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PROTAGONISTAS EN EL ABUSO SEXUAL INFANTIL

 PROTAGONISTAS EN EL ABUSO SEXUAL

 

 

Niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual

 

Niños, niñas y adolescentes, por su condición de tales, son vulnerables al abuso sexual. Sin embargo, no todos los niños, niñas y adolescentes son víctimas concretas de as.

 

Algunas características favorecen la probabilidad de que algunos niños, niñas y adolescentes, y no otros, sean abusados sexualmente:

a)    La edad

Un factor relevante es la edad. Se sabe que, cuanto menor es la edad, mayor es el riesgo que corre un niño de ser maltratado —en cualquiera de las formas de malos tratos—, por cuanto aumenta su nivel de dependencia respecto del adulto y su vulnerabilidad (menor desarrollo, menor comprensión madurativa, menor capacidad de escapar de situaciones de peligro).

Malacrea (1998) cita investigaciones según las cuales, los cuatro, los ocho y los once años serían las edades en las que se produce más fácilmente el inicio del as. Por su parte, Intebi (1998) cita una investigación de fines de la década del setenta realizada por Finkelhor en Estados Unidos —sobre una muestra de 796 estudiantes universitarios— que sitúa el pico más alto de inicio del abuso sexual en el período entre los diez y los doce años, tanto para varones como para niñas.

Considerando las franjas de cuatro a seis años, de siete a nueve años, de diez a doce años y de trece a dieciséis años, el 14 % de las mujeres de la muestra de Finkelhor reportó que el as se había iniciado en la primera franja, el 23 % en la segunda, el 47 % en la tercera y el 16 % en la cuarta. En cuanto a los hombres, el 18 % reportó que el as se había iniciado en la primera franja, el 9 % en la segunda, el 41 % en la tercera y el 32 % en la cuarta.

Otros estudios relevados por Intebi (1998) son coincidentes con los datos aportados por la investigación de Finkelhor.

Es claro que los niños en edad preescolar y en edad escolar se encuentran en alto riesgo de ser victimizados sexualmente, pero esto no excluye a púberes y adolescentes. Lo que sí se sabe es que a menor edad de inicio del as, mayor probabilidad de que este se prolongue.

b)    Discapacidades físicas, motoras y mentales

Los niños y niñas con discapacidades físicas, motoras y mentales están en mayor riesgo de ser víctimas de as, por su mayor limitación a la hora de escapar, así como por su menor capacidad de comprender las situaciones en las que están siendo involucrados.

c)     Rasgos sumisos, poco asertivos, tímidos, lábiles y fácilmente manipulables

Los niños, niñas y adolescentes con rasgos sumisos, poco asertivos, extremadamente tímidos, lábiles y fácilmente manipulables también se encuentran en mayor riesgo de ser víctimas de as.

d)    Necesidades afectivas

Niños, niñas y adolescentes con necesidades afectivas insatisfechas suelen ser presa fácil de los predadores sexuales. Puede que estén separados de sus cuidadores primarios, internados en hogares de amparo, o que alguna de las figuras de apego no esté disponible emocionalmente para ellos, quizá por estar cursando una depresión, por padecer algún trastorno psiquiátrico o por alguna otra circunstancia. El ofensor sexual rápidamente detecta la necesidad imperiosa de cariño que estos niños suelen manifestar y se acerca primero desde lo afectivo, para luego acceder sexualmente al niño.En estas situaciones al niño o la niña se le hace aún más difícil develar la situación, porque ello implica perder la presencia de un adulto que le había prometido —implícitamente— sostenerlo y acompañarlo (aunque el niño no sabe que, desde la perspectiva del adulto, esa compañía exige de él una contraprestación). El conflicto de lealtad se da entre el niño abusado y el abusador exclusivamente: si el niño traiciona al abusador contando lo que sucede, se quedará solo. Lo sabe con certeza, porque ya antes de ser abusado estaba solo.

e)    Relación conflictiva, fría y distante con su madre

Las hijas púberes y adolescentes que mantienen una relación conflictiva, fría y distante con sus madres pueden ser fácilmente accesibles al abusador sexual, sobre todo dentro de la familia (padre o padrastro). La dinámica que el abusador sigue es similar a la del acercamiento al niño deprivado de afecto. En este caso, potencia el conflicto y se constituye en el salvador de la niña o adolescente, mostrando un costado más benévolo, flexible, presente y simpático, que explotará como primera escala previa al involucramiento sexual propiamente dicho.

f)     Aislamiento, poca comunicación

Los niños, niñas y adolescentes aislados, huraños, poco comunicativos, que establecen pocas relaciones sociales entre pares o no se sienten cómodos en ellas, que suelen no buscar ayuda para nada que necesiten, también son presa fácil del abusador sexual, que entiende que la desconexión de los otros le garantizará mayor seguridad en el secreto que imponga al niño.A veces estas mismas condiciones son inherentes al funcionamiento del grupo familiar completo. Se pueden encontrar familias enteras con escasa socialización, alto grado de aislamiento, poco o nulo soporte de familiares extensos, posiblemente con alta movilidad geográfica, que desconfían del mundo exterior y enseñan a los hijos el mismo patrón de desconfianza. Familias en las que se desalienta el contacto social entre pares, muchas veces por temor a que el mundo exterior descubra los patrones de disfunción familiar. Estos niños, entonces, crecen sin las habilidades sociales necesarias para la interacción con otros por fuera de su mundo familiar nuclear. La interacción puertas adentro es enteramente disfuncional, y el niño crece creyendo que esa es, por excelencia, la forma en que todos los seres humanos se relacionan con su familia. Por ende, no cuestionará nada de lo que se le imponga, incluido el as, porque carecerá de otros modelos con los cuales comparar la propia experiencia.

