Los celos: Consejos y Prevención
Las
relaciones interpersonales se basan en la confianza y en el intercambio de
la información sincera. La base y el objetivo de toda relación es afianzar
la confianza mutua durante todo el tiempo que se esté con la otra persona.
Los celos son una amenaza directa a la confianza porque la duda permanente es
intolerable y puede destruir la relación.
Construir
una relación de confianza lleva tiempo y esfuerzo, pero se puede destruir muy rápidamente
y tal vez para siempre. Y si la desconfianza impera, puede que la relación se rompa
pronto o que se convierta en un infierno para ambos.
Consejos
1. Hacer todo lo posible por aumentar la
confianza, tarea que es de todos los días. Para ello, lo mejor es no
preocuparse mientras no haya indicios claros y reiterados de deseo de abandono
o de interés hacia otra persona por parte del amante. Lo que no está roto
no hay que arreglarlo, y donde no existen problemas no hay que crearlos. No hay
que obsesionarse pensando que es inevitable que a uno le va a engañar
precisamente quien más le quiere.
2. Es necesario dialogar con la pareja
sobre los asuntos o personas que pueden suscitar celos con el ánimo de
aclararlo todo. Por
difícil que pueda parecer, no se deben eludir temas que pueden amenazar la
relación. Confianza quiere decir ser capaz de hablar de todo y comentarlo todo,
incluso los asuntos más delicados, y la infidelidad es uno de ellos. Los temas
y las cuestiones importantes, como el amor y la fidelidad, ponen al descubierto
la fuerza o la fragilidad de la relación. Tratar a alguien con quien se
comparte todo o con quien se quiere vivir supone abordar tarde o temprano
cuestiones relevantes sobre el futuro, asuntos de trabajo y dinero, posibilidad
de tener descendencia, cómo desenvolverse en las relaciones con la familia
cercana y con otras personas, incluyendo los exnovios y los amigos. En estas
conversaciones se va adquiriendo una idea de cómo son el comportamiento, las
emociones y las actitudes de la otra persona y, por tanto, se puede saber si es
más o menos celosa.
3. Aunque la infidelidad sea relativamente
frecuente, no lo es tanto discutirla con la pareja. En un momento dado hay que
hablar de ella y de asuntos relacionados. Si se vive con un celoso, equivale a
mentar la soga en casa del ahorcado y se corre el riesgo de provocar, como
poco, momentos de tensión. Hablar sobre infidelidad no hace más que aumentar
sus miedos y reforzar su convicción sobre la posibilidad de que el suceso temido
ocurra. La infidelidad cercana o que afecta a personas famosas lleva a la
pareja a plantearse su actitud ante las aventuras sexuales, y a preguntarse por
qué sucedió en tales casos. Este tipo de pensamientos puede ser odioso para el
celoso. Si se comenta un caso conocido, puede ser una ocasión para mostrarlo
como mal ejemplo, en la dimensión que se quiera, y reforzar el vínculo. A
menudo se terminan estas conversaciones con una rápida y terminante crítica
contra él o la infiel. Peor es callarse y que los asuntos posiblemente
conflictivos queden pendientes. En caso de duda es mejor hablar.
Prevenir
Especialmente importante es conocer
bien a la pareja antes de contraer un compromiso más o menos definitivo; si
se puede, antes de tener relaciones que
contribuyan a una dependencia afectiva, antes de ir a vivir
juntos y, una vez que se vive juntos, antes de tener hijos o adquirir
compromisos legales. Esta sucesión de pasos suele hacer más profundo el vínculo
emocional y vuelve más difícil el enmendar la situación si todo fuera mal. Esto
quiere decir que hay que tratar mucho a la otra persona, en el sentido habitual
de interactuar sobradamente con alguien. Lo más valioso es saber qué espera el
otro de la relación. A menudo, no lo sabe ni uno mismo, pues esta expectativa
se va revelando poco a poco y puede cambiar con el paso del tiempo. El
conocimiento mutuo suele rebajar las aspiraciones.
Lo
sensato es conocer al amante o a la amante en diferentes situaciones,
favorables y desfavorables, lo que requiere tiempo:
·
Observar,
estudiar y analizar bien las aspiraciones, los intereses y los conflictos que afecten a la otra persona y a sus
allegados, por ejemplo, si sufren o pueden sufrir presiones por parte de
alguien.
·
Saber
su proyecto de vida,
sus deseos, si sus expectativas respecto a quienes le rodean se ajustan más o
menos a la realidad. Si hay coherencia entre lo que dice, piensa y hace. Muy
importante es saber si es una persona flexible capaz de adaptar metas y deseos
a sus circunstancias objetivas.
·
Valorar
su educación y el medio en el que se ha formado, de lo que se puede tener noticia directamente
o a través de personas que le o la conocen de hace tiempo. Tener presente a quién
pide consejo y opinión, si lo hace, en temas relevantes.
·
Quiénes
han sido las personas que han influido en su vida, quiénes considera sus modelos y a
quién le gustaría imitar.
·
Conocer
sus opiniones y actitudes hacia temas importantes para la pareja: dinero, empleo, hijos,
vivienda; y hacia otras personas: parientes, amigos, compañeros de trabajo, antiguos
novios. Y más aún respecto al pasado: su ambiente, sus amigos, su familia.
·
Compartir
experiencias comunes,
por ejemplo, en viajes de trabajo o de placer, y comprobar cómo se comporta.
Observar y preguntar a menudo cómo se siente, especialmente en situaciones
incómodas o adversas.
·
Explorar
cómo son sus reacciones ante las críticas hacia su persona y acciones. Sobre todo, hablar mucho y de muchas cosas.
Así será más difícil que esconda algún aspecto de su forma de ser o de su comportamiento
que pueda traer problemas de celos o de otro tipo en el presente y en el futuro.
La pasión y un
exceso de confianza
empujan a comprometerse en relaciones no saludables que, a la larga, lamentan
haber iniciado. Las fases de cortejo y seducción, relativamente rápidas en
nuestros tiempos, se han caracterizado siempre, como cualquier encuentro
social, por el intento de presentar la imagen más favorable de uno mismo hacia él
o la pretendiente. En este esfuerzo por causar una buena impresión es fácil que
se oculte información personal que se piensa que puede perjudicar a uno.
