OBJETIVOS DIRIGIDOS
A LA RELACIÓN DE PAREJA
Parece que el quid de la cuestión en la dependencia
emocional está en las relaciones de pareja, pero esto no es más que insistir en
el error inducido por la necesidad afectiva, como es el de "saltarse"
al individuo y buscar únicamente su adhesión a un objeto idealizado. El
problema real de la dependencia emocional está dentro del individuo, no fuera
de él: lo que ocurre fuera es la consecuencia del déficit que se produce en el
interior a nivel afectivo.
En la dependencia emocional el primer lugar hay que abordar
el síndrome de abstinencia y el enemigo a combatir de la necesidad afectiva. En segundo lugar, en una situación más
calmada, los primeros objetivos para
abordar son los de mejorar la estructura del sujeto para
que se relacione mejor, se cotice más y necesite menos de los otros, en concreto
de la pareja, del objeto.
Llegados a este punto, es imprescindible abordar
circunstancias que se dan o que se pueden dar en el individuo. Por ejemplo, ¿y
si no ha habido ruptura? ¿Y si alguien está en plena relación de pareja, y no
sabe si esta es sana o no? ¿Y si la persona está sola, ha realizado un trabajo
interior adecuado, pero tiene miedo a volver a buscar pareja? ¿Cómo lo debería
hacer?
Son cuestiones que giran en torno a la relación de pareja y
que merecen un abordaje específico
Cuando es necesaria
una ruptura
En caso de una relación de pareja que no se haya roto. Llegados
a este punto, existen dos posibilidades: romper la relación o no romperla.
Parece una perogrullada, pero no lo es en
tanto es fundamental para el dependiente emocional que
analice la relación de pareja que está teniendo, si es que efectivamente un profesional
le ha diagnosticado este problema o, como mínimo, tiene sospechas de padecerlo
al sentirse identificado con las características del dependiente emocional.
¿Por qué hay que
efectuar dicho análisis?
Porque sabemos que la tendencia del dependiente emocional,
guiado por su nefasta necesidad afectiva y todo lo que ello implica (elección de
parejas inadecuadas, idealización de las mismas, subordinación, situar a la relación
por encima de todo, considerar imposible una ruptura...), es la de tener
relaciones patológicas, enfermizas, desequilibradas.
Esto es completamente incompatible con una calidad de vida
mínima.
Muchos pacientes creen que sería mejor primero mejorar su
autoestima para después abandonar la relación enfermiza que mantiene. Esto es
impensable dado que de nada vale añadir un punto de autoestima tras cada sesión
para luego en cas se le restara diez: la mejor manera de incrementar la
relación positiva con uno mismo es plantarse y dejar de permitir ciertas cosas.
Lo primero que hay que llevar a cabo es un análisis exhaustivo
de cómo es la relación, porque, aunque la tendencia a que sean destructivas
tampoco es absolutamente imprescindible
que esto suceda. Existen también perfiles de objeto que son
ligeramente más ambiguos, ya que mezclan aspectos negativos con otros más
adecuados; también existen relaciones de dependientes con personas normales que
comienzan sin un especial entusiasmo por parte del propio dependiente emocional,
pero en las que poco a poco se reproducen las pautas habituales del mismo como
demanda excesiva de atención, renuncia a su vida personal.... Las más frecuentes
son las problemáticas.
No obstante, es preciso analizar la relación de la manera más fría y objetiva posible para
tomar una decisión tan trascendente como la de continuar con ella o dejar de
hacerlo. Para ello, es fundamental que el individuo sea lo más objetivo que
pueda y que analice como si fuera un
observador externo qué sucede en la relación, desde sus inicios hasta, sobre
todo, la época actual. Que piense cómo
se siente dentro de ella, qué recibe de su pareja, qué puntos fuertes hay y qué
puntos débiles, o qué le gustaría cambiar. Es un trabajo que puede hacer
solo el dependiente emocional, aunque también
es interesante apoyarse en el punto de vista de las personas de su entorno.
No es preciso que realice un interrogatorio, simplemente que analice actitudes de
los demás, observaciones, indirectas... Por ejemplo, si todos los amigos que
antes tenía el dependiente han desaparecido porque o bien la pareja no ha
permitido estas relaciones, o bien ellos no han soportado ver cómo se dirigía
dicha pareja hacia su compañero, está claro que esta información hay que
considerarla porque es muy relevante.
De la misma forma, si
el comportamiento de los familiares ha cambiado o han manifestado su
disconformidad con la relación también hay que tenerlo en cuenta como un
elemento más de este análisis. A veces, el último en darse cuenta de que se
están aceptando cosas que jamás se deberían aceptar es el propio dependiente emocional,
guiado y manipulado por su necesidad afectiva excesiva. Igualmente, también es
positivo revisar cómo son las relaciones de pareja de los demás: como es
lógico, las que sean positivas y razonables. Si se ven gestos, detalles,
muestras de cariño e interés... que el dependiente emocional no observa en su
pareja, parece entonces que está obteniendo una información muy relevante.
Otra buena idea en este sentido es utilizar fotos de viajes, cenas o cumpleaños para recordar la
trayectoria de la relación, con lo que así evitamos la memoria selectiva
hacia los buenos momentos que, sin duda, existen en la práctica totalidad de
las relaciones, sin que esto suponga que son sanas y satisfactorias. Si el
dependiente ve la foto de una cena en la que inmediatamente le viene a la
cabeza la escena que montó su pareja en el camino de vuelta a casa, estaremos
recabando también datos que hay que considerar.
La cuestión es revisar la totalidad de la relación para
conocerla más a fondo con el fin de tomar una decisión: romper o continuar con
la relación. Partiendo de este análisis, se pueden obtener tres resultados del
mismo:
·
relaciones con una decisión obvia de romper,
·
relaciones con una decisión discutible de
romper
·
relaciones con una decisión clara de continuar
Relaciones con una decisión obvia de romper
Son aquellas en las que, después del mencionado
análisis, se obtienen unos resultados caracterizados por un desequilibrio manifiesto e insoportable
entre el dependiente y el objeto. Este desequilibrio, por el que el primero
está muy abajo y el segundo muy arriba, se puede manifestar de diferentes
formas:
a) Infidelidades continuas y relaciones paralelas del objeto
Cuando
el dependiente emocional conoce estos hechos y transige con ellos, se está
produciendo un desequilibrio mayúsculo en el que el objeto humilla sistemáticamente a su pareja entrando y saliendo de la relación
a su antojo, sabiendo que la otra persona aguantará por su miedo a la ruptura.
Esta
situación es insoportable porque el dependiente aguanta las humillaciones
oyéndose encima que es posesivo y celoso, o que no hace más que preguntar o
mirar el teléfono móvil de su pareja, cuando ésta es la que está actuando con
malicia. Además, hay casos en los que el objeto ni siquiera esconde o disimula
sus actos, en lo que es el colmo de la falta de respeto y la humillación
inaceptable hacia su pareja. En estas situaciones, es también habitual que se
culpe al dependiente, por insólito que parezca, de no tener la mente abierta
para aceptar las infidelidades, cuando en el caso contrario serían impensables.
b) Malos tratos
En las
relaciones entre dependientes emocionales estándar y dependientes emocionales
dominantes hay, en muchas ocasiones, maltrato físico y/o psíquico. Si después del
análisis de la relación, aparecen comportamientos más o menos recurrentes de
maltrato, exista o no arrepentimiento -que no suele existir en la mayoría de
los casos, una vez se afianzan en la pareja-, hay que finalizar esta relación.
c) Relaciones inexistentes
Son
aquellas en las que el dependiente emocional piensa que tiene pareja, pero
realmente no la tiene, o aquellas en las que sabe que no existe relación alguna,
pero aguanta el paso del tiempo con una falsa expectativa de que se reanude.
