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TRATAMIENTO TRASTORNO DE PERSONALIDAD POR NECESIDADES EMOCIONALES

 TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD POR NECESIDADES EMOCIONALES: PSICOTERAPIA INTEGRADORA

Actitud del terapeuta y conocimiento del paciente 

La actitud que debemos tener como profesionales con personas aquejadas de trastorno de la personalidad por necesidades emocionales es una mezcla de comprensión empática con una buena dosis de transmisión de firmeza y seguridad.

   La comprensión empática es muy importante porque sirve para tranquilizar a la persona, para consolidar el vínculo con el terapeuta que tanta falta le hace para que no se sienta sola; además, es el mejor remedio para no caer en la impaciencia o la irritación que estos pacientes pueden provocar en nosotros. Hay que tener en cuenta que puede tratarse de personas que no rompan una relación de pareja en la que estén aguantando humillaciones, pérdidas gravísimas de orgullo, malos tratos o simplemente desinterés, y que todo esto ocasionará en nosotros no pocas veces indignación al ver cómo el paciente no se defiende o no abandona a su compañero. Como profesionales, si vemos la patología y el sufrimiento que hay detrás, nuestra obligación es acompañar al dependiente emocional y creer en él más de lo que él cree en sí mismo: no podemos perder la confianza en que sacará su dignidad y peleará por su vida. 

   Pero no sólo debemos mantener esa comprensión empática, sino que también hay que transmitir firmeza y seguridad. Esto es especialmente importante para los periodos en los que pidamos cosas al paciente que le provoquen gran angustia o inseguridad; por ejemplo, que rompan una relación patológica de pareja. La transmisión firme de que, aunque crean que no, van a tener la fuerza necesaria como para llevarlo a cabo es clave para que estas personas confíen en sí mismas: debemos actuar como una especie de “surtidor” de autoconfianza que les infunda fortaleza donde sólo aparece fragilidad. En este sentido, cabe recordar lo que hemos expuesto anteriormente sobre la actitud de fortaleza que se debe promover, en contra de la “posición de debilidad” que es la más frecuente en las personas que sufren. 

   En la dependencia emocional es muy importante determinar el momento en el que el paciente acude a nuestra consulta: no tiene nada que ver una persona que nos llega en plena relación de pareja patológica que la que 

un miedo o intolerancia atroz a la soledad, pero lo cierto es que con seguridad tampoco habrá probado demasiado la experiencia. Hace falta que obtenga apoyo del entorno, de amigos y también el nuestro, para que progresivamente se adapte a una soledad que tenemos que proponer como temporal, hasta que adquiera formas de relacionarse más sanas. Todo esto es importante que el paciente lo comprenda bien para que no se sienta dominado u obligado a realizar algo que no desea: sin su colaboración pocas cosas podremos hacer. 

    Cuando estemos en una situación de mayor tranquilidad, será interesante efectuar el ya clásico breve recorrido biográfico para comprender mejor su patología y para que él mismo también reflexione sobre su proceder. Aparecerán experiencias interpersonales adversas y una estrategia continua de deseo de aprobación por los demás y, sobre todo, por las personas que más se han mostrado lejanas u hostiles; de no ser así, existirá entonces un sentido continuo de sufrimiento afectivo, de nostalgia por el hecho de no haber sido adecuadamente queridos. El resultado en forma de baja autoestima y de continua búsqueda de los demás es lo que lleva a la dependencia emocional.

   Como en el resto de trastornos de la personalidad, explicar bien el diagnóstico es muy importante en un contexto psicoeducativo por el que el paciente debe tener una visión clara de qué es lo que le sucede, por qué le sucede y qué implicación debe asumir en el tratamiento como condición imprescindible para su éxito. 

   Recordemos que las comorbilidades son bastante habituales en forma de trastornos del Eje I como depresiones o trastornos alimentarios. Si es necesario, habrá que dirigir el foco hacia estos problemas, recomendar ayuda farmacológica, etc. acude a nosotros sin pareja, pero harta de problemas de este tipo. Lo más normal, con diferencia, es que acudan a pedir ayuda estando inmersas en una relación de pareja patológica y con una cierta conciencia de romperla, pero con gran dificultad en hacerlo y con angustia sólo por considerarlo. No obstante, revisemos las tres etapas en las que nos pueden solicitar ayuda profesional, sabiendo que son correlativas y que la persona que se encuentre en la primera etapa tendrá que atravesar las dos siguientes, y así sucesivamente.

Etapas en las que pueden solicitar ayuda profesional

1)    El paciente está inmerso en una relación patológica de pareja

   Es necesario sobre todo analizar dicha relación para calificarla o no de patológica, con mucho cuidado e incluso con la participación del compañero o compañera para observar su personalidad y las interacciones que se producen entre ambos. En muchos casos no hay grandes problemas para determinar lo enfermizo de una pareja, sobre todo si comenzamos a oír relatos de malos tratos, humillaciones, desprecios, etc. 

   Después se propondrá al paciente o bien la modificación de dicha relación, contando con el acuerdo de la otra parte, o si no es posible se puede prescribir la ruptura.

