¿CÓMO SE REGISTRAN LAS EMOCIONES EN EL CUERPO?
Antes de la aparición del cerebro, no había ni color ni
sonido en el universo, ni había sabores ni aromas y probablemente pocas
sensaciones y nada de sentimientos ni emociones. Antes de los cerebros, el
universo tampoco conocía el dolor ni la ansiedad. –Roger Sperry 1 l 11 de
septiembre de 2001, Noam Saul, de cinco años, fue testigo de cómo el primer
avión de pasajeros se estrellaba contra el World Trade Center desde las
ventanas de su clase de primer curso en la escuela PS 234, a menos de 450
metros de distancia. Él y sus compañeros corrieron con su maestra por las
escaleras hasta el vestíbulo, donde la mayoría se encontraron con sus padres
que acababan de dejarlos en la escuela unos minutos antes. Noam, su hermano
mayor y su padre fueron tres de las decenas de personas que corrieron para
salvar la vida a través de los escombros, las cenizas y el humo del Bajo
Manhattan esa mañana. Al cabo de diez días visité a su familia, que son amigos
míos, y esa tarde sus padres y yo fuimos a caminar por la espeluznante
oscuridad del hueco 70 todavía humeante en el que se levantaba antes la Torre
1, abriéndonos paso entre el personal de rescate que trabajaba sin descanso
bajo intensos focos. Cuando volvimos a casa, Noam seguía despierto, y me enseñó
un dibujo que había hecho el 12 de septiembre a las 9 de la mañana. El dibujo
representaba lo que había visto el día anterior: un avión estrellándose en la
torre, una bola de fuego, bomberos y personas saltando de las ventanas de la
torre. Pero en la parte inferior había dibujado algo más: un círculo negro al
pie de los edificios. No tenía ni idea de lo que era, así que le pregunté. «Una
cama elástica», me respondió. ¿Qué hacía allí una cama elástica? Noam me
explicó: «Para que la próxima vez que la gente tenga que salvarse no haya
peligro». Me quedé sorprendido. Ese niño de cinco años, testigo de un caos y de
un desastre indescriptibles solo veinticuatro horas antes de hacer ese dibujo, utilizó
su imaginación para procesar lo que había visto y seguir adelante con su vida.
Noam era afortunado. Toda su familia había salido indemne, había crecido
rodeado de amor y era capaz de comprender que la tragedia de la que habían sido
testigos había llegado a su fin.
Durante los desastres, los niños suelen seguir la pista
de sus padres. Si sus cuidadores permanecen tranquilos y responden a sus
necesidades, suelen sobrevivir a terribles incidentes sin sufrir cicatrices
psicológicas graves.
Aspectos críticos de la respuesta adaptativa a la amenaza
Pero la experiencia de Noam nos permite ver dos aspectos
críticos de la respuesta adaptativa a la amenaza que es básica para la
supervivencia humana. Cuando se produjo el desastre, fue capaz de adoptar un papel
activo escapando de él, convirtiéndose así en un agente de su propio rescate. Y
una vez que alcanzó la seguridad de su hogar, las alarmas de su cerebro y su
cuerpo se apagaron, lo cual le permitió liberar su mente para comprender qué
había sucedido e incluso imaginar una alternativa creativa a lo que había
visto, una cama elástica para salvar vidas. Reprodujo la imagen que torturó
a tantos supervivientes (gente saltando para escapar del infierno), pero añadió
algo para salvar vidas: una cama elástica al pie del edificio derrumbado.
A diferencia de Noam, la gente traumatizada permanece
atascada y su crecimiento se detiene al no poder integrar las nuevas
experiencias en su vida. Me emocionó mucho que los veteranos del ejército
de Patton me regalaran un reloj de la II Guerra Mundial, pero era un recuerdo
triste del año en el que sus vidas se detuvieron de manera efectiva: 1944. Estar
traumatizado significa seguir con tu vida como si el trauma siguiera,
invariable e inmutable, ya que cada nuevo encuentro o acontecimiento está
contaminado por el pasado. El trauma afecta todo el organismo humano (el
cuerpo, la mente y el cerebro).
En el TEPT, el cuerpo sigue defendiéndose de una amenaza que
pertenece al pasado. Superar el TEPT significa ser capaz de poner fin a esta
movilización continuada del estrés y restaurar todo el organismo para que se
sienta seguro. Tras el trauma, el mundo se vive con un sistema nervioso
diferente. Ahora, la energía del superviviente se centra en eliminar el caos
interno, en detrimento de vivir espontáneamente su vida. Estos intentos por
controlar unas reacciones fisiológicas insoportables pueden dar como resultado
toda una serie de síntomas físicos como la fibromialgia, la fatiga crónica y
otras enfermedades autoinmunes.
Ello explica por qué es crítico que el tratamiento de los
traumas englobe todo el organismo: el cuerpo, la mente y el cerebro.
ORGANIZADO PARA SOBREVIVIR
Cuando el sistema de alarma del cerebro se dispara,
automáticamente desencadena unos planes de huida física preprogramados en las
partes más antiguas del cerebro. Como en otros animales, los nervios y las
sustancias químicas que componen nuestra estructura cerebral básica están
conectados directamente con nuestro cuerpo. Cuando el cerebro antiguo toma
el mando, apaga parcialmente el cerebro superior, nuestra mente consciente, y
prepara el cuerpo para correr, esconderse, luchar o, en ocasiones, quedarse
paralizado. Para cuando somos totalmente conscientes de nuestra situación,
nuestro cuerpo puede que ya esté en movimiento.
Si la respuesta de lucha/huida/paralización sale bien y
escapamos del peligro, recuperamos nuestro equilibrio interno y gradualmente
«recuperamos los sentidos». Si, por alguna razón, la respuesta normal se
bloquea (por ejemplo, cuando la gente se encuentra retenida, atrapada o
impedida para llevar a cabo una acción efectiva, ya sea en una zona de guerra,
un accidente de tráfico, violencia doméstica o una violación), el cerebro
sigue secretando sustancias las químicas del estrés y los circuitos eléctricos
del cerebro siguen encendiéndose en vano. Mucho después de suceder el
acontecimiento en cuestión, el cerebro puede seguir enviando señales al cuerpo
para que escape de una amenaza que ya no existe. Desde al menos 1889,
cuando el psicólogo francés Pierre Janet publicó el primer artículo científico
sobre el estrés traumático, se ha reconocido que los supervivientes de
traumas tienden a «continuar la acción, o intentan (inútilmente) realizar la
acción que empezó cuando el acontecimiento se produjo». Ser capaz de
moverse y de hacer algo para protegerse es un factor crítico a la hora de
determinar si una experiencia horrible dejará o no cicatrices duraderas. Acción efectiva
frente a paralización.
