EL CEREBRO Y EL APEGO
Hill (2015) defiende tres fases importantes en el
desarrollo neuronal durante los 3 o 4 primeros años de vida:
1)
Un crecimiento neuronal que comienza en la etapa prenatal
y que continúa hasta los 16-18 meses de edad. Durante este tiempo:
·
Las estructuras del sistema límbico aparecen
secuencialmente y se organizan de forma jerárquica.
·
Las estructuras corticales comienzan a
inhibir a las subcorticales, el niño aprende a regularse de forma muy
incipiente.
·
En este periodo, se desarrollan los circuitos
que conectan el sistema límbico al simpático.
·
Con esto, el niño posee un sistema emocional funcional
que regula la conexión cuerpo-mente.
2)
A partir de los 16-18 meses el niño
·
Comienza a andar y se inervan los circuitos límbicos
que regulan el sistema nervioso parasimpático.
·
Las relaciones madre-hijo siguen actuando como
reguladores del afecto, pero el niño cada vez es capaz de hacerlo de forma más
autónoma.
·
El córtex orbitofrontal se une al sistema
límbico, lo que permitirá la regulación de sensaciones corporales.
·
A partir de este momento es cuando el niño puede
aprender a autorregularse.
3)
A partir de los 18 meses
·
La madre pasa de estar el 90% del tiempo jugando
a hacer una prohibición cada 7 minutos (Schore, 2001). Esto significa que los
cuidadores comienzan a inhibir las actividades que pueden resultar
inconvenientes o peligrosas para el niño.
·
Se empieza a consolidar la vergüenza, la sensación
de no hacer lo que los cuidadores esperan.
·
Esta etapa, hasta los 4 años, es vital para el
aprendizaje social que quedará codificado de forma inconsciente en la memoria
implícita.
Los padres actúan como espejos en los que el niño se refleja. Esto
permite que aprenda a regularse emocionalmente, ya que el niño posee unas
estructuras mentales inmaduras que se irán desarrollando en sintonía con las
estructuras mentales, emociones y comportamientos de los padres. Vamos a ver
cómo ocurre esto a nivel neurobiológico y las repercusiones, si no se
produce de forma óptima.
El cerebro de los seres humanos está lateralizado, es
decir, dividido anatómica y funcionalmente en dos hemisferios. Estos a
su vez están comunicados entre sí por unas fibras denominadas cuerpo calloso.
El hemisferio
derecho madura primero en el niño y es responsable de los aspectos
emocionales; en cambio, el hemisferio izquierdo madura
más tarde y está relacionado con las cogniciones.
Se ha observado que el llanto como reacción
a la separación tiende a producirse con más frecuencia en niños que
muestran un patrón de activación derecha que en aquellos en los que
predomina el hemisferio izquierdo (Aguado, 2010). Algunos autores
defienden que se podrían explicar las diferencias en los patrones de apego en
diferentes individuos en función de qué hemisferio sea predominante
(Crittenden, 2015).
Uno de los órganos que están operativos desde el
nacimiento es la amígdala que realiza una función
mediadora para determinar si algo es peligroso o atractivo. El primer factor de
reconocimiento en todos los mamíferos entre la madre y el hijo es el olor. Y
esto también es así en los seres humanos. Nuestros bebés, a pesar del poco
desarrollo de este sentido en nuestra especie, fijan el vínculo con la madre
a través del olor gracias a que el bulbo olfatorio envía el estímulo a la
amígdala, que guardará memoria de este como algo agradable. Diversos
estudios demuestran que los bebés tienen preferencia por los pechos que huelen
como el de sus mamás (Panksepp y Biven, 2012).
Esta vinculación olfativa se refuerza en pocos días mediante
estímulos positivos, dados que el niño produce oxitocina y opiáceos en su
cerebro que generan una sensación de placer por el contacto físico y las
caricias de la madre. Esto provoca un círculo virtuoso de placer y bienestar tanto
en la madre como en el hijo, que garantiza el cuidado y la supervivencia de
este.
Es la conexión emocional del hemisferio derecho de la madre
y el del hijo lo que provoca la vinculación emocional (Montgomery, 2013).
