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¿CÓMO SE REGISTRAN LAS EMOCIONES EN EL CUERPO?

 

¿CÓMO SE REGISTRAN LAS EMOCIONES EN EL CUERPO?

Antes de la aparición del cerebro, no había ni color ni sonido en el universo, ni había sabores ni aromas y probablemente pocas sensaciones y nada de sentimientos ni emociones. Antes de los cerebros, el universo tampoco conocía el dolor ni la ansiedad. –Roger Sperry 1 l 11 de septiembre de 2001, Noam Saul, de cinco años, fue testigo de cómo el primer avión de pasajeros se estrellaba contra el World Trade Center desde las ventanas de su clase de primer curso en la escuela PS 234, a menos de 450 metros de distancia. Él y sus compañeros corrieron con su maestra por las escaleras hasta el vestíbulo, donde la mayoría se encontraron con sus padres que acababan de dejarlos en la escuela unos minutos antes. Noam, su hermano mayor y su padre fueron tres de las decenas de personas que corrieron para salvar la vida a través de los escombros, las cenizas y el humo del Bajo Manhattan esa mañana. Al cabo de diez días visité a su familia, que son amigos míos, y esa tarde sus padres y yo fuimos a caminar por la espeluznante oscuridad del hueco 70 todavía humeante en el que se levantaba antes la Torre 1, abriéndonos paso entre el personal de rescate que trabajaba sin descanso bajo intensos focos. Cuando volvimos a casa, Noam seguía despierto, y me enseñó un dibujo que había hecho el 12 de septiembre a las 9 de la mañana. El dibujo representaba lo que había visto el día anterior: un avión estrellándose en la torre, una bola de fuego, bomberos y personas saltando de las ventanas de la torre. Pero en la parte inferior había dibujado algo más: un círculo negro al pie de los edificios. No tenía ni idea de lo que era, así que le pregunté. «Una cama elástica», me respondió. ¿Qué hacía allí una cama elástica? Noam me explicó: «Para que la próxima vez que la gente tenga que salvarse no haya peligro». Me quedé sorprendido. Ese niño de cinco años, testigo de un caos y de un desastre indescriptibles solo veinticuatro horas antes de hacer ese dibujo, utilizó su imaginación para procesar lo que había visto y seguir adelante con su vida. Noam era afortunado. Toda su familia había salido indemne, había crecido rodeado de amor y era capaz de comprender que la tragedia de la que habían sido testigos había llegado a su fin.

Durante los desastres, los niños suelen seguir la pista de sus padres. Si sus cuidadores permanecen tranquilos y responden a sus necesidades, suelen sobrevivir a terribles incidentes sin sufrir cicatrices psicológicas graves.

Aspectos críticos de la respuesta adaptativa a la amenaza

Pero la experiencia de Noam nos permite ver dos aspectos críticos de la respuesta adaptativa a la amenaza que es básica para la supervivencia humana. Cuando se produjo el desastre, fue capaz de adoptar un papel activo escapando de él, convirtiéndose así en un agente de su propio rescate. Y una vez que alcanzó la seguridad de su hogar, las alarmas de su cerebro y su cuerpo se apagaron, lo cual le permitió liberar su mente para comprender qué había sucedido e incluso imaginar una alternativa creativa a lo que había visto, una cama elástica para salvar vidas. Reprodujo la imagen que torturó a tantos supervivientes (gente saltando para escapar del infierno), pero añadió algo para salvar vidas: una cama elástica al pie del edificio derrumbado.

A diferencia de Noam, la gente traumatizada permanece atascada y su crecimiento se detiene al no poder integrar las nuevas experiencias en su vida. Me emocionó mucho que los veteranos del ejército de Patton me regalaran un reloj de la II Guerra Mundial, pero era un recuerdo triste del año en el que sus vidas se detuvieron de manera efectiva: 1944. Estar traumatizado significa seguir con tu vida como si el trauma siguiera, invariable e inmutable, ya que cada nuevo encuentro o acontecimiento está contaminado por el pasado. El trauma afecta todo el organismo humano (el cuerpo, la mente y el cerebro).

En el TEPT, el cuerpo sigue defendiéndose de una amenaza que pertenece al pasado. Superar el TEPT significa ser capaz de poner fin a esta movilización continuada del estrés y restaurar todo el organismo para que se sienta seguro. Tras el trauma, el mundo se vive con un sistema nervioso diferente. Ahora, la energía del superviviente se centra en eliminar el caos interno, en detrimento de vivir espontáneamente su vida. Estos intentos por controlar unas reacciones fisiológicas insoportables pueden dar como resultado toda una serie de síntomas físicos como la fibromialgia, la fatiga crónica y otras enfermedades autoinmunes.

Ello explica por qué es crítico que el tratamiento de los traumas englobe todo el organismo: el cuerpo, la mente y el cerebro.

ORGANIZADO PARA SOBREVIVIR

Cuando el sistema de alarma del cerebro se dispara, automáticamente desencadena unos planes de huida física preprogramados en las partes más antiguas del cerebro. Como en otros animales, los nervios y las sustancias químicas que componen nuestra estructura cerebral básica están conectados directamente con nuestro cuerpo. Cuando el cerebro antiguo toma el mando, apaga parcialmente el cerebro superior, nuestra mente consciente, y prepara el cuerpo para correr, esconderse, luchar o, en ocasiones, quedarse paralizado. Para cuando somos totalmente conscientes de nuestra situación, nuestro cuerpo puede que ya esté en movimiento.

Si la respuesta de lucha/huida/paralización sale bien y escapamos del peligro, recuperamos nuestro equilibrio interno y gradualmente «recuperamos los sentidos». Si, por alguna razón, la respuesta normal se bloquea (por ejemplo, cuando la gente se encuentra retenida, atrapada o impedida para llevar a cabo una acción efectiva, ya sea en una zona de guerra, un accidente de tráfico, violencia doméstica o una violación), el cerebro sigue secretando sustancias las químicas del estrés y los circuitos eléctricos del cerebro siguen encendiéndose en vano. Mucho después de suceder el acontecimiento en cuestión, el cerebro puede seguir enviando señales al cuerpo para que escape de una amenaza que ya no existe. Desde al menos 1889, cuando el psicólogo francés Pierre Janet publicó el primer artículo científico sobre el estrés traumático, se ha reconocido que los supervivientes de traumas tienden a «continuar la acción, o intentan (inútilmente) realizar la acción que empezó cuando el acontecimiento se produjo». Ser capaz de moverse y de hacer algo para protegerse es un factor crítico a la hora de determinar si una experiencia horrible dejará o no cicatrices duraderas.  Acción efectiva frente a paralización.