La acción efectiva (el resultado de luchar/huir) pone fin a la amenaza. La paralización mantiene el
cuerpo en un estado de shock del que no se puede escapar y de impotencia
aprendida. Al enfrentarse a un peligro, las personas secretan
automáticamente hormonas para aumentar su resistencia y escapar. El cerebro y
el cuerpo están programados para correr hacia casa, donde se puede restaurar la
seguridad y las hormonas del estrés pueden descansar. En estos hombres
atrapados que fueron evacuados lejos de casa después del huracán Katrina, los
niveles de las hormonas del estrés permanecieron elevados y se volvieron en
contra de los supervivientes, estimulando el miedo, la depresión, la rabia y la
enfermedad física de forma continua.
Cuantas más cosas
descubre la neurociencia sobre el cerebro, más conscientes somos de que es una
enorme red de piezas interconectadas organizadas para ayudarnos a sobrevivir y
progresar. Conocer cómo funcionan conjuntamente estas piezas es fundamental
para comprender cómo afecta el trauma a cada parte del organismo humano, y
puede servir como guía imprescindible para superar el estrés traumático.
EL CEREBRO DE ABAJO HACIA ARRIBA
La tarea más importante de nuestro cerebro es garantizar
nuestra supervivencia, incluso bajo las condiciones más miserables. Todo lo
demás es secundario. Para ello, el cerebro debe:
1) generar las señales internas que registren qué necesita
nuestro cuerpo, como comida, descanso, protección, sexo y cobijo;
2) crear un mapa del mundo para indicarnos dónde ir para satisfacer
estas necesidades;
3) generar la energía y las acciones necesarias para
llevarnos allí;
4) avisarnos de los peligros y las oportunidades en el
camino, y
5) adaptar nuestras acciones según los requisitos del
momento.
Y como los seres humanos somos mamíferos, criaturas que solo
pueden sobrevivir y prosperar en grupo, todos estos imperativos requieren
coordinación y colaboración.
Los problemas psicológicos aparecen cuando:
1)
nuestras señales no funcionan,
2)
cuando nuestros mapas no nos llevan allí donde
tenemos que ir,
3)
cuando estamos demasiado paralizados para
movernos,
4)
cuando nuestras acciones no se corresponden con
nuestras necesidades, o
5)
cuando se rompen nuestras relaciones.
Nuestro cerebro racional y cognitivo es en realidad la
parte más joven del cerebro y ocupa solo aproximadamente el 30 % del espacio
dentro del cráneo. El cerebro racional se ocupa básicamente del mundo
exterior:
a)
comprender cómo funcionan las cosas y las
personas
b)
saber cómo cumplir nuestros objetivos, gestionar
nuestro tiempo y secuenciar nuestras acciones.
Debajo del
cerebro racional se encuentran dos cerebros evolutivamente más viejos y, hasta
cierto punto, separados, encargados de todo lo demás:
a)
el registro momento a momento y el manejo de
nuestra fisiología corporal y
b)
la identificación del confort, la seguridad, la
amenaza, el hambre, la fatiga, el deseo, las ganas, la activación, el placer y
el dolor.
El cerebro se construye desde abajo. Se desarrolla
nivel a nivel en cada niño en el útero, como durante la evolución. La parte
más primitiva, la parte que ya está conectada cuando nacemos, es el antiguo
cerebro animal, a menudo llamado cerebro reptiliano. Se encuentra en el tronco cerebral,
justo encima del lugar en el que la médula espinal entra en el cráneo.
El cerebro reptiliano es el responsable
de todo lo que pueden hacer los recién nacidos: comer, dormir, despertar, llorar,
respirar; notar la temperatura, el hambre, la humedad y el dolor; y liberar el
cuerpo de toxinas orinando y defecando.
El tronco cerebral y el hipotálamo (que se
encuentra directamente encima) controlan conjuntamente los niveles de energía
del cuerpo. Coordinan el funcionamiento del corazón y de los pulmones y
también los sistemas endocrino e inmunológico, garantizando que estos
sistemas básicos para la vida se mantengan dentro del equilibrio interno
relativamente estable conocido como homeostasia.
Respirar, comer, dormir, hacer pis y caca son tan
fundamentales que su importancia se olvida fácilmente cuando pensamos en las
complejidades de la mente y del comportamiento. Sin embargo, si tenemos el
sueño alterado o nuestros pulmones no funcionan bien, o si siempre tenemos
hambre, o si el hecho de que nos toquen nos da ganas de gritar (como suele
sucederles a los niños y adultos traumatizados), todo el organismo se ve
abocado al desequilibrio. Es sorprendente ver cuántos problemas psicológicos
implican dificultades con el sueño, el apetito, el tacto, la digestión y la
activación. Cualquier tratamiento efectivo de un trauma debe incluir estas
funciones básicas de mantenimiento del orden del cuerpo.
Justo encima del cerebro reptiliano se encuentra el sistema límbico.
También se conoce como cerebro de los mamíferos, porque todos los
animales que viven en grupo y que cuidan a sus crías tienen uno. El desarrollo
de esta parte del cerebro realmente empieza cuando el bebé nace. Es el
centro de las emociones, el monitor del peligro, el juez sobre lo que es
agradable o espantoso, el árbitro de lo que es importante o no para la supervivencia.
También es el puesto de mando central para hacer frente a los retos de vivir
en nuestras complejas redes sociales.
El sistema límbico se conforma en función de la experiencia, junto con la
propia composición genética del niño y su temperamento innato. (Como todos
los padres con varios hijos saben, desde su nacimiento, los niños reaccionan
con una intensidad y de una forma diferente ante acontecimiento similares).
Todo lo que le sucede a un bebé forma parte del mapa emocional y perceptual del
mundo que crea su cerebro en desarrollo. Como explica Bruce Perry, el cerebro
se forma «en función de su uso». Es otra forma de describir la
neuroplasticidad, el descubrimiento relativamente reciente de que las neuronas
«se encienden juntas, se conectan juntas».
Cuando un circuito se enciende repetidamente, puede tratarse
de una configuración defectuosa (la respuesta más probable que se produzca). Si
nos sentimos seguros y amados, nuestro cerebro se especializa en la
exploración, el juego y la cooperación. Si nos sentimos atemorizados y
no deseados, se especializa en el manejo de los sentimientos de miedo y
de abandono.
Cuando somos bebés y niños, aprendemos sobre el mundo
moviéndonos, agarrando cosas y gateando, y descubriendo qué sucede cuando
gritamos, sonreímos o protestamos. Estamos experimentando constantemente con lo
que nos rodea:
¿cómo cambian nuestras interacciones el modo en que se
siente nuestro cuerpo?
