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CAUSAS DE LA DEPENDENCIA EMOCIONAL

 

CAUSAS DE LA DEPENDENCIA EMOCIONAL

Sin perjuicio de otros factores de índole biológica (por ejemplo, una predisposición al padecimiento de depresiones), Castelló (2012) diferencia cuatro pautas familiares enfermizas que son, desde su punto de vista, condición necesaria para el desarrollo de estos problemas en la adolescencia y la vida adulta.

Carencias afectivas tempranas

Es la pauta más habitual. Se caracteriza por la ausencia de cariño y la frialdad que el niño experimenta desde el comienzo de su vida. No es preciso que exista un trato negativo o de menosprecio aunque, por supuesto, es compatible con esta pauta.

Las carencias afectivas le indican al niño que no es querible, que no es lo suficientemente válido como para ser aceptado, atendido y amado. Es difícil ponernos en el lugar de las personas que no han sido adecuadamente queridas. Piensen en un día completo sin dar ninguna muestra de cariño a su hijo o sin presentar el menor interés por las cosas que nos enseñe; un día completo sin una sonrisa, un gesto positivo, una valoración de sus logros por poco relevantes que sean. Si imaginar un día así sería duro, mucho peor sería que todos los días fueran iguales y que, además, no hubiera expectativa de que la situación cambiara.

Entre lo más terrible que le podemos hacer a un niño está, sin lugar a dudas, negarle la atención y el cariño. Esto es demoledor porque lo necesitan para el sano desarrollo de su autoestima y de una afectividad adecuada; de hecho, todos sabemos cómo reaccionan los niños cuando ven peligrar su suministro afectivo al nacer un hermanito, y eso que esta situación sólo implica un reparto de atenciones y no una retirada absoluta.

Como vemos, tiene muchas similitudes con el patrón habitual del dependiente emocional: falta de autoestima y búsqueda desesperada de afecto y aprobación de alguien distante o sobrevalorado.

Los niños que han carecido de un afecto adecuado describen que han ido solos desde muy pequeños al colegio y que a veces no iban a recogerlos, que apenas iban al pediatra, que no se hacían fiestas de cumpleaños para ellos, que apenas recibían regalos, que no se les felicitaba por sus buenas notas, que no se les daban abrazos o que no se les hacía caso: en resumen, que no recibían lo que cualquier niño, por derecho y por salud mental, debe recibir.

En muchas ocasiones, a este patrón familiar se le acompañan aspectos de otros como el de "hostilidad y malos tratos", porque, como es lógico, si unos padres o un entorno maltratan sistemáticamente a un niño, tampoco lo están queriendo.

 

Sobreprotección devaluadora

Aparentemente, constituye la antítesis de la anterior pauta porque se caracteriza por un trato próximo con el niño en el que hay una preocupación por él. Así como los niños con carencias afectivas pueden incluso estar descuidados, aunque no necesariamente, en los aspectos más básicos como la ropa o la higiene, los niños sobreprotegidos están muy bien atendidos en todo.

La sobreprotección excesiva, de por sí, no crea dependencia emocional, sino otro tipo de problemas como la ansiedad, la falta de autoconfianza o un tipo de dependencia más práctico o instrumental, por el que el individuo duda de sí mismo para su desenvolvimiento cotidiano o para tomar cualquier decisión, por irrelevante que esta sea. No se trata de la sobreprotección excesiva clásica, que se fundamenta en desvivirse por el niño y evitarle cualquier peligro o frustración haciendo todo por él, para que se sienta como un rey atendido en todo momento.

Hay otro tipo de sobreprotección en la cual los padres o familiares significativos están igualmente encima del niño, pero sin darle la sensación de que es el amo de la familia: es una sobreprotección en la que se resta autonomía al niño y en la que se hace todo por él, pero transmitiéndole la sensación de que se hace por su inutilidad y por estar lejos del buen hacer de los padres o incluso de otros niños. Es una sobreprotección en la que el mensaje de "tú no vales lo suficiente, y por eso nosotros lo hacemos por ti" es el que domina la relación: en lugar de sentirse el niño una especie de rey del hogar se siente como un bulto sospechoso que prácticamente no sabe hacer nada.

Así como un niño sobreprotegido está, como se dice habitualmente, "mimado" o consentido, en este caso, se le hace todo y se le dice cómo tiene que hacer las cosas porque se le transmite, directa o implícitamente, que no dispone de la capacidad suficiente. Un niño mimado puede ver siempre lo que quiera en la televisión; un niño sobreprotegido de manera devaluadora no, aunque sí se le dirá cómo tiene que estudiar o qué ropa se debe poner porque él no sabe hacerlo.

