¿QUÉ
ES EL RECHAZO Y CÓMO SE MANIFIESTA EL MIEDO A PADECERLO?
El rechazo o
abandono es la pérdida
total o parcial del vínculo afectivo que tenemos con otra persona,
producida por un comportamiento intencionado por su parte. Por tanto, no todo
el vínculo debe estar necesariamente en entredicho, sino que también se
experimenta de manera dolorosa la percepción de falta de interés o de una correspondencia
menor de la esperada. Un ejemplo de la pérdida total sería, una ruptura
amorosa; y una pérdida parcial, una falta de atención Conlleva dos elementos
fundamentales:
·
La
pérdida afectiva, más dolorosa a medida que el vínculo
establecido con la figura de referencia sea mayor
·
La
intencionalidad por parte de esa persona de alejarse del
sujeto
Para hacer referencia al abandono que traumatiza se
requieren ambos componentes. Todo lo que se viva como una disminución de la
expectativa de recibir afecto o interés por parte de alguien, sea cual sea la magnitud de dicha
disminución, se podría considerar un rechazo.
¿De qué depende el
impacto del rechazo?
Factores principales
que determinan el impacto del rechazo:
1. De la magnitud del mismo.
Existen pérdidas afectivas totales, pero
también parciales. Recibir una contestación un tanto seca a un mensaje de
WhatsApp se puede considerar rechazo, así como no dirigir la palabra a la
pareja en una cena romántica, sin que medie discusión alguna. Ambos son comportamientos
de rechazo parcial del vínculo afectivo o de la expectativa emocional que tenía
la persona rechazada. No obstante, la magnitud del segundo caso es más
relevante que la del primero
2. Del vínculo que exista con la pareja que rechaza
A mayor vínculo afectivo, mayores perspectivas
de correspondencia que pueden resultar frustradas.
3. De la presencia o ausencia de vulnerabilidad al rechazo en
la persona que sufre el desengaño
La personalidad del sujeto, la configuración de su
estructura emocional es tan fundamental para interpretar tanto la disminución
afectiva como la solidez o entereza con la que se afronta ese estrés. Que no le
feliciten en día de su cumpleaños puede ser devastador para uno con dicha
vulnerabilidad al rechazo (por ejemplo, a alguien que padezca TLP), y puede ser
sólo decepcionante para un individuo sin vulnerabilidad al rechazo. Igualmente,
una persona sin este punto débil no entenderá como desinterés que su pareja
hable con otros amigos en una cena grupal, mientras que otra con esa susceptibilidad
al abandono pasará una velada desastrosa y con ansiedad.
La pérdida que se
sufre con el rechazo
El individuo rechazado sufre una pérdida intencionada, total o parcial, por parte de la otra persona.
Siente que es menos importante de lo que pensaba, o menos prioritario, o
simplemente se da cuenta de que no es correspondido, que se le queda corto lo
que recibe del otro.
Esta pérdida provoca
una disminución notable del estado de ánimo, que es como un gigantesco depósito
de gasolina psicológica y que tiene tres grandes surtidores:
1. El suministro afectivo interno o autoestima.
Es lo que cada ser humano se da afectivamente a
sí mismo en la relación interna que todos mantenemos con nosotros, y que sigue
las mismas reglas que las que se producen con terceros. Si la aportación es
baja, entonces estamos hablando de una autoestima deficitaria; esto incidirá
notablemente en el estado de ánimo y, además, producirá notablemente en el
estado de ánimo y, además, producirá una sobrecompensación en el suministro
afectivo externo. Este desequilibrio y su intento patológico de remediarlo es
el fundamento de la dependencia emocional y del trastorno límite de
personalidad.
2. El suministro afectivo externo
Consiste en la aportación emocional (afectivo)
que recibimos del exterior, desde las personas desconocidas con las que podemos
interactuar, hasta las de nuestro círculo más significativo. Lo que nos aporta
afectivamente la interacción con los otros no es únicamente recibir afecto,
sentir que nuestra persona le importa a otra y que actúa en consecuencia, sino
también emitirlo.