Si vamos a una fiesta de cumpleaños de una niña de dos años,
veremos cómo la pequeña solicita nuestra la atención, juega con nosotros,
experimenta con nosotros, sin necesitar el lenguaje para nada. Estas primeras
exploraciones configuran las estructuras límbicas dedicadas a las emociones y a
la memoria, pero estas estructuras también pueden ser modificadas
significativamente por las experiencias posteriores, para mejor en el caso de
una bella amistad o de un bonito primer amor o para peor en el caso de un
ataque violento, un acoso incesante o un abandono.
Conjuntamente, el cerebro reptiliano y el sistema límbico
componen lo que llamaré «cerebro emocional» .
El cerebro emocional está en el centro del
sistema nervioso central, y su principal tarea es buscar nuestro bienestar.
Si detecta el peligro o una oportunidad especial (como una pareja prometedora)
nos avisa liberando un chorro de hormonas. Las sensaciones viscerales
resultantes (que pueden ir desde un leve mareo a un apretón de pánico en el
pecho) interferirán con todo aquello en lo que la mente esté centrada y harán
que nos movamos (física y mentalmente) en otra dirección. Aunque sean muy
sutiles, estas sensaciones ejercen una gran influencia en las pequeñas y
grandes decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida: lo que elegimos
comer, dónde nos gusta dormir y con quién, la música que preferimos, si nos
gusta la jardinería o cantar en un coro, de quién nos hacemos amigos y a quién
detestamos.
La organización celular y la bioquímica del cerebro
emocional son más simples que las del neocórtex, nuestro cerebro racional, y evalúa
la información entrante de una manera más global. Como resultado, saca
conclusiones a partir de parecidos aproximados, a diferencia del cerebro
racional, que está organizado para ordenar conjuntos de opciones complejas (el
ejemplo más típico sería saltar de miedo al ver una serpiente, para darnos cuenta
después de que es simplemente una cuerda enrollada).
El cerebro emocional inicia
planes de huida preprogramados, como las respuestas de lucha o huida. Estas
reacciones musculares y fisiológicas son automáticas, se ponen en movimiento
sin que lo pensemos o lo planifiquemos, haciendo que nuestras capacidades
conscientes y racionales las alcancen después, a menudo mucho después de que la
amenaza haya pasado.
Finalmente, llegamos a la capa superior del cerebro, el neocórtex.
Compartimos esta capa exterior con otros mamíferos, pero en los humanos es
mucho más gruesa. En el segundo año de vida, los lóbulos frontales,
que componen la mayor parte del neocórtex, empiezan a desarrollarse rápidamente.
Los filósofos antiguos consideraban los siete años como la «edad de la razón».
Para nosotros, el primer curso escolar es el preludio de las cosas que están
por venir, una vida organizada en torno a las capacidades del lóbulo frontal:
sentarse y permanecer quieto, controlar los esfínteres, poder usar las palabras
antes de actuar, comprender ideas abstractas y simbólicas, planificar el mañana,
y estar en sintonía con los maestros y los compañeros de clase.
Los lóbulos frontales son responsables de las cualidades que
nos hacen únicos en el reino animal. Nos permiten usar el lenguaje y el
pensamiento abstracto. Nos capacitan para absorber y asimilar grandes
cantidades de información y asignarles significado. A pesar de nuestro
entusiasmo con las proezas lingüísticas de los chimpancés y los monos rhesus,
solo los seres humanos dominamos las palabras y los símbolos necesarios para
crear los contextos comunitarios, espirituales e históricos que conforman
nuestra vida.
Los lóbulos frontales nos permiten planificar y
reflexionar, imaginar y representar escenarios futuros. Nos ayudan a
predecir qué sucederá si realizamos una acción (como presentarnos a un nuevo
empleo) o dejar de hacer otra (como no pagar el alquiler). Hacen que las
decisiones sean posibles y subyacen tras nuestra sorprendente creatividad.
MIRARNOS EN EL ESPEJO DE LOS DEMÁS: NEUROBIOLOGÍA INTERPERSONAL
Los lóbulos frontales, cruciales para comprender el
trauma, también son el centro de la empatía (nuestra capacidad de ponernos
en el lugar de otra persona). Uno de los descubrimientos realmente
sensacionales de la neurociencia moderna se produjo en 1994, cuando por
un accidente fortuito un grupo de científicos italianos identificaron unas
células especializadas en la corteza que acabaron llamando «neuronas espejo».
Los investigadores conectaron electrodos a neuronas
individuales en el área premotor de un mono, y luego supervisaron
informáticamente con precisión qué neuronas se encendían cuando el mono cogía
un cacahuete o un plátano. En un momento determinado, un investigador estaba
poniendo la comida en una caja cuando miró al ordenador. Las células del
cerebro del mono se estaban encendiendo en el punto exacto en el que se
encontraban las neuronas motrices. Pero el mono no estaba comiendo ni
moviéndose. Estaba mirando al investigador, y su cerebro estaba reflejando
indirectamente como en un espejo sus acciones. Muchos otros experimentos
siguieron en todo el mundo, y pronto quedó claro que las neuronas espejo
explicaban muchos aspectos de la mente anteriormente inexplicables, como la
empatía, la imitación, la sincronía e incluso el desarrollo del lenguaje.
Un escritor comparó las neuronas espejo con el «WIFI
neuronal»; no solo captamos el movimiento de otra persona, sino también su
estado emocional y sus intenciones. Cuando la gente está en sincronía, suele
adoptar la misma postura o sentarse de la misma forma, y sus voces acaban
adoptando el mismo ritmo. Pero nuestras neuronas espejo también nos
hacen más vulnerables a la negatividad de los demás, de manera que respondemos
a su ira con furia o su depresión nos baja el estado de ánimo.
El trauma casi siempre implica no ser vistos, no tener
ese reflejo en el espejo y no ser tenidos en cuenta. El tratamiento debe
reactivar la capacidad de reflejar de forma segura a los demás y de reflejarnos
en ellos, pero también debe evitar que se intercepten las emociones negativas
de los demás. Como todo aquel que haya trabajado con personas con daños
cerebrales o que haya cuidado a sus padres con demencia habrá aprendido a las
duras, el buen funcionamiento de los lóbulos frontales es crucial para mantener
unas relaciones armónicas con el resto de los seres humanos.
