EMOCIONES SUBYACENTES EN LA TERAPIA
A lo largo de la terapia vamos a tratar de cambiar distintos
factores como las creencias, pensamientos o estrategias de afrontamiento que el
paciente desarrolla en su vida diaria y que resultan totalmente inadaptativas.
La mayoría de las veces se trata de aspectos que fueron útiles en el pasado y
que a base de repetirse una y otra vez el paciente ya no sabe cómo
modificarlos. En el tratamiento vamos a crear momentos en los que el paciente
pueda tener experiencias correctoras que le ayuden primero a darse cuenta de
sus soluciones intentadas ineficaces (Watzlawick, & Ceberio, 2002) que aprendió
de niño para posteriormente poder cambiarlas. Se trataría de volver a vivir
esas experiencias desde la perspectiva del paciente como adulto con el apoyo
del terapeuta.
Son muchas las emociones que van a subyacer como base de la
patología y que van a estar presentes durante todo el proceso terapéutico.
Entre ellas destacan:
A)
El miedo.
Esta es la
emoción que los pacientes mejor reconocen y sufren. La ansiedad que
provoca el miedo es el objetivo final de la terapia. La extinción
completa
de la sensación de ansiedad es un
indicador de que el problema se ha resuelto.
La sensación de alerta puede venir
provocada por muchos motivos: Algo externo, una preocupación sobre el futuro.
Pero también puede darse por una lucha en el interior del paciente, sensación
de soledad, incomprensión o remordimientos. Es decir, el miedo vendrá
provocado por cualquier cosa real o imaginaria que provoque sensación de alerta
en la mente del paciente lo que induce una sensación de ansiedad en el
cuerpo.
B) La ira
Esta se puede
denominar con múltiples sinónimos como son rabia, frustración o
impotencia. Es una emoción innata fundamental para la
supervivencia que compartimos con todos los vertebrados.
Está provocada
por una frustración en el deseo, por algo que deseamos y no hemos podido
lograr. Se trataría de una forma de poder manifestar nuestra
disconformidad de algo que ha ocurrido y que permita que posteriormente las
cosas puedan ser de una forma diferente.
Otras veces
surgirá asociada a un miedo que hará que nos situemos en una situación de
lucha-defensa que biológicamente provocará una activación del
circuito cerebral de la ira.
Bolwby (1975) habla de estudios en los que se compara a
niños separados de sus padres con un grupo control de niños que han permanecido
en sus hogares, los primeros tenían una mayor tendencia a responder con
agresividad. Se registró una frecuencia cuatro veces mayor de conductas
hostiles en los juegos, incluso ocho atacaron a un muñeco que había sido
identificado como símbolo del padre o la madre, en tanto que ninguno de los
niños del grupo control atacó a los muñecos.
Bolwby, defiende que «...La respuesta que se propone es que
siempre que la separación sea solo temporaria, como ocurre en la mayoría de los
casos cumple dos funciones, primero ayuda a derribar las barreras que
obstaculizan la posibilidad del reencuentro y segundo puede desalentar a la persona
amada a que se marche... siempre que la pérdida sea permanente la ira no cumpliría
función alguna, la razón por la que se da es porque en las fases tempranas del duelo
la persona cree que en realidad esa pérdida pueda ser permanente... y que
podrá recuperar al ser perdido y también reprocharle sus actos como si
hubiera desaparecido por propia voluntad, la ira se desatará no solo
hacia el ser que se ha perdido sino a cualquier otro que pueda haber
desempeñado algún papel como causante de la pérdida...» (pág 271, Bolwby,
1983).
La ira tendría una función de recuperación de la figura
de apego y evitar toda separación posterior (real o afectiva), por tanto, la
función no sería romper los lazos de apego sino hacerlos mucho más fuertes,
es como si el niño quisiera decir “no olvides que estoy aquí” y sobre
todo no vuelvas a hacerlo. Se trata no solo de una forma de reproche sino de
evitar que pueda volver a producirse. Pero puede ocurrir como vemos frecuentemente
en las relaciones de adultos que la ira sea excesiva
y en vez de actuar como una forma de fortalecer el afecto provoca su
desaparición e incluso la aparición de más rechazo con la consiguiente
frustración (caso Ylenia)
Una ira que no ha podido expresarse, por ejemplo, por desaparición
definitiva de la figura de apego o que ha sido reprimida, será una
emoción que no encontrará una salida y no
habrá resultado eficaz. Se volverá hacia dentro tomando la forma de culpa y vergüenza como forma de no perder los vínculos
afectivos con las figuras de apego (modelo PARCUVE). Tengamos en cuenta que
el niño hará cualquier cosa por estar
vinculado emocionalmente a los cuidadores y es mucho mejor sentir “tengo la culpa” o “soy defectuoso” a romper ese
vínculo (Knipe, 2015).