También es fácil que se exageren o inventen méritos que le hagan más atractivo
como futura pareja. Al mismo tiempo puede que se disimulen conductas de
vigilancia y control que pudieran interpretarse como injerencias u obsesiones.
Como todo el mundo es consciente de los procesos de idealización que acompañan
al cortejo y la pasión, mucha información se «filtra», se «descuenta» o es
esperable, de manera que se pone en cuarentena para irla verificando poco a
poco.
En el
ámbito de la prevención, la literatura popular habla de un mejor perfil de
pareja que se corresponde con las personas alegres y sociables, al tiempo que
se previene acerca de personas excesivamente reservadas. Hay que tener
cuidado. Los psicópatas y los celosos manipuladores suelen presentarse como
personas encantadoras, simpáticas y serviciales, hasta el momento en el que
existe un vínculo que les permite acceder a los bienes que desean y arrebatarlos.
Otra recomendación es evitar comprometerse sentimentalmente con personas que
padezcan trastornos mentales graves o que se manifiesten como excesivamente
impulsivas o agresivas.
No
obstante, algunas enfermedades psíquicas, como la esquizofrenia, son controlables
con fármacos y quienes las sufren pueden ser excelentes esposos y padres,
sin
plantear más problemas que cualquier persona mentalmente sana. Lo que no falla nunca
es conocer bien a la persona con la que se desea compartir la vida y los
bienes. Se trata de saber con quién se comparte y disfruta lo más valioso que
se posee: uno mismo.
El
problema para detectar a los celosos patológicos es que en las primeras etapas
de una relación se pueden confundir las conductas de retención y de control,
con una atención y un cariño intensos. Por otro lado, lo que todo el mundo
desea es experimentar precisamente esa pasión que acompaña al enamoramiento
inicial. Más fácil es seguir y detectar señales de alerta, para valorarlas y
comprobarlas, pasado ya un tiempo, cuando la relación se va cimentando y se van
afrontando en común los distintos aconteceres de la vida. El discurrir de la
vida, las experiencias que se suceden, observar y conocer al otro deben ayudar
a salir de dudas.
Pero
hacer lo anterior no siempre es fácil, especialmente cuando uno se encuentra en
situaciones emocionales poco proclives a razonar con calma y detenimiento y a
pensar a largo plazo. El paso del tiempo ayuda a conocer al otro miembro de la
pareja, pero la pasión tiene siempre prisa.
Si uno se
encuentra ante alguien suspicaz, con reacciones exageradas o airadas ante el mínimo
contratiempo o ante una opinión contraria, es lógico pensar que estos rasgos se
acentúen con el paso del tiempo. Se dispararán en situaciones desfavorables,
que abundan en la vida. Si aún se está a tiempo y se tiene la determinación
suficiente, es el momento de romper. Como se ha dicho, más difícil es hacerlo
cuando la relación está firmemente establecida y asentada. La presencia de
celos manipuladores, la vida insoportable por el continuo acoso o las
agresiones físicas o verbales son señales para pedir ayuda y abandonar a la
otra persona. Nunca será demasiado tarde ni demasiado pronto.
¿Se puede cambiar al
otro?
En las etapas de amor apasionado, el carácter aparentemente
manejable del pretendiente puede hacer pensar que será siempre así y que se le
podrá cambiar. Nada más lejos de la realidad. El amor apasionado deja paso más pronto
o más tarde a otro más sereno, en el que el ansia de hacer todo lo que pueda
hacer feliz al ser querido se atenúa. No se puede cambiar al otro todo el
tiempo ni en todo. Si se abrigaba la esperanza de «mejorar» los modos o el
carácter del amado, se experimentará cierta desilusión. La capacidad para
moldear a la pareja como uno desea es muy limitada y, a veces,
contraproducente. No obstante, siempre se puede intentar
¿Se puede conseguir
que sea menos celoso?
Sí, se
puede y se debe intentar. Pero no vale todo, ni todo lo que se haga será igual
de eficaz.
SOY CELOSO. ¿QUÉ HAGO?
1. Ser consciente de que la actitud y el
comportamiento de uno perjudican a corto y a largo plazo a la persona que más quiere. Se está
haciendo un daño posiblemente irreversible a uno mismo y a su pareja. El celoso
no controla parte de su comportamiento porque está sometido intermitentemente a
una intensa emoción negativa, que no sólo no le deja razonar bien en su vida
sentimental, sino que tampoco les deja vivir ni a él ni a su amante.
2. Es
imprescindible que recupere el control de su comportamiento, que conozca sus
sentimientos y sus actos y que los domine. Los celos pueden ser muy intensos e
ir acompañados de una enorme angustia. Hablar con otros puede ayudar, y esto
vale tanto para los celosos como para sus parejas. Siempre con personas
cercanas o profesionales. Todos tenemos a nuestro alrededor una red social más
o menos amplia de conocidos, amigos y allegados que pueden echar una mano en un
momento determinado. Compartir las penas con otros puede ser de gran ayuda. El problema
de los celos es que a menudo van acompañados de vergüenza y sentimientos de valer
poco que llevan a ocultarlos a los demás, especialmente a quienes mejor le
conocen a uno y a quienes se debe escuchar más atentamente. Si se tiene cerca
una persona de mucha confianza y buen criterio, es el momento de hablar y
confiar en ella. Como poco
proporcionará una sensación de alivio gratificante.
3. El bienestar y la felicidad en esta vida
dependen básica y esencialmente de uno mismo y de cómo se siente. La pareja es un elemento
importantísimo, pero no el único y no siempre el principal. Por ello, es de
sabios no esperarlo todo del compañero sentimental. La persona amada es una
fuente de satisfacción, tal vez la más importante, pero no la única. La pareja
ayuda mucho, pero no puede dar todo lo que uno necesita en esta vida. También
es imprescindible recibir el calor de la familia y de los amigos, aunque estén
lejos, realizar nuestra carrera profesional o disfrutar de nuestro trabajo, o
practicar hobbies, deportes o aficiones que nos llenen. Cuando se pregunta
a las personas por los mejores momentos de su vida, casi todos corresponden a
situaciones en las que han estado acompañadas. Se impone por tanto tener otras
fuentes de satisfacción al margen de la pareja y otras personas con las que
hablar, entretenerse y pasar el rato. Se trata de llenar el tiempo que se
malgasta en las ideas y conductas de celos con aficiones y actividades
placenteras.
