Causas del Trastorno de personalidad por necesidades emocionales
Estas causas, que de momento son hipótesis, nos pueden sevir para conocer ladinámica de estas personas, es decir, por qué se comportan como se comportan.
Castelló, propone dos factores causales de tipo psicosocial, independientemente de que existan otros de tipo biológico (predisposición a padecer episodios depresivos, pertenencia al sexo femenino –en el que es mucho más frecuente este trastorno de la personalidad- en tanto éste está más preparado para la vinculación afectiva y encuentra más dificultades para desvincularse) o sociocultural (por ejemplo, la presión que se produce en determinadas culturas para que las mujeres se sometan en las relaciones de pareja):
1) Carencias afectivas tempranas. Los relatos biográficos de estos pacientes tienen generalmente un corte similar, y destacan por la persistente aparición de este tipo de carencias y por su narración vívida y amarga, como si todavía las estuvieran experimentando o su mero recuerdo les activara facetas de sí mismos extraordinariamente sensibles. La frialdad, el rechazo, el desprecio y la soledad son denominadores comunes en la infancia de estas personas, que suelen haber tenido madres y/o padres muy poco expresivos, nada cariñosos, ausentes algunas veces, carentes de empatía y de reconocimiento hacia sus hijos, etc.
Sus relaciones insatisfactorias con el entorno no necesariamente se habrán fundamentado en el déficit de sentimientos positivos, sino también en la presencia de afectos negativos. Entre éstos destaca el rechazo, más o menos explícito; pero igualmente aparecen manifestaciones directas como insultos, humillaciones, menosprecios, gritos continuos, devaluaciones e incluso abusos físicos y/o sexuales. La carga de estas circunstancias interpersonales adversas será directamente proporcional a la magnitud de la dependencia emocional adulta.
La falta de afecto persistente que han sufrido estas personas se puede adivinar también por su gran déficit de autoestima. Pero aquí no entendemos la autoestima desde un punto de vista sólo cognitivo (como sí ocurre en el autoconcepto); es decir, no es que piensen únicamente que son poco inteligentes, feos o inútiles. Es algo más, algo que les conduce a no aceptarse, a no gustarse en su totalidad como personas que son. Quizá uno de los motivos por los que no soportan la soledad, además de su hambre emocional, es precisamente porque no se gustan y a veces no se respetan.
Explicación del punto de unión entre las carencias afectivas y la baja autoestima
Al hablar de personas con tendencia a la vinculación afectiva, la autoestima no es un fenómeno puramente individual, sino que se configura en relación con los otros. De esta manera, es como si los vínculos afectivos nos unieran a los demás, y como si estos vínculos nutrieran así simultáneamente nuestra autoestima. Además, estos vínculos interpersonales, que podríamos imaginar como circulares, precisan de un cariño hacia nosotros mismos que podremos luego transferir a los demás. Es, entonces, un proceso interactivo en el que las identificaciones juegan también un papel muy importante; es decir, los factores cognitivos también nos pueden unir. Por eso, las personas que reconocemos como afines a nosotros (por ejemplo, en ideas políticas, gustos, expresiones o en cualquier otra cosa) nos suscitan mayor simpatía. La conclusión es que, en personas con una adecuada vinculación a los demás, la autoestima no sólo depende de uno mismo sino de la interacción con los otros significativos.
El entorno despliega sentimientos positivos hacia el individuo, y éste hace lo propio con sus personas significativas, conformando un proceso afectivo bidireccional. El resultado, por la conexión afectiva o vinculación con los demás, es que el propio sujeto se dirige sentimientos positivos (autoestima)
Aplicando todo esto a la historia de los dependientes emocionales, nos encontramos que la falta de suministro emocional interrumpe o debilita el proceso bidireccional que constituye el vínculo afectivo, con lo cual no entra el aporte necesario para nutrir su autoestima. Por eso, también, el dependiente emocional es incapaz de amar tal y como lo entendemos los demás, como un intercambio recíproco de afecto, o lo que es lo mismo, como una reproducción de ese proceso circular imaginario que es el vínculo interpersonal. Al no amarse a sí mismos no pueden transferir ese amor a los demás, formando de esta manera vínculos afectivos inadecuados. El dependiente emocional, despliega sentimientos positivos hacia su entorno(demanda cariño y aceptación hacia las otras personas, las valora, las busca), pero éste no los corresponde adecuadamente, sea mediante un déficit de afecto, sea con la aparición más o menos continua de situaciones emocionalmente negativas como rechazos, hostilidad, violencia, burlas, etc. Por no recibir el afecto y la valoración suficientes, necesarios para nuestro desarrollo psíquico saludable, el sujeto despliega hacia sí mismo sentimientos negativos. En consecuencia, como el dependiente se vincula afectivamente con su entorno, se trata a sí mismo de idéntica manera a como es tratado por los demás, ahondando y contribuyendo a la minusvaloración de su persona. Pero no sólo sufre un déficit de autoestima: también padece lo que podríamos denominar “frustración afectiva” que, en definitiva, es la necesidad emocional que le impulsa a buscar parejas. Esta frustración afectiva o “hambre emocional” es consecuencia directa de relaciones patológicas interiorizadas y aparece en muchos problemas de la personalidad, como en el trastorno límite.