Darnos cuenta de que los demás pueden pensar y sentir de
un modo diferente a nosotros es un enorme paso en el desarrollo de los niños de
dos y tres años. Aprenden a entender los motivos de los demás para poder
adaptarse y estar seguros en grupos que tienen percepciones, expectativas y
valores diferentes. Sin unos lóbulos flexibles y activos, las personas se
convierten en criaturas de hábitos, y sus relaciones se vuelven superficiales y
rutinarias. Les falta invención e innovación, descubrimiento y asombro.
El cerebro triúnico
(de tres partes).
El cerebro se desarrolla de abajo hacia arriba.
El cerebro reptiliano se desarrolla en
el útero y organiza las funciones básicas para garantizar la vida. Responde
activamente ante las amenazas a lo largo de nuestra vida
El sistema límbico se organiza básicamente en los primeros seis años de
vida, pero sigue evolucionando en función de su uso. El trauma puede tener
un gran impacto en su funcionamiento a lo largo de la vida.
La corteza prefrontal se desarrolla al
final, y también se ve afectada por la exposición al trauma, incluyendo el
hecho de no poder filtrar la información irrelevante. A lo largo de la vida, es
vulnerable al bloqueo como respuesta a la amenaza. Nuestros lóbulos frontales
también pueden (en ocasiones, no siempre) evitar que hagamos cosas que nos
pondrán en un compromiso o que hagamos daño a los demás. No tenemos que comer
cada vez que tenemos hambre, besar a todas las personas que despierten nuestro
deseo o explotar cada vez que estemos enfadados. Pero es exactamente en este
límite entre el impulso y el comportamiento aceptable donde empiezan muchos de
los problemas. Cuanto más intenso sea el input visceral y sensorial,
menos capacidad tiene el cerebro racional de amortiguarlo.
IDENTIFICAR EL PELIGRO: EL COCINERO Y EL DETECTOR DE HUMO
El peligro forma parte de la vida, y el cerebro es el
encargado de detectarlo y de organizar nuestra respuesta. La información
sensorial sobre el mundo exterior nos llega a través de los ojos, la nariz, los
oídos y la piel. Estas sensaciones convergen en el tálamo, una
zona dentro del sistema límbico.
El tálamo mezcla toda la información de nuestras percepciones para
preparar una experiencia integrada y coherente de «esto es lo que me está
sucediendo». Luego las sensaciones van en dos direcciones: hacia la amígdala (dos
pequeñas estructuras en forma de almendra que están a un nivel más profundo en
el sistema límbico, en el cerebro inconsciente) y hacia los lóbulos
frontales, llegando a nuestro conocimiento consciente.
El neurocientífico Joseph LeDoux llama el camino hacia la
amígdala «el camino de bajada», que es muy rápido, y el camino hacia la corteza
frontal «el camino de subida», que tarda varios milisegundos más en medio de
una experiencia sumamente amenazante. Sin embargo, el procesamiento por
parte del tálamo puede ser defectuoso. Lo que vemos, los sonidos, los
olores y el tacto se codifican como fragmentos aislados y disociados, y el
tratamiento de los recuerdos normales se desintegra. El tiempo se congela,
y parece que el peligro actual va a durar para siempre.
La función central de la amígdala, es identificar si la
información entrante es relevante para nuestra supervivencia. Lo hace de manera
rápida y automática, con la ayuda del retorno del hipocampo, una
estructura cercana que relaciona la nueva información con las experiencias
del pasado.
Cuando la amígdala percibe una amenaza (un choque potencial
con otro vehículo, una persona de la calle que parece peligrosa) manda un mensaje
instantáneo al hipotálamo y al tronco cerebral, recurriendo al sistema de
hormonas del estrés y al sistema nervioso autónomo (SNA) para orquestar una
respuesta a nivel de todo el cuerpo. Como la amígdala procesa la
información que recibe del tálamo más rápidamente que los lóbulos frontales,
decide si la información entrante es una amenaza para nuestra supervivencia
antes incluso de que seamos conscientes del peligro. Para cuando nos damos
cuenta de lo que está sucediendo, nuestro cuerpo puede que ya esté en
movimiento.
Las señales de peligro de la amígdala desencadenan
la liberación de potentes hormonas del estrés, como cortisol y adrenalina,
que hacen aumentar el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y el ritmo de la
respiración, preparándonos para luchar o para escapar. Una vez que el peligro
ha pasado, el cuerpo vuelve a su estado normal bastante rápidamente. Pero
cuando la recuperación se bloquea, el cuerpo se ve llamado a defenderse,
haciendo que la gente se sienta agitada y excitada.
El cerebro emocional es el primero que interpreta la
información entrante. La información sensorial sobre el entorno y el estado
corporal recibida a través de los ojos, los oídos, el tacto, la percepción
cenestésica, etcétera, converge en el tálamo, donde se procesa, y luego pasa
a la amígdala para interpretar su significado emocional. Esto ocurre a la
velocidad del rayo. Si se detecta una amenaza, la amígdala envía mensajes al
hipotálamo para secretar hormonas del estrés para defenderse contra la amenaza.
El neurocientífico Joseph LeDoux lo llama «el camino de bajada».
La segunda vía neuronal, el camino de subida, discurre desde
el tálamo, a través del hipocampo y del cíngulo anterior, hasta la corteza
prefrontal, el cerebro racional, para una interpretación consciente y
mucho más depurada. Esto tarda varios microsegundos más.
Si la interpretación de la amenaza por parte de la amígdala
es demasiado intensa o si el sistema de filtrado de las áreas superiores del
cerebro es demasiado débil, como suele pasar en el TEPT, la gente pierde el
control sobre las respuestas de emergencia automáticas, como los sobresaltos
prolongados o los arranques de agresividad. Aunque la amígdala suele ser muy
buena detectando el peligro, el trauma aumenta el riesgo de malinterpretar
si una situación concreta es peligrosa o segura. Podemos llevarnos bien con
los demás solo cuando podemos valorar con precisión si sus intenciones son
buenas o peligrosas. El menor error de interpretación puede provocar
dolorosos malentendidos en las relaciones personales y laborales. Funcionar
efectivamente en un complejo entorno laboral o en un hogar repleto de niños
revoltosos requiere la habilidad de evaluar rápidamente cómo se siente la gente
y adaptar continuamente nuestro comportamiento en función de ello. Los sistemas
de alarma defectuosos provocan arrebatos o bloqueos como respuesta a
comentarios o expresiones faciales inocuos.