En la sobreprotección clásica los padres parecen peleles al lado de sus hijos, que se convierten en pequeños tiranos aunque sin la suficiente confianza en sí mismos para adquirir autonomía y desenvolverse de forma adecuada; sin embargo, en la sobreprotección devaluadora los niños igualmente carecen de autonomía pero sin transmitirles que son importantes: más bien al contrario, se les inculca que son incompetentes y que están a años luz de sus padres, modelos de perfección a seguir y al que nunca llegarán de adultos estos niños. De hecho, una vez estos niños son adultos que es cuando acuden a consulta, continúan sobrevalorando e idealizando a sus padres y teniendo de sí mismos un concepto pésimo, como si fueran bultos sospechosos o las "ovejas negras" de la familia.

En este patrón familiar no sólo se resta autonomía al niño, sino también se le resta estima, la valoración incondicional que se necesita para disponer de una adecuada relación consigo mismo. Se le transmite la idea de que es un ser inferior, menos válido, y de que se le querrá por sus méritos y no por ser quien es, y, claro, al no tener méritos, pues no se le aprecia de forma adecuada. Esto genera posteriormente en el adulto una tendencia a buscar a personas idealizadas, a establecer relaciones en las que se intenta ser protegido por alguien superior y en las que intenta ser protegido por alguien superior y en las que se persigue el afecto y la valoración de lo que ha carecido.

Hostilidad y malos tratos

La presencia continuada de este patrón familiar incluye también las carencias afectivas antes mencionadas.

La hostilidad, para considerarla un patrón familiar, debe ser sistemática, formar parte de una manera clara de la relación entre los padres y el niño. Por hostilidad Castelló (2012) no entiende el uso de pautas educativas inadecuadas (el clásico "bofetón a tiempo") que, de una manera desafortunada, se utiliza para enseñar buen comportamiento a un niño, sino a los golpes, empujones o palizas que se dan con cualquier excusa. Entre esas excusas sí puede estar la educación, pero cuesta entender que para que un niño se coma un plato de comida se le deba dejar tirado en el suelo, sangrando y con hematomas.

No obstante, no sólo la hostilidad física es generadora de trastornos psicológicos como la dependencia emocional u otros problemas, sino también la psíquica: las amenazas, gritos, insultos o devaluaciones sistemáticas que forman parte de este patrón. Los padres maltratadores (es importante señalar que aquí no hay diferencia de género alguna) no sólo pegan a sus hijos por saber que son vulnerables y que no se van a defender, sino que les martillean con continuas acusaciones, reproches e infravaloraciones que les hacen sentir los peores seres vivos del mundo.

El resultado es una sensación de estar en deuda con los padres continua, de considerarse culpables de las propias agresiones o insultos que reciben por ser individuos deleznables, y de pensar que no merecen ser queridos porque nadie lo hace. Las consecuencias para la autoestima son fatales, ya que el buen trato que nos podemos dar a nosotros mismos previamente fue un buen trato que recibimos, y la mecánica es la misma con el mal trato.

Utilización afectiva egoísta

Es una pauta relacional altamente patológica y que crea numerosos desequilibrios psicológicos, entre los que destacan la dependencia emocional. La utilización afectiva egoísta hace referencia al "amor egoísta".

En principio, hay que señalar que suele ser uno de los padres -normalmente, es la madre- el que desarrolla esta pauta, quedándose el otro progenitor completamente al margen no ya de la relación con su hijo, sino en general de la familia. El ejemplo más habitual es el del padre ausente que o bien directamente no está o bien lleva una vida independiente de la del resto de miembros de la familia, mientras que la madre se fusiona con uno de sus hijos.

La peculiaridad de esta relación de fusión es que el padre que lleva a cabo esta pauta de interacción con su hijo pretende satisfacer con él todas sus necesidades afectivas, en muchas ocasiones fruto, a su vez, de su propia dependencia emocional. Vendría a ser el equivalente a la relación de un dependiente emocional dominante con su pareja, porque, como es lógico, el vínculo entre un padre y su hijo está notablemente desequilibrado, ocupando el padre el lugar de privilegio y el hijo el subordinado.

Al desplegar el adulto una afectividad muy intensa y patológica en su hijo, este se encuentra aprisionado en un vínculo muy posesivo y muy estrecho que no le permite desarrollarse como individuo y que tampoco le deja ampliar su círculo de relaciones: todo lo colma el padre que lleva a cabo la utilización afectiva egoísta. Además de la estrechez de esta relación en forma de fusión o de simbiosis, las dificultades del niño en ampliar sus relaciones con amiguitos se deben a que el adulto desaprueba o incluso prohíbe dichas relaciones, porque las considera una amenaza para sus deseos de posesividad y exclusividad: estas personas quieren a su hijo para ellas. Y ahí radica el fundamento de los términos "utilización" y "egoísta" para denominar a este patrón: se utiliza al hijo para satisfacer las demandas afectivas intensas, y es una utilización egoísta porque la forma de querer del adulto es de esta naturaleza; es decir, sólo piensa en sí mismo y en sus carencias y frustraciones, y no en las necesidades de su hijo de tener más libertad e independencia.