Pasados unos meses, la relación implica a otros sentidos
corporales como la vista y el oído, que pasan a ocupar el lugar del
olfato y comparten importancia con el tacto. Schore (2010) lo define del
siguiente modo:
«La madre sincroniza los patrones sociotemporales de
su estimulación sensorial exógena con las manifestaciones espontáneas
explícitas de los ritmos fisiológicos del infante. Por medio de esta
responsividad contingente, la madre evalúa las expresiones no verbales de la
activación interna y los estados afectivos de su infante. Para lograr esto el
cuidador primario tiene que modular con éxito niveles sub-óptimos altos o bajos
de estimulación que inducirían niveles excesivamente elevados o extremadamente
bajos de activación en el niño. El apego seguro depende del entonamiento
psico-biológico sensible de la madre respecto de los estados internos del
infante» (pág. 299).
Cada hemisferio cumple una función. El derecho estará más
relacionado con lo emocional y lo abstracto, mientras que el izquierdo trabaja
con el lenguaje, la lógica y el razonamiento.
La relación madre-hijo durante los primeros años de vida
será principalmente emocional a través de los sentidos, lo cual provoca una
sincronización en ambos de sus hemisferios derechos respectivos (Schore, 2010).
Las sensaciones ayudarán a que se produzca un desarrollo madurativo sano en el
niño.
Papel juega cada uno de los sentidos:
• La piel es el órgano más extenso del cuerpo humano
y el que nos comunica con el mundo exterior. Tiene millones de receptores que
nos permiten sentir en sincronía con el mundo externo. El contacto por la piel
con las figuras cercanas genera, como hemos visto, opiáceos endógenos y
hace que el niño pueda tener sensaciones de bienestar en su memoria
implícita. Estas serán fundamentales posteriormente en la adolescencia
y en la edad adulta cuando, comience la elección de pareja para la reproducción.
Si el niño no es tocado, besado, abrazado de pequeño su cuerpo, guardará una
memoria traumática y tenderá, o bien a no sentir el cuerpo, lo que dará lugar a
un apego evitativo, o bien a una necesidad excesiva de contacto que generará un
apego ansioso.
• El oído interno y la boca son las terminaciones
principales del nervio vago en la cabeza (Porges, 2009). Su estimulación es
vital para el desarrollo neurológico del niño; por eso son tan importantes las
vocalizaciones de la madre y de los cuidadores. Los sonidos rítmicos son
vitales para el crecimiento sano de las áreas cerebrales. Los primates solo
utilizan el pecho materno como forma de alimentarse el 20 % del tiempo, el otro
80% usan el pecho materno como forma de relajación (Bowlby, 1985) (por eso los
humanos ponemos chupetes a los niños). Cuando el niño ve que la madre sonríe,
mueve los labios o vocaliza, tiende a repetir esos movimientos que estimulan
las áreas cerebrales responsables de las emociones.
• La vista es otro de los sentidos fundamentales para
la sincronización entre el niño y la madre. Sabemos actualmente que la relación
visual-facial determina gran parte de la relación de apego (Schore, 2010). El desarrollo
de la capacidad para poder reconocer rostros cuando somos adultos (la
capacidad de relacionarnos con los demás) depende totalmente del hemisferio
derecho.
Ver el video «Still Face Experiment» (el experimento de la
cara inexpresiva, disponible en YouTube), realizado por Tronick (2007). En el
video, una madre interactúa con su hijo y, en un momento determinado, pone una
cara seria sin expresión durante dos minutos para poder observar la reacción del
hijo. El rostro del niño muestra terror al no ver reaccionar a su madre y
perder, por tanto, la sincronización emocional.
En las relaciones de apego tempranas, lo más importante
son las conductas no verbales, como los gestos, la prosodia vocal o el tacto; es
decir, la activación emocional del niño. El apego no es algo simplemente
psicológico, es sobre todo un fenómeno biológico.
Ejemplo: Una madre que iba de copiloto con su marido
mientras este conducía el coche por la autovía. Su hija de un año de
edad estaba sentada en la silla de seguridad en los asientos de atrás.