CONTROLAR LA RESPUESTA DE ESTRÉS: LA TORRE DE VIGILANCIA
Si la amígdala es el detector de humo del cerebro, los
lóbulos frontales (y concretamente la corteza prefrontal medial), situados
directamente encima de nuestros ojos, podrían ser la torre de vigilancia, que
ofrece una visión de la escena desde las alturas. El humo que estamos oliendo,
¿es la señal de que se nos está quemando la casa y tenemos que salir corriendo,
o procede del bistec que pusimos sobre un fuego demasiado intenso? La
amígdala no hace estas valoraciones; solo nos prepara para luchar o escapar,
incluso antes de que los lóbulos frontales puedan ponderarlo con su evaluación.
Siempre y cuando no estemos muy alterados, los lóbulos frontales pueden
restaurar el equilibrio y ayudarnos a darnos cuenta de que estamos respondiendo
a una falsa alarma y abortar la respuesta de estrés.
Generalmente, las capacidades ejecutivas de la corteza
prefrontal nos permiten observar qué está sucediendo, predecir qué sucederá si
realizamos una acción determinada y tomar una decisión consciente. Ser capaces
de analizar tranquila y objetivamente nuestras ideas, sentimientos y emociones
(una capacidad que llamaré «concienciación» a lo largo del libro) y luego
tomarnos el tiempo necesario para responder permite al cerebro ejecutivo
inhibir, organizar y modular las reacciones automáticas preprogramadas en el
cerebro emocional. Esta capacidad es crucial para preservar nuestras relaciones
con el resto de los seres humanos. Mientras nuestros lóbulos frontales
funcionen correctamente, es improbable que perdamos los nervios cada vez que el
camarero nos traiga tarde nuestro pedido o que un agente de una compañía
aseguradora nos deje esperando al teléfono. (La torre de vigilancia también nos
dice que la ira de los demás y las amenazas dependen de su estado emocional).
Cuando este sistema falla, nos convertimos en animales condicionados: en el
momento en que detectamos peligro, automáticamente nos ponemos en modo de lucha
o huida.
En el TEPT, el equilibrio crítico entre la amígdala
(detector de humo) y la corteza prefrontal medial (la torre de vigilancia)
cambia radicalmente, complicando mucho más el control de las emociones y los
impulsos. Los estudios basados en las neuroimágenes de personas en estados
muy emocionales revelan que el miedo, la tristeza y la ira intensos aumentan la
activación de las regiones cerebrales subcorticales involucradas en las
emociones y reducen la actividad en varias áreas del lóbulo frontal,
especialmente la corteza prefrontal medial. Cuando esto ocurre, las
capacidades inhibidoras del lóbulo frontal fallan, y las personas «pierden la
razón». Pueden sobresaltarse como respuesta a cualquier sonido alto, enfadarse
mucho por pequeñas frustraciones o quedarse paralizadas cuando alguien las toca.
De arriba abajo o de
abajo arriba.
Las estructuras del cerebro emocional deciden qué percibimos
como peligroso o seguro.
Existen dos maneras de cambiar el sistema de detección de
las amenazas:
a)
de arriba abajo, a través de mensajes moduladores desde
la corteza prefrontal medial (no solo la corteza prefrontal); o
b)
de abajo arriba, a través del cerebro reptiliano,
mediante la respiración, el movimiento y el tacto.
El manejo efectivo del estrés depende del equilibrio entre
el detector de humo y la torre de vigilancia. Si queremos gestionar mejor
nuestras emociones, nuestro cerebro nos da dos opciones:
Podemos aprender
a regularlas de arriba abajo o de abajo arriba.
Conocer la
diferencia entre la regulación de arriba abajo y de abajo arriba es crucial
para comprender y tratar el estrés traumático.
La regulación de arriba abajo implica reforzar la
capacidad de la torre de vigilancia para supervisar nuestras sensaciones
corporales. La meditación consciente y el yoga nos pueden ayudar a
hacerlo. La regulación de abajo arriba significa recalibrar el sistema nervioso
autónomo (que, como hemos visto, se origina en el tronco cerebral). Podemos acceder
al SNA a través de la respiración, del movimiento o del tacto. La
respiración es una de las pocas funciones corporales que está bajo un control
consciente y autónomo.
EL JINETE Y EL CABALLO
Por ahora, me gustaría subrayar que la emoción no se opone a
la razón; nuestras emociones asignan valor a las experiencias y, por lo tanto,
son la base de la razón. Nuestra experiencia propia es producto del equilibrio
entre nuestros cerebros racional y emocional. Cuando estos dos sistemas están
en equilibrio, nos sentimos «como nosotros mismos». Sin embargo, cuando nuestra
supervivencia está en juego, estos sistemas pueden funcionar de un modo
relativamente independiente. Si, por ejemplo, estamos conduciendo, hablando con
un amigo, y de repente vemos por el rabillo del ojo que se asoma un camión,
instantáneamente dejaremos de hablar, apretaremos el freno y giraremos el
volante para evitar el peligro. Si nuestras acciones instintivas nos han
salvado de la colisión, podemos retomar la conversación allí donde la dejamos.
Ser capaces de hacerlo o no depende en gran medida de lo rápido que nuestras
reacciones viscerales se alejen de la amenaza.
El neurocientífico Paul MacLean, autor la descripción de las
tres partes del cerebro descritas, comparó la relación entre el cerebro
racional y el cerebro emocional con la que existe entre un jinete más o menos
competente y su caballo rebelde. Mientras que el tiempo esté calmado y el
camino no tenga obstáculos, el jinete puede notar un excelente control. Pero
los sonidos inesperados o las amenazas de otros animales pueden hacer que el
caballo salga corriendo, obligando al jinete a agarrarse bien para salvar su
vida. Del mismo modo, cuando la gente siente que su supervivencia está en juego
o cuando sufre rabia, nostalgia, miedo o deseo sexual, deja de escuchar a la
voz de la razón y no tiene mucho sentido razonar con ella. Cuando el sistema
límbico decide que algo es cuestión de vida o muerte, las sendas entre los
lóbulos frontales y el sistema límbico se vuelven confusas.
Los psicólogos suelen intentar ayudar a la gente a utilizar
la percepción y la comprensión para gestionar su comportamiento. Sin embargo,
la investigación neurocientífica muestra que muy pocos problemas psicológicos
son resultado de problemas de comprensión: la mayoría se originan en las
presiones de las regiones cerebrales más profundas en las que se basan nuestra
percepción y nuestra atención. Cuando la alarma del cerebro emocional sigue
señalando que estamos en peligro, no hay comprensión posible que pueda
silenciarla.
Cuando nuestros cerebros emocional y racional están en
conflicto (como cuando estamos enfadados con alguien a quien amamos,
atemorizados por alguien de quien dependemos o deseamos a una persona que ha
sobrepasado los límites) se produce una lucha. Esta batalla se representa sobre
todo en el teatro de la experiencia visceral (las tripas, el corazón, los
pulmones) y provocará una incomodidad física y un malestar psicológico. El
cerebro y las vísceras interactúan en la seguridad y en el peligro, algo clave
para comprender las diferentes manifestaciones físicas del trauma.
