LA TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA
SOMÁTICA
La labor de la psicoterapia sensoriomotriz, al igual que de todas las
psicoterapias, se ve tanto facilitada como dificultada por la relación
transferencial que se establece entre el terapeuta y el paciente (Pearlman y
Saakvitne, 1995). El comprender la complejidad de estas poderosas fuerzas
cuando se aplican las estrategias somáticas es tan necesario como en cualquier
otra intervención terapéutica. A medida que se establece una conexión
con el terapeuta, la relación terapéutica le ofrece al paciente la oportunidad
de vivenciar un apego seguro en el aquí y ahora, pero también saca a relucir
unas tendencias transferenciales asociadas a las relaciones de apego
procedentes del pasado (Sable, 2000). Determinadas por la experiencia
de la traumatización y la traición interpersonal, las relaciones
transferenciales postraumáticas pueden ser excepcionalmente intensas y
volátiles. En respuesta al terapeuta, los pacientes sienten miedo,
rabia, desconfianza y suspicacia, además de esperanza, vulnerabilidad y
añoranza, y se muestran agudamente receptivos a las señales sutiles de
desinterés o de interés, de compasión o de enjuiciamiento, de abandono o de
constancia (Herman, 1992; Pearlman y Saakvitne, 1995).
Un ejemplo de transferencia difícil que se pudo abordar tuvo lugar cuando
una paciente traumatizada que estaba en terapia de pareja comenzó a sentir que
su terapeuta y su padre eran similares. Su padre la había maltratado y
desatendido, y con frecuencia la comparaba con su hermana, a la que prefería y
trataba bien. La paciente sentía una mezcla de miedo, rabia y frustración, y
afirmaba que el terapeuta la estaba rebajando y aliándose con su marido.
Llegados a este punto, el terapeuta tomó sus declaraciones en sentido literal y
primeramente exploró todas las formas mediante las cuales la paciente se había
podido sentir ofendida durante la sesión. Después de una exploración
concienzuda, el terapeuta comprendió la acusación de la paciente y concedió que
había dicho algunas cosas que se podía interpretar que estaban sesgadas.
Después de esta declaración, que validaba y de algún modo satisfacía los
sentimientos de la paciente, el terapeuta añadió:
“En el tratamiento del trauma, cuando afloran las emociones o cuando nos
sentimos alterados dentro de una relación, también puede ser útil explorar la
posibilidad de que nuestras antiguas relaciones puedan estar reproduciéndose
nuevamente dentro del marco de la dinámica de la relación actual. Pasemos a
explorar los estados corporales específicos que se han visto suscitados en tu
caso y mantengámonos abiertos a la posibilidad de que estos estados puedan
tener varios estratos. Puede que descubramos que las sensaciones y reacciones
corporales suscitadas por la dinámica actual que se está dando aquí en esta
habitación entre tu marido, tú y yo, se relacionan igualmente con el maltrato
que sufriste en tu casa y que te incluyó a tus padres y a ti”. Con esto, el
terapeuta hizo que la paciente considerase y revisara
la vivencia somática que acompañaba a la dinámica existente entre los tres,
y que habían estado explorando sólo cognitivamente. El terapeuta le pidió a la
paciente que prestara atención a su cuerpo cuando tomaba conciencia de la
presencia, a su derecha, de su marido (por el que se sentía excluida y
minusvalorada) y del terapeuta (que le había “dado la impresión” de que sentía
preferencia por su marido). La paciente sintió aflorar su estado
corporal como una mezcla de tensión, aumento de la activación fisiológica y una
sensación de “sentirse perdida”, todo ello combinado con miedo y ansiedad. La
paciente reconoció que estaba volviendo a sentirse fracasada como antaño en
relación con el maltrato y el abandono emocional de su padre, que tenía
idealizada y prefería a su hermana. Con la ayuda de este
descubrimiento (insight), el terapeuta ayudó a la paciente a
diferenciarle más claramente de su padre ofensivo con la ayuda de una almohada
que representaba a su padre. En la exploración subsiguiente, la paciente fue
alentada a coger una cuerda y colocarla formando un círculo alrededor de ella
con objeto de señalar sus límites, y a continuación escribir tres notas
distintas en tres hojas de papel, una dirigida a su padre, otra dirigida a su
terapeuta y otra dirigida a su marido. La paciente escribió en un papel: “No te
acerques” y “Entra en mi espacio solamente con mi permiso”, colocándolo delante
de su padre (la almohada). La paciente escribió en otro papel: “Escucha también
mi versión” y lo colocó delante de su terapeuta. En el papel dirigido a su
marido escribió: “Por favor, tómate en serio lo que siento”. A través de esta
exploración la paciente se aclaró respecto de qué elemento de su pasado se
había visto estimulado, y también respecto de qué necesidades específicas tenía
ella en relación con cada una de las personas implicadas tanto en su pasado
como en la situación actual.