La niña empezó a llorar desconsolada, su madre intentaba calmarla sin
poder moverse del asiento sonriéndole y haciéndole carantoñas. La niña
no dejaba de llorar con los consiguientes nervios y desesperación. Mi
paciente se quitó las gafas de sol que llevaba y volvió a calmarla con
un efecto mágico e inmediato. Creo que fue la mirada de los ojos
directos a la niña lo que ayudó a que se calmase, no podía reconocer la
mirada de su madre a través de las gafas.
En la siguiente tabla podemos ver con detalle cómo actúan el
niño y la madre, y cómo interaccionan ambos cuando se produce la
estimulación de los diferentes órganos sensoriales. Tabla adaptada del modelo
de regulación del afecto (Schore, 2010).
CONTEXTO INFANTIL |
CONTEXTO MATERNO |
INTERACCIÓN |
VISUAL/ROSTRO |
|
|
Respuesta
regulada Orientada,
explora. Miradas
a la madre y a otros. Usa
un amplio espectro de
expresiones. Expresiones
de bienestar. |
Respuesta
regulada Responde
al niño con un amplio repertorio de
expresiones faciales (contacto ocular, sonrisas,
expresiones faciales). |
Respuesta
regulada Regulación
estrés a través de la mirada. Hay
una conexión emocional en la mirada. La
conexión emocional potencia estados
de bienestar en ambos. |
Respuesta
de estrés Se
evita la mirada y el contacto
ocular. No hay exploración. |
Respuesta
de estrés Caras
planas, expresiones incongruentes o de
miedo como, por ejemplo, reír cuando el niño
está asustado. |
Respuesta
de estrés Uno
de los dos rompe el contacto ocular. No
hay sincronización en las miradas. Ausencia
o evitación de contacto ocular. |
TONO
VOCAL |
|
|
Respuesta
regulada Se
gira hacia la voz de la madre. Utiliza
un lenguaje de juego
(balbuceo, risas). |
Respuesta
regulada Da
respuestas variadas de tono y ritmo. Adecúa
el tono y ritmo al del niño. |
Respuesta
regulada Audición
sincronizada. Imitación
uno y otro de los tonos y los
ritmos. |
Respuesta
de estrés Cuando
hay estrés, evita la
voz de la madre. Utiliza
el llanto en respuesta
a la ausencia de
reciprocidad. |
Respuesta
de estrés No
habla al niño o, si lo hace, es de forma que
responda a las emociones del niño. No
vocaliza o grita al niño. |
Respuesta
de estrés Uno
utiliza un tono discordante mientras
el otro está en silencio o ambos
usan un tono discordante. No
hay sincronía entre los estados de uno
y otro. |
POSTURAS/GESTOS |
|
|
Respuesta
regulada Posturas
relajadas. Mueve
el cuerpo y extremidades
de forma fluida. |
Respuesta
regulada Se
acerca al niño de forma suave y con afecto. Responde
a los movimientos del niño. |
Respuesta
regulada Los
cuerpos se coordinan y hay contactos
íntimos. A
partir del primer año los movimientos
se vuelven coordinados de
forma intencionada. |
Respuesta
de estrés Mueve
las extremidades de
forma caótica. Mueve
la cabeza, arquea el
cuerpo o evita el contacto
con la madre. |
Respuesta
de estrés Se
acerca al niño de forma brusca. Toca
o manipula al niño de forma brusca. No
tiene en cuenta los gestos del niño o no responde
a sus iniciativas. |
Respuesta
de estrés El
niño no se coordina o evita los contactos
con la madre. La
madre acentúa los gestos bruscos hacia
el niño. La
díada fracasa a la hora de calmarse
el uno al otro. |
En los dos primeros años de vida, se produce un
crecimiento neuronal muy rápido, crítico para la maduración y el desarrollo
cerebral del niño el resto de su vida. Una gran parte del aumento neuronal
y las sinapsis asociadas se produce en el córtex prefrontal que es responsable
del afecto y la autorregulación. Esta zona, muy inmadura en el nacimiento, se
va desarrollando en consonancia con la relación con la madre (Coan, 2008). En
función de cómo sea ese desarrollo, así serán los «modelos internos» que
regulan la relación con uno mismo y los demás a través de diferentes órganos
como la amígdala, el hipocampo y el córtex prefrontal.