4. En el amor auténtico, es más
importante dar que recibir. No se puede asentar la vida en común o el
matrimonio sobre el deseo, infundado, estéril y falso, de que se debe recibir todo
de otra persona. Por supuesto, siempre se espera algo o mucho del otro, pero volcarse
en la persona amada es la expresión del cariño y da más satisfacciones que esperar
pasivamente recibirlo todo. Aquí se incluye dar todo lo bueno, lo que implica también
dar confianza al otro. Apelando a la reciprocidad, no se debe desconfiar de
quien confía en uno.
5. Hay que evitar el chantaje emocional, del tipo «Si me quieres, no me hagas
sufrir» o «Si me quisieras, no harías eso» o «Si haces eso (o si me tratas
así), es porque no me quieres». Una persona ama y quiere a otra porque sí,
porque le nace y es libre de hacerlo. No ama para pagar deudas que no existen.
Si no está de acuerdo con cómo le trata o con lo que hace su pareja, hable del tema
tranquila y firmemente con ella, expóngale cómo se siente, la intensidad de su malestar
y las razones que ve para ello. Pero no la chantajee. Es el momento del «Tenemos
que hablar», directo, claro, franco, constructivo, amistoso y cariñoso. Nadie
en su sano juicio lleva una contabilidad o balance de favores y agravios
relativos a las relaciones con la pareja, la familia directa o los amigos
íntimos. Puntualmente se hablan las cosas, y se utilizan las cuatro frases
mágicas: por favor, lo siento, gracias y perdón. En
consecuencia, identifique las situaciones de chantaje emocional y reflexione
sobre ellas para valorar su oportunidad, intensidad y, sobre todo, necesidad.
Siempre se espera algo del otro y siempre se desea dar algo. Pero lo mejor es
no chantajear y decir o dejar claro qué es lo que se desea y espera del otro y,
en especial, qué es lo que a uno le hace feliz. Como les gusta decir a los
psicólogos: «Tu pareja está contigo porque te quiere como eres». Nadie es
perfecto. No se puede uno comparar con otros de forma global porque globalmente
somos iguales. Cada persona es un ser valioso, único, con sus propias cualidades.
Nadie es bueno en todo lo que hace y todos tenemos defectos. Hay que aceptar y
reconocer al otro, en principio y por encima de todo, como una persona que posee
un valor propio y que es diferente de uno y de los demás. Todo ello con independencia
de lo que pueda proporcionar de bueno en el curso de la relación, y también de
si aquello que piensa o hace coincide o no con los deseos de uno. La pareja le ha
elegido a uno libremente y le acepta y quiere tal como es: así de rico, pobre,
listo o torpe. Recíprocamente, uno tiene que aceptar a su pareja tal como es.
6. Un paso importante es que hay que
aprender a quererse, a apreciar todo lo bueno que hay en uno. Quererse y aceptarse
es fundamental para querer y aceptar al otro como es y no como queremos que sea.
Las cualidades buenas que se tienen se ejercen y, cuando llegue el caso, se
destacan. Con la debida moderación, uno tiene que apreciarse y quererse para
que le quieran los demás. La historia de todos está surtida de bastantes
ocasiones en las que han brillado las cualidades de uno. No son todas las que
se quisiera, pero están ahí para recordarlas en su momento.
7. La vida en común exige respeto al
otro, y en ese respeto
se incluye un espacio privado o íntimo, que el ser querido compartirá o no con
quien desee. El celoso suele olvidar que todos, y también su pareja,
necesitamos un espacio personal, privado, en el que quepan nuestros recuerdos y
nuestros pensamientos más íntimos. También necesitamos momentos y lugares de
soledad para reflexionar y dejar pasar el tiempo. Son tiempos y espacios de
cada uno, llenos de intimidad, que oxigenan y dan fuerza para salir adelante con
más energía. Si uno no dispone de tiempo, espacio, aficiones, incluyendo
amistades propias, no es libre, no tiene una idea de su valor personal y se
pierde parte de lo bueno que tiene la vida. Lo mismo puede decirse de la forma
de expresarse, de peinarse o de vestirse. Si uno tiene amistades, el otro
miembro de la pareja tiene derecho a tenerlas también. Y si uno renuncia a
ellas, no debe esperar que el otro renuncie.
8. No se debe estrechar el lazo y asfixiar
a la persona amada. Eso
sí, hay que hablar y dejar claros cuáles son los límites de los espacios
íntimos y privados. El espacio íntimo se protege y se respeta, igual que se
debe exigir del otro que respete el de uno.
9. La llegada de los sentimientos de celos,
sospechas y dudas debe ser seguida por el sosiego y no por la agitación. Es el
momento de reflexionar y dialogar.
Ser sincero y confiar en quien se quiere. Cuando hay problemas, hay que
hablar. Hay que procurar aclararlo todo con respeto, cortesía y afecto. Si a
uno le asaltan las dudas, primero hay que calmarse y después hablar sobre
ellas. El diálogo es la mejor forma de poner fin a un problema o a un
conflicto. En el fragor de una discusión, situación frecuente en la convivencia,
hay que frenar la escalada de violencia y enfriar los ánimos destemplados.
10. Se deben evitar a toda costa insultos,
amenazas y, por supuesto, agresiones del tipo quesean. Las consecuencias pueden ser más
graves que el incidente que las originó y pueden también dejar secuelas durante
años. Algunas riñas provocan efectos irremediables. Sin llegar a la agresión
física, las amenazas, el insulto mordaz o romper cosas queridas de la otra
persona por hacer daño pueden iniciar un torrente de represalias y una escalada
de violencia psicológica que rompa la relación y la haga irrecuperable. Si la
crisis es grave, convendrá dejar un tiempo para que los ánimos se templen antes
de hablar y tratar los problemas con calma. Lo fundamental es no aumentar la
tensión y recuperar la serenidad.
