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Formas mixtas más comunes en el Trastorno de personalidad por necesidades emocionales

 FORMAS MIXTAS MÁS COMUNES EN EL TRASTORNO DE PERSONALIDAD POR NECESIDADES EMOCIONALES

A)   Trastorno mixto por necesidades emocionales/paranoide

   Se corresponde con la “dependencia emocional dominante”.

   Se caracteriza, como su propio nombre indica, por tener relaciones de dominación en lugar de sumisión, sin por ello dejar de sentir dependencia hacia el objeto. En la dependencia emocional normal, las relaciones de pareja se caracterizaban por la sumisión y la idealización. En el caso de la dependencia dominante se da, simultáneamente con la necesidad afectiva, un sentimiento de hostilidad. Se puede interpretar esta hostilidad como una especie de venganza por las carencias sufridas, que ciertas personas con una autoestima algo más sólida que la de los dependientes “estándar” se pueden permitir el lujo de mostrar. A la coexistencia de sentimientos positivos y negativos hacia una persona se la denomina “ambivalencia”,fenómeno que constituye la esencia de la dependencia emocional dominante. 

   Dicha idealización y sumisión tan características de la dependencia emocional convencional son los elementos que no aparecen en la dominante, lo cual nos indica que estas personas tienen una autoestima algo más sólida. Quizá son personas que destacan –poseyendo entonces algún rasgo narcisista que les impulse a posiciones de superioridad-, que pueden no haber sufrido carencias tan graves, o que tienen un cierto grado de desvinculación hacia los demás que provoca una mayor independencia de su amor propio, con la hostilidad que siempre lleva emparejada esta independencia. Podemos afirmar, entonces, que se han quedado “a medias” en ese proceso desvinculatorio (algo que, por otra parte, es lo más común, porque pocas personas lo consiguen por completo), de ahí la ambivalencia.

   Castelló denomina a este fenómeno “desvinculación afectiva parcial”, que a su juicio es el responsable de la ambivalencia, es decir, de la coexistencia de amor y odio hacia una misma persona. La porción de necesidad afectiva que continúan teniendo la concentran casi exclusivamente en la pareja, aunque también ésta es la depositaria de la rabia y la frustración habituales en estas personas: este mecanismo de “concentración” afectiva en unos pocos individuos es habitual en los paranoides. A este fenómeno podemos denominarlo “vinculación selectiva”, porque escogen a personas muy señaladas (pareja, hijos, algún amigo muy concreto, grupos afines ideológicos) a las que se vinculan concentrando en ellas todas sus necesidades afectivas, separándose emocionalmente de todas las demás

   En el terrorismo y otros tipos de fanatismo, que comparten muchas pautas con los paranoides –se podría hablar de “paranoidismo grupal”-, sucede exactamente esto: gran vinculación hacia un ideal y hacia un grupo, con gran odio hacia todo lo demás. Dicho de otra forma: “el que no está conmigo, está contra mí”. Es como una escisión maniquea en la que hay “buenos y malos”. 

   En el caso concreto de los dependientes dominantes no se produce esta escisión, porque se trata de personas que se aíslan bastante de su entorno y que viven gran parte de sus relaciones interpersonales sólo con su pareja: ésta es la influencia de la dependencia emocional en estos sujetos (recordemos la “exclusividad” que presentan los dependientes emocionales, el deseo de formar una especie de burbuja con su objeto). Tanto sus necesidades afectivas como su rabia y frustración, originadas por relaciones hostiles y rechazantes interiorizadas, se concentran en la pareja. Los paranoides puros, en cambio, por medio de sus vinculaciones selectivas, forman sus pequeños grupos a los que, en cierto modo, “salvan” de su intensa agresividad, para descargarla por completo en el resto de personas. 