La acción efectiva (el resultado de luchar/huir) pone fin a la amenaza. La paralización mantiene el cuerpo en un estado de shock del que no se puede escapar y de impotencia aprendida. Al enfrentarse a un peligro, las personas secretan automáticamente hormonas para aumentar su resistencia y escapar. El cerebro y el cuerpo están programados para correr hacia casa, donde se puede restaurar la seguridad y las hormonas del estrés pueden descansar. En estos hombres atrapados que fueron evacuados lejos de casa después del huracán Katrina, los niveles de las hormonas del estrés permanecieron elevados y se volvieron en contra de los supervivientes, estimulando el miedo, la depresión, la rabia y la enfermedad física de forma continua.

 Cuantas más cosas descubre la neurociencia sobre el cerebro, más conscientes somos de que es una enorme red de piezas interconectadas organizadas para ayudarnos a sobrevivir y progresar. Conocer cómo funcionan conjuntamente estas piezas es fundamental para comprender cómo afecta el trauma a cada parte del organismo humano, y puede servir como guía imprescindible para superar el estrés traumático.

EL CEREBRO DE ABAJO HACIA ARRIBA

La tarea más importante de nuestro cerebro es garantizar nuestra supervivencia, incluso bajo las condiciones más miserables. Todo lo demás es secundario. Para ello, el cerebro debe:

1) generar las señales internas que registren qué necesita nuestro cuerpo, como comida, descanso, protección, sexo y cobijo;

2) crear un mapa del mundo para indicarnos dónde ir para satisfacer estas necesidades;

3) generar la energía y las acciones necesarias para llevarnos allí;

4) avisarnos de los peligros y las oportunidades en el camino, y

5) adaptar nuestras acciones según los requisitos del momento.

Y como los seres humanos somos mamíferos, criaturas que solo pueden sobrevivir y prosperar en grupo, todos estos imperativos requieren coordinación y colaboración.

Los problemas psicológicos aparecen cuando:

1)      nuestras señales no funcionan,

2)      cuando nuestros mapas no nos llevan allí donde tenemos que ir,

3)      cuando estamos demasiado paralizados para movernos,

4)      cuando nuestras acciones no se corresponden con nuestras necesidades, o

5)      cuando se rompen nuestras relaciones.

Nuestro cerebro racional y cognitivo es en realidad la parte más joven del cerebro y ocupa solo aproximadamente el 30 % del espacio dentro del cráneo. El cerebro racional se ocupa básicamente del mundo exterior:

a)      comprender cómo funcionan las cosas y las personas

b)      saber cómo cumplir nuestros objetivos, gestionar nuestro tiempo y secuenciar nuestras acciones.

Debajo del cerebro racional se encuentran dos cerebros evolutivamente más viejos y, hasta cierto punto, separados, encargados de todo lo demás:

a)      el registro momento a momento y el manejo de nuestra fisiología corporal y

b)      la identificación del confort, la seguridad, la amenaza, el hambre, la fatiga, el deseo, las ganas, la activación, el placer y el dolor.

El cerebro se construye desde abajo. Se desarrolla nivel a nivel en cada niño en el útero, como durante la evolución. La parte más primitiva, la parte que ya está conectada cuando nacemos, es el antiguo cerebro animal, a menudo llamado cerebro reptiliano. Se encuentra en el tronco cerebral, justo encima del lugar en el que la médula espinal entra en el cráneo.

El cerebro reptiliano es el responsable de todo lo que pueden hacer los recién nacidos: comer, dormir, despertar, llorar, respirar; notar la temperatura, el hambre, la humedad y el dolor; y liberar el cuerpo de toxinas orinando y defecando.

El tronco cerebral y el hipotálamo (que se encuentra directamente encima) controlan conjuntamente los niveles de energía del cuerpo. Coordinan el funcionamiento del corazón y de los pulmones y también los sistemas endocrino e inmunológico, garantizando que estos sistemas básicos para la vida se mantengan dentro del equilibrio interno relativamente estable conocido como homeostasia.

Respirar, comer, dormir, hacer pis y caca son tan fundamentales que su importancia se olvida fácilmente cuando pensamos en las complejidades de la mente y del comportamiento. Sin embargo, si tenemos el sueño alterado o nuestros pulmones no funcionan bien, o si siempre tenemos hambre, o si el hecho de que nos toquen nos da ganas de gritar (como suele sucederles a los niños y adultos traumatizados), todo el organismo se ve abocado al desequilibrio. Es sorprendente ver cuántos problemas psicológicos implican dificultades con el sueño, el apetito, el tacto, la digestión y la activación. Cualquier tratamiento efectivo de un trauma debe incluir estas funciones básicas de mantenimiento del orden del cuerpo.

Justo encima del cerebro reptiliano se encuentra el sistema límbico. También se conoce como cerebro de los mamíferos, porque todos los animales que viven en grupo y que cuidan a sus crías tienen uno. El desarrollo de esta parte del cerebro realmente empieza cuando el bebé nace. Es el centro de las emociones, el monitor del peligro, el juez sobre lo que es agradable o espantoso, el árbitro de lo que es importante o no para la supervivencia. También es el puesto de mando central para hacer frente a los retos de vivir en nuestras complejas redes sociales.

El sistema límbico se conforma en función de la experiencia, junto con la propia composición genética del niño y su temperamento innato. (Como todos los padres con varios hijos saben, desde su nacimiento, los niños reaccionan con una intensidad y de una forma diferente ante acontecimiento similares). Todo lo que le sucede a un bebé forma parte del mapa emocional y perceptual del mundo que crea su cerebro en desarrollo. Como explica Bruce Perry, el cerebro se forma «en función de su uso». Es otra forma de describir la neuroplasticidad, el descubrimiento relativamente reciente de que las neuronas «se encienden juntas, se conectan juntas».

Cuando un circuito se enciende repetidamente, puede tratarse de una configuración defectuosa (la respuesta más probable que se produzca). Si nos sentimos seguros y amados, nuestro cerebro se especializa en la exploración, el juego y la cooperación. Si nos sentimos atemorizados y no deseados, se especializa en el manejo de los sentimientos de miedo y de abandono.