g)    Víctimas de abuso sexual

Los niños y niñas que han sido víctimas de as están en mayor riesgo de volver a ser abusados, tanto por otros miembros de la misma familia como por personas ajenas a ella (en hogares de acogida, familias sustitutas y adoptivas). Estos niños y niñas no solo se han adaptado a la anormalidad del as, sino que además han aprendido posiblemente que la sexualización de las relaciones es la forma por excelencia de relacionarse con otros. Desde esta perspectiva, involucrarlos en futuros abusos es mucho más fácil para el abusador, porque el niño o la niña ya han sido mentalmente preparados para ello en las primeras experiencias abusivas de las que fueron objeto. En algunas oportunidades, el factor de atracción para el abusador sexual será el patrón comportamental sumiso que el niño presente, como si estuviera preparado para que siga sucediendo lo que venía soportando. En otros casos, los niños y niñas que despliegan conductas seductoras o abiertamente sexualizadas pueden convertirse en nuevas víctimas precisamente a raíz de las consecuencias visibles de su traumatización sexual previa. Los abusadores aprovecharán la oportunidad que les provee la conducta sexualizada para ingresar al cuerpo del niño sin mayores problemas ni obstáculos. A posteriori podrán utilizar el argumento de la provocación como forma de justificar su accionar.

·      Mención aparte merece el tema del consentimiento. En términos generales, cuando se habla de abuso sexual infantil, la palabra consentimiento está por completo fuera de lugar. El ser humano no viene al mundo preparado para consentir una acción en su contra. El tema del consentimiento suele plantearse mayoritariamente en los casos en que las víctimas son púberes y adolescentes. Consentir la acción sexual de un adulto implica que la niña o adolescente: entiende cabalmente la actividad que está consintiendo;

·      entiende cabalmente las consecuencias para sí y para otros de la actividad que está consintiendo;

·      está dispuesta a aceptar y tolerar tales consecuencias;

·      se siente plenamente libre de detener esta situación por voluntad propia, sin importar lo insistente que sea el adulto ni la forma que tome dicha insistencia (uso de fuerza o amenaza de uso de fuerza hacia ella u otras personas cercanas)

La realidad es que, cuando se observan detenidamente las situaciones de as que padecen las niñas y adolescentes de quienes después se dice que han consentido tales prácticas, no se encuentra nada de lo detallado anteriormente. Incluso en algunos casos en los que adolescentes planteaban haberse enamorado de sus abusadores, en ningún momento los abusadores pusieron freno a esos supuestos enamoramientos, sino que, por el contrario, los alentaron y utilizaron como la perfecta plataforma de acceso irrestricto al cuerpo de sus víctimas.

En la situación que sirvió de base para definir el síndrome de Estocolmo (El síndrome de Estocolmo se utiliza para describir el lazo de conexión emocional que las víctimas de una situación de cautividad pueden llegar a establecer con quien las mantiene cautivas), un grupo de personas fue mantenido en cautiverio por ladrones de un banco por más de cinco días. Al ser rescatadas, estas personas manifestaban sentimientos positivos hacia sus captores y negativos hacia las fuerzas de seguridad que habían actuado para liberarlas. ¿Sería posible pensar que esas personas, que además eran adultas, consintieron ser secuestradas por los ladrones por esa cantidad de tiempo? Difícilmente.

Es factible pensar que una dinámica similar está puesta en juego en las situaciones de as descritas, en las que las niñas o adolescentes abusadas refieren haberse enamorado de sus abusadores y sienten, perciben y valoran la intervención externa como negativa

 

Esta descripción caracterológica de las víctimas dista mucho de ser exhaustiva. Niños, niñas y adolescentes que no reúnan estas características también pueden ser victimizados sexualmente. Por otro lado, es imperativo recordar que el principal motivo para el abuso sexual radica siempre en la mente, la motivación y la intención del abusador sexual, y no en las características de la víctima.

 

Mitos y realidades sobre las madres no ofensoras

 

·      Las madres siempre saben que sus hijas están siendo abusadas. Son cómplices del abuso sexual.

·      Las madres entregan a su hija a la relación abusiva, sea de manera directa o no, como forma de evitar el contacto sexual indeseado con sus esposos/parejas.

·      Las madres entregan/facilitan el abuso sexual como una forma de mantener tranquilo al esposo violento.

·      Las madres no creen lo que sus hijas les cuentan.

