MODELO SENSORIOMOTRIZ:
TRAUMA Y CUERPO
Componentes
importantes de los hechos traumáticos son codificados y procesados a nivel
subcortical. El pasado, el presente y el futuro no son diferenciados, y aspectos
de la experiencia traumática pasada se confunden con la realidad actual. Los
intentos del paciente por recordar o reconocer los
hechos traumáticos pueden precipitar la “rememoración” bajo
la forma de sensaciones físicas, reacciones autónomas y movimientos
involuntarios.
El
terror, el miedo, la indefensión y la desesperación se ven avivados por estas
reacciones somáticas. Las distorsiones cognitivas relacionadas con la
traumatización parecen confirmarse una y otra vez: “El mundo es peligroso.
Jamás estaré a salvo”. El procesamiento eficaz de la información a nivel
cognitivo, emocional y sensoriomotriz se ve profundamente dificultado.
Ante el
desbordamiento, la desesperación, el autodesprecio y la desregulación autónoma
postraumáticas, todos los terapeutas tratan de ayudar a los pacientes a lograr una
mayor estabilidad a nivel fisiológico, emocional y funcional. La mayoría de los
terapeutas coinciden en que más tarde o más temprano, una vez lograda la
estabilidad, la mayoría de los pacientes necesitan afrontar directamente sus
experiencias traumáticas con objeto de poder cerrar -zanjar, concluir- la experiencia (Cloitre, Koenen, Cohen y Han, 2002;
Gold, 1998).
La mayoría
de los enfoques terapéuticos ayudan a los pacientes a encontrar las palabras
para describir las terribles experiencias que han sufrido, comprender por qué
estas experiencias continúan estando tan penosamente grabadas en su paisaje
interior, y desarrollar nuevas acciones mentales y físicas que se adapten a la
realidad actual. Al incluir el cuerpo como una vía primaria de acceso en el
procesamiento del trauma, los terapeutas pueden trabajar directamente las
sensaciones y los movimientos con objeto de influir en los síntomas y favorecer
un cambio en las cogniciones, las emociones, los sistemas de creencias y la
capacidad de relación de los pacientes (Aposhyan, 2004; Bakal, 1999; Kepner,
1987, 1995; Kurtz, 1990, comunicación personal, 14 de agosto de 2005; Kurtz y
Prestera, 1976; Levine, 1997; Ogden y Minton, 2000; Rothschild, 2000).
Las
técnicas somáticas con los enfoques cognitivos descendentes tradicionales,
permite no sólo aliviar los síntomas y resolver el pasado traumático, sino
también ayudar a los pacientes a vivenciar una reorganización del sentido de la
propia identidad personal.
Intervenciones
descendentes y ascendentes
A medida
que los pacientes aprenden a observar, con curiosidad y sin juzgar, sus
tendencias de acción habituales según van saliendo a la superficie en el
contexto de las sesiones de terapia, se hace posible experimentar con la
posibilidad de desarrollar unas tendencias de acción diferentes, más
adaptativas. Las técnicas que permiten ayudar a los pacientes a efectuar
este cambio requieren una diferenciación y una integración concienzudas de los
enfoques terapéuticos descendentes y ascendentes.
De forma
característica, las técnicas descendentes mediatizadas corticalmente se
sirven de las cogniciones para regular los afectos y las vivencias
sensoriomotrices, centrándose en la adscripción de sentido y en la comprensión -understanding-. El punto de partida es la historia,
y la formulación de una narrativa coherente es de vital importancia. El
sentido lingüístico de la propia identidad se ve fortalecido por este proceso,
y la experiencia -la
vivencia sensoriomotriz-
cambia a través de la comprensión.
En los enfoques ascendentes, las
sensaciones y los movimientos corporales constituyen el punto de partida, y
los cambios en la experiencia sensoriomotriz se utilizan para reforzar la
propia regulación, el procesamiento mnémico y el desenvolvimiento óptimo en la vida
cotidiana. El sentido y la comprensión emergen a raíz de las nuevas
experiencias corporales y no a la inversa. A través de las intervenciones
ascendentes, el cambio en el sentido somático -no verbal- del yo -self- afecta a su vez al sentido lingüístico -verbal- del yo.
La psicoterapia
sensoriomotriz combina estas intervenciones
ascendentes, que se ocupan directamente de los movimientos, las vivencias sensoriales
y las sensaciones corporales, con los enfoques cognitivos y el diálogo verbal
descendentes.
Las intervenciones
ascendentes se utilizan para observar y apoyar el procesamiento
sensoriomotriz: los pacientes aprenden a rastrear concienzudamente (lo que
supone un proceso cognitivo descendente) la interrelación entre las sensaciones
físicas, los movimientos y los impulsos (procesos sensoriomotrices) y a
advertir sus reacciones internas a los “ensayos experimentales” de nuevas
acciones físicas.
La
integración de las intervenciones ascendentes y descendentes requiere que el paciente
le conceda prioridad a las vivencias sensoriales y motrices, y observe su
interrelación con los niveles emocional y cognitivo de procesamiento de la
información. Los
pacientes aprenden a advertir de qué forma los pensamientos y las
emociones afectan al cuerpo, y también de qué forma diferentes
sensaciones y movimientos físicos afectan a los niveles superiores de
procesamiento de la información. Al utilizar el cuerpo (en lugar de
únicamente las cogniciones o las emociones) como una entrada fundamental y una
vía de acceso a la exploración de las experiencias traumáticas, se abordan
directamente los efectos de la traumatización sobre el cuerpo y sobre el
aprendizaje procedimental.
En una
sesión, un tema o una “historia” abordados bajo la forma de una conversación
corriente constituye la introducción verbal al trabajo por hacer. Mientras el
paciente narra la experiencia o expone la cuestión, el terapeuta observa la
organización de su experiencia en el momento actual -lenguaje corporal, emociones,
pensamientos, movimientos -en busca de posibles “indicadores” (Kurtz, 2004) de
tendencias de origen traumático. Esta detenida observación de cómo organiza el
paciente su experiencia interna cuando habla de la traumatización pasada o de
cuestiones actuales permite guiar la elección respecto de qué elemento en
particular de la experiencia actual se debería tomar como la vía de acceso -el punto o puerta de entrada- con vistas
a una exploración más profunda.
Incluso
en esta primera fase de una sesión, las tendencias relacionadas con la traumatización
son cuestionadas a través de la focalización plenamente consciente en cada uno
de los distintos componentes, a través de la ralentización del ritmo y del
desplazamiento de la concentración de “hablar acerca de” a observar qué está
sucediendo a nivel de la experiencia interna del paciente mientras está
hablando. El terapeuta suscita la curiosidad del paciente y su plena
conciencia respecto de los distintos elementos constitutivos que componen la
experiencia actual en base a interrogarle acerca de los pensamientos, las emociones,
la información exteroceptiva (los sentidos), la información interoceptiva (las
sensaciones corporales) y los movimientos que van aflorando.
El momento presente
Si bien
el hecho de relatar “la historia” ofrece una información crucial acerca del
pasado y de la experiencia vital actual del paciente, el tratamiento debe
abordar la vivencia en el aquí y ahora del pasado traumático, más que su
contenido o su narrativa, con objeto de poder cuestionar y transformar el aprendizaje
procedimental.
Dado que
las tendencias físicas y mentales asociadas al aprendizaje procedimental se
manifiestan en el momento actual, las reacciones emocionales, pensamientos,
imágenes, sensaciones y movimientos corporales momentáneos -in-the-moment, realizados en el momento, en el aquí y
ahora- relacionados con
el trauma, que emergen espontáneamente en la sesión de terapia se convierten en
los puntos focales de exploración y de cambio.
Trabajar
en el momento requiere una concentración estrecha en “la experiencia sentida -la vivencia subjetiva- respecto de lo que sucede durante el curso
de un breve tramo de conciencia”. El centro de interés de las intervenciones
terapéuticas se desplaza de la conversación normal sobre el pasado traumático o
las dificultades actuales del paciente a lo que está sucediendo al nivel de la
conducta y de la experiencia interna del paciente, momento a momento (Chefetz, 2000).
Señala Kurtz (1990):
La
experiencia actual -presente- del paciente -sensaciones corporales, movimientos,
percepciones sensoriales, emociones, cogniciones- constituye un ejemplo vívido de cómo se
organizan todas las experiencias, y brinda la oportunidad de estudiar cómo y
por qué se organiza la experiencia precisamente de esa forma. Las experiencias -actuales- son una fuente potencial de beneficios -algo que se puede utilizar
favorablemente- y estudiarlas es
muy diferente de hablar de ellas o de quedarse enganchado -atrapado, estancado- en ellas.
En
terapia, cuando tienen lugar incidentes significativos o cuando el paciente
describe una experiencia pasada significativa, trabajar en el momento presente
les permite al terapeuta y al paciente descubrir en colaboración las tendencias
de acción y las reacciones procedimentales que acompañan a dichas narrativas.
El “estudio”-self study, por parte del individuo- del momento presente (Kurtz, 1990)
conduce a aumentar el conocimiento y la comprensión de las tendencias de acción
físicas y mentales, y ampliar el repertorio de opciones a la hora de cambiarlas.
