ESTRATEGIAS DE REGULACIÓN EMOCIONAL
Nuestras
convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas.
Ellas constituyen
nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.
Ortega y Gasset
La tetralogía de Wagner, El anillo de los nibelungos, consta
de cuatro óperas. En la primera, titulada El oro del Rin, un nibelungo gordo y
feo llamado Alberich, que habita en las profundidades de la tierra, se sumerge
en el Rin para seducir a las ninfas que allí habitan. En un principio, ellas le
hacen creer que están interesadas, pero no tarda en descubrir que se mofan de
él. Cuando está a punto de marcharse, burlado y enfadado, se da cuenta de que
algo brilla en el fondo del río. Pregunta qué es y una de las ninfas le dice:
«Es el oro del Rin y nosotras lo custodiamos. Quien lo posea será el ser más poderoso
del universo, pero solo lo podrá poseer aquel que renuncie al amor». Con ironía
se pregunta a sí misma: «¿Quién sería tan necio para renunciar al amor?».
Alberich, despechado, renuncia al amor y roba el oro, con el
que forja un anillo que lo convierte en el ser más poderoso del universo. No
obstante, quien lo posee paga un precio muy alto, ya que de un modo u otro
acabará solo y, finalmente, muerto. El poder y el amor son incompatibles,
nos enseña Wagner.
En la vida real los niños que no se sienten queridos, que
no tienen control sobre lo que ocurre a su alrededor, buscarán cualquier cosa
que les dé una sensación de confort que no tienen. En la adolescencia y en la
edad adulta esa carencia de afecto puede ser sustituida por cosas materiales,
conocimiento, poder, sustancias, etc., cualquier cosa que pueda servir para
llenar la sensación de vacío que deja la falta de afecto.
Al nacer, todos los niños necesitan el amor y el afecto de
sus cuidadores para sobrevivir. Tratan de regularse emocionalmente en su
relación con ellos, pero, si esto no es posible, se ven forzados a buscar estrategias
de regulación ajenas mediante objetos, actividades o amigos que aporten la
sensación de calma que no han podido encontrar en las personas que deberían
habérsela proporcionado. Obviamente, llega un momento en que es
terapéutico buscar actividades u objetos que permitan una separación de los cuidadores,
pero resulta patológico si debe hacerse de forma desesperada para poderse regular.
DESARROLLO DE LAS ESTRATEGIAS DE REGULACIÓN
Hilburn-Cobb (2004) plantea tres propuestas para desarrollar
un modelo que describa el modo en que los niños y adolescentes buscan
estrategias de regulación para crear una base segura diferente a los padres y
poder autorregularse.
En los seres humanos la relación emocional con otros
actúa como un regulador para obtener seguridad. Los padres que ofrecen un
apego seguro crean una «zona segura» en la que el niño puede explorar sabiendo
que sus cuidadores estarán disponibles si los necesita. La madre y el niño se
regularán mutuamente. La madre actúa como base segura para que el niño
posteriormente pueda regularse por sí mismo en situaciones de estrés.
Si bien el mecanismo más eficaz de autorregulación es el
contacto con una madre que actúe como cuidadora, si se producen rupturas
frecuentes en el apego, el niño buscará cualquier otro recurso disponible para
autorregularse.
En contraste con los objetivos del apego sano, un elemento
instrumental para disminuir la ansiedad o el malestar es la adquisición de
herramientas de regulación. Estas pueden ser juegos, comida, deporte, drogas o
alcohol. Todas en exceso pueden convertirse en patologías más o menos graves.
Estos mecanismos de regulación pueden incluir o no a otras personas para
autorregularse en la edad adulta.
Al inicio de la vida, la percepción de bienestar está
completamente relacionada con el vínculo de apego. Poco a poco, el niño
comienza a mostrar conductas encaminadas a lograr una congruencia entre sus
necesidades en el momento y la respuesta de los cuidadores. Si el niño consigue
su objetivo, se reforzará la conducta y tendrá una sensación de control; pero
si no hay una consistencia entre su conducta y la respuesta de los cuidadores,
se creará una sensación de no estar en control, de falta de seguridad y de alerta
(Grawe, 2006).