 

No se puede negar que hay madres que cuadran con algunos de los argumentos previos, pero tampoco se puede decir que esos argumentos sean los únicos que expliquen la conducta materna. Muchas madres creen de primera mano en lo que sus hijas e hijos les relatan, ponen en marcha las acciones necesarias para protegerlos (denunciar al abusador, separarse de él, etc.) y luego se deshacen en una culpa dolorosa por haberse casado con un monstruo, por no haberse dado cuenta, por haber permitido que algo así sucediera, etc.

 

Otras dudan en un principio, hasta que la evidencia les estalla en la cara, y entonces reaccionan y ponen en marcha todo el andamiaje en pos de la protección de sus hijos e hijas.

 

Es riesgoso establecer juicios de valor acerca de la conducta materna sin tener una comprensión clara de las características de cada madre, ni de las circunstancias en que el abuso ocurrió, ni de la forma del develamiento del abuso y la reacción materna ante este.

a)    Historia de abuso sexual en la infancia

Un punto fundamental parece ser la historia de vida de la madre. Distintos estudios hacen hincapié en los antecedentes de malos tratos en la infancia materna como un factor que compromete sus habilidades parentales.

Más específicamente, una historia de abuso sexual en la infancia, cuando no ha sido correctamente elaborada, parece limitar las habilidades parentales de las madres en forma importante.

Tarczon (2012) plantea que las madres que tuvieron una historia de abuso sexual crónico en la infancia pueden desarrollar un desorden postraumático complejo, caracterizado por una miríada de síntomas, sobre todo a nivel de la desregulación de afectos, conductas e impulsos, y severas dificultades en las relaciones interpersonales, entre otros aspectos, que pueden generar en ellas problemas para establecer una parentalidad empática, sensible y contenedora, y en cambio llevarla a la inversión de roles con los hijos, con pobres habilidades de comunicación y sentimientos de desprotección.

Por otro lado, las mujeres que han tenido una historia de as en la infancia están en mayor riesgo de establecer relaciones de pareja disfuncionales, que incluyen relaciones con hombres violentos, situación que también pone en riesgo a los hijos. Tarczon presenta los resultados de diversas investigaciones según los cuales una historia de as en la infancia de la madre es el predictor más fuerte de as en la siguiente generaciónCuando la madre ha sido víctima de as, el riesgo de que la hija también sea abusada se cuadruplica. Si la madre, además, tiene una historia de consumo de drogas, ese riesgo es 24 veces mayor.

b)    Historia no resuelta de trauma en la infancia

Además de los factores mencionados en el párrafo anterior —parentalidad poco empática, inversión de roles, pobres habilidades de comunicación, desprotección y tendencia a establecer relaciones de pareja disfuncionales y con patrones violentos de comportamiento—, una historia no resuelta de trauma en la infancia puede interferir en la correcta apreciación de los datos de la realidad que la madre haga respecto de lo que le sucede a su hija.

Así como en algunas madres la propia historia de as ha servido como punto de partida para comprender las conductas que observa en la relación de su esposo y su hija, en otras la amnesia disociativa del propio abuso funciona como un obstáculo claro para interpretar como peligrosas las señales de la relación que pueda estar observando, o incluso para creer en el relato de su hija.

c)     Diferencias de género

En su estudio sobre madres de niños y niñas víctimas de abuso sexual, Carol-Ann Hooper (1994) propone reflexionar acerca de las diferencias de género entre hombres y mujeres, y de cómo inciden en la actitud que las mujeres adoptan cuando el as ocurre dentro de la familia. La autora señala:

En los conflictos con hombres […] habitualmente tienen más para perder. Es en el contexto de su falta de poder en la sociedad y de la dependencia con respecto a los hombres donde manifiestan apocamiento, una falta de disposición para vérselas con la elección y una tendencia a evitar la confrontación. Es también este contexto el que hace particularmente intensos los conflictos que enfrentan las mujeres cuando un niño es abusado sexualmente por otro miembro de la familia. En el presente estudio, por lo común se describieron a sí mismas como desconfiadas y sus descripciones de la respuesta demostraron a menudo incertidumbre en cuanto a la validez de su juicio de la situación [de abuso], y con ello en cuanto a la acción apropiada, una incertidumbre que había sido manipulada y explotada con frecuencia por los abusadores. […] El miedo al conflicto deja a las mujeres no preparadas para una situación en la cual alguien tiene que ser lastimado y en la que su rol es proteger a la víctima. El miedo a causar daño no significa, desde luego, que eviten provocarlo. Al contrario, la renuencia a enfrentar el conflicto puede inhibirlas seriamente de satisfacer las necesidades de sus hijos cuando estos son abusados sexualmente por otro integrante de la familia. (Hooper, 1994: 156-157)

d)    Dependencia emocional

Al parecer, la descripción de Hooper se complementa con los datos de la historia de estas mujeres, es decir: además de la significación de las relaciones hombre-mujer en la sociedad y de las inequidades de género, ¿qué han aprendido ellas siendo niñas acerca del mundo de relaciones más cercanas? ¿Cómo han sido sus vidas con sus padres y madres? ¿Cuánta violencia, negligencia o incluso abuso sexual han sufrido ellas mismas siendo niñas, y cuánto de esa historia puede haber influido o modelado —y de qué formala actitud frente al abuso develado por sus hijos e hijas?