Algunas de las principales características del estrés
traumático:
a)
revivir el trauma de manera atemporal;
b)
volver a experimentar las imágenes, los sonidos
y las emociones; y la disociación.
LOS CEREBROS DE STAN Y UTE BAJO EL TRAUMA
En una bonita mañana de septiembre de 1999, Stan y Ute
Lawrence, una pareja profesional de unos cuarenta años, salía de su casa de
London (Ontario, Canadá) para asistir a una reunión de negocios en Detroit. A
mitad del camino, encontraron una niebla intensa que redujo la visibilidad a
cero en una milésima de segundo. Stan inmediatamente pisó los frenos y pudo
parar en la cuneta de la autopista, esquivando por poco un camión enorme. Otro
camión de dieciocho ruedas salió despedido por encima de su coche, furgonetas y
coches empezaron a chocar. La gente que había salido de los vehículos fue
atropellada mientras corrían para salvar su vida. Seguían produciéndose choques
ensordecedores, y con cada sacudida sentían que aquella sería la que les
mataría. Stan y Ute quedaron atrapados en el decimotercer coche de los ochenta
y siete vehículos que chocaron en cadena, el peor accidente de tráfico de la
historia de Canadá. Luego se produjo un silencio espeluznante. Stan intentó
abrir las puertas y las ventanas, pero el camión que salió volando y cayó sobre
el maletero de su coche le impedía salir. De repente, alguien empezó a golpear
el techo de su coche. Una chica estaba gritando. «Sacadme de aquí, ¡estoy
ardiendo!». Impotentes, vieron cómo moría mientras su coche se consumía entre
llamas. Lo siguiente que supieron fue que un conductor de camión estaba en el
techo de su coche con un extintor. Rompió el parabrisas para sacarlos y Stan
salió por la abertura. Al girarse para ayudar a su esposa, vio a Ute paralizada
en el asiento. Stan y el conductor la sacaron y una ambulancia los llevó a
urgencias. Aparte de algunos cortes, salieron físicamente ilesos. En casa, esa
noche, ni Stan ni Ute querían dormir. Les parecía que si se relajaban se
morirían. Estaban irritables, nerviosos y al límite. Esa noche, y muchas más
después, bebieron grandes cantidades de vino para bloquear el miedo. No podían
detener las imágenes que los estaban torturando o las preguntas incesantes: ¿Y
si hubieran salido antes? ¿Y si no hubieran parado a poner gasolina? Al cabo de
tres meses, pidieron ayuda a la doctora Ruth Lanius, psiquiatra de la
Universidad de Ontario Occidental. La doctora Lanius, dijo que Stan y Ute
querían visualizar sus cerebros con una RMf antes de empezar el tratamiento. La RMf mide la actividad
neuronal analizando los cambios en el flujo sanguíneo del cerebro y, a
diferencia de la tomografía por emisión de positrones, no requiere exposición a
radiación. La doctora Lanius usaba el mismo tipo de imágenes basadas en un
guion usadas en Harvard, capturando las imágenes, los sonidos, los olores y
otras sensaciones que Stan y Ute experimentaron mientras estaban atrapados en
el coche. Stan fue el primero, e inmediatamente tuvo un flashback, igual que
Marsha en el estudio de Harvard. Salió del escáner sudando, con el corazón
acelerado y la presión arterial disparada. «Así es como me sentí durante el
accidente –dijo–. Estaba seguro de que iba a morir, y no podía hacer nada
para salvarme». En lugar de recordar el accidente como algo que había sucedido
tres meses antes, Stan lo estaba reviviendo.
DISOCIACIÓN Y REMEMORACIÓN
La disociación es la esencia del trauma. La experiencia abrumadora se
divide y se fragmenta, de modo que las emociones, los sonidos, las imágenes,
los pensamientos y las sensaciones físicas relacionadas con el trauma toman
vida propia.
Los fragmentos sensoriales de recuerdos se cuelan en el
presente, donde se vuelven a experimentar literalmente. Mientras el trauma
no se resuelva, las hormonas del estrés que el cuerpo secreta para protegerse
siguen circulando y los movimientos defensivos y las respuestas emocionales se
siguen reproduciendo. A diferencia de Stan, sin embargo, muchas personas
puede que no se den cuenta de la relación entre sus sensaciones y reacciones
«de locos» y los acontecimientos traumáticos que se están reproduciendo. No
tienen ni idea de por qué responden a una irritación menor como si estuvieran a
punto de ser aniquilados. Los flashbacks y las rememoraciones, en cierto modo,
son peores que el propio trauma.
Un evento traumático tiene un principio y un final; en
algún momento termina. Pero para las personas con TEPT, los flashbacks pueden
producirse en cualquier momento, tanto si están despiertos como si están
durmiendo. No hay forma de saber cuándo va a volver ocurrir o cuánto va a
durar. La gente que sufre flashbacks suele organizar su vida intentando
protegerse de ellos. Puede ir compulsivamente al gimnasio o hacer pesas
(sin llegar nunca a estar suficientemente fuertes), drogarse para desconectar o
cultivar una falsa sensación de control en situaciones sumamente peligrosas
(como participando en carreras de motos, haciendo puenting o trabajando como
conductor de ambulancias).
Luchar permanentemente contra peligros invisibles es
agotador, y les deja cansados, deprimidos y desgastados. Si los elementos del
trauma se reproducen una y otra vez, las hormonas del estrés que los acompañan
graban esos recuerdos aún más profundamente en la mente. Los acontecimientos
ordinarios y diarios se vuelven cada vez menos emocionantes. No ser capaz de
asimilar profundamente lo que sucede a su alrededor les impide sentirse
totalmente vivos. Se hace más difícil sentir las alegrías y las molestias de la
vida normal, cuesta más concentrarse en las tareas que se tienen entre manos.
No estar completamente vivo en el presente los mantiene más aprisionados en el
pasado. Las respuestas desencadenadas se manifiestan de varias maneras.
·
Los veteranos pueden reaccionar ante la menor
señal (como encontrar un bulto en la carretera o ver a un niño jugando en la
calle) como si estuvieran en una zona de guerra. Se sobresaltan fácilmente y se
enfurecen o se quedan bloqueados.
·
Las víctimas de abusos sexuales en la infancia
pueden anestesiar su sexualidad y luego sentirse profundamente culpables al
excitarse con sensaciones o imágenes que les recuerdan los abusos, incluso
cuando esas sensaciones son placeres naturales asociados con partes concretas
de su cuerpo.