   Sea por el motivo que sea, establecen relaciones de pareja desde una perspectiva superior, de dominio, y utilizan a su pareja para satisfacer sus sentimientos ambivalentes. Por un lado, atacan, controlan, dominan o incluso humillan a su pareja. Esto refuerza al mismo tiempo su autoestima porque niegan así su otro sentimiento fundamental, la dependencia, porque detrás de esta posición de superioridad se esconde una profunda necesidad y control del otro, al que quieren siempre consigo y en exclusividad. En este tipo de dependencias son muy comunes los celos, incluidos los patológicos, que encubren la necesidad y los deseos de posesión que sienten hacia su pareja. Los desengaños interiorizados los reviven una y otra vez con sus parejas, de las que desconfían de manera patológica encontrando motivos en estas presuntas infidelidades o rechazos para descargar su odio. 

¿Cómo se sabe que hay una dependencia tras la dominación y la hostilidad?

   Tenemos que sospechar la presencia de sentimientos positivos cuando, a pesar de la hostilidad, la crítica, el desprecio o el aparente desinterés, estas personas no rompen la relación, siempre y cuando no obtengan una gratificación narcisista de ella en forma de recibimiento de alabanzas o de fascinación por parte de su pareja (si es así, posiblemente ésta sea dependiente emocional convencional), o que haya un interés personal o material por medio. Además de esto, observando el tipo de interacción entre ambos o entrevistando por separado a los componentes de la pareja, nos daremos cuenta de que sea por un motivo o por otro el dependiente ambivalente se las ingenia para estar con la otra persona, a la que supuestamente desprecia, o bien mantiene el contacto con ella. En definitiva, un hecho que nos debe alertar de la presencia de este fenómeno es que estas personas niegan rotundamente cualquier sentimiento positivo hacia la pareja, cuando se puede sospechar de ellos como único motivo del mantenimiento de la relación. 

   Algo que se puede utilizar para confirmar la presencia de dependencia emocional larvada en estas personas ambivalentes es proponer un tiempo de separación o de ausencia de contacto entre la pareja. Si la hostilidad, dominación y desprecio son “puros” aguantarán perfectamente este periodo, porque realmente no tienen sentimientos positivos hacia la otra persona; de existir dependencia, la llamarán con cualquier excusa por la necesidad imperiosa que tienen. 

   Pero sin duda este fenómeno se destapa, e incluso se reconoce por el que lo padece, cuando se produce una ruptura. Como es fácil imaginar, las rupturas son frecuentes en este tipo de relaciones porque la otra persona se cansa de las críticas, de la hostilidad, del desprecio, de hacer siempre lo que el dominante quiere o de observar cómo niega, tanto hacia sí mismo como hacia los demás, cualquier sentimiento positivo hacia ella. Cuando se da la citada ruptura, el dependiente dominante puede reaccionar exactamente igual que cualquier otro dependiente emocional: entra en una profunda depresión, suplica a su ex pareja que se reanude la relación, le promete que cambiará, reconoce lo mal que se ha portado, etc. Seguro que todos conocemos casos así, porque como en todo lo expuesto hasta el momento este fenómeno se da también en personas que podemos calificar de normales, aunque variando su intensidad, por supuesto. 

   La pareja de estos dependientes, en caso de ser afectivamente normales, se sorprende de que después de la ruptura muestre que tras la fachada de superioridad, dominación, cinismo, desinterés u hostilidad, se escondía una profunda necesidad afectiva. Esta sorpresa se acompaña en la mayoría de los casos de indignación y suele ser un motivo por el que la relación no se reanuda. Además, existe el fundado temor de que al retomar la relación estos dependientes vuelvan a su anterior pauta de interacción. 

   Pero, si el componente negativo es más poderoso en la ambivalencia, la reacción tras la ruptura puede ser de una negación de la misma, en tanto la pareja es propiedad del dependiente dominante, al menos según sus planteamientos. Esta no aceptación de la postura de la pareja puede llegar a extremos tremendos de agresividad y venganza por el abandono. 

Manifestación leve de esta forma mixta: dependencia emocional oscilante

   Se puede dar una manifestación leve de esta forma mixta, tan leve que una persona que la tenga quizá no cumpla con los criterios suficientes para estos dos trastornos de la personalidad, o al menos para uno de ellos, presentando sólo rasgos aislados. 