Dependiendo de la necesidad de estar en alerta o en
control que se haya experimentado en la infancia, se formarán distintas
convicciones acerca de si el mundo es un lugar seguro o peligroso. Las
rupturas en el apego de los niños, esto es en su relación con los
cuidadores, violarán la regla de tener el control. Esto es sano si ayuda al niño
a utilizar técnicas de exploración fuera de las figuras de apego y relacionarse
con otras personas (otros niños en principio, compañeros en la
adolescencia y parejas en la edad adulta), pero resultará patológico si
la sensación de no tener control, y por lo tanto de ansiedad, es
excesiva. Cierto grado de ansiedad es necesario para ser capaces de realizar
tareas y hacerlo con interés, y permanecerá nivelado mientras sintamos que estamos
en situación de realizarlas con éxito. La fase inicial de estrés es idéntica
tanto en las situaciones que controlamos como en las que no, pero si la
situación nos desborda, se activará el circuito del miedo.
Los seres humanos se organizan en base a la mejor estrategia
de protección de la que disponen, en función de la edad, las experiencias
pasadas y los recursos con los que cuenta en cada momento. Esta protección
proviene principalmente de los cuidadores en la infancia, los amigos en la
adolescencia y la pareja en la edad adulta (Crittenden et al. 2012). Si en la
infancia las estrategias resultaron defectuosas y/o no se cuenta con recursos
en el momento presente, se puede procesar la información respecto a una sensación
de amenaza externa o interna como algo que desborda las capacidades. El individuo
actuará para resolver la incertidumbre (y el consiguiente malestar) a corto plazo,
sin reparar en las consecuencias a largo plazo. La urgencia por resolver el malestar
provocará mucho más malestar a medio y largo plazo. Grawe (2006) lo explica con
estas palabras:
«Queda claro que una violación de la necesidad de control es
tóxica para la salud mental. La importancia de tener el control en los
pacientes con trastornos de ansiedad es una forma evidente de hacer un esfuerzo
desesperado para lograr controlar los síntomas. Los pensamientos rumiativos en
las depresiones o trastornos ansiosos o las compulsiones en los TOC pueden ser
descritos como una forma disfuncional de tratar de controlar algo que se ha
vuelto incontrolable»
Las estrategias de regulación se irán modificando con la
edad, a medida que se va pasando de la infancia a la pubertad y a la edad
adulta. A medida que aumentan los recursos, también cambian las necesidades. En
cada época de la vida, se buscarán mecanismos diferentes que reduzcan la
ansiedad y permitan un nuevo equilibrio.
En la pubertad, con el incremento de las hormonas sexuales y
los cambios anatómicos consiguientes, también cambian las necesidades
psicológicas y se produce una transición hacia la búsqueda de personas afines y
posibles parejas. Aunque en esta etapa tan importante del desarrollo predominan
las necesidades sociales y también se usan sustancias, actividades o compañeros
como mecanismos de regulación, los cuidadores siguen siendo necesarios para una
regulación sana. Las relaciones de amistad son simétricas: cada uno busca ser
cuidado por el otro, pero no se ven a sí mismos como cuidadores.
Ejemplo: Un paciente de 19 años, viene a la consulta
acompañado de sus padres, porque está muy deprimido por una ruptura de pareja.
Los padres temen que se haga daño o agreda a su exnovia, porque ya ha tenido
problemas en el pasado para gestionar su rabia y agresividad. Al profundizar en
su biografía emocional, descubro que a los 15 años su madre estaba todo el día
ocupada cuidando de un hermano pequeño con una enfermedad que requería muchas
hospitalizaciones y su padre estaba siempre de viaje porque era comercial.
