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FASES DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL

 FASES DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL

 

 

¿Cómo se desarrolla y progresa la conducta sexualmente abusiva?

 

El asi se da en el marco de un proceso particular de vinculación. No se podría entender nunca la dinámica abusiva si el abuso sexual se pensara como un hecho aislado, único, accidental. 

 

Diferencia entre abuso sexual y violación:

 

La violación hace referencia a un episodio único, violento, en el que es común que se utilice la fuerza física de manera inmediata o la amenaza de vida (por ejemplo, a través del uso de un arma), para lograr el sometimiento instantáneo de la víctima y evitar o reducir la posibilidad de resistencia. En general es llevado a cabo por un desconocido y el contacto del violador con la víctima comienza y termina en la acción de violación.

 

El abuso sexual se desarrolla a lo largo de un tiempo a través de una vinculación progresiva cuya finalidad última es el acceso al cuerpo del niño. Una vez que el abusador sexual llega al contacto con el cuerpo del niño, ese contacto puede progresar a lo largo del tiempo en su nivel de intrusividad, e incluso llegar a una penetración completa, propia de una relación sexual. Es decir que, por lo general, existe un proceso en cuyo desarrollo el niño, niña o adolescente queda entrampado por el adulto en un modo particular de relacionarse.

 

A lo largo de este proceso, puede o no haber violencia física explícita (por ejemplo, pegarle para que acceda al abuso o si se resiste a él). A veces alcanza con la amenaza de violencia para conseguir el sometimiento del niño víctima (amenazarlo con que algo malo podría sucederle a él o a alguien querido si no acepta hacer lo que el adulto quiere o si le cuenta a alguien, como, por ejemplo, matar al niño, a un miembro de la familia o a una mascota). Otras veces la sola violencia emocional es más que suficiente (decirle al niño que el adulto se pondría muy triste si no accede a lo que le pide, o que su mamá se moriría de la pena si se enterara). En algunos casos, sobre todo en aquellos que perduran a lo largo de años, es posible encontrar también una progresión en el tipo de coerción o violencia utilizado por el ofensor sexual, pero raramente la violencia física inmediata forma parte del inicio del as. A diferencia de las situaciones de violación, en el as el ofensor es un miembro familiar o alguien conocido por el niño, niña o adolescente.

 

Mientras que en la violación se logra el sometimiento inmediato de la víctima a través del uso de la fuerza, la amenaza y la intimidación, el sometimiento del niño o niña víctima de asi empieza siendo un proceso psicológicoLos inicios de este proceso de vinculación suelen ser confusos; sus límites son difusos, ya que las acciones del ofensor tendientes a lograr el sometimiento de la víctima suelen mezclarse con lo cotidiano, lo cual hace aún más difícil para la niña tanto comprender lo que está sucediendo, como correrse de ello. Incluso, si siente malestar por alguna acción del ofensor sexual, la víctima suele alejarlas de su mente o bien culparse por pensar mal.

 

Cuanto más pequeña es la niña al comienzo del as, más difícil le será comprender la situación, y el ofensor sexual necesitará menos esfuerzo para lograr su sometimiento. Cuanto más necesitada de afectoesté, más fácil será para el abusador acercarla a él. Cuanto más caótico sea el ambiente en el cual la niña y el abusador conviven, más fácil será que el as sea para ella algo más en medio del caos, y pueda pasar aún más inadvertido. Cuanto más alejada, conflictiva y fría sea la relación de la niña con su madre, más fácil le será al abusador sexual ganarse su confianza y convertirse en el bueno, el compinche, el comprensivo, el permisivo.

 

Es este proceso psicológico de sometimiento el que explica en parte por qué, por ejemplo, si en una familia hay tres hijas, el abuso sexual solo lo sufren dos.

