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MITOS Y LÍMITES

 MITOS SOBRE LOS LÍMITES

Un mito puede definirse como una ficción que parece verdad. Puede parecer tan verdadero que los cristianos lo creerán automáticamente. Algunos provienen de nuestras circunstancias familiares. Otros provienen de nuestra iglesia o tradición teológica. Y otros provienen de nuestras propias interpretaciones erróneas. 

Mito 1: Si pongo límites, soy egoísta 

Los límites adecuados en realidad aumentan nuestra capacidad para dedicarnos a otros. Las personas con límites bien desarrollados son las más solícitas.

Diferencia entre egoísmo y mayordomía:

a)    El egoísmo implica una fijación en nuestros deseos y anhelos, en detrimento de nuestra responsabilidad de amar a los demásSi bien Dios nos ha dado deseos y anhelos (Proverbios 13:4), debemos mantenerlos a raya con responsabilidad y metas sanas. Para empezar, podría ser que no deseemos lo que necesitamos.

El Sr. Indiferente puede necesitar desesperadamente ayuda para su sordera. Pero puede no desearla. Dios está más interesado en satisfacer nuestras necesidades que en cumplir nuestros deseos. Por ejemplo, no cumplió con el deseo de Pablo de librarlo de la «espina clavada en el cuerpo» (2 Corintios 12:7-10). Pero, al mismo tiempo, satisfizo las necesidades de Pablo hasta el punto que Pablo se sentía contento y satisfecho: 

«Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.» (Filipenses 4:12-13) 

El cristiano con miedo a fijar límites puede sentirse fortalecido al saber que Dios proveerá todas las necesidades. Al mismo tiempo, Dios no convierte todos nuestros deseos y anhelos en «completamente malos», sino que cumplirá muchos de ellos. Nuestras necesidades son nuestra responsabilidad Incluso si contamos con la ayuda de Dios, es importante recordar que satisfacer nuestras necesidades es fundamentalmente trabajo nuestroNo sirve esperar pasivamente hasta que otro se encargue de nosotros.

Algunos individuos consideran que sus necesidades son malas, egoístas y, a lo sumo, un lujo. Otros consideran que son algo que Dios o los demás deben proveer. Pero la imagen bíblica es clara: nuestras vidas son responsabilidad nuestra. Al final de nuestros días, esta verdad se vuelve cristalina como el agua porque «es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo» (2 Corintios 5:10). Cabe reflexionar sobre este pensamiento. 

b)    Mayordomía En la puesta de límites conviene comprender que nuestras vidas son un regalo divino. Debemos desarrollar nuestras vidas, capacidades, sentimientos, pensamientos y conductas. Nuestro crecimiento espiritual y emocional es el «interés ganancial» de Dios en nuestras vidas. Cuando decimos que no a la gente y actividades perjudiciales, estamos protegiendo la inversión de Dios. Resulta evidente que egoísmo y mayordomía son muy diferentes. 

Mito 2: Los límites son indicio de desobediencia 

Muchos cristianos temen que poner y mantener límites es indicio de rebelión, o desobediencia. En los ámbitos religiosos suelen circular afirmaciones tales como «tu falta de voluntad para apoyar nuestros programas muestra que tienes un corazón insensible.» Este mito atrapa a un sinnúmero de personas en un sinfín de actividades sin auténtico valor espiritual o emocional. 

La verdad cambia vidas: una carencia de límites suele ser indicio de desobediencia. Las personas con límites precarios suelen ser exteriormente complacientes, pero rebeldes y resentidas por dentro. Les gustaría ser capaces de decir que no, pero tienen miedo; ocultan su miedo con un sí poco entusiasta.  A Dios le interesa más nuestro corazón que nuestra complacencia exterior: «Lo que pido de ustedes es amor y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos» (Oseas 6:6). En otras palabras, si le decimos a Dios o a quien sea que sí cuando queremos decir no, nos colocamos en un estado de complacencia; que es lo mismo que mentir. Nuestros labios dicen que sí, pero nuestro corazón (y nuestro desgano) dice que no. Consideremos este mito de que los límites son indicio de desobediencia con la siguiente pauta:

Mito 3: Si comienzo a poner límites, me lastimarán 

No podemos manipular a las personas haciéndoles llevaderos nuestros límites. Los límites son una «prueba de tornasol» para medir la calidad de nuestras relaciones. En nuestras vidas, las personas que respeten nuestros límites amarán nuestra voluntad, opiniones e individualidadQuienes no respetan nuestros límites nos están diciendo que no nos aman. Sólo aman nuestro sí, nuestra complacencia. Poner límites implica decir la verdad. La Biblia hace una clara diferencia entre los que aman la verdad y los que no. 

