TEORÍA POLIVAGAL DE PORGES
Si escuchamos un ruido fuerte, el cerebro genera una señal,
una alerta. Esto activa la rama simpática del sistema nervioso, que provoca una señal de alarma en el
cuerpo. Si la amenaza se percibe como inofensiva, se activa la rama parasimpática,
lo cual provoca una sensación de calma. Pero si la amenaza es percibida como
real y la amígdala permanece activada (y el hipocampo no modula esa
activación), el eje HHA activa al simpático, con los siguientes síntomas
(ver figura 2.3) (Yanes, 2012):
• Hiperactividad visual: Escudriñar con la vista para
buscar fuentes de peligro, vías de escape, etc.
• Hiperactividad auditiva: Lo mismo que el punto
anterior, pero aplicado al oído.
• Contracción muscular: El cuerpo se prepara para
defenderse, huyendo o luchando.
• Aceleración del ritmo respiratorio y cardiaco: Esto
provoca un aumento de nutrientes y oxígeno en los músculos.
• Sudoración: Este proceso enfría el cuerpo por el
aumento de temperatura debida a la sobreactivación.
Existe una relación entre lo que perciben los sentidos, la
interpretación de los estímulos que hace el cerebro y las reacciones corporales.
Esta información no actúa de forma unidireccional en sentido arriba-abajo. La
información de calma o activación también puede transmitirse desde las vísceras
hacia el cerebro en sentido abajo-arriba.
El sistema simpático actúa como activador mientras que el
sistema parasimpático interviene calmando. Ambos son un medio de comunicación
bidireccional entre el cerebro y las vísceras.
Porges (2009, 2011) ha desarrollado la teoría polivagal,
una teoría que amplía la visión del SNA y estudia cómo este interviene en la
regulación de las vísceras, la interacción social, el apego y las emociones.
Porges defiende que el sistema nervioso parasimpático está compuesto en
su mayor parte por el nervio vago, elemento principal en la regulación del
SNA.
El nervio vago es un par craneal, de la rama parasimpática, y consta de
fibras motoras y fibras sensitivas. Inerva la lengua posterior, la faringe, la
laringe, el esófago, el estómago, el corazón, los pulmones y el intestino. Las
fibras motoras van hacia abajo, es decir llevan la estimulación desde el
cerebro a las vísceras y las fibras sensitivas llevan las impresiones
sensoriales viscerales de abajo hacia arriba. La corriente descendente regula
las vísceras desde el cerebro mientras que la función ascendente informa al cerebro
de las sensaciones de los órganos inferiores.
El sistema límbico puede recibir información constante de las vísceras
alejadas del cerebro (como veremos, esto es fundamental para entender la
ansiedad) y es capaz de influir en ellas ralentizando el corazón y la
digestión.
Las dos ramas del nervio vago poseen una capacidad
inhibidora, por lo que son opuestas al simpático que estimula la producción
de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), con la consiguiente activación
del organismo.
La teoría polivagal de Porges tiene un valor crucial para
los psicólogos porque nos permite entender por qué ante una situación que
provoca mucho estrés o miedo se produce parálisis y a nivel mental provoca la
disociación traumática de la personalidad.
Nos permite entender lo importante que es la sensación de
seguridad de un niño con sus cuidadores o de un paciente con su terapeuta, si
no hay seguridad no se puede hacer una terapia eficaz.
A lo largo de la evolución hemos desarrollado dos ramas de
este nervio:
• Vago ventral: Evolutivamente más reciente, se encuentra mielinizado.
Lo compartimos con los mamíferos. Tiene relación con la conducta social y la
comunicación interpersonal; activa la sensación de calma
cuando ha pasado un peligro, y regula el tono cardiaco, las vísceras y los
signos faciales cuando hay tranquilidad.
• Vago dorsal: Es filogenéticamente más primitivo y no
está mielinizado. Lo compartimos con los reptiles y al activarse provoca inmovilización.
Ejemplo: Lola, de 35 años de edad, me hablaba de lo dura que
había sido la semana porque el domingo había sufrido una parálisis en piernas y
brazos que la dejó agotada el resto del día. La tenía desde hace mucho tiempo y
le provocaba rigidez en pies y manos como si se quedaran encorvados y no
pudiera moverlos. Ningún médico había encontrado nada orgánico que pudiera
explicar estas parálisis. Explorando qué había pasado durante la semana, me dijo
que el viernes había tenido una discusión con su padre –con el que trabaja.
Este no atendía a ninguna de sus sugerencias, descartándolas como si fueran
niñerías, y ella reconocía sentirse muy frustrada con esta actitud de su padre.
Al explicarme cómo había sido, arqueó las manos arqueadas hacia atrás y le
pregunté:
«¿Es así como se ponen las manos cuando tienes la
parálisis?».
Me confirmó que sí y me dijo que ahora se daba cuenta de que
las parálisis siempre aparecían después de alguna discusión con su padre.
Es muy probable que las parálisis vinieran provocadas por un
exceso de estrés y ansiedad que la paciente no era capaz de manejar.
Estas ya se producían casi de forma automática.
La naturaleza ha ido creando, a lo largo de la evolución,
tres sistemas neuronales que regulan la adaptación conductual y fisiológica a
situaciones sociales, de amenaza y a los momentos en los que la vida está en
peligro.
