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APEGO: IMPORTANCIA DEL APEGO SEGURO

 

APEGO: IMPORTANCIA DEL APEGO SEGURO

Durante la infancia de los seres humanos, la prioridad será mantener el vínculo de apego a cualquier precio. Si este se rompe, el niño tendrá que desarrollar estrategias (la mayoría de las veces inconscientes) para encontrar un equilibrio que le permita regularse emocionalmente en relación a los cuidadores.

Con la llegada de la pubertad, y la aparición de las hormonas sexuales, la prioridad no será solo mantener el vínculo con los cuidadores sino también buscar compañeros afines y elegir parejas sentimentales (Crittenden, 2015). Si bien llegado este momento, en la mayoría de las especies se produce una separación física de los cuidadores, en nuestra especie los hijos suelen permanecer mucho más tiempo en contacto físico y emocional con los cuidadores, lo cual exige la búsqueda de nuevos equilibrios para poder mantener una regulación emocional con la familia y personas ajenas a esta. Como veremos, será en este paso de la infancia a la adolescencia cuando se produzca la aparición de muchas patologías.

Ejemplo: Lola es una adolescente de 14 años a quien trajo su madre a consulta por problemas de hiperactividad, fracaso escolar e iniciación en drogas blandas. Cuando la vi por primera vez me encontré con una niña que ya había dejado de serlo, pero que todavía no había empezado a ser una mujer. Tenía mucha rabia hacia sus padres por las peleas tan frecuentes que tenían delante de ella y su hermano (era más pequeño y ella sentía que tenía que protegerlo). La tensión ambiental que sentía en casa le impedía concentrarse en clase y tampoco ayudaban los amigos con los que se relacionaba que vivían situaciones familiares muy

difíciles. Como en casi todos los adolescentes su queja principal era que nadie la comprendía.

     Para Bowlby (1985), el apego es «cualquier forma de conducta que tiene como resultado el que una persona obtenga o retenga la proximidad de otro individuo diferenciado y preferido, que suele concebirse como más fuerte y/o más sabio» (pág. 292). Las figuras de apego son las personas que van a ir permitiendo al niño obtener sensaciones de valía y seguridad.

Las funciones básicas de las figuras de apego son:

1)    Base segura

Una persona desde la que se pueda explorar el mundo. Es importante que los cuidadores no sientan miedo porque el niño aprenderá a regularse a través de los cuidadores. Si los padres no están bien regulados, el niño no podrá sentirse seguro a la hora de explorar y aprender.

La base segura tiene que tener las siguientes características (Vargas y Chaskel, 2007):

·         Empatía: Entender al niño. El niño debe ser y sentirse «visto». (Esto va a tener mucha repercusión en la terapia. Muchas veces encontraremos pacientes que se han sentido «no vistos» en su infancia).

·         Sensibilidad: Interpretar adecuadamente las necesidades del niño.

·         Responsividad: La capacidad para responder de forma adecuada a las necesidades del niño.

·         Disponibilidad: Brindar al niño la seguridad de que la madre estará presente física y/o emocionalmente cuando el niño la necesite.

·         Validación emocional: La capacidad de respaldar emocionalmente al niño y castigarlo cuando sea necesario. Cualquiera de los dos casos en extremo resultaría patológico.

·         Refugio seguro: Son las personas a las que acudir en busca de protección en caso de peligro o amenaza. Si los padres son fuente de amenaza o no ayudan al niño a regularse, este tendrá que buscar figuras de apego alternativas o crear mecanismos de evitación que le permitan sobrevivir sin confiar en los cuidadores. En la terapia, suelo preguntar: «Durante tu infancia, ¿quién era la persona con la que te sentías seguro?». Esto nos ayuda a poder ver rápidamente cómo eran las relaciones de apego en la familia. Lo normal sería que nos dijeran que su padre o su madre; si nos dicen que era una abuela, una tía o algún vecino, podemos sospechar que los padres no constituían un refugio seguro.

La función del refugio seguro es permitir al niño explorar y alejarse gradualmente de los cuidadores, sabiendo que estos van a estar siempre disponibles. La exploración y el juego permiten la creación de recursos que serán muy importantes para la autonomía emocional y física a partir de la pubertad. Si hay alguna amenaza o miedo, no puede haber exploración ni juego, son dos sistemas biológicos incompatibles.