(C:
en las terapias de pareja inicialmente conocer tipo de apego y posibles
esquemas)
El término transferencia alude al fenómeno de
la asociación y la predicción inconscientes: las características
más sobresalientes del terapeuta o de la relación terapéutica evocan redes
asociativas cognitivas, emocionales y sensoriomotrices vinculadas a relaciones
históricas emocionalmente significativas. El tratamiento se ve afectado por las
reacciones transferenciales negativas que se pueden manifestar bajo la forma
de hiperactivación o hipoactivación autónoma, tensión física excesiva,
rebeldía, suspicacia, rabia, miedo, sumisión y evitación. El
tratamiento se ve afectado igualmente por las manifestaciones positivas de la
transferencia, tales como los sentimientos de idealización, la búsqueda de
proximidad excesiva con el terapeuta, confianza ciega y conformidad sumisa.
Los conflictos infantiles no resueltos del paciente en diferentes fases del
desarrollo afectan a la transferencia de diferentes formas: problemas muy
antiguos relacionados con la desatención grave pueden derivar en una reacción
transferencial positiva que incluye la visión del terapeuta como una figura
nutricia; problemas
adolescentes pueden evocar un “encaprichamiento” (crush, un
enamoramiento adolescente transitorio) hacia el terapeuta (Hunter y
Struve,1998), que se manifiesta bajo la forma de conductas de cortejo y
galanteo (coquetería) características del sistema de acción de la
sexualidad
Además, la experiencia del trauma interpersonal deja como legado
transferencial tanto el deseo de salvación como la convicción de la traición
(Davies y Frawley, 1994; Herman, 1992). El paciente puede vivir al terapeuta
como el agresor o el salvador, o reaccionar a la neutralidad del terapeuta como
si el terapeuta fuera un espectador indiferente.
Estas reacciones deben tratarse como síntomas de experiencias de
desatención grave y/o traumatización y tomarse en serio (Maldonado y Spiegel,
2002; Spiegel, 2003).
De forma característica, el lenguaje corporal del paciente suele transmitir
estas cuestiones conflictivas mucho antes de que el paciente pueda
expresar (verbalizar) los pensamientos o los sentimientos no
formulados ni diferenciados (Krueger, 2002). Las tendencias a nivel de
movimientos, tensión o gestos suelen ser los primeros indicadores de los
fenómenos transferenciales. El deseo de ser salvado, por ejemplo, puede
manifestarse bajo la forma de una organización (disposición) somática
infantil: la cabeza ladeada, la orientación hacia abajo en una actitud de
indefensión, o mirando hacia “arriba” (alzando la vista) al terapeuta
con idealización.
El terapeuta rastrea los signos, a menudo sutiles, de los subsistemas
defensivos indicativos de la transferencia:
· sumisión (bajar la vista, aquiescencia y
conformidad, flacidez en la musculatura),
· paralización (tensión general,
inmovilidad),
· huida (echarse hacia atrás) o
· ataque (tensar los brazos y los
hombros).
A medida que progresa el tratamiento, los esfuerzos del paciente por
rastrear, comprender, identificar y expresar las emociones suelen derivar en la
manifestación de estados afectivos de temor, vulnerabilidad,
inseguridad o rabia hacia el terapeuta, lo que refleja la convicción interna
del paciente de que la vivencia emocional está asociada a la amenaza.
Habría que analizar tanto las tendencias somáticas como la dinámica
relacional implicadas, ayudando al paciente a diferenciar la relación
terapéutica actual de las relaciones pasadas, a fin de prevenir la
reescenificación traumática patológica y la transferencia traumática
inabordable. Por ejemplo, la rabia y la desconfianza hacia el terapeuta pueden
indicar la activación de reacciones defensivas movilizadoras activas, perdidas
o truncadas, que a continuación se pueden trabajar somáticamente, en lugar de
interpretarse como mera transferencia hacia el terapeuta. Al mismo tiempo que
observa estos fenómenos, el terapeuta debería evitar minimizar la fuerza de los
sentimientos del paciente hacia él, lo que también requiere atención.