Normalmente, en las "relaciones inexistentes" hay sexo esporádico en
los encuentros que sí se producen, motivo por el cual el contacto no se rompe
del todo; también es posible que dicho contacto no se rompa por otro tipo de intereses
como el económico (por ejemplo, el objeto visita a su expareja, dependiente
emocional, y le pide dinero).
La cuestión es que el objeto no rompe el
contacto por interés sexual, económico o incluso afectivo, para nutrir su ego
sabiendo que hay alguien bebiendo los vientos por él o
para
asegurarse de que siempre tendrá a una persona en la recámara. En fin, de todo
menos algo que sea sano y satisfactorio para el dependiente emocional, que se
conforma con auténticas migajas con tal de no perder a su objeto. En estas situaciones,
a veces el dependiente simultanea la "relación" con el objeto con
relaciones que antes he llamado de transición, con personas que no interesan en
absoluto pero que se utilizan para distraerse y no sentir la soledad. En
cualquier caso, dichas situaciones en las que no se rompe el cordón umbilical
con la expareja son extremadamente patológicas, enfermizas, y hay que romperlas
de forma taxativa.
d) Conflictos continuos
Son
relaciones en las que hay enfrentamientos constantes entre el dependiente
emocional y su pareja, que normalmente no cumple con el perfil del objeto, por
lo que suelen tratarse de relaciones de transición. A veces, los
enfrentamientos los propicia precisamente el dependiente emocional bien por
descargar sus frustraciones y baja autoestima con la otra persona, bien porque
realmente no le gusta su pareja y continúa con ella por miedo a quedarse sola,
pagando el compañero, que posiblemente sí tenga sentimientos e incluso sea a su
vez también dependiente emocional -de lo contrario, no aguantaría-, estas
contradicciones.
e) Ausencia de sentimientos
Las
relaciones en las que claramente no hay sentimientos por parte de ninguno de
los dos miembros de la pareja son farsas que no tienen fundamento. El único
motivo para no romperlas es el miedo a la ruptura que, en definitiva, supone
obedecer a la necesidad afectiva.
Si
después del análisis objetivo el resultado se corresponde con alguna de las
relaciones descritas, o bien comparte la esencia de las mismas, que es el
desequilibrio entre los miembros de la pareja o la falta del sentido básico que
cualquier relación debe tener, la decisión es muy sencilla: romper. No hacerlo
supone perder salud mental, conformarse con una vida en la que sólo se actúa
por miedos y no por objetivos o ambiciones. Dejando de culpar a la infancia, a
la familia o a la pareja de las desgracias propias, habrá que asumir esta
decisión con todas las consecuencias y con todas las responsabilidades. Romper
es posible y necesario en estas situaciones: si no se sabe o no se puede, hay
que solicitar ayuda profesional de inmediato, pero también hay que preguntarse sinceramente
si se está luchando lo suficiente, si está luchando hasta la última gota de la
sangre del dependiente emocional con el fin de mejorar su vida.
Relaciones con una
decisión discutible de romper
Son
aquellas que, después del análisis, no muestran un desequilibrio tan claro.
Básicamente hay de dos tipos:
a) Relaciones de ida y vuelta
Son motivo de consulta en muchas ocasiones y causan un
desconcierto tremendo. A veces, no sólo los dependientes emocionales
"caen" en estas trampas, sino también personas normales sin patología
de la personalidad alguna, que se encuentran metidas en un auténtico lío
amoroso que cambia continuamente. En estas relaciones, la pareja suele ser un dependiente emocional oscilante,
llamado también "evitador del
compromiso" que son personas que no muestran interés en la relación y
que evitan involucrarse en la misma, pero que realmente necesitan sentirse
emparejados para satisfacer sus demandas afectivas. Presentan una dependencia
emocional en la que intentan colmar dichas demandas afectivas a la par que se
centran en su egoísmo: dicho de otra manera, quieren estar solteros y en pareja al mismo tiempo, algo que es
imposible pero que estas personas intentan compaginar entrando y saliendo de la
relación a su antojo, y volviendo locos a sus compañeros.
La ruptura con un dependiente oscilante puede darse porque él
lo desee, con lo que tendrá seguramente un recambio ya fijado, o puede darse
porque la pareja se harte de su comportamiento huidizo y poco interesado,
excesivamente centrado en sí mismo. En esta última situación, al quedarse el
dependiente sin alguien en quien fijar su necesidad afectiva, se da un fenómeno
muy peculiar: se mostrará muy arrepentido de su actuación, jurará cambiar y
mostrará todo su tremendo amor hacia la persona que se marcha, incluso con un
bajón anímico importante. La pareja, entonces, dudará de la ruptura porque
estará viendo una faceta de su compañero que desconocía: involucrado en la
relación, con propósito de enmienda y con sentimientos claros, no disimulados
con ambigüedades.
Si esta pareja es dependiente emocional, no cabe duda de
que el cambio de actitud será más que suficiente para que no se produzca la
ruptura, con lo que se reanudará la relación. En
este contexto, una vez el
oscilante ya tiene claro que la persona vuelve a estar asegurada, volverán
también las pautas anteriores de desinterés y egoísmo, incluso con un cierto
componente vengativo por la demostración de sentimientos que se ha visto obligado
a realizar, con la correspondiente pérdida de orgullo.
Al tratarse la pareja de un dependiente emocional estándar,
aguantará la situación y continuará pensando que volverá a mostrar su faceta de
interés y de sentimientos, algo que no se
producirá hasta que vuelva a
tensar la cuerda amenazando con la ruptura, y así hasta la saciedad. Son
relaciones que podríamos llamar de "balancín", en las que los dos
extremos nunca
están en línea: si uno está
arriba, el otro está abajo, y viceversa.
Si la pareja no es dependiente emocional, aguantará una o
dos veces esta situación, pero nada más. En todo caso, esto ya nos interesa
menos porque lo que nos importa es determinar cuándo, para un dependiente
emocional, es necesario romper una relación. Aquí la decisión es discutible, porque
lo cierto es que su objeto muestra en ocasiones un arrepentimiento por los
defectos y una demostración clara de sentimientos, involucrándose además en la
relación. Pero esto sólo sucede cuando ve amenazada la situación que desea, no
son comportamientos genuinos y sanos. El
amor debe ser una acción, no una reacción, y aquí sólo aparece el amor manifiesto
y el interés como una reacción ante un alejamiento del dependiente, y no como
una acción de deseo afectivo real hacia el mismo. En el momento en que
desaparezca dicho alejamiento, desaparecerán también los comportamientos
positivos.