La pérdida proveniente del rechazo es una
disminución intencionada, por parte de un tercero, de este suministro afectivo
externo. En las personas sin susceptibilidad, se tratará simple y llanamente de
una disminución en el suministro afectivo externo. En las personas con
vulnerabilidad al rechazo, afectará tanto al suministro externo como al
interno.
3. Las circunstancias internas y externas
Por circunstancias internas podemos considerar, por
ejemplo, factores biológicos (el estado de ánimo no es el mismo si uno tiene
fiebre o no ha dormido en toda la noche), y por circunstancias externas todo
tipo de elementos contextuales que determinan nuestra vida, como problemas
cotidianos, preocupaciones, alegrías...(por ejemplo, dificultades económicas)
El miedo al rechazo es absolutamente decisivo para el
estado de ánimo de quien lo padece, porque sacude todas sus estructuras
emocionales. Una afectación grave de dos de los suministros conlleva un colapso
total y que la persona sea impermeable al tercero. Por ejemplo, una persona con
vulnerabilidad al rechazo que está dando vueltas a una disminución grave del
interés de su pareja hacia él, estará tan angustiado por eso que apenas
prestará atención a si aprueba un examen, por ejemplo. Las circunstancias no
pueden compensar un notable déficit en los suministros afectivos; sin embargo,
un buen suministro afectivo interno sí puede ser un colchón en caso de
afectación en el suministro externo.
El rechazo aparece muy especialmente en dos patologías de
la personalidad: la dependencia emocional y el trastorno límite de la
personalidad, aunque también con intensidades subclínicas pueden aparecer en la
población normal.
Este miedo al rechazo Castelló (2019) lo denomina “inseguridad afectiva”, rasgo
patológico de la personalidad que genera la susceptibilidad al abandono, al
terror constante al mismo. Una persona con inseguridad afectiva posee los lazos
emocionales con los demás tan delgados como hilos de coser, mientras que una
persona con sin ella, los puede tener como tuberías gruesas de plomo. Esa
fragilidad hace referencia al componente de recepción de afecto, no al de
emisión; es decir, el individuo siente que lo que recibe del otro es escaso,
incierto y marcadamente inestable.
Una persona con seguridad afectiva, no duda de sus vínculos
afectivos ni anticipa decepciones, desinterés o abandonos; asume que es una
persona lo suficientemente válida como para ser querida y no se considera
potencialmente rechazable; además, confía abiertamente en las palabras y en los
hechos de los demás, sobre todo de la pareja.
Manifestaciones más habituales de la vulnerabilidad al
rechazo
1. Miedo a la ruptura
Es la
manifestación más usual de la vulnerabilidad al rechazo, aunque no la única.
Este miedo se manifiesta con una ansiedad constante por el hecho de que la
pareja abandone la relación, ansiedad que se agrava ante determinados
desencadenantes que sirven de gatillo o estímulo. El individuo con
vulnerabilidad al rechazo puede tener alguna pequeña racha de mayor
tranquilidad, pero normalmente se vive la relación al borde del precipicio, con
una sensación más o menos continua de que, en cualquier momento, acabará todo,
como si nada fuera completamente real. La persona vive en el convencimiento de
que hay un abandono latente, un rechazo escondido con el que todo finalizará.
Para
que se produzca esta inseguridad afectiva no es imprescindible que la pareja
sea merecedora de ella por su falta de cariño, su carencia de expresiones
amorosas o por mera ausencia de interés. En caso de que la inseguridad afectiva
tenga fundamentos reales, la situación ya es del todo insoportable. En este
caso, la reacción más habitual (que no es la única) es la sumisión, generándose
así una relación prototípica de dependencia emocional, con un notable
desequilibrio entre los miembros de la pareja y un comportamiento subordinado
en el miembro dependiente.
