TEORÍA POLIVAGAL DE STEPHEN PORGES
Esta teoría es de
utilidad para entender las reacciones corporales y estados fisiológicos,
algo que sirve en la práctica psicoterapéutica: ayuda a comprender la
interacción entre niños-cuidadores y entre paciente-terapeuta. Un elemento
fundamental de la teoría es el sistema de compromiso social (Porges, 2018 y 2019),
vemos a continuación este concepto.
El sistema de compromiso social son las vías nerviosas
encargadas de regular algunos músculos de la cara y la cabeza que afectan a la expresión
facial, la ingesta, la escucha y la vocalización. Estas vías están integradas en el
sistema nervioso autónomo, que regula el corazón y disminuye las defensas.
Este sistema sirve
para proyectar sensaciones corporales y modificarlas desde un estado de calma
hasta un estado de vulnerabilidad. La calma facilita la confianza y la
vulnerabilidad supondrá la activación de reacciones defensivas.
La mirada de otra
persona hacia nosotros, por ejemplo, sirve para transmitir acogimiento,
indiferencia… y esto tendrá una repercusión en nuestro cuerpo. En la interacción social la
comunicación es bidireccional entre los estados corporales y emocionales de las
personas implicadas. Si pretendemos que esta interacción transmita apoyo y
tenga lugar la corregulación de la activación fisiológica, será necesario
que haya señales de seguridad y confianza mutuas.
Podemos ir infiriendo
las implicaciones que esto puede tener en el contexto de la relación
niño-cuidador y paciente-terapeuta.
Se considera un avance evolutivo la relación entre las conductas
sociales de compromiso y los estados fisiológicos.
La evolución de los
mamíferos permitió señalar y detectar los estados afectivos de los individuos
de su misma especie, lo que ayudó a detectar la seguridad o peligro de un
posible acercamiento. Así, es una ayuda en la supervivencia. Si en el otro se
perciben señales de defensa o agresión, el compromiso finaliza rápidamente. Se
intentará huir para evitar conflictos o posibles lesiones, y si no es posible,
se luchará. Si esto tampoco es posible, se entrará en un estado de congelación,
fingiendo estar muerto.
Si nos llevamos el ejemplo
a una escena familiar entre un padre y un hijo adolescente en la que el hijo
percibe hostilidad, ¿qué posibilidades de reacción se pueden dar? ¿Qué formas
tiene un niño de huir, luchar o hacerse el muerto?
·
Es posible que discuta mucho con su padre y «luchen»
constantemente.
·
quizá una forma de huir sea intentar pasar mucho tiempo
fuera de casa, fugarse…
·
Si no puede, quizá encerrarse en su habitación, colocar toda
su atención en videojuegos o en el móvil…
·
Si no puede aislarse físicamente, tal vez se marche mentalmente:
se distrae con distintos temas o ideas, parece que escucha, pero es como si no
sintiera nada, como si le diera igual todo, o se queda en blanco, desconectado,
como si no oyera…
En la superficie esto
puede manifestarse como problemas de atención, de concentración, de memoria,
desmotivación, rebeldía, etc.
Imaginemos una entrevista
familiar en la que, en algunos momentos, alguno de los miembros de la familia
puede sentir que la actitud del terapeuta es hostil, que los estamos regañando:
es posible que en ese momento intente cambiar de tema, incremente su
agresividad (verbal/no verbal) hacia nosotros o que se desconecte. En
algunas sesiones, incluso algunas personas necesitan marcharse de la sesión
antes de finalizar.
Los psicólogos debemos tener conocimientos sobre psicología
evolutiva, psicopatología y sistemas familiares para saber qué es esperable por
la edad y cuándo se trata de un síntoma.
Existe un imperativo biológico que nos impulsa a conectar y
corregular nuestro estado fisiológico a través de la interacción con el otro.
Dentro de la capacidad de conexión es fundamental la mirada, ya
que sirve para transmitir señales de nuestra intención, sentimientos
compartidos… o todo lo contrario. Estas señales suelen ir acompañadas por la
entonación. En muchas ocasiones estas señales son sutiles, con lo que es más
complejo leerlas bien (Cortés, 2017).