Está claro que se puede dar una oportunidad porque todos la
merecemos en esta vida, pero una oportunidad es una, y no una tras otra. A poco
que el dependiente se acomode volviendo a acercarse a la otra persona,
aparecerán de nuevo los comportamientos de desinterés, de egoísmo y de escaso compromiso
en la relación: en ese momento, ya no debería haber duda alguna y la ruptura no
tendría que ser una decisión discutible, sino una decisión obvia. Estas
relaciones son verdaderamente enloquecedoras y hay que salir de ellas lo antes
posible, aprendiendo de la experiencia.
Como ayuda para tomar la decisión, ya que son relaciones en
las que hay una de cal y una de arena, es importante que el dependiente
emocional analice su estado de ánimo. Si es
de desconcierto, de ansiedad y de desánimo constantes, el estado de
ánimo estará mandando mensajes como si de un termómetro o de una alarma se
tratara, mensajes que habrá que escuchar porque indicarán que la relación no es
sana.
Más allá de momentos puntuales o crisis pasajeras, el balance global de una relación tiene
que ser el incremento de la autoestima y del estado de ánimo de los dos
miembros de la misma: todo lo que no sea esto, nos indica que se están
produciendo situaciones insanas. Esto vale para cualquier duda sobre la
viabilidad de una relación de pareja.
b) Relaciones
con ausencia de sentimientos por parte del dependiente emocional
Son
parecidas a las propuestas anteriormente, pero aquí la ausencia de sentimientos
sólo debe producirse por parte del dependiente, no de la pareja -que, en estos
casos, siempre será normal, no se ajustará a alguno de los perfiles del
objeto-, y además en un contexto en el que no existan conflictos continuos.
Son relaciones de comodidad en las que el dependiente está a
gusto porque se siente querido, acompañado, respetado y bien tratado, en un
ambiente de cordialidad y entendimiento
con la otra persona, pero con una frialdad en lo que a
sentimientos se refiere abrumadora. El dependiente hablará de su pareja como si
de un compañero de piso se tratara, o de un
amigo. Muchas veces, ni siquiera habrá relaciones sexuales,
o si las hay serán por obligación o compromiso.
En cuanto a la salud mental del dependiente emocional, no existen
aparentemente contraindicaciones para este tipo de relaciones. No perjudican su
autoestima ni su estado de ánimo.
No obstante, analizando en profundidad, aparecen dos problemas
1) Se está obedeciendo a la necesidad afectiva, que obliga
a que el dependiente esté siempre acompañado, por lo que se mantiene la esencia
de su problema. Además, como no hay un grado de satisfacción importante en la
relación, existirá un componente de frustración a tener en cuenta.
2) Hay que considerar la perspectiva de la pareja del
dependiente emocional. Se le está condenando a esta persona a una relación en
la que nunca va a obtener lo que legítimamente merece, que es afecto y
correspondencia en los sentimientos. Por último, el riesgo de infidelidades si
aparece algún individuo que sí cumpla con el perfil de objeto es altísimo.
Por lo tanto, estas relaciones deberían romperse, aunque
también cabe la posibilidad de que el dependiente emocional, en un proceso
claro de cambio personal, decida dar un giro a su vida e intente involucrarse a
tope con la pareja, que intente probarse poniendo todo lo que pueda de su parte
para sentirse cómodo en una relación equilibrada. Para ello, un mínimo de sentimientos amorosos y
atracción personal debe existir, porque dicho cambio no tendrá sentido en
caso de que esto no exista. Son matices muy sutiles, pero normalmente el
individuo sabe si puede apostar por algo o si es un auténtico despropósito.
Además, también se puede utilizar el punto de vista ajeno,
el de otras personas significativas que conozcan al dependiente y que,
preferiblemente, también conozcan al objeto.
En el ámbito de la pareja, en el mundo de los sentimientos,
hay que ser muy ambicioso. Esta ambición no debería ser para encontrar a
alguien "vip" que cumpla con un perfil determinado: no me refiero a
una ambición con la persona, sino una ambición con la relación. La ambición con la relación, la ambición afectiva,
debería pasar por una relación equilibrada,
en la que haya atracción hacia la otra persona con sentimientos, y en la que
exista un ambiente sano de respeto, aceptación y proyecto de vida conjunto que
potencie la autoestima y el ánimo de los dos miembros de la pareja.
La necesidad afectiva no es ambiciosa porque cualquier
persona vale para llenar el vacío, aunque ya sabemos que la diana siempre estará
en los objetos, en esos perfiles. Si la necesidad afectiva no es ambiciosa, el
dependiente emocional, para dejar de serlo, sí tiene que ser ambicioso: no vale
cualquier relación de pareja sino sólo aquella que sea sana y que contribuya a
mejorar la calidad de vida. Todo lo demás, es más de lo mismo.
Llegados a este punto, el dependiente emocional debería
tener una decisión tomada. Para la decisión de romper, habrá que plantearse
cómo hacerlo y cómo obrar a continuación. En cuanto a esto último, hay que
seguir lo expuesto sobre la ruptura y el síndrome de abstinencia, porque aunque
la ruptura sea voluntaria habrá que seguir las mismas pautas sobre el convencimiento,
el contacto cero...
En lo que respecta a cómo romper, no importa demasiado. Lo mejor
es que sea cara a cara, con firmeza y explicando los motivos de la ruptura,
pero sin entrar demasiado en discusiones, réplicas y contrarréplicas que no conducen
a nada. Hay que transmitir que la decisión es irrevocable, que durante un
tiempo no debería haber contacto y que la amistad es imposible hasta que no se
pase página del todo. También es importante anunciar que, recordando la
ausencia de contacto recomendada, no se atenderán llamadas durante un tiempo
con el fin de evitar sufrimientos innecesarios.
Para la decisión de
continuar con la relación podría ser recomendable una terapia de pareja, algo
que desaconsejo vivamente si la decisión es la de romper, de acuerdo a los
tipos de relación problemáticos descritos.
Si la situación es ambigua y se desea dar una oportunidad,
que debería ser la última, se hace, y aquí también podría entrar una terapia de
pareja. Pero si no hay una determinación clara por parte de la otra persona y
la situación encaja perfectamente con alguna de las ya descritas, será una
pérdida de tiempo y un incremento del sufrimiento totalmente innecesario. Las
cosas no deben mantenerse con sostenes y respiradores artificiales si no
presentan un sustento fuerte.
Equilibrar una relación
Este debería ser el objetivo del dependiente emocional que
se encuentre en una relación de pareja y que, después del análisis recomendado,
haya decidido continuar con la misma. El motivo de esta decisión debería ser
que dicha relación no se adecua a ninguna de las situaciones descritas en el
apartado anterior, o que se ajusta sólo parcialmente. Por ejemplo, quizá exista
un ligero desequilibrio entre los dos miembros de la pareja, pero no sea excesivo;
quizá haya un cierto desinterés del objeto, pero no sea muy manifiesto; quizá
haya ausencia de sentimientos por parte del dependiente emocional, pero con
dudas sobre los mismos que le animen a apostar por la relación con mayor
fuerza.
El objetivo a conseguir en esta situación tiene que ser
equilibrar la relación. Normalmente, este objetivo supondrá que el dependiente
deba ser más valorado, pero en ocasiones, supondrá precisamente lo contrario,
que valore más a la persona que tiene al lado en lugar de centrarse en otras
que no corresponden o que son hostiles.