¿Cómo aprendió este chico de 19 años a sobrevivir? ¿Cómo superó
la soledad que sintió? La respuesta del paciente a estas preguntas fue la
siguiente: «Me gustaba mucho el futbol y me uní a un grupo de ultras del equipo
local. Ahí sentía que formaba parte de algo importante. Hice muchas cosas que
no estuvieron bien, como peleas y destrozos, pero me sentía acompañado. Nadie
me juzgaba y sabía que si los necesitaba siempre iban a estar ahí».
Finalizada la adolescencia y con el comienzo de la edad
adulta, las prioridades empiezan a cambiar de nuevo: alejarse de los
cuidadores, asumir más responsabilidades laborales y familiares, buscar pareja
para formar unos vínculos firmes y crear una nueva familia. Los adultos
aprenden a regularse con una pareja o por sí mismos, o continúan usando
mecanismos de regulación externos para disminuir el malestar y la ansiedad. En una
relación adulta madura, cada persona estará apegada, pero será también figura
de apego para el compañero (Crittenden, 2002).
DE LAS ESTRATEGIAS DE REGULACIÓN A LA PATOLOGÍA
Estas estrategias utilizadas como manera de controlar o
regular las sensaciones internas asociadas al malestar o la ansiedad –que
resultaron útiles en algún momento durante la infancia o la adolescencia– son
conductas que inicialmente produjeron un efecto ansiolítico o tranquilizador, y
sirvieron para manejar lo que se vivió como incontrolable. La razón de la
perseverancia de estas estrategias es que han quedado registradas como eficaces
en la mente inconsciente del paciente, ya que resultaron tranquilizadoras en su
momento.
Cada vez que se activa la amígdala y se siente ansiedad, se
genera una urgencia por llevar a cabo las conductas; aunque el individuo sea consciente
de que son patológicas, no las puede evitar y se siente arrastrado a ellas. La ansiedad
y el malestar incitan a realizar estas conductas que alivian los síntomas y provocan
más ansiedad a medio plazo, convirtiéndose con el tiempo en otra patología añadida.
Es decir, lo que se usó primero como intento de solucionar el problema, se convertirá
en otro problema más a resolver.
Las patologías que vemos en consulta en la mayoría de los
casos comienzan como mecanismos de regulación que se usan para tener sensación
de control, pero acaban convirtiéndose en un problema mayor que el que trataban
de solucionar.
Mecanismos de regulación emocional:
·
Trastornos de la conducta alimentaria
·
Trastornos de personalidad
·
Adicciones
·
Obsesiones
·
Disociación
En todos nuestros pacientes encontraremos alguna estrategia
para tratar de soportar el malestar que, si bien al principio funcionó como una
solución, a fuerza de repetirse ha llevado a algo que se ha convertido en un
trastorno añadido.
Ejemplo: Una paciente de 24 años, que viene a consulta
aquejada de una fuerte ansiedad que en algún caso la ha llevado a sufrir ataques
de pánico. Los ha resuelto tomando ansiolíticos que le ha dado su madre, que
los consume habitualmente. Vive sola con ella desde que tiene uso de razón,
pues su padre las abandonó por otra mujer cuando ella tenía tres años y nunca
ha sabido nada de él. Describe a su madre como ansiosa y como una amiga más que
una madre.
Era una niña muy estudiosa y buena, pero a raíz de conocer nuevos
compañeros en el instituto, empezó a aflojar en los estudios y a frecuentar
malas compañías con las que fumaba porros y tomaba alcohol con mucha
frecuencia. Su madre nunca la regañó e incluso llegó a encontrar droga en su
cuarto y no dijo nada al respecto. Este recuerdo le causa mucho malestar porque
le hace pensar que en realidad su madre no se preocupa lo suficiente por ella.
Actualmente no puede trabajar ni hacer vida normal debido a
su ansiedad, lo que le provoca mucho miedo a relacionarse con los demás. Pasa
casi todo el tiempo en casa fumando droga con algún dinero que le da su madre.