Estimular la
exploración: la conciencia plena de la organización
de la experiencia en
el momento presente
El
sistema responsable de la exploración “impulsa y dinamiza muchas de las
complejidades mentales que los seres humanos sienten bajo la forma de
sensaciones persistentes de interés. y de,
curiosidad…” (Panksepp, 1998, p. 145). La estimulación del sistema de
exploración del paciente con objeto de que sienta curiosidad por las tendencias
de acción que se manifiestan en el momento presente es esencial para poder
llevar a cabo un cambio en las tendencias procedimentales. Por ejemplo, cuando
una paciente habla en terapia de su accidente traumático de coche, su terapeuta
le sugiere que se interese por la forma como está organizando la experiencia -lo
que está pasando por dentro-
a nivel de sus pensamientos, emociones, sensaciones y movimientos, cuando se
pone a hablar o incluso a pensar acerca del accidente:
El
terapeuta y el paciente estudian qué es lo que está pasando, no como una
dolencia o algo de lo que haya que deshacerse, sino en un esfuerzo por ayudar
al paciente a tomar conciencia de cómo se organiza la experiencia y cómo se
podría ampliar la capacidad de vivenciar. La labor en su conjunto -la totalidad del cometido- es más un
entretenimiento y un juego que un trabajo -una obligación penosa-, y está motivada por la curiosidad más que
por el miedo (Kurtz, 1990, p. 111).
A través
de la conciencia
plena de la organización de la experiencia en el momento presente,
el paciente pasa de estar atrapado en la historia y alterarse por sus
reacciones a sentir curiosidad por ellas (Siegel, 2007). La paciente advierte
que está hablando del accidente, le viene el pensamiento de Me voy a morir.
A continuación, observa que su cuerpo se tensa en respuesta a dicho pensamiento
y dice sentirse ligeramente nerviosa. En lugar de revivir la experiencia, como
podría haber pasado si el terapeuta no hubiera llamado su atención en dirección
a observar la organización de la experiencia en el momento actual, la paciente
está aprendiendo a retroceder -distanciarse-, observar e informar de ello. Está
descubriendo la diferencia entre “tener” una experiencia y explorar la
organización de dicha experiencia aquí y ahora, días, semanas o años después de
los hechos.
La
observación plenamente consciente de la experiencia en el aquí y ahora modifica
el procesamiento de la información. En lugar de desencadenar
el secuestro ascendente de las cogniciones -i.e., el quedar “atrapados” en el nivel
sensoriomotriz (fisiológico)-
o la escalada de las creencias y las emociones de origen traumático en relación
con el peligro inminente, el acto de la exploración plenamente consciente facilita
el procesamiento dual. Los pacientes no se quedan atrapados en las creencias o
la activación fisiológica relacionadas con el trauma sino que, en su lugar,
estudian la evocación de los componentes específicos de la experiencia interna,
y en especial de las reacciones corporales.
La
activación fisiológica permanece dentro de los límites del margen de tolerancia
y las asociaciones con los recuerdos traumáticos comienzan a pasar de ser unas
reacciones automáticas y exageradas a ser unas respuestas mediatizadas y
observables.
Se ha
demostrado que el uso de la conciencia plena modifica el funcionamiento
cerebral en un sentido positivo, incrementando la actividad en las áreas del
cerebro asociadas a las emociones positivas (Davidson et al., 2003).
La
exploración consciente de la experiencia en el aquí y ahora también se
cree que activa las funciones ejecutiva y observadora del córtex prefrontal.
Con frecuencia, los córtices prefrontales y las funciones cognitivas no
logran inhibir las acciones defensivas instintivas suscitadas por el
trauma no resuelto (Van der Kolk, 1994) y la capacidad de
autoobservación se ve dificultada. La activación del córtex prefrontal les
permite a los pacientes mantener una presencia observadora.
La
labor del terapeuta consiste en “despertar” los córtices prefrontales a través
de la conciencia plena, estimulando la curiosidad característica del sistema de
acción responsable de la exploración con objeto de descubrir la organización de
la experiencia. La capacidad de mantener la observación de la experiencia interna
es lo que podría impedir que los pacientes se vean desbordados por la
estimulación de las reacciones traumáticas pasadas y puedan desarrollar una
“coherencia mental” (Siegel, 2006)
La conexión social:
desarrollar una relación terapéutica colaboradora
La
curiosidad, el sello distintivo de la exploración, es vivida como intrínsecamente
generadora de conflicto para el niño situado dentro de un entorno
desconcertante, engañoso o peligroso (Berlyne, 1960; Bronson, 1972). Por un
lado, la curiosidad da origen a la fascinación y la exploración; por otro,
cuando la exploración es percibida como algo potencialmente peligroso, la
curiosidad puede suscitar miedo y cautela.
Al igual
que el cuidador “suficientemente bueno” en la relación con el niño, el
terapeuta debe demostrar sensibilidad hacia la necesidad de los pacientes tanto
de seguridad como de exploración de la organización interna de su experiencia.
Reconociendo las dificultades que aparecen cuando los pacientes se deciden a explorar,
el terapeuta les ayuda a permanecer dentro del margen de tolerancia, regulando
relacionalmente su ansiedad de manera que puedan mantener la atención en el objetivo
de la exploración (Cassidy y Shaver, 1999). En otras palabras, cuando los
pacientes prueban a explorar y se sienten perturbados, frustrados o a la
defensiva, el terapeuta les ayuda a reducir el desasosiego al tiempo que
alentándoles simultáneamente a proseguir cautelosamente con la exploración: “El
apoyo receptivo durante la exploración se caracteriza por reconocer la
frustración del niño -o
del paciente- e insinuar una
posible solución que sea apropiada, dado el nivel de desarrollo del niño -del paciente-” (Grossmann et al., 1999, p.
763).
A menudo
en terapia, este apoyo receptivo adopta la forma de continuar observando las
tendencias defensivas relacionadas con el trauma y estudiar sus efectos sobre
los pensamientos, emociones, sensaciones corporales y movimientos del paciente.
Los inevitables conflictos entre la curiosidad y el miedo o la frustración
se pueden ir resolviendo gradualmente al tiempo que el terapeuta especializado
ayuda a mantener la conexión social, sirviéndose del tono de voz, la
temporización, la plena conciencia y la modulación de la activación fisiológica,
de manera que el paciente pueda desarrollar un margen de tolerancia más amplio.
Con cada nueva experiencia de mantener la conexión social -el interés, el contacto- y regular la activación fisiológica ante
la presencia de un aumento de la dificultad y de la estimulación -activation-, los pacientes van desarrollando la
confianza en que sus descubrimientos internos arrojarán un resultado positivo,
lo que a su vez les mueve a seguir explorando su paisaje interior.
A modo
de ilustración: después de varios años de tratamiento fructuoso, Jennifer entró
en el despacho de su terapeuta y sintió que un estímulo no identificado
desencadenaba el subsistema defensivo asociado a la “paralización”. El cuerpo
se le puso rígido, bajó la mirada, cruzó los brazos delante del pecho y pensaba
que su terapeuta iba a hacerle daño. Tratando de mantener el sistema
responsable de la conexión social, su terapeuta (masculino) reconoció
empáticamente la vivencia de la paciente, la tranquilizó y le expresó
tanto su preocupación como su curiosidad respecto de que ella pensara
que él podía hacerle daño. Mientras el sistema defensivo de Jennifer
seguía movilizado, el terapeuta la alentó amablemente a activar su
sistema de exploración: le preguntó si estaría dispuesta a orientarse en
dirección a él y advertir lo que sucedía en su cuerpo. La paciente
comenzó lentamente a dirigir su mirada hacia el terapeuta e
inmediatamente dijo sentirse más asustada y paralizada. Casi
simultáneamente observó que era incapaz de sentir ninguna sensación en
su cuerpo. Durante esta exploración, la atención de Jennifer pasó de
“tener” la experiencia a observarla.
Su
terapeuta manifestó su interés y su sorpresa por la reacción de la paciente,
dado que llevaban años trabajando juntos, pero no trató de eludir la cuestión,
modelando de esta forma la conducta exploratoria de curiosidad y de interés en
lugar del miedo o del enjuiciamiento.
El
terapeuta le preguntó a Jennifer si estaría dispuesta a decirle en qué parte de
la habitación podría sentarse él que a ella le pareciera “bien”, o a qué
distancia respecto de ella a fin de que pudiera sentirse segura. Una vez más,
el terapeuta bajó el ritmo, suscitó la plena conciencia y la curiosidad,
alentó a Jennifer a averiguar más cosas respecto de la organización de su tendencia
defensiva, y estimuló el sistema responsable de la conexión social solicitándole
a la paciente que controlara literalmente la distancia entre ellos. Jennifer le
pidió al terapeuta que se fuera al otro lado de la habitación, y cuando éste
así lo hizo, la paciente advirtió que se tranquilizaba.
A través
de la experiencia física de orientarse hacia su terapeuta y en virtud de
controlar el grado de distancia física que ella quería que hubiese entre los
dos, Jennifer aumentó su capacidad de evaluar la realidad actual: ya no sentía
que el terapeuta fuera a hacerle daño. Fue únicamente entonces cuando la
paciente pudo identificar el estímulo desencadenante: el suéter que llevaba
puesto su terapeuta. El violador de Jennifer vestía un tipo de suéter en particular,
similar al que su terapeuta llevaba puesto aquel día, un estímulo condicionado
relacionado con la traumatización hacia el que la paciente se había orientado y
sobre el que había concentrado toda su atención, desencadenado así su tendencia
defensiva.