Solo cuando la persona se
encuentra en una situación fisiológica de calma puede transmitir señales de
seguridad a otra persona y, cuando detectamos esta seguridad, se calma nuestra
fisiología. Esto significa que si queremos que un niño al que atendemos en
terapia sienta seguridad, además de generarlo en la consulta, será necesario
que ayudemos a sus cuidadores principales a estar lo más conectados y calmados
posible.
La neuropercepción tiene un papel muy
importante en las relaciones seguras, tanto en el ámbito familiar como en el
ámbito terapéutico, y está mediada por disparadores que generan reacciones
fisiológicas, los cuales se expresan en forma de sentimientos. Hay señales que
activan la neuropercepción de seguridad: pueden llevar a un
estado fisiológico de calma y facilitar conductas de compromiso social
espontáneas. Por el contrario, las señales asociadas a neuropercepción de peligro cambian el estado fisiológico hacia la defensa: a través de
medios más activos (lucha o huida) o pasivos (desconexión, colapso y
disociación) (Cortés, 2017). Esto tiene claras implicaciones en la clínica,
como veremos en otros temas.
Resumiendo, nuestras respuestas psicológicas, físicas y
conductuales dependen del estado fisiológico de forma directa. La comunicación
entre los órganos del cuerpo y el cerebro tiene lugar a través de los nervios
que regulan el sistema nervioso autónomo, especialmente el nervio vago.
Podemos entender entonces
que, como terapeutas, tenemos que prestar especial atención a las reacciones corporales y fisiológicas que ocurren en terapia:
·
Si estamos trabajando con un paciente
adulto, tendremos que ser cuidadosos para transmitir seguridad.
·
Si estamos trabajando con un niño,
tendremos una doble tarea: transmitir seguridad nosotros al niño y a los
adultos y ayudar a los cuidadores (padres, otros familiares al cargo o
instituciones) a transmitírselo al niño.
Decíamos antes que la
calma facilita la confianza, así que primero, antes de cada sesión,
deberíamos chequear cómo estamos nosotros y maximizar nuestra sensación de
calma. A veces resulta difícil porque podemos tener algún disparador entre
sesión y sesión, por ejemplo, algo relacionado con un familiar, un amigo o algo
del contexto laboral.
Puede ser también que
alguna sesión sea más complicada por el estado mental del paciente o lo que nos
genera. En este caso, debemos tener estrategias para minimizar nuestra
sensación. Hacer una breve pausa antes de la siguiente sesión nos puede ser
útil, aunque sea de un par de minutos: mirar por la ventana, tomar un vaso de
agua, hacer algún estiramiento, escuchar una canción que nos gusta o audio de
regulación emocional… Si no conseguimos esto, sabemos que es más probable que
en el próximo paciente se activen reacciones más defensivas o de inseguridad.
Respecto a los pacientes, debemos fijarnos en cada sesión en sus
reacciones corporales y fisiológicas. Para evaluar esto vamos a observar, en primer lugar, la narrativa
que traen a la consulta y los correlatos fisiológicos que se activan a
la vez y, en segundo lugar, vamos a observar situaciones que ocurren en la
consulta. Nos vamos a fijar en la modulación de la voz, postura
corporal, respiración y expresión facial. Debemos atender lo verbal y lo no
verbal.
Una vez hecha la evaluación, hay formas en las que se puede
trabajar esto en consulta, utilizando algunas de las bases del
apego seguro.
Conexión
Le vamos a devolver al
paciente lo que estamos notando que siente, como si fuéramos un espejo. Le
haremos saber que estamos atentos, con la distancia que necesite, a sus estados
mentales y necesidades.
Por ejemplo, en una sesión
familiar con los padres y un hijo de once años, explicaban que el niño se había
quejado varias veces los días anteriores de que unos compañeros de clase lo
habían insultado y dado una patada. Alternaban la narrativa entre ambos padres.
La comunicación no verbal era de reproche a su hijo, lo cual era recibido por
el hijo, en silencio, desde la tristeza.
