EL MODELO PARCUVE
Cuando Bolwby empezó a desarrollar sus teorías sobre el
apego en los niños en relación a sus cuidadores, lo hizo influenciado por
estudios de etología que señalaban la importancia del cuidador en el
comportamiento de la descendencia. Experimentos como los de Harlow –que
investigaba la conducta de los monos cuando eran criados sin sus madres– o los
estudios sobre el printing de Lorenz influyeron mucho en Bolwby, que empezó a
preguntarse si el ser humano no compartiría mucha de su psicología con otros animales,
dado que ya comparte gran parte de su fisiología (Karen, 1998).
A diferencia de los reptiles, la relación de las crías de
los mamíferos y las aves con sus cuidadores es vital durante las primeras
etapas de la vida, es una cuestión de vida o muerte. Esta relación no va a ser
solo de cuidado y alimentación, sino que también implicará ciertos aprendizajes
que serán necesarios en etapas posteriores, como la reproducción. Se ha
observado que aquellos primates que crecen sin contacto con su madre, tienen
posteriormente muchos problemas en la edad adulta para poder vincularse con su
progenie y darle los cuidados necesarios (Hart, 2011).
¿Qué puede ocurrirle a un cachorro de cualquier mamífero o a un
bebé si no hay ningún cuidador que pueda atenderle o cuidarle?
En condiciones naturales estaría condenado a una muerte
segura. Hay múltiples estudios que demuestran que el contacto físico y los
cuidados de la madre ayudan al desarrollo cerebral sano de las crías.
Existe un circuito cerebral relacionado con el cuidado de la
progenie en los padres y el del pánico/separación que se activa en los
cachorros cuando este cuidado no está disponible (Panksepp, 2004, 2009). Cuando
esto ocurre se busca la compañía de otros individuos que ayuden a proporcionar
una sensación de seguridad. Si esto no es posible, se produce una activación
del modo lucha/huída, si la amenaza es excesiva, del parasimpático, con la
consiguiente disociación.
Este circuito está construido filogenéticamente sobre otro
más primitivo que es el del miedo y el dolor que compartimos con el resto de los
vertebrados. Los términos pueden llevar a confusión, pero estos dos circuitos
cerebrales implican áreas anatómicas y fisiológicas distintas (Panksepp, 2004,
2009; Panksepp y Biven, 2012). El circuito del pánico/separación está relacionado
con la falta de opiáceos en el cerebro. Mientras que las benzodiacepinas
son muy eficaces para desactivar el miedo pero no funcionan para calmar el
pánico, con los opiáceos ocurre lo contrario: no funcionan bien para reducir el
miedo, pero son muy eficaces para disminuir la ansiedad por separación.
Pánico es lo que siente un cachorro cuando percibe a
su cuidador como inaccesible y el miedo es la emoción ante un estímulo concreto o
imaginario que puede suponer un peligro. Es decir, se puede tener miedo
y no sentir pánico/separación, pero no puede ocurrir, al contrario. Se sabe
también que los circuitos cerebrales del miedo y la ansiedad están
íntimamente relacionados con el dolor y la rabia. Tanto es así que se cree
que se activan e inhiben mutuamente (Panksepp y Biven, 2012; Hart,
2012). Por tanto, cada vez que haya una ruptura en la relación de apego, se
activarían simultáneamente los circuitos del miedo, del dolor y de la rabia.
Las emociones están relacionadas entre sí:
La activación del circuito/separación conlleva la
aparición del miedo y la consiguiente ansiedad, y simultáneamente
provoca rabia en una cascada de acontecimientos biológicos e
inconscientes, independientes de la voluntad de la persona.
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