RAZONES DE POR QUÉ ES BUENO SER ASERTIVO
1. La asertividad fortalece el amor propio y la dignidad
Para
exigir respeto debo quererme y sentirme digno de amor. Precisamente, la
dignidad
personal
es el reconocimiento de que somos merecedores de lo mejor. Así como nos
sentimos
amados e importantes cuando alguien nos defiende y nos cuida, de igual
manera,
la autoestima sube como espuma cuando nos resistimos a ser sacrificados,
utilizados
o explotados.
Lo
único que debes tener siempre presente es que eres digno y merecedor de
respeto (que incluye autorrespeto).
Si
una persona se odia a sí misma no puede ser asertiva: será agresiva.
2. La asertividad permite una mejor defensa psicológica y nos hace
más seguros
Cuando
somos asertivos, se reduce la discrepancia entre el yo real y el yo ideal. Cada
vez
que ejecutamos una conducta asertiva se genera una retroalimentación, que nos
dice:
“Fuiste
capaz”. Sube el yo real y la autoestima. Sentirse capaz, te hace sentirte
fuerte y
seguro
de ti mismo.
El
esquema nuclear de toda persona asertiva es de fortaleza, de seguridad.
Es lo opuesto
a
la trama mental del dependiente, que todo el tiempo cree que es débil y que
deben
protegerlo
para sobrevivir. La asertividad y el entrenamiento en habilidades sociales
es
uno
de los tratamientos complementarios más utilizados para pasar de la
debilidad
percibida,
a la fortaleza percibida.
3. La asertividad facilita la libertad emocional y el
autoconocimiento
Dentro
de un esquema de prevención, la asertividad nos ayuda a experimentar e integrar
las
emociones a nuestra vida para enfrentar aspectos negativos en el futuro. A
estar listos
para
los imponderables. Cuando expreso lo que pienso y siento, libero la mente y
sano mi
cuerpo.
No almaceno basura.
Además, me doy la posibilidad de conocerme a mí mismo
mejor
y más profundamente.
Las investigaciones muestran que la expresión asertiva de la
ira
y de las emociones, en general, permite prevenir enfermedades y mejorar la
calidad
de
vida. Sin inteligencia emocional y sin asertividad no podemos disfrutar la
vida, ni
comprenderla.
4. La asertividad ayuda a resolver problemas y mejorar la
comunicación
Analiza
este caso y saca tus propias conclusiones:
Pablo
era un hombre que nunca decía lo que pensaba, si ello implicaba confrontación.
Era aislado y
supremamente
reservado. Su mujer, por el contrario, era ruidosa, demandante e hiperactiva.
Durante veintidós
años
vivieron una relación incompleta. Ella esperando el milagro de que su marido
expresara emociones, y él,
anhelando
una sordera que le permitiera no escuchar más las quejas de su mujer. Él
asistió a mi cita porque su
esposa
le había dado un ultimátum. Los requerimientos de la mujer podían resumirse en
dos puntos básicos: más
comunicación
verbal y más sexo. Después de varias sesiones, ya que a Pablo le costaba
expresar su sentimientos,
encontramos
que gran parte del problema se originaba en su inasertividad. La incapacidad de
expresar
sentimientos
de oposición había alimentado su resentimiento y perpetuado la mala relación.
La señora mantenía
una
cantidad de “prohibiciones” a las cuales Pablo venía accediendo desde hacía
veinte años sin chistar, por
“evitar
tener más problemas”. Entre otras exigencias, la lista incluía: no poder leer
el periódico en la mesa,
acostarse
antes de las nueve para ver la telenovela con ella, no llegar tarde a la casa,
no jugar billar (porque era de
“gente
baja”) y no encerrarse a oír música “popular” (le permitía sólo oír música
“culta”).
Pablo
había optado por la estrategia del atragantamiento: no decir nada, guardar
enojo y luego vengarse. Como
sabía
que la comunicación verbal para ella era importante, practicaba el mutismo electivo;
y como además la
mujer
era ardiente, sólo abría las compuertas del sexo una vez al mes, si acaso. Le
expliqué que la mejor manera
de
eliminar el rencor y replantear nuevamente la relación (nunca es tarde), era
utilizar la asertividad, así fuera que
al
principio se incrementaran las disputas. A través de diversas técnicas, el
hombre se preparó para ser asertivo y
no
acceder a las exigencias injustas de su esposa. Pablo comenzó a utilizar la negación
empática (decir “no” de
manera
respetuosa, sin gestos amenazantes y con un tono de voz moderado), seguido de
una explicación directa
y
concreta de
por qué se negaba a seguir sus órdenes. El primer enfrentamiento ocurrió cuando él se sentó a leer
el
diario por la mañana. De inmediato, ella le llamo la atención e intentó
quitarle el periódico. Entonces Pablo se
defendió
y contestó en tono firme, pero no agresivo: “No importa lo que digas, yo voy a
leer de todas maneras.
Para
mí es importante hacerlo. Puedes ofuscarte si quieres, pero voy a seguir
leyendo”. La mujer se levantó
furiosa,
arrojó su taza de café con leche al piso y se retiró indignada. Pablo se
concentró en su lectura. Por la
noche,
cuando ella acomodó la cama para que se acostaran a ver la telenovela, él le
dijo que prefería ir a escuchar
música,
ella preguntó qué tipo de música y él respondió que iba a oír música popular.
Ella soltó un gemido, apagó
el
televisor y durmió enroscada.
Así,
uno a uno, los comportamientos de Pablo fueron demarcando el territorio de sus
derechos y controlando los
ataques
de su esposa. Finalmente, al cabo de tres largos e interminables meses de
guerra fría y no tan fría, ella
decidió
romper el silencio y hablar sobre el asunto (todos tenemos un límite de
resistencia). Para su sorpresa,
encontró
un marido abierto al diálogo, mucho menos prevenido y dispuesto a resolver
los problemas de manera
franca
y asertiva. El silencio castigador y la indiferencia sexual, que Pablo tanto
había utilizado en el pasado, ya
no
eran necesarios.
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