Comportamientos
concretos que se pueden producir en esta primera manifestación de la
vulnerabilidad al rechazo, esto es, la del miedo al rechazo:
Son
infinitos y algunos ingeniosos.
a) Miedo a la desaparición. Es la más habitual en
las primeras fases de una relación. La mecánica es la siguiente: cuando no ha
pasado mucho tiempo después de la formación de la pareja, e incluso antes de
formarse ésta, es normal que haya unas cuantas citas y entre medias un contacto
por programas de mensajería tipo Whatsapp o por teléfono. La persona
experimentará ansiedad si hay un retraso superior al esperado con uno de esos
mensajes o llamadas; por ejemplo, si habitualmente se dan los “buenos días” por
mensaje y ha pasado más de media hora del momento habitual, dicha persona
empezará a sentir inquietud, y de inquietud podrá pasar incluso a la
desesperación obsesiva. De nada servirá que la pareja haya tenido un
comportamiento intachable hasta el momento. Si dicho mensaje llega minutos
después se reducirá milagrosamente la ansiedad, pero eso no servirá para
prevenir situaciones futuras porque, la experiencia y racionalidad juegan un
papel muy exiguo ante todas estas fuerzas afectivas.
b) Los celos. Miedo a que la pareja se
pueda fijar en otra persona mejor, más guapa...Lo cual revela un déficit en la
autoestima. De esta manera, cualquier comentario que la pareja pueda hacer con
respecto a determinadas amistades, compañeros de trabajo, seguidores de redes
sociales...que se identifiquen como personas amenazantes suscitará una reacción
de obsesividad, de pensar que se puede fijar en ellas, desearlas o querer tener
la relación con ellas.
c) Amonestaciones continuas, demandadas a
causa de una supuesta o real falta de interés, comportamientos aparentemente
negativos...que ocasionan gran ansiedad. A través de la imposición se intenta
que la pareja cambie su proceder, no con un ánimo de controlarla, sino con la
pretensión de calmar la ansiedad generada por la posible pérdida total de la
relación. Estos enfados se viven de una manera muy negativa por el otro miembro
de la relación: cuando tienen una parte
de fundamento, se experimentan con notable malestar y agobio que se verbaliza de manera cada vez más
acentuada, produciéndose con el paso de las semanas y de los meses una escalada de violencia, con la aparición de
menosprecios, faltas de respeto graves...; cuando no existe razón alguna el
sujeto destinatario se siente tratado injustamente, da explicaciones o
justificaciones en exceso, se fuerza a actuar de una forma en la que es eviten
discusiones, sufre por la sospecha constante de la pareja y por su puesta en
duda constantemente, y otras circunstancias a cual más negativa. Esta sucesión
de enfados y de dudas infundadas erosiona notablemente la relación y el miedo a
la ruptura del sujeto vulnerable se convierte en una profecía autocumplida.
d) Comportamientos sumisos, son muy habituales y
dependen tanto de la personalidad del individuo con miedo al rechazo como de la
relación que tenga con su pareja (aunque nos centramos en el contexto de la
pareja abarca otros ámbitos). Si la otra persona amenaza explícitamente con
romper si hay más enfados o es muy agresiva, por ejemplo, dificultará mucho más
los comportamientos de reproche y favorecerá los sumisos, independientemente de
la personalidad del sujeto. Se piensa que con la sumisión uno gana puntos con
la pareja, que se torna en imprescindible porque nadie va a tener un trato más
fácil con ella o agradarla tanto. En realidad, con la sumisión disminuye su
propia valoración, su cotización personal, y por eso el otro miembro de la
pareja actúa exactamente igual, disminuyendo la valoración del subordinado.