   En caso de producirse, la modificación debe basarse en el respeto y equilibrio que tiene que presidir cualquier relación amorosa; de hecho, sólo habría que recomendar esta mejora de la relación en caso de que el desequilibrio no sea muy grave y de que exista un cierto grado de sentimientos sanos y positivos por parte de la otra persona. 

   Nuestro principal trabajo en esta etapa será, casi siempre, convencer al individuo de la necesidad de romper apelando al valor de su vida, a su dignidad o a lo enfermizo de la situación. En este sentido, es básico insistir en que querer nunca puede significar autoanularse o rebajarse, porque estas personas pueden pensar que perder la dignidad es razonable por amor. Esta idea del amor hay que erradicarla porque está al servicio de su necesidad afectiva excesiva; de hecho, se le puede confrontar al paciente con la idea de que algún ser querido estuviera en la misma situación de perder su dignidad por amor, para ver si continúa pensando igual. 

2)    Ya se ha producido la ruptura o el paciente viene después de la misma, quizá con una descompensación psicopatológica.

   Debemos tener presente que la ruptura puede ser provocada por él, por ejemplo, siguiendo nuestras indicaciones de la etapa anterior, o que la lleve a cabo la otra persona. Lo esencial aquí es apoyar al paciente en este trance. Aunque posiblemente reconozca que su pareja le estaba haciendo daño y se estaba aprovechando de él, si el caso es de dependencia emocional grave preferiría aun así continuar con la relación. 

   Debemos, desde la serenidad y la imparcialidad, apoyar la ruptura como lo más recomendable en una relación patológica (es importante señalar esto reiteradas veces) en la que realmente no existía reciprocidad de cariño; en definitiva, tenemos que convencer al paciente de que es lo mejor que le ha podido ocurrir, aunque no se lo crea. Seguramente su entorno coincidirá con nuestras apreciaciones. 

   Mientras se continúa profundizando en temas como la historia personal del sujeto, la interacción con su ex pareja, etc., se prescribirá una abstinencia total de contacto, por sutil que éste sea, con la misma. Habrá que advertir al paciente que estos y la referencia continua al compañero o compañera, y esto es la esencia de la dependencia emocional: necesitar al otro olvidándose de que uno mismo también existe. Cambiarse de dirección de correo electrónico o de número de móvil es francamente aconsejable para no estar momentos serán especialmente duros por nefasta que haya sido la relación. Tenemos que informar de que este auténtico “síndrome de abstinencia” se da en muchas personas tras una ruptura, pero que en la dependencia emocional, como su propio nombre indica, es mucho mayor por su intolerancia a la soledad y por sus necesidades afectivas. Para que se supere este proceso debemos insistir en la abstinencia, en que no llame con cualquier excusa a su ex pareja, en que se quite poco a poco fotos de la cartera, se guarden sus recuerdos, etc. De lo contrario, siempre existe esa esperanza permanentemente con ansiedad o a expensas de que el compañero desee retomar el contacto, algo que puede hacer aunque se le haya rogado que no lo lleve a cabo. 

   El “contacto cero” con la ex pareja tiene que ser también indirecto, es decir, que no es positivo tampoco preguntar a amigos comunes cómo está él, con quién está, qué hace, cómo se siente, etc. No sólo tiene que desaparecer de la vida físicamente, sino también en las conversaciones y en el pensamiento, sabiendo que esto último es lo más complicado. En ese sentido, si se respeta la abstinencia, el tiempo juega a nuestro favor porque con el paso de los días y las semanas se ve todo de otra forma. 

   Lo más previsible es que las dos o tres primeras semanas sean especialmente duras, con gran carga de ansiedad y desesperación que pueden derivar incluso en episodios depresivos o crisis de angustia. Los deseos de retomar el contacto pueden ser de la misma magnitud que los propios de las adicciones en su particular “síndrome de abstinencia”. Es necesario que la persona se mentalice y que intente detener los estados obsesivos propios de este periodo por los que continuamente el pensamiento se dirigirá hacia la ex pareja, hacia los recuerdos positivos, lo que estará haciendo, etc. La abstinencia no sólo debe ser de contacto físico sino, en la medida de lo posible y sabiendo que esto no se consigue por completo, también de pensamiento: igual que se hace con el trastorno obsesivo-compulsivo, se pueden proponer técnicas como la detención del pensamiento, la distracción o el dedicar un breve tiempo al día como único momento en el que se permita dar vueltas a estos temas, abandonándolos una vez termina ese tiempo. La colaboración y el convencimiento del paciente es fundamental para el éxito. 

   No obstante, lo dicho, el dolor aparece como “a golpes” y no se está permanentemente sufriendo: esto es importante indicarlo e informar bien porque cuando viene una de estas crisis, que puede durar unas cuantas horas, el sujeto no podrá soportar la idea de que siempre va a estar así y entonces puede rendirse a la tentación de retomar el contacto, algo que sucede en ocasiones y que es verdaderamente catastrófico (habría que empezar desde el principio). Las crisis vienen, se instalan unas horas, pero luego desaparecen para regresar a un estado de nervios e insatisfacción, aunque más llevadero. 