En la película Precious (2009), basada en la novela Push (1997), la madre de la protagonista se convierte rápidamente en un personaje fácil de detestar. Maltrata física y emocionalmente a su hija, abusa sexualmente de ella, y además sabía del abuso sexual al que su marido sometía a la hija de ambos, hasta el punto de dejarla embarazada no una, sino dos veces. La madre de Precious obliga permanentemente a su hija al silencio sobre esta parte del secreto (los embarazos); además, no quiere que Precious tenga un contacto con el mundo exterior que la deje a ella, su madre, sola. En una entrevista con la trabajadora social que lleva el caso de la adolescente, cuando la profesional le pide que cuente sobre los abusos sufridos por su hija, en un momento dado la madre rompe en llanto y pone en evidencia su conflicto emocional: “No quería que le hiciera nada a ella, lo quería solo para mí… ¿Ahora quién me va a amar a mí?”. En su constelación afectiva, esta mujer sintió siempre que, para poder conservar al hombre que la amara a ella, tenía que aceptar que ese hombre abusara sexualmente de la hija de ambos.

A veces es posible encontrar madres cuya dependencia emocional del hombre que abusa de sus hijos es tan grande que, o bien obstaculiza su accionar para proteger a la niña, o bien colabora en una revictimización emocional posterior a haber accionado la intervención

Además de la madre de la película mencionada, está la madre que, ante el develamiento del as que le hace su hija, le responde a esta: “Creo que tendrías que dejar de decir esas cosas, ¿o preferís un papá que te pegue? Este al menos no te pega, ni a vos ni a mí tampoco”.

Como ejemplo de la segunda situación está la madre que consulta en un servicio por los relatos de su hija y acepta hacer la denuncia contra su marido, pero cuando este está en la cárcel, lleva a su hija a visitarlo con el siguiente argumento: “Vos seguís yendo a tu escuela, durmiendo en tu cama, comiendo rica comida. Él, en cambio está ahí solo, en ese lugar feo y lleno de gente mala… Lo menos que podés hacer es ir a visitarlo con una sonrisa… y decirle que lo querés mucho, ¿sí?”,

e)    Pérdida del sustento económico

A veces, el argumento para la inacción se basa en la parálisis que la mujer enfrenta ante la posibilidad de perder el sustento económico que el marido abusador representa. 

f)     Madres entregadoras, responsables indirectas, fracaso en poner límites o que no pueden admitir el abuso sexual, pero saben de él.

Intebi (1998) hace referencia a Anna Salter para definir las posibles responsabilidades de las madres. Salter describe distintos marcos teóricos en los que se responsabiliza a las madres por el as que sus hijas sufrieron a manos de sus padres, en los cuales se las clasifica como madres entregadoras, responsables indirectas, madres que fracasan en la puesta de límites o que no pueden admitir el abuso pero saben de él.

En ese trabajo Intebi refiere que la responsabilidad indirecta de las madres frente al abuso sexual podría deberse a factores tales como el rechazo de estas madres a los hombres, el negarse a mantener relaciones sexuales con ellos y la parentalización de las hijas. Por otro lado, la autora dice que estas madres parecen hacer uso de mecanismos de defensa como la negación, con lo que permiten el abuso.

 

No existe un único tipo de respuesta materna frente al abuso, en especial frente al abuso que sucede dentro de la propia familia. Por otro lado, cuando se parte de una actitud exclusiva de culpabilización, se corre el riesgo de sesgar la intervención.

 

En su experiencia, las autoras de este libro han encontrado un porcentaje relativamente bajo de madres que actuaban de forma similar a la descrita por Salter. También han encontrado madres que, una vez develado el abuso, Capítulo 7. Una mirada a los protagonistas de la historia no tomaron las medidas de cuidado necesarias para con sus hijos, por alguna de las razones antes expuestas.

 

Pero resulta imprescindible recordar que, como parte de la dinámica misma del as, estos hechos suceden bajo la ley del secreto. Es inherente al as y a las intenciones del abusador que el abuso no sea descubierto. El abusador trabaja fuertemente en ello. Por ese motivo también es probable que muchas madres no estuvieran enteradas de que el abuso estaba ocurriendo.

 

Así como algunas madres no protegieron a sus hijos adecuadamente al conocer sobre el abuso, otras, al enterarse de lo sucedido, reaccionaron protegiéndolos y cuidándolos, incluso cuando el abusador era el principal sostén económico. Se pueden encontrar también madres que en un principio no creían en el relato de sus hijos y no los protegieron adecuadamente, pero más tarde, ya sea por la ayuda de un profesional, de un familiar, o porque los niños insistieron en sus relatos o manifestaron su sintomatología de manera más contundente, revirtieron su actitud inicial y pudieron poner en marcha estrategias de protección.