Al terminar el relato se
les devolvió lo siguiente: «Fijaos que estáis contando situaciones donde Juan
lo ha pasado mal, qué bien que él haya podido recurrir a vosotros como refugio
y para ayudarlo, haciéndoos cargo de una situación que supera sus recursos… Sí
hay una cosa que os quería decir, me llama la atención, porque sé que
seguramente esto os genera preocupación, pero al contarlo, parece que estáis
enfadados… y me pregunto cómo se debe estar sintiendo él ahora mismo… Si fuera
yo, quizá estaría disgustado…».
A partir de ahí los padres
tomaron más conciencia de lo que les generaba a ellos la situación de su hijo:
frustración, cuestionamiento sobre su capacidad como padres… y cómo, sin darse
cuenta, se estaba transmitiendo a través de la comunicación no verbal.
En este caso la terapeuta funciona como «yo auxiliar» del niño,
expresando primero lo que percibe que está ocurriendo en la sesión, haciendo
una hipótesis de cómo se puede estar sintiendo el niño en ese momento. Para que
esta intervención sea útil es necesario que haya vínculo con el terapeuta, si
no, o será ignorada o activará actitudes defensivas u hostiles.
Regulación
Vamos a ofrecer al
paciente herramientas de regulación emocional según lo que hayamos
percibido en la conexión.
Esto lo podemos hacer a través de técnicas de mentalización (ej.: soporte y empatía),
de relajación, mindfulness,
caja de arena…
Respeto
Todo esto lo vamos a hacer
con extremo respeto, cuidando nuestra expresión no verbal y verbal,
utilizando un tono y lenguaje amable. Una intervención útil a utilizar
durante los procesos terapéuticos es la reformulación.
Por ejemplo, un paciente
acostumbrado a escuchar en su casa cada vez que lloraba «qué llorón eres»,
«eres un blando», «otra vez con lo mismo», «no tienes motivos para ponerte
así», de forma alternativa, encontrará una nueva figura de apego (terapeuta)
que no le hace reproches, no lo juzga, le da su espacio y lo acompaña en
silencio; no lo interroga, intenta dar sentido a lo que está ocurriendo en
términos de disparadores externos/internos…
Va a empezar a tener una experiencia distinta que posibilitará
cambios poco a poco. La identidad va cambiando de ser un «llorón» a entender el
proceso que hace que un comentario de su compañero de trabajo, por ejemplo,
active una cascada de emociones, activación fisiológica y creencias negativas
sobre sí mismo.
La mirada y sus implicaciones en la terapia
Retomando la importancia de la mirada y sus implicaciones en la
terapia, es necesario que, en cada sesión, el terapeuta siempre
establezca contacto visual con los asistentes.
Esto es más fácil de hacer
si es una sesión individual, pero en sesiones familiares puede ser que el
terapeuta se despiste y, si el padre/madre empieza a hablar rápidamente y los
niños se colocan en otro lugar del despacho (jugando mientras el resto estamos
sentados…), apenas le dé tiempo a darles la bienvenida con la mirada.
Es también importante
transmitir que nos alegramos de verlos a todos. Cuando atendemos, por
ejemplo, familias con elevado nivel de conflicto e hijos adolescentes, es
posible que en muchos días seamos la única persona que les haya dicho a los
jóvenes «qué bien que estés aquí», «me alegro de verte» o «me alegro de que finalmente
hayas podido venir».
Sabemos, además, que la
mirada es fundamental para la conexión emocional y, en gran parte, para la
regulación.
Nos vamos a fijar si un paciente en consulta individual tolera
la mirada del terapeuta o si es un disparador y la evita. Siempre nos
ajustaremos a lo que sea tolerable para el paciente, mientras intentamos
entender qué aspectos de su biografía se relacionan con eso que está ocurriendo
ahora.
En sesiones familiares vamos a
fijarnos en la disposición espacial que ocupa cada uno nada más llegar a
consulta y luego, mientras uno habla, cuál es la reacción de los demás (si
lo miran, miran al terapeuta, miran hacia otro lado, tienen la mirada
perdida…).