Los problemas evolutivos no resueltos también se ven estimulados de forma
natural e inconsciente dentro del contexto de la transferencia. Con frecuencia, “las
transferencias de la propia identidad corporal temprana corresponden a
los recuerdos somáticos y sensoriales ya sea del contacto físico con la
madre, o de la necesidad de contacto sensorial y la receptividad que estuvieron
ausentes. Estas vivencias sensoriales y somáticas incipientes
relacionadas con las primeras experiencias de apego… se activan bajo la
forma de la vivencia transferencial del paciente, además de la memoria
procedimental respecto de lo que sucedió o no sucedió originalmente” (Krueger,
2002, p.181). Esta dinámica se puede manifestar a través de actitudes
infantiles, ilusiones de ser cogido en brazos (held,
abrazado) o ansias de intimidad (closeness, contacto físico),
tales como “fantasías y sensaciones de poder acceder al cuerpo del
terapeuta y de entremezclar los cuerpos de una forma sensual, no sexual en
esencia, a veces bajo la forma de la exigencia de una respuesta física por
parte del terapeuta” (Krueger, 2002, pp. 181-182).
En consonancia con la mayoría de los enfoques, el psicoterapeuta
sensoriomotriz trata de hacer consciente la transferencia inconsciente.El
tratamiento se concentra tanto en trabajar la transferencia dentro del contexto
de la relación, como en explorar y clarificar las tendencias cognitivas,
emocionales y somáticas en el aquí y ahora asociadas a la transferencia. El
tratamiento permite explorar los fenómenos transferenciales sin suscitar
injustificadamente la activación fisiológica autónoma ni alterar indebidamente
la relación terapéutica.
Se fomenta la capacidad del paciente para la madurez, la autonomía y el
locus interno de control, al tiempo que permitiendo simultáneamente el
desarrollo de una dependencia apropiada hacia el terapeuta (Steele et
al., 2001).
Esencial para dilucidar las cuestiones transferenciales es que el terapeuta
observe las reacciones somáticas y emocionales del paciente ante cualquier
intervención terapéutica o acción física por parte del terapeuta; en respuesta
a tales reacciones, el terapeuta sopesa posibles significados e interviene en
consecuencia. Por ejemplo, cuando la terapeuta se inclinó hacia adelante en la
silla, el paciente, Jim, retro cedió físicamente (se echó para atrás). A
continuación, se procedió a verbalizar y analizar esta dinámica: ¿Y si la terapeuta
ajustara la proximidad retrocediendo ligeramente? (El paciente se tranquilizaba
y respiraba hondo). ¿Y si la terapeuta volviera a inclinarse hacia adelante?
(Jim volvía a echarse hacia atrás, su cuerpo se ponía rígido y su respiración
se volvía más superficial). Sintiendo curiosidad por la forma en que el
paciente estaba interpretando inconscientemente su acción -el “mensaje”
comunicado a Jim cada vez que ella se inclinaba hacia adelante- la terapeuta
repitió lentamente la acción y le pidió al paciente que advirtiera qué era lo
que le transmitía a nivel no verbal esta acción y que hacía que se echara para
atrás. La terapeuta dijo: “¿Cómo traducirías este movimiento en palabras? Si mi
gesto de inclinarme hacia adelante pudiera hablar, ¿qué diría?”. Jim contestó
inmediatamente:
“El hecho de inclinarse hacia adelante significa que usted quiere algo de
mí”. Esta exploración sacó a la luz la transferencia del paciente: su madre
había abusado sexualmente de él a lo largo de toda su niñez, y la creencia de
Jim era que la terapeuta, al igual que su madre, también podría querer algo de
él. A continuación, paciente y terapeuta prosiguieron analizando esta cuestión,
trabajando la forma en que su cuerpo acogía esta reacción, y procesando los
recuerdos y las emociones
que iban aflorando. A medida que Jim fue pudiendo separar el pasado del
presente, también pudo permanecer relajado cuando la terapeuta se inclinaba
hacia adelante. De este modo, dentro del marco de un enfoque somático, el
rastrear e identificar el significado de la comunicación somática que tiene
lugar “cuerpo a cuerpo” es esencial de cara a desvelar y trabajar la dinámica
transferencial.
