PRINCIPALES MECANISMOS
DE DEFENSA
1.
Represión
Este
mecanismo enunciado por Freud y descubierto desde los primeros estudios
realizados sobre la histeria (1895) es elemental para el entendimiento del
funcionamiento básico de la mente humana.
La represión consiste
en apartar del campo de la conciencia sensaciones, representaciones,
imágenes, deseos y pensamientos dolorosos y frustrantes ligados a la pulsión.
Lo que la persona hace reprimiendo es tratar de eludir el recuerdo y los
consiguientes estados afectivos que están asociados a las experiencias
traumáticas.
El
problema es que cuando el mecanismo fracasa se observan diferentes síntomas,
desajustes psicológicos, y, en definitiva, psicopatologías –que no enfermedades
mentales como se dice en ocasiones– de diversa índole diagnóstica.
2.
Regresión
Proceso
defensivo en virtud del cual una persona, ante una situación frustrante o
conflictiva en exceso, adopta una forma de situarse en el mundo que
correspondería a anteriores periodos del desarrollo. La persona retorna a
una etapa de su desarrollo evolutivo (psicosexual, en términos más
freudianos) fijando su libido en ella. Esta etapa le resulta satisfactoria y
así intenta obtener la máxima gratificación que le permite la situación.
Para
P. Kline (1992, p. 167) la regresión supone: “Una retirada hacia formas
anteriores de actividad mental y de conducta”.
Se refiere a esas fases del desarrollo por las
que todos vamos pasando, etapas en las cuales vamos adquiriendo,
fundamentalmente, control sobre nuestro propio cuerpo y los elementos del
exterior. Es decir, son etapas en las que vamos adquiriendo conocimientos
propios y de los demás, que, aunque también tengan que ver con el desarrollo
psicosexual, no sólo en este aspecto son relevantes.
Estas
etapas o fases son:
a)
Fase
oral (Freud, 1905).
Esta primera fase puede
prolongarse aproximadamente hasta los 2 años de edad. Desde las teorías
de corte más ortodoxo, la boca sería un instrumento fundamental de
gratificación sexual. Pero también puede entenderse la boca como un medio desde
el cual vamos incorporando conocimientos de los elementos externos. Desde la
infancia, nos alimentamos mediante la boca a la vez que mantenemos contacto
físico con la madre y vamos percibiendo incluso la calidad de la toma de leche,
si la madre la da deprisa, ansiosa o despacio y con calma. Abraham (1924)
divide la etapa oral en dos: la oral-precoz y la oral-sádica.
Para un estudio pormenorizado de
la regresión y sus distintas coyunturas recomendamos el libro de Pablo Gallo La
regresión. Aproximación teórica, clínica y técnica (1998).
·
La
oral-precoz
equivale a las
circunstancias enunciadas por Freud
·
La oral-sádica coincide con los inicios de la
aparición de los dientes donde el hecho de morder implica una conducta sádica.
b)
Fase
anal-sádica.
Según Freud, dicha etapa
oscilaría entre los 2 y los 4 años. Las conductas caracterizadoras de
esta etapa residen en el placer hallado en la expulsión y manipulación de las
heces. En Carácter y erotismo anal (1908a) y en La predisposición a
la neurosis obsesiva (1913), señala Freud rasgos de sadismo y posesividad
que posteriormente podemos observar en individuos adultos como consecuencia de
una mala elaboración de dicha fase.
Abraham (1924) también divide este periodo
en dos:
·
La
fase anal-expulsiva
hay una gratificación en el niño por la evacuación de heces, manifestándose la
pulsión sádica en una fantasía de destrucción
de los elementos externos
·
La
fase anal-retentiva,
la gratificación se halla en el juego de la retención de heces y la sensación de
control de ellas que tiene el sujeto, a la vez que la pulsión sádica
se relaciona con la posesividad
del objeto.
c)
Fase
fálica y organización genital (S. Freud, 1923b).
Proponemos –pese a la gran
controversia suscitada por la clasificación de estasfases– las dos como un
continuo. Lo fundamental aquí es el conocimiento por parte del niño de los
genitales. En un principio no hay conciencia de la diferenciación de sexos bajo
un criterio genital. Cuando hay ya una diferenciación de la genitalidad
entre sexos, se produce la posibilidad de que se dé el complejo de Edipo. Freud
escoge el drama de Sófocles “Edipo Rey” para explicar desde el mito esta
circunstancia en la que Edipo mata a su padre y se casa accidentalmente con su
madre. No sería correcto aplicar esto tal cual, a la realidad humana,
entendiendo que el niño tiene deseos incestuosos a la vez que desea la muerte del
padre. Esta interpretación general es una de las cuestiones con la que más se
meten aquellos que no tienen suficientes conocimientos de Psicoanálisis. El complejo de
Edipo –y el de Electra, equivalente para la niña– se comprende mejor
si se entiende en términos de la exclusión de un tercero, en la relación
triangular padre-madre-niño, como veremos posteriormente.
Muy próximo a estos momentos
evolutivos también se da en la niña la envidia del pene dado que la niña
carece de aquello que el niño tiene, deseando tenerlo también. Siempre desde
las teorías freudianas, el niño por su parte sentirá un temor de ser castrado –complejo de castración–
puesto que la niña no tiene pene, temiendo por tanto que le sea quitado a él
también. De todos modos, estos conceptos de escuela no explican la totalidad de
las problemáticas de las personas; además, no son ni mucho menos definitivos.
Por ello, estas tendencias falocentristas –que hicieron disidir a muchos
discípulos de Freud creando otros argumentos teóricos– han sido duramente
criticadas durante toda la historia del Psicoanálisis.
d)
Periodo
de latencia (6 años – inicio de la pubertad,
aproximadamente).
El infante deja de preocuparse
tanto por las tendencias sexuales explícitamente; aunque parece que el impulso
se desexualiza, lo más típico es que el niño, ante la censura de los temas
sexuales, opte por no hablar de ellos.