Haga la «prueba de tornasol» con sus relaciones más allegadas. Dígales que no en algo. La unión se estrechará, o se dará cuenta que no había mucho desde un principio. No podemos obligar a nadie a quedarse a nuestro lado y amarnos. Advertencia: al desarrollar los límites, el cónyuge sin límites inicia un cambio en la relación matrimonial. Habrá más desavenencias. Habrá más conflictos sobre los valores, los horarios, el dinero, los hijos y el sexo. La mayoría de las veces, sin embargo, los límites ayudarán al cónyuge descontrolado a sentir suficiente dolor para motivarlo o motivarla a aceptar más responsabilidad en la pareja. Muchos matrimonios salen fortalecidos después de la puesta de límites porque la otra parte comienza a extrañar la relación.

 ¿Seremos abandonados o atacados por tener límites?

Sí. Es mejor conocer su carácter y tomar medidas para arreglar el problema que vivir desconociéndolo. Primero: los vínculos afectivos; segundo: los límites No tiene sentido ganarse la antipatía de todas las personas importantes para usted. Recuerde que hemos sido creados para relacionarnos. Necesitamos a las personas. Necesitamos contar con espacios donde vincularnos afectivamente, donde seremos amados incondicionalmente. Solo desde un lugar donde estemos «arraigados y cimentados en amor» (Efesios 3:17) podremos comenzar con paso seguro a aprender a decir la verdad. Así estará preparado para la resistencia que los demás opondrán a la puesta de límites bíblicos.

Mito 4: Si pongo límites, lastimaré a otros 

«Lo peor de decirle que no a mi madre es su “dolor silencioso”», dijo Bárbara. «Dura unos cuarenta y cinco segundos, y se da siempre que le digo que no la puedo ir a visitar. Lo quiebro cuando le pido perdón por ser tan egoísta y fijo una fecha para ir a verla. Entonces, se siente bien. Haría cualquier cosa por evitar ese silencio.» Si pone límites, teme que sus límites lastimen a otro: alguien al que verdaderamente les gustaría ver feliz y realizado: el amigo que les pide el auto prestado cuando usted lo necesita el pariente en aprietos financieros crónicos que le pide desesperadamente un préstamo la persona que le pide apoyo cuando usted mismo no está bien El asunto es que a veces usted toma los límites por un arma ofensiva. No hay nada más alejado de la verdad. Los límites son un arma defensiva. 