Si todo transcurre con normalidad y los padres son capaces
de autorregularse, pueden calmar y activar al niño siempre que sea necesario,
permitiéndole que pueda ir ganando en seguridad y autonomía hasta llegar a la
adolescencia, momento en el que tendrá que empezar a buscar personas afines
para establecer relaciones de pareja, alejándose emocional y físicamente de los
padres. Si la relación con la madre, y posteriormente con el padre, no es
adecuada en los dos primeros años de vida, los efectos pueden durar toda la
existencia y afectar en la edad adulta a la elección de parejas adecuadas
(Crittenden, 2015). Si las relaciones de apego no son satisfactorias
o si son peligrosas, el niño queda sujeto a sensaciones dolorosas que se
almacenan en su memoria implícita. En el futuro, su cuerpo recordará
este malestar que se reflejará en situaciones en las que se vincule emocionalmente
con otras personas. En muchos casos, el resultado será no sentir sensación
alguna, ni positiva ni negativa; no sentir será una estrategia para no sufrir.
Según Bowlby (1984), durante la infancia, el sistema de
apego trata de buscar un equilibrio entre la búsqueda de proximidad con los
cuidadores y la exploración. Si la figura de apego está cerca y el entorno
es seguro, el niño se mostrará cómodo y confiado, y se activarán conductas
exploratorias (activación de la rama ventrovagal del SNA). Por el contrario, si
el niño se encuentra en una situación extraña o amenazante, se activarán conductas
de búsqueda de la protección de las figuras de apego (activación del sistema simpático
del SNA).
Hay tres tipos de
situaciones que pueden activar la alerta o el miedo:
• Condiciones ambientales: Circunstancias que
provocan alarma o miedo en los adultos o en los niños. En un caso extremo, si
el cuidador siempre está ansioso o asustado, al niño le resultará imposible
explorar.
• Condiciones de los cuidadores: Enfermedad,
ausencia o pérdida de las figuras de apego.
• Condiciones fisiológicas del niño: Hambre, sed,
frío o enfermedad, entre otras.
Ejemplo: Luisa es una chica de 19 años que dejó los estudios
muy pronto y en la actualidad está sin trabajo. Viene a la consulta porque
tiene un problema grave con su cuerpo, no le gustan sus piernas y le da vergüenza
que los demás las vean. Esto le impide llevar cualquier ropa que no sean
pantalones, ir a la playa o desnudarse delante de su novio. Haciendo la
historia clínica, me cuenta que su madre es bipolar y que, desde pequeña, ella
era la que se encargaba de avisar a los médicos para hacer los ingresos cuando
estaba maníaca o depresiva. Recuerda a su madre diciéndole durante su infancia
que era una pena que tuviera las piernas tan feas, «patas de alambre» eran las
palabras que usaba su madre. Luisa asoció el malestar provocado por las crisis
de su madre y la falta de sintonía emocional con ella a algo que era defectuoso
en su propia persona, en este caso sus piernas. Es como si colocase en una
parte de su cuerpo todo el malestar que sentía por su creencia de ser
defectuosa o no válida debido a la relación con su madre. Es lo que conocemos
como dismorfofobia
corporal y que tantas veces vemos en los trastornos alimenticios.
En los seres humanos,
a diferencia de otros animales, las rupturas en la relación diádica madre-hijo
pueden ser reales o imaginarias.
a)
Rupturas reales del apego:
·
Muerte de la madre o el padre.
·
Abandono del padre (aunque son más escasos,
también puede haber abandono de la madre).
·
Hospitalización de la madre o del niño.
·
La madre está ausente mucho tiempo por cuidar de
otras personas, por estar trabajando mucho tiempo o por viajes frecuentes.
b)
Rupturas imaginarias del apego:
·
Depresión postparto.
·
Hijos no deseados.
·
Niños de reemplazo.
·
Muerte de alguien cercano a la madre.
·
Trastornos de personalidad.
·
Apego evitativo, ansioso o desorganizado de la
madre, del padre o de ambos.
Ejemplo: Cristina es una mujer de 36
años que, según describe, nunca ha tenido suerte en sus relaciones de pareja.