Por tanto, cuando
hay una regresión, se produce una fijación de la libido en etapas anteriores
del desarrollo. Pero nosotros no entendemos esta libido como energía sexual
exclusivamente, sino –en términos de Jung– como energía psicológica general que
incluye también la sexual. Luego, cuando la libido o energía general
psicológica se fija,
centrándose en otra fase que no corresponde a ese momento de
la vida del individuo, observamos comportamientos fuera de sazón.
En la regresión –como defensa ante un
acontecimiento vital estresante–, la persona se puede comportar como un
temeroso niño que básicamente demanda afectos y atenciones varias. En este
ejemplo habría una tendencia de la persona a regredir/retroceder a la
etapa oral, para oralizar cariñitos de los demás, no asumiendo de paso su
propia responsabilidad.
A
grandes rasgos, la regresión a la etapa oral produce los comportamientos melancólicos,
depresivos y se asocia, asimismo, a las
drogodependencias. La regresión a la fase
anal-sádica se relaciona con los síntomas obsesivos y el carácter sádico,
mientras que en el continuo fálico-genital se dan comportamientos competitivos
y problemáticas en las relaciones donde la persona a menudo se siente excluida.
Por
supuesto, se debe tener en cuenta que los comportamientos que vemos a partir
del fenómeno de la regresión no se relacionan exactamente con los mismos de un
niño pequeño, a no ser que estemos ante casos de psicosis grave, sino que serán
símbolos y resquicios de aquella (cf. Guerra Cid, 2001, pp. 124-127).
3.
Proyección
Dicho
mecanismo fue propuesto y estudiado por Freud y analizado con otros matices por
diversos autores como Klein o Kernberg, entre otros.
Este
es uno de los mecanismos de defensa fundamentales y a su vez es uno de los más
utilizados por las personas. Básicamente consiste en colocar fuera de
nosotros diversos elementos como emociones, afectos, intenciones,
complejos, deseos, fantasías... que nos resultan impermisibles, fundamentalmente
por ser demasiado duros e indigeribles.
Muchas
veces determinadas actitudes o modos de funcionamiento de los otros no nos
gustan y los criticamos duramente. Sin embargo, si la persona no tiene una
buena capacidad de introspección y de reconocimiento de sus propias fallas,
caerá en la utilización de la proyección de un modo desadaptado, eludiendo, a
menudo, la realidad que se le está presentando.
Recuerdo
cómo, en una ocasión, un paciente se quejaba de la frialdad que su madre
mantenía con él desde hacía meses. Sin embargo, era él quien no demostraba
muestras de cariño tales como agradecer las cosas que ésta hacía por él o darle
un simple beso, cuestiones que la madre sí que llevaba a cabo, viéndose por
tanto la proyección de su propia falta de cariño en la madre, puesto que esto
le resultaba más fácil de digerir psicológicamente.
La
proyección también se puede observar en otros campos como en la propia visión
del físico de quien proyecta. Una vez, en la cola de un supermercado, una mujer
con unos 20 kilos de sobrepeso le espeta a la cajera: “¡Qué gorda te has
puesto!”, comentario bastante desafortunado, dado que la oronda mujer no recayó
en que dicha cajera estaba embarazada de pocos meses. Proyectó su propia
gordura en un leve cambio corporal que se había producido en la otra.
Muchas
de estas cuestiones ocurren a menudo por la censura que la persona sufre
ante diversas percepciones, deseos, pensamientos, sentimientos..., poniéndolos
en el afuera de nosotros, en el otro al cual atribuimos esto que nada nos gusta.
Los psicoterapeutas conocemos muy bien este mecanismo dado que en el proceso
terapéutico los pacientes a menudo nos colocan –en ocasiones con tono
acusador–determinadas temáticas que les disgustan en exceso. Fundamentalmente, es
el conflicto lo que se nos proyecta.
Esta
proyección puede ser subsanada cómodamente por un terapeuta debidamente
formado. Un psicoterapeuta de la orientación psicoanalítica, además de ser
psicólogo o médico, debe pasar por un análisis personal, además de una
formación estricta sobre el campo psicoanalítico, por lo que estos
comportamientos le serán más inocuos y comprensibles al profesional, cuestión que
no acontece así en las demás personas, ya que no suelen tener la misma
capacidad de contención, por lo cual en la vida cotidiana el conflicto
interpersonal estará servido.
4.
Negación
También
propuesto por Freud, de un modo clásico vendría a definir aquel procedimiento
psicológico por el cual la persona sigue negando sentimientos que le
pertenecen y que antes estaban reprimidos en él, a pesar de haberse roto
la barrera de la represión. La negación hace que la persona siga
defendiéndose contra esos contenidos psíquicos insertos en sí.
Dicho
mecanismo también funciona haciendo que el sujeto niegue la realidad o,
fundamentalmente, algunos aspectos de ésta.
Por
supuesto, es un mecanismo predominantemente psicótico, aunque también se
observe en problemáticas neuróticas, de menor desajuste. En las psicosis, que
constituyen la mayor perturbación de la personalidad, lo que precisamente se
suele observar es una no aceptación de los hechos de la realidad circundante
del sujeto, por lo cual se crea una realidad paralela formalizada por delirios
y/o alucinaciones.
Otros
casos menos severos, pero también destructivos para las personas, son los
alcohólicos u otros drogodependientes que no se reconocen como tales (aunque lo
sospechan), que cambian de canal cada vez que en el televisor hablan sobre los
efectos perjudiciales y devastadores de aquellas drogas que les implican. Más
común hoy en día es la moda de desconectar; basta ver cómo hay muchos
que están desconectados de la realidad tomando unas copitas todos los fines
de semana, unas cervecitas a diario y unos porritos siempre que se
tercie –entre otras porquerías varias–, para no hacerse cargo de lo crudo que a
menudo la vida nos muestra. Esto se observa de manera cada vez más frecuente en
aquello de desconectar del trabajo y entonces se pierde toda la perspectiva
lógica del ritmo normal de la vida.
Pero
no siempre la dirección de esta desconexión negadora es a priori laboral,
puesto que hay quien se centra únicamente en su trabajo y en su crecimiento
profesional, dejando de lado la realidad familiar incluyendo a menudo en ésta a
la pareja y a los hijos, de los cuales el individuo se quiere desprender en
ocasiones, negando dicha faceta de su vida a favor de la profesional.