 

El ofensor sexual no actúa de manera impulsiva. Hay una serie de acciones previas al contacto físico propiamente dicho que le permitirán chequear la permeabilidad de la víctima. Así lo relata una adolescente de 16 años en relación con el as de su padre a una hermana menor que ella:

 

Una vez yo estaba lavando los platos, tenía trece. Esa vez que yo estaba lavando los platos, él me pasó por atrás, bien cerquita, y me tocó el culo. No es que a mí me pareció, ¿eh? Me lo tocó de verdad, y yo le grité: “¡¿Qué hacés, desubicado?!”. Ahí me asusté porque dije: “Este me revienta”. Pero él se hizo el zonzo, como que no escuchó. Yo me quedé pensando después…, pero ¡te juro que me tocó! Después, cada vez que él estaba cerca, yo trataba de no estar muy pegada a él. No me volvió a tocar nunca más. Pero a la de 11 ¿sabés por qué la tocó? Porque ella es muy calladita, no es bardera como yo. A mí no me iba a hacer lo que le hizo a ella porque te juro que lo mataba. 

 

En la descripción hecha por esta adolescente, ella cuenta cómo se da ese monitoreo previo del terreno que suele hacer el ofensor sexual. En el acto de tocarle la cola, su reacción —incluso más allá de lo que considera prudente (“Ahí me asusté porque dije: ‘Este me revienta’”)—, le da a su padre el mensaje de que ella presentaba altos niveles de resistencia y el sometimiento a futuras conductas similares no sería posible. Pero ella misma describe lo que entiende que facilitó que su padre abusara de su hermana menor: “Ella es muy calladita, no es bardera como yo”.

 

Es a lo largo de este proceso de vinculación entre el ofensor y el niño que las conductas abusivas se irán desplegando desde formas de menor intimidad a conductas más intrusivas. Para que esta progresión se dé sin sobresaltos, el ofensor sexual recurrirá a una serie de mecanismos que oscilarán entre la persuasión y diversas formas de coerción, que le permitirán ir evaluando qué posibilidades reales tiene de progresar en el acceso a la intimidad del niño. A continuación, se presentan tres modelos elaborados por distintos autores que plantean las etapas o fases en que se desarrolla la conducta abusiva.

 

Etapas bien diferenciadas en el abuso sexual (Sgroi, 1982):

 

1. Fase de preparación.

 

2. Fase de interacción sexual.

 

3. Fase de develamiento.

 

4. Fase de reacción al develamiento.

 

Fase de preparación

 

El primer eslabón en este proceso de vinculación está dado por el vínculo de confianza, y muchas veces de cariño, que une al niño con el adulto. La posición de autoridad del adulto le agrega un elemento fundamental y necesario para hacer del sometimiento una realidad. Sobre la base de la relación del niño con el ofensor, este último irá creando la red en la que el niño quedará entrampado.

 

Para que esta vinculación se afiance y fortalezca cada vez más, el ofensor pone en juego diversas maniobras psicológicas; una muy habitual es el favoritismo. Es común que el ofensor haga sentir al niño que es especial y que ambos comparten un vínculo especial, diferente del que el ofensor tiene con otros miembros del grupo familiar, y se encarga de hacerle notar al niño esta diferencia una y otra vez, no solo con hechos, sino también con palabras. El niño, niña o adolescente comienza a recibir premios, regalos, privilegios y permisos que, por ejemplo, otro hermano no tiene.

 

Las prácticas de favoritismo producen mucha confusión y ambivalencia en los niños, niñas y adolescentes, ya que por un lado desean que el abuso cese, pero por otro lado temen y sufren de solo pensar que pueden ser despojados de ese lugar de cariño y de los beneficios de la relación. Esta característica del patrón de vinculación abusivo es un factor de riesgo futuro para la revictimización de estos niños, niñas y adolescentes en otras relaciones.

 

Christiansen y Reed Blake (1990), citados por Sanz y Molina (1999), hacen referencia a estos modos de vinculación como estrategias de seducción y preparación para el incesto.