Mito 6: Cuando otros ponen límites, me lastiman «Lo siento, Randy, pero no puedo prestarte ese dinero», dijo Pete. «Es un mal momento para mí.» Mi mejor amigo, pensó Randy para sí. Vengo porque tengo necesidad y me rechaza. ¡Qué golpe! Supongo que me sirve para saber qué clase de amistad tenemos en realidad. Randy está preparándose para embarcarse en una vida que no acepta los límites de los demás. ¿Por qué? Porque le lastima estar como «receptor». Hasta hizo un voto emocional de que nunca permitiría que otra persona tuviera esa experiencia. Muchos nos parecemos a Randy. Que alguien responda que no a nuestro pedido de apoyo nos deja un sabor amargo en la boca. Nos sentimos lastimados, rechazados o helados. Nos cuesta concebir que los límites sean útiles y buenos. No es nada agradable tener que aceptar los límites de los demás. A nadie le agrada escuchar la palabra «no». Veamos por qué es tan difícil aceptar los límites ajenos. En primer término, poner límites no apropiados puede ser lesivo, especialmente en la niñez. Un padre puede lastimar a un hijo por no proporcionarle la cantidad correcta de vínculo emocional en el momento oportuno. Las necesidades emocionales y sicológicas de los niños son responsabilidad de los padres. Cuanto menor sea el niño, menos lugares tiene donde recurrir para satisfacer dichas necesidades. Un padre egocéntrico, inmaduro o dependiente puede lastimar a su hijo por decirle que no cuando no es oportuno. Los primeros recuerdos de Robert se remontaban a su cuna, solo en su habitación, por horas y horas. Sus padres sencillamente lo dejaban ahí, creyendo que todo estaba bien porque no lloraba. En realidad, ya había pasado la etapa del llanto y tenía una depresión infantil. El no de sus padres le creó un sentido de no ser deseado que lo persiguió hasta la edad adulta. En segundo término, proyectamos nuestras lesiones en los demás. Cuando sentimos dolor, una reacción es «no reconocer» nuestro dolor y volcárselo a otro. Esto se conoce como proyección. Con bastante frecuencia, las personas que fueron lastimadas por límites no apropiados en su infancia, volcarán su fragilidad en otros. Sienten el dolor ajeno como propio; por lo tanto, evitan poner límites a los demás porque se imaginan lo doloroso que les resultará a esas personas. Robert tenía una enorme dificultad para poner límites con respecto a la hora de acostarse de su hija Abby, de tres años. Si ella se ponía a llorar porque no quería ir a la cama, Robert entraba en pánico, pensando: estoy abandonando a mi hija: me necesita y yo no puedo estar con ella. En realidad, era un padre maravilloso, que le leía cuentos antes de dormirse, oraban y cantaban canciones juntos. Pero él sentía su propio dolor en las lágrimas de su hija. Las heridas de Robert le impedían poner los límites correctos al deseo de Abby de que se quedara cantando y jugando: hasta el amanecer. En tercer lugar, la incapacidad para aceptar los límites ajenos puede reflejar una idolatría. Kathy se sentía dolida y aislada cuando su esposo no quería conversar de noche. Su silencio le producía un intenso sentimiento de alienación. Comenzó a preguntarse si los límites de su marido la estaban lastimando. El problema de fondo, más bien, radicaba en la dependencia de Kathy hacia su esposo. Su bienestar emocional dependía de que él estuviera a su lado todo el tiempo. Él tenía que proporcionarle todo lo que sus padres alcohólicos no le habían dado. Cuando él había pasado un mal día y no le quería hablar, el día de Karen se convertía en un desastre. Si bien nos necesitamos mutuamente, solo Dios es indispensable. Cuando un conflicto con una persona importante en nuestras vidas nos lleva al borde de la desesperación, es posible que estemos colocando a esa persona en el trono que solo le corresponde a Dios. Nunca deberíamos considerar a una persona como la fuente exclusiva del bien. Eso dañará nuestra libertad emocional y espiritual y nuestro desarrollo. Pregúntense: «Si la persona que no puedo aceptar que me diga que no muriera esta noche, ¿a quién recurriría?» Es fundamental que desarrollemos varias relaciones profundas e íntimas. Esto permitirá que los que nos rodean tengan libertad para decirnos que no sin sentirse culpables, porque tenemos algún otro lugar donde acudir. Cuando somos incapaces de aceptar que una persona nos diga que no, le hemos transferido el control de nuestra vida. Solo tienen que amenazarnos con distanciarse, y haremos lo que nos pide. Es bastante común en los matrimonios, donde uno de los cónyuges chantajea al otro con la amenaza de abandonarlo. No se puede vivir así, y tampoco resulta. El controlador seguirá alejándose cuando no se le contente. Y la persona sin límites continuará frenéticamente esforzándose para contentarlo. La obra del Dr. James Dobson, El amor debe ser firme, es un clásico que trata este problema de límites.2 En cuarto lugar, la incapacidad para aceptar los límites ajenos puede indicar que existe un problema para asumir la responsabilidad. Randy, que necesitaba un préstamo de su mejor amigo, ejemplifica este problema. Responsabilizaba a Pete de sus propios aprietos financieros. Algunas personas se acostumbran tanto a ser socorridas que comienzan a creer que su bienestar es problema de otro. Se sienten defraudados y no queridos cuando nadie los libera de sus contratiempos. No aceptan la responsabilidad de sus propias vidas. Pablo les habló con firmeza a los corintios en una carta que se perdió. Les puso límite a su rebeldía. Gracias a Dios, reaccionaron bien: Si bien los entristecí con