Cuando
sintió que tenía el control sobre la distancia entre su terapeuta y ella, e
identificó por qué le había asustado tanto el suéter, Jennifer refirió que
podía volver a sentir su cuerpo y por primera vez se dio cuenta de que la
tensión física asociada a la paralización era bastante dolorosa. Guiada por su
terapeuta, exploró la tensión y al hacerlo, su activación fisiológica volvió a
aumentar. La paciente refirió que la tensión y el dolor de la reacción de paralización
se relacionaban con el hecho de sentirse incapaz de moverse a fin de
protegerse, diciendo que el mero hecho de pensar en el trauma del pasado
generaba la paralización. El terapeuta prosiguió ayudándole a explorar estas
sensaciones de paralización, preguntándole si la tensión en el cuerpo apuntaba
en dirección a alguna acción física que le pareciera “bien”.
Al
permanecer consciente de sus sensaciones e impulsos corporales, Jennifer
advirtió el impulso físico de querer hacer movimientos circulares amplios con
los brazos, definiendo así lo que ella describía como “este es mi espacio: y tú quédate fuera”. El terapeuta la alentó a
materializar estos movimientos y advertir de qué forma esta acción física
modificaba la organización interna de su experiencia. Jennifer observó
una disminución de la tensión y una sensación de satisfacción.
A raíz
de esta exploración en el aquí y ahora, la paciente descubrió acciones que
podía hacer y que se adaptaban más a la realidad actual. Comprendió que la
reacción de paralización era su cuerpo comunicándole que necesitaba
definir unos límites personales.
El hecho
de realizar y de practicar estos movimientos circulares le ayudó a Jennifer a
permanecer tranquila y relajada. Cuanto más trabajaba conscientemente para
establecer unos límites personales adecuados, más permanecía la activación
fisiológica dentro de los límites del margen de tolerancia y más fiablemente se
activaba su sistema de conexión social. Este sistema de acción le ayudaba a
desactivar su tendencia habitual a paralizarse ante la percepción de la amenaza
Al igual
que otras muchas personas traumatizadas, Jennifer no podía permanecer dentro de
los límites de su margen de tolerancia mientras se orientaba en dirección a un
elemento disociado perteneciente a una experiencia traumática que no había logrado
integrar, en su caso, el suéter. Mientras se concentraba en el suéter, su
capacidad de orientarse en dirección a estímulos y percepciones no traumáticas,
tales como el apoyo de su terapeuta, se veía notablemente dañada. La paciente
no podía ni ampliar su campo de conciencia con objeto de incluir estímulos no
traumáticos, ni reducir su intensa concentración en lo que le recordaba el
incidente traumático.
Otros
pacientes evitan fóbicamente lo que les recuerda el trauma; en estos casos, el
hecho de persuadirles para que exploren la opción de “mirar” directamente al estímulo
actual les ayuda a tomar conciencia de la diferencia entre la realidad pasada y
la realidad actual.
Cuando
el subsistema defensivo responsable de la paralización se activó involuntariamente
en la terapia, el terapeuta sacó provecho de la oportunidad de estudiar en el
aquí y ahora la tendencia de acción fija de la paciente e identificar posibles
acciones alternativas. El terapeuta trabajó la activación simultánea del sistema de conexión
social, el sistema defensivo y el sistema de exploración, utilizando
la curiosidad y la conciencia plena para ayudar a Jennifer a averiguar más
cosas sobre
la tendencia defensiva y sobre lo que podría mitigar la activación fisiológica
asociada. Manteniendo con cuidado la conexión social, facilitó el
desplazamiento de la conciencia de la paciente del estímulo externo a la
organización interna de la experiencia, declarando explícitamente que el
locus de control estaba dentro de Jennifer: la alentó a detener o a
cambiar el proceso de atención, como ella deseara.
Esta
colaboración y el restablecimiento de su locus interno de control generaron la
seguridad que la paciente necesitaba para poder tomar conciencia de su
experiencia en el momento presente y experimentar con otras acciones
diferentes.
Esta
exploración no podría haber tenido lugar sin la colaboración entre la paciente
y el terapeuta. Éste incluyó a Jennifer como colaboradora, como reportera
observadora de sus experiencias internas, y como coautora a la hora de decidir
qué explorar. A continuación, ambos trabajaron juntos, con igual atención y
compromiso, a fin de advertir, rastrear, observar, considerar, traducir y
experimentar con la tendencia de acción responsable de la paralización. Y
finalmente, con igual cuidado y colaboración, paciente y terapeuta
trabajaron juntos para descubrir otras acciones más adaptativas. A lo
largo de todo este proceso, el terapeuta alentó a Jennifer a decidir
conscientemente, en lugar de acceder pasivamente, sobre la respuesta que
quería dar al
terapeuta
y a sus sugerencias.
Activar el sistema de
acción responsable del juego
La
exploración y el juego están estrechamente relacionados: el juego puede
conducir a nuevos descubrimientos -insights- y aumentar la exploración, y la
exploración puede conducir a la jovialidad -playfulness-. Se ha sugerido que la jovialidad y
las actividades lúdicas incrementan la capacidad de afrontar los estresores
ambientales y favorecen el aprendizaje y la creatividad (Siviy, 1998). También
se piensa que la integración de la información se ve fortalecida por las
conductas lúdicas (Beckoff y Byers, 1998).
La activación del
sistema de acción responsable del juego permite cuestionar útilmente las
tendencias impulsadas por la traumatización, y en especial las defensas
asociadas a la inmovilización, los esquemas cognitivos asociados a la
idea de peligro y/o de indignidad, y las reacciones fóbicas a las
sensaciones placenteras y las emociones positivas. El juego suele venir
acompañado de “señales lúdicas” específicas -gestos y actitudes no verbales tales
como el aumento del contacto ocular, de la expresividad
facial y de la proximidad física espontánea, y la intensificación de la
conexión social (Beckoff y Byers, 1998). Ello viene habitualmente indicado
bajo la forma de sonrisas, risitas sofocadas, risas abiertas y demás
manifestaciones de placer, diversión y contacto social (Panksepp, 1998).
Asociado a la complacencia en el sentido de la propia identidad -sense of self,
la percepción de sí mismo-,
y a la sensación de autonomía y de bienestar, el juego surge de
manera espontánea y, se ve inhibido inmediatamente por la amenaza de un peligro
y por el miedo. Por tanto, la aparición del sistema responsable del juego
indicaría una relativa ausencia de temor y de los subsistemas defensivos.
La
práctica de la psicoterapia debe llevar a los pacientes “de un estado de no ser
capaces de jugar a un estado de poder jugar” (Winnicott,
2005, p. 50). Sin embargo, los terapeutas pueden tener la
impresión de que tienen la obligación de permanecer concentrados exclusivamente
en resolver los síntomas y las dificultades que presentan los pacientes. En
razón de ello, pueden no reconocer la salud y la vitalidad que podrían salir a
la superficie en momentos de jovialidad, humor y placer dentro de la relación
terapéutica. La activación del sistema de acción responsable del juego
contrarresta la con frecuencia ardua labor del tratamiento de la traumatización
e introduce un elemento de humor, animación y resiliencia en un material que de
otro modo sería perturbador, fomentando con ello una sensación de bienestar general,
aunque sólo sea por unos momentos.
Sin
embargo, en el caso de los pacientes que tienen una sensación crónica de peligro
inminente, dicha sensación disminuye su responsividad -receptividad, respuesta- a los sistemas de acción de la vida
cotidiana y aumenta su orientación hacia los sistemas de acción defensivos.
La activación
de la conducta lúdica, al igual que la exploración, requiere poder acceder al
sistema de conexión social y a una alianza terapéutica a la manera de una base
segura desde la que los pacientes puedan experimentar con comodidad.
Alentar
el juego en la terapia ayuda a generar estados de placer y emociones positivas
que pueden contribuir a la sanación del paciente (Caldwell, 2003). Incluso
relativamente pronto en el transcurso de su labor conjunta, aparecen pequeños
momentos de triunfo y de jovialidad entre paciente y terapeuta. Éste reconoce
dichos momentos y permite amablemente que se prolonguen. Hacer una pausa con el
paciente en estas ocasiones y disfrutar juntos del momento permite que afloren el
placer -la satisfacción-, un aumento del contacto y una mayor
jovialidad a la manera de poderosos aliados en la labor de renunciar a -abandonar, dejar atrás- las antiguas tendencias de acción
relacionadas con el trauma. A través de su capacidad de transmitir una
despreocupación apropiada y de ver el elemento de humor en el marco de la vida
cotidiana, el terapeuta también promueve la jovialidad dentro del contexto de
la terapia.
A modo
de ilustración, describiremos la conclusión de una sesión con Cate, cuya
hermana fue asesinada cuando la paciente era una adolescente. Al comienzo de la
sesión, el objetivo principal de la terapeuta era ayudar a Cate a modular su hiperactivación
fisiológica, que se generaba cada vez que hablaba de la experiencia traumática.
Sin embargo, después de mantener la activación fisiológica dentro de los
límites del margen de tolerancia, lo que permitió procesar eficazmente los
recuerdos, afloraron momentos de jovialidad. Mientras la paciente estaba
sentada delante de la terapeuta, ambas advirtieron que las piernas de Cate
comenzaban a movérsele nerviosamente. La terapeuta juguetonamente reflejó en espejo
estos movimientos de las piernas. La paciente se rió y exclamó en un tono de
voz sorprendido y alegre: “Me hace gracia ,¡es
como estar bailando!". La terapeuta se adaptó al tono alegre de Cate y
trató de sacarle más partido a la jovialidad moviendo los brazos y las manos, además
de las piernas, en el baile sentados del “me siento bien” que la paciente imitó
divertida. A continuación, la terapeuta reflejó y exageró los movimientos de
Cate, alentándola a experimentar con diferentes movimientos y frases musicales -fórmulas rítmicas- del “me siento bien”. La paciente
concluyó la sesión manifestando que había tenido la experiencia trágica de
sentirse “fuera del propio cuerpo” y quería recuperar las cualidades alegres,
vivaces y joviales que había perdido a raíz del asesinato de su hermana.