 

El punto fundamental a la hora de evaluar a la madre, además de obtener información sobre el niño y el develamiento del abuso, radica en comprender hasta qué punto esta es, o puede llegar a ser con la ayuda profesional y en el menor tiempo posible, un verdadero punto de apoyo y cuidado para el niño. Cuando la actitud materna hacia el niño es de desprotección absoluta, de duda, de inacción cuando debe protegerlo (por ejemplo, haciendo la denuncia) seguida de responsabilización al niño por la ausencia del padre o por los problemas que dicha ausencia está generando, se considera que ese niño está en riesgo. Es menester entonces determinar hasta qué punto están dadas las condiciones para que permanezca viviendo con su madre y, si esas condiciones no están dadas, qué se necesitaría para que se dieran, para lo cual es preciso establecer tiempos de trabajo, así como acciones de monitoreo y seguimiento de la evolución.

 

Desde el punto de vista psicológico, los niños tendrán que lidiar no solo con el impacto traumático del abuso sexual, sino también con los sentimientos de dolor y ambivalencia que les provoca el hecho de no haber sido creídos/protegidos por su madre.

 

La actitud de la madre como adulto no ofensor es fundamental en cada etapa del proceso. Si esa actitud es de protección y contención, ayudará a que el niño se sienta seguro en el proceso de develar. Si, por el contrario, su actitud hacia el niño es de descreimiento y hostilidad o de culpabilización, puede llevar al niño a una retractación. Esta conducta de la madre coloca al niño en una situación de revictimización, lo expone al riesgo de la repetición del abuso y, con ello, a un agravamiento del impacto traumático.

 

Diversos estudios muestran que la madre tiene un papel fundamental a la hora de que el niño o niña devele el abuso, y que su respuesta ante el develamiento influirá de manera tajante en el pronóstico de recuperación del niño.

 

Para finalizar, es fundamental hacer hincapié en una situación que se da en la valoración de las madres y que, está producida y potenciada por el mismo sistema de intervenciones.

 

Es posible observar en la práctica —de manera ampliamente difundida y pobremente fundamentada con estudios académicos— que, cuando los abusos sexuales se cometen en el ámbito de la familia nuclear y el padre es acusado por la madre de haber abusado del hijo o hija de ambos, cae sobre la madre un manto de sospecha. Comienzan a ponerse en tela de juicio sus acciones (tanto si hizo la denuncia sin consultar con un profesional como si la hizo luego de haber consultado), sus reacciones (tanto si llora desconsoladamente como si habla con tranquilidad), sus actitudes (si consulta a uno o a más profesionales, si toma nota de lo que su hijo o hija le cuenta, si lo filma o lo graba), de modo tal que se presume una motivación maliciosa en la denuncia, mucho antes de investigar su validez. Si la actitud general de la madre llama la atención por ruidosa, tal vez escandalosa, claramente desesperada, empieza a circular la idea de que la madre está loca.

 

Pero si la madre no actúa, es negligente.

 

La pregunta es, entonces, ¿qué madre es la que esperan (o incluso desean) encontrar los agentes de intervención y cuánto de sus propios prejuicios acerca de lo que una madre debería ser se ponen en juego en esta valoración anticipada?

 

Mitos y realidades sobre los ofensores sexuales

 

¿Qué se suele escuchar sobre los ofensores sexuales?

 

·      Que la conducta sexual es producto de una compulsión o adicción sexual. 

·      Que los abusadores sexuales fueron a su vez víctimas de as en la infancia. 

·      Que los abusadores sexuales padecen severas disfunciones sexuales. 

·      Que no hay un perfil que los identifique, aun cuando es frecuente referirse a ellos como pedófilos. 

 

¿Qué se sabe a ciencia cierta?

 

·      Que los abusadores sexuales pueden elegir indistintamente niños y/o niñas, adolescentes varones y/o mujeres. 

·      Que pueden tener predilección exclusiva por niños de determinado sexo. 

·      Que pueden abusar de hijos propios (biológicos) y de hijos ajenos, o elegir uno solo de estos tipos (o solo biológicos, o solo ajenos). 

·      Que dentro del mismo grupo familiar pueden abusar de todos los niños, solo de algunos o de uno solo, aunque en el grupo haya cinco, por ejemplo.

·      Se sabe que pueden abusar de niños ajenos al círculo familiar y nunca de los del círculo familiar, o viceversa.

·      Se sabe que las mujeres, al igual que los hombres, también pueden abusar sexualmente de niños y niñas.

 

Hay poca información que permita predecir que una persona va a abusar sexualmente de un niño, y tampoco es posible predecir o anticipar ninguna de las características tan diversas detalladas en párrafos anteriores.

 

Muchas evaluaciones forenses son solicitadas para conocer si el acusado presenta un perfil compatible con la conducta por la que se lo acusa. Y la gran mayoría de esas evaluaciones concluyen diciendo que no, porque no hay tal perfil compatible.

 

El problema se da cuando los informes concluyen con un no pero no avisan que esta conclusión por sí sola es insuficiente para determinar si la persona acusada abusó de un niño. La realidad es que la determinación de la validez del abuso sexual recae en las evidencias que se recojan del niño, de su relato y de las evidencias médicas, si las hay.

 

Los intentos de describir y perfilar la conducta sexual de un abusador han sido múltiples, y posiblemente seguirán multiplicándose. En esta sección la propuesta es hacer un resumen somero de la información provista por diversas fuentes académicas.