 

Otras de las estrategias que el adulto ofensor suele utilizar en esta primera etapa es la de alienación. Esta consiste en lograr que, a raíz de las prácticas de favoritismo y de esta vinculación especial, el niño o niña quede aislado del resto de los miembros familiares. Refuerza con ello, por un lado, el aislamiento de posibles fuentes de ayuda y, por el otro, la dependencia respecto del adulto que abusa.

 

En muchas ocasiones las hijas mujeres, en particular, son tratadas de una manera diferente incluso respecto de la propia madre, lo cual suele dar lugar a una compleja inversión de roles y a una confusión en los límites intergeneracionales. Ya sea que haya un conflicto preexistente o se genere un conflicto por la actitud de favoritismo del abusador, siempre estos conflictos entre madre e hija serán utilizados por el ofensor para progresar en el desarrollo de las conductas abusivas, ya que aprovechará la brecha afectiva y relacional que se vaya gestando para colocarse en el lugar del salvador, del que comprende, del que permite, con lo que facilitará un acceso más libre a la víctima y una menor red de contención para esta por fuera del contacto con él.

 

Con el objetivo de evaluar la viabilidad de continuar y progresar en la intrusividad de sus conductas, sin riesgo de ser descubierto, el ofensor deberá revisar estas estrategias una y otra vez. Incluso, a través del relato de las propias víctimas, se sabe que en ocasiones el as puede detenerse durante un tiempo debido a circunstancias que el ofensor evalúa atentan contra la posibilidad de continuar su accionar en secreto, para luego reanudarse.

 

Durante esta etapa aparecen las primeras distorsiones cognitivas que el ofensor utilizará para retroalimentar su accionar y para —eventualmente justificar su conducta: si la niña no se queja o no se resiste, el abusador entenderá que le gusta lo que él le está haciendo y proseguirá entonces con las conductas abusivas. Si la niña se viste, se mueve o lo mira de determinada forma, entenderá que lo está buscando o provocando: señal positiva —desde su propia percepción— para avanzar.

 

Como parte de la preparación, en esta etapa el ofensor va seleccionando el momento del día propicio y el lugar para llevar a cabo las conductas sexuales. Muchas veces se eligen momentos en los que el otro progenitor o los hermanos están fuera de la casa. Es común que ocurra también en períodos en los que el ofensor está solo al cuidado del niño. Esto no significa que el as solo se comete si no hay otras personas en la casa, ya que por el relato de las mismas víctimas se sabe que hay situaciones de as que se dan, por ejemplo, en medio de la noche, mientras la madre duerme. La planificación está guiada siempre por la necesidad de reducir los riesgos de ser descubierto.

 

Fase de interacción sexual propiamente dicha

 

Durante esta fase se desarrolla el contacto concreto con el cuerpo del niño, niña o adolescente a través de las diversas conductas. Los primeros contactos suelen ser fugaces, de poco nivel de intrusividad (es decir, ningún as comienza con una penetración), y el tiempo que pueda pasar entre un tipo de contacto y otro de mayor intrusividad no es estático ni predecible. Algunos ofensores sexuales no llegan nunca al estadio de la relación sexual completa, lo cual no hace la conducta menos abusiva. Es posible que algunos de esos contactos fugaces se hayan dado ya durante la fase de preparación, para chequear la permeabilidad o resistencia del niño, y durante esta fase ese mismo contacto puede prolongarse, aumentar la frecuencia o progresar. Para cuando esta fase se encuentra plenamente instalada, el ofensor sexual sabe que puede avanzar. El límite o los alcances de ese avance estarán antes que nada en su propia mente. Aquí cobra fuerza un componente fundamental de las situaciones de abuso sexual: la imposición del secreto. El secreto sella el pacto de silencio que el abusador necesita para poder continuar con su conducta. Puede comenzar también a instalarse durante la fase previa, pero en esta claramente necesita consolidarse, por cuanto es la fase central al desarrollo de la conducta sexualmente abusiva.