Las reacciones contratransferenciales suelen considerarse como un valioso instrumento para el terapeuta de cara a
comprender al paciente. “No es posible ni tampoco preferible erradicar las
reacciones personales hacia un paciente. Nadie puede ser de ayuda para un
paciente respecto del cual no siente ninguna emoción en absoluto, y la
represión de tales emociones únicamente sirve para generar puntos ciegos”
(Kudler, Blank y Krupnick, 2001, p. 179). Escuchar el dolor, la rabia, el miedo
de un paciente puede suscitar ya no sólo empatía sino también vivencias
similares de sufrimiento en el terapeuta, y puede activar los problemas
traumáticos no resueltos del propio terapeuta (Figley, 1995).De no ser
analizadas, estas reacciones pueden afectar al tratamiento y enturbiarlo,
conduciendo a distorsiones o interrupciones de la terapia. Por ejemplo, si el
hecho de que la terapeuta se inclinara hacia adelante fuera un intento
inconsciente de “maternizar” la relación con Jim, esta acción física sería un
reflejo de la contratransferencia y requeriría un reconocimiento y una
consideración concienzuda por parte de la terapeuta. De no ser analizada, sin
lugar a dudas tendría un efecto adverso sobre la terapia. Se recomienda
encarecidamente que los terapeutas permanezcan atentos a sus propias reacciones
somáticas que podrían indicar posibles tendencias contratransferenciales, las
cuales se pueden manifestar bajo la forma de “cambios asociados a estados de
somnolencia, activación (excitación, emoción), inquietud, aburrimiento, o
deseos de coger en brazos, sacudir estrechar efusivamente, acunar, y demás
acciones dirigidas hacia el paciente” (Krueger, 2002, p. 186).
La contratransferencia somática es particularmente complicada cuando los
terapeutas se suman a sus pacientes, o se “acoplan” a ellos, se ponen al mismo
nivel, imitando inconscientemente su postura física y sus movimientos. Si el
reflejo especular se lleva a cabo sin un conocimiento consciente, el terapeuta
puede “asumir” (take on, en el sentido de hacer suya, apropiarse
de) la tensión, la activación fisiológica, los movimientos y la postura
del paciente sin darse cuenta, lo que a su vez afecta a los niveles cognitivo y
emocional de procesamiento.
Por otro lado, el reflejo deliberado le puede brindar al terapeuta una
valiosa información acerca de las tendencias físicas del paciente y ayudarle al
paciente a sentir una buena relación (rapport) empática con el
terapeuta.
La transferencia y la contratransferencia entre Peter y su terapeuta
ilustran cómo trabajar a nivel somático esta compleja dinámica. Peter, un joven
que se describió como una persona “genéticamente predispuesta al fracaso” vino
a tratamiento después de volver a perder a otra novia a la que se sentía
profundamente apegado. A pesar de sus remordimientos y de su autodesprecio
después de la ruptura, Peter seguía creyendo que la quería. Deseaba
apasionadamente que ella no le hubiese dejado y persistía en tratar de hacer
que volviera con él. Peter era un hijo único al que con frecuencia habían
dejado a su aire (abandonado a sus propias fuerzas). Sus primeros
recuerdos de su entorno doméstico eran los de una madre deprimida a la que
ingresaron en el hospital psiquiátrico en varias ocasiones por lo que parecían
ser los rasgos psicóticos de una enfermedad depresiva crónica. Su padre era un
hombre muy activo que siempre estaba trabajando. La psicoterapia tradicional no
había tenido éxito y Peter inició la psicoterapia sensoriomotriz con
escepticismo. Pero cuando conoció a su joven terapeuta femenino se sintió más
esperanzado, teniendo repentinamente la sensación de que las cosas podrían ir
mejor de lo que se había imaginado. Poco después de iniciar el tratamiento,
afloraron una serie de problemas transferenciales y contratransferenciales
importantes.
La terapeuta comprobó que le disgustaba la conducta de Peter y que, por
extensión, tenía una opinión desfavorable de él y se ponía tensa ante su
presencia. Pero la disposición de Peter a trabajar y de hecho su desesperación
al comienzo de la terapia la movió a querer ayudarle terapéuticamente. La
terapeuta buscó supervisión intentando comprender la fuerza de su reacción ante
el paciente y analizó algunas cuestiones de su pasado que podrían estar
contribuyendo al desarrollo de su contratransferencia. Descubrió que su
tendencia a tensar el cuerpo y alejarse físicamente de Peter era idéntica a una
característica que había desarrollado de niña en respuesta a su propia madre
necesitada, que esperaba que su hija cuidara de ella. Estos descubrimientos le
dieron la información que necesitaba para comprender su contratransferencia en
lugar de entregarse ciegamente a su reacción. Cuando el paciente vino a su
sesión de terapia, la terapeuta se recordó a sí misma que su madre y Peter no
eran la misma persona y conscientemente se refrenó de las acciones físicas de
tensarse y retraerse; en su lugar, respiró profundamente y se inclinó
ligeramente hacia adelante, relajando su cuerpo.