Los tres estadios filogenéticos serían:
1)
La rama no
mielinizada y más primitiva evolutivamente del nervio vago.
·
Está relacionada con conductas de inmovilización,
disociación o colapso.
·
Se activa en situaciones en las que se
percibe una amenaza que sobrepasa los recursos de la persona o pone en amenaza
su vida.
·
La situación de inmovilización que provoca es
óptima para los reptiles porque les ayuda a permanecer mucho tiempo sin
respirar y estar quietos para regular su temperatura, pero su activación
resulta extremadamente traumática para los mamíferos.
2)
La rama simpática del SNA.
·
Está relacionada con la activación de las
vísceras (por ejemplo, aceleración de la respiración y el ritmo cardiaco).
·
Se activa en situaciones de lucha-huida.
3)
La rama mielinizada
del nervio vago.
·
Está relacionada con la comunicación social.
·
Permite la inmovilización sin que resulte
traumática porque la persona se siente relajada y tranquila (por ejemplo,
en las relaciones sexuales o al dormir).
·
Promueve la regulación fisiológica de calma
después de la activación de la rama simpática.
Cuando el cerebro percibe algún peligro, se activa la
amígdala, la cual envía una señal al cuerpo a través del SNA. Primero se
activa la rama parasimpática, tratando de no activar la simpática, que es
mucho más costosa energéticamente. Los pasos que da el SNA ante un peligro
van en dirección opuesta a la adquisición evolutiva:
• Respuesta social: La primera respuesta sería en busca de
ayuda. Se busca apoyo social. En el caso de los bebés y niños se busca el
contacto físico y emocional con los cuidadores.
• Movilización lucha/huida: Si la ayuda no aparece o no es
suficiente, se produce una activación del simpático. Apoya la actividad motora
y metabólica de defensa. Si esto tampoco resuelve la percepción de falta de
seguridad, entonces se activan los circuitos dorsovagales.
• Inmovilización: Al resultar imposible tanto la lucha
como la huida, se activa la rama dorsovagal, que provoca una respuesta de inmovilización
y apnea (asfixia) con bradicardia (el corazón late más lento). En
adultos se activa cuando se siente que la vida está en peligro. En bebés y
niños se activa cuando la amenaza se percibe como excesiva y no hay recursos
cognitivos ni emocionales para afrontarla. Cuanto menor sea la edad del niño y,
por tanto, más escasos sus recursos, con más facilidad se producirá la
activación de la rama dorsovagal.
La inmovilización no resulta traumática en los casos en los
que haya vínculos emocionales de confianza, bien con los cuidadores en la edad
temprana o con otros adultos en edades posteriores. Si la inmovilización la
provoca alguien que genera seguridad, se activa la rama ventrovagal que
promueve la conexión emocional y la relajación.
La activación de la rama dorsovagal busca la inmovilización
en los mamíferos como forma de escapar a posibles predadores y de no malgastar
recursos, pero resulta extremadamente traumática en los seres humanos. Un bebé
o un niño que perciba un peligro que desborde sus capacidades de afrontamiento
puede sufrir una inmovilización por miedo, provocando un estupor muy
característico en niños muy asustados o abandonados (Bowlby, 1985).
Con la activación de la rama dorsovagal, se provoca a
nivel mental la disociación traumática de la personalidad (Van der Hart et
al., 2011) y a nivel corporal la disociación somatomorfa (Scaer, 2014;
Ninjenhius, 2000).
Si la activación de la rama dorsovagal se
activa con frecuencia en la infancia, se produce una sensibilización permanente
que imposibilita el desarrollo emocional del niño en la edad
adulta.
Los impulsos de activación y frenado son adaptativos, pero si
el freno está defectuoso debido a que no se ha activado en la infancia (por
ejemplo, no había una madre que calmara al niño) o se ha sobreactivado la
alerta (por ejemplo, porque había muchos gritos y peleas en la casa, o un
exceso de control que provocaba miedo en el niño) la rama dorsovagal,
como vimos en el caso de la paciente del ejemplo, se activa con demasiada
facilidad.
Por el efecto del kindling (Morrell, 1990), el circuito del
miedo tiende a activarse cada vez con estímulos de menor intensidad, lo que
lleva a una respuesta excesiva de miedo ante cualquier estímulo –por anodino
que sea– que puede conducir a la inmovilización.
Algunos autores, (Panksepp, 2012; Panksepp & Biven,
2012) defienden que existe un circuito cerebral relacionado con el apego que,
si se altera en la infancia, provoca una hiperactivación del sistema de
alerta y activa el nervio dorsovagal con demasiada facilidad. Una infancia
en la que ha habido abusos o malos tratos, desatención por parte de los
padres o parentificación (inversión de roles padres-hijo), provocará una
alteración de la fisiología y la anatomía cerebral (Salposky, 2008) que
provocará la aparición de trastornos emocionales en la edad adulta.
La activación del sistema
nervioso por un peligro dará lugar a una activación secuencial de estrategias
para afrontarlo:
Primero, búsqueda de ayuda;
a continuación, actitudes de
lucha/huida y,
si estas no son posibles,
inmovilización.
En personas muy traumatizadas,
la inmovilización puede aparecer de forma inmediata sin pasar por los estados
anteriores.
Bibliografía
Apego y psicopatología: ansiedad. Manuel Hernández Pacheco
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