Cuando somos bebés y niños, aprendemos sobre el mundo moviéndonos, agarrando cosas y gateando, y descubriendo qué sucede cuando gritamos, sonreímos o protestamos. Estamos experimentando constantemente con lo que nos rodea:

¿cómo cambian nuestras interacciones el modo en que se siente nuestro cuerpo?

Si vamos a una fiesta de cumpleaños de una niña de dos años, veremos cómo la pequeña solicita nuestra la atención, juega con nosotros, experimenta con nosotros, sin necesitar el lenguaje para nada. Estas primeras exploraciones configuran las estructuras límbicas dedicadas a las emociones y a la memoria, pero estas estructuras también pueden ser modificadas significativamente por las experiencias posteriores, para mejor en el caso de una bella amistad o de un bonito primer amor o para peor en el caso de un ataque violento, un acoso incesante o un abandono.

Conjuntamente, el cerebro reptiliano y el sistema límbico componen lo que llamaré «cerebro emocional» .

El cerebro emocional está en el centro del sistema nervioso central, y su principal tarea es buscar nuestro bienestar. Si detecta el peligro o una oportunidad especial (como una pareja prometedora) nos avisa liberando un chorro de hormonas. Las sensaciones viscerales resultantes (que pueden ir desde un leve mareo a un apretón de pánico en el pecho) interferirán con todo aquello en lo que la mente esté centrada y harán que nos movamos (física y mentalmente) en otra dirección. Aunque sean muy sutiles, estas sensaciones ejercen una gran influencia en las pequeñas y grandes decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida: lo que elegimos comer, dónde nos gusta dormir y con quién, la música que preferimos, si nos gusta la jardinería o cantar en un coro, de quién nos hacemos amigos y a quién detestamos.

La organización celular y la bioquímica del cerebro emocional son más simples que las del neocórtex, nuestro cerebro racional, y evalúa la información entrante de una manera más global. Como resultado, saca conclusiones a partir de parecidos aproximados, a diferencia del cerebro racional, que está organizado para ordenar conjuntos de opciones complejas (el ejemplo más típico sería saltar de miedo al ver una serpiente, para darnos cuenta después de que es simplemente una cuerda enrollada).

 El cerebro emocional inicia planes de huida preprogramados, como las respuestas de lucha o huida. Estas reacciones musculares y fisiológicas son automáticas, se ponen en movimiento sin que lo pensemos o lo planifiquemos, haciendo que nuestras capacidades conscientes y racionales las alcancen después, a menudo mucho después de que la amenaza haya pasado.

Finalmente, llegamos a la capa superior del cerebro, el neocórtex. Compartimos esta capa exterior con otros mamíferos, pero en los humanos es mucho más gruesa. En el segundo año de vida, los lóbulos frontales, que componen la mayor parte del neocórtex, empiezan a desarrollarse rápidamente. Los filósofos antiguos consideraban los siete años como la «edad de la razón». Para nosotros, el primer curso escolar es el preludio de las cosas que están por venir, una vida organizada en torno a las capacidades del lóbulo frontal: sentarse y permanecer quieto, controlar los esfínteres, poder usar las palabras antes de actuar, comprender ideas abstractas y simbólicas, planificar el mañana, y estar en sintonía con los maestros y los compañeros de clase.

Los lóbulos frontales son responsables de las cualidades que nos hacen únicos en el reino animal. Nos permiten usar el lenguaje y el pensamiento abstracto. Nos capacitan para absorber y asimilar grandes cantidades de información y asignarles significado. A pesar de nuestro entusiasmo con las proezas lingüísticas de los chimpancés y los monos rhesus, solo los seres humanos dominamos las palabras y los símbolos necesarios para crear los contextos comunitarios, espirituales e históricos que conforman nuestra vida.

Los lóbulos frontales nos permiten planificar y reflexionar, imaginar y representar escenarios futuros. Nos ayudan a predecir qué sucederá si realizamos una acción (como presentarnos a un nuevo empleo) o dejar de hacer otra (como no pagar el alquiler). Hacen que las decisiones sean posibles y subyacen tras nuestra sorprendente creatividad.

MIRARNOS EN EL ESPEJO DE LOS DEMÁS: NEUROBIOLOGÍA INTERPERSONAL

Los lóbulos frontales, cruciales para comprender el trauma, también son el centro de la empatía (nuestra capacidad de ponernos en el lugar de otra persona). Uno de los descubrimientos realmente sensacionales de la neurociencia moderna se produjo en 1994, cuando por un accidente fortuito un grupo de científicos italianos identificaron unas células especializadas en la corteza que acabaron llamando «neuronas espejo».

Los investigadores conectaron electrodos a neuronas individuales en el área premotor de un mono, y luego supervisaron informáticamente con precisión qué neuronas se encendían cuando el mono cogía un cacahuete o un plátano. En un momento determinado, un investigador estaba poniendo la comida en una caja cuando miró al ordenador. Las células del cerebro del mono se estaban encendiendo en el punto exacto en el que se encontraban las neuronas motrices. Pero el mono no estaba comiendo ni moviéndose. Estaba mirando al investigador, y su cerebro estaba reflejando indirectamente como en un espejo sus acciones. Muchos otros experimentos siguieron en todo el mundo, y pronto quedó claro que las neuronas espejo explicaban muchos aspectos de la mente anteriormente inexplicables, como la empatía, la imitación, la sincronía e incluso el desarrollo del lenguaje.

Un escritor comparó las neuronas espejo con el «WIFI neuronal»; no solo captamos el movimiento de otra persona, sino también su estado emocional y sus intenciones. Cuando la gente está en sincronía, suele adoptar la misma postura o sentarse de la misma forma, y sus voces acaban adoptando el mismo ritmo. Pero nuestras neuronas espejo también nos hacen más vulnerables a la negatividad de los demás, de manera que respondemos a su ira con furia o su depresión nos baja el estado de ánimo.

El trauma casi siempre implica no ser vistos, no tener ese reflejo en el espejo y no ser tenidos en cuenta. El tratamiento debe reactivar la capacidad de reflejar de forma segura a los demás y de reflejarnos en ellos, pero también debe evitar que se intercepten las emociones negativas de los demás. Como todo aquel que haya trabajado con personas con daños cerebrales o que haya cuidado a sus padres con demencia habrá aprendido a las duras, el buen funcionamiento de los lóbulos frontales es crucial para mantener unas relaciones armónicas con el resto de los seres humanos.