Una vez que se da uno cuenta de que está
sometido a sus emociones, debe:
a)
Liberarse y recuperar el control de
sus pensamientos y actos. Debe dejar de pensar en lo malo que puede o no
suceder. Sustituir los malos pensamientos por los buenos, por los recuerdos de
momentos felices y por la anticipación de otros que vendrán. Debe detener las
conductas de vigilancia y control que tanto tiempo le hacen perder y tanto daño
le causan a uno y a la persona a quien ama.
b) Prestar más atención a cómo es la
calidad de la relación y su desarrollo a lo largo del tiempo, que a los
pensamientos y sentimientos negativos aislados. Se trata de vivir más intensamente la
vida real de la pareja, no las fantasías y pensamientos destructivos. En la
gestión cotidiana del tiempo y del esfuerzo, la mejor inversión es en los
sentimientos, en la pareja, en disfrutar de la vida con ella, y después en
nuestras aficiones, en el trabajo y en nuestros contactos sociales. Esto es lo
que se pierde el celoso cuando concentra sus energías en ideas, sentimientos y pensamientos
destructivos.
c) Se debe superar el afán de posesión. Ni la pareja ni sus sentimientos
pertenecen a nadie. Son suyos y, para bien o para mal, de nadie más. El ser
querido es una persona libre con todos sus derechos y por eso se le ha elegido.
Recíprocamente, el que a uno le quieran es una decisión voluntaria, no forzada.
Ésa es la libertad del amor y su grandeza.
Sentimientos
frecuentes que asaltan a los afectados son del tipo: «Quiero mucho a mi pareja,
pero no puede controlarme. ¿Qué hago?». Si ha llegado al punto en que no
controla sus sentimientos de celos ni la conducta y accesos de ira que le
provocan, si son el eje alrededor del que gira su vida de pareja, si después de
hacer todo lo posible ve que la situación no mejora, hable de nuevo con su
pareja y busquen la ayuda profesional de un psicólogo o psiquiatra.
Psicóloga y Educadora Social
Vecindario, Tunte 6 local 11
Atención online y presencial
Pedir cita o información: 630723090
MI PAREJA ES CELOSA.
¿QUÉ HAGO?
Lo
primero es saber con quién se está, dónde se encuentra uno en la singladura de
la relación, cuál es la gravedad de la situación, el nivel de tolerancia o las
líneas rojas que no se deben traspasar y cuándo se debe buscar ayuda. Se
analizan serenamente las circunstancias presentes y cómo se ha llegado a ellas.
Puede
suceder que los celos no alcancen una gravedad o una intensidad que llegue a
hacer imposible la vida de pareja. Puede tratarse sólo de una molestia o un
fastidio que, aunque afecte seriamente a la relación, sólo la ponga a prueba de
cuando en cuando. Se trataría de situaciones sin gravedad y tolerables, en las
que la decisión fácil es tratarlo con la pareja e intentar adaptarse y llevar
adelante como sea la relación. En ese caso, el cariño puede volver a brillar
como antes y la relación renace fortalecida. Cuando surgen conductas de celos,
hay que hablar y aclararlas.
En el límite, en la línea roja, estos
comportamientos afectan seriamente a la vida de pareja, todo se organiza alrededor
de los celos y las discusiones sobre el tema son continuas. Se deben valorar
los costes personales, profesionales o de otro tipo de sus exigencias y negarse
a ellas si no se consideran apropiadas. Si el diálogo y la reflexión no
consiguen atenuar las cosas o cambiarlas, es el momento de proponer a la pareja
acudir a un profesional para que ayude a resolver la situación. Es frecuente
que el celoso acuda a la consulta obligado por su pareja bajo la amenaza de
romper la relación. Antes de llegar a ese extremo deben probarse otras
alternativas más amistosas y consensuadas. Es mejor convencer basándose en las
ventajas derivadas de superar las situaciones de malestar y sufrimiento que
experimenta, antes que recurrir a la coacción o al chantaje emocional. El enfoque
es más positivo, ya que el énfasis de los argumentos descansa más en los inconvenientes
de sus emociones negativas y en los beneficios que se pueden obtener.
Si vive con un celoso,
recuerde que:
a) Es una persona con miedo, que se siente amenazada y, en algunas
ocasiones, herida.
b) Es alguien excesivamente sensible hacia todo lo que remotamente se puede
interpretar como una amenaza a la relación.
c) Es importante crear un ambiente de
tranquilidad, que le dé seguridad y confianza, hablando y aclarando los temas y
sucesos cuando sea razonable o necesario
d) Manifieste siempre sus sentimientos
cuando le pregunte cómo se encuentra. Si le molestan los celos de su pareja, debe
decirlo, hacerle ver lo irrazonable y absurdo de su posición y quejarse del daño
y sufrimiento que a usted le provocan. Todo ello de la manera más cercana,
cortés y respetuosa, pero firme. Una táctica que algunos utilizan es poner
ejemplos de personas conocidas de ambos que muestren celos excesivos. Al
referirse a terceros se subraya su carácter celoso como infundado y excesivo.
Por ejemplo: «¿Sabes que el marido de Ana es muy celoso? No la deja ir sola al
supermercado. ¿Habrá un tío más raro?» o «Antonio es celoso hasta decir basta.
No le deja a su mujer ni el menor escote. Va vestida como una monja. ¿Cómo se
puede ser así en estos tiempos? No sé cómo ella lo aguanta». Una estrategia de
este estilo, reiterada, pero sin agobiar ni cansar y variando los protagonistas
y las conductas de los ejemplos, puede ser eficaz en muchos casos.
