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LA CULPA

 

LA CULPA

La culpa está muy relacionada con la vergüenza. Pero en la vergüenza hace falta la mirada de otra persona (cuando somos adultos implica imaginar cómo nos ven los demás), para sentir culpa no hace falta el juicio de otras personas, es un proceso reflexivo relacionado con el lenguaje, con la forma en que nos hablamos.

 Hay estudios que indican que cuando existe culpa solo se activa el hemisferio derecho, mientras que cuando hay vergüenza se produce una activación del cuerpo calloso (órgano que comunica los dos hemisferios), lo que indicaría una relación entre lo emocional y lo verbal (Neborsky, 2001).

Mientras que la vergüenza es una emoción que tiende a inhibir al individuo, la culpa es una emoción que tiende a buscar la reparación del daño que se haya podido causar.

Hay dos tipos de culpas principalmente:

·         Culpa empática: Es la que se activa cuando sentimos que hacemos daño a los demás y tiene un efecto positivo puesto que ayuda a restablecer y mantener las relaciones sociales.

·         Culpa patológica: Es la que se activa ante un acontecimiento en relación a cualquier pensamiento, emoción o conducta. Se origina en la infancia como mecanismo de defensa y ayuda a una posición constante de sumisión y/u obediencia que logre evitar la agresividad de los cuidadores. Con el tiempo, se pueden acabar convirtiendo en pensamientos rumiativos que provocan mucho sufrimiento.

El origen de la culpa es posterior cronológicamente a la vergüenza y cumple también una función socializadora. En el caso de que haya rupturas frecuentes y/o amenazadoras en el vínculo de apego, las sensaciones de vergüenza y miedo van a causar mucho malestar, por lo que el niño revisará su comportamiento para saber cómo evitarlas la próxima vez. Si este proceso se repite con demasiada frecuencia, entonces se mantendrá codificada en la memoria implícita en forma de pensamientos constantes de culpa y autocondena (Ginot, 2015).

Para aliviar la sensación de culpa y tener sensación de control, el niño emplea estrategias que le permitan recuperar el vínculo con los cuidadores, pero a diferencia de la vergüenza –caso en el que las estrategias son somáticas–, en la culpa serán cognitivas.

El vínculo de apego en la infancia debe mantenerse por encima de cualquier otra cuestión para evitar la activación del circuito del pánico/separación. Así, cada vez que se produzcan situaciones de malestar en relación a los cuidadores, se generarán pensamientos asociados de culpa y poca valía. En la pubertad, esta culpa puede mantenerse hacia uno mismo o pasar a estar enfocada hacia los demás, es decir, responsabilizar a los demás de los fracasos propios. En un continuo dimensional y en función de las circunstancias, encontramos dos estrategias opuestas:

A)    Perfeccionista

Ser perfeccionista es muy positivo, no obstante, los individuos con un perfeccionismo enfermizo tratan de hacerlo todo perfecto en la infancia como forma de agradar a los padres, profesores, etc. El pensamiento que subyace es:

«Si soy perfecto se sentirán orgullosos de mí y no habrá más problemas y por fin me querrán».

Las principales características son:

Olvidan completamente sus necesidades con tal de satisfacer la de sus cuidadores (padres, hermanos, maestros).

• Suelen ser cuidadores de los demás, con tendencia a la parentificación.

Muy responsables y con conductas muy reforzadas por parte de los demás en la infancia y adolescencia, sin que nadie se preocupe de lo que de verdad necesitan.

Muy baja autoestima, miedo patológico al fracaso y, por lo tanto, al rechazo de los demás.

• Tendencia a la procrastinación. No hacen las tareas por miedo a no hacerlas perfectas.

Necesidad de tenerlo todo controlado. Sienten ansiedad si pierden ese control, por la sensación infantil de necesitar controlar sus impulsos y necesidades para agradar a los adultos.

Ejemplo: Una estudiante de primero de Derecho. Viene a consulta porque tiene serios problemas de concentración. Cuando se pone a estudiar es incapaz de estar más de un minuto delante de los apuntes y en clase es incapaz de atender. Cuando empiezo a hablar con ella, me doy cuenta de que se pasa el día procrastinando; es incapaz de hacer nada porque si no es perfecto, no le sirve. Y claro, la perfección es un espejo en el que todo el que se mira se ve deforme.