Darnos cuenta de que los demás pueden pensar y sentir de un modo diferente a nosotros es un enorme paso en el desarrollo de los niños de dos y tres años. Aprenden a entender los motivos de los demás para poder adaptarse y estar seguros en grupos que tienen percepciones, expectativas y valores diferentes. Sin unos lóbulos flexibles y activos, las personas se convierten en criaturas de hábitos, y sus relaciones se vuelven superficiales y rutinarias. Les falta invención e innovación, descubrimiento y asombro.

El cerebro triúnico (de tres partes).

El cerebro se desarrolla de abajo hacia arriba.

El cerebro reptiliano se desarrolla en el útero y organiza las funciones básicas para garantizar la vida. Responde activamente ante las amenazas a lo largo de nuestra vida

El sistema límbico se organiza básicamente en los primeros seis años de vida, pero sigue evolucionando en función de su uso. El trauma puede tener un gran impacto en su funcionamiento a lo largo de la vida.

La corteza prefrontal se desarrolla al final, y también se ve afectada por la exposición al trauma, incluyendo el hecho de no poder filtrar la información irrelevante. A lo largo de la vida, es vulnerable al bloqueo como respuesta a la amenaza. Nuestros lóbulos frontales también pueden (en ocasiones, no siempre) evitar que hagamos cosas que nos pondrán en un compromiso o que hagamos daño a los demás. No tenemos que comer cada vez que tenemos hambre, besar a todas las personas que despierten nuestro deseo o explotar cada vez que estemos enfadados. Pero es exactamente en este límite entre el impulso y el comportamiento aceptable donde empiezan muchos de los problemas. Cuanto más intenso sea el input visceral y sensorial, menos capacidad tiene el cerebro racional de amortiguarlo.

IDENTIFICAR EL PELIGRO: EL COCINERO Y EL DETECTOR DE HUMO

El peligro forma parte de la vida, y el cerebro es el encargado de detectarlo y de organizar nuestra respuesta. La información sensorial sobre el mundo exterior nos llega a través de los ojos, la nariz, los oídos y la piel. Estas sensaciones convergen en el tálamo, una zona dentro del sistema límbico.

El tálamo mezcla toda la información de nuestras percepciones para preparar una experiencia integrada y coherente de «esto es lo que me está sucediendo». Luego las sensaciones van en dos direcciones: hacia la amígdala (dos pequeñas estructuras en forma de almendra que están a un nivel más profundo en el sistema límbico, en el cerebro inconsciente) y hacia los lóbulos frontales, llegando a nuestro conocimiento consciente.

El neurocientífico Joseph LeDoux llama el camino hacia la amígdala «el camino de bajada», que es muy rápido, y el camino hacia la corteza frontal «el camino de subida», que tarda varios milisegundos más en medio de una experiencia sumamente amenazante. Sin embargo, el procesamiento por parte del tálamo puede ser defectuoso. Lo que vemos, los sonidos, los olores y el tacto se codifican como fragmentos aislados y disociados, y el tratamiento de los recuerdos normales se desintegra. El tiempo se congela, y parece que el peligro actual va a durar para siempre.

La función central de la amígdala, es identificar si la información entrante es relevante para nuestra supervivencia. Lo hace de manera rápida y automática, con la ayuda del retorno del hipocampo, una estructura cercana que relaciona la nueva información con las experiencias del pasado.

Cuando la amígdala percibe una amenaza (un choque potencial con otro vehículo, una persona de la calle que parece peligrosa) manda un mensaje instantáneo al hipotálamo y al tronco cerebral, recurriendo al sistema de hormonas del estrés y al sistema nervioso autónomo (SNA) para orquestar una respuesta a nivel de todo el cuerpo. Como la amígdala procesa la información que recibe del tálamo más rápidamente que los lóbulos frontales, decide si la información entrante es una amenaza para nuestra supervivencia antes incluso de que seamos conscientes del peligro. Para cuando nos damos cuenta de lo que está sucediendo, nuestro cuerpo puede que ya esté en movimiento.

Las señales de peligro de la amígdala desencadenan la liberación de potentes hormonas del estrés, como cortisol y adrenalina, que hacen aumentar el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y el ritmo de la respiración, preparándonos para luchar o para escapar. Una vez que el peligro ha pasado, el cuerpo vuelve a su estado normal bastante rápidamente. Pero cuando la recuperación se bloquea, el cuerpo se ve llamado a defenderse, haciendo que la gente se sienta agitada y excitada.

El cerebro emocional es el primero que interpreta la información entrante. La información sensorial sobre el entorno y el estado corporal recibida a través de los ojos, los oídos, el tacto, la percepción cenestésica, etcétera, converge en el tálamo, donde se procesa, y luego pasa a la amígdala para interpretar su significado emocional. Esto ocurre a la velocidad del rayo. Si se detecta una amenaza, la amígdala envía mensajes al hipotálamo para secretar hormonas del estrés para defenderse contra la amenaza. El neurocientífico Joseph LeDoux lo llama «el camino de bajada».

La segunda vía neuronal, el camino de subida, discurre desde el tálamo, a través del hipocampo y del cíngulo anterior, hasta la corteza prefrontal, el cerebro racional, para una interpretación consciente y mucho más depurada. Esto tarda varios microsegundos más.

Si la interpretación de la amenaza por parte de la amígdala es demasiado intensa o si el sistema de filtrado de las áreas superiores del cerebro es demasiado débil, como suele pasar en el TEPT, la gente pierde el control sobre las respuestas de emergencia automáticas, como los sobresaltos prolongados o los arranques de agresividad. Aunque la amígdala suele ser muy buena detectando el peligro, el trauma aumenta el riesgo de malinterpretar si una situación concreta es peligrosa o segura. Podemos llevarnos bien con los demás solo cuando podemos valorar con precisión si sus intenciones son buenas o peligrosas. El menor error de interpretación puede provocar dolorosos malentendidos en las relaciones personales y laborales. Funcionar efectivamente en un complejo entorno laboral o en un hogar repleto de niños revoltosos requiere la habilidad de evaluar rápidamente cómo se siente la gente y adaptar continuamente nuestro comportamiento en función de ello. Los sistemas de alarma defectuosos provocan arrebatos o bloqueos como respuesta a comentarios o expresiones faciales inocuos.

