Las relaciones objetales internas
Una piedra angular de la teoría de las parejas de relaciones objetales es el desarrollo de unas relaciones objetales internas, de gran importancia en los vínculos inconscientes de la pareja. Éstas indican que todos tenemos expectativas sobre la forma de relacionarse con las demás basadas en nuestras experiencias pasadas.
Las primeras relaciones con los padres, hermanos, abuelos y profesores dejan su sello en forma de objetos internos: representaciones mentales de los demás y de nosotros mismos (DICKS, 1967; DONOVAN, 2003; SCHARFF y SCHARFF, 1991; SIEGEL, 1992).
El término “objetal” es un tanto desafortunado, pero quiere transmitir la idea de que la otra persona es receptora de las necesidades, los conflictos y los deseos inconscientes que se le dirigen (RUSZCZYNSKI, 1993). De esta forma, la idea de objeto deja claro que la experiencia de otro no es simplemente interpersonal, sino que tiene también una dimensión intrapsíquica. Estas imágenes suelen ser no conscientes, aun así dirigen nuestras expectativas, reacciones y conducta hacia los demás, en particular en las relaciones íntimas.
Por ejemplo, si nuestros padres albergaron grandes expectativas en el campo académico y en el social, y fueron personas muy severas, podemos esperar que nuestra pareja sea crítica ante actuaciones que no sean del todo perfectas, y que pueda juzgar nuestros errores también con severidad. También cabe esperar que el amor solo sea posible si va acompañado de logros en el ámbito laboral o social. Es decir, nuestro objeto interno sería el de un progenitor severo y crítico y nos llevaría a desarrollar expectativas tanto sobre los demás como sobre nosotros mismos.
Cuando existe excesiva ira, ansiedad o culpa, el niño reprime la relación objetal hacia el inconsciente (DICKS, 1967). Esta relación objetal incluye un afecto, un objeto (otra persona o parte de otra persona) y una autorrepresentación. FAIRBAIRN (1952) señala que el niño reprime las relaciones objetales libidinosas, basadas en experiencias sexuales o amorosas frustrantes, y las relaciones objetales antilibidinosas, las basadas en experiencias peligrosas, de rechazo y de abandono con objetos importantes. Actualmente, los autores suelen referirse a ellas como las partes libidinales y antilibidinales del yo y de los objetos (SCHARFF y SCHARFF, 1998).
Los niños reprimen estas relaciones de objeto porque son demasiado agobiantes para poder integrarlas en el yo consciente. Por ejemplo, un niño como Don, siente cólera (un afecto) ante el rechazo y la actitud crítica de su padre (un objeto); y porque se le obliga a sentirse como una persona débil y que no se hace querer (autorrepresentación). Pero esta experiencia de rechazo es demasiado difícil de resistir, por lo que la reprime y piensa en sus padres como unos padres normales que hicieron cuanto pudieron.
DICKS (1967) sostiene que los objetos reprimidos o las experiencias de relación objetal emergen de nuevo en la relación de pareja, en el momento en que cada uno de sus miembros intenta conseguir que el otro satisfaga las necesidades reprimidas por las experiencias de la infancia.
Cuando el marido experimenta el malestar de su esposa por su continua impuntualidad, vuelve a verse como alguien débil e indigno de ser querido y sus reacciones consisten en arremeter contra ella o retraerse. Es como si su esposa se convirtiera en su despectivo padre que la abandona. Esta relación de objeto roto sigue cargada de energía psíquica, porque nunca se ha analizado lo suficiente para que forme parte del yo consciente. Como ocurre con la mayoría de las experiencias de relación objetal reprimida, trata de abrirse paso para expresar la furia que implica. Una vez que arranca este proceso, el marido se siente incapaz hasta de disculparse por llegar tarde, o de atender a las angustiadas razones de su mujer; en ese momento, ella es el padre despectivo que le hace sentir débil e indigno de ser querido.
Una de las razones de la utilidad de este marco teórico es que empieza por explicar parte de la gran intensidad del conflicto grave de pareja. Para usar un ejemplo de la parte libidinosa o más apasionada del yo, no solo luchamos por conseguir la atención sexual amorosa y tierna hoy, sino que inconscientemente también intentamos conseguir que nuestra pareja nos preste el cariño del que nuestro distante padre nos privó, lucharemos con una ansiedad angustiosa que tiene su origen en el miedo que, de niños, teníamos al abandono. Como terapeutas, a menudo comentamos con las parejas que las experiencias pasadas echan más leña al fuego, de manera que lo que pudiera haber sido una pequeña fogata fácil de apagar se convierte en un infierno. No es que todo esté en el pasado, también hay realidades en la relación actual, pero la intensidad de los sentimientos será muy superior si el pasado es el que alimenta la experiencia actual de la relación.
A través de los procesos inconscientes de transferencia, proyección, estrés y lucha por el poder, tendemos a reproducir en nuestras relaciones nuestro mundo interior y nuestras relaciones más íntimas adquieren mayor energía al experimentar de nuevo esa dinámica. De ahí que las personas que son capaces de ser razonables y permanecer tranquilas en otras circunstancias, se pueden encontrar con que en sus relaciones más estrechas reaccionan, de manera repetitiva, con respuestas emocionales exageradas (DONOVAN, 2003).
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