Por
ende, en nuestra opinión, ésta es una manera moderna de la clásica negación,
puesto que hay quien desconecta del duro trabajo o de tareas cotidianas, pero
de un modo adaptado y hay quien siempre se halla desconectado, desubicado –en
definitiva– de la realidad frustrante de la vida, cloromorfizado, para
no atender a lo que la práctica vital exige en cada momento.
No
sólo la drogadicción es un modo de negación de la realidad, también lo es
realizar continuos e innecesarios viajes cuando a la persona se le demanda por
uno u otro cauce que preste diversas ayudas; evitar constantemente
circunstancias que pueden ser comprometedoras o, simplemente, ir por el mundo
como si la cosa no fuera con uno, con ese falso modo de actuar, hipócrita y
eludidor de responsabilidades del todo va bien.
La
negación es, por tanto, un mecanismo que invita a que se evada cualquier
aspecto de la realidad, incluso a personas. Por ejemplo, cuando alguien tiene
éxito o simplemente es brillante, se niega este hecho comparándolo con otra
persona o negándolo, haciendo oídos sordos a esa situación porque el bienestar
del otro no interesa en absoluto.
El
extremo de la negación de las personas reside en los asesinatos pasionales (de
bajas pasiones sin duda, como celos, envidia, odio...). Se trata, sin lugar a
dudas, del acto más psicótico, ya que se niega hasta la existencia de la
víctima matándola, privándola de vida, para así no volver a interaccionar con
ella.
5.
Fantasía
Esta
operación psicológica se asocia comúnmente a los niños y adolescentes, quienes fantasean
sobre hechos que puedan transformar la realidad, amoldándola a sus ideales y
deseos. Por ejemplo, encarnándose en héroes míticos o en los denominados
superhéroes más contemporáneos. Pero este dispositivo psíquico también es
utilizado en la adultez. De ahí que habrá observado cómo en ocasiones su imaginación
lo lleva de algún modo a combatir los duros factores que la realidad le
propone.
Desde la óptica
freudiana se distinguen fundamentalmente tres tipologías de fantasías:
•
Fantasías originarias, de carácter filogenético que corresponden a un
nivel de fantasía que se transmitiría hereditariamente, y entre los que se
encontrarían, la fantasía de seducción, de vida intrauterina o la de castración
(entre otras). Esta última proveniente del llamado complejo de castración
(1908b) por el cual, en la diferenciación de sexos, el niño al ver que él tiene
pene y la niña no teme que éste le sea arrebatado como a la niña, mientras que
la niña piensa que le ha sido arrebatado puesto que el niño tiene y ella no. La
angustia de castración también es determinada por amenazas directas que los
adultos pueden hacer en broma al niño.
•
Fantasía en sí, que corresponde a ensoñaciones diurnas o episodios ficticios
que la persona se construye en una relación consigo mismo.
•
Fantasía inconsciente, por lo cual no siempre se hará consciente al
sujeto de que la sufre, no teniendo constancia ni de su existencia, ni de su
significado (aunque pueda estar actuando bajo otras formas sustitutivas, por
ejemplo, un síntoma psíquico); el trabajo psicoanalítico se torna, por tanto,
fundamental para su dilucidación.
La
fantasía inconsciente ha sido desarrollada con especial eficacia y analizada
desde otras perspectivas por autoras –fundamentalmente de las teorías de las
relaciones objetales– como Melanie Klein, Hanna Segal o Susan Isaacs. Esta
última la define como la base de cualquier proceso mental (1948). Desde que
somos niños, a partir de cualquier proceso somático –es decir, sensación
corporal– se desencadenan varias fantasías inconscientes quedando asociadas a
los objetos. No nos referimos a objeto con el tono peyorativo de tratar
a las personas como objetos, sino a un concepto de la escuela
Kleiniana. Hay que entenderlo, pues, como objeto u objetos externos (en
general, figuras externas; por ejemplo, la madre o partes de ésta como el pecho
bueno) y como objeto u objetos internos que también pueden ser totales o
escindidos (divididos), siendo ésta una vivencia de tipo inconsciente o una
fantasía acerca de un objeto externo que ha quedado introyectado en la psique
del sujeto a los que han sido atribuidos el origen de dichas percepciones
somáticas.
Es,
como se puede ver, un circuito mental. Este tipo de fantasías son la
representación mental de los instintos, como puede ser el de alimentarse. Si,
por ejemplo, el bebé tiene hambre, se le desatará una fantasía inconsciente en
la que come y en la que chupa el pecho materno; de ahí que muchas veces los
bebés, en sueños o ensoñamientos, estén plácidamente chupándose el dedo.
Por
supuesto, las fantasías se relacionan directamente con los deseos que tienen
las personas; por ejemplo, la fantasía que muchos tienen de caer
bien a todo el mundo y de ser bien recibido en todos los lugares enmascararía
el deseo de atenciones constantes. Esa persona percibe (consciente o
inconscientemente) un déficit afectivo en sus relaciones.
También,
y conjugándolo con la proyección, a veces la propia fantasía del individuo
es proyectada en el otro por resultarle impermisible. Como a veces ocurre
en las relaciones de pareja donde uno de los miembros puede mostrarse
excesivamente celoso por pensar que el otro va a encontrar una pareja más
atractiva, con un mejor trabajo y/o mejores prestaciones en el campo de
la sexualidad, pudiendo ser todo este pensamiento una proyección de su fantasía
inconsciente y su deseo.
Igualmente
patológico es el caso de aquel que vive siempre instaurado en una fantasía,
dejando de lado lo que en realidad ocurre, circunstancia que a menudo se
encuentra en los jugadores compulsivos, los ludópatas, quienes –entre otras
cosas– viven en la fantasía de que con unas buenas jugadas ganarán mucho dinero
y mejoraran su estatus, obviando la cantidad de dinero que pierden en el empeño
y que inexorablemente les llevará a la ruina. Aquí también interviene la negación,
puesto que sólo ven lo que ganan y niegan lo que pierden, costando a menudo
esta circunstancia el puesto de trabajo, las relaciones
de
amistad, el matrimonio...
6.