   Esta manifestación leve de la dependencia emocional dominante es denominada comúnmente, “fobia al compromiso”, que según Castelló es de manera poco acertada porque estas personas se acercan a él (un verdadero evitador del compromiso debería ser aquel que lleva un estilo de vida solitario, individual, sin relación de pareja alguna que pudiera poner en riesgo su deseada libertad). 

   Realmente, estas personas son ambivalentes pero en un grado leve, al que podríamos llamar “dependencia emocional oscilante”. Son sujetos que, aunque verbalmente abominen y se mofen del compromiso, se las ingenian para estar siempre liados con otra persona precisando tener a alguien a su lado; por tanto, presentan una necesidad afectiva que podemos considerar superior a la normal, porque muchas personas no tienen esa necesidad tan imperiosa. Por otra parte, muestran su hostilidad adoptando una posición de privilegio en la relación, por la que pretenden llevar su egoísmo al extremo: quieren marcar las reglas de la relación, tener espacios y parcelas individuales para sentirse dominadores (por ejemplo, impidiendo a la pareja llamar por teléfono entre semana, delimitando claramente cuándo y cómo quedar para la próxima cita, etc.) y hacer lo que a ellos les plazca. Son como parásitos de la autoestima, porque alimentan la suya a costa de sentirse superiores a su pareja, a la que al mismo tiempo necesitan afectivamente. La ambivalencia, entonces, está servida: sentimientos positivos y negativos hacia la pareja, porque se la necesita y, al mismo tiempo, se la desprecia. 

   La cuestión es que la parte negativa de la dependencia emocional oscilante se manifiesta no ya con hostilidad, sino con alejamiento de la pareja, con un aparente desinterés individualista que se efectúa para alimentar el ego y sentirse dominador. Se oscila, entonces, entre acercarse y alejarse afectivamente de la pareja, desconcertando a la misma y produciendo un gran enganche emocional en ella. 

   El componente paranoide, aunque pueda no ser constitutivo del trastorno de la personalidad completo, aparece de manera clara porque piensan que la pareja les quiere dominar, desea controlarles: suelen tener una visión de las relaciones como luchas de poder en las que ellos desean salir victoriosos.Además, culpabilizan a sus parejas de su comportamiento hostil, a veces despectivo y casi siempre desapegadodistante y aparentemente poco interesado en la relación. De hecho, pueden tener flirteoscon otras personas para evitar “engancharse” e involucrarse en exceso sentimentalmente con su pareja. Como buenos paranoides, consideran los sentimientos como indicio de debilidad, algo a lo que tienen verdadero pánico. 

   En las rupturas es cuando se descubren las verdaderas cartas de estas personas. En nuestra experiencia clínica ha ocurrido, en muchas ocasiones, que si la pareja de estos individuos decide romper la relación por no aguantar más, han sufrido un cambio milagroso por el que pasan de ignorar a su compañero a suplicar reanudar la relación, con promesas de modificar el comportamiento siendo más cariñosos, atentos y dispuestos a renunciar a su egoísmo. Esto no es ninguna pose, sino que se manifiesta la necesidad afectiva que estaba latente y que será la responsable de que, si no se reanuda la relación, se busque desesperadamente otra para llenar esos huecos emocionales. 

   Estas personas intentarán adoptar el papel dominador siempre y cuando tengan su autoestima con un cierto grado de fortaleza (son individuos parcialmente desvinculados de los demás, lo cual permite a su amor propio un cierto margen de independencia por el que no dependen de su conexión emocional positiva con ellos, es decir, que no precisan tener relaciones satisfactorias con otras personas para incrementar su autoestima). De no ser así, pueden involucrarse en relaciones de pareja propias de un dependiente emocional convencional, porque partirán de una posición de baja autoestima y se someterán e idealizarán a su compañero. No obstante, la tendencia será a retornar a posiciones de privilegio, porque quien ha tenido una autoestima elevada desea volver a experimentar esa sensación de poder sobre la pareja, concentrando también en ella las necesidades afectivas que no están satisfechas por tratarse de individuos, como ya hemos dicho, desvinculados parcialmente de los demás. 