Ahora ha encontrado a alguien con quien tiene estabilidad, pero es incapaz de convencerse
de que todo va bien. Sigue teniendo miedo a que, en cualquier momento, las
cosas vayan mal y su pareja la abandone. Cuando hicimos la historia
clínica, me contó que era la tercera de tres hermanos. Tenía una hermana más,
pero murió a los tres años de una meningitis y por eso decidieron tenerla a
ella, como forma de superar el dolor y la pena. Incluso le pusieron el mismo nombre
que tenía la hermana fallecida, Cristina.
T: ¿Cómo te sentías de pequeña? ¿Cómo era sustituir a esa
niña que se había ido?
C: Era una sensación constante de sentir que todo lo hacía
mal, me comparaban constantemente con ella: Tu hermana no lloraba, tu hermana
era muy buena, tu hermana se lo comía todo... Era como si compitiera
constantemente con alguien tan perfecto que era imposible estar a su altura.
Quizás hubiera sido mejor que yo no hubiera nacido, así no habría sido una
carga para mis padres.
Un apego sano permite la maduración sana del sistema
nervioso. Cuando el bebé siente estrés o miedo, se activa el hemisferio
derecho e incrementa la actividad de la rama simpática del SNA, se acelera el
ritmo cardiaco y aumentan las catecolaminas en el torrente sanguíneo y el
hipotálamo; lo mismo que ocurre cuando el ambiente se percibe como peligroso (Schore,
2001).
La conexión emocional madre-hijo es vital los dos
primeros años de vida del niño. El sistema límbico responsable de las emociones
se mieliniza en el primer año de vida de los seres humanos. El hemisferio
derecho, que se conecta preferentemente con este sistema, se desarrolla
mucho antes que el izquierdo. Por tanto, autores como Schore (1994)
postulan que una experiencia de apego sería una sincronización entre el hemisferio
derecho del niño y el de la madre, concretamente el córtex orbitofrontal.
Si hay situaciones de amenaza o miedo, los cuidadores no
regulan (no dan seguridad al niño) y el sistema nervioso simpático se activa
durante demasiado tiempo, la rama dorsovagal provocará una disociación
traumática tanto a nivel mental (Van der Hart, 2005) como a nivel
corporal (Nijenhius, 2000; Scaer, 2014). En este estado de entumecimiento
disociativo, los opiáceos endógenos son muy elevados y el tronco encefálico,
a través de la rama dorsovagal, provocará una caída de la presión arterial o sanguínea,
de la actividad metabólica y de la tasa cardiaca, lo que provoca a su vez la circulación
de más adrenalina en la sangre. Esta activación del parasimpático (hipoactivación)
es una manera de contrarrestar la hiperactivación del simpático, lo que paradójicamente
resulta extremadamente traumático (Schore, 2010).
En edades tempranas cuando el hipocampo no ha madurado
toda la memoria será emocional y los traumas quedarán guardados en la memoria
procedimental (Scaer, 2014).
Se ha visto que el estrés crónico favorece la adquisición
de aprendizajes emocionales básicos relacionados con la amígdala (todo lo
relacionado con el miedo) pero impide la adquisición de aprendizajes más
complejos que dependen del hipocampo (Aguado, 2010).
La secuencia ante un peligro de amenaza es igual en niños que
la que se produce en un cerebro adulto, pero en infantes resulta extremadamente
peligrosa y
patológica debido a la fragilidad e
inmadurez del sistema.
Secuencia ante un peligro de amenaza
Fases que sigue el sistema
nervioso cuando hay una alerta, yendo desde una ligera activación hasta la disociación
traumática en función del nivel del peligro y los recursos para afrontarlo:
1)
Activación del hemisferio derecho
2)
Activación del sistema simpático
3)
Aumento de hormonas del estrés tanto en
el cuerpo como en el cerebro
4)
Activación del sistema parasimpático.
Disminución de la presión arterial y venosa, bradicardia y de la actividad
metabólica
5)
Estupor, disociación traumática a nivel
mental y corporal
6)
Daños en el hemisferio derecho, hipocampo
e hipersensibilidad de la amígdala
7)
En la edad adulta estados frecuentes de
hipo e hiperactivación. Esto impedirá hacer frente a estresores por mínimos que
sean. Imposibilidad de llevar una vida normal. Trastorno de personalidad.