Desplazamiento
Este
mecanismo junto con el que definiremos a continuación, la condensación, es de
vital importancia en la formación de los sueños.
El
desplazamiento es un procedimiento por el cual se hace una variación de la
intensidad emocional que una representación o un objeto nos produce
desplazándola hacia otras, aunque guarda una estrecha relación con la primera a
través de una cadena asociativa.
El
desplazamiento es el mecanismo básico por el cual se producen los síntomas fóbicos,
aunque en estas problemáticas hay que tener también en cuenta el valor que para
el sujeto tiene esa circunstancia fóbica. En una metáfora económica sería lo
que invierte el sujeto para que ese estímulo o circunstancia le resulte fóbico.
Antes
aludíamos a lo que Freud llamaba complejo de castración, como una fantasía
originaria, universal e intrínseca a los seres humanos. Desde las teorías más
ortodoxas, se conceptualiza este complejo como uno de los principales factores
en la aparición de las neurosis fóbicas en las cuales se observa un temor, un
miedo, a veces terrorífico y con grandes dosis de ansiedad.
Esta
temática es a menudo discutida como un elemento que se pueda dar en todos los
sujetos. Sin embargo, en nuestra opinión, quizá sería más conveniente discutir
no tanto si existe dicho complejo en todos los seres humanos, como su
importancia definitiva en la mayor parte de las neurosis fóbicas; es decir, si
siempre está presente o no en la etiología de estas neurosis. Lo mismo ocurre
con el denominado complejo de Edipo, el cual es también muy
discutido, creemos que, fundamentalmente, por el mal entendimiento que se hace
de éste, puesto que más que, en el caso del niño, un deseo de muerte del padre real
y de deseos incestuosos para con la madre, hay un deseo de que el padre
rival desaparezca para tener las atenciones de la madre.
El
complejo edípico es fundamentalmente un problema en la resolución de las
relaciones triangulares (madre, padre e hijo), en las cuales siempre hay una
coalición entre dos y cierta exclusión del tercero, lo cual es la problemática
central de dicho complejo en detrimento de hipótesis más sexualizadas. Por
tanto, cobra más importancia una discusión en la que se vea cómo los niños
entran en estas fases. Heinz Kohut (1984) nos señala cómo dependiendo de la
salud psicológica de los padres, de los niños que entren en el periodo edípico,
se explicará en buena medida la aparición de una angustia de castración
significativa
Y
se preguntará usted el porqué de esta discusión. La respuesta reside en uno de
los casos más celebrados de los inicios del Psicoanálisis, el caso de Juanito
(Freud, 1908b). Este caso, supervisado por el padre del Psicoanálisis, es el de
un niño de cinco años aquejado fundamentalmente
de tener fobia a los caballos. Juanito experimentaba temor a que le mordieran
los caballos; a su vez, temía que cayeran al suelo. Por otra parte, la angustia
de castración era del todo clara, puesto que el niño estaba en el periodo
edípico –fase en la que, por regla general, se manifiesta dicha circunstancia
(en caso de manifestarse). Ante los tocamientos que el niño hacía de sus
genitales (circunstancia totalmente lógica por el conocimiento que los niños
buscan de su propio cuerpo), la mamá en una intervención penosa y lamentable,
le espetó la siguiente amenaza: “Si sigues haciendo eso llamaré al Dr. A. para
que te corte la cosita” (O.C. II, p. 1366).
Esto
potenció la angustia de ser castrado, circunstancia que, a su vez, se asoció a
otra ocasión en la que se le dijo al niño que tuviera cuidado
con un caballo que le podía morder. Asimismo, se sumó el hecho
de observar cómo en una ocasión un equino cayó delante de él, asustándole.
Es
en este punto en el que debemos de conjugar todos los factores con el temor de
castración que el niño experimenta respecto de su padre. Dado que hay un miedo
(por parte del niño, derivado del complejo de Edipo) a que el padre también le
pueda castrar por querer la exclusividad en la relación con la madre, se puso
en marcha el mecanismo del desplazamiento: en vez de temer al padre castrante,
teme al caballo que muerde. Del mismo modo, ante el deseo de que el padre desaparezca
para tener una relación exclusiva con la madre, hay un conflicto en el niño
propiciado por la culpa, puesto que el padre quiere ser excluido, pero a la vez
es también amado. La traducción de este conflicto se manifiesta en ese temor a
que el caballo se caiga (porque se asocia a que el padre sufra algún accidente
o desaparezca).
En
este caso, el mecanismo de desplazamiento proporciona el que haya un objeto
más fácilmente evitable, así como la conservación intacta del amor del padre
(Fernández Guerrero, 1999 p. 164). Como puede observarse, cuando se da un
desplazamiento en estas complicadas
dinámicas, el objeto fóbico sobre el cual se fija la libido
–es decir, la energía sexual según Freud y la energía psíquica más general
según Jung– debe tener una relación asociativa con el objeto o persona que realmente
le da miedo. El objeto sobre el que se desplaza es, de esta forma, menos
implicativo para el sujeto.
Cierto
es que, aunque en ocasiones se observa en los cuadros fóbicos elementos de
castración, no siempre responden a la mencionada dinámica, puesto que la
castración en ocasiones es psicológica. Como ejemplo, en la práctica clínica se
pueden observar muchos casos de pacientes con fobias y angustias difusas, con
un padre o una madre que nunca le han dado confianza al hijo y que le castran
en cuanto a sus posibilidades: “Tú para eso no vales”, “Cuidado con el
perro que seguro que te muerde”, “Tú no puedes estar solo porque no tienes la
suficiente fuerza para aguantar ese trabajo”, “Es imposible que aguantes un año
de estudios en el extranjero”...Y esto incluso cuando la fobia en realidad no
la tiene quien la sufre, sino que le ha sido proyectada la fobia de otro. Por
ejemplo, es el caso de Pepe que tiene un padre que no le deja salir de
excursión por el monte porque podía desatarse de repente una tormenta cuyo
resultado podría ser fatal, dado que, siempre –en opinión del padre– son muy
peligrosas. Pepe puede ir haciendo un aprendizaje desde el cual en la
adolescencia y en buena parte de la juventud pierda múltiples oportunidades de
conocer gente y afianzar sus amistades, pues pongamos el caso que es la forma
habitual y sana de relacionarse en un pueblo. En dicho ejemplo el fóbico era el
padre, el cual ha hecho pagar al hijo, con la proyección de su psicopatología,
haciendo de él una persona introvertida, que va perdiendo múltiples ocasiones
de relacionarse; lo cual comúnmente a su vez desencadena fobias sociales y
problemáticas de habilidades sociales como tanto gusta llamar hoy en día.