Los niños al sentir que no se tienen en cuenta sus
necesidades y no poder expresar lo que necesitan, pueden tomar el rol de
sumisos (aunque en esto puede haber diferencias en función del sexo, las niñas
pueden tomar un rol más sumiso y los niños más agresivo), pueden ser muy buenos
académica y socialmente, cuidan de que todo el mundo esté bien, etc. Son niños
muchas veces aparentemente modélicos pero esta situación de frustración
constante provocará en años posteriores ansiedad y una sensación de malestar que
el paciente no puede dejar de achacarse a algo que es defectuoso en ellos.
Hay muchos motivos
por los que los pacientes no van a poder expresar sus necesidades en la
infancia, pero podemos destacar las más frecuentes:
• Desaparición definitiva por muerte o abandono definitivo de uno o
los dos progenitores o abandono en el cuidado porque los padres estén todo el
día trabajando y dejen el cuidado del niño a una institución o a un familiar
sustituto como una hermana o una abuela.
• La madre o el padre, o ambos, se encuentran deprimidos o muy
ocupados trabajando, cuidando de los hermanos o de algún familiar y
los niños no quieren ser una carga más para sus padres. Esperan que con un
comportamiento ejemplar los padres valoren su esfuerzo y estos se sientan mejor. El
niño no quiere ser en ningún caso una carga para los padres.
• La madre o el padre, o ambos, reaccionan con indiferencia o
desagrado ante cualquier cosa que el niño diga o haga que no les parezca
conveniente. Por ejemplo, la madre de una paciente podía estar dos días sin
hablar con la hija cada vez que se enfadaba con ella. El niño siente que tiene que tener
mucho cuidado de no hacer nada que pueda molestar a sus padres.
• La madre o el padre, o ambos, reaccionan con mucha agresividad o
violencia ante cualquier cosa que les produzca malestar y el niño
tendrá mucho miedo a esas reacciones violentas por lo que adoptará un rol
sumiso en el que evitará el conflicto.
• Los progenitores serán muy exigentes en aspectos
académicos, sociales o de conducta haciendo sentir al niño que nada
de lo que hace es suficiente, por lo que abandonará todas
sus necesidades para satisfacer la de sus padres. No podrá expresar
su frustración porque esto provocaría rechazo por parte de sus padres bien acusándole
de displicente o de ingrato.
Hay conductas anómalas en uno o los dos progenitores que hacen que el
niño sienta que tiene que tomar partido o guardar un secreto por miedo a que se
rompa la unidad familiar. Esto puede ir desde un divorcio donde el
niño se sienta obligado a elegir entre el padre o la madre o una infidelidad que no puede
compartir por miedo a causar daño a la parte engañada. El niño sentirá que tiene que tener
mucho cuidado con lo que dice o hace tomando un rol de responsabilidades muy por encima
de las que se encuentra preparado. En muchos casos el padre o la madre
tomarán a estos niños como confidentes o apoyos para que tomen partido contra el otro progenitor.
La lucha interna entre el odio que se supone que
deben sentir (o que sienten) y el amor que sienten, es excesiva para los
recursos del niño provocándole mucha ansiedad y en casos extremos disociación.
Algunos pacientes van a sentir que la rabia es
inaceptable o van a tener miedo de sus propias emociones que estarán asociadas
al miedo a hacer daño a los demás y sufrir rechazo o ser abandonados.
(Busch, 2012). En la terapia hay que explorar siempre si el paciente tiene
miedo de perder el control y hacer daño a los demás. Estas fantasías que
aterrorizan a los pacientes están relacionadas con la rabia que no ha
podido ser expresada y suelen suponer mucho sufrimiento y culpa. Sentirán mucha
vergüenza a la hora de confesarlas en la terapia.
La rabia o frustración que ha sido fuertemente reprimida va
a tener que ser trabajada extensamente haciendo entender al paciente que el terapeuta
no tiene ningún interés en criticar a los padres sino entender cómo se sentía
el paciente en su infancia y adolescencia. Al principio encontraremos
muchas veces cómo se resiste a opinar sobre sus relaciones con los demás por
miedo a que creamos que está siendo malo o ingrato con las personas de su
familia. Poco a poco, haciendo una escucha activa y explicándole una
y otra vez que no hay nada de malo en opinar sobre las cosas que no le
gustan ahora o en el pasado, este se irá permitiendo expresar toda la
frustración y rabia que ha sentido durante toda su vida.
