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Psicóloga María Jesús Suárez Duque MALTRATO ADULTO ACOSO MORAL Acosando en la intimidad ¿masoquismo?

Acosando en la intimidad ¿masoquismo?

El maltrato dentro de la pareja y la violencia de género son dos temas en boga, en la actualidad. El maltrato psicológico puede tener múltiples formas porque es camaleónico. Se sirve de varios registros distintos para hacerse efectivo. A veces, incluso los terapeutas nos sorprendemos de las formas tan sutiles con las que un miembro de la pareja puede someter a acoso a otro.

Una de las más comunes es la de cortocircuitar la comunicación y hacer lo que le venga en gana al otro, por ejemplo, comprar tal o cual artículo de importancia que impacta en la economía familiar, irse sin comentar nada a una excursión o asunto de trabajo, ausentándose sin explicación alguna...

Una de las herramientas fundamentales, tanto en el acoso como en el maltrato físico, reside en la manipulación económica, circunstancia en la que por lo general es la mujer la víctima (pero no siempre, puesto que el varón también puede sufrirlo). El hombre maneja la circunstancia argumentando: “yo soy el que trae el dinero a esta casa”, “sin mí, no puedes hacer nada”, “yo gano más que tú, así que se hará lo que yo diga”.

Si no hay una independencia económica clara, el dinero y los bienes se instrumentalizan y el otro no puede hacer nada ni comprar nada; el acosador sí. Es el agravio comparativo del acoso moral. De igual modo, la mujer golpeada, sin una ayuda institucional correcta y competente, no puede salir de ese entorno porque si no hay quien la ayude y apoye económicamente para que al menos haya un lugar adónde ir ¿cómo va a poder salir de esa situación?

Hay quien argumenta que a la mujer maltratada se le ofrece una circunstancia de beneficio secundario, en la cual obtiene algo positivo para ella de ese maltrato, aunque sólo sea satisfacer sus impulsos masoquistas. Para Hirigoyen, esto no es así en absoluto; constituye un injusto reduccionismo psicoanalítico, porque así la víctima se convierte en cómplice. Todo es discutible. Hay situaciones en que la apreciación de la autora es acertada y la víctima no es cómplice, sino que incluso puede sentirse como verdugo por ese mecanismo por el cual el perverso narcisista sugestiona al otro haciéndole pensar que es un monstruo y que lo que se produce es por culpa suya. Además, si observamos la situación podemos ver que la causa económica que acabo de exponer no tiene nada que ver con el masoquismo.

Si esa persona no tiene posibilidades de que le den trabajo o de que la ayuden económicamente, no podrá independizarse y por tanto ¿Qué solución le queda para salir de esa circunstancia en la que vive? 

Desgraciadamente si el estado no pone más medios para evitar esta situación se seguirá sufriendo mucho el maltrato en silencio. Por supuesto, hay hombres y mujeres que se niegan a abandonar la situación porque creen que eso es lo mejor para sus hijos, y prefieren preservar su sufrimiento si a cambio la familia permanece unida, aunque haya maltratos de por medio. Es el modo de vida que algunos prefieren tomar, cuando es bastante cuestionable que sea mejor esto para los hijos que una separación de la pareja.

Para Hirigoyen en los casos de acoso moral no hay masoquismo porque la persona al salir de esa situación se siente aliviada y liberada, sin embargo, a Guerra no le parece este un buen criterio de diferenciación, puesto que considera que las personas masoquistas, cuando rompen con esa circularidad, también se sienten aliviadas y libres, han descubierto lo que les supone abandonar su beneficio secundario, y han aprendido también a valorarse más a sí mismas y a no pagar altos precios por obtener nimios resultados afectivos. Con ello, se puede concluir que, si bien no hay en todos los casos de acoso moral masoquismo, tampoco se puede decir que no lo hay en ninguno.

Hirigoyen dice respecto del masoquismo: ¿cómo se explica que desaparezca una vez que la víctima se ha separado de su agresor? (1998, p. 125). Guerra le responde, por un lado, que aunque parezca que ha desaparecido, no tiene por qué, puesto que más tarde puede buscar una relación de pareja o de amistad que nuevamente le vuelva a someter, no es oro todo lo que reluce, cualquier persona puede hacer ver que ha desaparecido un síntoma en ella y ser sólo una ilusión.