CONTROLAR LA RESPUESTA DE ESTRÉS: LA TORRE DE VIGILANCIA

Si la amígdala es el detector de humo del cerebro, los lóbulos frontales (y concretamente la corteza prefrontal medial), situados directamente encima de nuestros ojos, podrían ser la torre de vigilancia, que ofrece una visión de la escena desde las alturas. El humo que estamos oliendo, ¿es la señal de que se nos está quemando la casa y tenemos que salir corriendo, o procede del bistec que pusimos sobre un fuego demasiado intenso? La amígdala no hace estas valoraciones; solo nos prepara para luchar o escapar, incluso antes de que los lóbulos frontales puedan ponderarlo con su evaluación. Siempre y cuando no estemos muy alterados, los lóbulos frontales pueden restaurar el equilibrio y ayudarnos a darnos cuenta de que estamos respondiendo a una falsa alarma y abortar la respuesta de estrés.

Generalmente, las capacidades ejecutivas de la corteza prefrontal nos permiten observar qué está sucediendo, predecir qué sucederá si realizamos una acción determinada y tomar una decisión consciente. Ser capaces de analizar tranquila y objetivamente nuestras ideas, sentimientos y emociones (una capacidad que llamaré «concienciación» a lo largo del libro) y luego tomarnos el tiempo necesario para responder permite al cerebro ejecutivo inhibir, organizar y modular las reacciones automáticas preprogramadas en el cerebro emocional. Esta capacidad es crucial para preservar nuestras relaciones con el resto de los seres humanos. Mientras nuestros lóbulos frontales funcionen correctamente, es improbable que perdamos los nervios cada vez que el camarero nos traiga tarde nuestro pedido o que un agente de una compañía aseguradora nos deje esperando al teléfono. (La torre de vigilancia también nos dice que la ira de los demás y las amenazas dependen de su estado emocional). Cuando este sistema falla, nos convertimos en animales condicionados: en el momento en que detectamos peligro, automáticamente nos ponemos en modo de lucha o huida.

En el TEPT, el equilibrio crítico entre la amígdala (detector de humo) y la corteza prefrontal medial (la torre de vigilancia) cambia radicalmente, complicando mucho más el control de las emociones y los impulsos. Los estudios basados en las neuroimágenes de personas en estados muy emocionales revelan que el miedo, la tristeza y la ira intensos aumentan la activación de las regiones cerebrales subcorticales involucradas en las emociones y reducen la actividad en varias áreas del lóbulo frontal, especialmente la corteza prefrontal medial. Cuando esto ocurre, las capacidades inhibidoras del lóbulo frontal fallan, y las personas «pierden la razón». Pueden sobresaltarse como respuesta a cualquier sonido alto, enfadarse mucho por pequeñas frustraciones o quedarse paralizadas cuando alguien las toca.

De arriba abajo o de abajo arriba.

Las estructuras del cerebro emocional deciden qué percibimos como peligroso o seguro.

Existen dos maneras de cambiar el sistema de detección de las amenazas:

a)      de arriba abajo, a través de mensajes moduladores desde la corteza prefrontal medial (no solo la corteza prefrontal); o

b)      de abajo arriba, a través del cerebro reptiliano, mediante la respiración, el movimiento y el tacto.

El manejo efectivo del estrés depende del equilibrio entre el detector de humo y la torre de vigilancia. Si queremos gestionar mejor nuestras emociones, nuestro cerebro nos da dos opciones:

Podemos aprender a regularlas de arriba abajo o de abajo arriba.

Conocer la diferencia entre la regulación de arriba abajo y de abajo arriba es crucial para comprender y tratar el estrés traumático.

La regulación de arriba abajo implica reforzar la capacidad de la torre de vigilancia para supervisar nuestras sensaciones corporales. La meditación consciente y el yoga nos pueden ayudar a hacerlo. La regulación de abajo arriba significa recalibrar el sistema nervioso autónomo (que, como hemos visto, se origina en el tronco cerebral). Podemos acceder al SNA a través de la respiración, del movimiento o del tacto. La respiración es una de las pocas funciones corporales que está bajo un control consciente y autónomo.

EL JINETE Y EL CABALLO

Por ahora, me gustaría subrayar que la emoción no se opone a la razón; nuestras emociones asignan valor a las experiencias y, por lo tanto, son la base de la razón. Nuestra experiencia propia es producto del equilibrio entre nuestros cerebros racional y emocional. Cuando estos dos sistemas están en equilibrio, nos sentimos «como nosotros mismos». Sin embargo, cuando nuestra supervivencia está en juego, estos sistemas pueden funcionar de un modo relativamente independiente. Si, por ejemplo, estamos conduciendo, hablando con un amigo, y de repente vemos por el rabillo del ojo que se asoma un camión, instantáneamente dejaremos de hablar, apretaremos el freno y giraremos el volante para evitar el peligro. Si nuestras acciones instintivas nos han salvado de la colisión, podemos retomar la conversación allí donde la dejamos. Ser capaces de hacerlo o no depende en gran medida de lo rápido que nuestras reacciones viscerales se alejen de la amenaza.

El neurocientífico Paul MacLean, autor la descripción de las tres partes del cerebro descritas, comparó la relación entre el cerebro racional y el cerebro emocional con la que existe entre un jinete más o menos competente y su caballo rebelde. Mientras que el tiempo esté calmado y el camino no tenga obstáculos, el jinete puede notar un excelente control. Pero los sonidos inesperados o las amenazas de otros animales pueden hacer que el caballo salga corriendo, obligando al jinete a agarrarse bien para salvar su vida. Del mismo modo, cuando la gente siente que su supervivencia está en juego o cuando sufre rabia, nostalgia, miedo o deseo sexual, deja de escuchar a la voz de la razón y no tiene mucho sentido razonar con ella. Cuando el sistema límbico decide que algo es cuestión de vida o muerte, las sendas entre los lóbulos frontales y el sistema límbico se vuelven confusas.

Los psicólogos suelen intentar ayudar a la gente a utilizar la percepción y la comprensión para gestionar su comportamiento. Sin embargo, la investigación neurocientífica muestra que muy pocos problemas psicológicos son resultado de problemas de comprensión: la mayoría se originan en las presiones de las regiones cerebrales más profundas en las que se basan nuestra percepción y nuestra atención. Cuando la alarma del cerebro emocional sigue señalando que estamos en peligro, no hay comprensión posible que pueda silenciarla.