El trabajo con esta emoción debe ser muy cuidadoso; si
vamos muy rápido el paciente se sentirá desbordado o que está traicionando a
sus figuras de apego y rechazará la terapia porque sentirá que el terapeuta no
está teniendo en cuenta sus necesidades y si vamos muy despacio sentirá que no
lo entendemos.
A medida que la terapia vaya avanzando el paciente querrá
desahogarse de lo que está sintiendo ahora y lo que ocurrió en su
pasado. Debemos ir poco a poco reconduciendo esa rabia, haciéndole entender
que debe hacerse responsable de sus conductas y cambiar sin esperar que los
demás cambien.
C: La culpa
Es una emoción secundaria que hace que sintamos
que hicimos cosas de forma incorrecta o que no hicimos algo que debíamos haber
hecho. Según muchos autores (Schore, 2001; Siegel, 2010; Panksepp,
2004; Tronick 2007) en la infancia la prioridad del niño es mantener el
vínculo del apego a toda costa con los progenitores.
Si se produce una ruptura en el apego, el niño sentirá
enfado y rabia como forma de poder restaurar el vínculo, pero si esta no puede
ser expresada o es rechazada, el niño tendrá que sostener el vínculo cambiando
las estrategias de regulación mediante conductas complacientes o disimulando su enfado e interiorizará
sensación de culpa cada vez que se produzca esa ruptura en la relación
con las figuras cuidadoras.
Sensación que a base de repetirse será una constante en
todas las relaciones posteriores en la adolescencia y edad adulta. Para
Nathanson (1992) la culpa es una combinación de la vergüenza y el miedo,
como recuerdos de situaciones en las que hizo cosas prohibidas o rompió
las reglas.
Bolwby (1975) defiende que los niños que tienen un apego inseguro tendrán modelos internos que
son incoherentes con sus cuidadores, las experiencias reales de
interacción no coincidirán con lo que los padres dicen al niño (por ejemplo,
los padres gritan al niño y al momento le dicen que le quieren mucho). Este
tratará de resolver está disonancia viendo a sus padres como intrínsecamente
buenos y se culparía a sí mismo del rechazo que sufre. Inconscientemente el niño experimentará una rabia que quedará
disociada al no poder expresarla.
Es decir, la culpa será un mecanismo de regulación que
creará el niño para poder seguir vinculado emocionalmente con los padres.
Si además los padres acusan (es decir culpan) al niño de ser malo, nervioso, de
alterar a los padres o lo comparan con otros hermanos, el niño se sentirá
todavía más frustrado y puede interiorizar ese sentimiento de rechazo y de
culpa hacia sí mismo de forma definitiva como un patrón de su personalidad.
A un nivel neurobiológico en edades tempranas el
hemisferio derecho no se encuentra desarrollado, por lo que no podrá
interpretar de forma correcta lo que está ocurriendo a nivel emocional y no
podrá diferenciar entre lo que siente su madre y él. Esto es así porque el
hemisferio derecho es especialmente sensible a los afectos negativos (Schore.
2001). Paradójicamente, estos elementos que resultan en la infancia
fundamentales para la conexión emocional con los cuidadores y el
mantenimiento de la relación de apego generan una imagen distorsionada del
self que provocará mucho sufrimiento en la adolescencia y la edad adulta.
Según Miller (2015) «mucha gente sufre toda su vida por este
opresivo sentimiento de culpa, el sentimiento de no haber vivido a la altura de
las expectativas de sus padres [...] ningún argumento puede superar estos sentimientos
de culpa, pues estos tienen sus inicios en los períodos más tempranos de la
vida, y es de este hecho del que derivan su intensidad» pág. 38.
Tendremos que trabajar intensamente con esta emoción durante
el proceso terapéutico porque el paciente ha convivido con esta sensación de
culpa toda su vida y probablemente preferirá vivir con ella antes que
enfrentarse a una realidad que puede darle mucho miedo al sentir que está
criticando a sus padres o la sensación de que estos no le querían. Es un
elemento que tendremos que trabajar una y otra vez en terapia, permitiendo
al paciente que se sienta entendido y acompañado por el terapeuta, pero sin traicionar
a sus padres hasta que el paciente pueda tener un criterio objetivo de la realidad.
En el caso de los pacientes con una personalidad
narcisista la defensa que existirá será la contraria, es decir hacer
culpable a todos sin aceptar ninguna responsabilidad de sus problemas. Es
muy difícil que estos pacientes acudan a terapia, casi no encontraremos pacientes
con este perfil ya que viven todo lo relacionado con sus problemas culpando
a los demás. Son muy reacios a aceptar que puedan tener un problema.
D. La vergüenza
La culpa y la vergüenza sería la internalización de las voces y de las miradas de los otros
respectivamente. En ambos casos, se produce una ruptura con el
bienestar y se provocan en el cuerpo sensaciones negativas que conocemos como ansiedad.