Su demanda en la consulta es ser una persona normal con una vida normal, pero
se ve incapaz por el miedo que siente a enfrentarse al mundo; no se cree capaz mientras
sufra esa ansiedad. También querría dejar de fumar porros, pero es lo único que
le ayuda a calmarse.
En el caso de esta paciente, la marihuana actúa como
regulador emocional (ansiolítico), pero se ha convertido en parte del problema
más que de la solución. Por otra parte, la falta de autoestima y la ansiedad le
impiden enfrentarse a sus miedos y hacer vida normal, lo cual le hace entrar en
un círculo vicioso del que no puede salir.
Estas sensaciones de impotencia, poca valía y falta de
esperanza en el futuro le provocan cada vez más miedo, lo que hace que los
ataques de ansiedad sean cada vez más frecuentes y fuertes desembocando en
ataques de pánico. La percepción de no tener el control de sus emociones y
su vida aumentan cada vez más.
Es muy importante tener en cuenta que todos los trastornos
psicológicos tienen un componente orgánico, ya que no puede ocurrir nada en
nuestra mente que no ocurra también, de alguna forma, en nuestro cerebro
(Purves et al. 2008). Es fundamental aclarar que, aunque la causa principal
de algunos trastornos psicológicos es orgánica, en la mayoría de las
ocasiones dicho trastorno es el resultado de los mecanismos que fueron empleados
para obtener una sensación de control.
Sabemos por los estudios de epigenética que los genes se
expresan en función de las de las condiciones genéticas para las que están
programados y también por circunstancias ambientales (Yehuda, 2016). En determinadas
condiciones ambientales, los mecanismos de regulación pueden activar la expresión
génica de proteínas que provocan determinados trastornos. En otras condiciones,
es probable que este trastorno no se hubiese producido. El debate sobre la influencia
de la genética y el ambiente en el origen de las enfermedades todavía no tiene
una respuesta clara.
Los mecanismos de regulación, son variados y cambian en
función del tipo de apego en la infancia. El listado de patologías que se pueden
padecer como forma de regulación emocional para aliviar el malestar es muy amplio,
pero podemos destacar, entre otros:
·
los trastornos alimenticios (bulimia, anorexia u
obesidad),
·
los trastornos de personalidad (TLP, TOC),
·
las adicciones (dependencia emocional,
alcoholismo ludopatía),
·
la pertenencia a grupos violentos o sectas.
El tipo de apego con el que el individuo haya aprendido a
regularse en consonancia con sus cuidadores durante la infancia marcará muchas
de las estrategias que usará posteriormente en la adolescencia y la edad adulta
(Crittenden, 2002).
Una de las paradojas de la psicología humana es que
situaciones iniciales completamente distintas pueden generar patologías
idénticas. Los mecanismos de
regulación existen en todos los
tipos de apego (incluso en el seguro solo que en este caso son muy
adaptativos). El apego evitativo suele caracterizarse por una falta de afecto y/o protección.
Si hay una sobreprotección que impida la exploración y seguridad
en el niño se trataría de apego ansioso y si hay numerosas situaciones traumáticas no
resueltas hablaríamos de apego desorganizado.
En ausencia de un apego seguro, encontramos en la
adolescencia y posteriormente en la edad adulta estrategias para lograr una
sensación de regulación y autocontrol. Los mecanismos de regulación pueden
resultar patológicos si falla la relación de apego con los cuidadores. Si estos
mecanismos no son suficientes, se puede generar depresión, disociación traumática
o trastornos de personalidad graves.
Los adultos con apego seguro (sea original o adquirido) no son conscientes de necesitar
elementos externos para regularse. Sin embargo, aquellas personas con apego inseguro sienten que
cualquier contingencia negativa puede desestabilizarles y buscan elementos
externos para poder encontrar esa seguridad que son incapaces de encontrar dentro
de sí mismos. Esto es lo que conocemos comúnmente como «personalidades controladoras» (que suelen
tener un apego evitativo) o «personas siempre en alerta o ansiosas» (que suelen
tener apego ansioso).