   En este sentido, es importante señalar el gran valor patológico que presenta la desvinculación afectiva parcial en los trastornos de la personalidad. Las personas que sienten de esta manera continúan teniendo necesidades afectivas (en las dependencias emocionales ambivalentes, como la dominante o la oscilante, se concentran todas en la pareja), pero también hay un deseo de separación emocional de los demás por frustraciones afectivas interiorizadas. En este deseo de separación emocional hay también un alto grado de agresividad, de rencor vengativo hacia los otros que han ocasionado daño en el individuo, sea por carencias afectivas o por recibir hostilidad de cualquier tipo. 

   Estas personas, entonces, son las más ambivalentes en tanto mezclan amor y odio, sentimientos positivos y negativos hacia las personas. Son especialistas en mantener relaciones afectivas egoístas (como las propias de la dependencia emocional dominante), es decir, aquellas en las que sólo quieran a la otra persona para satisfacer su propio interésno obstante, como sucede en el trastorno paranoide de la personalidad, son capaces de tener relaciones afectivas normales con un número muy reducido de personas a las que salvan de su rencor vengativo.

   Asimismo, tienen una autoestima más alta que otras personas que puedan padecer diversos trastornos de la personalidad como el esquizotípico o la dependencia emocional estándar, aunque su gran frustración es no destacar por encima de los demás como sí piensa que lo hace un narcisista. Al ser personas con un cierto grado de desvinculación, encuentran satisfacción en competir, ganar, ser superiores a los otros, porque no empatizan adecuadamente con ellos y los ven como enemigos o rivales: no existe la conexión afectiva propia de la vinculación, que une a la persona con los demás. 

   Cabe destacar que algunas personas se mueven en zonas intermedias entre la dependencia emocional estándar y las ambivalentes. Aunque se comporten de manera sumisa hacia su pareja, a la cual idealicen, pueden ser más bien hostiles, despegados e incluso presuntuosos con otras personas. Estos individuos, como hacen los dominantes, concentran sus necesidades afectivas en sus parejas olvidándose de las demás personas y adoptando, en consecuencia, una actitud desvinculada con ellos, oscilando afectivamente a la vinculación (y, por tanto, sometiéndose y viéndose afectada su autoestima) con sus compañeros sentimentales. 

   Son personas con una cierta tendencia al narcisismo y que suelen escoger a objetos muy ególatras, a los que se idealiza como si fueran el reflejo de lo que los dependientes quisieran realmente ser. Llama la atención cómo se pueden mostrar ante los demás o ante nosotros como individuos altaneros o, como mínimo, muy seguros de sí mismos, y cómo se arrastran con sus parejas permitiendo que les humillen o que incluso les maltraten. 

Trastorno mixto por necesidades emocionales/esquizotípico o evitador

   Se trata de una forma mixta frecuente.  Algunos dependientes emocionales suelen ser personas introvertidas, tímidas y aisladas, que concentran toda su afectividad en la pareja, aunque otros con el tiempo han roto esta barrera producida por el miedo social. (ver formas mixtas del Trastorno de personalidad esquizotípica 

Trastorno mixto por necesidades emocionales/límite 

   Se trata de una asociación frecuente, sobre todo en mujeres. En estos casos es preciso sondear la más que probable presencia o historia de trastornos de la alimentación. (ver formas mixtas del Trastorno de personalidad límite)

   Esta forma mixta adquiere especial relevancia porque, la dependencia emocional es una manifestación leve y adaptada del trastorno límite de la personalidad. Es más adaptada porque no existen las reacciones desvinculatorias propias de los límites (las explosiones de ira, las rupturas repentinas de amistades, etc.) ni el sufrimiento emocional tan intenso de éstos, con todo lo que conlleva de descontroles o comportamientos similares, pero sí hay una intolerancia a la soledad, una gran necesidad afectiva que el dependiente concentra en la pareja, síntomas ansioso-depresivos, antecedentes de trastornos alimentarios y una gran aparición de ambos problemas en mujeres con trastorno límite de la personalidad. 

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