Cambiar las tendencias
de orientación
En la
psicoterapia sensoriomotriz, a los pacientes traumatizados se les enseña a
tomar conciencia de las tendencias de orientación relacionadas
con el trauma y a redirigir su atención lejos del pasado y
en dirección al momento presente. El hecho de “desplazar, repetidamente, la atención del paciente hacia las
diversas cosas que están teniendo lugar fuera del flujo de la conversación
suscita experiencias que son instructivas y emocionalmente significativas”
(Kurtz, 2004, p. 40). Redirigir la orientación y la atención de la conversación
a la experiencia -las vivencias- en el momento presente,esto es, de la
conciencia externa a la conciencia interna y del pasado al presente, activa la exploración y la curiosidad,
y los pacientes pueden descubrir cosas acerca de ellos mismos que anteriormente
no conocían (Kurtz, 2004).
Cuando
los pacientes están hiperactivados o desbordados emocionalmente, el
estrechamiento voluntario de su campo de conciencia les permite asimilar una
cantidad limitada de información entrante, optimizando de este modo la
posibilidad de que pueda tener lugar la integración.
Por
ejemplo, cuando una paciente comenzó a hablar de su experiencia traumática, su
activación fisiológica aumentó vertiginosamente: el pulso comenzó a
acelerársele, se sentía asustada e inquieta y le costaba pensar. Su terapeuta
le pidió que dejara de hablar y de pensar en el trauma, que inhibiera las
imágenes, los pensamientos y las emociones que estaban aflorando, y en su lugar
se orientara hacia sus sensaciones físicas hasta que su activación fisiológica
volviera a estar dentro del margen de tolerancia. Con la ayuda de su
terapeuta, la paciente se concentró en su cuerpo y describió lo que
sentía en las piernas, la sensación física de angustia en el pecho, y
los latidos del corazón. Estas vivencias físicas fueron remitiendo
gradualmente, y sólo entonces fue alentada a retomar la narrativa. La
estrategia de guiar al paciente para que estreche su campo de conciencia
y se oriente en dirección a una cantidad de información que pueda
manejar, se puede repetir cada vez que un paciente tenga dificultades en
procesar el aluvión de estímulos y de reacciones sin asimilar derivados
del trauma del pasado.
A la
inversa, cuando incluso una pequeña cantidad de conciencia interna amenaza con
desbordar, el campo de la conciencia se puede ampliar a fin de incluir
fenómenos fuera de la conciencia del paciente que podrían demostrar ser
estabilizadores. Por ejemplo, a un paciente que estaba crónicamente angustiado
y preocupado por su pulso rápido y sus pensamientos confusos se le pidió que
ampliara su campo de conciencia en base a prestar atención a los movimientos
que tenían lugar en sus piernas. De niño, su padre le daba grandes palizas y
los intentos de huir no habían hecho sino enfurecer más a su padre.
Ulteriormente, abandonó la defensa de la huida.
En esta
sesión, el paciente comenzó lentamente a tomar conciencia de la posibilidad
física de correr y huir cuando se orientó hacia el movimiento de sus piernas. Cuando
prestó atención al impulso de correr, que había “perdido” en medio de la
sensación crónica de angustia y de inmovilidad que asociaba con el pulso
acelerado, advirtió un descenso del pulso en dirección a un ritmo más pausado,
más uniforme, lo que le ayudó a sentirse más presente en el aquí y ahora.
La redirección de la
orientación y la atención puede
ser tan sencilla como pedirles a los pacientes que tomen conciencia de una
sensación de “bienestar” o de “seguridad” en el cuerpo, en lugar de
concentrarse en el dolor físico o en la aceleración del pulso. O también el terapeuta puede pedirles
a los pacientes que prueben a apartar la atención de la activación traumática a
nivel corporal y la dirijan hacia pensamientos o imágenes relacionados con sus
experiencias positivas y sus puntos fuertes como, por ejemplo, el éxito en su
trabajo.
Este
cambio suele ser difícil para los pacientes que están habituados a sentirse
compelido a volver repetitivamente a los recuerdos somáticos más negativos de
sus vivencias traumáticas. Sin embargo, si el terapeuta les guía para que
practiquen el sumergirse profundamente en una experiencia somática positiva
(i.e., advertir los cambios en la postura, la respiración y el tono muscular
que acontecen cuando recuerdan sus puntos fuertes), los pacientes ganarán la
capacidad de reorientarse en dirección a sus habilidades. Sentirán que tienen
la capacidad de elegir a qué quieren prestar atención y descubrirán que
realmente es posible oponer resistencia a las exigencias somáticas del pasado.
Por ejemplo, si una paciente asocia la sensación de competencia con sacar pecho
y enderezar la columna, el orientarse en dirección a esta vivencia
sensoriomotriz puede contribuir a contrarrestar las asociaciones negativas que
tenía en relación con su cuerpo, ayudándole a ganar un sentido más definido y
convincente de la propia competencia
Esta
reorientación no es un intento de evitar ni de minimizar el dolor y el sufrimiento
constante de los pacientes. Antes bien, ofrece un medio de ayudarles a observar
de primera mano cómo sus tendencias de orientación crónicas en dirección a los
recuerdos del pasado reproducen la sensación de peligro y de impotencia
relacionadas con el trauma, mientras que el elegir orientarse hacia una
sensación de bienestar puede generar una sensación de seguridad y de dominio.
A medida
que los pacientes se vuelven capaces de redirigir la atención, con frecuencia
los nuevos objetos de la orientación se vuelven más definidos y más vívidos
(Perls, Hefferline y Goodman, 1951). En lugar de dirigir la atención una y otra
vez al dolor físico y la activación traumática, la sensación de bienestar se
vuelve más prominente en la conciencia del paciente.
Este
ejercicio de reorientación hacia un estímulo positivo puede sorprender y
convencer a los pacientes de que no están prisioneros indefinidamente en un
mundo interno de reviviscencias traumáticas crónicas, y que tienen más
posibilidades y más control del que se habían imaginado. Estos ejercicios
de reorientación han de practicarse una y otra vez para poder
dominarlos.
A la
inversa, hacer que los pacientes se orienten en dirección al mismo estímulo al
que se han quedado fijados, les ayuda a prestar atención consciente y
directamente a los recuerdos del trauma del pasado. Esto les brinda la
oportunidad de que las reacciones al estímulo relacionado con el trauma pasen
de ser involuntarias y reflejas a forma parte de la conciencia y la asimilación
reflexivas. Con ello, la sensación de control y eficacia por parte del
paciente suele verse reforzada, mientras que la mera orientación hacia
estímulos nuevos, neutros o incluso placenteros puede que no lo logre (Ford, comunicación
personal, 12 de agosto de 2005). Por ejemplo, Jason, que se había quedado
traumatizado a raíz de un accidente de coche, evitaba conducir porque sentía
miedo cada vez que se ponía al volante.
En
terapia, aprendió a orientarse directamente hacia el estímulo relacionado con
el trauma: conducir por la carretera. Su terapeuta le pidió que se concentrara
simultáneamente en sus sensaciones corporales actuales. Finalmente, a medida
que Jason practicaba el imaginarse conduciendo al tiempo que prestando atención
a las sensaciones corporales, el miedo disminuyó. Entonces practicó el orientarse
en dirección a sus sensaciones corporales cuando condecía de verdad, hasta que
finalmente sintió una sensación de confianza y de destreza incluso estando al
volante de su coche.
Perls et
al. observaron que cuando la atención se dirige a un objeto, en este
caso, las sensaciones corporales,
éste “se ilumina en su condición de figura y el fondo se oscurece; el objeto se
vuelve simultáneamente más unitario, pero también más detallado. Mientras se advierten cada vez más
detalles y se analizan uno por uno, al mismo tiempo éstos se organizan, integran, más en torno a sus relaciones
recíprocas” (1951, p. 63). Al redirigir la respuesta de orientación, el
estímulo -como, por ejemplo, conducir por la carretera- deja de suscitar la reacción
condicionada de miedo. Afloran una reacción diferente y un nuevo significado
otorgado al estímulo:
en este caso, una sensación de capacidad y de confianza dentro del marco
de una situación anteriormente traumática.
Una breve introducción
a la transferencia y
la contratransferencia
somática
La labor
de la psicoterapia sensoriomotriz, al igual que de todas las psicoterapias, se
ve tanto facilitada como dificultada por la relación transferencial que se
establece entre el terapeuta y el paciente (Pearlman y Saakvitne, 1995). El
comprender la complejidad de estas poderosas fuerzas cuando se aplican las
estrategias somáticas es tan necesario como en cualquier otra intervención
terapéutica. A medida que se establece una conexión con el terapeuta, la relación
terapéutica le ofrece al paciente la oportunidad de vivenciar un apego seguro
en el aquí y ahora, pero también saca a relucir unas tendencias
transferenciales asociadas a las relaciones de apego procedentes del pasado (Sable,
2000). Determinadas por la experiencia de la traumatización y la traición
interpersonal, las relaciones transferenciales postraumáticas pueden ser
excepcionalmente intensas y volátiles. En respuesta al
terapeuta, los pacientes sienten miedo, rabia,
desconfianza y suspicacia, además de esperanza, vulnerabilidad y
añoranza, y se muestran agudamente receptivos a las señales sutiles de
desinterés o de interés, de compasión o de enjuiciamiento, de abandono o de
constancia (Herman,1992; Pearlman y Saakvitne, 1995)
Un
ejemplo de transferencia difícil: una paciente traumatizada que estaba en
terapia de pareja comenzó a sentir que su terapeuta y su padre eran similares.