Centrándonos en la primera situación, que es la de
equilibrar la relación incrementando el protagonismo del dependiente emocional
en la misma. En estas situaciones, se da por hecho que existe un cierto
desequilibrio entre el dependiente y su objeto, pero que es un desequilibrio
ligero en un contexto en el que también se producen aspectos positivos que
justifican la continuación de la relación. Se puede decidir continuar, pero no
con las mismas reglas, sino con la condición de que se produzca el equilibrio entre los dos miembros de la pareja. En caso
contrario, habría que replantearse la decisión, porque la única relación viable
y sana para el dependiente deberá ser aquella en la que se sienta exactamente
igual que el otro.
¿Qué se entiende por
equilibrio?
Hay tres grandes áreas en las que se debe producir esa
correspondencia:
a) Área de sentimientos
El dependiente tiene que experimentar que es
querido por su pareja, y que el cariño no va sólo en dirección hacia ella. Hay
que acostumbrarse a que el amor sea
bidireccional, lo que requiere un intento de equilibrar la relación en este
sentido.
El desequilibrio en esta área se manifiesta en
muchas ocasiones en falta de expresiones
cariñosas o de detalles positivos del objeto hacia el dependiente. La
pareja se hace querer sin esforzarse en mostrar afectividad e interés, porque
ya lo hace el dependiente y así mantiene su posición de privilegio, de dominio
en la relación. Solicitar de la pareja un esfuerzo en este sentido es
imprescindible, así como disminuir los gestos, abrazos y caricias si es que son
excesivos para mandar un mensaje de equilibrio bidireccional.
En lo que a sentimientos se refiere, el
dependiente debe notar que su pareja tiene interés en él y que no necesita
"tirar" de ella en todo momento. La sensación de ir detrás del objeto
para obtener algo de atención ha de pasar al olvido. Si no aparece un
comportamiento de interés en el dependiente y en la relación, el equilibrio no
será posible en esta área.
b) Área de valoración
Es imprescindible que el sujeto se sienta valorado
en la pareja, tanto en aspectos concretos como en su persona en general. El
dependiente debe recibir valoraciones positivas en todo aquello que sean sus
puntos fuertes, sin que el objeto escatime elogios o, peor aún, tenga envidia de
dichos puntos fuertes, algo que ocurre en no pocas ocasiones.
También hace falta que físicamente experimente
una valoración positiva, ya que es relativamente habitual que se produzcan devaluaciones
alrededor de este tema. Por ejemplo, si el dependiente está en pijama, sin
arreglar o recién levantado de la cama no hay por qué realizar observaciones
desafortunadas, o quedarse mirando continuamente a personas atractivas que
anden por la calle cuando se está dando un paseo.
Valorarse
y cotizarse es básico para demandar un comportamiento similar al otro.
c) Área de
comportamiento
En los hechos concretos del día a día es donde
se debe notar que hay un equilibrio entre los dos miembros de la pareja. Es
decir, de nada vale la expresión de sentimientos o la valoración si, por
ejemplo, la pareja elude en lo posible tener planes con el dependiente, o si no
le hace caso cuando le cuenta algún problema del trabajo. Se trata de hacer
caso a los hechos y no a las palabras. De nada valen las palabras, si no vienen
acompañadas de los hechos oportunos. De nada vale decir "te quiero con
locura" si uno aprovecha la menor oportunidad para no verse con la otra
persona o si se está teniendo una relación paralela.
En lo que cualquier observador externo podría
contemplar se debe notar el equilibrio entre los dos miembros de la relación. Debe
haber tiempo para la otra persona, deben existir proyectos comunes en los que
ambos estén interesados, debe experimentarse que los dos miembros de la
relación son el centro de la misma y no sólo uno de los dos...
En
caso de que se produzca algún desequilibrio en este sentido, es fundamental
erradicarlo. Por un lado, hablar con naturalidad, pero con firmeza es positivo
para propiciar esfuerzos en la pareja que tiendan al citado equilibrio. No
obstante, también hay cosas que el propio dependiente puede hacer. Por ejemplo,
si le cuenta a su pareja un problema del trabajo y esta hace caso omiso porque
sólo quiere hablar de sus temas, no hay por qué aceptar esta actitud. Habrá que
solicitar atención y continuar hablando porque el individuo debe sentir que es
centro de interés en la relación, igual que el compañero.
Si
los desequilibrios en estas áreas son muy importantes y no hay elementos
constantes de naturaleza más positiva, no hay que luchar contra los elementos e
intentar a toda costa mantener la relación: los esfuerzos sólo habrá que
llevarlos a cabo si merece la pena, es decir, si dicha relación es salvable. Pero
lo fundamental es transmitir la idea a la otra persona de que se ha detectado
un desequilibrio que hay que solucionar, porque ya no es viable que permanezca
así. Este tipo de situaciones son de naturaleza
dinámica, evolucionan, y no tienen por qué hacerlo a mejor si el dependiente no
se esfuerza en este sentido.
En
caso de relaciones de transición, que incluso pueden durar años, en las que el
interés lo pone el otro -que entonces no se ajusta a los perfiles del objeto- y
el dependiente simplemente se deja llevar por comodidad, por la angustia de
quedarse solo si pierde la relación, pueden ser salvables algunas relaciones si
el ambiente general es satisfactorio y si el dependiente tiene, como mínimo, dudas
sobre sus sentimientos.
En
esta situación, el dependiente deberá hacer examen de conciencia y determinar si
cree que, esforzándose activamente, puede intentar involucrarse más en la
relación. No cabe duda de que una pareja equilibrada es una manera muy positiva
de luchar contra la dependencia emocional, aunque es mejor todavía si
previamente ha transcurrido un tiempo significativo -dos o tres meses como
mínimo- sin ninguna relación, algo en ocasiones difícil de conseguir en
determinados casos en los que dicha relación ya existe.
Si
el dependiente duda de sus sentimientos, pero está a gusto con la otra persona,
puede intentar equilibrar la relación
aportando más a la misma en lo que se refiere a las tres área mencionadas. Se
trata de realizar las aportaciones necesarias en las áreas donde exista dicho
desfase. Si no hay muestras y expresiones afectuosas, habrá que realizarlas; si
se minusvalora a la pareja, habrá que verla con otros ojos; si no hay
comportamientos adecuados, tendrán que revisarse los mismos. En ocasiones,
decidirse activamente por apostar por la relación produce una mejoría de la
misma, mejoría que detecta también la otra persona con agrado y que constituye
el inicio de una dinámica más positiva y satisfactoria.
No
obstante, llegados a este punto también es lógico que el dependiente evalúe si
se está sintiendo a gusto y si piensa que tiene futuro con su pareja. Si
haciendo estos esfuerzos de equilibrio durante un tiempo continúa sin buenas
sensaciones, lo más honesto será, perdiendo el miedo a la ruptura, abandonar la
relación, porque debe ser ambicioso afectivamente y también porque la otra persona
merece a alguien que sí esté por la labor de aportarle lo que desea.