Si se obliga a las personas que han vivido un trauma a
contar su experiencia, en algunos casos puede que les suba la presión arterial
mientras que en otros pueden producirse migrañas. Otras personas pueden quedar emocionalmente
bloqueadas y no notar ningún cambio evidente. Sin embargo, en el laboratorio,
no nos cuesta nada detectar cómo se les acelera el corazón y cómo las hormonas
del estrés invaden todo su cuerpo. Estas reacciones son irracionales y están
totalmente fuera del control de la gente.
Las necesidades y las emociones intensas y
prácticamente incontrolables hacen que las personas sientan que se están
volviendo locas y que no pertenecen a la raza humana. Sentirnos
paralizados durante la fiesta de cumpleaños de nuestros hijos o como respuesta
a la muerte de una persona querida hace que nos sintamos como monstruos. Como
resultado de ello, el remordimiento se convierte en
la emoción dominante y esconder la verdad en la principal preocupación.
Las personas traumatizadas raramente son conscientes del origen de su
aislamiento. Aquí es donde entra en juego la terapia, que consiste en empezar a
sacar las emociones generadas por el trauma siendo capaces de sentir, tener la
capacidad de observarnos a nosotros mismos conectados. Sin embargo, la
conclusión es que el sistema de percepción de las amenazas del cerebro ha
cambiado, y la huella del pasado dicta las reacciones físicas. El trauma
que empezó «allí» ahora se representa en el campo de batalla de nuestro propio
cuerpo, generalmente sin una conexión consciente entre lo que sucedió
entonces y lo que está pasando ahora en nuestro interior.
El reto no es tanto aprender a aceptar las cosas terribles
que han sucedido, sino aprender a dominar las sensaciones y las emociones
internas. Sentir, nombrar e identificar lo que
pasa por dentro es el primer paso hacia la recuperación.
LA AMIGDALA FUNCIONANDO A TODA MARCHA
La amígdala de Stan no distinguía entre el pasado y el
presente. Se activaba como si el accidente de tráfico estuviera sucediendo en
el escáner, desencadenando las potentes hormonas del estrés y las respuestas del
sistema nervioso. Eran las responsables de sus sudores y sus temblores, su
ritmo cardiaco acelerado y la alta presión arterial: unas respuestas totalmente
normales y potencialmente salvadoras si un camión acaba de chocar contra tu
coche. Es importante tener un detector de fuego eficiente, porque no queremos
que un fuego embravecido nos pille desprevenidos. Pero si nos ponemos
histéricos cada vez que olemos humo, se convierte en algo intensamente
perturbador. Sí, tenemos que detectar cuándo alguien se está enfadando con
nosotros, pero si nuestra amígdala se dispara, podemos tener miedo crónico a
que la gente nos odie o podemos sentir como si la gente nos persiguiera.
EL CRONOMETRADOR SE SATURA
Stan y Ute se habían
vuelto hipersensibles e irritables después del accidente, lo cual sugería que
su corteza prefrontal estaba luchando para mantener el control en las
situaciones de estrés. El flashback de Stan precipitó una reacción más extrema.
Las dos áreas de la parte frontal del cerebro: la corteza prefrontal
dorsolateral derecha e izquierda cuando se desactivan, la gente pierde
la percepción del tiempo y permanece atrapada en el momento, sin una percepción
del pasado, del presente o del futuro.
Dos sistemas cerebrales son importantes para el
procesamiento mental del trauma: los relacionados con la intensidad
emocional y con el contexto.
La intensidad emocional se define por la
alarma de incendios, la amígdala, y su contrapeso, la torre de vigilancia,
la corteza prefrontal medial.
El contexto y el significado de una experiencia se
determinan por el sistema que incluye la corteza prefrontal dorsolateral
(CPFDL) y el hipocampo.
La CPFDL está situada en el lateral del cerebro frontal,
mientras que la CPFM se encuentra en el centro. Las estructuras que se
encuentran en la línea central del cerebro se dedican a nuestra experiencia
interior relativa a nosotros mismos, y las laterales tienen que ver con nuestra
relación con lo que nos rodea. La CPFDL nos indica cuánta de nuestra experiencia actual está
relacionada con el pasado y cómo puede afectar al futuro (es como si fuera
el cronometrador del cerebro). Saber que sea lo que sea lo que esté sucediendo
tiene un final y que tarde o temprano llegará a su fin hace que la mayoría de
las experiencias sean tolerables. Lo contrario también es cierto: las
situaciones se vuelven intolerables cuando parecen interminables. La mayoría
sabemos a partir de experiencias personales tristes que una pena terrible suele
ir acompañada de la sensación de que ese estado de desdicha durará para
siempre, y que nunca superaremos nuestra pérdida. El trauma es la experiencia
máxima de esa sensación de que «esto durará para siempre».
Imagen de un flashback con RMf.
Aparece mucha más actividad en el lado derecho que en
el lado izquierdo. El escáner de Stan revela por qué la gente solo puede
superar un trauma cuando las estructuras cerebrales que quedaron fuera de
combate durante la experiencia original (esa es la razón por la que el
acontecimiento se registró en el cerebro como trauma en primer lugar) están de
nuevo conectadas.
En la terapia, el pasado debe revisarse cuando las personas
están, biológicamente hablando, firmemente arraigadas en el presente y
sintiéndose plenamente tranquilas, seguras y con los pies en el suelo («con los
pies en el suelo» significa que notamos el trasero cuando nos sentamos, vemos
la luz que entra por la ventana, sentimos la tensión en las pantorrillas y
escuchamos el viento moviendo las hojas de los árboles). Estar anclado en el
presente mientras se revisita el trauma abre la posibilidad de saber
profundamente que esos acontecimientos terribles pertenecen al pasado. Para
que eso suceda, la torre de vigilancia, el cocinero y el cronometrador del
cerebro deben estar conectados. La terapia no funcionará mientras las
personas sigan viéndose arrastradas hacia el pasado.
EL TÁLAMO DEJA DE FUNCIONAR
Si nos fijamos de nuevo en el escáner del flashback de Stan,
veremos dos huecos blancos más en la parte inferior del cerebro. Son su tálamo
derecho e izquierdo, en blanco durante el flashback igual que durante el trauma
original. Como he comentado, el tálamo funciona como un «cocinero», una antena
que capta las sensaciones de los oídos, los ojos y la piel y las integra en la
sopa que es nuestra memoria autobiográfica. La avería del tálamo explica por
qué el trauma se recuerda básicamente no como una historia, un relato con un
inicio, un desarrollo y un final, sino como huellas sensoriales aisladas:
imágenes, sonidos y sensaciones físicas que van acompañadas de emociones
intensas, generalmente de terror e impotencia.