Cuando nuestros cerebros emocional y racional están en conflicto (como cuando estamos enfadados con alguien a quien amamos, atemorizados por alguien de quien dependemos o deseamos a una persona que ha sobrepasado los límites) se produce una lucha. Esta batalla se representa sobre todo en el teatro de la experiencia visceral (las tripas, el corazón, los pulmones) y provocará una incomodidad física y un malestar psicológico. El cerebro y las vísceras interactúan en la seguridad y en el peligro, algo clave para comprender las diferentes manifestaciones físicas del trauma.

Algunas de las principales características del estrés traumático:

a)      revivir el trauma de manera atemporal;

b)      volver a experimentar las imágenes, los sonidos y las emociones; y la disociación.

LOS CEREBROS DE STAN Y UTE BAJO EL TRAUMA

En una bonita mañana de septiembre de 1999, Stan y Ute Lawrence, una pareja profesional de unos cuarenta años, salía de su casa de London (Ontario, Canadá) para asistir a una reunión de negocios en Detroit. A mitad del camino, encontraron una niebla intensa que redujo la visibilidad a cero en una milésima de segundo. Stan inmediatamente pisó los frenos y pudo parar en la cuneta de la autopista, esquivando por poco un camión enorme. Otro camión de dieciocho ruedas salió despedido por encima de su coche, furgonetas y coches empezaron a chocar. La gente que había salido de los vehículos fue atropellada mientras corrían para salvar su vida. Seguían produciéndose choques ensordecedores, y con cada sacudida sentían que aquella sería la que les mataría. Stan y Ute quedaron atrapados en el decimotercer coche de los ochenta y siete vehículos que chocaron en cadena, el peor accidente de tráfico de la historia de Canadá. Luego se produjo un silencio espeluznante. Stan intentó abrir las puertas y las ventanas, pero el camión que salió volando y cayó sobre el maletero de su coche le impedía salir. De repente, alguien empezó a golpear el techo de su coche. Una chica estaba gritando. «Sacadme de aquí, ¡estoy ardiendo!». Impotentes, vieron cómo moría mientras su coche se consumía entre llamas. Lo siguiente que supieron fue que un conductor de camión estaba en el techo de su coche con un extintor. Rompió el parabrisas para sacarlos y Stan salió por la abertura. Al girarse para ayudar a su esposa, vio a Ute paralizada en el asiento. Stan y el conductor la sacaron y una ambulancia los llevó a urgencias. Aparte de algunos cortes, salieron físicamente ilesos. En casa, esa noche, ni Stan ni Ute querían dormir. Les parecía que si se relajaban se morirían. Estaban irritables, nerviosos y al límite. Esa noche, y muchas más después, bebieron grandes cantidades de vino para bloquear el miedo. No podían detener las imágenes que los estaban torturando o las preguntas incesantes: ¿Y si hubieran salido antes? ¿Y si no hubieran parado a poner gasolina? Al cabo de tres meses, pidieron ayuda a la doctora Ruth Lanius, psiquiatra de la Universidad de Ontario Occidental. La doctora Lanius, dijo que Stan y Ute querían visualizar sus cerebros con una RMf antes de empezar el tratamiento. La RMf mide la actividad neuronal analizando los cambios en el flujo sanguíneo del cerebro y, a diferencia de la tomografía por emisión de positrones, no requiere exposición a radiación. La doctora Lanius usaba el mismo tipo de imágenes basadas en un guion usadas en Harvard, capturando las imágenes, los sonidos, los olores y otras sensaciones que Stan y Ute experimentaron mientras estaban atrapados en el coche. Stan fue el primero, e inmediatamente tuvo un flashback, igual que Marsha en el estudio de Harvard. Salió del escáner sudando, con el corazón acelerado y la presión arterial disparada. «Así es como me sentí durante el accidente –dijo–. Estaba seguro de que iba a morir, y no podía hacer nada para salvarme». En lugar de recordar el accidente como algo que había sucedido tres meses antes, Stan lo estaba reviviendo.

DISOCIACIÓN Y REMEMORACIÓN

La disociación es la esencia del trauma. La experiencia abrumadora se divide y se fragmenta, de modo que las emociones, los sonidos, las imágenes, los pensamientos y las sensaciones físicas relacionadas con el trauma toman vida propia.

Los fragmentos sensoriales de recuerdos se cuelan en el presente, donde se vuelven a experimentar literalmente. Mientras el trauma no se resuelva, las hormonas del estrés que el cuerpo secreta para protegerse siguen circulando y los movimientos defensivos y las respuestas emocionales se siguen reproduciendo. A diferencia de Stan, sin embargo, muchas personas puede que no se den cuenta de la relación entre sus sensaciones y reacciones «de locos» y los acontecimientos traumáticos que se están reproduciendo. No tienen ni idea de por qué responden a una irritación menor como si estuvieran a punto de ser aniquilados. Los flashbacks y las rememoraciones, en cierto modo, son peores que el propio trauma.

Un evento traumático tiene un principio y un final; en algún momento termina. Pero para las personas con TEPT, los flashbacks pueden producirse en cualquier momento, tanto si están despiertos como si están durmiendo. No hay forma de saber cuándo va a volver ocurrir o cuánto va a durar. La gente que sufre flashbacks suele organizar su vida intentando protegerse de ellos. Puede ir compulsivamente al gimnasio o hacer pesas (sin llegar nunca a estar suficientemente fuertes), drogarse para desconectar o cultivar una falsa sensación de control en situaciones sumamente peligrosas (como participando en carreras de motos, haciendo puenting o trabajando como conductor de ambulancias).

Luchar permanentemente contra peligros invisibles es agotador, y les deja cansados, deprimidos y desgastados. Si los elementos del trauma se reproducen una y otra vez, las hormonas del estrés que los acompañan graban esos recuerdos aún más profundamente en la mente. Los acontecimientos ordinarios y diarios se vuelven cada vez menos emocionantes. No ser capaz de asimilar profundamente lo que sucede a su alrededor les impide sentirse totalmente vivos. Se hace más difícil sentir las alegrías y las molestias de la vida normal, cuesta más concentrarse en las tareas que se tienen entre manos. No estar completamente vivo en el presente los mantiene más aprisionados en el pasado. Las respuestas desencadenadas se manifiestan de varias maneras.

·         Los veteranos pueden reaccionar ante la menor señal (como encontrar un bulto en la carretera o ver a un niño jugando en la calle) como si estuvieran en una zona de guerra. Se sobresaltan fácilmente y se enfurecen o se quedan bloqueados.

·         Las víctimas de abusos sexuales en la infancia pueden anestesiar su sexualidad y luego sentirse profundamente culpables al excitarse con sensaciones o imágenes que les recuerdan los abusos, incluso cuando esas sensaciones son placeres naturales asociados con partes concretas de su cuerpo.