e) Igualmente, el celoso anticipa y
padece un dolor psicológico que puede ser más o menos intenso. En
algunos casos puede llegar a ser equiparable o superior al dolor físico más
atroz. Como persona herida, se defiende y puede atacar. Por ello, el trato que
se le da debe ser cuidadoso, dirigido a atenuar sus males y a que no se cause
daño ni a sí mismo ni a nadie. Pero esto no quiere decir que sus ideas y sus
comportamientos se acepten como tales. Se le debe decir claramente, y con el
mayor respeto y cariño, cuáles de sus ideas, actitudes y actos son inaceptables
y por qué se piensa que es así. Nunca se debe asumir la responsabilidad de los
celos no motivados del otro. No hay que pagar los platos que rompe con su
comportamiento exagerado e irracional. La conducta debe ser la que se corresponde
con los deseos, circunstancias, limitaciones e historia personal de cada cual. Esto
quiere decir, por ejemplo, no privarse de saludar ni de hablar con nadie, ni
cambiar de aficiones, estudios u horizonte profesional sólo por el hecho de que
la otra persona abrigue celos infundados. Uno debe vivir su propia vida, no la
de otro. Se trata de convivir, es decir, de vivir con otra persona; de
recorrer juntos el camino de la vida, no de someterse a sus manías y
exigencias. Todos tenemos derecho tanto a nuestro espacio íntimo en el día
a día como a intentar llevar adelante nuestro proyecto de vida personal en
todos los ámbitos que podamos. A primera vista, puede parecer contraproducente
no inhibirse delante de la pareja. Por ejemplo, al escuchar un comentario
elogioso sobre un posible rival amoroso, el celoso se inquietará y pensará: «Si
esto lo hace delante de mí, ¿qué no será capaz de hacer a mis espaldas?». Pero
es esencial no esconderse y que la libertad de uno no se vea coartada. Si se
cede desde el primer momento o incluso en los asuntos aparentemente más
sencillos, y sin ninguna otra motivación, se refuerza la conducta controladora
de la persona celosa y se le da pie a que exija más.
Un
primer objetivo es que el amante celoso se sienta seguro, mostrando lo bien que
se está juntos, sin dar explicaciones de todo lo que se hace. Por cautela y
para evitar problemas, discusiones o escenas de celos, puede surgir la duda de
si es conveniente, en un momento dado, no decir algo que pueda alarmar o
suscitar una avalancha de preguntas directas o de pesquisas más o menos
sutiles. Se miente o se oculta información en este caso para no generar
desconfianza, para no empeorar la relación y para no generar problemas. Para
ahorrar explicaciones y no tener que generar excusas y más excusas. Pero sólo
debe hacerse de forma ocasional, pues si se prolonga este comportamiento
sigiloso se puede llegar a situaciones insostenibles, a molestias no manifestadas
o enfados y, sobre todo, a un estado crónico de desconfianza y ocultación de información.
Además, cuanta más información se oculta, más probabilidades hay de que la
descubra y, por tanto, de que empeore la relación. Por eso, en caso de duda es
mejor hablar.
Hay que
decir que hablar las cosas es la mejor manera de abordar las situaciones difíciles,
pero no es una fórmula mágica que lo resuelva todo. En algunos momentos puede
que no solucione nada. Sólo debería hacerse cuando se puede razonar, por lo que
no merece la pena intentarlo en estados de gran agitación. Siempre puede servir
para desahogarse, decir lo que uno piensa y siente; también para saber qué
experimenta y opina la otra persona y para intentar, al menos, aclarar o
resolver algún aspecto concreto del problema. Dicho esto, hablar las cosas y
aclararlas permite no caer en sus trampas y chantajes emocionales, que
suelen llevar a escenas de celos y fuertes discusiones. Se puede recurrir a sus
propios argumentos, con expresiones del tipo: «Si tanto me quieres, por qué no confías
en mí». Si sale a la luz una situación que pueda ser objeto de sospechas o de
discusión, conviene aclararla en todos sus extremos. Igualmente, es conveniente
no dar celos intencionadamente ni reprochárselos, esto es, no hay que «picar»
al celoso. Por otro lado, un chantaje emocional continuado es intolerable.
Quien lo utiliza continuamente o lleva la presión al límite para conseguir
algo, por ejemplo, con expresiones del tipo «si me quieres de verdad»,
simplemente no quiere a su pareja. Sólo se ama a sí mismo. Se debe evitar el
reproche continuo. No hay que echarle en cara a la otra persona que todo lo que
le ocurre es por culpa de sus celos, sino hacer todo lo posible por ganar y generar
su confianza. Se la quiere porque posee muchos otros valores y es en ellos en
los que hay que concentrarse, así como en los buenos momentos que se pasan y se
han pasado juntos y en los proyectos en común para el futuro. Se trata de una
labor de todos los días, durante mucho tiempo.
Unos
celos exagerados, de tipo neurótico, se irradiarán y extenderán a toda la
relación y pueden convertirla en una tortura y hacerla inviable. Si ése es el
caso, es también el momento de buscar ayuda profesional. Muchas personas agobiadas
por los celos sin motivos de sus parejas obligan a buscar ayuda profesional bajo
la amenaza de romper definitivamente. Pero antes de llegar a palabras mayores
hay que intentar resolver la situación a través del diálogo. Más graves aún son
los casos de celos manipuladores y delirios de celos. Llega el momento de
buscar rápidamente ayuda profesional o de poner fin a la relación en las mejores
condiciones posibles. Lo más importante es calibrar sus reacciones e intentar anticipar
cuándo puede haber un peligro. Las señales de alarma son variadas. Entre ellas
se encuentran:
·
Expresiones
que revelen preocupación excesiva causada por indicios sin base o por el
interés que se pudiera albergar hacia otras personas («Te quiero sólo para
mí»).
·
Preguntas
insistentes acerca de personas con las que se habla: «¿Quiénes son esos amigos?»,
«¿De qué lo conoces?», «¿Cómo es que te lo has encontrado?», y acerca de
detalles de la conversación o conversaciones mantenidas: «¿De qué habéis hablado»,
«No entiendo por qué tienes que hablar con él», «¿De qué tienes que
·
hablar
tú con ella?».
·
Inseguridad
excesiva. Susceptibilidad, no acepta sugerencias ni críticas constructivas.
·
Desconfianza.
Preguntas reiteradas sobre idas y venidas. Pone en duda sistemáticamente las
respuestas.
·
Exceso
de críticas. Todo le parece mal. Da consejos acerca de cómo vestirse o maquillarse
y se enfada si no se le hace caso.
·
Control
y supervisión de horarios, actividades o desplazamientos.
·
Expresiones
que buscan minusvalorar o humillar: «Eres una ingenua, confías mucho en la
gente, te pueden engañar». Deja mal a la pareja delante de conocidos, amigos,
familiares o compañeros de estudios o trabajo.
·
Limitación
de actividades sociales, en especial de contactos con la familia y amigos («No
me gusta que salgas sola con tus amigas»). Conductas de retención con
·
amenazas
y coacciones.