En
estas situaciones, que se dan relativamente a menudo, aparecerá también el
síndrome de abstinencia, y una de sus manipulaciones será que la ruptura no
debía haberse producido, que sí existían sentimientos y que era una persona que
merecía la pena, pero si dichos sentimientos sólo aparecen como reacción ante
la ruptura es que no son reales. La necesidad afectiva es muy contundente en
sus manipulaciones, pero hace falta que el individuo esté por encima de ella y
que la desobedezca, intentando adquirir el control de la situación.
Prepararse para
futuras relaciones sanas
Para
las parejas que han roto y se encuentran en el periodo terapéutico de soledad
descrito, o simplemente no tienen pareja, también hay objetivos muy importantes
para tener en cuenta. Estos objetivos giran en torno a una mentalización
apropiada para emprender la tarea de volver a involucrarse en una relación.
Es
totalmente legítimo que el individuo, harto ya de sufrir y temeroso de volver a
equivocarse, decida libremente quedarse solo y tranquilo, algo que era
inconcebible antes porque la necesidad afectiva manipulaba con la idea de que
ese estado era angustioso e intolerable, una auténtica tragedia. No obstante,
lo más usual es que el individuo sí tenga la también legítima ambición de ser
feliz en una relación, algo que se puede buscar perfectamente con la lección
bien aprendida y unas precauciones para considerar. Se puede alcanzar la
felicidad y la tranquilidad en el mundo del amor, pero es preciso realizar
previamente una lucha contra la necesidad afectiva, y después adoptar una
actitud adecuada y una buena predisposición para no cometer los errores
habituales. Si se hace todo bien, pero uno se deja llevar por una persona que
despierta atracción, pero que se ve a la legua que no conviene, no ha servido
para nada el trabajo realizado.
Lo
más importante de la preparación para futuras relaciones de pareja es afinar el
punto de mira, evitando comenzar relaciones con personas que se ajustan a los
perfiles del objeto, y suprimir comportamientos de apego excesivo, llamadas
continuas, renuncia a la vida personal o comprobaciones constantes de cariño.
En
la primera etapa de la relación, aquella en la que se establecen las primeras citas
y se comienza a conocer a la otra persona se van consolidando las reglas de la
futura relación, por lo que es absolutamente imprescindible asentarlas de una
manera sana y "comenzar con buen pie".
Pautas para tener en cuenta en esta primera etapa
de la relación (Castelló, 2012)
a) Respetar los tiempos de esta primera etapa y, en general,
de la relación
Si
algo distingue al dependiente emocional en esta situación concreta es que se
salta las primeras escenas de esa película porque las encuentra algo aburridas.
Ya he dicho que la necesidad afectiva no es ni ambiciosa ni selectiva, y a poco
que se encuentra a alguien (mucho más si se ajusta a los perfiles expuestos del
objeto) ya pasa a ser el centro de la existencia. Esta dinámica hay que
erradicarla de cuajo porque es nefasta, ya que se producen tres consecuencias a
cuál peor:
·
Desaparece
la selectividad: al ir con el pedal del acelerador pisado a
fondo desde el principio, el dependiente no valora detenidamente si la otra
persona se ajusta a lo que desea o no. La necesidad afectiva no es selectiva y
esto no es ni más ni menos que obedecerla a ciegas: a poco que haya alguien que
se muestre interesado, y mucho más si se ajusta a cualquier perfil de objeto,
basta y sobra para ilusionarse en exceso y saltarse las primeras etapas en las
que lo lógico es conocer poco a poco a la otra persona. No ser selectivo es lo
peor que puede hacer un dependiente emocional que pretenda cambiar de una vez
por todas su dinámica de sufrimiento.
·
Se
mandan mensajes negativos de sumisión: Si el dependiente empieza a
citarse con otra persona y esta comienza a ver un interés desmedido, el mensaje
que recibe es que va a poder hacer casi lo que quiera porque no tiene que
esforzarse en absoluto. Sería algo así como ir a un banco a negociar un préstamo
hipotecario con el bolígrafo en la mano, dispuesto a firmarlo a toda costa y
sin haber leído siquiera las condiciones. Se transmite un interés tan tremendo
que el otro tiene la sensación de disponer de un cheque en blanco en el cual puede
poner lo que desee: a poco que sea una persona con pocos escrúpulos, y que
prefiera relaciones desequilibradas en las cuales domine en una posición de
privilegio, a provechará esta circunstancia, con lo que el comienzo de dicha relación
será nefasto.
·
Se
agobia al otro: con un comportamiento de interés tan desmedido
y de aceleración, el dependiente renuncia a su vida propia y empieza a reclamar
contactos, citas, etc. Si la otra persona es más o menos normal, se considerará
asfixiado y verá unas prisas que no son lógicas; si se ajusta a algún perfil ya
expuesto de objeto, aprovechará la ocasión para tener una relación
desequilibrada, pero advertirá que no va a soportar ese comportamiento opresivo
estableciendo una serie de reglas, culpando al dependiente durante mucho tiempo
de dicho comportamiento asfixiante, aunque ya no se produzca.
La cuestión es que no respetar los tiempos
de la relación predispone a que la historia vuelva a repetirse, porque el
dependiente asume una posición de debilidad en la cual obedece a su necesidad afectiva,
y porque no selecciona bien con quién quiere comenzar algo serio, mandándole
mensajes totalmente contraproducentes.
La mejor forma de evitar todo este cúmulo
de consecuencias negativas es repasar los errores cometidos en anteriores
circunstancias similares, tomando nota también de todo lo expuesto.
Una adecuada predisposición y
mentalización para no repetir la misma historia es imprescindible para que no
se reproduzcan dichos errores: hay que respetar los tiempos de la relación y
dedicar las primeras citas, que como mínimo deberían abarcar dos o tres
semanas, con el fin de conocer a fondo a la otra persona.
Conocer a fondo implica ver cómo trata el
otro al dependiente, cómo se tiene en cuenta su persona preguntando a dónde le gustaría
ir o cuándo preferiría quedar, cómo se relaciona con los camareros cuando se
está en el restaurante, cómo habla por teléfono con un familiar o qué cosas
cuenta de su vida, su historial amoroso, etc. Es preciso "escanear"
detenidamente a la otra persona porque allí donde la necesidad afectiva no es
selectiva, el individuo sí debe serlo. Por supuesto, será crucial determinar si
dicha persona se ajusta a alguno de los perfiles expuestos del objeto.
Además de conocer a fondo a la otra
persona, habrá que mandar mensajes de equilibrio y de cotización de uno mismo,
en primer lugar, propiciando que haya un reparto del interés en la relación. Por
ejemplo, si el dependiente es el que establece los contactos para las dos
primeras citas, habrá que contenerse y esperar a que sea el otro el que
propicie la siguiente. Parece una tontería, pero se están mandando mensajes de
equilibrio y de cotización propia como "te lo vas a tener que trabajar
para que haya algo entre nosotros", mensajes implícitos que son básicos
para un adecuado comienzo. Asfixiar al otro, mandarle mensajes de que se
necesita imperiosamente el contacto o renunciar a la vida propia porque ha
aparecido alguien de repente es continuar obedeciendo a la necesidad afectiva. Las
relaciones son un elemento crucial de la vida, pero no son la vida, y mucho
menos con alguien que todavía no se ha ganado la categoría de pareja.