mi carta, no me pesa. Es verdad que antes me pesó, porque me di cuenta de que por un tiempo mi carta los había entristecido. Sin embargo, ahora me alegro, no porque se hayan entristecido sino porque su tristeza los llevó al arrepentimiento. Ustedes se entristecieron tal como Dios lo quiere, de modo que nosotros de ninguna manera los hemos perjudicado. (2 Corintios 7:8-9) Los corintios respetaron, aceptaron y reaccionaron bien a los límites de Pablo, cualesquiera que hayan sido. Evidentemente asumieron la responsabilidad. Conviene recordar la Regla de Oro de Jesús: «Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes» (Mateo 7:12). Ponga en práctica esta regla cuando fije límites. ¿Quiere que sus límites sean respetados? Respete, pues, los límites de los demás. Mito 7: Los límites provocan sentimientos de culpa Edward sacudió su cabeza: «Hay algo en todo esto que no está bien para mí» dijo. «Mis viejos fueron siempre tan cariñosos y se preocuparon tanto por mí. Nos llevamos de maravilla. Y después…». Hizo una pausa, buscando las palabras. «Después conocí a Judy y nos casamos. Fue estupendo. Veíamos a mis viejos todas las semanas, y a veces más a menudo. Luego llegaron los hijos. Todo estaba bien. Hasta que tuve un ofrecimiento de trabajo en el otro extremo del país. Era el sueño de mi vida; Judy también estaba entusiasmada. »Sin embargo, fue a contarle a mis padres acerca del ofrecimiento y todo cambió. Comenzaron a hablar de la salud de papá; nunca me había dado cuenta que estuviera tan mal. Y de la soledad de mamá: que éramos la alegría de su vida… Y de todos los sacrificios que habían hecho por mí. »¿Qué hago? Es cierto… me dedicaron sus vidas. ¿Cómo puedo dejarlos a fin de cuentas?» Edward no es el único con este dilema. Uno de los obstáculos mayores para poner límites a los demás son nuestros sentimientos de obligación. ¿Cuánto les debemos a nuestros padres y a tantas personas que nos han tratado con amor? ¿Qué es lo correcto y lo bíblico? ¿Qué no lo es? Muchas personas resuelven el dilema evitando poner límites a las personas hacia quienes sienten una obligación. De ese modo, evitan los sentimientos de culpa que conlleva decirle que no a alguien que ha sido bueno con ellos. Nunca dejan su casa, nunca cambian de escuela ni de iglesia; tampoco cambian de ocupación ni de amistades. Ni siquiera cuando sería una medida madura. La idea es que como hemos recibido algo, debemos algo. El problema está en que se trata de una deuda inexistente. El amor que recibimos, o el dinero, o el tiempo, o cualquier cosa que nos haga sentir una obligación hacia alguien, debería aceptarse como un regalo. «Regalo» es algo sin ningún compromiso. Solo requiere gratitud. El que hizo el regalo no lo hizo pensando en recibir algo a cambio. Fue solo una expresión de amor, quería hacer algo por la persona… y punto. Así considera Dios su regalo de salvación. Le costó la vida de su Hijo. Fue movido por amor hacia nosotros. Nuestra respuesta debe ser aceptarlo, y ser agradecidos. ¿Por qué es tan importante la gratitud? Porque Dios sabe que nuestra gratitud por lo que ha hecho nos hará amar a otros: «Arraigados y edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud» (Colosenses 2:7). ¿Qué le debemos a los que han sido amables con nosotros, que nos han cuidado de todo corazón? Les debemos las gracias. Y con corazón agradecido, deberíamos salir y ayudar a otros. Debemos distinguir entre los que «dan para recibir» y los que dan desinteresadamente. Por lo general, es fácil ver la diferencia. Si el dador está dolido o enojado luego de un sincero agradecimiento, el regalo posiblemente fue un préstamo. Si la gratitud es suficiente, usted posiblemente recibió un legítimo regalo sin sentimientos de culpa adjuntos. Dios nos instruye sobre la separación del agradecimiento y los límites. En Apocalipsis, en las cartas a las siete iglesias, selecciona a tres (Éfeso, Pérgamo y Tiatira): 1. Elogia sus logros (gratitud). 2. Les dice que, a pesar de eso, tiene «algo contra ellas» (2:4,14,20). 3. Las enfrenta con su irresponsabilidad (los límites). No permite la confusión entre ambas cuestiones. Tampoco nosotros deberíamos permitirlo. Mito 8: Los límites son permanentes, y tengo temor de quemar mis naves «Pero, ¿y si cambio de parecer?» preguntó Carla. «Estoy segura que le pondré un límite a mi mejor amiga, y luego me dejará y se olvidará de mí.» Es importante comprender que su no le pertenece. Usted es dueño de sus límites. Los límites no son su dueño. Si pone límites a alguien, y la persona reacciona con madurez y comprensión, es posible negociar nuevamente el límite. Además, puede modificar el límite cuando se sienta más seguro. Cambiar y negociar nuevamente los límites tiene varios precedentes bíblicos: Dios decidió no destruir a Nínive, por ejemplo, cuando la ciudad se arrepintió (Jonás 3:10). Además, Pablo rechazó a Juan Marcos para un viaje misionero porque el joven lo había abandonado (Hechos 15:37-39). Sin embargo, años más tarde, Pablo solicitó la compañía de Juan Marcos (2 Timoteo 4:11). El tiempo estaba maduro para cambiar su límite. Como posiblemente habrá notado, algunos de estos mitos son evidentemente ideas falsas que usted puede haber aprendido a partir de enseñanzas erróneas. Otros, sin embargo, son simple resultado del temor a decidirse y decir que no a la responsabilidad no bíblica. Medite en oración en qué mitos está enredado y atrapado. Escudriñe la Escritura mencionada en este capítulo. Y pídale a Dios que le dé la certeza de que él cree más que usted en buenos límites.