Los individuos con apego seguro (Tipo B) han aprendido a
alternar entre la necesidad de estar con los cuidadores y la posibilidad de
explorar o jugar sin miedo. En la adolescencia tienden a ser confiados, porque
nunca han necesitado estar a la defensiva. Si consiguen mantener la tendencia
de apego seguro, sabrán regularse a sí mismos y podrán hacerlo con los demás de
forma adecuada sin necesidad de buscar elementos externos que compensen los
déficits. Aprenden de sus errores y son capaces de reconocerlos para poder
mejorar.
Los individuos con apego inseguro evitativo (tipo A) resultan
predecibles porque han aprendido a comportarse como se esperaba de ellos.
Dan mucha importancia a las formas y a la vez ocultan, incluso a sí mismos,
sus verdaderas emociones. Buscan regularse bien con actividades que
exijan mucho esfuerzo físico o mental (por ejemplo, estudiar mucho o hacer
deportes intensos como correr maratones) o con sustancias que les
impidan sentir la ansiedad (por ejemplo, drogas). Tienden a tenerlo todo
bajo control y, en muchas ocasiones, el consiguiente agotamiento les
lleva a perder del todo el control y terminan sufriendo depresiones y/o ataques
de pánico (Nardone, 2004).
Los individuos con apego inseguro ansioso (tipo C) omiten el
aspecto cognitivo en su relación con los demás, porque los padres,
aunque afectuosos, no tenían un comportamiento predecible. Estas personas no
tratan de controlar porque nunca han sentido que tuvieran el control. Los
sentimientos negativos de malestar son exagerados y alternan con periodos de
calma. Su objetivo es mantener un contacto emocional constante con
alguien. Su regulación emocional es una búsqueda constante de cercanía y
hacen cualquier cosa para lograrlo, desde pertenecer a grupos violentos,
usar el sexo como forma de conseguir afecto o tomar drogas para no
sentirse excluido de las relaciones sociales.
Los individuos con un apego desorganizado han
experimentado a las personas que debían cuidarlos también como fuente de
amenaza. Los patrones de regulación pueden ser muy patológicos, como
autolesiones, abuso de drogas o relaciones de pareja muy conflictivas. Los
mecanismos de regulación externos no son suficientes y provocan aún mayor
desregulación, lo que crea un círculo vicioso de consecuencias impredecibles.
El principal objetivo de estas estrategias es la evitación
de la ansiedad producida por la sensación de falta de control. Para recuperar un equilibrio
de algún modo, el individuo puede recurrir a evitar directamente los
estímulos aversivos, que es la estrategia más frecuente y básica, y la que
compartimos con todos los animales. El inconveniente es que a medida que los
pacientes evitan algo que les da miedo (hablar en público, salir a la calle o
pensar en algo doloroso), la amígdala refuerza la valoración de que esa
conducta resulta peligrosa, lo que produce una mayor evitación.
La estrategia más básica consiste en evitar algo que nos da
miedo físico, puede ser un lugar, una persona o una tarea. Pero también hay evitaciones
más complejas, como puede ser no sentir sensaciones desagradables, evitar
partes de nuestra personalidad que no nos gustan o pensar que somos
culpables o defectuosos.
Algunas de estas
estrategias pueden ser:
Rumiación / Rituales: En situaciones de ansiedad, el individuo
puede realizar determinados rituales que le tranquilizan y generar
supersticiones sobre que la acción realizada ha evitado que ocurra algo malo.
De este modo, la ansiedad frente a situaciones que provocan malestar le hará
sentirse obligado a repetir el ritual, acabando por convertirse en una
patología. Los pensamientos obsesivos pueden darse solos o acompañados de
conductas compulsivas que traten de aliviarlos convirtiéndose en trastornos
obsesivo-compulsivos (Pinillos, 2011).