Este
ejemplo se parece mucho a otros casos reales tratados por nosotros y por otros
terapeutas de la orientación psicoanalítica, dando lugar a múltiples problemas
insospechados en un principio por los protagonistas, pero que luego resultan
terribles.
Más
popular es el desplazamiento de las frustraciones cotidianas con el jefe, la
jefa, la mujer, el marido, los suegros, los hijos, hacía quién pasaba por ahí y
no tiene culpa de nada o al árbitro del acontecimiento deportivo de turno, y si
no, recuerden el España-Corea del mundial 2002, en el cual se observó en muchas
personas un cabreo desmesurado con una situación que no da de comer
precisamente al aficionado, llegando –incluso algunos– a acudir al juzgado a
denunciar a la FIFA por daños morales. En estos casos, el desplazamiento es menos
elaborado, pero también más mundano y más observable, como usted podrá
percibir.
7.
Condensación
Consiste
básicamente en “uno de los modos esenciales de funcionamiento de los procesos
inconscientes: una representación única representa por sí sola varias cadenas
asociativas, en la intersección de las cuales, se encuentra” (Laplanche y
Pontalis, 1993).
Es
una representación que acumula, condensa, diversas cadenas asociativas que, por
regla general, se convierten en un síntoma. De
hecho, en el caso Juanito también interviene este mecanismo,
en el cual el miedo a los caballos no sólo está desplazado, sino también condensado
a partir de diversas cadenas de asociación previas.
8.
Identificación, tipos y conceptos afines
No
sólo desde un punto de vista psicoanalítico, sino también desde uno
antropológico, la identificación es un proceso desde el cual se constituye el
ser humano en su estructura, por lo cual, al igual que toda la variedad de
mecanismos de defensa restantes, es una operación
normal.
En
ese periodo edípico, al que antes aludíamos, se producen identificaciones importantes
por parte del niño/a con el padre/madre. Es decir, que se asimila en mayor o
menor grado al modelo paterno/materno, cuestión que le puede extrañar
extraordinariamente al lector, máxime si éste repudia todo lo relacionado, por
ejemplo, con su padre. No se llame a engaños. Puede estar usted identificado en
muchas facetas de su comportamiento con su padre y ni siquiera darse cuenta,
puesto que dicha identificación puede ser inconsciente. Así, puede que alguna o
varias veces le hayan dicho “¡Eres igual que tu padre!” y, pese haberle repateado,
puede que hasta –en cierto modo– sea cierto.
La
identificación puede resumirse en el querer parecerse en la mayor medida de lo
posible al modelo con el cual se mantuvo o se tiene una relación afectiva, la
cual –necesariamente– no tiene por qué ser siempre positiva, (por ejemplo, el
odio es un afecto negativo hacia otro). La identificación es por tanto “el
mecanismo psicológico por el que se incorpora una parte del modelo con el cual
nos identificamos, en parte propia, tomada por ideal” (Ortiz y Guerra Cid,
2002 p. 285).
Cuando
estas identificaciones son extremas, masivas o excesivamente inconscientes, el
conflicto del individuo es patente, dado que estará más pendiente de la
imitación del modelo que de la propia estructuración autógena de su personalidad. Dentro de este mecanismo
podemos distinguir otros de vital interés:
1)
La identificación con
el agresor,
descrita en la obra El yo y los mecanismos de defensa por Anna Freud
(1936), describe una circunstancia
en
la que el sujeto mimetiza a la persona que en su infancia le atemorizó, le
agredió, bien psicológicamente, bien físicamente o
bien
de ambos modos. En la identificación con el agresor, la persona se defiende
contra esa constante crítica a la que ha sido sometida
a
lo largo de los años. Al identificarse con ella, cree anularla y no sentirse ya
juzgado.
La identificación con
el agresor, por tanto, es realizada por la persona de varias maneras:
a)
Puede
autoagredirse de un modo semejante al que le agredían. Típico es el caso de a quien se
le ha estado agrediendo de modo constante con la etiqueta de poco inteligente.
Cuando llega a la vida adulta, la víctima se puede considerar a sí misma como
alguien con pocas luces, o incapaz de realizar determinadas tareas por creerse
inepto. Se identifica con las agresiones psicológicas y con el maltrato
psíquico al que ha sido inducido.
b)
Identificación
con el agresor a partir de una introyección (Ferenczi, 1909) de determinadas
normas. Sería la situación en que la persona, ya adulta, tal y como los
psicoterapeutas observamos comúnmente, se identifica con los clichés de la
familia y ante la confrontación que los demás les podemos hacer acerca del daño
que les hace este entorno, que además no les deja una libertad para poder
independizarse, contestan como imitando a su propio modelo sádico y tiranizador
en relación con el maltrato al que les someten “Que es lógico puesto que no han
satisfecho lo suficiente a la familia, en el campo del estudio, el trabajo o en
las atenciones a sus progenitores”... Vaya, que nos viene a decir más
conscientemente o más inconscientemente que se lo merecen, habría una
identificación con los valores morales o éticos de los modelos.
c)
Adoptar
las mismas formas de poder de quien agredía. Sería la circunstancia de un infante a quien su padre, un
empresario, siempre le exige ser el mejor en todo y le alecciona sobre cómo
exprimir a los empleados, cuando alcance la edad adulta y cree su propia
empresa. En virtud de este proceso, se identificará con el padre con el mismo
símbolo de poder y, seguramente, con las mismas o peores artimañas que las de
su modelo.
2) La identificación proyectiva (M. Klein, 1946) es, más que un mecanismo, un
complejo proceso que se produce en los primeros 3-4 meses
de
vida. El sujeto tiene la fantasía de que una parte de su persona e incluso su
persona entera se introduce en el otro para así poder controlarlo.