Su padre la había maltratado y desatendido, y con frecuencia la comparaba con su
hermana, a la que prefería y trataba bien. La paciente sentía una mezcla de
miedo, rabia y frustración, y afirmaba que el terapeuta la estaba rebajando y
aliándose con su marido. Llegados a este punto, el terapeuta tomó sus declaraciones
en sentido literal y primeramente exploró todas las formas mediante las cuales
la paciente se había podido sentir ofendida durante la sesión. Después de una
exploración concienzuda, el terapeuta comprendió la acusación de la paciente y
concedió que había dicho algunas cosas que se podía interpretar que estaban sesgadas.
Después de esta declaración, que validaba y de algún modo satisfacía los
sentimientos de la paciente, el terapeuta añadió:
“En el
tratamiento del trauma, cuando afloran las emociones o cuando nos sentimos
alterados dentro de una relación, también puede ser útil explorar la
posibilidad de que nuestras antiguas relaciones puedan estar reproduciéndose
nuevamente dentro del marco de la dinámica de la relación actual. Pasemos a
explorar los estados corporales específicos que se han visto suscitados en tu
caso y mantengámonos abiertos a la posibilidad de que estos estados puedan
tener varios estratos. Puede que descubramos que las sensaciones y reacciones corporales
suscitadas por la dinámica actual que se está dando aquí en esta habitación
entre tu marido, tú y yo, se relacionan igualmente con el maltrato que sufriste
en tu casa y que te incluyó a tus padres y a ti”.
Con
esto, el terapeuta hizo que la paciente considerase y revisara la vivencia
somática que acompañaba a la dinámica existente entre los tres, y que habían
estado explorando sólo cognitivamente. El terapeuta le pidió a la paciente
que prestara atención a su cuerpo cuando tomaba conciencia de la presencia, a
su derecha, de su marido (por el que se sentía excluida y minusvalorada) y del
terapeuta (que le había “dado la impresión” de que sentía preferencia por su
marido). La paciente sintió aflorar su estado corporal como una
mezcla de tensión, aumento de la activación fisiológica y una sensación
de “sentirse perdida”, todo ello combinado con miedo y ansiedad. La
paciente reconoció que estaba volviendo a sentirse fracasada como antaño
en relación con el maltrato y el abandono emocional de su padre, que tenía
idealizada y prefería a su hermana.
Con la
ayuda de este descubrimiento -insight-, el terapeuta ayudó a la paciente a
diferenciarle más claramente de su padre ofensivo con la ayuda de una
almohada que representaba a su padre. En la exploración subsiguiente, la
paciente fue alentada a coger una cuerda y colocarla formando un círculo
alrededor de ella con objeto de señalar sus límites, y a continuación escribir
tres notas distintas en tres hojas de papel, una dirigida a su padre,
otra dirigida a su terapeuta y otra dirigida a su marido. La paciente escribió
en un papel: “No te acerques” y “Entra en mi espacio solamente con mi
permiso”, colocándolo delante de su padre (la almohada). La paciente
escribió en otro papel: “Escucha también mi versión” y lo colocó delante
de su terapeuta. En el papel dirigido a su marido escribió: “Por favor,
tómate en serio lo que siento”. A través de esta exploración la paciente
se aclaró respecto de qué elemento de su pasado se había visto
estimulado, y también respecto de qué necesidades específicas tenía ella
en relación con cada una de las personas implicadas tanto en su pasado
como en la situación actual.
El
término transferencia alude al fenómeno de la asociación y la
predicción inconscientes: las características más sobresalientes del terapeuta
o de la relación terapéutica evocan redes asociativas cognitivas, emocionales y
sensoriomotrices vinculadas a relaciones históricas emocionalmente
significativas. El tratamiento se ve afectado por las reacciones
transferenciales negativas que se pueden manifestar bajo la forma de
hiperactivación o hipoactivación autónoma, tensión física excesiva, rebeldía,
suspicacia, rabia, miedo, sumisión y evitación, El tratamiento se ve afectado
igualmente por las manifestaciones positivas de la transferencia, tales
como los sentimientos de idealización, la búsqueda de proximidad excesiva con
el terapeuta, confianza ciega y conformidad sumisa.
Los
conflictos infantiles no resueltos del paciente en diferentes fases del
desarrollo afectan a la transferencia de diferentes formas:
·
problemas
muy antiguos relacionados con la desatención grave pueden derivar en una
reacción transferencial positiva que incluye la visión del terapeuta
como una figura nutricia;
·
problemas
adolescentes pueden evocar un “encaprichamiento”, un enamoramiento adolescente
transitorio hacia el terapeuta
(Hunter y Struve,1998), que se manifiesta bajo la forma de conductas de cortejo
y galanteo características del
sistema de acción de la sexualidad
Además,
la experiencia del trauma interpersonal deja como legado transferencial tanto el
deseo de salvación como la convicción de la traición (Davies y Frawley,
1994; Herman, 1992). El paciente puede vivir al terapeuta como el agresor o
el salvador, o reaccionar a la neutralidad del terapeuta como si el terapeuta
fuera un espectador indiferente.
Estas
reacciones deben tratarse como síntomas de experiencias de desatención grave
y/o traumatización y tomarse en serio (Maldonado y Spiegel, 2002; Spiegel,
2003).
De forma
característica, el lenguaje corporal del paciente suele transmitir estas
cuestiones conflictivas mucho antes de que el paciente pueda expresar, verbalizar, los pensamientos o los sentimientos no formulados
ni diferenciados (Krueger, 2002). Las tendencias a nivel de movimientos,
tensión o gestos suelen ser los primeros indicadores de los fenómenos
transferenciales. El deseo de ser salvado, por ejemplo, puede
manifestarse bajo la forma de una organización, disposición, somática infantil:
la cabeza ladeada, la orientación hacia abajo en una actitud
de indefensión, o mirando hacia “arriba”, alzando la vista, al terapeuta con idealización.
El
terapeuta rastrea los signos, a menudo sutiles, de los subsistemas defensivos
indicativos de la transferencia:
·
sumisión
(bajar la vista, aquiescencia y conformidad, flacidez en la musculatura),
·
paralización
(tensión general, inmovilidad),
·
huida
(echarse hacia atrás) o
·
ataque
(tensar los brazos y los hombros).
A medida
que progresa el tratamiento, los esfuerzos del paciente por rastrear,
comprender, identificar y expresar las emociones suelen derivar en la
manifestación de estados afectivos de temor, vulnerabilidad, inseguridad o rabia
hacia el terapeuta, lo que refleja la convicción interna del paciente de que la
vivencia emocional está asociada a la amenaza.
Habría
que analizar tanto las tendencias somáticas como la dinámica relacional
implicadas, ayudando al paciente a diferenciar la relación terapéutica actual
de las relaciones pasadas, a fin de prevenir la reescenificación traumática
patológica y la transferencia traumática inabordable. Por ejemplo, la rabia y
la desconfianza hacia el terapeuta pueden indicar la activación de reacciones
defensivas movilizadoras activas, perdidas o truncadas, que a continuación se
pueden trabajar somáticamente, en lugar de interpretarse como mera
transferencia hacia el terapeuta. Al mismo tiempo que observa estos
fenómenos, el terapeuta debería evitar minimizar la fuerza de los sentimientos del
paciente hacia él, lo que también requiere atención.
Los
problemas evolutivos no resueltos también se ven estimulados de forma natural e
inconsciente dentro del contexto de la transferencia.
Con
frecuencia, “las transferencias de la propia identidad corporal temprana
corresponden a los recuerdos somáticos y sensoriales ya sea del contacto
físico con la madre, o de la necesidad de contacto sensorial y la receptividad
que estuvieron ausentes. Estas vivencias sensoriales y somáticas incipientes
relacionadas con las primeras experiencias de apego… se activan bajo la forma
de la vivencia transferencial del paciente, además de, la memoria procedimental respecto de lo
que sucedió o no sucedió originalmente” (Krueger, 2002, p.181). Esta dinámica se puede manifestar
a través de actitudes infantiles, ilusiones de ser cogido en brazos held, abrazado
o ansias de intimidad closeness,
contacto físico, tales
como “fantasías y sensaciones de poder acceder al cuerpo del terapeuta y de entremezclar los cuerpos de
una forma sensual, no sexual en esencia, a veces bajo la forma de la
exigencia de una respuesta física por parte del terapeuta” (Krueger, 2002, pp. 181-182).
En
consonancia con la mayoría de los enfoques, el psicoterapeuta sensoriomotriz
trata de hacer consciente la transferencia inconsciente.
El
tratamiento se concentra tanto en trabajar la transferencia dentro del contexto
de la relación, como en explorar y clarificar las tendencias cognitivas,
emocionales y somáticas en el aquí y ahora asociadas a la transferencia.
Se
fomenta la capacidad del paciente para la madurez, la autonomía y el locus
interno de control, al tiempo que permitiendo simultáneamente el desarrollo de
una dependencia apropiada hacia el terapeuta (Steele et al., 2001).
