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¿A QUÉ COSAS DE LA RELACIÓN NOS APEGAMOS?

 

¿A QUÉ COSAS DE LA RELACIÓN NOS APEGAMOS?

Para que haya apego debe haber algo que lo justifique: o evitamos el dolor o mantenemos la satisfacción. Nadie se aferra al sufrimiento por el sufrimiento mismo. Ni siquiera los masoquistas se apegan al dolor, sino al deleite de sentirlo.

Si pensamos un momento cómo funciona el apego afectivo en cada uno de nosotros, veremos que la «supersustancia» (placer/bienestar más seguridad/protección) siempre está presente, porque es el motivo del apego. Sin ella, no hay dependencia.

La mayoría de las personas apegadas son emocionalmente inmaduras y muy necesitadas de cuidado. Mientras el principio del placer y el principio de seguridad estén en juego, así sea en pequeñas dosis, uno puede apegarse a cualquier cosa, en cualquier lugar y de cualquier manera.

De acuerdo con la historia personal afectiva, la educación recibida, los valores inculcados y las deficiencias específicas, cada cual elige su fuente

de apego o cada apego lo elige a uno.

Tipos de apego afectivo más comunes observados en la práctica clínica

Algunos apegos están mediados por esquemas desadaptativos y otros, por simple gusto o placer. Una persona puede apegarse a uno, varios o, si está muy de malas, a todos. Los apegos del menú son los siguientes:

·         a la seguridad/protección,

·         a la estabilidad/confiabilidad,

·         a las manifestaciones de afecto,

·         a las manifestaciones de admiración y

·         al bienestar/placer de toda buena relación (por ejemplo, sexo, mimos, tranquilidad y compañerismo).

1. La vulnerabilidad al daño y el apego a la seguridad/protección

El esquema principal es la baja autoeficacia: «No soy capaz de hacerme cargo de mí mismo». Estas personas necesitan de alguien más fuerte, psicológicamente hablando, que se haga responsable de ellas. La idea que las mueve es obtener la cantidad necesaria de seguridad/protección para enfrentar una realidad percibida como demasiado amenazante.

Este tipo de apego es de los más resistentes porque el sujeto lo experimenta como si fuera una cuestión de vida o muerte. Aquí no se busca amor, ternura o sexo, sino supervivencia en estado puro. Lo que se persigue no es activación placentera y euforia, sino calma y sosiego.

El origen de este apego parece estar en la sobreprotección parental durante la niñez y en la creencia aprendida de que el mundo es peligroso y hostil. El resultado de esta funesta combinación («No soy capaz de ver por mí mismo» y «El mundo es terriblemente amenazante») hace que la persona se perciba a sí misma como indefensa, desamparada y solitaria. El destino final es altamente predecible: no autonomía, no libertad y, claro está, dependencia.

La seguridad obtenida no siempre es evidente. Las señales de protección pueden ser muy sutiles y aparentemente sin sentido, pero útiles y significativas para la persona. No importa qué tan fría sea la relación, a veces la sola presencia de la pareja produce la sensación de estar a buen resguardo. Estar con ella o con él, compartir el mismo espacio, respirar el mismo aire, dormir en la misma cama, mirar la misma televisión, cuidar los mismos hijos o vivir la misma vida es suficiente para sentirse acompañado, es decir, «no solo». Conque la pareja esté ahí, visible y bajo el mismo techo, el adicto y su necesidad quedan satisfechos.

Déficit: Baja autoeficacia («No soy capaz de bastarme a mí mismo»).

Miedo: Al desamparo y la desprotección.

Apego: A la fuente de seguridad interpersonal.

2. El miedo al abandono y el apego a la estabilidad/confiabilidad

Todos esperamos que nuestra pareja sea relativamente estable e incuestionablemente fiel. De hecho, la mayoría de las personas no soportarían una relación fluctuante y poco confiable, y no sólo por principios sino por salud mental. Por donde se mire, una relación incierta es insostenible y angustiante. Anhelar una vida de pareja estable no implica apego, pero volverse obsesivo ante la posibilidad de una ruptura, sí.