Si se obliga a las personas que han vivido un trauma a contar su experiencia, en algunos casos puede que les suba la presión arterial mientras que en otros pueden producirse migrañas. Otras personas pueden quedar emocionalmente bloqueadas y no notar ningún cambio evidente. Sin embargo, en el laboratorio, no nos cuesta nada detectar cómo se les acelera el corazón y cómo las hormonas del estrés invaden todo su cuerpo. Estas reacciones son irracionales y están totalmente fuera del control de la gente.

Las necesidades y las emociones intensas y prácticamente incontrolables hacen que las personas sientan que se están volviendo locas y que no pertenecen a la raza humana. Sentirnos paralizados durante la fiesta de cumpleaños de nuestros hijos o como respuesta a la muerte de una persona querida hace que nos sintamos como monstruos. Como resultado de ello, el remordimiento se convierte en la emoción dominante y esconder la verdad en la principal preocupación. Las personas traumatizadas raramente son conscientes del origen de su aislamiento. Aquí es donde entra en juego la terapia, que consiste en empezar a sacar las emociones generadas por el trauma siendo capaces de sentir, tener la capacidad de observarnos a nosotros mismos conectados. Sin embargo, la conclusión es que el sistema de percepción de las amenazas del cerebro ha cambiado, y la huella del pasado dicta las reacciones físicas. El trauma que empezó «allí» ahora se representa en el campo de batalla de nuestro propio cuerpo, generalmente sin una conexión consciente entre lo que sucedió entonces y lo que está pasando ahora en nuestro interior.

El reto no es tanto aprender a aceptar las cosas terribles que han sucedido, sino aprender a dominar las sensaciones y las emociones internas. Sentir, nombrar e identificar lo que pasa por dentro es el primer paso hacia la recuperación.

LA AMIGDALA FUNCIONANDO A TODA MARCHA

La amígdala de Stan no distinguía entre el pasado y el presente. Se activaba como si el accidente de tráfico estuviera sucediendo en el escáner, desencadenando las potentes hormonas del estrés y las respuestas del sistema nervioso. Eran las responsables de sus sudores y sus temblores, su ritmo cardiaco acelerado y la alta presión arterial: unas respuestas totalmente normales y potencialmente salvadoras si un camión acaba de chocar contra tu coche. Es importante tener un detector de fuego eficiente, porque no queremos que un fuego embravecido nos pille desprevenidos. Pero si nos ponemos histéricos cada vez que olemos humo, se convierte en algo intensamente perturbador. Sí, tenemos que detectar cuándo alguien se está enfadando con nosotros, pero si nuestra amígdala se dispara, podemos tener miedo crónico a que la gente nos odie o podemos sentir como si la gente nos persiguiera.

EL CRONOMETRADOR SE SATURA

 Stan y Ute se habían vuelto hipersensibles e irritables después del accidente, lo cual sugería que su corteza prefrontal estaba luchando para mantener el control en las situaciones de estrés. El flashback de Stan precipitó una reacción más extrema. Las dos áreas de la parte frontal del cerebro: la corteza prefrontal dorsolateral derecha e izquierda cuando se desactivan, la gente pierde la percepción del tiempo y permanece atrapada en el momento, sin una percepción del pasado, del presente o del futuro.

Dos sistemas cerebrales son importantes para el procesamiento mental del trauma: los relacionados con la intensidad emocional y con el contexto.

La intensidad emocional se define por la alarma de incendios, la amígdala, y su contrapeso, la torre de vigilancia, la corteza prefrontal medial.

El contexto y el significado de una experiencia se determinan por el sistema que incluye la corteza prefrontal dorsolateral (CPFDL) y el hipocampo.

La CPFDL está situada en el lateral del cerebro frontal, mientras que la CPFM se encuentra en el centro. Las estructuras que se encuentran en la línea central del cerebro se dedican a nuestra experiencia interior relativa a nosotros mismos, y las laterales tienen que ver con nuestra relación con lo que nos rodea. La CPFDL nos indica cuánta de nuestra experiencia actual está relacionada con el pasado y cómo puede afectar al futuro (es como si fuera el cronometrador del cerebro). Saber que sea lo que sea lo que esté sucediendo tiene un final y que tarde o temprano llegará a su fin hace que la mayoría de las experiencias sean tolerables. Lo contrario también es cierto: las situaciones se vuelven intolerables cuando parecen interminables. La mayoría sabemos a partir de experiencias personales tristes que una pena terrible suele ir acompañada de la sensación de que ese estado de desdicha durará para siempre, y que nunca superaremos nuestra pérdida. El trauma es la experiencia máxima de esa sensación de que «esto durará para siempre».

Imagen de un flashback con RMf.

Aparece mucha más actividad en el lado derecho que en el lado izquierdo. El escáner de Stan revela por qué la gente solo puede superar un trauma cuando las estructuras cerebrales que quedaron fuera de combate durante la experiencia original (esa es la razón por la que el acontecimiento se registró en el cerebro como trauma en primer lugar) están de nuevo conectadas.

En la terapia, el pasado debe revisarse cuando las personas están, biológicamente hablando, firmemente arraigadas en el presente y sintiéndose plenamente tranquilas, seguras y con los pies en el suelo («con los pies en el suelo» significa que notamos el trasero cuando nos sentamos, vemos la luz que entra por la ventana, sentimos la tensión en las pantorrillas y escuchamos el viento moviendo las hojas de los árboles). Estar anclado en el presente mientras se revisita el trauma abre la posibilidad de saber profundamente que esos acontecimientos terribles pertenecen al pasado. Para que eso suceda, la torre de vigilancia, el cocinero y el cronometrador del cerebro deben estar conectados. La terapia no funcionará mientras las personas sigan viéndose arrastradas hacia el pasado.

EL TÁLAMO DEJA DE FUNCIONAR

Si nos fijamos de nuevo en el escáner del flashback de Stan, veremos dos huecos blancos más en la parte inferior del cerebro. Son su tálamo derecho e izquierdo, en blanco durante el flashback igual que durante el trauma original. Como he comentado, el tálamo funciona como un «cocinero», una antena que capta las sensaciones de los oídos, los ojos y la piel y las integra en la sopa que es nuestra memoria autobiográfica. La avería del tálamo explica por qué el trauma se recuerda básicamente no como una historia, un relato con un inicio, un desarrollo y un final, sino como huellas sensoriales aisladas: imágenes, sonidos y sensaciones físicas que van acompañadas de emociones intensas, generalmente de terror e impotencia.