A medida que la terapia fue progresando, se desarrollaron sentimientos
transferenciales positivos en Peter. Se hicieron evidentes sentimientos de
amor, emoción y deseo sexual, y su terapeuta advirtió el aumento de la conducta
de galanteo en la postura corporal abierta, los brazos estirados a lo largo del
sofá, la cabeza inclinada hacia un lado, manteniendo el contacto ocular más
tiempo del habitual, y demás conductas seductoras. La terapeuta, con tacto,
llevó estas conductas a la conciencia del paciente, y éste reconoció su
atracción hacia ella.
Dentro del marco de una buena alianza terapéutica donde la seguridad, los
límites claros y el apoyo eran preponderantes, los sentimientos de Peter fueron
validados y aceptados como algo positivo, al tiempo que la terapeuta establecía
unos límites profesionales claros y le recordaba/garantizaba que sus
sentimientos no se verían materializados (acted upon) (Davies y
Frawley, 1994).
En lugar de ofrecer interpretaciones terapéuticas tradicionales de las
reacciones transferenciales de Peter, la terapeuta le preguntó si estaría
dispuesto a explorar su actitud física. El paciente se mostró de acuerdo, y la
terapeuta le pidió que tomara conciencia de la postura corporal abierta y de la
inclinación de la cabeza, tratando de advertir conscientemente qué sucedía
dentro de él. Cuando así lo hizo, Peter se sintió triste, hablando del recuerdo
de la ausencia de su padre y de su deseo (del paciente) de niño de estar junto
a su madre y de ayudar a su madre, a la que adoraba. Se acordaba de tratar de
animarla llevándole regalos y entreteniéndola, tratando de ocupar el lugar de
su padre. Su conducta de galanteo en una situación en la que su amor y su ayuda
no fueron correspondidos era similar dentro de las sesiones de terapia al
recuerdo de su niñez. Peter se dio cuenta espontáneamente de que la atracción
hacia su terapeuta era una reminiscencia de la relación con su madre. Esta
conciencia marcó un punto de partida con vistas a explorar sus sentimientos
infantiles de futilidad durante la niñez, que todavía le estaban afectando
hasta el día de hoy y se veían reflejados en sus tendencias somáticas y su
persistencia en las relaciones insatisfactorias y sin porvenir (dead-end,
sin salida).
La contratransferencia del terapeuta
habitualmente suele estar interrelacionada (interactuar, combinarse
complementariamente) con la transferencia del paciente. Si aparece una
transferencia negativa, el terapeuta puede sentirse inmovilizado por el miedo
al enfado o al conflicto. La transferencia positiva puede desencadenar la
necesidad por parte del terapeuta de demostrar competencia, omnisciencia o
capacidad de salvar al paciente. Las “escenificaciones” (enactments) de
la dinámica transferencial/contratransferencial pueden brindar la oportunidad
de que el paciente y el terapeuta emprendan una relación auténtica en la que se
puedan abordar las dificultades interpersonales; dicha oportunidad favorecería
un mayor grado de curación en el paciente a medida que se fueran resolviendo
estas cuestiones (Stark, 1999). Pero las reacciones tanto
transferenciales como contratransferenciales suelen ocurrir al margen de la
conciencia. Si la contratransferencia y sus tendencias somáticas
evolucionan sin ser reconocidas, el terapeuta corre el riesgo de actuar dichas
tendencias. Es de la responsabilidad del terapeuta ocuparse de la
contratransferencia a través del autoconocimiento y la supervisión, de manera
que pueda ser una ventaja en lugar de un lastre en la terapia. Las reacciones
transferenciales también son esperables y deseables; las tendencias de acción
físicas y mentales que las acompañan ofrecen la oportunidad de una mayor
conciencia respecto de esta dinámica, además de una experiencia correctora,
emocional y evolutiva, para el paciente.
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