LA INHIBICIÓN DE LA DEFENSA FRENTE AL PELIGRO Y LA AMENAZA PARA LA VIDA
El sistema de
imbricación social además de activar las conductas que favorecen el
funcionamiento adaptativo en la vida cotidiana; también inhibe las defensas innecesarias.
Por ejemplo, un niño puede sentirse asustado por los truenos, pero el padre o
la madre le tranquilizan y le ayudan en su aprendizaje lento y gradual respecto
al fenómeno natural del trueno, animando al niño a hacer ruidos en voz alta con
la propia voz para imitar a los truenos, al tiempo que proceden a modelar y a
dar ejemplo de las emociones de la excitación y la curiosidad. El niño ve que
el adulto no tiene miedo, lo cual tiene el efecto de calmar y transmitir
tranquilidad. La imbricación social desactiva la actitud defensiva del niño, y
una vez que se siente regulado y que sus necesidades asociadas a la búsqueda de
apego se ven satisfechas, el sistema de exploración se activa nuevamente y el
niño sale a explorar el mundo.
El apego es una primera línea de defensa en el caso de
amenazas leves que se desactiva cuando la amenaza se vuelve más grave. Por
ejemplo, cuando un niño pequeño siente inquietud o angustia, en especial el
pánico o la ansiedad extrema que se ponen en marcha cuando el cuidador está
fuera de vista, el niño gritará y llorará reclamando su presencia. Esta defensa
es conocida como llanto de separación, llanto
de apego, o grito de socorro. Implica pánico, más que miedo, y una
búsqueda frenética, gritos, llantos y conductas de aferramiento. Es la búsqueda
de apego en su nivel máximo de intensidad. Su objetivo es hacer reaparecer al
cuidador para que brinde seguridad y asegure la supervivencia.
Pero cuando la amenaza se vuelve demasiado grande, el niño
no busca la figura de apego, sino que reacciona poniendo en marcha unas
defensas determinadas evolutivamente. La fuga y
el ataque desembocan en una
hiperactivación extrema, acompañada de una preparación para pasar a la acción
-tensión en los hombros, los brazos, y las manos (ataque) o en las piernas y
los pies (fuga). La inmovilidad
también incluye una elevada activación simpática en la que los músculos están
tensos y la frecuencia cardíaca es elevada, pero además el habla se inhibe y el
movimiento se ve impedido por la inmovilidad tónica (el tono muscular rígido o
elevado). Cuando la amenaza es lo bastante grave como para valorar que la
propia vida está en peligro, con frecuencia el niño puede desplomarse en una
especie de muerte fingida o de
hipoactivación simulada. Si bien la pérdida de
conocimiento o el desmayo es la manifestación más extrema del bloqueo
vagal dorsal, en las sesiones es más común ver un enlentecimiento gradual, al
que se ha denominado desfallecimiento
(se muestran considerablemente abstraídos o ausentes, lentos en el
pensar y hablar, cansados, o somnolientos).
Tanto el desfallecimiento como la pérdida de conocimiento
están mediados por el sistema parasimpático (en concreto, por la rama dorsal no
mielinizada del nervio vago, responsables de la conducta de inhibición) y se
caracteriza por su apagamiento extremo en el que los músculos pierden su tono y
se vuelven flácidos. En el caso de los bebés y de los niños más pequeños, las
perturbaciones e interrupciones graves en el apego, tales como la desatención o
el abandono, pueden ser valoradas como amenazas para la vida y generar una
defensa crónic
Además de quedarse estancados en unas defensas animales,
también pueden estar atrapados en otras estrategias poco útiles basadas en
sistemas de acción evolutivos. Por ejemplo, una parte disociativa puede ser
extremadamente sumisa y conciliadora en el trabajo, lo que transmite a través
del hábito de agachar la cabeza, adoptar una postura corporal caída, y hablar
en un tono de voz suave y obediente. Por un lado, su actitud apaciguadora
constituye una modalidad de apagado vagal dorsal, en un intento de sobrevivir,
dado que se siente extremadamente amenazada por los demás debido a la
neurocepción defectuosa. Por otro lado, la niña aprendió que la mejor forma de
mantener el contacto humano era mostrándose conciliadora y sumisa, como sería
adecuado dentro del sistema de acción responsable de la jerarquización y
competitividad. Así pues, su conducta es tanto una defensa frente a la amenaza
como una forma de conservar el apego dentro del sistema de jerarquización
social. También puede tener una parte adolescente disociativa extremadamente
sexualizada como una estrategia para evitar el peligro (puedo sobrevivir si me
muestro abiertamente sensual y erótica) y conseguir lo que necesita en lo
referente al contacto humano (si tengo relaciones sexuales, alguien me querrá).
El tener una parte disociativa sexualizada también le permite evitar tener que
afrontar su propia sexualidad, dado que la siente como algo amenazante o
peligroso. La chica vive un dilema crucial que es común en todos los pacientes
con trastornos disociativos: la necesidad
de defenderse debido a la neurocepción crónicamente defectuosa en virtud de
la cual valora la presencia de una amenaza constante, y la necesidad simultánea
de relacionarse con los demás y sentirse
segura.
Las
defensas naturales se ven activadas durante las experiencias potencialmente
traumáticas, e incluyen el llanto de apego, huir, atacar, quedarse inmóvil o
paralizado, desfallecer y perder el conocimiento.
Los
pacientes disociativos tienen partes de ellos mismos que se han quedado
estancadas en estas defensas, incapaces de percibir que ya no existe ningún
peligro, ni de valorar realistamente la seguridad
Actuación del
terapeuta
Es importante saber distinguir cada una de las defensas
innatas sobre la base de distintos aspectos psicofisiológicos, dado que los
enfoques de tratamiento para cada una de ellas serán diferentes.
Bibliografía
Van Der Hart, O., Steele, K., & Boon, S. (2018). El
tratamiento de la disociación relacionada con el trauma. Bilbao: Desclée De
Brouwer, S.A.
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