Adicciones: La evitación mediante sustancias, juego,
compras o sexo compulsivo tienen en común que ayudan a evitar el malestar
interno; no permiten que lo que nos hace daño se haga consciente.
Salvo casos muy extremos, no suelen aparecer hasta la adolescencia (con la
aparición de las hormonas sexuales y el consiguiente desarrollo madurativo). En
todos los casos permiten evitar la conexión con el mundo interno que está
muy degradado y/o vacío.
Trastornos alimenticios: La ingesta de comida o la
ausencia de esta actúan como regulador de la ansiedad y el malestar, evitando
el contacto con las emociones. El uso de esta estrategia de regulación genera
trastornos entre los que se encuentran la anorexia (no se ingiere alimento),
los atracones (se come en exceso) y la bulimia (se come en exceso y luego se
vomita).
Disociación: Es una estrategia biológica para evitar
un dolor psicológico que resulta excesivo para los recursos de los que
dispone el individuo; disociarse significa evitar toda la intensidad de la
experiencia. Las estrategias disociativas se pueden dar bien en la infancia
ante situaciones de amenaza que desbordan al niño, o bien en la edad adulta si ocurre
algún activador que recuerde algún trauma anterior o alguna situación que suponga
una amenaza muy grave y que desborde las capacidades del individuo.
Otras estrategias para reducir la ansiedad y sentirse en
control pueden llevarse a cabo mediante patrones de personalidad que ayuden a
manejar la incertidumbre en relación con los demás. Estos comienzan en
la infancia y se consolidan en la adolescencia y edad adulta:
Personalidad cuidadora: Desde la infancia, el niño aprende
que sus necesidades no son importantes y se siente culpable y defectuoso por
ello. Trata de este modo de adaptar su comportamiento a lo que cree que
esperan los demás. Uno de los modos de hacerlo es mediante la parentificación,
o el cuidado de los padres o los hermanos. Esta estrategia también tenderá a
generar una parte muy enfadada que no podrá expresarse por miedo a provocar
rechazo y acabará disociándose. Estas personas siempre están pendientes de las necesidades
de los demás, anteponiéndolas a las propias, y esto puede terminar derivando en
graves trastornos de ansiedad o trastornos de personalidad.
Personalidad perfeccionista: Similar a la anterior,
también es una estrategia que debuta en la infancia. Consiste en el pensamiento
mágico de que «si soy perfecto, saco buenas notas, lo hago todo bien, etc.,
las cosas funcionarán, mis padres me querrán y todo estará bien». El
niño se esfuerza mucho en ser perfecto, pero no cambia nada, con lo que sigue
intentándolo. Esta búsqueda patológica de la perfección se convertirá en un
rasgo de su personalidad, con la paradoja añadida de que nunca están
satisfechos, lo que les obliga a aumentar su perfeccionismo. Por otro lado,
muchos pacientes con un patrón perfeccionista tienden a procrastinar por
miedo a no hacer las cosas bien, lo cual les provoca mucha ansiedad al
sentir que no son útiles y han fracasado. Este es un rasgo que puede
formar parte de diversos trastornos de personalidad y otros.
Personalidad narcisista: El niño desarrollará un
concepto muy elevado de sí mismo y una autoestima exagerada, bien porque
descubre que no puede esperar que nada del exterior satisfaga sus necesidades
de afecto y sentirá que solo él puede cuidar de sí mismo, o bien porque ha sido
sobreprotegido y ensalzado en exceso, lo que le hace sentir que los demás deben
cuidar de él y por tanto sus prioridades deben de estar siempre poencima de las
de los demás (Millon, 2014). Esto puede derivar en un trastorno narcisista de
la personalidad.
Personalidad indolente: Se evita cualquier
tipo de actividad que pueda suponer el riesgo de un fracaso, se culpa a los
demás de todo lo que no funciona sin hacer ningún esfuerzo en cambiarlo. Si
bien puede ser una etapa natural durante la adolescencia se convierte en
patológica si continúa durante la edad adulta.
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