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EL MIEDO

 

EL MIEDO

El miedo es una emoción básica en todos los seres vivos, y fundamental para la supervivencia, que se activa cuando el cerebro percibe que hay una situación que ponga en peligro la integridad física. En humanos, la ausencia (física o emocional) de las figuras de apego provoca una sensación de miedo por la desprotección que conlleva.

«Encontramos indicadores para una clara asociación entre ansiedad de separación y problemas futuros de ansiedad y ataques de pánico. Estos resultados apoyan una conceptualización de la psicopatología del desarrollo de los trastornos de ansiedad...

Los niños que sufren de un trastorno de ansiedad por separación podrían estar faltos desde pequeños, de habilidades que les ayuden a tolerar ansiedad y emociones fuertes, que serán muy importantes para un desarrollo sano» (pág. 1, Panksepp,2009).

Todos hemos sentido miedo en algún momento y lo que va a hacer que la situación resulte traumática o no es la valoración subjetiva del riesgo, es decir, la sensación de control. En la infancia carecemos de esa sensación de control, que se irá adquiriendo en las relaciones con los adultos. No obstante, si no se reciben los cuidados necesarios por parte de los cuidadores, bien por negligencia o por maltrato, se ponen en marcha mecanismos de alerta que activan simultáneamente los circuitos del miedo y la ira. El cerebro guarda memoria de estas rupturas en el apego como eventos peligrosos y muy dolorosos. Estos recuerdos quedan disociados y almacenados de forma traumática en lo que llamamos memoria inconsciente o implícita (Ginot, 2015).

El niño queda prisionero de un síndrome de Estocolmo (reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su captor. Principalmente se debe a que malinterpretan la ausencia de violencia como un acto de humanidad por parte del agresor) afectivo, ya que al no tener recursos emocionales y cognitivos para poder mentalizar lo ocurrido, es incapaz de estructurar sus mapas de experiencias y significados cognitivos y afectivos (López, 2008). El niño intenta evitar volver a sentir las sensaciones de miedo y modifica sus conductas y emociones en busca de un equilibrio. Para ello, cambia su forma de relacionarse con los cuidadores (cambios en el tipo de apego) y, si el miedo ha sido muy intenso, se produce una disociación traumática a nivel cerebral y corporal.

El miedo es una experiencia desagradable y dolorosa que tiene la misión de proteger la integridad física y mental de los individuos. El miedo provoca cambios en la memoria implícita para evitar que la situación pueda repetirse, o estar preparados si vuelve a darse. Estas experiencias provocan cambios a tres niveles:

·         Somático: Ansiedad

·         Emocional: Afecto

·         Cognitivo: Culpa y ansiedad anticipatoria

Nivel somático:

En una situación de miedo, el cuerpo cambia su fisiología para enfrentarse al peligro; esto incluye tensión muscular, taquicardia, hipertensión, etc. (Salposky, 2008). Además, guarda memoria somática de lo ocurrido para poder estar más alerta en el futuro (Damasio, 2011; Scaer, 2014) y, en casos extremos, se produce una disociación somática (Niyenhuis, 2000). En cualquier caso, el individuo siente ansiedad de forma circunstancial si la situación vuelve a darse o recurrente si el miedo se hace permanente.

Nivel emocional:

La activación de los circuitos relacionados con la alerta afecta a las emociones y se producen cambios en su intensidad y el modo de manejarlas.

Nivel cognitivo:

Cuando hay una experiencia siempre existe un aprendizaje; cuanto mayor sea la intensidad del estímulo más grabado quedará en la memoria implícita. El ser humano es el único animal que es capaz de recordar a voluntad cosas del pasado y poder prever lo que ocurrirá en el futuro. Cuando hacemos esto de forma negativa puede tomar dos formas distintas:

a)      Ansiedad anticipatoria: Esta ocurre cuando nuestra mente se va al futuro para planificar posibles situaciones de alerta que todavía no han ocurrido y que puede que no ocurran nunca.

b)     Culpa: Esta sucede cuando la mente revisa, repasa o no puede dejar de recordar algo que ocurrió en el pasado. Su función es aprender de algo doloroso para no repetir errores que ya se han cometido.

La única forma de manejar las amenazas en los primeros años de vida es a través del vínculo con las figuras de apego. Si estas no son capaces de proveer seguridad, se convierten en el origen del miedo; el cerebro y el cuerpo guardan memoria del dolor asociado a la experiencia y este aprendizaje queda grabado en la mente inconsciente.

Con el paso de los años, se irán desarrollando más recursos para afrontar los riesgos y las amenazas, pero estos van a ser también distintos. Los mecanismos de regulación para tolerar el dolor y la ansiedad van a ir modificándose y, si resultan útiles en algún momento, serán utilizados cada vez con más frecuencia (Crittenden, 2015).