Es muy preferible esperar a tener la
primera relación sexual a que se conozca un poco mejor a la otra persona y pase
los filtros propuestos. Esta pauta no obedece a ningún tipo de mojigatería,
sino a dar un mensaje de que, aunque haya atracción, el otro se debe ganar ir
avanzando en la relación: sería como contratar a alguien en una empresa que ni
siquiera ha entregado el currículum. No hay ninguna prisa y, con ello, además,
se evitan a las personas cuyo único interés es el sexual: normalmente, estas personas
no tienen demasiada paciencia en este sentido y es que realmente no interesan
porque buscan sólo el placer físico, no algo más serio en lo que haya un
compromiso sea del grado que sea.
b) Disminuir la idealización del otro
Desde
el minuto uno de la relación e incluso desde el minuto uno del primer contacto con
la otra persona, es fundamental erradicar conscientemente cualquier atisbo de
idealización que surja. La idealización es la antesala del desequilibrio y no
puede ser la base del amor: está claro que cuando van apareciendo sentimientos
se valora positivamente al otro y gustan determinadas facetas de su persona, pero
de ahí a endiosar hay un auténtico abismo.
Evitando que la otra persona se ajuste a
cualquier perfil del objeto, ya estamos evitando que sean
"idealizables" porque no convendrán individuos distantes, dominantes,
poco interesados, etc.; no obstante, es fundamental que no se produzcan las
pautas antiguas de la relación de pareja y, para ello, habrá que huir de las
sobrevaloraciones. No hay nadie que esté en términos globales por encima de
nadie ni tampoco por debajo. Las idealizaciones de los dependientes emocionales
hacia sus objetos desaparecen por arte de magia cuando se produce una ruptura y
se ha elaborado la misma, sobre todo si ya se ha iniciado una nueva relación. Es la necesidad afectiva la que, por
considerar al dependiente poco válido como persona, busca su validación en otra
que actúe como salvadora o como guía protectora y a la que, en consecuencia, se
sobrevalora por otorgársele ese papel.
c) Búsqueda del equilibrio desde el principio
Cuidar
de una manera exquisita el equilibrio es una manera excelente de que dichas
reglas que gobernarán en el futuro sean sanas.
d) Cotizarse y ser exigente con la otra persona
Si
desde el principio ya se producen circunstancias como cancelaciones continuas de
citas, mentiras, escarceos con otras personas con la excusa de que todavía no
hay una relación consolidada, "desapariciones" durante unos cuantos
días o similares, hay que ser muy tajantes y contundentes dejando claro que no
se van a aguantar estas situaciones.
Si ya desde el principio, que es cuando
todo debe ir como una seda -aunque puedan existir discusiones por la adaptación
de una persona a la otra-, hay que solicitar demandas obvias y pedir lo que se
tendría que dar por supuesto, lo lógico es determinar la gravedad de estas
circunstancias y, o bien romper antes de que el dependiente se involucre más
con el otro, o bien amonestarle advirtiéndole de que el próximo error ya no
tiene vuelta atrás.
Sólo si el dependiente se cotiza pedirá
una valoración similar por parte de la otra persona, y para ello habrá que
desobedecer a la necesidad afectiva que preferirá mantener a toda costa la relación
a riesgo de que el individuo se deje humillar y arrastrar, porque lo que
importa para ella es el suministro afectivo externo, y no el interno.
e) Mantener la vida propia
Si al
conocer a alguien se empieza a faltar a cursos, a no ir al gimnasio, a no
quedar casi con ningún amigo o a que venga mal incluso hablar por teléfono con
familiares o salir con los hijos, es que se está volviendo a las andadas. Desde
un principio, es básico tener un cuidado muy grande con las áreas fundamentales
de la vida propia para impedir que el sujeto pierda su identidad, corriendo el
riesgo de que su suministro afectivo interno poco a poco deje de funcionar de
una manera adecuada.
Está claro que cuando se conoce a alguien
y progresivamente se establece una relación, se reduce el tiempo que uno tiene para
sus asuntos particulares. Lógicamente, hay que disponer de ocasiones para verse
con la otra persona y es normal revisar a la baja la dedicación que uno
presenta con su vida propia, pero una cosa es reducir y otra eliminar. Utilizar
el sentido común es lo que determinará cuándo se está actuando de una manera
lógica y cuándo se está, una vez más, obedeciendo a la necesidad afectiva.
f) Considerar normales las dudas que existan sobre la relación
Es muy
habitual e incluso es buena señal que el dependiente emocional presente dudas
sobre los sentimientos que tiene hacia la otra persona. Por ejemplo, un
paciente que dice ya no estar discutiendo continuamente, o que no tenía
ansiedad en el estómago, y que pensaba que eso podía significar que no estaba enamorada.
Por lo demás, sí se sentía muy bien en la relación y tenía muchas ganas de ver
y estar con la otra persona, pero era todo más tranquilo, relajado y, al mismo
tiempo, satisfactorio.
El
dependiente emocional se acostumbra a una manera de querer en la que hay
fascinación, grandes altibajos emocionales, desequilibrio y sufrimiento. Esto
se asocia a lo que es el amor, y cuando esto desaparece da la sensación de que
no se está hablando de sentimientos de pareja. No es
lo mismo querer a alguien al que se idealiza que a alguien al que ves de igual
a igual, y tampoco es lo mismo acostumbrarse a recibir piropos o a que se
preocupen por uno cuando antes eso no se producía ni por asomo. Tampoco es lo
mismo vivir las relaciones con gratificación y sosiego, aunque también con
ilusión, cuando antes eran voracidad, disgustos y desequilibrio.
Vivir las relaciones de otra forma y dudar
al principio de los sentimientos es algo normal, que indica en la mayoría de
los casos que el dependiente emocional está cambiando su proceder.
Lo que hay que hacer es continuar
apostando por una manera sana de vivir las relaciones y examinar las ganas de
estar con el otro que, si se producen y son genuinas, indican que sí hay sentimientos
y que simplemente se está aprendiendo a querer de una forma normal.
Afinar
el punto de mira
Insistir con personas narcisistas,
desinteresadas, hostiles o problemáticas no parece la mejor manera de
reorientar las relaciones, se haga el esfuerzo individual que se haga por
evitar que se repita la historia. Una de las grandes metas en lo que respecta
al ámbito de las relaciones de pareja es la de escapar de los objetos, para lo
que será imprescindible afinar el punto de mira. No tiene sentido embarcarse en
historias amorosas cuyas trayectoria y desenlace son tan fácilmente predecibles
como nefastas. Lo último que debe hacer el dependiente emocional es, aparte de
su trabajo individual, esforzarse por cambiar a la otra persona: bastante tiene
con cambiarse a sí mismo.
Lo normal es que, el sujeto se sienta incómodo
si no recibe el trato adecuado o si no se le presta la atención que merece.
Lo que hay que hacer es continuar
apostando por una manera sana de vivir las relaciones y examinar las ganas de
estar con el otro que, si se producen y son genuinas, indican que sí hay sentimientos
y que simplemente se está aprendiendo a querer de una forma normal.