Por
ejemplo, cuando la terapeuta se inclinó hacia adelante en la silla, el
paciente, Jim, retro cedió físicamente se
echó para atrás. A
continuación, se procedió a verbalizar y analizar esta dinámica: ¿Y si la
terapeuta ajustara la proximidad retrocediendo ligeramente? (El paciente se
tranquilizaba y respiraba
hondo). ¿Y si la terapeuta volviera a inclinarse hacia
adelante? (Jim volvía a echarse hacia atrás, su cuerpo se ponía rígido y su
respiración se volvía más superficial). Sintiendo curiosidad por la forma en que
el paciente estaba interpretando inconscientemente su acción el “mensaje” comunicado a Jim cada vez
que ella se inclinaba hacia adelante
la terapeuta repitió lentamente la acción y le pidió al paciente que advirtiera
qué era lo que le transmitía a nivel no verbal esta acción y que hacía que se
echara para atrás. La terapeuta dijo: “¿Cómo traducirías este movimiento en
palabras? Si mi gesto de inclinarme hacia adelante pudiera hablar, ¿qué
diría?”. Jim contestó inmediatamente:
“El
hecho de inclinarse hacia adelante significa que usted quiere algo de mí”. Esta
exploración sacó a la luz la transferencia del paciente: su madre había abusado
sexualmente de él a lo largo de toda su niñez, y la creencia de Jim era que la
terapeuta, al igual que su madre, también podría querer algo de él. A
continuación, paciente y terapeuta prosiguieron analizando esta cuestión,
trabajando la forma en que su cuerpo acogía esta reacción, y procesando los
recuerdos y las emociones que iban aflorando. A medida que Jim fue pudiendo separar
el pasado del presente, también pudo permanecer relajado cuando la terapeuta se
inclinaba hacia adelante.
Las reacciones
contratransferenciales suelen considerarse como un valioso
instrumento para el terapeuta de cara a comprender al paciente. “No es
posible ni tampoco preferible erradicar las reacciones personales hacia un
paciente. Nadie puede ser de ayuda para un paciente respecto del cual no siente
ninguna emoción en absoluto, y la represión de tales emociones únicamente sirve
para generar puntos ciegos” (Kudler, Blank y Krupnick, 2001, p. 179).
Escuchar
el dolor, la rabia, el miedo de un paciente puede suscitar ya no sólo
empatía sino también vivencias similares de sufrimiento en el terapeuta,
y puede activar los problemas traumáticos no resueltos del propio
terapeuta (Figley, 1995).De no ser analizadas, estas reacciones pueden
afectar al tratamiento y enturbiarlo, conduciendo a distorsiones o
interrupciones de la terapia. Por ejemplo, si el hecho de que la
terapeuta se inclinara hacia adelante fuera un intento inconsciente de
“maternizar” la relación con Jim, esta acción física sería un reflejo de
la contratransferencia y requeriría un reconocimiento y una
consideración concienzuda por parte de la terapeuta. De no ser
analizada, sin lugar a dudas tendría un efecto adverso sobre la terapia.
Se
recomienda encarecidamente que los terapeutas permanezcan atentos a sus
propias reacciones somáticas que podrían indicar posibles tendencias contratransferenciales,
las cuales se pueden manifestar bajo la forma de “cambios asociados
a estados de somnolencia, activación excitación,
emoción ,
inquietud, aburrimiento, o deseos de coger en brazos, sacudir estrechar efusivamente, acunar, y demás acciones dirigidas
hacia el paciente” (Krueger, 2002, p. 186).
La
contratransferencia somática es particularmente complicada cuando los
terapeutas se suman a sus pacientes, o se “acoplan” a ellos match, se ponen al mismo nivel, imitando inconscientemente su postura física
y sus movimientos. Si el reflejo especular se lleva a cabo sin un conocimiento consciente,
el terapeuta puede “asumir” take on,
en el sentido de hacer suya, apropiarse de
la tensión, la activación fisiológica, los movimientos y la postura del
paciente sin darse cuenta, lo que a su vez afecta a los niveles cognitivo y
emocional de procesamiento.
Por otro
lado, el reflejo deliberado le puede brindar al terapeuta una valiosa
información acerca de las tendencias físicas del paciente y ayudarle al
paciente a sentir una buena relación rapport
empática con el terapeuta.
La
transferencia y la contratransferencia entre Peter y su terapeuta ilustran cómo
trabajar a nivel somático esta compleja dinámica. Peter, un joven que se describió
como una persona “genéticamente predispuesta al fracaso” vino a tratamiento
después de volver a perder a otra novia a la que se sentía profundamente
apegado. A pesar de sus remordimientos y de su autodesprecio después de la
ruptura, Peter seguía creyendo que la quería. Deseaba apasionadamente que ella
no le hubiese dejado y persistía en tratar de hacer que volviera con él. Peter era
un hijo único al que con frecuencia habían dejado a su aire abandonado a sus propias fuerzas. Sus primeros recuerdos de su entorno doméstico
eran los de una madre deprimida a la que ingresaron en el hospital psiquiátrico
en varias ocasiones por lo que parecían ser los rasgos psicóticos de una
enfermedad depresiva crónica. Su padre era
un hombre muy activo que siempre estaba trabajando.
La
psicoterapia tradicional no había tenido éxito y Peter inició la psicoterapia
sensoriomotriz con escepticismo. Pero cuando conoció a su joven terapeuta
femenino se sintió más esperanzado, teniendo repentinamente la sensación de que
las cosas podrían ir mejor de lo que se había imaginado. Poco después de
iniciar el tratamiento, afloraron una serie de problemas transferenciales y
contratransferenciales importantes.
La
terapeuta comprobó que le disgustaba la conducta de Peter y que, por extensión,
tenía una opinión desfavorable de él y se ponía tensa ante su presencia. Pero
la disposición de Peter a trabajar y
de hecho su desesperación al comienzo de la terapia la movió a querer ayudarle
terapéuticamente. La terapeuta buscó supervisión intentando comprender la
fuerza de su reacción ante el paciente y analizó algunas cuestiones de su
pasado que podrían estar contribuyendo al desarrollo de su contratransferencia.
Descubrió que su tendencia a tensar el cuerpo y alejarse físicamente de Peter
era idéntica a una
característica que había desarrollado de niña en respuesta
a su propia madre necesitada, que esperaba que su hija cuidara de ella. Estos
descubrimientos
le dieron la información que necesitaba para comprender su
contratransferencia en lugar de entregarse ciegamente a su reacción. Cuando el
paciente vino a su sesión de terapia, la terapeuta se recordó a sí misma que su
madre y Peter no eran la misma persona y conscientemente se refrenó de las
acciones físicas de tensarse y retraerse; en su lugar, respiró profundamente y
se inclinó ligeramente hacia adelante, relajando su cuerpo.
A medida
que la terapia fue progresando, se desarrollaron sentimientos transferenciales
positivos en Peter. Se hicieron evidentes sentimientos de amor, emoción y deseo
sexual, y su terapeuta advirtió el aumento de la conducta de galanteo en la
postura corporal abierta, los brazos estirados a lo largo del sofá, la cabeza
inclinada hacia un lado, manteniendo el contacto ocular más tiempo del
habitual, y demás conductas seductoras. La terapeuta, con tacto, llevó estas
conductas a la conciencia del paciente, y éste reconoció su atracción hacia
ella.
Dentro del
marco de una buena alianza terapéutica donde la seguridad, los límites claros y
el apoyo eran preponderantes, los sentimientos de Peter fueron validados y
aceptados como algo positivo, al tiempo que la terapeuta establecía unos
límites profesionales claros y le recordaba/garantizaba que sus sentimientos no
se verían materializados acted upon
(Davies y Frawley, 1994).
En lugar
de ofrecer interpretaciones terapéuticas tradicionales de las reacciones
transferenciales de Peter, la terapeuta le preguntó si estaría dispuesto a
explorar su actitud física. El paciente se mostró de acuerdo, y la terapeuta le
pidió que tomara conciencia de la postura corporal abierta y de la inclinación
de la cabeza, tratando de advertir conscientemente qué sucedía dentro de él.
Cuando así lo hizo, Peter se sintió triste, hablando del recuerdo de la
ausencia de su padre y de su deseo (del paciente) de niño de estar junto a su
madre y de ayudar a su madre, a la que adoraba. Se acordaba de tratar de
animarla llevándole regalos y entreteniéndola, tratando de ocupar el lugar de
su padre.
Su conducta de galanteo en una situación en la
que su amor y su ayuda no fueron correspondidos era similar dentro de las
sesiones de terapia al recuerdo de su niñez. Peter se dio cuenta
espontáneamente de que la atracción hacia su terapeuta era una reminiscencia de
la relación con su madre. Esta conciencia marcó un punto de partida con vistas
a explorar sus sentimientos infantiles de futilidad durante la niñez, que todavía
le estaban afectando hasta el día de hoy y se veían reflejados en sus
tendencias somáticas y su persistencia en las relaciones insatisfactorias y sin
porvenir dead-end, sin salida.
La
contratransferencia del terapeuta habitualmente suele estar interrelacionada interactuar, combinarse
complementariamente con la transferencia del paciente. Si aparece una transferencia
negativa, el terapeuta puede sentirse inmovilizado por el miedo al enfado o al
conflicto. La transferencia positiva puede desencadenar la necesidad por parte
del terapeuta de demostrar competencia, omnisciencia o capacidad de salvar al
paciente. Las “escenificaciones”
enactments de la dinámica
transferencial/contratransferencial pueden brindar la oportunidad de que el
paciente y el terapeuta emprendan una relación auténtica en la que se puedan
abordar las dificultades interpersonales;
Pero las
reacciones tanto transferenciales como contratransferenciales suelen ocurrir al
margen de la conciencia. Si la contratransferencia y sus tendencias somáticas
evolucionan sin ser reconocidas, el terapeuta corre el riesgo de actuar dichas
tendencias. Es de la responsabilidad del terapeuta ocuparse de la
contratransferencia a través del autoconocimiento y la supervisión, de manera
que pueda ser una ventaja en lugar de un lastre en la terapia. Las
reacciones transferenciales también son esperables y deseables; las tendencias
de acción físicas y mentales que las acompañan ofrecen la oportunidad de una mayor
conciencia respecto de esta dinámica, además de una experiencia correctora,
emocional y evolutiva, para el paciente.
