¿QUÉ ES LA IDENTIDAD?
La identidad es la parte de nosotros mismos que permite a
las personas de nuestro entorno conocer quiénes somos, qué pueden esperar y
formarse una impresión de nosotros. A lo largo del proceso de maduración el
ser humano va elaborando una imagen de sí mismo diferente de otras personas.
La identidad consiste según señala Bermúdez (2003) en
La
percepción y vivencia que cada uno tiene de sí mismo, como poseedor de unas
determinadas competencias y habilidades con unas necesidades e intereses y
valores concretos, con unos proyectos e ilusiones que desearía lograr y
satisfacer (...) supone la percepción de sí mismo como totalidad integrada,
reconocible pese a los cambios que se puedan producir en el comportamiento a lo
largo del tiempo y al pasar las diversas situaciones que nos depara la vida
diaria...en la medida que el individuo se reconoce, posee una imagen segura y
fiable de sí mismo, puede anticipar su propio comportamiento en ocasiones
futuras, así como las posibles respuestas que va a recibir de los demás (pág.
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Aunque a lo largo de la vida se van produciendo cambios en
nuestro modo de actuar, la identidad se caracteriza por la continuidad. La mayoría de los aspectos que nos dan identidad
social como el género, el lenguaje, la etnicidad, el estatus socioeconómico...,
permanecen relativamente estables, y otros aspectos que son susceptibles de
cambiar (nivel de educación, trabajo...) lo hacen gradualmente, manteniendo el
sentido de continuidad. Pero a la misma vez, la identidad es constante, en el sentido que nos
permite ser únicos y diferentes a los demás.
El desarrollo de la identidad es un proceso que en muchas ocasiones genera malestar e
inseguridad, especialmente en determinadas etapas de la vida como la
adolescencia, en la que los individuos experimentan con varias identidades.
El término identidad fue acuñado por Erikson en la década
de los 60. Según Erikson la búsqueda de la identidad se inicia cuando el individuo decide tomar sus
propias decisiones separándolas de las decisiones de sus padres. En otras
ocasiones, la búsqueda de la identidad
se hace directamente, el individuo asume la identidad de los padres o
personas que son significativas para él mediante la incorporación de los
valores, metas y planes de las personas cuya identidad quiere adoptar. En estos
casos, las personas no sufren los temores o dudas que se producen cuando la
identidad se adquiere enfrentándose a valores, planes u objetivos que proponen
sus padres o personas significativas para ellas.
TRASTORNOS DE IDENTIDAD
Crisis de identidad
Disociación
del Autoconcepto
Crisis de identidad
La identidad se caracteriza por la continuidad, sin
embargo, a veces ocurren cambios que inciden significativamente en algún
aspecto relevante de la situación social y/o familiar (por ejemplo, una que
ocupa un cargo directivo importante y deja de ostentarlo por alguna
circunstancia). Cuando esto sucede, la persona puede llegar a experimentar una
“crisis de identidad”, un término
que propuso Erikson (1968) para definir el proceso de reestructuración que
supone la integración de los diferentes aspectos que conforman el uno mismo.
Mediante este proceso, que suele generar
incertidumbre y ansiedad, la persona logra tener una experiencia unificada
y precisa acerca de quién se es y qué se desea.
Tipos
de crisis de identidad (Baumesiter, 1997)
1)
Déficit
de identidad
·
Se produce como consecuencia de la dificultad
del individuo para formarse una identidad definida de sí mismo.
·
Tiene como efecto directo la incapacidad para
tomar decisiones en todos aquellos aspectos importantes relacionados con su
vida y el futuro.
·
Implica que la persona no sabe con claridad qué
debe hacer en aquellos temas relacionados con su actividad laboral, su vida
íntima y personal, la política o la religión.
Generalmente, los déficits de
identidad se originan cuando la persona rechaza valores y metas que conforman
su identidad para adquirir otros nuevos. Este proceso de rechazo de las
antiguas creencias y la búsqueda de nuevos sistemas de valores e ideas produce
vacío e inseguridad en la persona, a la vez que genera estados emocionales
contradictorios, de modo que en algunos momentos se siente confusa y deprimida
y, en otros, eufórica y muy contenta. En cualquier caso, los individuos que
experimentan este tipo de trastorno carecen de una opción propia, motivo por el
que son muy vulnerables a las influencias que sobre ellos ejerce la opción de
los demás.
2)
El
conflicto de identidad.