 

El secreto es uno de los motivos que impiden al niño, niña o adolescente el develamiento de estas situaciones, a la vez que ayuda a mantener la homeostasis familiar. Capítulo 4. Fases del abuso sexual infantil

 

Imponer el secreto es el primer objetivo del ofensor, una vez que ha cometido la primera conducta sexualizada. Una de las primeras cuestiones que el secreto elimina es la responsabilidad: el abusador convence al niño de que, a partir de ahora, todo lo que suceda será responsabilidad de la víctima, no del victimario. A la vez, permite que la actividad sexual prosiga y se repita. El ofensor persuade o presiona al niño para mantener el secreto. El niño generalmente lo mantiene.

 

El ofensor sexual logra que el niño mantenga el secreto a través de diversas estrategias. Una puede ser convencerlo de que la actividad es especial, única, y por tanto solo ellos dos pueden compartirla y saber de ella. También puede hacerle notar que los otros no entenderían lo particular de esa actividad y que por ello sería mejor mantenerla en secreto, para que pueda continuar. Y finalmente el ofensor puede también utilizar amenazas explícitas o implícitas para conseguir el silencio infantil. Las explícitas son del estilo de “Nadie va a creerte”, “Te voy a matar a vos y a tu mamá/hermanos”, “Se van a quedar en la calle”.

 

También hay amenazas implícitas, que consisten en conductas del ofensor que por sí solas representan para el niño un peligro y lo atemorizan. Por ejemplo, si en la familia además hay violencia conyugal, el solo ejercicio de esa violencia en la casa constituye un elemento de coerción para el niño. Este puede sentir o percibir que, si habla, el ofensor podría utilizar la misma violencia para lastimarlo a él o a algún integrante de la familia, aunque no se lo haya dicho de manera explícita. Una adolescente relataba:

 

Mi papá se ponía en el lavadero de mi casa y desde ahí afilaba su cuchilla. Otras veces limpiaba su escopeta. Eso solo me aterraba. Nunca sabía de qué era capaz.

 

Estas amenazas sumergen al niño en un ambiente de miedo o terror que le impiden romper el secreto y develar lo que está sucediendo.

 

Por otro lado, en algunos casos las amenazas del ofensor terminan por cumplirse en la realidad (por ejemplo, si el relato infantil no es creído, o si por la falta de apoyo materno el niño, niña o adolescente debe ser separado de su familia entera y alojado en una institución), lo cual abona el ambiente propicio para la retractación, esto es, que el niño se desdiga de sus dichos iniciales para conservar el statu quo y detener la cadena de consecuencias negativas.

 

Como manifiesta Rozanski (2003: 40), “todo abuso sexual implica violencia”. El autor hace referencia a que las coerciones o amenazas que venimos describiendo son en sí mismas un acto de violencia en el que la víctima llega a perder la noción de si tal violencia se produjo o no. Es posible decir que en toda situación de abuso sexual hay implícito un maltrato emocional.

 

Fase de develamiento

 

Tal como se ha descrito, el secreto cumple varias funciones: ayuda a mantener la homeostasis familiar, evita la crisis del develamiento (para la familia, para el niño víctima y para el ofensor sexual), y además protege al ofensor de las consecuencias de sus acciones. Por tanto, este continúa manipulando desde el poder que le otorgan su lugar y las estrategias implementadas, a la vez que responsabiliza al niño por las conductas sexuales inapropiadas en las que lo involucró.

 

Sin embargo, a pesar de estas estrategias, existe la posibilidad de que el abuso sexual sea develado. Es necesario entender que este no es un acto único, sino más bien un proceso. El develamiento puede ser accidental (por ejemplo, que el ofensor sea sorprendido por otro adulto, o bien que el niño presente alguna lastimadura producto de la actividad sexual, alguna enfermedad de transmisión sexual o un embarazo) o intencional. El develamiento intencional se da cuando la niña toma la decisión de relatar lo que está viviendo, motivada por alguna circunstancia puntual; por ejemplo, el temor a quedar embarazada. Este relato puede estar dirigido al adulto no ofensor de la familia o a alguien por fuera del círculo familiar, como, por ejemplo, un docente.