·
Escenas
de celos.
·
Irritabilidad
y reacciones agresivas. Hace comentarios desfavorables que van creciendo en
agresividad y frecuencia, dirigidos a múltiples facetas de la víctima, desde su
comportamiento general o particular hasta el aspecto físico. También ataca,
rebaja y denigra a cualquier posible rival.
Estos
comportamientos pueden manifestarse con diferentes grados de intromisión en la
vida privada. Desde la pregunta con aspecto inocente, como quien no quiere la
cosa, incluso con cierto aire de indiferencia, hasta el interrogatorio duro en
tono despectivo o amenazante. De entre las señales de alarma destaca la pauta
continuada de los celos posesivos y manipuladores: intentar limitar la vida y
las opciones de su pareja de forma sutil o abierta. Esto se detecta cuando
muchas actuaciones manifiestan la intención de que la persona amada haga lo que
el celoso diga, y el no hacerlo va acompañado de la amenaza, la coacción o la
agresión.
Si sospecha que puede haber una agresión:
·
Conózcalo
bien.
·
Conozca
su entorno, sus amistades, los amigos de sus amigos.
·
Haga
tareas de inteligencia con discreción. Recoja datos e información relativa a costumbres,
hábitos y aficiones; y sobre parejas anteriores, por ejemplo, el motivo de la
ruptura o rupturas.
·
Sea
prudente en sus comentarios. Sepa bien qué es lo que puede desencadenar una escena
de celos o un ataque verbal o físico.
·
Detecte
las señales de peligro, sus antecedentes: qué hizo, cuándo, a quién (antiguas novias
o parejas).
·
Anticípese.
Esté preparada para el peor escenario: cómo defenderse, cómo pedir ayuda y cómo
huir. Tenga a mano los teléfonos de emergencia y de asistencia a mujeres
maltratadas.
·
Es
muy importante saber cómo se comporta bajo los efectos del alcohol y otras sustancias,
como la cocaína. Como se ha visto, el alcohol puede contribuir a desencadenar
una agresión.
·
La
separación aumenta el peligro de agresión física. Hágase a la idea no sólo de
que la relación no ha terminado, sino de que el riesgo es aún mayor. No baje la
guardia y tome medidas de protección suficientes.
·
Ante
la amenaza de agresión o ante la agresión real, por leve que sea, se debe
cortar de inmediato con la pareja. En España existen un teléfono de atención a
la mujer
·
maltratada,
016, y servicios de asesoramiento completos (psicólogos, psiquiatras, asistentes
sociales, abogados) ofertados por entidades públicas y organizaciones privadas.
No dude en seguir las indicaciones de protección que se le indiquen.
·
La
agresión verbal, en forma de insultos o amenazas, debe atajarse de inmediato y
se debe reclamar respeto. Si no se detiene y se repite, es el aviso de una
futura agresión física o de un trato denigrante que no se debe consentir.
María Jesús Suárez Duque
Psicóloga y Educadora Social
Vecindario, Tunte 6 local 11
Atención online y presencial
Pedir cita o información: 630723090
REFORZAR LA VIDA EN
PAREJA
La
convivencia tiene que ser fuente de bienestar, no de malestar. Pero es
inevitable que haya problemas y contratiempos, que forman parte esencial de la
vida. Junto a momentos de placer, intimidad, consuelo, paz y satisfacción, hay
también conflicto, frustración, decepción, sacrificio, dolor y renuncias. Se
necesita esfuerzo y dedicación para superar estos últimos y aprender de ellos,
en vez de lamentarse, que es inútil porque son inevitables. La vida de pareja,
el matrimonio en su caso se hace y se construye (y se destruye) todos los días.
No sigue las leyes de la inercia (abandonarla a su curso), y quien no le presta
suficiente atención corre el riesgo de perder la relación. A esto se añaden los
incidentes de la vida, como errores, contratiempos, alegrías y desgracias, que
repercuten en ella. Hay que asumir que no es fácil. Aun así, el bienestar que
deriva de la vida en común está en principio al alcance de la mano de los que
se quieren.
Todas
las personas tienen derecho a la felicidad. Y la felicidad de una persona no puede
basarse en la infelicidad o en la desgracia de otra. El amor nace libremente,
no por obligación. Se cuida y alimenta para que crezca. Necesita atención y
calor, no opresión. El amor es darse a otra persona, no atarse a ella. Puede
asegurarse que no se conocen bien las dimensiones del amor hasta que no se pone
a prueba a través de contingencias presentes en la vida de todas las personas:
crisis, peleas, separación, distanciamiento.
Entre
estas circunstancias hay que incluir también, aunque parezca paradójico, los buenos
momentos, pues indican el grado de egoísmo o generosidad del ser querido, por ejemplo,
en qué medida comparte sus alegrías o se atribuye a sí mismo el resultado favorable
de una decisión o de una actuación conjunta. Se ama siempre en libertad. Suele decirse
que, si se ama a alguien, lo mejor es dejarle libre para ver si vuelve. Si no
regresa. lo mejor es olvidarle. No obstante, la vida ya pone bastantes
obstáculos para probar la calidad y profundidad de los sentimientos.
La
relación de pareja exige reciprocidad, que jamás será perfecta. Nunca se tendrá
la garantía absoluta de que la otra persona seguirá con nosotros para siempre.
La vida es incertidumbre. El amor y la convivencia, como todo, son una
cuestión de riesgo. No se trata sólo de la unión, el deseo, las aspiraciones,
planes y proyectos de uno (por muy buenos que sean), sino de dos. Lo habitual
en las parejas es cierto desequilibrio, que se compensa en diferentes ámbitos y
hace fácil seguir juntos. No hay igualdad, sino coincidencias y disparidades,
tensión y alivio, enfrentamiento y reconciliación. No hay que engañarse, no
existe una relación amorosa libre de conflictos, que serán de mayor o menor
intensidad y más fácilmente superables o insuperables. El afecto, el sexo, el
trabajo en común de la convivencia, a menudo la ilusión y el esfuerzo puesto en
criar a los hijos o en sacar adelante un pequeño o gran proyecto en común son
los que permiten afrontarlos con éxito y seguir adelante. Placer y dolor viajan
juntos. Dejando aparte los buenos momentos, que los suele haber, amor y vida en
común traen consigo sus buenas dosis de frustración, insatisfacción, desengaño,
desánimo, incomodidad e incomprensión. Es un camino de rosas y espinas en el
que hay que esforzarse continuamente en apoyarse, consolarse y curarse las
heridas el uno al otro y disfrutar de los buenos momentos.