   Para evitar estas crisis están lo que podemos denominar “planes de emergencia”, tarea que es interesante encomendar en estas situaciones y que consiste en preparar una serie de acciones para llevar a cabo que sirvan como distractoras. Algunas de las más utilizadas: ·   Actividad física: francamente aconsejable, porque con el esfuerzo físico la persona se desahoga, incrementa su nivel de satisfacción y evita pensar en lo que le está angustiando.

·      Dar un paseo prolongado y relajante. 

·      Llamar a algún amigo o familiar, pero no para contar lo mal que se está pasando y lo que se echa de menos a la ex pareja, sino para conversar de cualquier otro tema. El objetivo es que sirva de distractor y que la interacción incremente el estado de ánimo.

·      Escribir: puede resultar un desahogo, sobre todo si no es para lamentarse continuamente y para reforzar una actitud de desdicha y debilidad. 

·      Leer una carta que el paciente se haya escrito a sí mismo con anterioridad: en esta carta es muy importante que se especifiquen los motivos que han llevado al dependiente emocional a romper la relación, lo que le ha faltado a dicha relación para ser normal y satisfactoria.

·      Llamar o escribir un correo electrónico al terapeuta: igual que en otros trastornos de la personalidad, con especial mención al trastorno límite, debemos estar disponibles para nuestros pacientes en situaciones de crisis. Con esto, mitigaremos la angustia y recordaremos el “buen camino”, evitando retrocesos graves como retomar el contacto con la ex pareja. 

   No obstante, lo más útil para combatir el síndrome de abstinencia no son los planes de emergencia, sabiendo que son válidos para momentos puntuales de gran desesperación, sino la actitud de fortalezaque se debe mantener en la medida de la posible. Esta actitud de fortaleza, radicalmente opuesta a la de debilidad, debe basarse en un convencimiento completo, sin fisuras, de que romper la relación era algo ineludible, necesario. Trabajar este convencimiento, sin temor a resultar reiterativos, es absolutamente imprescindible porque es el combustible que utiliza el paciente para llevar a cabo la ruptura atravesando el síndrome de abstinencia. 

   Hay que estar preparados ante las reacciones que la ruptura pueda provocar en el objeto:

a)    Muchos respetarán, aunque sea por orgullo, la abstinencia de contacto que les propondrá el dependiente emocional; no obstante, otros no aceptarán de buen grado esta “insumisión”, sobre todo los objetos posesivos, es decir, los dependientes emocionales dominantes. 

b)    Pueden optar por suplicar retornar a la relación o por exigir, incluso con amenazas y agresividad(mensajes con insultos, “escenas” en el trabajo...), que la otra persona abandone su actitud. Los reproches basados en los celos serán los más habituales porque los dependientes dominantes considerarán la ruptura como la confirmación de sus temores paranoides, lo que alimentará todavía más su agresividad y posesividad enfermizas. Si es necesario, habrá que recomendar las correspondientes denuncias a las autoridades. 

   También es importante y muy complicado de conseguir, por la esencia del trastorno de la personalidad por necesidades emocionales, que no se establezca una relación con una nueva persona hasta que no se haya avanzado un poco en la terapia. Sería como saltar de un problema a otro, porque el paciente todavía no ha adquirido nuevas pautas de interacción más adaptativas y sanas, con lo que tendríamos otra relación patológica en marcha. Además, la concatenación de relaciones amorosas intensas sin apenas un mínimo proceso de duelo suele ser desastrosa para ambos componentes. 

3)    En esta última etapa nos encontramos con el paciente solo, vacío, buscando desesperadamente otra persona si es que entra en este momento en el tratamiento (de lo contrario, ya le habríamos prescrito que no es recomendable hacerlo durante un cierto tiempo). 

   También puede ocurrir que entre en el tratamiento inmerso en una relación, pero que sea equilibrada y por tanto que no sea necesario romperla. No obstante, ésta es una posibilidad que hay que considerar más por la teoría que por la práctica.

 La cuestión es que tendremos que pasar progresivamente del apoyo y contención en la ruptura, abstinencia, etc., a trabajar más intensamente en todos los objetivos que detallaremos en el apartado siguiente. El sujeto debe alcanzar en este momento una cierta capacidad para estar solo. A lo mejor pocas veces le ha sucedido esto, con la consiguiente pérdida de identidad y autoestima en su necesidad sumisa del otro. Al mismo tiempo, se le puede proponer que cultive antiguas amistades o que tenga nuevas (apuntarse a cursos, asociaciones, etc.), pero evitando precipitarse en una nueva relación de pareja. 

   En estos momentos quizá desconocidos de soledad, el dependiente emocional debe empezar a conocerse y a estar poco a poco mejor consigo mismo, aspecto fundamental para la salud mental de cualquier persona y que consideraremos más adelante como uno de los objetivos básicos de la terapia. Suele suceder que el paciente tenga

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