 

Los motivos por los cuales un niño decide relatar lo que está viviendo son muy variados: pueden relatar el as porque están siendo lastimados físicamente y no toleran más el dolor, porque están perdiendo su autonomía (esto es habitual en las adolescentes, cuando el ofensor impide que se conecten con pares o que tengan novio), porque algún hermano se está acercando a la edad en la que él fue abusado o porque percibe las mismas señales anticipatorias del as en la relación del abusador con los hermanos menores. Otras veces el relato aparece cuando la adolescente teme quedar embarazada, ya sea porque el ofensor no se cuida o porque le impide cuidarse a ella. Los niños pequeños muchas veces relatan las situaciones de abuso como juegos que realizan con el adulto, sin tener la noción de que son conductas abusivas. En estos casos no existe un motivo para el develamiento, por lo que solo queda la posibilidad del develamiento accidental. 

 

También es posible que el niño devele el as cuando percibe que ya no hay riesgo o que este ha disminuido; por ejemplo, luego de un divorcio. Si bien los alegatos de as en el contexto de un divorcio son objeto de múltiples controversias, sí es cierto que muchos as se develan en el posdivorcio, porque: a) el niño puede sentir que el no estar en contacto constante con el ofensor le permite relatarlo, o b) el niño lo relata ante la presión de tener que ir a visitar a su papá o pernoctar con él, y el temor de estar a solas con él y no poder defenderse de modo alguno lo impulsan a contarlo para explicar su negativa al contacto con su padre.

 

El develamiento, como procesomuy pocas veces se produce en un solo relato, en un solo momento. Es posible que el niño vaya evaluando cuán seguro (en el sentido de ser creído y protegido por otro adulto) es revelar los detalles y cuán seguro estará si los cuenta. Este proceso suele incluir retractaciones, minimizaciones o develamientos parciales. El develamiento puede ser entendido como la puerta de entrada del sistema de intervenciones en la situación de as. Sin embargo, si el develamiento es realizado puertas adentro —por ejemplo, a una madre que no está dispuesta a creer lo que su hija le dice—, es posible que el as continúe y se prolongue hasta que se dé una nueva oportunidad de que lo que está sucediendo salga a la luz.

 

Fase de reacción al develamiento

 

El develamiento del as desata una crisis en el seno de la familia, tanto si ha sido cometido por un miembro de esta como por alguien externo, aunque la intensidad de la crisis y las formas de resolverla probablemente sean muy distintas en cada caso. 

La crisis familiar se puede desencadenar por: 

a) temor al cumplimiento de las amenazas del ofensor;

b) incredulidad ante el relato infantil; 

c) temor a la pérdida del bienestar material; 

d) temor al involucramiento con el sistema legal

e) pérdida de la ilusión familiar; 

f) pérdida de lazos familiares (por ejemplo, cuando el abusador es un abuelo o untío y se teme perder el contacto con el resto de la familia extensa); g) idea de daño permanente.

 

En esta fase de reacción al develamiento también es necesario tener en cuenta el lugar que ocupen los agentes de intervención, ya que en ellos también puede desatarse una crisis que repercuta en su modo de actuar. Al igual que las familias, los agentes de intervención deben tomar decisiones respecto de las acciones a llevar a cabo, y estas decisiones pueden estar atravesadas por las propias ideologías (o por las ideologías de las instituciones en las que trabajan), así como por el temor a las consecuencias de dichas acciones (conductas retaliativas del ofensor sexual, pérdida del lugar de trabajo u otras sanciones). También es probable que los operadores queden atrapados en la duda de si lo que escuchan realmente sucedió, o bien se sientan tan impactados por lo que escuchan o por las consecuencias postraumáticas que el niño manifiesta que tal impacto nuble su juicio a la hora de tomar decisiones.