 

Murphy y colaboradores (1994) refieren:

 

Lo que sabemos es que los ofensores sexuales infantiles constituyen un grupo muy diverso, que muestra un rango de disfunción psicológica que va de ninguna a severa, y una variedad de patrones de excitación sexual que van de normal a desviado.

 

Los mismos autores plantean que, en el área de la evaluación y el tratamiento de los ofensores sexuales, se llegó a un consenso acerca de qué áreas debían ser evaluadas: 

1) funcionamiento intelectual, 

2) personalidad, 

3) competencia social, 

4) nivel de negación, 

5) factores de riesgo, 

6) grado de distorsiones cognitivas, 

7) grado de comprensión del impacto en la víctima o empatía,

8) funcionamiento marital y familiar, y 

9) presencia de patrones de desviación sexual.

 

Los estudios más modernos sobre el tema incluyen en sus investigaciones:

10) el grado de distorsión cognitiva

11) la capacidad de empatía

12) los estilos de apego.

 

Jon Conte, citado por Intebi (1998), propone que en las entrevistas el técnico que interviene tenga en cuenta el análisis de:

 

– negación;

 

– presencia de patrones de excitación sexual con niños;

 

– presencia de fantasías sexuales con niños;

 

– distorsiones cognitivas utilizadas para justificar la propia conducta;

 

– deficiencias en el área social (manifestadas por posibles interacciones superficiales y escasas, por ejemplo, con compañeros de trabajo, pero con falta de intimidad o conocimiento profundo mutuo);

 

– capacidad para empatizar con las víctimas;

 

– algunos trastornos mentales asociados, como adicciones o depresión.

 

Es sabido que el abusador sexual está lejos de la imagen del hombre extraño, ajeno a la familia y con apariencia temible. De esos hay muy pocos. Los ofensores sexuales pueden ser personas de todas las clases sociales; el estatus socioeconómico y la educación no son obstáculos para el as. La ingesta de alcohol y estupefacientes pueden funcionar como facilitadores de la desinhibición impulsiva, pero personas físicamente sanas, deportistas y sin vicio alguno también pueden abusar sexualmente.

 

La máscara de normalidad suele funcionar como un potente hipnótico de los agentes de intervención. Los abusadores se presentan como intachables e interpelan a los agentes de intervención desde la pregunta: “¿Usted cree realmente que alguien como yo podría hacer algo así?”. Cuanto más similares a nosotros se los vea o perciba, más fácil será que se instale la duda en la mente del agente de intervención, a menos que siempre se tenga presente la idea de que esa presentación es parte del folklore del abusador sexual y que esa pregunta no es en sí misma indicativa de nada. 

 

Dice Intebi:

 

El abusador sexual, como todo transgresor, tiene facilidad y experiencia para manipular las percepciones, emociones y juicios de los demás, logrando así distorsionar la realidad de la manera que le resulte más conveniente. Por lo tanto, no es de extrañar que también manipule al investigador que lo interroga acerca de sus intereses sexuales y de sus antecedentes sexuales y sociales. (Intebi, 1998: 117)

 

Esto, por mucho que cueste admitirlo, es una señal de advertencia hacia cada uno de los agentes de intervención en este tema.

 

Sigue Intebi:

 

Todos los especialistas que se han ocupado del tema coinciden en que los ofensores sexuales son manipuladores y tienen fuertes tendencias a utilizar la negación, la proyección, la racionalización, la minimización, la parcialización, como mecanismos de defensa que les permiten contar fragmentos de las situaciones abusivas que no resultan tan comprometedoras para su autoimagen, sin llegar a sentir que mienten. (Intebi, 1998: 117)

 

En términos generales los abusadores no reconocen sus acciones. En aquellos que no fueron condenados por la situación de abuso o cuya situación procesal está en curso de investigación, uno de los mayores desafíos es determinar hasta qué punto el no reconocimiento es parte de una estrategia para su defensa legal y hasta qué punto es parte de la propia patología.

 

Los que reconocen el abuso sexual suelen hacerlo porque han sido descubiertos o confrontados de alguna forma, y nunca reconocen todos los hechos; comienzan a minimizarlos (“Fue solo una vez”, “Solo la toqué”) y a justificarlos desde el vamos (“Estaba borracho”, “Estaba dormido”, “Ella se metió en mi cama”, “Se puso esa pollerita”), y pueden llegar a utilizar razonamientos confusos, del estilo: “Si lo hice, no me di cuenta”, “Vos decís que lo hice y puede ser, pero no lo hice, creeme vos a mí”.

 

Algunos ofensores sexuales pueden presentar rasgos de psicopatía —de acuerdo al listado de psicopatía de Hare—, tales como falta de empatía, conducta impulsiva y pobre control conductual. Sin embargo, no necesariamente reúnen las características necesarias para ser diagnosticados como psicópatas (Van Dam, 2001).