Dentro de ese uso egoísta que el padre hace de su hijo, además del "aprisionamiento" del que es objeto este -y que considera normal por no conocer otra cosa- en forma de estar el máximo tiempo disponible acompañando al adulto, destaca sobremanera el empleo de la hiper-responsabilización. Me explico: el padre, para atar con fuerza a su hijo sobre todo cuando este ya va siendo cada vez menos niño, lo chantajea emocionalmente responsabilizándole de su estado. Por ejemplo, si el hijo quiere salir con unos amigos, el padre puede decirle que lo haga si quiere pero que se va a quedar llorando en casa. Por supuesto, ante ese chantaje emocional el niño no se va con sus amigos porque se siente responsable del estado psicológico de su padre: esta hiper-responsabilización se mantendrá en otras relaciones como las de pareja u otras en forma de una "tendencia cuidadora" de los demás, por considerar que los problemas de los otros son responsabilidad propia. Ni que decir tiene del valor patológico de este tipo de comportamientos.

Los padres que desarrollan la utilización afectiva egoísta hacen sentir continuamente culpables a sus hijos para que estén junto a ellos y tengan la necesidad de llevarles en bandeja, de preocuparse por ellos. Estos padres usan a sus hijos como sostenes afectivos mutilándoles su afectividad y su independencia emocional.

En este sentido, las consecuencias en la vida adulta de estos niños giran en torno a la dependencia emocional: baja autoestima por considerarse consciente o inconscientemente, personas "objeto" o personas que no tienen un fin en sí mismo, siendo su misión asegurarse del bienestar de los otros sin importar en absoluto el suyo; tendencia a las relaciones de fusión -por supuesto, sobre todo en un contexto de pareja que es el que más se adecua a este formato- como las que han tenido desde siempre; búsqueda de una valoración, un cariño y un afecto adecuados sin saber realmente lo que es; formación de un hábito de abnegación y de ser hombro para llorar o un "solucionador de problemas" de los demás por considerarse responsables de su estado...Esta pauta de relación se camufla de un amor sin límites del adulto hacia su hijo, pero esconde una finalidad de dominio, descarga de frustración y utilización afectiva que tiene un potencial enfermizo y destructivo enorme.

 

Una vez expuestos los cuatro patrones familiares que desencadenan dependencia emocional en el adulto nos podemos plantear si esos patrones, al ser distintos, producen también matices diferenciadores en dicha dependencia. Los resultados del estudio clínico realizado por Castelló (2012) le han permitido afirmar rotundamente que sí:

 

- Los patrones familiares de "carencias afectivas tempranas" y de "sobreprotección devaluadora" están íntimamente relacionados con el origen de la dependencia emocional tipo A.

- Los patrones familiares de "hostilidad y malos tratos" y de "utilización afectiva egoísta" suelen desencadenar dependencia emocional tipo B y también formas atípicas de dependencia emocional, como la dominante o la oscilante.

- La pauta de "utilización afectiva egoísta" intensifica notablemente el rasgo de exclusividad y posesividad propio del dependiente emocional, buscando las personas que han sufrido dicha pauta la repetición de las relaciones de fusión simbiótica que han tenido en sus infancias.

- La pauta familiar de "hostilidad y malos tratos" desencadena un grado importante de agresividad en el individuo dependiente que puede ser exteriorizada (siendo responsable entonces de la dependencia emocional dominante) o interiorizada en forma de autocrítica, comportamientos muy sumisos, tendencias autodestructivas...

Las pautas de "carencias afectivas tempranas" y "sobreprotección devaluadora" provocan con mayor probabilidad, aunque no necesariamente, que el dependiente adulto busque objetos de tipo narcisista, mientras que las pautas de "hostilidad y malos tratos" y "utilización afectiva egoísta" no predisponen a un tipo de objeto en especial, pudiendo aparecer cualquiera de los tres descritos. Cabe añadir que la elección de un objeto posesivo o de uno problemático indica un mayor grado de dependencia emocional y de perturbación afectiva en general.

 

Bibliografía

Castelló, J. (2012). La superación de la dependencia emocional. Como impedir que el amor se convierta en un suplicio. Ediciones Corona Boreals.

 

 

 

 

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