En ciertos individuos la búsqueda de estabilidad está asociada a un profundo temor al abandono y a una hipersensibilidad al rechazo afectivo.

La confiabilidad se convierte, para ellos, en una necesidad compulsiva para soliviar el miedo anticipatorio a la carencia. No importa que la esposa sea mala amante, pésima ama de casa, regular mamá o poco tierna: «Pero es confiable, sé que jamás me abandonará». El marido puede ser frío, mujeriego, agresivo y mal padre, pero si es un hombre «estable», constante, predecible y perseverante en la relación, queda eximido de toda culpa: «No importa lo que haga, me da la garantía de que siempre estará conmigo». Lo determinante es que se haga presencia (obviamente si hay algo de amor mejor, pero no es una condición imprescindible).

La historia afectiva de estas personas está marcada por despechos, infidelidades, rechazos, pérdidas o renuncias amorosas que no han podido ser procesadas adecuadamente. Más allá de cualquier argumento, lo primordial para el apego a la estabilidad/confiabilidad es impedir otra deserción afectiva: «Prefiero un mal matrimonio, a una buena separación».

El problema no es de autoestima, sino de susceptibilidad al desprendimiento. El objetivo es mantener la unión afectiva a cualquier costo y que la historia no vuelva a repetirse.

Déficit: Vulnerabilidad a la ruptura afectiva («No soportaría que mi relación fracasara»).

Miedo: Al abandono.

Apego: A las señales de confiabilidad/permanencia.

3. La baja autoestima y el apego a las manifestaciones de afecto

En este tipo de apego, aunque indirectamente también se busca estabilidad, el objetivo principal no es evitar el abandono sino sentirse amado. Incluso muchas personas son capaces de aceptar serenamente la separación, si la causa no está relacionada con el desamor: «Prefiero una separación con amor, a un matrimonio sin afecto».

No obstante, una cosa es que nos guste recibir amor y otra muy distinta quedar adherido a las manifestaciones de afecto. Estar pendiente de cuánto cariño nos prodigan para verificar qué tan queribles somos, es agotador tanto para el dador como para el receptor.

Si una persona no se quiere a sí misma, proyectará ese sentimiento y pensará que nadie podrá quererla. El amor se refracta siempre en lo que somos. El miedo al desamor (carencia afectiva) rápidamente se transforma en necesidad de ser amado. Cuando alguien se aproxima afectivamente, los sujetos con baja autoestima se sorprenden y dudan seriamente de las intenciones del candidato. Como si dijeran: «Si se fijó en mí, algo malo debe tener». Paradójicamente, la conquista puede no ser tan fácil, ya que un nuevo temor desplaza momentáneamente al anterior: el miedo a sufrir.

Desamor y desengaño anticipado se mezclan creando la sensación de estar atrapado entre dos males posibles. Un nuevo conflicto nace: necesito el amor, pero le temo. Pese a todo, si el aspirante es perseverante y bastante convincente a la hora de mostrar sus buenas intenciones, la entrega se produce.

A partir del preciso instante en que se acepta la propuesta y la relación se hace efectiva, el apego se dispara en toda su intensidad. En un santiamén, la adicción al nuevo amor queda configurada y establecida con fuerza de ley: «¡Al fin alguien se ha dignado amarme!» Lo que sigue es una vida de pareja donde el cariño, la ternura y otras manifestaciones de afecto serán vistas por el apegado como señales de que el amor aún está presente. Un termómetro para detectar «qué tanto cotizo». Si la expresión de afecto disminuye por cualquier razón intranscendente, el individuo adicto puede volcarse desesperadamente a recuperar «el amor perdido», como si la relación estuviera a punto de desbaratarse. Si, por el contrario, el intercambio afectivo es fluido y consistente, el adicto obtendrá su consumo personal y todo volverá a la calma.