 

Según Salter (1995), la conducta sexual abusiva debe ser pensada desde la perspectiva de un ciclo de conducta desviada. No es algo que simplemente sucedió, es decir, no es una conducta impulsiva, aunque el descontrol impulsivo podría eventualmente tener participación en la perpetuación y repetición de la conducta. Más bien el modelo para comprender las adicciones, según la autora, permite entender al menos algunos de los aspectos de la conducta sexual abusiva: se busca una gratificación a corto plazo o inmediata; es una conducta que no se da una única vez, sino que tiende a repetirse; se lleva a cabo en un contexto de secreto y negación; se repite compulsivamente aunque las consecuencias puedan ser catastróficas, y está sujeta a frecuentes recaídas. La autora se encarga igualmente de aclarar que, aunque ambas compartan dichos aspectos, no sería correcto tratar la conducta sexual abusiva como una adicción.

 

En su descripción del ciclo de conducta desviada, Salter hace mención a los errores de pensamiento, entendidos como los procesos mentales necesarios para que el abusador sexual viva la vida que vive.Estos errores del pensamiento están presentes durante todo el ciclo de la conducta desviada. Los errores del pensamiento que la autora describe son:

 

·      “No puedo”, o sea, el argumento de no poder frenar su impulso. Muchas veces colocan en la víctima la responsabilidad de frenarlos o detenerlos en su conducta.

 

·      El lugar de víctima. Se ubican ellos en el lugar de la víctima, por cuanto son los que tienen el problema (de la conducta o lo que sea que ellos expliquen que la provocó).

 

·      Falta de perspectiva temporal, esto es, la imposibilidad de considerar las consecuencias futuras de su conducta. Salter considera que de todos modos esto no es estrictamente así, sino que más bien tienen una idea subyacente de impunidad, de que no van a ser descubiertos.

 

·      Fallan a la hora de ponerse en el lugar del otro y de considerar que hirieron a otro. Esto se relaciona con la falta de empatía y la imposibilidad de ver a la víctima como tal.

 

·      El derecho a hacer aquello que desean. El otro no es considerado alguien con derechos propios.

 

·      Superoptimismo, es decir, la convicción de que no serán descubiertos.

 

·      La culpabilización de la víctima

·      La tergiversación del sentido de lo que hacen aduciendo que es beneficioso para la víctima

·      Las comparaciones paliativas (por ejemplo, plantear: “No la violé, solo la toqué. Podría haber sido peor”). 

 

Según Finkelhor, citado por Echeburúa y colaboradores (2000), se necesita una serie de precondiciones para el abuso sexual:

 

1. Motivación para tener conductas sexuales con niños.

 

2. Superación de las barreras de inhibición internas para cometer el abuso; los desinhibidores externos, como el alcohol, o internos, como las distorsiones cognitivas, colaboran en esta superación.

 

3. Eliminación de las barreras externas, es decir, lograr el aislamiento real y concreto del niño respecto de sus principales fuentes de contacto y eventual apoyo, y toda otra estrategia que le permita conseguir tiempo a solas con el niño o niña.

 

4. Superación de la resistencia del niño, niña o adolescente, lo cual logra a través de todos los mecanismos de seducción y coerción descritos en capítulos anteriores.

 

En cuanto a si los abusadores sexuales han tenido o no antecedentes de as en la propia infancia, Intebi (1998) refiere que los hallazgos en las investigaciones no son coincidentes, y tales antecedentes se ubican en un porcentaje que va del 22 % al 82 %. Otras formas de violencia, incluida la negligencia afectiva severa, podrían encontrarse en las historias de vida de los ofensores sexuales.

 

Es necesario tener en cuenta que, mientras el maltrato físico, emocional y el abuso sexual pueden tener registros claros en el recuerdo de las personas (“Me pegaba con un cinto”, “Me decía que era una inservible, una puta”, “Me tocaba debajo de la ropa”), el registro que las personas adultas tienen de la negligencia afectiva puede estar sesgado (“Siempre fueron padres que hicieron lo que tenían que hacer, mandarnos al colegio, el mejor colegio de la ciudad; nunca nos faltaba nada”) o ser directamente nulo(“Tuve una infancia muy buena, pero no sé, no tengo ahora un recuerdo exacto, concreto; solo sé que fue muy buena”). Tampoco hay que descartar la posibilidad de que los ofensores sexuales presenten manifestaciones o trastornos disociativos con amnesia, y no den información adecuada de sus experiencias infantiles no porque se nieguen a hacerlo, sino porque no lo recuerdan. Estos motivos, entre otros, podrían dar cuenta de la variabilidad en los números sobre los antecedentes de abuso sexual y otras formas de malos tratos en la infancia de los ofensores sexuales. 

 

Las mujeres que abusan sexualmente

 

Las mujeres también pueden abusar sexualmente de niños, niñas y adolescentes. Pueden ser madres, madrastras, hermanas, primas, tías, abuelas, niñeras, maestras.

 

Es difícil conocer el número de mujeres que abusan de niños en comparación con el de varones que lo hacen. Al habitual subregistro por situaciones de as que no se reportan se suma el hecho de que existen barreras importantes para detectar el as perpetrado por una mujer, en especial si ella es la madre del niño o niña. Estas barreras son de índole meramente ideológica; están atravesadas por concepciones sobre la maternidad y la femineidad.