La capacidad de integración
y el cuerpo
En lugar
de definir la traumatización en términos de la magnitud del acontecimiento
precipitante, Janet la define como un defecto en la capacidad de integración
(1889). Sin la adecuada capacidad de integración, los pacientes no pueden
mantener una activación fisiológica regulada, resolver sus recuerdos o llevar
unas vidas provechosas y satisfactorias.
En razón
de ello, el objetivo primordial del tratamiento consiste en ampliar la
capacidad de integración del paciente. Las posturas, los movimientos y los
gestos pueden servir ya sea para reforzar o para menoscabar la capacidad de
integración.
La capacidad de
integración requiere diferenciar y vincular los distintos componentes de
la experiencia interna y de los hechos externos con objeto de poder crear
asociaciones significativas entre ellos (Van der Hart et al., 2006). A medida que nos
volvemos conscientes de la experiencia interna y la relacionamos con los datos estímulos sensoriales externos, iniciamos el
proceso de dotar de sentido al entorno y hacerlo nuestro desentrañar la relación o la
correspondencia que guarda con nosotros.
Si nuestras interpretaciones y explicaciones son relativamente exactas objetivas, ello se traducirá en unas acciones adaptativas.
Esta exactitud objetividad requiere la capacidad de reconocer
nuestra experiencia interna: nuestros pensamientos, emociones, imágenes
internas, sensaciones corporales y movimientos.
Janet
(1903) denomina “personificación” a la capacidad de diferenciar la
propia experiencia sensaciones
corporales, movimientos, pensamientos y emociones de la experiencia de los demás. De
forma similar, Schnarch (1991) denomina “diferenciación” a la
capacidad de distinguir la propia experiencia interna de la experiencia interna
de los demás. Esta capacidad facilita el mantenimiento de un locus interno de
control sobre nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros pensamientos.
En
terapia, la organización corporal se utiliza para alentar la capacidad de
personificación y diferenciación. Por ejemplo, Bill se casó con una mujer
que se deprimía periódicamente. Cuando su mujer tenía un episodio depresivo, el
cuerpo de Bill se encorvaba, su respiración se volvía superficial, y andaba
despacio y con dificultad. Sin darse cuenta, imitaba las tendencias físicas
de su mujer, y en consecuencia también se sentía deprimido. Su capacidad de
integración se veía disminuida por su dificultad en diferenciar su postura y
sus movimientos de los de su mujer. A medida que aprendió a tomar conciencia de
esta tendencia y volver a su “propia” organización física asociada a la columna
enderezada y la respiración más profunda, mejoró su capacidad de integración
junto con la capacidad de responder adaptativamente dentro del marco de su relación
matrimonial.
Además
de la capacidad de diferenciación, una adecuada capacidad de integración
requiere:
1)
separar la realidad actual, interna y externa, de las experiencias del pasado y
2)
predecir correctamente el
efecto de la experiencia interna y de los hechos externos sobre el futuro
(Janet, 1928; Van der Hart y Steele, 1997).
Por
ejemplo, la paciente que tiene síntomas de pánico cuando suben hombres en un
ascensor junto con ella, debe aprender a discriminar su experiencia
interna (aceleración del pulso, respiración entrecortada, sensación
de miedo) de la realidad externa actual (estos hombres son sus compañeros de
trabajo, apreciados y bien conocidos por ella; hay otras personas en el
ascensor; ella puede quejarse si alguien se le acerca de manera importuna).
Janet (1928) denomina “presentificación” a esta
capacidad, definiéndola como la capacidad de ser consciente del momento
presente, al tiempo que advirtiendo su relación con el pasado y sus posibles implicaciones
o consecuencias para el futuro.
La
presentificación facilita una sensación de continuidad a lo largo del tiempo y
contribuye al desarrollo de un sentido estable de la propia identidad (Van der Hart et al., 2006). La
capacidad de estar presente en el aquí y ahora incluye ser consciente de qué
posturas y movimientos son apropiados dentro del contexto actual y cuáles
reflejan unas tendencias somáticas desadaptativas programadas determinadas por el pasado.
Por
ejemplo, cuando se le hizo a Megan algunas observaciones negativas de manera
constructiva, la paciente se encogió instintivamente sin darse cuenta de que
esta conducta era producto de los abusos que había sufrido durante su niñez.
Megan dijo haber interpretado el incidente como un ataque agresivo, aunque
sabía intelectualmente que este no era el caso. Su capacidad de integración se vio
socavada dado que su actitud corporal encogida hacía que fuera incapaz de
interpretar ni de reaccionar adecuadamente al momento presente, por mucho que
se “dijera” a sí misma que no corría ningún peligro.
Para
poder superar esta mezcla distorsionada y subjetiva entre el pasado y el
presente, Megan tenía que aprender a desplazar su orientación del estímulo
relacionado con el trauma (que le hicieran observaciones correctivas) y
dirigirla en dirección a su experiencia sensoriomotriz, y en lugar de encogerse
y avergonzarse, practicar literalmente el “mantenerse derecha” ante las
críticas.
La
capacidad de integración requiere, pues, la síntesis de los distintos componentes
en los tres niveles de procesamiento de la información las cogniciones, las emociones, las
percepciones sensoriales, las sensaciones y los movimientos corporales, y el
sentido de la propia identidad
(Steele et al., en prensa).
En el
caso de Megan, sus movimientos y sensaciones corporales y sus cogniciones no
eran congruentes. Aunque “sabía” que no corría ningún peligro, su cuerpo le
decía que sí. Si los hábitos sensoriomotrices están firmemente arraigados, puede
que las interpretaciones cognitivas objetivas no ejerzan demasiada influencia a
la hora de modificar la organización corporal y las reacciones asociadas a la
activación fisiológica. En lugar de ello, puede que las personas traumatizadas
vivan más la realidad del cuerpo que la realidad de la mente.
Para
lograr la máxima eficacia, la psicoterapia sensoriomotriz trabaja a nivel tanto
cognitivo como sensoriomotriz.
En el
caso de Megan, un enfoque puramente cognitivo podría alentar algún cambio en su
capacidad de integración, pero el cambio sería únicamente momentáneo y
transitorio, si la reacción de encogerse se reactivara cada vez que le hicieran
alguna observación correctiva en el trabajo. Su actitud de encogerse también
tendría un efecto negativo sobre la imagen de sí misma y su capacidad de
percibir objetivamente las diferencias de poder en las relaciones actuales como
algo distinto de las diferencias de poder que se dieron en las relaciones traumáticas
del pasado. Pero si le animan a acordarse de “mantenerse derecha” ante las
críticas, su cuerpo y su pensamientos serán congruentes entre sí mutuamente y con respecto a la realidad actual.
El
resultado final de la terapia se traduce en un nivel más elevado de capacidad
de integración: la “consciencia” realization, en el sentido de tomar conciencia,
darse cuenta, comprender claramente
(Janet, 1935b; Van der Hart, Steele, Boon y Brown, 1993).
Las dos
acciones solapadas de la presentificación y la personificación estarían
incluidas en la consciencia. Cuando los pacientes logran tomar conciencia, aceptan
que el trauma es algo que les ocurrió a ellos en el pasado; esta perspectiva
les permite responder adaptativamente a las dificultades de la vida actual (Van
der Hart et al., 2006).
Según la
mayoría de los autores, la consciencia requiere expresar con palabras la
experiencia traumática (Van der Hart et al., 1993). Pero cuando la
persona no recuerda lo que sucedió, la consciencia se refleja en un cuerpo que deja
de estar dominado por los subsistemas defensivos asociados al ataque, la huida,
la paralización o la sumisión. En su lugar, la persona desarrolla otras
tendencias físicas apropiadas a la realidad actual. La consciencia incluye la
reorganización de las viejas tendencias y el desarrollo de nuevas acciones
cognitivas, emocionales y físicas que respalden refuercen unas acciones más adaptativas ante la
activación de los distintos sistemas de acción (Janet, 1898).
El tratamiento por
fases
El
modelo de tratamiento por fases fue formulado por primera vez por Janet en el
año 1898 y aparece sistemáticamente recomendado en diversas directrices sobre
el tratamiento de la traumatización (Brown y From, 1986; Brown, Scheflin y
Hammond, 1998; Cardeña, Van der Hart y Spiegel, 2000; Chu, 2005; Cloitre et
al., 2002; Courtois, 1988 1991; Herman, 1992; Nacional Collaborating Centre
for Mental Health, 2005; Steele et al., 2005; Van der Kolk, McFarlane et
al., 1996).
La
psicoterapia sensoriomotriz se adhiere a las directrices del tratamiento por
fases, y las intervenciones se evalúan en términos de los objetivos
terapéuticos de cada una de las fases. Este modelo de
tratamiento tiene tres fases, cada una de ellas con sus correspondientes
objetivos, sus intervenciones o estrategias, y sus requisitos respecto del
desarrollo de determinadas habilidades.