En circunstancias normales, el tálamo también actúa como
filtro o guarda. Esto lo convierte en un componente central de la atención, la
concentración y los nuevos aprendizajes, todo lo cual se ve afectado por el
trauma. Mientras lee estas líneas, puede que esté escuchando música de fondo, o
el tráfico retumbando, o que sienta un leve mordisqueo en el estómago
indicándole que es hora de tomar un tentempié. Si es capaz de permanecer
concentrado en esta página, el tálamo le está ayudando a distinguir entre la
información sensorial que es relevante y la información que puede ignorar
tranquilamente.
Las personas con TEPT tienen las compuertas completamente
abiertas. Al carecer de filtros, sufren una sobrecarga emocional constante. Para
poder hacerle frente, intentan desconectarse y desarrollan una visión en forma
de túnel y un hiperfoco. Si no logran desconectarse naturalmente, puede que
recurran a las drogas o al alcohol para aislarse del mundo. La tragedia es que
el precio que pagan por cerrarse incluye también cerrarse a fuentes de placer y
de alegría.
DESPERSONALIZACIÓN: LA SEPARACIÓN DEL YO
Veamos la experiencia
de Ute en el escáner. No todas las personas reaccionan ante el trauma
exactamente del mismo modo, pero en este caso la diferencia es especialmente
dramática, porque Ute estaba sentada junto a Stan en el coche siniestrado. Respondió
al guion de su trauma mediante el bloqueo: su mente se quedó en blanco, y casi
cada área de su cerebro mostró una actividad marcadamente reducida. Su ritmo
cardiaco y la presión arterial no crecieron.
Cuando se le preguntó cómo se sintió durante el escáner,
dijo: «Me sentí igual que me sentí en el momento del accidente: no sentí nada».
El término médico para la respuesta de Ute se llama despersonalización.
Todo aquel que trabaje con hombres, mujeres o niños
traumatizados, tarde o temprano se verá enfrentado a miradas vacías y mentes
ausentes, la manifestación exterior de la reacción biológica de bloqueo. La
despersonalización es un síntoma de la enorme disociación creada por el
trauma. Los flashbacks de Stan procedían de sus esfuerzos frustrados de
escapar del accidente (inducidas por el guion, todas esas sensaciones y
emociones disociadas y fragmentadas volvieron drásticamente al presente). Pero
en lugar de luchar por escapar, Ute había disociado su miedo y no sentía
nada.
Con frecuencia se observa en consulta la despersonalización
cuando los pacientes cuentan historias horribles sin ningún sentimiento.
La consulta se queda sin energía, y hay que hacer ingentes esfuerzos para
seguir prestando atención. Un paciente sin vida te obliga a trabajar mucho más
para mantener viva la terapia, y suelo rezar para que la hora pase deprisa. Después
de ver el escáner de Ute, empecé a tener un enfoque muy distinto sobre los
pacientes que se quedan en blanco. Con casi todas las áreas del cerebro
desconectadas, obviamente no pueden pensar, sentir profundamente, recordar o
comprender qué está sucediendo. La terapia conversacional convencional,
en estas circunstancias, es prácticamente inútil. En el caso de Ute, era
imposible adivinar por qué respondía de un modo tan distinto a Stan. Estaba
usando una estrategia de supervivencia que su cerebro aprendió en la infancia
para hacer frente al duro trato de su madre. El padre de Ute murió cuando
ella tenía nueve años, y su madre solía maltratarla y humillarla. En
algún momento, Ute descubrió que podía poner la mente en blanco cuando su madre
le gritaba. Treinta y cinco años después, estando atrapada en su coche siniestrado,
el cerebro de Ute se puso automáticamente en el mismo modo de supervivencia:
se hizo desaparecer.
El reto para las personas como Ute es volver a estar
alerta e implicadas, una tarea difícil pero inevitable si quieren recuperar
su vida. Aquí es donde un enfoque de abajo hacia
arriba sobre la terapia es fundamental. En realidad, el objetivo es
cambiar la fisiología del paciente, su relación con sus sensaciones corporales:
el ritmo cardiaco y los patrones de respiración. Ayudamos a los pacientes a
evocar y a percibir sus sensaciones corporales presionando en los puntos de
acupresión.
Las interacciones rítmicas con otras personas también son
efectivas (lanzar una pelota de vóleyplaya, botar sobre una pelota de Pilates,
tocar la batería o bailar al son de la música).
Insensibilizarse es la otra cara de la moneda en el TEPT.
Muchos supervivientes empiezan como Stan, con flashbacks explosivos, y luego se
van insensibilizando en su día a día. Aunque revivir el trauma es dramático,
aterrador y potencialmente autodestructivo, con el tiempo una falta de
presencia puede ser aún peor. Es un problema particular con los niños
traumatizados. Los niños que se comportan mal reciben atención; los que están
en blanco no molestan a nadie y se deja que su futuro se vaya perdiendo poco a
poco.
APRENDER A VIVIR EN EL PRESENTE
El reto en el
tratamiento de los traumas no es solo manejar el pasado, sino, incluso más aún,
mejorar la calidad de la experiencia diaria. Una razón por la que los recuerdos
traumáticos se vuelven dominantes en el TEPT es que resulta muy difícil
sentirse realmente vivo en el presente. Cuando no podemos estar completamente
aquí, vamos a lugares en los que nos sentíamos vivos, aunque esos lugares estén
repletos de horror y de pena.
Cerebro en blanco (disociación) como respuesta al recuerdo de una
trauma del pasado.
En este caso, casi todas las áreas del cerebro tienen una
activación reducida, interfiriendo con el pensamiento, el enfoque y la
orientación. Muchos enfoques de tratamiento del estrés traumático se centran en
desensibilizar a los pacientes con respecto a su pasado, con la esperanza de
que la nueva exposición a sus traumas reduzca los arranques emocionales y los
flashbacks. Creo que esto se basa en una mala interpretación de lo que sucede
en el estrés traumático. La mayoría de nosotros debemos ayudar a nuestros
pacientes a vivir de forma completa y segura en el presente. Para ello, debemos
ayudarles a recuperar las estructuras cerebrales que les dejaron abandonados
cuando el trauma los abrumó. La desensibilización puede hacernos reaccionar
menos, pero si no podemos sentir la satisfacción de hacer cosas normales como
dar un paseo, cocinar o jugar con nuestros hijos, la vida pasa de largo.
Bibliografía
El cuerpo lleva la cuenta (Van der kolk)
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