No obstante, a pesar de esto, es de prever
que los perfiles que siempre han despertado el interés continúen siendo
atractivos: digamos que gustarán personas similares, pero a la mínima que se
observen determinados comportamientos que vayan en la línea de la falta de
valoración, interés o respeto, se producirá una reacción aversiva en el
dependiente emocional. Para ello, es fundamental estar muy vigilantes por si la
persona que despierta interés se ajusta a alguno de los perfiles de objeto
expuestos: narcisistas, posesivos y problemáticos.
Los narcisistas se distinguirán por su soberbia y su carácter engreído, por
considerarse superiores al resto de los mortales o, como mínimo, al
dependiente emocional, como sucede con los evitadores del compromiso. No tendrán en cuenta los intereses del otro
y estarán más bien pendientes de superarles: en lugar de alegrarse de los
puntos fuertes ajenos, desarrollarán sentimientos
de rabia y envidia. No se
encontrarán cómodos en situaciones donde haya que expresar sentimientos hacia
el dependiente porque los considerarán rebajamientos o signos de debilidad. Por
otro lado, tenderán siempre a imponer su criterio porque es el único que
considerarán válido y, además, el único que les interesa. Cualquier persona que
observe a un narcisista con un dependiente emocional, aunque sea en una de las
primeras citas y aunque intente mostrar una cara amable, percibirá que intenta imponerse
sobre el otro y que pretende asumir en la incipiente relación una posición de
privilegio.
En cuanto a los objetos posesivos,
se distinguirán porque, al igual que los dependientes emocionales (recordemos
que presentan una forma atípica de este problema, la dependencia emocional dominante),
irán a toda velocidad al comienzo de la
relación. Por lo tanto, una vez se fijen en el otro, le pedirán citas una tras
otra, se mostrarán excesivamente cercanos, le colmarán de atenciones, regalos y
declaraciones de amor, etc. Digamos que mostrarán una cara muy positiva, pero
que si la observamos con detenimiento, más bien será una cara voraz
afectivamente y que denotará dicha posesividad. En este sentido, siempre es
interesante sondear el historial amoroso de estas personas porque, aunque no le
desvelen sus intimidades al dependiente emocional -y mucho menos si es en las
primeras citas y hay aspectos para esconder-, sí podrá extraer información que
le resulte de utilidad. Este tipo de objetos es francamente peligroso y la
verdad es que no es demasiado difícil de detectar si uno mira más allá de los
regalos y las llamadas frecuentes. Algún comportamiento celoso o controlador de
las llamadas que se reciben o de la ropa que se usa también es indicativo de
este tipo de personalidades. Ya sabemos que, si la relación se consolida, estos
pequeños avisos se convertirán en una constante, pero que tiene sus precursores
en las primeras citas.
El objeto problemático, es muy sencillo de
detectar, tanto que prácticamente no hacen falta citas de ningún tipo. Son
personas que están inmersas en conflictos continuos, que pueden tener
adicciones a sustancias y que despiertan la faceta salvadora del dependiente emocional,
que se identifica en ocasiones con el lado vulnerable y carente de cariño de
estos individuos. Las relaciones deben ser para amar y recibir amor, no para
salvar a nadie, conseguir que cambie o reeducarlo, y mucho menos para que
personas con sensación de desarraigo emocional hagan causa común unas con otras,
porque esto es enfermizo y termina en desequilibrio, en que el objeto
problemático campa a sus anchas y se afianza en una relación cómoda. Al final,
el que tiene el problema pasa a ser el dependiente emocional estándar.
Para los dependientes con un historial
amoroso significativo, no es nada complicado darse cuenta de cuándo se están
relacionando con la persona adecuada y cuándo no. Si no lo hacen, es porque se
engañan a sí mismos. Existe un "sexto sentido" que trasciende los
argumentos racionales. A esta intuición hay que escucharla porque la autoestima
del dependiente está en riesgo si se junta con personas inadecuadas.
Dentro de la relación de pareja, aunque
esta relación sea con una persona normal y transcurra por unos derroteros
sanos, ha y que cuidarse mucho de que, sin que el dependiente emocional se dé
cuenta, aparezcan manifestaciones de la necesidad afectiva.
Existen individuos con mucha seguridad en
sí mismos, con una adecuada autoestima, y que no persiguen relaciones
desequilibradas, sino vivir el amor de una manera sana. Sean muchas o pocas,
merece la pena buscar este tipo de personas porque el dependiente puede
encontrarlas atractivas sin que sean desaconsejables; eso sí, una vez se encuentren,
el trabajo no habrá finalizado, sino que sólo habrá comenzado, porque será el
momento de considerar las pautas de equilibrio y de cuidado de las primeras etapas
de la relación.
A pesar de que todo esto significa que el
dependiente sea muy selectivo, no hay más remedio que actuar así si uno no
quiere volver a invertir meses o incluso años en otra relación que sólo a
portará más sufrimiento. A veces, las prisas hacen que se pierda más tiempo. Lo
que es un error también, es buscar sólo personas que uno sabe a la perfección
que convienen, pero por las que no se siente absolutamente nada: ni es sano
para el dependiente emocional porque, en definitiva, está igualmente obedeciendo
a su necesidad afectiva estando con alguien sólo por estar acompañado, ni es
justo para la otra persona.
Las aceleraciones, las
comprobaciones de cariño y la voracidad amorosa: tres formas de obedecer a la
necesidad afectiva
Dentro de la relación de pareja, aunque
esta relación sea con una persona normal y transcurra por unos derroteros
sanos, ha y que cuidarse mucho de que, sin que el dependiente emocional se dé
cuenta, aparezcan manifestaciones de la necesidad afectiva. Está claro que
dichas manifestaciones tenderán a aparecer en un principio, pero hay que estar
alerta por si
Aparte del desequilibrio y la
idealización, y que muchas veces se deben a inicia relaciones con personas que
se ajustan a algún perfil de objeto, destacan tres manifestaciones de la
necesidad afectiva que es preciso considerar:
a) Las aceleraciones
Las
aceleraciones son todos los comportamientos que efectúa el dependiente
emocional en las primeras fases de la relación por los que se salta los procesos
típicos de tanteo, de conocimiento de la otra persona, y se lanza con gran
ilusión y fantasía a vivir su a ventura amorosa. La principal forma de evitarlo
es la predisposición, la mentalización que debe tener el dependiente para
dosificarse en la relación con progresividad.
b) Las comprobaciones de cariño
Comparten
con las aceleraciones la obsesividad que manifiesta el dependiente cuando las realiza,
pero las comprobaciones pueden acontecer en cualquier momento de la relación.
Como su propio nombre indica, consisten en actos que tienen la finalidad de que
la pareja reaccione de una manera que satisfaga y tranquilice al dependiente.
En concreto, los comportamientos de la pareja deben ser de ratificación de los
sentimientos o del mantenimiento de la relación. Por ejemplo, el dependiente
emocional puede pedir gestos de cariño como abrazos o besos si detecta una
actitud ligeramente distante en su pareja, preguntar directamente sobre los
sentimientos del otro o hacer indirectas sobre si va a pedir un traslado de localidad
por si tiene la duda, fundada o infundada, de que se va a marchar a vivir a
otro lugar. Las comprobaciones de cariño son similares a las que llevan a cabo
los clásicamente definidos como "neuróticos", término actualmente en
desuso, cuando miran una y otra vez si han apagado la plancha o si han cerrado
adecuadamente la puerta de la vivienda. Se sospecha en exceso de la aparición
de un peligro, que en el caso de la dependencia emocional es la falta de cariño
del otro o un abandono inminente, y es tal la ansiedad que generan dichas ideas
que se efectúan comprobaciones constantes que aporten tranquilidad.