Ocurre como consecuencia del
antagonismo entre diferentes aspectos que definen la identidad del individuo en
momentos en los que se ve obligado a tomar decisiones con importantes
repercusiones para su vida. Por ejemplo, aceptar una promoción en el trabajo
que implica alejarse de la familia, cuando lo realmente importante para él es
mantener la vida familiar.
En estas situaciones en las
que las personas se ven obligadas a optar entre dos metas incompatibles que
implican dos posibles identidades, es cuando emergen generalmente los
conflictos de identidades; conflictos que suelen generar ansiedad e intensos
sentimientos de culpa y remordimiento por la sensación que tienen los
individuos de que abandonan importantes aspectos de su yo y dejan de ser ellos
mismos para convertirse en otros.
Etapas más proclives a la aparición de
crisis de identidad (Baumeister, 1997):
Las etapas del ciclo vital caracterizadas
por nuevos planteamientos sobre sí mismo y la realidad social y profesional.
Según Baumeister, tanto la
deficiencia como la crisis de identidad suelen resolverse mediante un proceso
que implica, por un lado, decidir cuáles
son los valores y las metas más importantes para la persona y, por otro
lado, asimilar y poner en práctica
dichos valores, trabajando para alcanzar las metas que desea con el fin de
lograr una identidad segura.
Disociación del
Autoconcepto
La disociación es un mecanismo que permite
la separación de procesos y contenidos psicológicos que en condiciones normales
es de gran utilidad en la medida que nos permite realizar actividades complejas
que implican más de una tarea, manteniendo fuera de la conciencia aquellas que
son rutinarias.
En el ámbito clínico, los trastornos disociativos de la
personalidad (TDP) se originan debido a “un fallo de la integración de
varios aspectos de identidad, memoria y conciencia” (Maldonado y Spiegel,
2007).
Los TDP hacen referencia a la
fragmentación de la experiencia de sí mismo sin que el individuo sea consciente
de dicha fragmentación. Estos trastornos pueden ser considerados como
desórdenes relacionados con la experiencia de la propia identidad y suelen
estar estrechamente vinculados con experiencias traumáticas graves y repetidas
(malos tratos y abuso sexual) que se inician generalmente en la infancia
(Irwin, 1999). En este sentido, la disociación ocurre como una defensa que se activa involuntariamente con
el fin de mantener el control mental en aquellas situaciones en las que se
ha perdido el control físico.
La intensidad y gama de la
experiencia disociativa suele variar según el trastorno que experimente la
persona. La disociación se sitúa dentro de un continuo de severidad que oscila
desde la experiencia más leve (quedarse absorto leyendo un libro y no darse
cuenta de lo que sucede alrededor) hasta la forma más grave, el denominado
trastorno de personalidad múltiple, caracterizado por un funcionamiento anómalo
de las funciones de conciencia, memoria e identidad, habitualmente integradas.
Así mismo, los TDP producen en las personas estados subjetivos, en forma de
pensamientos, sentimientos y acciones, que no provienen de ninguna parte,
conductas que parecen estar controladas por una fuerza externa y emociones que
no tienen sentido en ese momento (sensación de desapego corporal de sí mismo e
irrealidad, adormecimiento de las emociones, agudización de los sentidos,
cambios de percepción del entorno, ralentización del tiempo, aceleración de los
pensamientos y experiencias, movimientos robóticos o automáticos, resurgimiento
repentino de recuerdos olvidados...) (Steinberg y Schnall, 2002).
Existe un amplio consenso
respecto a que los síntomas disociativos son más prevalentes en pacientes con
trastornos del Eje II, como es el caso, por ejemplo, del Trastorno límite de
personalidad (TLP). Así mismo, los datos sobre comorbilidad indican que los
principales diagnósticos asociados con los trastornos disociativos son los
trastornos depresivos, las toxicomanías y el TLP.
Con respecto al tratamiento de
los trastornos disociativos, el problema estriba en la dificultad de
integración mental que presentan estos pacientes. Maldonado y Spielger (2007)
sugieren:
·
Hipnosis
·
Trabajar con los recuerdos relacionados con el
trauma
·
Énfasis en la integración de elementos
disociados de la estructura de personalidad
Referencia bibliográfica
Bermúdez, J., Pérez, A. M., Ruiz, J. A., Sanjuán, P.,
& Rueda, B. (2011). Psicología de la personalidad. Madrid: UNED.
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