Fases (Janet, 1998):
·
Primera fase
Reducción de
síntomas y la estabilización
·
Segunda fase
Tratamiento
de los recuerdos traumáticos
·
Tercera fase
Integración de la
personalidad y la rehabilitación.
Si bien las tres fases se formulan secuencialmente, en su
aplicación clínica tienden a evolucionar en espiral (Brown et al., 1998;
Courtois, 1999; Herman, 1992; Janet, 1898, citado en Van der Kolk y Van
der Hart, 1989; Steele y Van der Hart, 2001; Steele et al., 2005;
Van der Kolk y Van der Hart, 1989). Por ejemplo, los pacientes que se
han estabilizado en la fase 1 del tratamiento suelen desestabilizarse durante
la difícil tarea de abordar los recuerdos traumáticos e la fase 2, necesitando
volver a las intervenciones de la fase 1.
La traumatización deja
tras de sí unas tendencias de acción que fueron adaptativas dentro del contexto
original:
·
una
activación fisiológica autónoma profundamente desregulada,
·
un estilo
somático de tensión y derrumbe, hundimiento,
·
una
tolerancia limitada a los afectos, y
·
multitud
de recuerdos no verbales con frecuencia subjetivamente desconectados de
los hechos que los generaron.
En la fase inicial del
tratamiento, la concentración
en reducir los síntomas y lograr la estabilización requiere prestar atención
a los remanentes traumáticos sensoriomotrices, afectivos y cognitivos
desregulados con el objetivo de estabilizar al paciente. Si bien el paciente
y/o el terapeuta pueden querer estar
deseosos porconcentrarse
en el recuerdo de los hechos o la elaboración de una narrativa, esta labor es
dejada de lado hasta el momento en que el paciente haya desarrollado un
margen de tolerancia lo suficientemente amplio como para poder entrar en
contacto con dichos recuerdos sin por ello generar una mayor desregulación,
descompensación o disociación. Las estrategias terapéuticas estarían
encaminadas a restablecer la capacidad de regulación y corregir o cuestionar
las tendencias de acción de origen traumático que desestabilicen al paciente.
El aumento de la capacidad de regulación por parte del paciente permite
progresar a la siguiente fase del tratamiento: trabajar los recuerdos traumáticos.
La labor de la fase 2 se
centra no tanto en recuperar los recuerdos traumáticos cuanto en superar la
evitación fóbica de los mismos (Van der Kolk y Van der Hart, 1989) y abordar
las tendencias de acción truncadas o inacabadas que quedaron en estado
incipiente dentro del marco de la experiencia traumática original; el
objetivo de esta fase es alcanzar a tomar conciencia de los recuerdos
traumáticos e integrarlos (Van der Hart et al., 2006; Van der Hart et
al., 1993).
El
terapeuta y el paciente hacen uso de las habilidades de la fase 1 que
fomentan el dominio de la activación fisiológica desregulada, con objeto
de poder
abordar los recuerdos traumáticos dentro del margen de
tolerancia:
revivir
de una forma plenamente consciente la activación traumática, los impulsos
motrices, las sacudidas, los temblores, o el entumecimiento, e identificar
acciones fortalecedoras incipientes y llevarlas a la práctica. La
transformación de las tendencias de acción defensivas desadaptativas al tiempo
que manteniendo la conexión social, contribuye a ampliar la responsividad receptividad del paciente a los sistemas de acción
de la vida cotidiana y prepara el terreno para la labor de la fase 3: la
integración y el éxito en la vida normal.
En esta fase final, la labor se desplaza de superar los
bloqueos de origen traumático y a participar plenamente en la vida.
Los
objetivos terapéuticos incluyen ayudar al paciente a:
1)
emprender las tareas propias del desarrollo adulto,
2)
superar el miedo a las dificultades y a los cambios,
3)
participar plenamente en el trabajo y en las relaciones (especialmente en las
relaciones íntimas), y
4)
aumentar la tolerancia a las emociones positivas.
La
capacidad por parte del paciente de responder a la activación de los sistemas
de la vida cotidiana excede finalmente a sus reacciones defensivas, y los
pacientes aprenden a prestar atención a áreas de su vida que hasta entonces
habían descuidado.
Aprenden
a utilizar su cuerpo de formas novedosas, que les mueven a materializar nuevas
acciones, tales como acercarse a los demás en busca de contacto humano.
La
duración de la terapia puede ser bastante variable. Los pacientes con mayor
capacidad de integración terminarán más pronto que los que no tengan dicha
capacidad (e.g., los pacientes con antecedentes de una traumatización compleja
durante la niñez). Es importante reconocer que los pacientes cuya inestabilidad
continúa siendo su problema más importante, puede que jamás lleguen a tener la
capacidad de integración necesaria como para probar a abordar las dificultades que
plantean las fases 2 y 3; estos pacientes extraen el máximo partido del hecho
de proseguir con los recursos estabilizadores de la fase 1.
La utilización del
cuerpo en las tres fases del tratamiento
El
cuerpo participa de diferentes formas en las tres fases del tratamiento.
En la fase 1, los pacientes aprenden a:
·
mantener
la activación fisiológica dentro del margen de tolerancia en base a reconocer
los estímulos desencadenantes,
·
cambiar
las tendencias de orientación y
·
limitar
el acceso a las situaciones sobreestimulantes.
La
activación innecesaria de las reacciones defensivas que invaden el
funcionamiento de otros sistemas de acción se mitiga mediante el uso de algunos
recursos somáticos. Se enfatiza la conciencia del cuerpo, de manera que
los pacientes puedan aprender a reconocer los signos somáticos incipientes
de la hiperactivación y de la hipoactivación, y a utilizar
los recursos somáticos para devolver la activación fisiológica dentro de los
límites del margen de tolerancia.
Los pacientes se familiarizan con los conceptos de núcleo y periferia corporal,
y aprenden a utilizar los recursos autorreguladores correspondientes principalmente
al núcleo corporal, y los recursos reguladores relacionales que conciernen
principalmente
a
la periferia del cuerpo,
con objeto de cambiar los movimientos y las sensaciones corporales a fin de
facilitar la activación óptima.
Las habilidades de autocuidado la capacidad de cuidar bien de uno mismo que
permiten estabilizar el sistema de acción responsable de la regulación de la
energía, tales como el dormir con regularidad y los hábitos
alimentarios,
también se establecen en la fase 1.
En la fase 2, se abordan los fragmentos mnémicos
no integrados las sensaciones físicas, las intrusiones sensoriales, las
emociones y las acciones.
Los pacientes proceden a identificar e incorporar los recursos que les ayudaron
a afrontar los hechos traumáticos y aprenden a utilizar el cuerpo para
descubrir acciones que les brinden una sensación de dominio incluso en el
momento de rememorar estos hechos traumáticos pasados. A través de la
conciencia de los impulsos físicos que afloran al evocar los recuerdos, los
pacientes descubren y llevan a término los “actos de triunfo” innatos, las
defensas movilizadoras que fueron ineficaces en el momento de la traumatización
original.
La
práctica de estas acciones defensivas fortalecedoras disminuye la vivencia de
indefensión y de vergüenza.
A medida que las acciones movilizadoras desplazan a las defensas inmovilizadoras
y se asocian en su lugar a los recuerdos traumáticos, se genera una sensación de
dominio sobre el pasado traumático.
En la fase 3, con las habilidades somáticas
necesarias para mantener la activación fisiológica en un nivel tolerable, la
experiencia encarnada la
vivencia corporal de las
acciones fortalecedoras empowering,
que favorecen la sensación de seguridad y de dominio en relación con los recuerdos
traumáticos, junto con la conciencia y la confianza crecientes en el cuerpo
como un aliado en lugar de como un enemigo, los pacientes están
psicológicamente equipados y somáticamente reforzados para volver su atención
en dirección a enriquecer sus vidas cotidianas. Los recursos aprendidos
en las fases anteriores del tratamiento se utilizan nuevamente en la fase 3
para respaldar la experiencia de asumir riesgos sanos y una implicación y
participación más activa en el mundo. Los pacientes se familiarizan con
la relación dinámica entre el núcleo y la periferia corporal y descubren de qué
forma la integración del núcleo y de la periferia fomenta la acción adaptativa
y el descubrimiento de un nuevo sentido. Se analizan las distorsiones
cognitivas y las formas mediante las cuales el cuerpo contribuye a
mantenerlas con objeto de ayudar a los pacientes a cambiar las
creencias negativas y emprender los sistemas de acción asociados a la
vida cotidiana con una satisfacción cada vez mayor.
Conclusión
Se
expusieron las técnicas y la labor de la psicoterapia sensoriomotriz correspondientes
a cada una de las fases del tratamiento
A lo
largo de los mismos, prevalecen los siguientes principios de tratamiento:
·
Prestar
atención a la organización de la experiencia en el aquí y ahora
·
Integrar
las estrategias descendentes y ascendentes
·
Estimular
los sistemas de acción, tales como los sistemas de acción responsables de la
conexión social, la exploración y el juego
·
Ampliar
el margen de tolerancia y la capacidad general de regulación
·
Negociar
un cambio en la orientación, desplazando la atención del trauma del pasado a la
experiencia del presente;
·
Permitir
que la adscripción de sentido emerja orgánicamente de la experiencia física;
·
Prestar
atención a la transferencia y la contratransferencia somáticas; y
·
Aumentar
la capacidad de integración.
Bibliografía
Ogden, P., Minton, K., & Pain, C. (2009). El
trauma y el cuerpo. Un modelo sensoriomotriz de terapia. Bilbao: Desclée de
Brouwer.
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