Estas desregulaciones no solo se producen en el bebé cuando la madre no
está presente; también pueden ocurrir frente a otros tipos de amenaza.
Si este proceso se repite con frecuencia, la desregulación será
crónica y provocará estados constantes de hipo e hiper-activación en la
adolescencia y la edad adulta. Este proceso biológico es el origen del apego
desorganizado. Los daños en el hemisferio derecho, el hipocampo y demás
órganos del cerebro impedirán regularse emocionalmente en la edad adulta
ante eventos estresantes como los hijos, entre otros, lo que transmitirá la
patología a la descendencia.
Esta regulación emocional o
mentalización en los seres humanos es vital para lograr tres objetivos a nivel
biológico (Trevarthen, 2009):
• Regulación subjetiva.
Aprender a autorregularse dentro de unos márgenes sanos.
• Regulación
intersubjetiva: Aprender a relacionarse con los demás.
• Regulación de las
siguientes generaciones: Regular de forma adecuada a la descendencia.
Según Schore (2010):
Un número de funciones localizadas en el interior del hemisferio derecho trabaja en
conjunto con la finalidad de monitoreo de un bebé. Así como lo está para el procesamiento
de emociones y rostros, el hemisferio derecho está especializado para la percepción
auditiva, la percepción de la entonación, la atención y la información táctil.
Por lo tanto, las experiencias sociales facilitan la maduración dependiente
de la experiencia de los sistemas del cerebro derecho en un periodo crítico,
sistemas que procesan las comunicaciones visuales-faciales, auditivas- prosódicas
y táctiles-gestuales. Desde la infancia a lo largo de todos los estadios
posteriores del ciclo vital, el hemisferio derecho es dominante para la
recepción, expresión y comunicación no conscientes de las emociones y para
los componentes cognitivos y fisiológicos del procesamiento emocional»
(pág. 301).
Trevarthen (2009) resalta:
«La expresión emocional de una persona y la activación del sistema
simpático que provoca en otras personas están asociadas con un incremento de la
actividad en las mismas regiones cerebrales de los dos individuos, con
sistemas que se activan que incluyen áreas subcorticales, límbicas y
elementos del neocórtex» (pág. 59).
La relación madre-hijo regula los estados internos de activación y calma
en el niño. Si se produce una hiperactivación simpática y no hay una
estabilización emocional por parte de la madre, o si es esta la que provoca la
desregulación, se provocará una profunda sensación de malestar en el niño. Es
importante saber que el proceso de ruptura de la conexión emocional y su
posterior reconexión es vital para que el niño aprenda a autorregularse sin la
presencia de la madre. Resultarían patológicas en el caso de que fuesen
frecuentes, duraderas y demasiado intensas.
Unos buenos cuidadores regulan situaciones extremas de hiperactivación o
hipoactivación en el niño que pueden resultar traumáticas para este. Cozolino
(2016) sostiene que la activación que se produce en
una situación de miedo será internalizada por los bebés como «no soy amado» y
«soy rechazado» debido a que resulta muy
traumática para ellos. Posteriormente, estas sensaciones internalizadas
provocarán sensaciones de vergüenza, rechazo y abandono en la edad adulta.
Una vez más, siguiendo a Schore (2010):
«La madre puede sentar las bases en el niño para una tendencia de toda
la vida hacia una propagación sin freno de la ansiedad u otras emociones o, al
forzar al niño a distanciarse de tal experiencia demasiado intensa y por ende
traumatizante, ella puede promover en el niño una organización psíquica empobrecida,
la organización psíquica de una persona que posteriormente será incapaz ella
misma de ser empática, de experimentar experiencias humanas en esencia, de ser
plenamente humana» (pág. 302).
Si la regulación emocional es adecuada, entonces el niño puede
“mentalizar” (Fonagy y Luyten, 2014), que supone ser capaz de regularse
emocionalmente con uno mismo y con los demás, encontrando un equilibrio en el
uso de las áreas corticales y subcorticales.
Bibliografía
Apego y patología: Ansiedad y origen
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