Uno de los indicadores erróneos de cotización afectiva más utilizado por la gente apegada es la deseabilidad sexual. La aseveración: «Si soy deseable, soy querible», ha hecho que más de una persona se entregue al mejor postor, buscando obtener amor. La necesidad de amor puede confundirse con lo sexual, pero no es lo mismo. Los hombres podemos desear y no sentir afecto, las mujeres pueden amar y no desear al ser amado, y viceversa en cada caso. El sexo no está hecho para tasar valores afectivos, sino para consumirlos.

Las personas con baja autoimagen, que se consideran poco atractivas o feas, pueden aferrarse muy fácilmente a quienes se sientan atraídos por ellas. A veces este apego funciona como un acto de agradecimiento: «Gracias por tu mal gusto».

En ciertas ocasiones, compartir los complejos puede crear mucha más adicción que compartir virtudes; al menos en el primer caso la competencia no cabe.

Déficit: Baja autoestima («No soy querible»).

Miedo: Al desamor (carencia afectiva).

Apego: A las manifestaciones de afecto/deseabilidad.

4. Los problemas de autoconcepto y el apego a la admiración

El autoconcepto se refiere a qué tanto me acepto a mí mismo. Es lo que pienso de mí. En un extremo están los narcisistas crónicos (el complejo de Dios), y en el otro, los que viven defraudados de sí mismos (el complejo de cucaracha).

A diferencia de lo que ocurría con la baja autoestima, aquí la carencia no es de amor sino de reconocimiento y adulación. Estas personas no se sienten admirables e intrínsecamente valiosas; por tal razón, si alguien les muestra admiración y algo de fascinación, el apego no tarda en llegar. Más aún, una de las causas más comunes de infidelidad radica en la conexión que se establece entre admirador y admirado. Exaltarle el ego a una persona que se siente poca cosa, y que además ha sido descuidada por su pareja en este aspecto, puede ser el mejor de los afrodisíacos. Encantarse con ciertas virtudes, elogiar cualidades, aplaudir, dar crédito y asombrarse ante alguna habilidad no apreciada por el ambiente inmediato, es abrirle paso al romance. La admiración es la antesala del amor.

El bajo autoconcepto crea una marcada sensibilidad al halago. Tanto es así que puede convertirse en la principal causa de una relación afectiva.

Déficit: Bajo autoconcepto («No soy valioso»).

Miedo: A la desaprobación/desprecio.

Apego: A la admiración/reconocimiento.

5. El apego «normal» al bienestar/placer de toda buena relación

Aunque por definición todo apego es contraproducente (a excepción del famoso attachment), ciertas formas de dependencia son vistas como «normales» por la cultura, e incluso por la psicología. Esta evaluación benévola y complaciente tiene dos vertientes:

·         La primera argumenta que la existencia de estas «inocentes» adicciones ayuda a la convivencia, lo cual es bien visto por la estructura social-religiosa tradicional.

·         La segunda posición sostiene que muchos de estos estimulantes afectivos no parecen relacionarse con esquemas inapropiados, sino con el simple placer de

consumirlos.

 De todas formas, su frecuente utilización y la incapacidad de renunciar a ellos los convierte en potencialmente tóxicos.

Los reforzadores que se obtienen de una buena relación varían de acuerdo con las predilecciones del consumidor; sin embargo, la experiencia ha demostrado que algunas formas de bienestar interpersonal son especialmente susceptibles a generar apego. Entre ellas:

sexo, mimos/contemplación, compañerismo/afinidad y tranquilidad.

Como es sabido, el APEGO SEXUAL mueve montañas, derriba tronos, cuestiona vocaciones, quiebra empresas, destruye matrimonios, sataniza santos, enaltece beatos, humaniza frígidas y compite con el más valiente de los faquires. Encantador, fascinante y enfermador para algunos; angustiante, preocupante y desgarrador para otros.

