domiciliaria a población general (1999), los consumidores de éxtasis son politoxicómanos en gran parte. Por ejemplo, un 93,1% consume también hachís; un 91,4%, alcohol; un 87,3%, tabaco y un 53%, cocaína.

Se trata de algún modo de racionalizar por parte de los consumidores que esta sustancia no crea adicción. Sin embargo, sí existen cuadros de dependencia, cuyas principales características comportamentales son el descenso de la capacidad para enfrentarse a responsabilidades familiares, laborales y/o sociales.

También hay otras drogas sintéticas que son consumidas, algunas

derivadas de la metanfetamina como el Speed (clorhidrato de metanfetamina), en argot hielo o meth. Otras, con otros principios como el Polvo de Ángel (PCP) o la EVA (MDME), pero todas con un denominador común en cuanto a sus efectos de euforia y elementos alucinógenos.

Cabe decir que el éxtasis líquido (GHB) y el éxtasis vegetal, aunque son drogas sintéticas, nada tienen que ver con el éxtasis comentado con anterioridad pues sus principios activos son completamente distintos.

Entraña un gravísimo riesgo el hecho de confundir el éxtasis con otras drogas de síntesis. Un ejemplo muy claro de ello, lo constituyen las cuatro sustancias de la familia 2C que, en apariencia son semejantes al éxtasis, pero tienen efectos inversos, mientras en el éxtasis predomina el efecto estimulante, en las derivadas de la 2C el efecto es alucinógeno, puesto que estas drogas no son para bailar sino para tomarlas mientras se escucha música, sentado o echado, son por ello denominadas after drugs.

Estas nuevas drogas de síntesis son muy peligrosas puesto que la diferencia entre la cantidad para percibir los efectos y la sobredosis es pequeña. Además, los efectos tardan en aparecer casi hora y media, por lo cual si se confunde con éxtasis y se toma una nueva pastilla para percibir las sensaciones aportadas, es muy probable que los efectos se multipliquen y sean fatales.

Cabe preguntarse si los consumidores habituales de todas estas sustancias, que por habituales ya son dependientes, no tienen ningún tipo de problema psicológico como algunos osan afirmar. Entonces ¿cómo es que mediante la psicoterapia dejan automáticamente de tomar estas sustancias? Es decir, dejan de hacerlo, ya no les hace falta experimentar, como dicen algunos, para ocultar su drogadicción. Esto es porque los referentes de ansiedad que sostenían su estado de ánimo van desapareciendo y, por tanto, ya no hay necesidad de tomar la droga para rellenar el vacío y paliar, de modo negador, la angustia.

Decir que estas sustancias no tienen efectos secundarios es ya una leyenda. Últimamente ha habido varios casos de muerte por éxtasis. A parte de la muerte, hay otros síntomas que sin llevar a ésta son preocupantes. Uno de ellos es, en mi opinión, el del flashback. Lo que ocurre es que con estas drogas el sujeto, bajo el efecto, percibe la realidad distorsionada, pudiéndose dar incluso alucinaciones. En el fenómeno del flashback ocurre esto mismo, pero sin haber tomado la sustancia, lo que puede provocar a la larga un estado psicótico en la persona, porque ya no distingue la realidad de la ficción.

Por otra parte, se han observado en Europa casos de jóvenes consumidores de drogas sintéticas que han fallecido. Mediante la autopsia se han observado síntomas parkinsonianos y del mal de alzheimer.

No es que tuvieran estas enfermedades, sino que su cerebro se encontraba en un estado penoso con signos y secuelas de ese tipo de enfermedades.

Asimismo, los efectos producidos por la mezcla de éxtasis con el consumo de alcohol son muy peligrosos y tremendos, ya que, aunque se quiera hacer ver que los dependientes de esta sustancia consumen sólo agua, no es así. La cuestión es que la consumición de las dos sustancias puede dar lugar al efecto denominado golpe de calor, estado en el que entra el sujeto caracterizado por una fuerte fatiga, además de un drástico aumento de la temperatura, pudiéndose producir el coma y la muerte por paro respiratorio.

Las personas que fallecen por el consumo de estas sustancias

va en aumento, y que se trata de un fenómeno ya extendido por toda

la Unión Europea y que preocupa a la mayor parte de los estados

miembros.

Alucinógenos

Los alucinógenos no deben de confundirse con las anteriores sustancias descritas. Estos vienen presentados en algo que se puede asemejar a pastillas, pero que en realidad son papeles, con dibujos especialmente atrayentes para los niños y adolescentes, que están impregnados de sustancias alucinógenas.