T: Dime Luisa, cuando empiezas a estudiar ¿cómo lo haces? ¿Usas manuales universitarios, tus apuntes, los de los compañeros?

C: Yo estoy muy obsesionada por sacar buenas notas porque mis padres están haciendo un gran esfuerzo por pagarme los estudios. Así que cuando llego a casa, lo primero que hago es ponerme a estudiar y empiezo a pasar apuntes a limpio. Pero, claro, me doy cuenta que no he hecho la cama, que no he barrido la habitación o que me falta algo para la comida. Lo hago para poder concentrarme del todo en los estudios, pero cuando me doy cuenta han pasado horas y estoy agotada, y entonces decido descansar un poco.

T: Me da la impresión que tienes muy buenas intenciones de estudiar pero siempre hay algo más importante que demanda tu atención.

C: Sí, es que me da miedo no tener todo en orden y perfecto y no poder concentrarme en lo importante que son los estudios.

B)    Indolentes

La etimología de la palabra lo dice todo: son aquellos que no sienten dolor, remordimiento ni culpa. Deciden sabotear los esfuerzos de los cuidadores saboteándose a sí mismos. En algunos casos, este rasgo de la personalidad puede aparecer en adolescentes que de niños se esforzaron pero que al fracasar estas estrategias pasan al otro extremo. Su lema es

«si no haga nada, no puedo equivocarme ni fracasar».

     Es como si pensaran «he fracasado porque tú no me diste lo que yo merecía y, por lo tanto, voy a sabotearte en tus esfuerzos por ayudarme». Normalmente tienen tendencias narcisistas y egosintónicas, no tienen interés en cambiar.

Tienen las siguientes características:

Extremadamente dependientes de los demás, los usan para satisfacer sus necesidades (se rodean, si pueden, de personas cuidadoras).

Enmascaran la ansiedad detrás de drogas u otros tipos de adicciones.

Culpan a sus padres, familia o a la sociedad de sus fracasos.

No intentan ninguna solución por miedo a fracasar. No hay autoestima.

Se saben rechazados, pero eso alimenta su indolencia bajo una máscara de indiferencia.

     Ejemplo: Pablo es un chico de 21 años que la madre trae a consulta porque su hijo, al que quiere mucho y consiente mucho, está todo el día fumando porros y jugando a la PlayStation. Quiere que lo motive para que estudie o trabaje.

T: Hola, Pablo, ¿dime cómo puedo ayudarte?

C: Pues no tengo ni puta idea, yo no sé qué coño hago aquí. Porque yo no tengo ningún problema y además yo no creo en los psicólogos.

T: ¿Por qué has venido entonces?

C: Porque mi madre me obliga. Porque se empeña en que yo estudie o trabaje y a mí no me van esas mierdas. Yo soy un anarquista, no creo en la sociedad ni en toda la mierda que nos quieren vender.

T: ¿Pero algo tendrás que hacer para comer, vivir?

C: Yo paso de toda esa mierda, yo soy un espíritu libre. Me mola el rap y a veces compongo canciones. Voy a hacerme un canal de YouTube y voy a subirlas ahí. Puedo ganar mucha pasta sin tener que aguantar a un jefe y todas esas mierdas.

     Las personas que sienten mucha culpa en su infancia pueden tomar diferentes tipos de personalidad para sentir cubierta la sensación de control. En un extremo encontraríamos a las personas perfeccionistas y en el otro a los indolentes.