Esas
partes que han sido externalizadas son susceptibles de identificación. Por
supuesto es un proceso bastante psicótico y su utilización
extrema
sólo suele verse en este tipo de desajustes.
Explicado
de otro modo: como usted conoce, es sabido que es bastante lógico que el ser
humano sea empático con sus congéneres (aunque hay algunos ombligos del
mundo que son incapaces de esto).
Esta
empatía quiere decir que se tiene la capacidad de ponerse en el lugar del otro.
Lo que ocurre es que quien utiliza la identificación proyectiva no sólo se
pone en su lugar, sino que –creyendo controlarlo– se cree inserto en el otro;
es decir, que se pone en la piel del otro de una forma patológica.
3) La identificación adhesiva. Término
acuñado por un discípulo de Klein, D. Meltzler (1967). Expresa un mecanismo
anterior al de la identificación proyectiva (en cuanto a que evolutivamente se
produce antes), en el cual el bebé se mimetiza con el objeto, siendo una
relación primordial para la constitución afectiva del sujeto. Apartir de este
concepto se han estudiado los procesos de psicopatologías como el autismo.
En este tipo de identificación hay,
por tanto, una vivencia de ligazón con el objeto afectivo, que es distinto a
creer hallarse dentro –como sucede en la identificación proyectiva–. En nuestra
opinión, éste puede ser el mecanismo que parece intervenir en quien no parece
superar con calidad estas fases del desarrollo, dado que nos podemos encontrar
a menudo con esa persona que siempre está a la sombra, imitando las acciones,
hobbies y disposiciones de otro que es vivido como punto de fijación y de
idealización, y al que permanec adhesivamente ligado.
A menudo, estos sujetos son
inseguros, sin capacidad autónoma; por lo cual, son como monitos de
repetición, pero que usualmente se identifican con elementos superficiales
del otro, más que con valores internos más elaborados. Estas personas son
bastante desagradables para quien los tiene que sufrir constantemente en su
lomo. El proceso de ir siempre detrás del otro imitándole se complica cuando
interviene la envidia.
Finalmente, ha de decirse que
hay conceptos que, aunque se asemejen y complementen con el complejo mecanismo
de la identificación no son tales. Éstos son la introyección, la incorporación,
la interiorización y la internalización.
·
La introyección es
un concepto que explica cómo el sujeto pasa elementos del exterior a su
interior. Este procedimiento se observa clara-
·
mente
en la relación de transferencia entre el terapeuta y el paciente. De esta
forma, actitudes o comportamientos suyos pueden ser introyectado como propios
por algún amigo suyo, que pondría la mano en el fuego de que tal u otra
cuestión que a usted se le ha ocurrido es cosa suya.
·
La incorporación se
diferencia de la anterior circunstancia descrita en que aquí toman una
importancia fundamental los límites corporales de la persona dado que hay una
fantasía de introducción de objetos que son guardados dentro del propio cuerpo.
La incorporación se haría fantaseadamente a través de la boca, pero también
puede hacerse a través de otras zonas erógenas (piel, visión, audición...).
·
La interiorización es,
por regla general, un concepto que se utiliza como sinónimo de introyección;
sin embargo, es más específica que dicho mecanismo; en un análisis más fino, se
puede observar que la interiorización es un mecanismo por el cual relaciones exteriores
intersubjetivas se trasforman en relaciones internas, es decir, lo que se
interioriza tiene que ver con un conflicto derivado de esa relación externa.
Por ejemplo, una persona interioriza que es amenazada a partir del análisis de
las circunstancias externas que ésta hace. Pongamos por caso, un empleado que
interpreta la seriedad de su jefe y su forma de hablar seca en una sensación
psicológica de estar siendo reprendido, a través de la interiorización que hace
de la autoridad del jefe sobre él. Esta persona habrá interiorizado –a
partir de su interpretación de los hechos externos– un conflicto en la relación
por el autoritarismo percibido.
La internalización
(Grinberg, 1976) se refiere a todos los procesos por los cuales se pasa una
experiencia externa a una interna, entre los que están, por tanto, los ya
comentados de identificación, incorporación, interiorización e introyección.
9.
La idealización
Se
trata de un concepto que explica la exaltación excesiva y desmesurada que se
hace de una persona, objeto, grupo... Por supuesto que, en la idealización,
interviene la anterior identificación explicada: a mayor identificación,
mayor es la idealización.
Este
proceso idealizante está claramente presente en la relación de pareja cuando
hay amor. El enamoramiento, claro está, se produce también por otros muchos
factores: encontrar alguien al que percibamos que nos acompaña de manera
incondicional, atracción física... y, sobre todo, por este proceso, porque vemos
en la pareja lo que idealizamos en nosotros mismos, lo que nos falta y nos crea
un malestar interno, dado que no lo poseemos. Porque del yo ideal que
queremos tener al yo real que en realidad poseemos media un abismo.
Decía
T. Reik al respecto “Nosotros mismos debemos admitir que raramente estamos
satisfechos de nosotros mismos [...] En nuestra mente hay una imagen de lo que
nos gustaría ser, si observamos más de cerca, vemos con despiadada claridad
cuán lejos estamos de ella” (1946, p. 47).
Por
tanto, a través de la idealización de la pareja podemos poner en ella
nuestro yo ideal, con todo aquello que nos encantaría tener (un gran sistema
de valores, lo bueno y gentil, la seguridad...). La persona objeto del
amor, toma el relevo del yo ideal, por ello se produce un fuerte enamoramiento.
Reik
lo explica así: “Amar significa cambiar el yo ideal por un objeto externo,
por una persona en la que están reunidas todas las cualidades que alguna vez
deseamos para nosotros” (1946, p. 55).
La
idealización no es el único y exclusivo mecanismo ni el único oceso psíquico en
el que interviene el enamoramiento. También interviene en este proceso la
proyección en la persona amada: encontrando una fascinación e incluso cierta hostilidad
–aunque se inconsciente–
porque tiene lo que se quiere y anhela para sí mismo. Si esto no se supera, se puede
entrar en una relación de envidia en la que el otro quiere las actitudes y los
valores de su persona enamorada, pasando –como suele decirse– del amor al odio.
