¿Cuántos de nosotros
se sienten realmente bien consigo mismos?
Sentirse bien parece algo muy efímero, sobre todo porque necesitamos
creernos «especiales y por encima de la media» para tener una autoestima alta.
Cualquier cosa por debajo de ese estado parece un fracaso.
El deseo de sentirse especial es comprensible. El problema
es que resulta imposible, por definición, que todo el mundo esté por encima de
la media al mismo tiempo. Aunque destaquemos en uno u otro campo,
siempre hay alguien más inteligente, más guapo, más brillante.
¿Cómo afrontamos eso? No muy bien. Para vernos desde una perspectiva positiva
tendemos a inflar nuestros egos y menospreciar a los demás, de manera que salimos
ganando con la comparación. Sin embargo, esa estrategia tiene un precio: nos
impide desarrollar todo nuestro potencial en la vida.
Si tengo que sentirme mejor que tú para sentirme bien conmigo
mismo, ¿con qué claridad voy a verte, o a verme a mí mismo? Por ejemplo, en un
hipotético caso de haber tenido un día estresante en el trabajo y al llegar a
casa estoy gruñona e irritable con mi marido si realmente hago todo lo posible
por tener una imagen positiva de mí misma y no quiero arriesgarme a verme de
manera negativa, voy a variar mi interpretación para asegurarme de que los posibles
roces entre nosotros parezcan culpa de mi marido, no míos.
¿Por qué resulta tan difícil admitir que nos hemos pasado,
que somos desagradables o impacientes? Porque nuestro ego se siente mucho mejor
cuando proyectamos en los demás nuestros defectos y nuestras limitaciones. «Es culpa
tuya, no mía.».
Culpamos al otro por decir o hacer algo malo, justificando nuestras
propias acciones como si nuestra vida dependiese de ello, cuando en realidad
sabemos que dos no se pelean si uno no quiere. ¿Cuánto tiempo
malgastamos en eso? ¿No sería mucho mejor reconocer las
cosas y jugar limpio? Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo.
Resulta casi imposible darse cuenta de esos aspectos de nosotros
mismos que provocan problemas con los demás o que nos impiden alcanzar todo
nuestro potencial si no somos capaces de vernos con claridad. ¿Cómo podemos crecer
si no reconocemos nuestras propias debilidades? Podemos sentirnos mejor con
nosotros mismos «temporalmente» si ignoramos nuestros defectos o si creemos que
nuestros problemas y dificultades son culpa de otros, pero a la larga solo nos
haremos daño porque nos quedaremos atascados en un círculo vicioso de estancamiento
y conflicto.
Aunque nos guste, no siempre podemos atribuir nuestros
problemas a los demás. No podemos sentirnos siempre especiales y por encima de
la media. El resultado suele ser devastador. Nos miramos en el espejo y no nos gusta
lo que vemos (en sentido literal y figurado), y la vergüenza empieza a
instalarse en nuestro interior. La mayoría de nosotros somos increíblemente
duros con nosotros mismos cuando finalmente reconocemos algún defecto o
carencia. «No soy lo suficientemente bueno. No sirvo para nada.» No es de
extrañar que ocultemos la verdad cuando la honestidad nos obliga a enfrentarnos
a una condena tan dura.
En aquellos aspectos en los que resulta difícil engañarnos
a nosotros mismos (cuando comparamos nuestro peso con el de las modelos, por
ejemplo, o nuestra cuenta bancaria con las de los ricos y famosos), nos
provocamos una enorme carga de
dolor emocional. Perdemos la fe en nosotros mismos, empezamos a dudar de
nuestro potencial y sentimos que no nos quedan esperanzas. En ese lamentable
estado nos criticamos aún más a nosotros mismos, diciéndonos que somos unos inútiles
perdedores, y nos sentimos cada vez peor.
Aunque consigamos organizarnos, lo que consideramos
«suficientemente bueno» siempre parece fuera de nuestro alcance, y eso nos
provoca frustración. Tenemos que ser listos, estar en forma, ser modernos e
interesantes, tener éxito y
resultar sexys. ¡Ah! Y espirituales. Por muy bien que hagamos las cosas,
siempre hay alguien que parece hacerlas mejor. El resultado de esta línea de
pensamiento da que pensar: millones de personas necesitan tomar medicamentos
para afrontar cada nuevo día. La inseguridad, la ansiedad y la depresión son
increíblemente comunes en nuestra sociedad, y en gran parte se debe a los
juicios hacia uno mismo, el maltrato al que nos sometemos cuando sentimos que
no somos unos ganadores en el juego de la vida.
¿Cuál es la solución?
Dejar de juzgarnos y de evaluarnos. Dejar de
autoetiquetarnos como «buenos» o «malos» y aceptarnos con generosidad.
Tratarnos con la misma amabilidad, cariño y compasión que mostraríamos hacia un
buen amigo, o incluso hacia un desconocido. Por desgracia, no hay casi nadie a
quien tratemos tan mal como a nosotros mismos.
Desde la perspectiva budista, tienes que cuidar de ti mismo
para poder cuidar a los demás. Si te
juzgas y te criticas continuamente intentando al mismo tiempo ser amable con los
demás, estás poniendo límites artificiales que lo único que provocan en ti son
sentimientos de separación y aislamiento. Es lo contrario de la integridad,
la interconexión y el amor universal
(el objetivo último en la mayoría de
los caminos espirituales de cualquier tradición).
Juzgarnos y evaluarnos negativamente provoca sentimientos de
inadaptación e inseguridad. Y vertía
mi frustración en las personas más cercanas
a mí. Además, no quería reconocer nada de esto por miedo a sentir odio hacia mí misma si admitía la verdad.
Debemos proporcionarnos a nosotros mismos la satisfacción de
todas nuestras necesidades de amor, aceptación y seguridad. De ese modo tendríamos el corazón mucho más lleno para compartirlo con el otro. Los
investigadores señalan todas las trampas en las que podemos caer cuando intentamos
desarrollar y mantener una autoestima alta: narcisismo, abstracción, ira,
prejuicios, discriminación... La compasión hacia uno mismo es la alternativa
perfecta a la búsqueda incansable de la autoestima. ¿Por qué? Porque ofrece la
misma protección contra la autocrítica destructiva, pero sin la necesidad de
que nos sintamos perfectos o mejores que los demás. En otras palabras, la
compasión hacia uno mismo ofrece los mismos beneficios que una autoestima alta,
pero sin sus inconvenientes.
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