Los límites apropiados no controlan, ni atacan ni lastiman a nadie. Solo protegen los tesoros de ser robados.Decirle que no a un adulto, con responsabilidad para satisfacer sus propias necesidades, puede causarle alguna molestia. Tendrá que buscar en otro sitio. Pero nadie saldrá herido. Este principio no se aplica solamente a quienes les gustaría manipularnos y controlarnos. También se aplica a las necesidades legítimas de los demás. Incluso cuando alguien tiene una dificultad valedera, hay momentos cuando no podemos sacrificarnos por uno u otro motivo. Jesús se alejó de las multitudes, por ejemplo, para estar a solas con su Padre (Mateo 14:22-23). 

En dichas situaciones, debemos permitir que cada uno asuma su responsabilidad y cargue su «mochila» (Gálatas 6:5) o que busque en otro lado donde satisfacer sus necesidades. Este es un punto crucial. Todos necesitamos algo más que a Dios y a un mejor amigo. Necesitamos un conjunto de relaciones de apoyo. Por una sencilla razón: tener más de una persona en nuestra vida permite que nuestros amigos sean humanos, que estén ocupados, que no siempre estén disponibles, que sufran y tengan problemas propios, que dispongan de tiempo para estar a solas. De ese modo, cuando no podemos contar con una persona, tendremos otro número telefónico para llamar, otra persona que nos pueda dar algo; y no quedaremos cautivos de los conflictos de horario de una sola persona.

A Dios no le preocupa que sus límites nos lastimen. Sabe que debemos asumir la responsabilidad de nuestras vidas, cuando nos dice no, nos ayuda precisamente a asumirla. 