Cuando la adicción sexual es de parte y parte, todo anda a pedir de boca. La relación se vuelve casi indisoluble. Pero si el apego es unilateral y no correspondido, el que más necesita del otro termina mal, o abre sucursal. Las parejas que coinciden en su afán sexual, no necesitan terapeutas ni consejeros, sino una buena cama (finalmente todo lo arreglan bajo las sábanas). Dos adictos al erotismo, viviendo juntos, alimentando a cada instante el apetito, jamás se sacian. Por el contrario, cada vez se necesitan más y la droga debe ser mayor para producir el mismo efecto.

Ningún drogadicto se cura por saciedad. Si alguna víctima de este apego decide acabar valiente e inquebrantablemente con la pasión que lo embarga, las recomendaciones exceden la ortodoxia terapéutica: rezar mucho, entregarse al ángel de la guarda o irse a vivir a Alaska, lo más lejos posible del oscuro objeto del deseo.

El apego a los MIMOS/CONTEMPLACIÓN puede estar libre de todo apego sexual y de cualquier esquema deficitario. En estos casos, el simple gusto por el contacto físico, o el «contemplis» en general, es el que manda.

Ya sea por causas heredadas o aprendidas, la hipersensibilidad a los arrumacos pone en marcha un alud placentero y arrollador, imposible de detener, que se irradia hasta los lugares más recónditos de nuestro organismo. No es de extrañar que las personas mimosas queden fácilmente atrapadas por los besos, los abrazos, la sonrisa u otras manifestaciones de afecto.

Contrariamente a lo expresado, para las personas inhibidas, tímidas, inseguras, introvertidas y emocionalmente constipadas, la expresión de afecto puede ser el peor de los aversivos. Hay infinitas maneras de complacer a la persona que se quiere, pero debe haber un receptor disponible. Cuando el dador de amor encuentra un terreno propicio para que la contemplación prospere, no hay nada más estimulante que malcriar a la persona amada.

El apego al COMPAÑERISMO/AFINIDAD es mucho más fuerte de lo que uno podría creer. He visto personas supremamente apegadas, cuyo único y principal enganche es la congruencia de sus gustos e inclinaciones. Y aunque sexual y afectivamente no estén tan bien, el amiguismo y la buena compañía los mantiene íntimamente entrelazados. No es fácil ser compañero, confidente y cómplice de la pareja, pero si este nexo ocurre, la unión adquiere una solidez sustancial.

Cuando una pareja apegada por la camaradería intenta separarse, el intento no suele prosperar, porque hallar un sustituto afín es supremamente difícil. Como si se tratara de un karma, cada nuevo intento les recuerda lo cerca que todavía están de su «ex». La urgencia por regresar a casa desespera y no da espera. En cuestión de días o semanas se restablece nuevamente el idilio, y las coincidencias que los mantenían unidos vuelven a activarse con más fuerza que nunca.

Si el compañerismo se exagera, el amor adquiere un aroma a fraternidad casi incestuoso. Los individuos apegados al compañerismo de la pareja están dispuestos a sacrificar el placer de sentir amor, con tal de no perder las ventajas de vivir con el mejor amigo.

El apego a la CONVIVENCIA TRANQUILA Y EN PAZ es de los más apetecidos, sobre todo después de los cuarenta años. Hay una época en la vida en que estamos dispuestos a cambiar pasión por tranquilidad. Muchos de mis pacientes prefieren la calma hogareña a las simpáticas y divertidas emociones fuertes. Mientras algunas personas no toleran las discusiones y peleas, a otras les fascina vivir en estado de beligerancia. Así como el buen clima afectivo es un requisito imprescindible para que el amor prospere, la convivencia estresante destruye cualquier relación. Pero si obtener la tan apreciada tranquilidad implica renunciar a los demás placeres y alegrías que el amor sano me puede ofrecer, pensaría seriamente en revisar mi concepto de paz.

Bibliografía

Walter Riso. ¿amar o depender?

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