Por otra parte, ese masoquismo, si luego no se encontrara, es decir, hubiera desaparecido a lo largo de toda la vida de esa persona, puede que sea porque se ha elaborado la función que tenía en la economía energética de esa persona, bien sea mediante un proceso de psicoterapia o por ella misma (aunque esto es más complicado, por lo cual se tendría que presuponer una gran inteligencia y unas cuantas porciones sanas en su yo).

Es decir, que ha valorado lo que le cuesta esa relación y por qué gasta energía (de ahí que utilice la metáfora económica) en esa relación, ver por qué engancha de modo neurótico con esa u otra situación relacional

Freud en El problema económico del masoquismo (1924) explica cómo en el masoquismo moral es fundamental que haya un sentimiento inconsciente en las personas de culpabilidad, el cual les puede llevar a una necesidad de castigo.

Según Hirigoyen los perversos narcisistas, a la hora de poder llevar a cabo con guante blanco su acoso moral, tienen una especial facilidad para detectar y explotar esas características negativas de tendencia destructiva de las personas.

Por su parte, la autora argumenta que no se trata de masoquismo moral dado que las víctimas no muestran quejas como en los casos de Freud, sino que en un principio se hallan llenas de vida, como sin darse cuenta de lo que pasa, pero como ya sabemos la negación y la formación reactiva son bravos aliados cuando las cosas se ponen mal. Así, las víctimas pueden dar la sensación de que todo va bien, quizá no quieren ver el proceso que se ha puesto en marcha y/o no quieren pensar sobre cuál será, a buen seguro, el negativo pronóstico de la situación.

Aunque la víctima parezca encontrarse bien en la situación no tiene por qué ser realmente esto así, pudiendo simplemente estar poniendo buena cara ante el mal tiempo; es decir, simbolizado ante la tremenda tiranía de quien sin escrúpulo maltrata y propone la intensidad y el ritmo de la relación a su antojo.

La última explicación a la pregunta abierta que deja Hirigoyen es que puede que efectivamente en esa persona no hubiese rasgos de masoquismo; simplemente, estaba engañada y había visto en el otro miembro un precioso envoltorio que escondía un dulce envenenado y dañino. Y puede ser, no discuto, que en la mayor parte de los casos que la autora describe, así sea, pero ha de reiterarse que no siempre ha de ser de este modo descrito.

Completando todas estas cuestiones, se ve cómo en ocasiones la mujer o el hombre sí que se pueden independizar económicamente y/o recibir ayuda de amigos o familiares. Sin embargo se hallan a gusto en la situación y no hacen nada por romperla. Hay un claro maltrato psicológico, pero todo se racionaliza viendo las partes buenas del otro y de la situación. Craso error, dado que esto se irá haciendo cada vez más rígido y problemático.

En 1920, Freud ya ofreció una explicación de por qué las personas repetimos las situaciones conflictivas durante nuestra vida. Con el concepto de compulsión a la repetición, menciona aquella circunstancia por la cual, de manera inconsciente, las personas reeditamos experiencias del pasado actualizándolas en momentos presentes de la vida. Así, el hombre que tuvo una madre incapaz de cuidarlo adecuadamente, tiene por novia a una alcohólica para dejarla y casarse con una ludópata; tipos de mujeres que siguen sin poder tener capacidad de atenderse y cuidarse a sí mismas y, por supuesto, sin poder hacerlo con el sufrido marido.

Relacionado con este concepto encontramos el efecto Zeigarnick, que consiste en intentar solucionar o acabar con lo inacabado en el campo de los afectos. Así, hay un constante intento de finalizar la tarea de búsqueda afectiva que no se dio (o aunque se diera, no se percibió o no se supo pedir en condiciones) y que se trata de llevar a cabo en las relaciones posteriores, para rellenar el vacío sentido. Es como si tuviéramos un cesto y en él pretendiéramos que los demás nos metieran esos afectos que anhelamos.

Así, ocurre que hay quien consciente o inconscientemente se pone a mendigar afectos, de modo que intenta que se eche en el cesto aquello que siempre quiso tener en relación con los cariños y las atenciones, para rematar una situación que es percibida y sentida como inacabada. Esta coyuntura descrita, es por regla general, y tal como supondrá, bastante “oral”, en cuanto a que es una situación particular basada en obtener siempre algo de los demás.