Mito 5: Poner límites significa que estoy enojado

 Brenda por fin había juntado el coraje para decirle a su jefe que si no le pagaba horas extra, no iba a trabajar más los fines de semana. Había solicitado una reunión, y le había ido bien. Su jefe había sido comprensivo, y la situación estaba siendo solucionada. Todo había salido bien, excepto por dentro. Comenzó de manera bastante inocua. Brenda había listado los puntos con respecto a su situación laboral y había presentado sus puntos de vista y sugerencias. Pero por la mitad de su presentación, había sido sorprendida por una sensación de rabia gestándose por dentro. Sus sentimientos de ira e injusticia habían sido difíciles de disimular. Se le habían colado en un par de comentarios sarcásticos sobre «el golf de los viernes» de su jefe; comentarios que Brenda no había tenido la más mínima intención de hacer. Sentada en su escritorio, Brenda estaba confundida. ¿De dónde había salido tanta ira? ¿Era ella «esa clase de persona»? Posiblemente la culpa fuera de esos límites que había estado poniendo. Es un secreto a voces que muchas veces cuando las personas comienzan a decir la verdad, a poner límites, a asumir responsabilidad, un «nubarrón de enojo» se cierne sobre ellas por un tiempo. Se vuelven muy susceptibles y fácilmente se ofenden; descubren que pierden los estribos con tanta facilidad que las asusta. Sus amistades comentan: «Ya no eres la persona amable y agradable que conocíamos.» La culpa y la vergüenza que estos comentarios generan los pueden confundir aún más. ¿Acaso los límites generan ira? De ningún modo. Este mito es una interpretación equivocada de las emociones en general, y de la ira en particular. Las emociones, o los sentimientos, cumplen una función. Nos dicen algo. Son una señal. Nuestras emociones «negativas» nos dicen cosas: el temor nos advierte del peligro, nos dice que debemos tener cuidado; la tristeza nos dice que hemos perdido algo, una relación, una oportunidad, una idea. La ira también es una señal. Como el temor, la ira nos advierte del peligro. Sin embargo, en lugar de estimularnos a retirarnos, la ira nos indica que debemos avanzar para enfrentar la amenaza. La rabia de Jesús cuando el templo fue profanado es un ejemplo de cómo opera este sentimiento (Juan 2:13-17). La ira nos advierte que se han violado nuestros límites. Funciona como los radares del sistema de defensa de una nación: son un «sistema de alerta temprana», que nos advierte del peligro de ser heridos o controlados. «¡Por eso es que siento tanta hostilidad hacia los vendedores insistentes!» exclamó Carl. No podía entender por qué le costaba tanto amar a los vendedores que no aceptaban que les dijera que no. Querían invadir sus límites financieros, y la ira de Carl sencillamente estaba cumpliendo su tarea. La ira también nos da un sentido de poder para solucionar los problemas. Nos proporciona la energía para proteger nuestra persona, a nuestros seres queridos y a nuestros principios. De hecho, una ilustración muy común del Antiguo Testamento es comparar una persona con ira a alguien que «resopla por la nariz».1 Imagínese un toro en el ruedo, resoplando y dando patadas, acumulando fuerzas para atacar, y lo entenderá. Sin embargo, al igual que con todas las emociones, la ira no tiene sentido de la oportunidad. La ira no se desvanece automáticamente si el peligro pasó hace dos minutos, ¡o hace veinte años! Debe ser procesada debidamente. De lo contrario, la ira seguirá latente. Eso explica por qué las personas cuyos límites han sido lesionados se sienten espantadas de la rabia que sienten en su fuero interno cuando comienzan a poner límites. No se trata de «ira nueva», más bien es «ira vieja». Son años de «no» nunca articulados, nunca respetados, nunca atendidos. La protesta contra toda la maldad y violación de nuestras almas está latente dentro de nosotros, esperando poder decir su verdad. La Escritura nos dice que la tierra tiembla cuando «el siervo llega a ser rey» (Proverbios 30:22). La única diferencia entre el siervo y el rey es que uno no tiene ninguna opción y el otro tiene disponibles todas las opciones. Cuando se le entrega de pronto mucho poder a una persona que estuvo toda su vida cautiva, se convierte en un tirano furioso. Años de violaciones continuas a los límites generan mucha ira. Es muy común que las personas cuyos límites han sido lastimados se «pongan al día» con su ira. Necesitan tiempo para examinar pasadas violaciones a sus límites de las que nunca se habían dado cuenta. La familia de Nathan era la familia perfecta del pequeño pueblo. Sus compañeros