Este proceso de desequilibrio es inagotable, progresivo, se acentúa con el paso
del tiempo: el sumiso se hace más sumiso y el dominante más dominante. Una vez
más, el miedo a la ruptura total se convierte en una profecía autocumplida. La
persona dominante se siente poderosa y despliega conductas de desprecio,
crueldad e incluso asco, y en cualquier caso, de menosprecio muy intenso. La
reacción del sumiso será incrementar la sumisión con una absoluta
autoanulación, por lo que se perpetúa el círculo vicioso.
e) Actitudes de reaseguramiento. Se
parecen mucho a las conductas de comprobación propias de otras patologías como
el TOC, y no es casualidad porque son respuestas habituales a la ansiedad. Son,
en definitiva, comportamientos dirigidos a tranquilizar a la persona, a calmar
el miedo, comprobaciones de que todo sigue en su sitio y de que la relación va
a continuar. Hay dos tipos:
·
Efectuado
por el sujeto de forma individual: Se trata de análisis más o
menos exhaustivos de diversas conductas de la otra persona que intranquilizan
notablemente. Se busca encontrar algo a lo que agarrarse, cualquier comentario
o gesto que, en cierto modo, pueda paliar la sensación de ansiedad que se
experimenta. Por ejemplo, si la persona vulnerable detecta un distanciamiento
en los mensajes de texto o llamadas telefónicas, buscará algo que calme su
ansiedad y podrá aferrarse a un “te quiero” que observe en dichos mensajes. Son
comportamientos de autotranquilización que quizás lleguen a efectuarse de forma
compulsiva, es decir, con excesiva recurrencia.
·
Comportamientos
que requieren de la pareja: Son los más habituales, ya que por lógica
quien más puede tranquilizar es el otro. Se solicita al otro que reafirme su
compromiso, que sea más cariñoso o que proyecte un futuro en pareja. Son las
demandas de amor y atención.
Estos comportamientos reducen la ansiedad a
corto plazo, aunque no en el medio y en el largo.
2. Miedo a la pérdida de interés
Se trata
de la misma manifestación que el miedo a la ruptura, pero con una intensidad
menor. La diferencia de ambos es más cuantitativa que cualitativa. El miedo a
la ruptura supone picos más altos de ansiedad y con ellos una disminución muy
acusada del estado de ánimo o un acceso de ira. En el miedo a la pérdida de
interés se mantiene una intranquilidad constante y se va erosionando la calidad
de la relación. Es el caldo de cultivo perfecto para el mantenimiento constante
de la preocupación obsesiva. Sin necesidad de entrar en pánico, se reafirma una
ansiedad continua y con ello, se genera una obsesividad que debilita
notablemente al individuo
El
miedo a la pérdida de interés se fundamenta en la percepción angustiosa por
parte del individuo vulnerable de que su pareja le presta menos atención, no la
prioriza con respeto a otras personas o actividades o le da menos importancia.
Este miedo puede estar fundamentado en mayor o menor medida, desde ser
inadecuado hasta totalmente lógico. Si
es inadecuado es el sujeto el que distorsionará
la realidad por su miedo y verá peligros donde no los hay; si es fundamentado, los sufrirá más que
cualquier otra persona y reaccionará de manera inapropiada, bien con ira o bien con una ausencia de
reivindicación propia que redunde en una tendencia sumisa.
3.
Intolerancia
a la ruptura
En un
gran número de casos, la pareja sí llega a actuar de una manera que promueva la
inseguridad afectiva, o sea, sí existe una falta de interés patente que duela y
que haga sentir un rechazo a la otra persona. En estas situaciones, sobre todo
si son continuas y más o menos graves, hablamos de relaciones de baja calidad
que deberían como mínimo cuestionarse y, en el peor de los casos, romperse.
Cuando
la persona no es vulnerable al rechazo, es capaz de cuestionar o romper la
relación, seguramente con dolor y con dificultad, tomándose el tiempo
necesario. Cuando sí existe la vulnerabilidad al rechazo, se da un
comportamiento paradójico: el individuo sufre terriblemente la situación porque
es hipersensible a ella, pero precisamente por dicha hipersensibilidad
considera angustiosa la ruptura definitiva y no la efectúa ya que el miedo a la
ruptura es la primera manifestación de esta vulnerabilidad afectiva.
Bibliografía
Castelló, J. (2019). El miedo al rechazo en la
dependencia emocional y en el trastorno límite de al personalidad. Madrid:
Psicología Alianza Editorial.
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