(Fuchs, 2003)
La vergüenza es la primera emoción que aparece en el niño cuando
percibe que no es aprobado por su madre, es preverbal y se siente y se
sentirá siempre en el cuerpo. En algunas personas esta sensación será
sentida en el cuerpo como una sensación de vacío. (Mosquera, 2009)
Esta emoción en su vertiente sana conduce a que podamos relacionarnos en
sociedad poniendo límites a nuestras necesidades frente a los demás. Cuando
somos niños nuestros padres nos ponen límites para hacernos saber
todo aquello que pueda resultar peligroso o pueda perjudicar nuestras
relaciones sociales. Pero si el niño no encuentra reparación cuando está con miedo o debe
estar alerta por miedo a romper el vínculo afectivo con sus padres empezará
a internalizar la sensación de que es defectuoso y esta sensación le
acompañará de por vida impidiendo que pueda relacionarse con normalidad, sintiendo
vergüenza con casi todo el mundo.
Schore (2009) comenta que la imagen de la madre enfadada
o ausente provoca en el niño un freno brusco de la activación y la aparición de
un estado de inhibición. En la naturaleza esta hipoactivación puede ser muy
positiva, por ejemplo, cuando hay algún peligro; pero en los humanos, de forma
continuada, lleva a una sensación de rechazo que el niño arrastrará toda su vida.
En casos extremos este miedo a ser rechazado llevará a
muchas de las patologías. Cualquier ruptura continuada en la relación
interpersonal durante la infancia provocará vergüenza y la sensación de poca
valía que impedirá tener relaciones interpersonales sanas y normales en la vida
adulta.
Elementos a tener en
cuenta a la hora de trabajar la vergüenza de nuestros pacientes (Nathanson, 1992):
• Problemas de valía personal. Soy débil, incompetente, estúpido.
• Problemas de dependencia. Sensación de indefensión.
• Problemas de competencia. Soy un perdedor.
• Atractivo personal. Tengo algún defecto físico que
provocará rechazo.
• Sexualidad. Hay algo defectuoso en mí relacionado con la
sexualidad.
• Miedo a ver o ser visto o destacar: Puedo hacer el
ridículo.
• Miedo a la intimidad. No merezco ser amado y por lo
tanto evito las relaciones con los demás.
En todos los casos existirá una sensación en el paciente
de ser poco válido o defectuoso (adquirida en la infancia). En situaciones que
sientan vergüenza o rechazo habrá una fuerte ansiedad. Hará cualquier cosa por
no volver a sentir el miedo a volver a ser rechazado. Para no volver a tener
esas sensaciones tan desagradables podrá hacer conductas de evitación que
le harán entrar de nuevo en un círculo vicioso de vergüenza y sensación
de ser rechazado que a medida que pase el tiempo se verá cada vez más amplificado.
La sensación de miedo a hacer el
ridículo o fracasar provoca una intensa ansiedad que invade a todo el ser, esto
es lo que conocemos como vergüenza. La persona se siente tan frustrada que
tiene miedo de volver a sufrirla y se condena una y otra vez a sufrir la sensación
de fracaso.
CIRCULO VICIOSO DEL
MIEDO
El miedo a fracasar
paraliza
La parálisis nos conduce
a la inacción
La inacción provoca
baja autoestima
La autoestima baja
nos lleva a sentir miedo
Ejemplo: Una paciente de 25 años, casada y con dos niños,
que había tenido una infancia traumática
por culpa de un padre que la maltrataba
verbalmente. Tenía un miedo irracional de encontrarse a una antigua amiga (vive en un pueblo pequeño) con la que se había peleado. A raíz de esta pelea empezó a
desarrollar un miedo enorme a irse de vientre
y no poder encontrar un baño cerca. Cuando
le comenté la posibilidad de ir a un aseo de algún bar
me comentó que podrían estar sucios, y que además alguien se podría dar cuenta de su urgencia y le daría
mucha vergüenza...
Había dejado de quedar con amigas o salir a la calle y
alejarse de su casa por si tenía que ir al baño y no le daba tiempo a volver...
Lo más patético de todo es que nunca había tenido ninguna experiencia de irse
de vientre, pero el miedo a que le pudiera ocurrir ocupaba todo su pensamiento
y hacía que evitara hacer cualquier actividad social fuera de su casa.
Es muy importante no confundirnos por la demanda del
paciente, debemos entender (y hacer saber a nuestro cliente) que detrás de
muchos de los trastornos que encontramos en la consulta, como el miedo a ser
rechazado o hacer el ridículo, se esconde una profunda vergüenza que habrá
que trabajar intensamente a lo largo de toda la terapia.
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