 

Las distintas presiones a las que el niño se ve sometido y los temores que esto genera, así como la clara percepción de que no hay salida posible, favorecen las condiciones para una posibleretractación, que se da cuando el niño se desdice de lo relatado inicialmente. Esta es una fase represiva caracterizada por el conjunto de comportamientos y discursos que tienden a neutralizar los efectos de la divulgación.

 

La retractación se da cuando:

 

– La familia o el adulto que debería funcionar protegiendo a la víctima no le cree.

 

– La víctima percibe que las amenazas podrían llevarse efectivamente a cabo.

 

– El adulto que debería funcionar protegiendo a la víctima le dice que no debe contar lo que sucedió fuera del ámbito de la familia inmediata, que es el ámbito en el cual se resolverá todo.

 

La posición del adulto no ofensor suele constituir un factor desencadenante de la retractación: una madre que teme perder a su familia, o a su esposo, o que teme por el futuro económico de la familia, puede incitar al niño a desdecirse de su relato original.

 

Otro aporte interesante a la descripción de la dinámica de vinculación propia del as es el de Reynaldo Perrone y Martine Nannini (1997). Estos autores hablan de la dinámica del hechizo, y describen al hechizo como la influencia que una persona puede ejercer sobre otra sin que esta última se dé cuenta de ello. El ofensor sexual invade el territorio de la víctima, en una suerte de negación de la existencia de esta como persona, como individuo. La relación abusiva es descrita como una forma extrema de relación no igualitaria: el niño registra el comportamiento del ofensor, pero carece del contexto para decodificarlo y alejarse de él. En esta forma de vinculación, la niña va perdiendo su sentido de identidad y su lugar.

 

Según los autores, este estado de hechizo se logra a través de tres tipos de prácticas relacionales: la efracción, la captación y la programación.

 

a)    En la efracción se produce lo que llaman una estafa a la confianza, ya que el abusador sexual “toma posesión de la víctima mediante argumentos falaces, traicionando la confianza que esta depositó en él” (Perrone y Nannini, 1997: 126). En tanto efracción significa ‘penetrar una propiedad privada por medio de la fuerza y la transgresión’, los autores entienden que es lo que en el esquema anterior se correspondería con el inicio de la fase de preparación.

 

b)    En la captación el adulto se apropia del niño, lo atrae, retiene su atención para privarlo de su libertad. Y lo logrará a través de la mirada, el tacto y la palabra. Es frecuente escuchar a los niños víctimas de abuso sexual describir el impacto y el poder de la mirada de los ofensores sexuales. Algunos incluso lo describen como la capacidad para hipnotizarlos. Para Perrone y Nannini, la mirada del abusador sexual tiene un peso fundamental. Sutil e inasible, a mayor intensidad y carga, menos comprensible se hace el mensaje que lleva. La mirada contiene el mensaje del deseo sexual tanto como de la amenaza y la conminación al silencio, pero, al carecer de palabras explícitas que la acompañen, favorece la confusión respecto de lo que verdaderamente significa. En muchos casos, lo máximo que puede hacer la víctima es anticipar lo que dicha mirada anuncia.

 

En cuanto al tacto, los contactos físicos generan confusión cuando están asociados al juego o al cariño como modo de acceder al cuerpo del niño. Dicen Perrone y Nannini: “el tacto con finalidad sexual reviste, al principio, formas que no permiten identificarlo” (1997: 130). Tal como se explicó en capítulos anteriores, la conducta sexual no comienza por lo más invasivo, sino, al contrario, por un contacto sutil, casi de prueba, que muchas veces surge como la continuación de otro contacto, inocente (por ejemplo, estar jugando a la lucha libre y pasar de tomar los brazos o las piernas a tomar los genitales y acariciarlos). Cuando además el contacto físico va acompañado de un contexto diferente del que declama la verdadera intención sexual —como un juego, como una acción de cuidado, como una acción de afecto—, su compresión se torna aún más confusa para la víctima. 