Razones por las que hablar de abuso sexual perpetrado por una mujer es un tabú:

 

Elliott (1993) considera que hablar del as perpetrado por una mujer es un tabú. Refiere una serie de razones por las cuales esto es así:

 

·      El abuso sexual por parte de una mujer es más amenazante: socava los sentimientos que suelen tener las personas acerca de cómo las mujeres deberían relacionarse con los niños

 

·      El as suele ser ubicado en el contexto del poder y la agresividad sexual masculinos. Se supone que las mujeres no son agresivas sexualmente, y la teoría del poder masculino solo coloca a las mujeres como abusadoras sexuales si un hombre las obligó a hacerlo. Sin embargo, las investigaciones demuestran que muchas mujeres que abusaron de niños no sufrieron coerción de nadie.

 

·      Suele ser difícil para la gente entender cómo una mujer abusa de un niño si no tiene pene.

 

·      Cuando las sobrevivientes adultas hablan de haber sido abusadas por la madre, suelen ser vistas como fantasiosas. Si una mujer cuenta que fue abusada por el padre y la madre, se suele tomar como cierto el abuso por el padre, mientras que se considera que el relato sobre el abuso de la madre es producto de la fantasía o la proyección.

 

Muchas de las situaciones de as perpetradas por mujeres comienzan en el escenario de los cuidados básicos infantiles: la hora de ir a la cama, el momento de bañarse, la higiene poseliminación. Esto se corresponde con los números y situaciones reportados por Elliott, sobre una muestra de 127 personas adultas (hombres y mujeres) que fueron abusadas en su infancia por mujeres.

 

Las abusadoras fueron mayoritariamente las madres: 42 de 95 mujeres de la muestra y 22 de 32 hombres de la muestra. En ambos casos la mayoría de los abusos comenzaron antes de los cinco años de edad, y en el baño. Las conductas sexualmente abusivas reportadas incluyeron toqueteos, sexo oral, penetración con objetos y masturbación mutua forzada.

 

Estos números son en cierto modo similares a los reportados por una línea telefónica para niños en riesgo del Reino Unido. En el transcurso de un año, entre 1990 y 1991, 8663 niños, niñas y adolescentes llamaron a esa línea para reportar situaciones de abuso sexual. El 9 % de esas situaciones involucraban a mujeres, y dentro de ese número (780 niños) el 34 % de los abusos habían sido perpetrados por madres.

 

Otros datos sobre la población de mujeres abusadoras sexuales aportados por Intebi (1998) grafican lo siguiente:

 

·      Presentan altos porcentajes de abuso sexual en la infancia. Intebi cita dos estudios en los que entre el 50 y el 58 % de las mujeres había tenido tales antecedentes, y otros dos en los que prácticamente todas habían sido abusadas en la infancia.

 

·      Suelen utilizar la violencia con menos frecuencia que los hombres, y cuando lo hacen son menos violentas.

 

·      Suelen amenazar menos a las víctimas para que mantengan el secreto.

 

Algunas de las dificultades que pueden presentarse a la hora del diagnóstico en niños y niñas radica en que, si las conductas comienzan cuando los niños son muy pequeños y se dan en contextos de cuidado y aseo, se hace más difícil para los niños explicar las cualidades de la conducta, y más complejo para el adulto que interroga identificar las peculiaridades de esa conducta como sexualmente abusiva.

 

De los casos atendidos por las autoras de este libro en que las víctimas habían sido abusadas por una mujer, en un caso reportado por una adolescente de 17 años, en que la abusadora era la hermana, el abuso sucedía en la cama. La hermana mayor se metía en la cama de la hermana menor y la tocaba por debajo de la ropa. En otro caso de una mujer de 66, en que la abusadora era la madre, la víctima podía recordar las situaciones sufridas en el dormitorio de su madre porque estas involucraban un gran dolor en la zona vaginal y anal.

 

De todos los casos en que las autoras de este libro han intervenido que implicaron a mujeres abusadoras sexuales, solo una mujer fue llevada a prisión por este delito, y una segunda recibió prisión domiciliaria debido a su avanzada edad. En otros casos la situación nunca fue denunciada, o la denuncia fue desestimada, o la persona acusada fue sobreseída. 

Para concluir, se puede afirmar que el principal obstáculo para detectar el abuso sexual perpetrado por mujeres es de índole ideológica. La dificultad para pensar a una mujer ejerciendo actos sexualmente abusivos contra niños y niñas a su cuidado, que se observa en los agentes de intervención y en la sociedad en general, obstaculiza una correcta conceptualización de la situación, una concienzuda evaluación y, por ende, una eficaz intervención.

 

No obstante, se debe recordar que los obstáculos y las intervenciones fallidas, mal programadas o ejecutadas, así como la no intervención, son la principal causa por la cual un niño abusado sexualmente puede seguir siendo víctima del mismo abuso, en la misma familia, por el mismo perpetrador, sin que nada cambie.

 

Bibliografía

Baita, S., & Moreno, P. (s.f.). Abuso sexual infantil. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, unicef Uruguay Fiscalía General de la Nación Centro de Estudios Judiciales del Uruguay, ceju.

 

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