Los alucinógenos se denominan, en argot, tripi (de trip, viaje en inglés). Hay varios como la mezcalina o el famoso LSD-25 (ácido lisérgico), que es el de uso más extendido. El principal efecto de estas sustancias es el de modificar la percepción de la realidad de quien la toma; por eso, puede desencadenar en graves episodios psicóticos en los que el individuo no puede distinguir con claridad entre lo real y su percepción alucinante. Además, también se puede dar el fenómeno del flashback antes comentado.

El consumidor también puede tener lo que se denomina un mal viaje, sufriendo crisis de pánico que pueden llevarle a realizar agresiones externas y contra el mismo.

La diferencia fundamental con las drogas de diseño es que éstas no están encaminadas a estimular ni a provocar euforia, sino simplemente a modificar la realidad percibida por el sujeto, cuestión que, es del gusto de muchos con tal de no tener el valor de

intentar al menos aceptar quién se es y las circunstancias en la que se vive. Algo absolutamente contrario a la afirmación que hacía Ortega de Yo soy yo y mis circunstancias.

Otras sustancias

El perfil de drogadicto ha ido cambiando en España. En los primeros 80, el drogadicto solía consumir heroína inyectada y provenía de estatus socioeconómicos medios e incluso bajos; ahora el consumo de heroína ha disminuido, sobre todo, a partir del año 1995. En los 90 el drogodependiente tomaba más cocaína inhalada y su posición económica era más ventajosa –siempre teniendo en cuenta perfiles generales–. De hecho, por primera vez en el año 2002 esta sustancia provocó más muertes que la

heroína en España.

A principios del s. XXI parece que, además del consumo de cocaína, predomina también el de cannabis (hachís y marihuana) y el de las drogas sintéticas antes comentadas. Esto entre las ilegales, puesto que las legales (alcohol y tabaco) siguen teniendo una amplia aceptación entre los consumidores españoles, aunque parece ser que la de tabaco va disminuyendo tímidamente.

También ha cambiado el ritual en el que se consume la droga.

La heroína comúnmente se tomaba en grupo, pasándose la jeringuilla entre los heroinómanos, lo cual ha provocado miles de muertes por el SIDA, y formas especialmente patológicas de hepatitis.

La cocaína quizá sea una droga más individual en su toma, pero las drogas sintéticas están claramente relacionadas con fenómenos grupales en los que un baile y una música específicos tienen un gran valor ritualístico.

En cuanto al gasto económico es, sin duda, la cocaína la que más problemas sociales y familiares puede crear, pues es un vicio bastante caro, en el que el cocainómano necesitará dosis prácticamente a diario, por lo cual puede verse inmerso incluso en problemas con la ley ante actividades delictivas que pueda llevar a cabo para conseguir su dosis de droga.

Respecto de los consumidores de cannabis, hay que decir que la actitud de los asiduos (o porreros) es bastante compleja y defensiva. Sus intelectualizaciones son tremendas, porque dicen que los porros hacen menos daño que el tabaco. Esto es muy discutible, puesto que parece que la mezcla con tabaco potencia los efectos de éste, aunque para algunos lo es porque “como se experimenta con pacientes que tienen cáncer...”. Indudablemente esto no es ni científico ni serio, porque la mayor parte de las sustancias adictivas empezaron o se desarrollan en laboratorios para experimentación médica.

Lo mismo dice el fumador, que el alcohol es peor, y el alcohólico dice que el tabaco es peor porque la copa se la toma sólo él y el que fuma hace inhalar a los demás el humo. Todo son racionalizaciones e intelectualizaciones cuya función básica es negar las problemáticas suscitadas por las drogas.

El cannabis va en aumento en su consumo y hay quien utilizándolo dice muy contento que le desinhibe, le hace ver las cosas con más claridad y le permite expresarse mejor. Todo es muy cierto, porque todas estas vivencias forman parte de los efectos secundarios, pero la cuestión es que el abuso de esta sustancia produce luego un deterioro bastante severo en la memoria, en la capacidad de concentración y, por supuesto, en los procesos de aprendizaje, por lo que es de lo peor que hay para los estudiantes, ya que les influye de modo nefasto en su rendimiento, pese a que crean que quizá están estimulando su intelecto.

De ahí que –como puede usted comprobar– esa consumición amparada en la falsa excusa de que así se mejora la actividad intelectual es totalmente falsa. Además, el perfil del fumador de cannabis se relaciona con el policonsumo, puesto que suele ir acompañado del alcohol y muchas veces del tabaco, para la mezcla de la marihuana.