Conclusión

Si bien en ocasiones no se puede ser estricto e inflexible, dictaminando que todo el que se encuentra en una situación de maltrato, por el hecho de continuar en ella, es una persona masoquista que obtiene beneficios varios por esa situación, tampoco se pueden descartar estas hipótesis en ciertas ocasiones, porque se puede dar el caso de quien pague un alto precio en su relación –el maltrato–, por obtener esporádicamente dosis de afecto aisladas que le dan la sensación de cariño, de ese afecto que nunca se obtuvo en realidad.

De hecho, muchos acosadores/as morales en el principio de la relación se mostraron más afectivos, sedujeron con diversas tretas a la otra parte de la pareja haciendo que confiara ciegamente en el perverso. La persona que demanda afectos (que quieren que le llenen su cesta vacía) muy pronto quedará prendada, es fácil de seducir, sin sospechar siquiera el alto precio que tendrá que pagar por todo ello.

Ahora bien, tampoco es justo decir, “bueno, si ha sido acosada y maltratada es, en realidad, porque lo deseaba, necesita eso para alimentar su patología”, puesto que estamos hablando, en definitiva, de víctimas que pagan sus desajustes psicológicos muy caros, y no es de recibo el decir que si sufren es por culpa suya. De modo total, el maltratador influye con múltiples tretas y engaños para que la víctima pique el anzuelo para ser pescada y ahogarse poco a poco en la situación.

La intimidad del acoso no se remite solamente a la pareja. Como podrá suponer, esto también puede darse de modo global en la familia, es por ejemplo, el caso de uno de los padres, de los hijos o abuelos que funcionan de chivo expiatorio y que parecen tener la culpa de todo lo que ocurre en el seno familiar, así, por ejemplo, una hija que no estudia puede ser la causa de todos los males familiares, un padre en paro puede ser tratado como un incompetente que no puede mantener al resto de la familia, o un abuelo cansado por su vejez, un objeto senil que sólo estorba en el ambiente.

Muchos de los pacientes adultos que tienen problemas psicológicos han sido niños maltratados psicológicamente, a los que se les negó muchas veces el cariño. Se les dio más responsabilidad de la que tenían para luego decirles que lo hacían mal y se les chantajeaba afectivamente, entre otros ejemplos; todo ello aderezado con una cruda forma de comunicación, violenta cuando era manifiesta y negada cuando era necesitada.

Y esto constituye en toda regla el acoso moral: el maltratar psicológicamente sin que haya por medio claras agresiones verbales (ni castigo físico). Una circunstancia en la que parece que todo se hace por el bien de los hijos, cuando en realidad se les está proyectando todos los miedos e incompetencias propias de quien maltrata, así sin más y de modo gratuito. Eso sí siempre con la premisa de que para remate la víctima es el culpable de lo que ocurre.

Otras formas también crudas de acoso moral son las que describe Hirigoyen (1998, p. 46) relacionadas con las temáticas sexuales. Sin que llegue a haber un abuso sexual, sí que puede haber un claro maltrato psicológico por mediación de la temática sexual. La autora habla del incesto blandobasándose en una expresión de Racamier, denominada incesto latente (1995).

Estas circunstancias remiten a condiciones tan distintas como el de la madre que le cuenta a una hija de 12 años los problemas sexuales de su marido, comparando sus atributos sexuales con los de otros hombres con los que se ha acostado, o del padre o la madre que lleva a su niño para que le sirva de coartada cuando va a mantener relaciones sexuales con sus amantes.

Además de constituir hechos totalmente horripilantes y traumáticos, no son fácilmente patentes en cuanto a que constituyan pruebas claras en el plano jurídico, aunque sí puedan desencadenar tremendos problemas psicológicos, puesto que –como en todas las facetas del acoso moral–, el que lo lleva a cabo siempre está actuando de una forma latente, pero nunca se manifiesta abiertamente como un maltratador.

 Bibliografía

Guerra, L. (s.f.). Tratado de la insoportabilidad la" envidia y otras "virtudes" humanas. Desclëe de Brouwer.

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