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ABANDONO: ORÍGEN

 ¿Cuál es el origen de la trampa vital de abandono?

   El abandono es normalmente una trampa vital pre verbal: empieza en el primer año de vida, antes de que el niño desarrolle el lenguaje (se dan algunas excepciones de desarrollo más tardío, siendo la trampa vital menos grave). En estos casos el abandono empieza muy pronto, antes de que el niño tenga palabras para describir lo que ocurre y, por ello, en la vida adulta puede que no haya pensamientos conectados a esta trampa vital.

   El inicio temprano de la trampa vital comporta intensos sentimientos asociados. Una persona con un abandono grave responde hasta en las breves separaciones con los mismos sentimientos de un niño pequeño que ha sido abandonado.

   La trampa vital del abandono se pone en funcionamiento principalmente en las relaciones íntimas y no es tan evidente en los grupos ni en las relaciones fortuitas. Las activaciones más intensas se producen ante las separaciones de alguien querido. 

   Para que el abandono como trampa vital se ponga en funcionamiento no hace falta que estemos ante separaciones reales ni tampoco tienen por qué ocurrir a nivel físico. La persona que sufre el abandono suele ser demasiado sensible y con frecuencia interpreta intentos de abandono en comentarios inocentes. La pérdida o una separación real como el divorcio, un traslado, un viaje o la muerte son otros ejemplos de activaciones muy intensas.

   Es frecuente que te sientas emocionalmente abandonado. Esto ocurre cuando tu pareja está aburrida, distante, momentáneamente distraída o más atenta a otras personas. Quizá tu pareja sugiera un plan que indique pasar un breve tiempo separados. Todo lo que te haga sentir que pierdes esa relación puede poner en funcionamiento la trampa vital, independientemente de si existe el peligro real de una pérdida o de abandono.

El ciclo del abandono

   Si la separación dura lo suficiente para que la trampa vital se active, la experiencia progresa hacia un ciclo de emociones negativas tales como el miedo, la tristeza y la ira. 

   Primero tienes un sentimiento de pánico, como si fueras un niño pequeño que se queda solo o que se pierde en un supermercado, sin encontrar a su madre. Te sientes desesperado: “¿Dónde está?, ¡estoy completamente solo!, ¡estoy perdido!”. La ansiedad puede aumentar hasta tener una crisis de pánico y durar horas, incluso días. Sin embargo, si la ansiedad continúa el tiempo suficiente, ésta se desvanece progresivamente hasta que se produce la aceptación de que la persona se ha ido. Entonces experimentas tristeza por tu soledad, como si nunca fueras a recuperar a la persona perdida. Esta tristeza puede evolucionar hacia una depresión. Finalmente, cuando la persona vuelve, te enfadas con ella por haberte abandonado y contigo por necesitarla tanto.

   Al hablar sobre los orígenes de las trampas vitales debemos centrarnos principalmente en las características del entorno de los niños.

   Los investigadores han observado que algunos bebés reaccionan a la separación mucho más intensamente que otros, lo que nos sugiere que algunas personas están biológicamente predispuestas a desarrollar la trampa vital del abandono.

   La forma en que respondemos a la separación de la persona que cuida de nosotros parece en parte innata. La separación de la madre es un tema vital para el recién nacido. En el mundo animal, las crías dependen de las madres para sobrevivir y si una cría pierde a su madre, normalmente muere. Los niños pequeños muestran conductas similares cuando se separan de sus madres; lloran y muestran signos de malestar.

Bowlby estudió los bebés y los niños pequeños que estaban temporalmente separados de sus padres. La observación reveló que todos los bebes mostraban tres fases en el proceso de separación:

1.      Ansiedad. 

2.      Desesperación 

3.      Desapego

   Los niños protestan y muestran ansiedad. Buscan a sus madres y parecen inconsolables, a pesar de que otras personas les intente aliviar. Mostraban instantes de ira hacia sus madres, pero cuando el tiempo pasaba y éstas no venían, se resignaban y entraban en un período de depresión.

En esta fase están apáticos y aislados, y se mostraban indiferentes a los intentos de las personas de relacionarse emocionalmente con ellos. Sin embargo, si pasaba el tiempo suficiente, los bebés salían de su período de depresión y formaban otros vínculos.

Si la madre volvía, el bebé entraba en la tercera fase, el desapego, y estaba frío con ella o no mostraba ningún interés. Sin embargo, si el tiempo pasaba, el desapego del niño desaparecía y el volvía a vincularse a su madre de nuevo. El bebé se volvía más apegado y ansioso cuando su madre se ausentaba, lo que Bowlby denomina “la vinculación ansiosa” hacia la madre.

Bowlby afirma que este patrón de ansiedad, desesperación y desapego es universal. Ésta es la respuesta que todos los niños pequeños muestran cuando se separan de sus madres. Asimismo, esto ocurre en todo el reino animal. No sólo los humanos sino también los recién nacidos de todas las especies animales muestran el mismo patrón. Por tanto, se trata de una conducta universal que implica una predisposición biológica.

Emociones similares entre el proceso de separación de Bowlby y el ciclo del abandono

   Entre ambos existen emociones similares: ansiedad, tristeza e ira.

   Algunas personas, parecen nacer con la capacidad de experimentar este ciclo de emociones con un nivel de intensidad mayor al que es habitual. Cuando se produce la separación, la ansiedad, el dolor y la ira que sienten es tan intensa que son incapaces de tranquilizarse por sí mismos y se sienten totalmente desunidos y desesperados. Pueden distraerse de estos sentimientos por poco tiempo, ya que, si la persona no está presente, no se sienten tranquilos y seguros. Son extremadamente sensibles a la posibilidad de perder a quienes quieren. Sus relaciones con los demás son profundas -es uno de sus premios-, pero no toleran la soledad.

   Las personas que responden a la separación de esta manera tan intensa y que son incapaces de tranquilizarse ante la ausencia de un ser querido, es posible que tengan más probabilidades de desarrollar el abandono como trampa vital. 

   No todas las personas que tengan predisposición biológica desarrollarán esta trampa vital, dependerá del ambiente de los primeros años de infancia. Si ha tenido relaciones emocionales estables en la infancia, particularmente con su madre, pero también con otras personas importantes, podría no desarrollar la trampa vital. En cambio, en ciertos ambientes inestables o de muchas pérdidas, aunque uno no esté biológicamente predispuesto, puede desarrollar la trampa vital.

   No obstante, es más probable que una persona con esta tendencia biológica ponga en funcionamiento la trampa vital con un trauma de menor intensidad y que el terapeuta se dedique a examinar en vano el pasado del paciente sin encontrar motivos que justifiquen el trauma.

   La muerte de un padre, las enfermedades, la separación y el divorcio pertenecen a la misma categoría de relaciones importantes que terminan en separación. La pérdida de un padre es especialmente devastadora en el primer año de vida: cuanto más pronto sea la pérdida, más vulnerable es el niño y más potente será la trampa vital.

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