Ejemplo: Un paciente tiene 37 años y busca hipnosis por su imposibilidad de hablar en público. Tiene un trabajo que le exige explicar a los compañeros algunos aspectos relativos a cómo realizar su trabajo y esto le provoca un malestar enorme. La situación ha ido a peor en los últimos meses, ya que siente que cada vez le da más miedo a hablar y ser observado. Próximamente va a tener que presentar unos resultados frente a mucha gente en una convención y ya piensa en dejar el trabajo como forma de evitar seguir sufriendo.

T: Antonio, vamos a trabajar haciendo una regresión al pasado, buscando situaciones de entonces que puedan tener relación con lo que estás viviendo ahora. ¿Puedes recordar algún momento o situación de tu infancia en el que sentiste sensaciones parecidas a las que tienes ahora?

C: Me viene a la memoria una obra de teatro que hice en el colegio por Navidad. Teníamos que hacer un belén viviente y yo tenía un pequeño papel en el que explicaba la llegada de los Reyes Magos. Mi madre y yo lo habíamos practicado en casa muchas veces porque me daba miedo no hacerlo bien. Cuando me vi delante de los padres del cole me quedé en blanco, no podía hablar. Recuerdo a mi madre recitándome el texto debajo del escenario, pero yo la veía y sentía tal vergüenza que me costaba aún más recordar ni una palabra. Te estoy contando esto y me está doliendo mucho la garganta. En ese momento, se echó a llorar como un niño.

El tipo de apego que se generó en la infancia va a ser determinante en las estrategias que se usen a lo largo de la vida para enfrentarse a los retos. El miedo es el principal responsable del tipo de apego en la infancia y la edad adulta, que estará determinado por la estrategia de regulación que sobresalga para autorregularse. Ninguna es mejor que otra; son diferentes. Las estrategias de afrontamiento varían de una persona a otra en función de la capacidad de mentalización y el tipo de apego predominante en la infancia.

MIEDO:

·         Predomina cognición: Tipo A

·         Predomina afecto: Tipo C

·         Disociación: Tipo D

·         Regulación óptima: Tipo B

Predominio de las áreas corticales (Tipo A).

·         Estos individuos sienten ansiedad cuando no pueden controlar su entorno o sus sensaciones, y se produce entonces una actividad mayor de la rama parasimpática del SNA.

·         Tienden a evitar la cercanía emocional con otras personas y apenas sienten las emociones ni su cuerpo.

Predominio de las áreas subcorticales (Tipo C):

Estos individuos tratan de regularse buscando conexión emocional con otras personas y sienten malestar cuando se produce dicha conexión. Sienten emociones constantemente y están motivados por sus sensaciones. Se produce una actividad mayor de la rama simpática del SNA.

No predomina ningún área (Tipo D):

·         Estos individuos tratan de regularse de forma simultánea en los dos aspectos anteriores.

·         Alternan la cercanía y el alejamiento, sin que se alivie el malestar.

·         El miedo y la ansiedad son constantes.

·         Son incapaces de mentalizar consigo mismos o con los demás.

·         Se puede producir una activación de la rama simpática y después un colapso del sistema debido a la activación de la rama dorsovagal del parasimpático.

Regulación óptima entre la cognición y el afecto (Tipo B):

·         Estos individuos tienen un apego seguro (original o adquirido).

·         Son reflexivos, flexibles en las respuestas y actúan de forma adaptativa.

·         Hay un equilibrio entre la activación y la relajación.

     En este sentido. el miedo en la infancia en relación a los progenitores produce en el niño un modo de regulación diferente en función de sus características personales y las del cuidador. El resultado serán diferentes tipos de apego que condicionarán la forma de enfrentarse al estrés en la edad adulta.

     Los modelos internos de trabajo difieren en función de la figura con la que nos relacionemos. Cuando el individuo cuenta con personas que le producen seguridad y confort, este aprendizaje sano permitirá tener seguridad a la hora de enfrentarse a retos y amenazas; será un antídoto del miedo. A esto se le denomina

«resiliencia».

A mayor intensidad de las amenazas en la infancia y menor disponibilidad de recursos, más miedo habrá a cometer errores y, por tanto, mayores serán las distorsiones de la información (por ejemplo, no valorar el peligro), lo cual provoca que los patrones de respuesta se vayan volviendo cada vez más rígidos e instintivos. La probabilidad de dar una respuesta equivocada irá en aumento. Esto puede llevar también a sobreidentificar el peligro, lo que genera alarma ante estímulos inocuos. No se podrá evaluar correctamente el peligro ni las estrategias para afrontarlo.

Por el contrario, cuanto mayor sea la resiliencia, menor será el miedo a enfrentarse a retos y mayor será la capacidad de mentalización y regulación emocional. Una persona equilibrada cuenta con muchos más recursos para enfrentarse a situaciones difíciles e incluso peligrosas sin sentir miedo ni rabia.

 

 

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