Triunfar
en el amor es que los buenos momentos superen a los malos, sea en cantidad o en
calidad. Lo que importa es el balance de todo lo vivido y de las ilusiones que
quedan por vivir.
En
último extremo, la felicidad y el bienestar dependen de cada uno, no de la
persona querida. Amar y ser amado ayuda a ser feliz, pero no es la llave de la
felicidad. El amor de otra persona no es necesario para ser dichoso. Es uno
mismo el responsable de su destino y de su felicidad. No se debe transferir esa
responsabilidad a otro, por muy cerca que esté.
Ocurre
algo parecido con la salud: es nuestra y no podemos dar salud al cónyuge o a la
hija enferma, ni recibir la salud de otros cuando nos toca enfermar a nosotros.
Sí podemos contribuir a prevenir dolencias, cuidar al enfermo, preocuparnos por
su estado, brindarle compañía y atenciones. Sin duda, podemos ser de gran
ayuda, pero casi nunca somos el elemento fundamental. No hay que confiar en que
amar a otra persona o ser amado por ella sea el fundamento, la esencia o la
condición sine qua non de la felicidad.
El amor
nace de la seguridad en uno mismo, en su rumbo vital y en sus sentimientos. Viene
del interior, no de fuera. No hay que tener miedo, nadie puede arrebatarle a
uno lo mejor de sí mismo. La intensidad del amor obedece en buena medida a un
poderoso impulso biológico que ha permitido a la especie humana reproducirse y
sobrevivir. Es un poder inmenso que empuja a actuar, para bien y a veces para
mal. El afecto es, en teoría, ilimitado. Hay que querer el bien para los demás,
en especial para la persona amada. El amor es más importante que el vínculo, al
que en casi todas las ocasiones precede con mayor o menor intensidad. Buscamos
unirnos y nos unimos a quien nos gusta mucho y a quien queremos. Siempre es
más importante el amor que uno da que el que recibe. Es un sentimiento
anterior y, frecuentemente, posterior al vínculo, al que a menudo sobrevive.
Persiste como lo hacen muchos celos después de rota la relación. Cuando llega
la ruptura, la separación o la desaparición física de la persona amada, el amor
persiste durante un tiempo, a veces toda una vida.
Una
buena relación afectiva posee importantes repercusiones tanto en lo que
respecta al bienestar físico como al psicológico. Por el contrario, las malas
relaciones
sentimentales (y las rupturas) son factores de riesgo de
depresión y de otros trastornos psicológicos. Los problemas afectivos impiden
que uno se concentre en el trabajo y que las cosas salgan bien. La vida
afectiva positiva ayuda en todo lo que se haga en otros ámbitos: desempeñar
mejor las tareas laborales y disfrutar de relaciones sociales adecuadas. Vale
la pena el esfuerzo en mejorar la calidad de la relación.
La
existencia de una buena relación hace que los celos sean menos intensos, que sea menos probable que aparezcan y
que se resistan mejor sus episodios y consecuencias. Una buena medida es crear
y mantener la confianza. Eso permitirá como poco hablar y tratar mejor los
temas, especialmente los más difíciles. Pero tampoco es suficiente: hace falta
tener cosas en común, vivir experiencias juntos, cuanto más placenteras, mejor.
Disfrutar
del sexo, de los viajes, de comentar el día a día y ayudarse y apoyarse en los momentos
difíciles. Son muchas cosas, que nadie realiza del todo, pero que pueden ayudar
a todo el mundo a enfrentarse a las crisis y a superarlas.
COMPROMISO CON LA
RELACIÓN
Los
especialistas hablan del grado de implicación y compromiso en la
relación como uno de los factores más importantes en la continuidad y en
las satisfacciones que se obtienen de la vida en común.
Aspectos a tener en
cuenta
1.
Cuanto
más se invierte en la relación,
por ejemplo, a través del esfuerzo en pasar tiempo juntos o en atender a las
necesidades del otro, más se tiende a permanecer en ella. Una medida de esta
inversión en la pareja es el grado en el que la implicación es percibida por el
otro. No se trata de recordarle continua o periódicamente todo lo que se ha
hecho o se está haciendo por él, sino de que se note esa implicación o compromiso.
Pero sin angustias y sin llevar cuentas. Si el compromiso está ausente o si no
hay señales de él, puede que, no haya ninguna razón para mantener esa relación.
Todos tenemos expectativas e ideales
respecto a los beneficios de todo tipo que la otra persona y nuestra relación
con ella nos pueden aportar. Unos son más racionales, realistas y justificados
que otros. La lista puede ser interminable: afecto, sexo, compañía, intimidad,
apoyo, recursos económicos, estatus. Y de todo ello lo más importante es recibir
del otro afecto positivo, amor. Algunos de estos «bienes» pueden obtenerse de forma
directa e inmediata, y casi todos necesitan para materializarse el compromiso
de los dos con la relación. Si estas aspiraciones y deseos no se cumplen en
mayor o menor medida a lo largo del tiempo, la relación se puede resentir. El
ser querido tiene que percibir que al menos haya en uno cierto afán por conocer
e interesarse por sus anhelos y expectativas, y también debe sentir que se
contribuye a que, si no todas, al menos muchas de ellas se cumplan. Por su
parte, uno debe percibir que el otro trabaja para que también se alcancen, en
la medida que sea, las aspiraciones y los deseos propios. A veces, y como ocurre
con los celos, su carácter desmesurado, poco realista o irracional hace
imposible que se consigan. Cuando las expectativas no se satisfacen o lo hacen
en muy poca medida o aparecen barreras para que así sea, surgen el enfado y la
ira. Quien siente que ha puesto más esfuerzo en la relación suele ser más
sensible a las amenazas del tipo que sean. Si ve que pone más que el otro,
puede sospechar que el otro no le quiere.