Asimismo,
en la idealización también interviene el ideal del yo que la persona
tenga de sí asociado a la instancia superyoica, de la autoridad
internalizada (cómo nosotros nos hemos construido internamente cómo es la
autoridad). En este mecanismo hay un fuerte factor psicótico, dado
que primero se niegan las vertientes malas de lo idealizado para sólo
ver lo positivo, ensalzándolo hasta el extremo.
En
la idealización se produce a la vez una escisión (Klein,
1946), es decir, una división previa de los objetos en malos en extremo y
buenos
en extremo.
El sujeto pone en los buenos todos los elementos deseables y anhelados por él.
La
idealización se pone en juego en las relaciones tempranas, fundamentalmente con
los padres y también con las figuras de importancia. El problema concurre
cuando este ciego mecanismo no se supera con garantías, así pongamos por caso
que un varón sigue teniendo como objeto de idealización a su madre, la que
mejor cocina, la que mejor le atiende, la que mejor todo, vamos. Ya sabe usted
a lo que me refiero: cuando su pareja le pone el plato en la mesa y le dice “Esto
lo hace mi madre de bien...” o “No está mal, pero mi madre le echa una especia
que...”, el conflicto está servido. Ante la continua prueba comparativa a la
que es sometida la mujer, es a menudo probable que explote y finalmente decida
mandar al varoncito con su supermamá.
Todavía
más subido de tono es el proceso de identificación e idealización con la
política o la religión, lo cual puede incluso llevar a que las personas cometan
delitos de sangre por defender aquellos ideales indiscutibles que poseen.
10.
Racionalización
Le
voy a contar a usted una fábula. Un zorro va alegremente paseando por el campo
en busca de algún alimento con el cual comer. El raposo ve una parra de la que
cuelgan unos estupendos racimos de uvas. Sólo hay un problema y es que éstos
están un poco altos para el animal. El zorro hace todo tipo de conjeturas
acerca de lo frescas que estarán las uvas y de su sabor dulce, así que cogiendo
carrerilla salta una y otra vez para alcanzar algunos de los racimos; después
de varios minutos y al ver que es imposible hacerse con las uvas, el zorro desiste
y dice “¡Bah!, ¡seguro que están agrias!
Eso
es lo que ocurre cuando se utiliza la racionalización (E. Jones, 1908). Ante el
fracaso de una acción –como le pasaba al zorro–, la realización de una conducta
no del todo correcta –por ejemplo, un pequeño hurto– o motivaciones ocultas, se
intenta dar una explicación coherente que justifique el acto del comportamiento
o el afecto sentido sin anularlo, para no admitir datos de la realidad que la
persona no se puede permitir reconocer, aunque sea consciente de tener éste u
otro pensamiento, o de haber cometido una u otra acción. Así, al individuo que
le devuelven más dinero de la cuenta en una tienda dice: “Sí, me han dado de
más en las vueltas, pero con lo que cobran por los artículos para qué decir
nada. Son unos ladrones”. Notemos que no sólo se observa la racionalización,
sino también la proyección.
Quien
acostumbra a tener la mano un poco larga y gusta de robar cosillas suele
aplicar aquello de quien roba a un ladrón cien años de perdón,
racionalizando que roba, pero que no es ladrón por ello,
sino que ladrones son los otros porque cobran mucho, explotan a los empleados, son
multinacionales, etc.
El
zorro tampoco admite que se equivocó en la elección de la parra o que no
saltaba lo suficiente para alcanzar la uva; por ello, ésta
pasa de manjar delicioso a estar agria. O quien con treinta
y tantos –y más, créanme– no se independiza económicamente de su familia nuclear
porque el trabajo que dan es muy malo, porque te explotan, porque está lejos de
casa... Se trata de racionalizaciones que, en definitiva y a menudo,
encubren la realidad de un sujeto que no tiene valor para afrontar una vida
adulta con responsabilidades.
Intervenir
en deshacer una racionalización es una tarea harto complicada, puesto que el
sistema de ideas que hay montado alrededor de ella es a menudo inflexible. El
sujeto se cree que sus ideas de por qué no hace esta o aquella cosa son
prácticamente verdades absolutas.
Todo
esto se complica si dicha racionalización está asociada a factores que
impliquen ideas políticas, religiosas e incluso deportivas (en cuanto
a
los aficionados de un club se refiere). Se observa en dicha circunstancia que
hay una gran variedad de incoherencias, ya que los argumentos
para
apoyar tal u otra cuestión terminan por no tener sentido.
Así,
en la segunda guerra mundial, los nazis asesinaban por miles a los ciudadanos
de los países invadidos –y a los del suyo propio– bajo la racionalización de
que éstos eran inferiores y debían servir a otros fines de interés para la raza
superior como ¡hacer jabón con ellos! que les debía de parecer de lo más
sofisticado.
11.
Intelectualización
Ésta
suele confundirse con el anterior mecanismo; sin embargo, difiere en que la
intelectualización tiene una mayor tendencia a anular la existencia de
determinados afectos sentidos. Pongamos, por ejemplo, los celos,
pero no como una mera negación, sino a través de una retahíla de
conocimientos técnicos, teóricos y prácticos; mientras que en la
racionalización no hay una anulación tan activa, sino una necesidad de
explicar el porqué de una conducta o motivación, justificándolo desde lo
moral, racional e ideal.
En
cuanto al tratamiento psicoanalítico, ya nos advirtió K. Abraham (1919) de un
tipo de resistencia en la cual el paciente, a través de un lenguaje técnico,
analiza todo desde la distancia intelectualizándolo.
Cuando
trabajo con mis pacientes, si éstos son estudiantes de Psicología o Medicina,
les indico que al menos en el primer año y medio de su psicoterapia lean lo
menos posible acerca del Psicoanálisis puesto que se observa frecuentemente
como a través de determinados conocimientos que adquieren no se hacen cargo de
determinadas circunstancias que les competen: “Es cierto, creo que me centro mucho
en los estudios, porque desplazo mis complejos de inferioridad con mis hermanos
a los resultados académicos para sentirme mejor”. Esto que a priori puede
parecer una toma de conciencia por parte del paciente de una circunstancia de
su vida puede ser un discurso intelectualizado y defensivo en el cual el sujeto
dice la frase como un papagayo a través de unos conocimientos técnicos, pero
sin sentirla en su interior para que mejore en su desajuste psicológico.