Para los que dicen que no provocan los problemas pulmonares y bronquiales del tabaco, hay que recordarles que el consumo continuo de porros, petas o como quieran llamarse provoca también problemas de ese tipo puesto que al fumarlos sin filtro y apurándolos hasta el final, se observan, entre otras problemáticas: casos de bronquitis, problemas cardiovasculares y descenso de la actividad del sistema inmunológico.

Finalmente, hay que señalar que los que dependen constantemente de medicamentos de tipo psicofarmacológico (ansiolíticos,

sedantes...), pueden convertirse en auténticos drogodependientes a la vez que, en pacientes crónicos, incurables.

Lo que ocurre es que el paciente que siente ansiedad o no puede dormir, poco a poco o de golpe, puede incrementar sus dosis produciéndose primero una tolerancia y una dependencia después que lo lleve a estar en exceso ansioso ante la falta de la medicación correspondiente.

Es por ello que desde el campo de la psicología se cree mucho más correcto atenuar las ansiedades desde la organización semántica de los problemas, a no ser que estemos ante problemas muy graves que necesariamente requieran medicación, la cual, en todo caso, siempre podrá ser temporal.

 

Bibliografía

Guerra, L. (s.f.). Tratado de la insoportabilidad la" envidia y otras "virtudes" humanas. Desclëe de Brouwer.

 

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  LA TÉCNICA DE LA FLECHA DESCENDENTE Puede localizar sus propias CCP por medio de la técnica de la flecha descendente : 1)     Seleccione un pensamiento negativo de su registro diario de estado de ánimo y trace bajo el mismo una flecha descendente. La flecha sirve de símbolo que representa preguntas como la siguiente: «Si este pensamiento fuera cierto, ¿me trastornaría? ¿Qué significaría para mí?». 2)     Cuando usted se haga estas preguntas, le vendrá a la mente un nuevo pensamiento negativo . Escríbalo justo debajo de la flecha dibuje otra flecha por debajo de él. Formúlese de nuevo los mismos tipos de preguntas. 3)     Si repite este proceso varias veces, generará una cadena de pensamientos negativos. 4)     Cuando usted repase estos pensamientos, podrá determinar con facilidad sus creencias contraproducentes. Ejemplo: Ante el pensamiento negativo «¿Y si suspendo el examen?». En primer lugar es bueno convertir las preguntas retóricas del tipo «Y si en afirmacio

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  PROGRAMAS DE INTERVENCIÓN EN EL CONTROL DE LA IRA Control de ira de Novaco (1975) ·          Mantener una orientación hacia la tarea antes que hacia la provocación y centrarse en uno mismo ayudará a disminuir el arousal de ira ante la provocación.En ocasiones, se percibe un incidente como un desafío o enfrentamiento, lo que lleva a la persona a tomar decisiones en una dirección agresiva o defensiva, mientras que si se tiende a focalizar la atención en la tarea a realizar y los objetivos en los que se está trabajando en ese momento, se tomarán decisiones que conseguirán resolver el problema. ·          Ante una provocación personal, una persona con alta autoestima tendrá una menor probabilidad de responder con ira que una persona con baja autoestima. Este hecho indica que un fortalecimiento de la autoestima también ayudará a evitar respuestas de ira, por lo que se recomienda el entrenamiento en autovaloraciones positivas por parte del paciente, y la generalización de las mismas

Manifestación de los mecanismos de defensa en los gráficos desde la perspectiva kleiniana

  Manifestación de los mecanismos de defensa en los gráficos desde la perspectiva kleiniana Mecanismo de defensa   En los gráficos la defensa se expresa en Identificaciones proyectivas Con características psicóticas ·        falta de organización y coherencia  en el dibujo; ·        alteraciones lógicas : fallas en la perspectiva (adelante-atrás, frente-perfil);  ·        los  objetos  aparecen  sin conexión  entre sí,  sucios ,  rotos , aislados;  ·        las  fallas en los límites mundo interno- mundo externo  se expresan en  líneas débiles  en el contorno de las figuras, con  espacios abiertos  o en el  énfasis de éstas , cuando predominan  mecanismos de control obsesivo  de la desorganización;  ·        las figuras humanas tienen aspecto  deshumanizado , vacío,  siniestro ,  grotesco ,  desproporción acentuada entre las partes, mezcla de frente y perfil;  ·        en el dibujo de la casa y del árbol se observa, frecuentemente, la  casa-techo  y la  casa-fachada, árb