El circuito de alerta del niño puede activarse desde el primer día de vida si no se dan las condiciones necesarias de seguridad por parte de los cuidadores. Si los padres actúan como reguladores emocionales (como base y refugio seguro) se activa la rama ventrovagal del SNA, que produce una sensación de sosiego y calma. Estas sensaciones son las que permiten un desarrollo emocional sano.

Todos los padres sabemos por experiencia que es positivo que los niños se acostumbren a tolerar un cierto grado de frustración, porque les ayuda a desarrollar recursos para poder regularse por sí mismos y hacerse más fuertes ante futuras amenazas. Pero si el nivel de malestar es excesivo, se activará la rama simpática del SNA de una forma patológica y en los casos más graves también el nervio dorsovagal de la rama parasimpática, acarreando con ello la posibilidad de colapso y disociación.

La función de los cuidadores con los niños en relación al apego es permitir que el niño sienta seguridad. Tanto para poder explorar-jugar, desarrollando así su autoestima y sensación de valía, como para poder sentir bienestar cuando esté cerca de las figuras de apego.

Si los padres no actúan como base y refugio seguro, el niño tenderá a buscar otras figuras de apego que cumplan esa función; si no las encuentra, tendrá que buscar mecanismos de regulación emocional alternativos, como pueden ser otras personas, cosas materiales o actividades que le ayuden a regularse (Hilburn-Cobb, 2004). Una activación excesiva de los circuitos nerviosos de alerta aumentará las probabilidades de desarrollar trastornos emocionales graves en la adolescencia y la edad adulta.

En función de la interacción con los cuidadores, el niño desarrolla lo que se conoce como «modelos operativos internos» (Bolwby, 1995). Estos contienen recuerdos, creencias, objetivos y estrategias creados en función de las experiencias del pasado (Botella, 2005). Estos modelos se forman en edades en las que aún no se ha desarrollado el lenguaje (0-3 años de vida), por lo que no quedarían recogidos en la memoria explícita. En cambio, sí quedan almacenados en la memoria implícita o emocional (Crittenden, 2005).

Estos modelos serán los cimientos sobre los que el niño construirá el edifico en el que vaya a vivir el resto de su vida, de adolescente y de adulto. Si estos cimientos son débiles, el edificio no resistirá cuando surjan situaciones difíciles. Si, por ejemplo, los padres han sido muy estrictos con sus estudios cuando era pequeño, de adulto esperará que todo el mundo sea muy exigente con todo lo que haga, lo que podrá provocarle la sensación de que nada de lo que logra es suficiente.

Es importante resaltar que, a menudo, la activación del simpático en los niños no se produce por malos tratos, peleas entre los padres o violencia, sino por no percibir seguridad y afecto por parte de los padres. Esto hará que, en la edad adulta, aumenten las probabilidades de sentir miedo o ansiedad en las relaciones sociales o de pareja.

Ejemplo: Luis viene aquejado de colon irritable para el que no encuentran causa orgánica. Trabaja de médico en un hospital de Málaga y recuerda el examen de selectividad con horror. Lo pasó vomitando de los nervios por no llegar a sacar una buena nota para entrar en la facultad de Medicina, como quería su padre que también era médico. A partir de ahí, la universidad se convirtió en un suplicio, vomitando siempre antes de cada examen.

T: ¿Cómo era para ti escuchar las llaves de tu padre abriendo la puerta de tu casa cuando eras pequeño?

C: ¿Las llaves? Yo reconocía el motor del coche, lo oía a distancia y me levantaba de la cama o dejaba lo que estuviera haciendo para que cuando mi padre llegara, me encontrara estudiando.

Los modelos operativos internos pueden variar de un cuidador a otro: un niño puede sentir un fuerte apego hacia su madre y mucho miedo hacia su padre. También puede haber modelos operativos que tengan relación con cuidadores secundarios, como otros familiares o maestros. Estos también pueden ir variando a lo largo de la vida. Puede establecerse una relación muy buena con un progenitor en la infancia, que en la adolescencia se vuelva muy mala, para luego volver a ser buena en la edad adulta (Marrone, 2009). Es decir, los modelos internos no son rígidos e inflexibles, sino que pueden cambiar en función de la figura de apego y la historia de la persona.

Bibliografía

Apego y patología: Ansiedad y su origen

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