La identificación proyectiva
La identificación proyectiva es fundamental en todos los enfoques de relaciones objetales de la terapia de pareja (RUSZCZYNSKI, 1993; SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992). Va más allá que la transferencia y se considera un proceso básico en el conflicto de pareja. La identificación proyectiva es un proceso inconsciente que implica una proyección individual de parte de uno mismo en la otra persona y para después inducirle a comportarse en consecuencia con la proyección realizada (SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992; SOLOMON, 1989). Esta parte puede ser buena o mala (enojada, hostil, persecutoria o despreciable). La persona receptora se identifica con algún aspecto de la proyección y se ve empujada a comportarse de acuerdo con él. Pero la persona que
proyecta también puede empezar a identificarse con lo que ha proyectado, que puede ser una parte de sí misma o un aspecto de un objeto; por ejemplo, la proyección puede ser una autorrepresentación, como la de un niño necesitado y débil, o una parte de un objeto parental, como la de una madre arisca y dominante (FISHER, 1999; SCHARFF y SCHARFF, 1991). En estos procesos, los miembros de la pareja se cambian mutuamente. Y más aún, las parejas normalmente participan de identificaciones proyectivas mutuas, de modo que éstas van en ambos sentidos (SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992). Para
esclarecer este mecanismo un tanto complicado, veamos un ejemplo:
Amanda es una persona de 40 años, insegura y con una autoestima baja. Creció en una familia donde no se le prestaba ninguna atención, debido a la estrecha unión entre su hermana mayor y su madre. Ésta era una persona siempre abstraída en sus cosas, el padre no pasaba mucho tiempo en casa, por lo que Amanda creció sin mucho cariño y apoyo. Se casó con Alex a los veintitantos, en parte porque éste era una persona segura de sí misma y parecía tener claro cuál era su meta en la vida. Hoy, Amanda piensa que Alex es dominante y no atiende a su necesidad de aliento y retroalimentación positiva. Proyecta en él la desatención de su madre y luego suplica cada vez más que se la convenza de su valía personal y sus capacidades. La petición constante de aliento y ánimo exaspera a Alex y lo lleva a alejarse de Amanda, y a decirle que quiere que sea más independiente.
Alex, atareado en labrarse una carrera profesional, en parte se identifica con la madre, que quería que su hija fuera independiente para ella poder seguir con su vida y acusa a Amanda de ser una persona “necesitada”. Así, ella siente la misma soledad y falta de atención que experimentaba de niña. En un intento desesperado por comprometer a Alex, se enfada y lo acusa de ser egoísta y distante, y de que no la quiere. La discusión sobre este tema siempre es acalorada y cuando termina, ambos se preguntan si no estarían mejor separados.
Es como si lo que uno no puede tolerar o teme mucho de sí mismo se colocara en el otro, donde es objeto de todos los ataques. Estos procesos ayudan a explicar el alto grado de reactividad emocional tan frecuente en las parejas con problemas.
FISHER (1999) destaca dos tipos de proyecciones:
1) Los aspectos subjetivos de uno mismo como la ira, el enfado, el sadismo y la manía persecutoria; y
2) Los objetos interiores que consisten en figuras que habitan el mundo interior, como la pareja parental interiorizada, un padre maltratador o una madre ensimismada y distante.
Sostiene que lo que empuja a atacar o contraatacar es la interacción entre estos aspectos subjetivos y los objetos interiorizados de uno mismo. Este proceso puede conducir a proyecciones y contraproyecciones más persistentes y malignas, por las que la pareja entra en un círculo vicioso de ataque y contraataque. Un proceso que puede desembocar en la experiencia de mutua aversión, bastante común en las parejas que no pueden separarse pero que siguen unidas en el desprecio o el odio mutuos (FISHER, 1999; SOLOMON, 1989). No se pueden separar porque cada uno arrastra los rasgos inaceptables del otro y debe mantenerlo cerca para
mantener el control.
Desde la perspectiva de las relaciones objetales, el objetivo fundamental de la terapia de pareja es ayudar a cada persona a reconocer y recuperar las partes perdidas que se han proyectado a la otra parte de la pareja (FISHER, 1999; SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992). Esto significa que la persona debe resolver el conflicto interiormente y empezar a ver por qué estos aspectos de sí misma le resultan tan intolerables. Cuando esto se produce y las proyecciones se reintegran, hay mayor probabilidad de que la pareja pueda volver a una situación más equilibrada. En este sentido, el objetivo no es ayudar a la pareja a resolver el conflicto exterior, sino a que lo afronten integrando sus proyecciones (FISHER, 1999). Esto se consigue mediante la interrupción de los ciclos destructores negativos y la manifestación de una comprensión empática de los sentimientos y las experiencias de cada miembro de la pareja (SIEGEL, 1992). Los
conflictos seguirán, como ocurre en todas las parejas, pero lo que cambia es la capacidad de abordarlos, entenderlos y resolverlos. Una vez que se integran las proyecciones, deja de existir la amarga intensidad que anteriormente hacía que el conflicto fuera tan difícil de solucionar.
Lo ideal es que, cuando la pareja es capaz de reflexionar conjuntamente sobre su experiencia emocional, en lugar de intentar controlarse mutuamente mediante indiscretas proyecciones o el abandono emocional, podamos pensar que también está preparada para prescindir de la terapia. Es de esperar que la pareja haya llegado a un punto donde sean capaces, en la dinámica de su relación, de dejar al otro una libertad emocional que o bien convierta la continua presencia amorosa del otro en un regalo, o bien le permita irse para que pueda iniciar una nueva relación. (FISHER, 1999, pág. 283.)
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