2. Un
segundo aspecto que hay que considerar en el grado de compromiso que existe con
la relación es en qué medida se comparte la visión de cómo es y cómo debe
ser la pareja. Esto se materializa en la respuesta a las siguientes
preguntas:
·
¿Sabe
cuál es la visión del otro de cómo es, cómo le gustaría o cómo piensa que debería
ser la relación?
·
¿En
qué medida se implica en las necesidades del otro? Si las conoce, si las dice,
si se hace algo en relación con ellas y si el otro lo percibe, si se es sincero respecto a esas necesidades.
·
¿Qué
grado de compromiso se tiene con la relación? ¿Cómo se le muestra al otro? Por
ejemplo, a través de planes o proyectos comunes o de asignación de recursos de
todo tipo (interés que se pone, tiempo, medios económicos, esfuerzo,
sacrificio) a las tareas o funciones que se realizan para conseguirlos.
·
¿Cómo
percibe el otro ese compromiso? Si se entera o no, si es manifiesto o se da por
sentado, si resiste la comparación con los usos y costumbres del entorno.
·
¿Son
evidentes y manifiestas las conductas dirigidas a hacer feliz al otro, o a que
se cumplan sus expectativas o aspiraciones?
Son preguntas que deberían hacerse los dos de cuando en
cuando, así como hablar abiertamente sobre estos temas. Hay compromiso y
satisfacción sólo si se conocen los deseos y aspiraciones del otro y se
trabaja, en la medida que se pueda, por alcanzarlos. En los momentos de
adversidad y sufrimiento deben hacerse patente la cercanía y el apoyo de la
pareja. Si se ve y se nota este afán, se refuerza el amor, pero si no es así,
puede nacer la ira a la mínima oportunidad. Desde luego, la relación es una
toma y daca en el que la correspondencia entre ambos dista de ser el cien por
cien. La conducta de uno puede o no encajar del todo o en parte con los deseos
y las expectativas del otro. Todas las parejas no son iguales y muchas desde
luego no alcanzan este nivel de compromiso. Sin embargo, pueden continuar
durante mucho tiempo con un nivel de implicación bajo. En estos casos la
relación suele ser de poca calidad y es más vulnerable a los acontecimientos
negativos y amenazas que surjan tanto desde fuera como desde dentro de la
relación. Y entre estos últimos están los celos, que se verán alimentados por
una relación no satisfactoria.
La
disparidad entre lo que uno y otro ansían, la asimetría entre lo que se desea y
lo que se obtiene exige mucho más que sentido común. Los expertos aconsejan: respeto, flexibilidad,
generosidad, comprender a la otra persona y ponerse en su lugar. Todas estas cualidades
y otras más puede que no las tengamos a mano cuando se necesiten. Lo único claro
es que hay que poner esfuerzo por ambas partes en contribuir a cumplir las expectativas
razonables del otro en la medida que se pueda.
Pueden
darse en una relación diferentes creencias y perspectivas sobre qué es el amor
y cuál debe ser o se espera que sea la conducta de ambos en la pareja, y es importante
que sean compartidas. No son las mismas durante el amor romántico, apasionado,
asociado con el intenso deseo sexual, que cuando domina el amor más reposado,
marcado por la proximidad de la otra persona, caracterizado por la atención y cuidado
mutuo, por la atracción y complicidad de alguien con quien se está a gusto y
con
quien también se disfruta del sexo. El paso del tiempo
conduce a cambios en la intensidad
del compromiso y en la necesidad de intimidad. En el mejor
de los casos, crece y se
vuelve más importante la satisfacción obtenida en la
relación. Las creencias sobre ésta
son más próximas y homogéneas entre los miembros de la
pareja. Ciertos aspectos
periféricos (que en otro tiempo formaban parte de la lista
sin fin de deseos y
expectativas) pierden importancia, mientras que otros la
ganan agrupados alrededor del
sentimiento amoroso, como el respeto, la complicidad, la
comodidad, la intimidad y el
sexo.
Las personas construyen una idea o concepto de lo que debe
ser la relación de pareja.
Las aspiraciones y expectativas incorporadas a esta idea de
la relación se van
acompasando con lo que de verdad se obtiene de ella. Como
los deseos e ilusiones son en
parte desmesurados o poco realistas, lo normal es que en la
vida de pareja se produzca un
ajuste que incluye renuncias y rebaja de expectativas.
También puede incorporar nuevas
satisfacciones. La construcción que hace el celoso suele
ser irracional y alejada de la
realidad. El proceso de ajuste le provoca frustración e
ira, que se añaden al dolor y miedo
que experimenta.
En resumen, en el núcleo de toda relación afectiva reside
un egoísmo compartido y
asimétrico. Cada uno intenta satisfacer los deseos y cubrir
las expectativas de uno y del
otro. Es un juego de dar y recibir, de ceder y conceder.
Los peligros y amenazas proceden
de fuentes diversas, como, por ejemplo, darse cuenta de que ni la relación ni el ser
querido
cumplen o responden a las propias expectativas, sean o no elevadas. Decepción,
insatisfacción,
frustración o ira son reacciones lógicas en tal situación. Los celos son una
fuente,
las más de las veces interna, de amenaza a la relación. Aparecen como reacción,
a
veces
normal y a veces exagerada o patológica, ante la amenaza real o imaginaria de
la
pérdida
de la relación (rechazo, abandono, traición) y de todos los beneficios que
lleva
consigo
o que se esperan de ella. Los desencadenan señales o indicios de lo más
variado,
que
provocan miedo, desesperación e ira ante el inmenso dolor psicológico que se
anticipa.
Siempre serán tanto un obstáculo para alcanzar las satisfacciones materiales e
inmateriales
que se esperan del vínculo afectivo como un ataque a la confianza, uno de
los
fundamentos de la relación. Quien se deje arrastrar por ellos puede no ganar
nada y
perderlo
todo.
A
pesar de todas las recomendaciones expuestas, muchas veces el esfuerzo propio,
de
uno
o de los dos, no basta y es preciso acudir a ayuda externa, a un psicólogo o un
psiquiatra.
¿Cuándo hay que acudir? ¿Qué se puede esperar de ellos? ¿Qué puede
conocerse
de su trabajo para facilitar su tarea?
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