El
terapeuta –por su parte– también puede incurrir en una intelectualización, en
la contratransferencia que el analista tiene de su paciente.
La
pseudo-contratransferencia (Guerra
Cid, 2001 p. 90) es el máximo exponente de esto, debido a que el terapeuta
puede poner sus conocimientos teóricos a un servicio defensivo, ante una
amenaza real o percibida por el paciente. Estos conocimientos técnico-teóricos
aunque en principio no son emocionales, se pueden emocionalizar y convertir en
una defensa. Esto tiene que evitarse en la medida de lo posible, puesto que se
puede producir en el proceso terapéutico un efecto iatrogénico, es decir,
negativo y contraproducente para el paciente.
En
la vida cotidiana, la intelectualización se ve en múltiples circunstancias. A veces,
alguien con muchos conocimientos, por ejemplo, políticos, ante la circunstancia
de no tener valor para salir a la calle a buscarse la vida, puede negar esta
circunstancia, y desde un discurso marxista hablar de la explotación del
proletariado, de que el empresario siempre gana y bla, bla, bla. Estaríamos
ante la figura del insoportable enterado que, aunque no hace
nunca nada, todo lo sabe; en cambio, y por otro lado, nos encontramos con otros
que no tienen ni pajolera idea (por no decir otra cosa) de lo que dicen, y todo
lo convierten en un discurso falsamente intelectual, supuestamente erudito. En
realidad, no saben ni de lo que hablan, ni lo que dicen. Son los ignorantes insoportables
que parece que deliran más que intelectualizan.
12.
Formación reactiva
Este
curioso mecanismo consiste en la transformación de un sentimiento o actitud
que le resulta intolerable a la persona en su contrario.
Así, el individuo que odia a su suegra la agasajará con
piropos y caros regalos trasformando ese odio que para él es intolerable y que
puede crearle más de un problema con la pareja, en un supuesto afecto al que le
siguen estupendos presentes. Así que tenga usted cuidado si recibe a menudo
regalos de alguien sospechoso, o... si usted también muestra que quiere mucho a
alguien que no termina de convencerle.
Mediante
el mecanismo defensivo de la formación reactiva se pasa del odio al amor, de
las tendencias exhibicionistas a la timidez, o de lo que nos entristece a la
burla, surgiendo incluso la broma macabra. De ahí que se dé el humor negro,
humor de acontecimientos catastróficos o de situaciones negativas para
defenderse del auténtico sentimiento de dolor intolerable.
Dicho
proceso se muestra también en las perversiones sexuales. Así, se dio el
caso de que en una localidad de Estados Unidos (Tampa), un economista
–que había organizado quejas y protestas contra la existencia de libros
de educación sexual en las bibliotecas– fuera declarado
culpable de haber abusado sexualmente de una niña de 8 años
y de un adolescente (Papalia y Wendkos, 1987, p. 512). Los inaceptables
impulsos
sexuales con los niños fueron convertidos, mediante la
formación reactiva, en una protesta para proteger a éstos de la educación
sexual.
13.
Aislamiento
Mecanismo
defensivo a través del cual la persona separa el afecto y las emociones de
las experiencias que ha vivido, las aísla como si no fueran suyas. De esta
forma, en psicoterapia podemos observar como una paciente nos cuenta un
episodio en el que abusaron de ella sexualmente como si de una película
se tratara. Aislar el afecto negativo de esta experiencia le proporciona
una salvaguarda para atenuar el efecto que hace en su psique.
El
aislamiento es también un mecanismo prototípico en la neurosis obsesiva.
El obsesivo narra los acontecimientos aislando continuamente
las emociones asociadas a los diferentes hechos que ha
vivido planteando un discurso plano, una forma de hablar monocorde.
14.
Conversión
Proceso
a través del cual, y en virtud de una represión previa, la persona convierte
el afecto reprimido (que le es insoportable de tolerar) en un problema físico como
puede ser la inmovilidad de un brazo, la pérdida de la voz, dolores difusos,
pero sin que medie daño físico ninguno.
La
conversión es un mecanismo que se encuentra en la psicopatología llamada histeria de
conversión, en la cual se observan los fenómenos que
acabamos de describir. Al fallar el mecanismo de la represión, lo reprimido
retorna convertido en un problema en el soma (es decir, en el cuerpo), aunque
ante pruebas médicas no se halle nada; esta falta de datos es una
constante en la conversión.
Así,
algunas de las denominadas cefaleas –más conocidas como dolores de cabeza– que
son recurrentes y se convierten en verdaderas jaquecas son estudiadas una y
otra vez desde un diagnóstico neurológico no encontrando ningún problema en el
nivel físico, pero el dolor está ahí porque la persona no está simulando. El
síntoma conversivo encubre algún aspecto simbólico que lo mantiene.
Supongamos,
por ejemplo, que un individuo ante la pulsión agresiva de propinarle un
puñetazo a su hermano reprime esta acción por considerarla como inaceptable; en
dicho caso, el síntoma conversivo podría ser un dolor punzante y constante en
su mano derecha. ¡Qué decir de problemas sexuales en los que sólo hay un
problema psicológico como el vaginismo femenino o la impotencia masculina! Este
último se podrá mejorar con más psicoterapia y menos viagra; con más
autoconocimiento y afrontamiento de uno mismo y menos ingesta de fármacos.
Ha
de diferenciarse la histeria de conversión o el trastorno de conversión de la
enfermedad psicosomática. En
este último caso, aunque median elementos psicológicos, el daño físico
existe y, por tanto, la persona aquejada tiene úlcera, taquicardias, incluso
un proceso de cáncer...
Bibliografía
Guerra, L. (s.f.). Tratado de la insoportabilidad
la" envidia y otras "virtudes" humanas. Desclëe de Brouwer.
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