El
problema es que estas comprobaciones, estén o no justificadas, son muy pesadas
para las parejas. Si están justificadas, porque no hay un interés afectivo real
hacia el dependiente; si no están justificadas, porque la pareja se encuentra
incomprendida y, haga lo que haga, nunca va a ser suficiente, con lo que se
producirá una dinámica de reacciones de hostilidad que supongan, al final, una profecía
que se cumple a base de formularla insistentemente.
Lo que
realmente hay que llevar a cabo es una reflexión sobre la justificación de
estos comportamientos. Es decir, lo primero es determinar si verdaderamente hay
motivos para las dudas con respecto a la pareja: si existen, hay que
dilucidarlas, pero no con preguntas tipo: "no me vas a dejar,
¿verdad?" sino con otras como: "¿todavía sientes algo por mí?" o
"¿quieres que continuemos juntos?". Las primeras son comprobaciones
que parten de la fragilidad y de la desesperación, las segundas son sondeos
lógicos de las intenciones del otro cuando hay sospechas de que algo no anda
bien en la relación. En el segundo tipo de preguntas se parte de la base de que
sólo se seguirá si la otra persona está por la labor, y no a toda costa. Si no
hay motivos para dichas dudas y son comprobaciones sin fundamento, entonces hay
que dejar de llevarlas a cabo por dos motivos:
·
Incrementan
enormemente la ansiedad y la fragilidad. Cada vez que se efectúa
una comprobación de este tipo, el dependiente gana en nerviosismo y pierde en autoconfianza. Está claro que este
nerviosismo puede disminuirse a corto plazo si dicha comprobación arroja un
resultado satisfactorio para el dependiente, pero a medio y largo plazo, como
se ha actuado dando por cierto algo que sólo está en la imaginación, se le
otorga realidad a esos temores infundados, lo cual incrementa la inquietud y la
vivencia continua de peligro.
·
Obedece
a la necesidad afectiva, que se dedica a empequeñecer al individuo
y a convertirlo en un ser enormemente vulnerable que sólo adquiere su sentido
si su pareja le garantiza su afecto y su presencia. Tener tan desarrollado un
planteamiento así convierte al dependiente en un auténtico "yonqui"
amoroso que está continuamente chequeando que va a recibir su suministro, y
esto deja al dependiente, en términos psicológicos, a la altura del betún. El
mensaje básico de la necesidad afectiva hay que erradicarlo de una manera contundente,
con hechos, y obrar en base a lo que ella pregona es continuar actuando desde
la debilidad.
c) La voracidad amorosa
De
igual manera que las comprobaciones de cariño acontecen en cualquier momento de
la relación, aunque son también muy habituales en los periodos de flirteo.
Consiste
en el deseo continuo de fusionarse con el otro y de percibir su presencia, bien
con el contacto constante (estando juntos el mayor tiempo posible) o bien con
la ayuda de medios como los mensajes de texto de teléfono móvil, el correo
electrónico o los programas de contacto online por internet.
Compartir
mucho tiempo con la pareja, si es algo deseado por los dos, no tiene problema
alguno. Un inconveniente aparece si el otro encuentra un poco excesivo ese
contacto: esto sucede o bien porque no tiene demasiado interés en la relación,
o bien porque desea mantener algunas facetas de su vida propia como, por ejemplo,
ir al gimnasio o acudir a unas reuniones semanales de una asociación. Está
claro que el primer motivo es inadmisible, pero el segundo es completamente
legítimo y no solo eso, sino que el propio dependiente emocional debería
reducir este contacto continuo porque se estará transformando ya en voracidad
amorosa.
No hay
problema en compartir tiempo, proyectos y actividades con la pareja, siempre y
cuando el individuo mantenga determinadas parcelas propias, aunque algunas se
recorten o incluso se realicen con el otro. Por ejemplo, si antes de conocer a
la pareja el individuo acudía al gimnasio, quizá se comparta esta actividad: la
cuestión es que a la persona no le quede la idea de que cuando aparece una
relación lo único que importa es fusionarse con el otro, quedando la vida
propia totalmente al margen. Si algo así ocurre, hay que retomar las
actividades que se han abandonado y ubicar a la relación en su justo lugar, por
muy importante que este sea.
Otro
inconveniente aparece cuando se quiere compartir tiempo con el otro, pero en exclusividad, es decir, deseando
activamente que nadie más esté presente. Esto es fácil de detectar cuando el
dependiente intenta evitar quedar con otros amigos o con familiares: si sucede,
estamos también en presencia de voracidad amorosa, lo cual queda de manifiesto
porque se desea una fusión con el otro en la que no hay autosuficiencia
emocional. Conociendo este inconveniente sabemos también su solución: hay que disfrutar
de la intimidad con la pareja, pero también hay que saber estar en grupo, con
más gente, sin evitar este tipo de planes, e intentar realizarlo con la mejor
disposición.
El
tercer inconveniente posible en este tipo de comportamientos de proximidad, y
que igualmente nos indicaría la presencia de la voracidad amorosa, es la aparición de ansiedad, inquietud o desesperación
si no hay una "dosis" suficiente de contactos, que claramente resulte
excesiva. Si el dependiente emocional lleva tres o cuatro días sin saber nada
de su pareja es normal que esté molesto, triste o preocupado (aunque nunca
inquieto o desesperado, porque esto sí es indicativo de la presencia de la
necesidad afectiva); ahora bien, si en lugar de tres o cuatro días son tres o
cuatro horas, está claro que la demanda es muy superior a la normal.
Esto
es particularmente cierto con los famosos mensajes de texto al teléfono móvil.
Si se manda un mensaje y pasa un tiempo sin contestación, nos indicará la
presencia de voracidad amorosa que surjan la inquietud o la angustia.
Igualmente, si no hay un intercambio profuso y se demanda que se produzca el
mismo o, al menos, se sufre ansiedad porque no se realice dicho intercambio, también
obtendremos signos inequívocos de voracidad amorosa. En este sentido, no
conviene insistir en exceso en este tipo de comportamientos: está bien llamarse
por teléfono, verse o mandarse mensajes de texto, pero es importante que sea en
su justa medida y que el estado de ánimo no dependa de estas "dosis",
sino que en cierto modo sea independiente de las mismas. Si se ha llamado por
teléfono una vez al trabajo no hay por qué volver a hacerlo en el mismo día; si
se ha mandado un mensa je sin propósito de comunicar algo importante, hay que
evitar insistir con un intercambio profuso de mensajes. El dependiente debe sentir
que está en pareja y que la otra persona tiene ilusión de estar con él, pero
también debe experimentar que es alguien seguro de sí mismo, con mucho sentido
y vida propia sin la referencia continua de la relación, y autosuficiente en el
terreno emocional.
gm
Bibliografía
Pinillos, I. (s.f.). Trastorno Obsesivo Compulsivo.
Modelo y guía para el tratamiento con EMDR. Servicios Psicológicos.
Comentarios
Publicar un comentario