Ejemplo 1
Un niño está desregulado,
contando alguna cuestión que lo angustia y ningún adulto establece contacto
visual o físico, lo podemos traducir como una dificultad de los
adultos/fallo de apego. Es posible que esta no-reacción de los padres se
relacione con los modelos parentales que ellos mismos han internalizado: lo que
deben hacer en diferentes contextos. Quizá han aprendido que deben dejar a los
niños llorar para que aprendan a ser más fuertes y sufran menos en la vida, o
que si les hacen caso en ese momento, es como si los niños se salieran con la
suya… Es muy frecuente escuchar afirmaciones así en entrevistas familiares.
Debemos tener en cuenta
también que, en muchas ocasiones, los padres quieren mejorar lo que a ellos les
ofrecieron, pero encuentran muchas dificultades para hacerlo o no se ven
capaces.
Ejemplo 2
Una sesión familiar con un niño de ocho años y el marido de su
madre. La terapeuta le pregunta al adulto cómo se encuentra el niño, el adulto
responde que muy bien. En ese momento el niño tiene la cabeza cabizbaja y ojos
vidriosos, entonces la terapeuta le pregunta al adulto cómo cree que se
encuentra el niño en ese momento. El adulto mira al niño, la respuesta es
parecida: «creo que bien». Aquí nos encontramos con un fallo grave de
conexión.
Al preguntarle al adulto cómo se encuentra el menor en una sesión, tenemos
varias posibilidades:
·
Que rápidamente lo mire y conecte
correctamente con el estado mental del niño.
·
Que rápidamente lo mire, pero no sepa
descifrar cómo está, diga «no sé» o hable de una emoción que no corresponde al
estado del menor.
·
Que el adulto responda sin mirar.
Sin la mirada difícilmente podrá captar cómo se encuentra el menor en ese
momento. No poder mirar nos habla de una dificultad del adulto, que tendrá que
ver con su historia, tipo de apego…
Ejemplo
3
Sesión familiar en la que viene un padre y su hijo. En el despacho, la
psicóloga está en una mesa, al otro lado hay dos sillas. Hay también una silla
en un lateral del despacho (silla auxiliar por si vienen más de dos personas a
la sesión) y en el otro lateral, otra silla al lado de la caja de arena. Al
entrar, el niño espera al movimiento del padre: este se dirige a la silla del
lateral, entonces el niño se sienta en la otra silla lateral al lado de la caja
de arena. La psicóloga se queda sola en la mesa: desde el humor, invita al
padre a sentarse en la mesa; este accede con clara incomodidad.
Cuando la psicóloga le pregunta qué tal ha ido el tiempo entre sesiones, el
padre responde: «Bien. Normal. Imagino». Con varias intervenciones de la
terapeuta de ampliación de la narrativa (Rodríguez y Fernández, 2001), el padre
explica en forma de broma «para que me diera cuenta de algo de lo que le pasa a
mi hijo, tendría que ponerse de color verde». Sigue la sesión y, un minuto
antes de que acabe, el padre dice «Ah, por cierto, que mi padre se murió la
semana pasada. No sé si te lo tengo que decir. Mi mujer cree que sí…».
Nos podemos hacer una idea del funcionamiento mental de este padre, sus
modelos operativos internos, sus defensas y cómo esto puede estar influyendo en
el cuidado hacia su hijo y otras relaciones.
Risa y humor
Además de la mirada, la risa es un
elemento sobre el que podemos hacer una breve reflexión. Cuando aparece la risa
en la consulta estando en sintonía, tiene grandes beneficios; puede ser al
contar alguna anécdota divertida y, entonces, es un momento de compartir con el
terapeuta.
Puede ser también que el humor aparezca
como forma de relativizar algo de alto impacto emocional, que permite tomar
distancia en un momento dado. Las experiencias positivas dejan
una huella importante, con lo que vamos a reforzarlas todo lo que sea posible.
Figura 1. Refuerzo mediante experiencias
positivas.
Como terapeutas debemos ser proveedores de calma y minimizadores de vulnerabilidad:
empoderar, dar recursos, transmitir seguridad. Generar un apego seguro con el
paciente y, si es un niño, ayudar a los padres a generarlo con él. A veces
puede ser un proceso muy laborioso, pero sin duda de impacto positivo en el
desarrollo y bienestar emocional.
La mirada y tono de voz amables y
tranquilos, la sonrisa… son señales de seguridad y aumentan la confianza en la
otra persona, en el contexto y en lo que ocurre ahí.
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