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IDENTIFICANDO LA ASERTIVIDAD

 

IDENTIFICANDO LA ASERTIVIDAD

Veamos un ejemplo de asertividad para que no te queden dudas, analiza el caso y saca tus conclusiones:

Marta ha sido víctima de una suegra entrometida durante más de cuatro años. Su marido es el menor de ocho

hermanos, el único hombre y el consentido de su madre. Cuando supo que se iba a casar, la señora lloró semanas

enteras y odió profundamente a su futura nuera. No obstante, con el correr del tiempo, aprendió a soportarla

como un mal necesario. Luego de que se casaron, la suegra de Marta comenzó a vigilar de cerca los intereses de

su hijo y a dirigir personalmente los quehaceres de la casa, las comidas, el arreglo de la ropa, la decoración, las

vacaciones, en fin, casi todo tenía que ver con ella. Marta decidió pedir ayuda profesional y, luego de unas

semanas, entendió que si quería mantener su matrimonio a salvo, debía ser asertiva con su madre política. Pese a

los arrebatos de ira, las pataletas y las quejas de la indignada señora, Marta fue capaz de expresar sus

sentimientos sin ser agresiva ni sumisa, sino asertiva.

En una de las tantas intromisiones, Marta le expresó lo siguiente, en tono firme, pero cortés:

“Mire, voy a decirle algo que está molestándome hace tiempo y quizás por miedo o respeto he evitado comentar. Entiendo que sus

intenciones son buenas y lo que usted quiere en realidad es cuidar y proteger a su hijo. Mi casa es su casa y tiene

las puertas abiertas, yo la estimo y siempre será bienvenida, pero quiero que tenga presente que algunos de sus

comportamientos me incomodan porque me siento invadida en mi espacio y mi privacidad. Mi marido y yo

necesitamos más intimidad y tomar nuestras propias decisiones. Le aseguro que nunca voy a lastimar a su hijo

intencionalmente, confíe en mí”.

La señora reaccionó como lo hace cualquier persona no acostumbrada a la asertividad: se sintió profundamente

ofendida y se alejó indignada. Sólo al cabo de unos meses aceptó ser más discreta y no meterse tanto en la

relación de su hijo.

Marta actuó asertivamente. No fue sumisa porque peleó contra el miedo y dijo lo que

pensaba, es decir, defendió su derecho a la intimidad. No fue agresiva porque no insultó

a su suegra, no le faltó al respeto e incluso hizo énfasis en que la quería. Marta fue digna,

pese al costo y a la manipulación familiar.

 

Recuerda: Si quieres ser asertiva siempre habrá un costo.

 

Veamos un caso de asertividad, donde la meta es sentar un precedente:

Aunque Marta logró modificar la conducta de su oponente, la asertividad no siempre

alcanza este objetivo. Hay ocasiones en que es imposible producir un cambio en el

entorno. En tales casos, el comportamiento asertivo se dirige a la emoción y no al

problema, es decir, a regular el estado emocional mediante la expresión honesta de lo que

nos está haciendo sentir mal. En muchas circunstancias, sacar lo que tenemos dentro y

derramar lo que nos mortifica, puede ser tan sano y recomendable como modificar el

ambiente externo. No te guardes lo que quisieras decir, con el tiempo se transforma en

rencor.

Recuerdo el caso de una joven preadolescente, a quien la mamá, luego de haberle dado un permiso para ir al cine,

se retractó y le dijo que no podía ir. La muchacha, que tenía una cita “amorosa” de carácter impostergable, no

demoró en pedir explicaciones por el cambio de parecer de su madre. Después de un intercambio prolongado de

opiniones y requerimientos de parte y parte, la conclusión maternal fue categórica: “¡No, porque no, y punto!”.

Ante semejante posición y viendo la imposibilidad de asistir a su cita, la joven se retiró indignada a su cuarto. Al

cabo de unos minutos, regresó con una carta que acababa de escribir y la leyó en voz alta. La proclama decía:

“Mira mamá yo soy menor de edad y tú tienes el control, pero eso no significa que todo lo que tú digas esté bien

porque, después de todo, aunque no lo creas, eres humana y puedes equivocarte. No acepto un: “¡No, porque no,

y punto!”. Y, a pesar de que no vaya al cine, quiero que sepas que no estoy de acuerdo con la manera impositiva

en que haces las cosas. Quiero dejar constancia de la injusticia que se está cometiendo en esta casa conmigo. Y

también quiero dejar claro, que aunque tengas el derecho a cambiar de opinión, yo tengo el derecho a que se me

den explicaciones razonables y a discrepar. Dialogar es mejor que imponer. Me quedo sin salir, pero no me gusta

lo que ocurrió”.

Después agregó: “Ya me siento mejor”, y se retiró a su cuarto con cara de misión cumplida. La señora,

desconcertada y sin saber qué hacer, decidió pedir ayuda. Cuando llegó a mi cita expresó así su motivo de

consulta: “Quiero que vea a mi hija, doctor... Se me está saliendo de las manos, está cada vez más grosera y

maleducada... No sé qué voy a hacer...”. Ambas fueron mis pacientes. La madre más que la hija.

Recuerda lo siguiente:

Dejar constancia de la divergencia y expresar un sentimiento de inconformidad,

aunque no genere un cambio inmediato en el ambiente, fortalece la autoestima y evita

la acumulación de basura en la memoria. Sienta tus precedentes, sin violar los

derechos de nadie, y te sentirás íntimamente poderoso.

 

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