En circunstancias normales, el tálamo también actúa como filtro o guarda. Esto lo convierte en un componente central de la atención, la concentración y los nuevos aprendizajes, todo lo cual se ve afectado por el trauma. Mientras lee estas líneas, puede que esté escuchando música de fondo, o el tráfico retumbando, o que sienta un leve mordisqueo en el estómago indicándole que es hora de tomar un tentempié. Si es capaz de permanecer concentrado en esta página, el tálamo le está ayudando a distinguir entre la información sensorial que es relevante y la información que puede ignorar tranquilamente.

Las personas con TEPT tienen las compuertas completamente abiertas. Al carecer de filtros, sufren una sobrecarga emocional constante. Para poder hacerle frente, intentan desconectarse y desarrollan una visión en forma de túnel y un hiperfoco. Si no logran desconectarse naturalmente, puede que recurran a las drogas o al alcohol para aislarse del mundo. La tragedia es que el precio que pagan por cerrarse incluye también cerrarse a fuentes de placer y de alegría.

DESPERSONALIZACIÓN: LA SEPARACIÓN DEL YO

 Veamos la experiencia de Ute en el escáner. No todas las personas reaccionan ante el trauma exactamente del mismo modo, pero en este caso la diferencia es especialmente dramática, porque Ute estaba sentada junto a Stan en el coche siniestrado. Respondió al guion de su trauma mediante el bloqueo: su mente se quedó en blanco, y casi cada área de su cerebro mostró una actividad marcadamente reducida. Su ritmo cardiaco y la presión arterial no crecieron.

Cuando se le preguntó cómo se sintió durante el escáner, dijo: «Me sentí igual que me sentí en el momento del accidente: no sentí nada».

El término médico para la respuesta de Ute se llama despersonalización.

Todo aquel que trabaje con hombres, mujeres o niños traumatizados, tarde o temprano se verá enfrentado a miradas vacías y mentes ausentes, la manifestación exterior de la reacción biológica de bloqueo. La despersonalización es un síntoma de la enorme disociación creada por el trauma. Los flashbacks de Stan procedían de sus esfuerzos frustrados de escapar del accidente (inducidas por el guion, todas esas sensaciones y emociones disociadas y fragmentadas volvieron drásticamente al presente). Pero en lugar de luchar por escapar, Ute había disociado su miedo y no sentía nada.

Con frecuencia se observa en consulta la despersonalización cuando los pacientes cuentan historias horribles sin ningún sentimiento. La consulta se queda sin energía, y hay que hacer ingentes esfuerzos para seguir prestando atención. Un paciente sin vida te obliga a trabajar mucho más para mantener viva la terapia, y suelo rezar para que la hora pase deprisa. Después de ver el escáner de Ute, empecé a tener un enfoque muy distinto sobre los pacientes que se quedan en blanco. Con casi todas las áreas del cerebro desconectadas, obviamente no pueden pensar, sentir profundamente, recordar o comprender qué está sucediendo. La terapia conversacional convencional, en estas circunstancias, es prácticamente inútil. En el caso de Ute, era imposible adivinar por qué respondía de un modo tan distinto a Stan. Estaba usando una estrategia de supervivencia que su cerebro aprendió en la infancia para hacer frente al duro trato de su madre. El padre de Ute murió cuando ella tenía nueve años, y su madre solía maltratarla y humillarla. En algún momento, Ute descubrió que podía poner la mente en blanco cuando su madre le gritaba. Treinta y cinco años después, estando atrapada en su coche siniestrado, el cerebro de Ute se puso automáticamente en el mismo modo de supervivencia: se hizo desaparecer.

El reto para las personas como Ute es volver a estar alerta e implicadas, una tarea difícil pero inevitable si quieren recuperar su vida. Aquí es donde un enfoque de abajo hacia arriba sobre la terapia es fundamental. En realidad, el objetivo es cambiar la fisiología del paciente, su relación con sus sensaciones corporales: el ritmo cardiaco y los patrones de respiración. Ayudamos a los pacientes a evocar y a percibir sus sensaciones corporales presionando en los puntos de acupresión.

Las interacciones rítmicas con otras personas también son efectivas (lanzar una pelota de vóleyplaya, botar sobre una pelota de Pilates, tocar la batería o bailar al son de la música).

Insensibilizarse es la otra cara de la moneda en el TEPT. Muchos supervivientes empiezan como Stan, con flashbacks explosivos, y luego se van insensibilizando en su día a día. Aunque revivir el trauma es dramático, aterrador y potencialmente autodestructivo, con el tiempo una falta de presencia puede ser aún peor. Es un problema particular con los niños traumatizados. Los niños que se comportan mal reciben atención; los que están en blanco no molestan a nadie y se deja que su futuro se vaya perdiendo poco a poco.

APRENDER A VIVIR EN EL PRESENTE

 El reto en el tratamiento de los traumas no es solo manejar el pasado, sino, incluso más aún, mejorar la calidad de la experiencia diaria. Una razón por la que los recuerdos traumáticos se vuelven dominantes en el TEPT es que resulta muy difícil sentirse realmente vivo en el presente. Cuando no podemos estar completamente aquí, vamos a lugares en los que nos sentíamos vivos, aunque esos lugares estén repletos de horror y de pena.

Cerebro en blanco (disociación) como respuesta al recuerdo de una trauma del pasado.

En este caso, casi todas las áreas del cerebro tienen una activación reducida, interfiriendo con el pensamiento, el enfoque y la orientación. Muchos enfoques de tratamiento del estrés traumático se centran en desensibilizar a los pacientes con respecto a su pasado, con la esperanza de que la nueva exposición a sus traumas reduzca los arranques emocionales y los flashbacks. Creo que esto se basa en una mala interpretación de lo que sucede en el estrés traumático. La mayoría de nosotros debemos ayudar a nuestros pacientes a vivir de forma completa y segura en el presente. Para ello, debemos ayudarles a recuperar las estructuras cerebrales que les dejaron abandonados cuando el trauma los abrumó. La desensibilización puede hacernos reaccionar menos, pero si no podemos sentir la satisfacción de hacer cosas normales como dar un paseo, cocinar o jugar con nuestros hijos, la vida pasa de largo.

Bibliografía

El cuerpo lleva la cuenta (Van der kolk)

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