 

 

 

CULPA

 

Perfeccionista

·         Se esfuerzan demasiado

·         Nunca está satisfecho

·         Tiende a procrastinar

·         Esconden la ansiedad haciendo tareas, en el trabajo o el deporte

 

Indolente

·         No se esfuerza en nada

·         Culpa a los demás de su fracaso

·         Tiende a no hacer nada

·         Esconde la ansiedad detrás de adicciones o al juego

 

     TIPOS DE ATRIBUCIONES

Abramson et al. (1978) crearon un modelo de tres tipos de atribuciones causales:

• Atribuciones internas o externas

• Atribuciones generales o particulares

• Atribuciones estables o variables

Este modelo ayuda a saber cómo una persona entiende el mundo. Por ejemplo, si algo le sale bien a una persona depresiva, tenderá a atribuir su éxito a algo externo («no he tenido nada que ver»), particular («esta vez he tenido suerte») y variable («ha ocurrido, pero seguramente no volverá a ocurrir»). Pero si fracasa, lo atribuirá a algo interno («soy un desastre»), general («nada me sale bien») y estable («siempre me va a pasar igual»).

La forma en que cada uno vive la culpa y la vergüenza va a depender mucho del tipo de atribuciones que se hagan. Según Tangney y Dearing (2002), la vergüenza se basa en atribuciones internas, generales y estables. La culpa se basa en atribuciones internas, particulares y variables.

Encontraremos las siguientes variables con respecto a la culpa:

 

 

CULPA

 

Perfeccionista

·         Internas

·         Variables

·         Particulares

 

Indolente

·         Externas

·         Fijas

·         Globales

 

     Las atribuciones de los individuos van a ser las que rijan su forma de ver el mundo. Mientras más rígida sea la necesidad de control y defensa, mayor será el grado de patología.

     Las sensaciones de vergüenza son muy molestas y el niño tratará de evitarlas, ensayando conductas que le permitan sentir una sensación de control y de la reparación del vínculo de apego. En función de la forma de entender el mundo se dará un tipo de personalidad distinto.

     Los individuos que se vuelven perfeccionistas para redimir la culpa tienen un pensamiento inconsciente del tipo «si soy perfecto, me querrán y aceptarán». Utilizan atribuciones internas («tengo que hacerlo mejor»), particulares («hay momentos que consigo que las cosas vayan bien») y variables («cuando lo haga bien todo será distinto»).

     Los individuos que se vuelven indolentes para redimir la culpa usan un pensamiento del tipo «mejor no haga nada y así no podré equivocarme». Las atribuciones son externas («nadie va a ayudarme» o «los demás tienen la culpa de mi fracaso»), estables «no va a cambiar nada haga lo que haga») y generales «no hay excepciones»).

Respecto a la sensación de vergüenza (recordemos que es somática) en el individuo pueden darse dos extremos:

• Los individuos que se vuelven cuidadores para soterrar la vergüenza hacen atribuciones internas («soy defectuoso»), variables («si me esfuerzo me aceptarán») y particulares («debo cuidar a los demás más que a mí mismo»).

• Los individuos que se vuelven narcisistas para no sentir la vergüenza hacen atribuciones externas («la gente está equivocada y solo yo tengo razón»), estables («las cosas no pueden ser de otra manera») y generales («todo el mundo se equivoca»).

Las creencias sobre uno mismo y la capacidad de ser congruentes también afectan a las conductas (Dweck y Leggett, 1988):

·         Las personas que se sienten flexibles son capaces de enfrentarse a sus fracasos

·         Las personas que se sienten rígidos sienten mucho afecto negativo ante cualquier problema y se consideran incapaces de modificar sus conductas

Tangney y Dearing (2002) también han encontrado que la congruencia afecta mucho a la culpa y la vergüenza. En un extremo estarían las personas muy congruentes («eres lo que haces») y en el otro las incongruentes («digo cosas que después no soy capaz de cumplir»). En cambio, la flexibilidad está relacionada con la posibilidad de cambiar las estrategias de afrontamiento en función de las circunstancias. Cuanto mayor haya sido la amenaza, más necesidad de control habrá habido y, consecuentemente, más rigidez en las conductas, pensamientos y emociones.

El miedo, la rabia, la culpa y la vergüenza son las emociones negativas básicas que vamos a encontrar en los pacientes que acuden a nuestra consulta. La regulación fallida de estas emociones provoca las patologías psicológicas. Terapeuta y paciente han de desandar juntos el camino recorrido por este para ayudarle a enfrentarse a sus miedos, a aprender a manejar la rabia de una forma adaptativa y a vivir con una sensación de paz interior que no deje espacio para la culpa y

la vergüenza.

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