La palabra, finalmente, será el vehículo por medio del cual el ofensor generará no solo amenazas sino distorsiones cognitivas en el niño a través de la tergiversación del sentido de sus acciones.

c)     La programación. Aquí los autores hacen una comparación con el mundo de la informática y plantean que el cerebro del niño, al igual que una computadora, es programado por el abusador al incorporarle un conjunto de datos codificados (los que hacen a la dinámica abusiva) para producir determinados comportamientos (el silencio, la sumisión, etc.). La programación limita las posibilidades de elección y el comportamiento de la víctima.

 

 

Finalmente, Roland Summit (1983) describió el síndrome de acomodación al abuso sexual infantil para explicar cómo y por qué el as puede ocurrir a lo largo de años, sin ser notado o percibido, y cómo y por qué las víctimas callan.

 

Summit detalló una secuencia de comportamientos que suelen observarse en los niños víctimas de as (Summit, 1983; Intebi, 1998):

 

1. El secreto.

2. La desprotección. Está dada por las estrategias de aislamiento mencionadas, en que el abusador sexual va minando los lazos de cercanía y confianza que el niño tiene o pueda desarrollar con otras posibles fuentes de ayuda; pero al mismo tiempo se ve reforzada por una serie de prácticas sociales habituales: el enseñar a los niños a desconfiar de los extraños los aleja también de la posibilidad de acudir al afuera como una fuente posible de protección y ayuda. A solas con el abusador, el niño queda claramente desprotegido. Secreto y desprotección son requisitos fundamentales para que el abuso ocurra.

 

3. El atrapamiento y la acomodación. Se dan como consecuencia de la repetición crónica del abuso sexual infantil. El niño rápidamente entiende que no hay escapatoria real, física, a la situación del as, y que todo intento conlleva el peligro del cumplimiento de las amenazas del adulto que abusa de ella. Por otro lado, el abuso se da en la intimidad de su propio hogar, de su propia cama, con lo cual la escapatoria se ve aún más imposibilitada. Frente a estas evidencias, el niño comienza a acomodarse a la situación a través de diversas estrategias psicológicas (entre ellas, la disociación).

 

4. El develamiento tardío, conflictivo y poco convincente. Es común que el as ocurra durante años, y la primera pregunta que salta en boca de los familiares (y muchas veces en boca de los agentes de intervención) cuando se descubre es: “¿Por qué no lo contó antes?”. Si el develamiento se da en medio de un estallido o conflicto familiar, su surgimiento en dicho contexto posiblemente lo haga poco creíble a los oídos de quienes lo escuchan. Lo primero que se piensa es que la víctima tiene una suerte de agenda oculta y este pensamiento colabora en el descreimiento de lo que dice. 

5. La retractación se suele dar como consecuencia de la reacción al develamiento, y puede devolver a la familia a su homeostasis abusiva, así como a la víctima a la situación concreta de as. La retractación de la víctima suele generar alivio y tranquilidad en la familia si esto implica no accionar y no modificar el estado de situación. En cierto modo se puede esperar que la familia reaccione de esa forma, dado que en última instancia es una evidencia más de su disfuncionalidad. Lo que no se puede permitir desde ningún punto de vista es que las instituciones y los distintos agentes de intervención funcionen de la misma manera que la familia, sintiendo alivio por la retractación de la víctima. Desde el punto de vista de la intervención, la retractación no debe ser entendida como la evidencia de que el as no ocurrió, sino, por el contrario, como la evidencia de un nivel de disfuncionalidad tan grande en la familia de la víctima que hace necesario redoblar los esfuerzos de protección.

Bibliografía

Baita, S., & Moreno, P. (s.f.). Abuso sexual infantil. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, unicef Uruguay Fiscalía General de la Nación Centro de Estudios Judiciales del Uruguay, ceju.

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