lo envidiaban, y le decían: «Tienes suerte de tener padres tan cariñosos —a los míos poco les importa lo que hago.» Sintiendo una gratitud enorme por su familia tan unida, Nathan nunca notó que su familia controlaba muy cuidadosamente las diferencias y desavenencias. Nunca nadie realmente estaba en desacuerdo o defendía sus valores o sentimientos. «Siempre pensé que el conflicto era una pérdida del amor» decía. No fue hasta que el matrimonio de Nathan comenzó a deteriorarse, que él comenzó a cuestionarse su pasado. Bastante ingenuo, se había casado con una mujer que lo manipulaba y lo controlaba. Después de varios años de casado, se dio cuenta que tenía serios problemas. Pero para su sorpresa, no estaba solo enojado consigo mismo por haberse metido en ese lío, sino que también estaba enojado con sus padres por no darle los instrumentos que le hubieran servido para vivir mejor. Como verdaderamente amaba la calidez de su familia, donde se crió, Nathan se sentía culpable y desleal cuando recordaba cómo sus intentos por separarse de sus padres y fijar sus propios límites fueron constantes y cariñosamente frustrados. Mamá lloraba porque discutía todo. Papá le decía a Nathan que no le causara disgustos a su madre. Y los límites de Nathan permanecieron inmaduros e inútiles. Cuanto más apreciaba el precio que ahora debía pagar, más rabia sentía. «Hice mis propias opciones en la vida» dijo. «Pero mi vida hubiera sido mucho mejor si me hubiesen enseñado a decir que no a la gente». ¿ Nathan se enojó con sus padres para siempre? No, y tampoco debiera usted. A medida que afloren los sentimientos hostiles, tráigalos a la relación. Confiéselos. La Biblia nos dice que, para ser sanados, debemos admitir nuestras limitaciones (Santiago 5:16). Experimente la gracia de Dios a través de quienes lo aman durante su ira. Es el primer paso para superar la ira pasada. El segundo paso es reparar el alma. Asuma la responsabilidad de sanar los «tesoros» que pueden haber sido violados. En el caso de Nathan, su sentido de autonomía y seguridad personal habían sido muy lesionados. Tuvo que practicar por mucho tiempo para recuperar esos sentidos en sus relaciones primarias. Pero a medida que se iba sanando, menos ira sentía. Por último, el desarrollo de un sentido de límites bíblicos, aumentará su seguridad presente; aumentará su confianza. El temor a otras personas lo esclavizará menos. En el caso de Nathan: puso mejores límites con su esposa, y su matrimonio mejoró. En la medida que desarrolle mejores límites, tendrá menos necesidad de ira. Se debe a que, en muchos casos, la ira era el único límite que tenía. Una vez que cuenta con su «no» intacto, no tiene más necesidad de esta «alerta de ira». Puede ver cuando se aproxima el mal y sus límites le permiten evitarlo. No tema la ira que descubre al comenzar el desarrollo de sus límites. Son los antecedentes del alma protestando. Estos antecedentes deben ser revelados, comprendidos y amados por Dios y los demás. Después, asuma la responsabilidad de sanarlos y desarrollar mejores límites. Los límites disminuyen la ira Un importante corolario sobre la ira: cuanto más bíblicos sean nuestros límites, ¡menos ira experimentaremos! Los individuos con límites maduros son las personas menos enojadas del mundo. Mientras que los que recién comienzan a trabajar con los límites ven aumentar su ira, esta desaparece cuando los límites crecen y se desarrollan. ¿Cuál es el motivo? Recuerden que la ira funciona como un «sistema de alerta temprana». La sentimos cuando nuestros límites son violados. Si podemos evitar la violación de los límites, la ira es innecesaria. Usted tendrá más control sobre su vida y sus valores. Tina estaba resentida porque su esposo llegaba todas las noches cuarenta y cinco minutos tarde para la cena. Le daba mucho trabajo mantener la comida caliente, los niños estaban irritables y con hambre, y el horario para el estudio se desbarataba. Las cosas cambiaron, sin embargo, cuando comenzó a servir la cena a su hora, estuviera o no su esposo. Cuando él llegaba a casa tenía que recalentarse las sobras congeladas y comerlas solo. Tres o cuatro de estas «sesiones» fueron suficientes para que el marido de Tina saliera del trabajo más temprano. Los límites de Tina (comer con los niños a su hora) la ayudaron a no sentirse violada ni víctima. Satisfizo sus necesidades, las necesidades de sus hijos, y dejó de enojarse. El viejo dicho: «No se enfaden. Hagan un ajuste de cuentas» no es correcto. Es mejor decir: «No se enfaden. ¡Pongan un límite!

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