La falta de autoestima y la continua búsqueda de los demás para compensar ese déficit produce desde muy tempranas edades la configuración de esquemas cognitivos e interpersonales de naturaleza disfuncional. Entre otros, encontramos la idealización del otro (al considerarlo como superior, sin fisuras y como posible salvador), la sumisión como instrumento para evitar el abandono, la relación de pareja como adhesión y admiración y no como intercambio recíproco de afecto desde una posición igualitaria (proceso bidireccional perturbado).
2) Mantenimiento de la vinculación. Este factor es tan fundamental y necesario como el anterior, aunque pueda pasar desapercibido. Igualmente, estimamos muy conveniente profundizar en este tema porque nos ayudará a comprender la diferencia entre los trastornos de la personalidad más vinculados (límite, por evitación, obsesivo-compulsivo, etc.) y los más desvinculados afectivamente (paranoide, esquizoide, narcisista, antisocial...).
Las personas podemos tomar dos caminos ante las carencias afectivas tempranas por parte de nuestro entorno: la separación emocional de los demás o la continua búsqueda de ese afecto no recibido. Es evidente que los dependientes emocionales escogen la segunda vía, por lo tanto afirmamos que en ellos se mantiene la vinculación, es decir, no se opta por el camino de la desvinculación afectiva.
Podemos imaginarnos el perfil de las personas que escogen la vía de la desvinculación, entendida como adaptación a una situación afectivamente anormal: serían aquellas como los antisociales o narcisistasque tienen pocos sentimientos hacia los demás, que carecen de empatía y que incluso odian, agreden o desprecian a su entorno. Nos daremos cuenta de que aquí ya no se da el proceso circular antes descrito para la vinculación afectiva, y es que cuando nos referimos a personas desvinculadas la autoestima se torna más independiente de los demás y pasa a tener una fuente principalmente autónoma. No obstante, esta independencia no es completa porque a los narcisistas, por ejemplo, les gusta ser idolatrados o admirados por su entorno, aunque podamos calificar esta vinculación como pobre y egoísta porque sólo tiene fundamento en tanto se produce dicho elogio, no es un contacto sustancial entre dos personas. Las relaciones bidireccionales entre el sujeto y su entorno son negativas. Sin embargo, el sujeto sí tiene autoestima, sí despliega sentimientos positivos hacia su persona, sí se valora y se autodefiende incondicionalmente. Como la vinculación hacia los demás está rota, la autoestima se torna independiente de la relación con ellos. Nada une afectivamente al sujeto desvinculado con su entorno interpersonal, por lo tanto, la autoestima no está condicionada por la relación con los demás. Está claro que este proceso rara vez es tan absoluto, por lo que sería más apropiado hablar de “grados de desvinculación” más que de una desconexión afectiva completa.
Las personas desvinculadas de los demás no tienen, obviamente, sentimientos positivos hacia ellos, pero sin embargo sí los presentan de cualidad negativa. Suelen ser hostiles, violentos, intentan superar a los demás y sobresalir a toda costa, etc. El sujeto desvinculado centra todo su interés y empeño en sí mismo, y se dedica a competir con el entorno, algo que hará con mayor crudeza a medida que la desconexión afectiva con él sea de mayor magnitud, y también por su grado de insatisfacción o frustración narcisista. La desvinculación afectiva se da en los trastornos de la personalidad antisocial, narcisista o paranoide.
¿Por qué hay personas que escogen la vía de la desvinculación y otras no, como sucede con los dependientes emocionales?
En primer lugar, podríamos referirnos a factores temperamentales, que podrían facilitar más un tipo u otro de reacción. También habría que añadir algunas peculiaridades que, según Castelló, son las cruciales para entender este fenómeno. Por ejemplo, si nos referimos a personalidades antisociales, las carencias afectivas que han recibido han sido bastante más graves que en los dependientes emocionales. De hecho, los malos tratos, los abandonos graves derivados de la negligencia o los entornos enormemente desestructurados abundan en la biografía de estas personas. Esto nos indica que cuando el ambiente es claramente nocivo se puede facilitar una reacción adaptativa de desvinculación emocional, que aísla al sujeto del resto del mundo y le convierte en más autónomo afectivamente hablando. No obstante, cuando desde aquí calificamos esta reacción como adaptativa no la estamos considerando como normal, porque entendemos que la especie humana es de carácter social y precisa de vínculos interpersonales para su desarrollo más adecuado.
Sin necesidad de que las carencias afectivas sean tan graves, se puede llegar de otra manera a la vía de la desvinculación, y es con una potenciación del narcisismo desde edades más o menos tempranas. Este fenómeno sucede actualmente cuando algunos padres, por ejemplo, compensan su ausencia física/emocional con regalos y prerrogativas hacia sus hijos. Si este comportamiento se realiza persistentemente y no se le proporcionan mínimos aportes afectivos al niño, se está educando a un futuro narcisista.
La otra manera de alcanzar la desvinculación afectiva es, entonces, potenciar excesivamente la autoestima. Lo que sucede en este caso es que el sujeto tiene una base sólida en sí mismo desde la que puede funcionar, sin necesitar entonces el vínculo afectivo que, por otra parte, no encuentra. Desde muy pequeño le han enseñado que el suministro se lo aporte él mismo, y también le han hecho ver que el entorno debe estar a su alrededor elogiándole, dándole todo lo que quiera pero en el fondo no amándole. Es, por tanto, una auténtica reproducción de la realidad de los narcisistas.
Diversos factores culturales propician que esta potenciación del narcisismo desde edades tempranas pueda ser más frecuente en varones, a los que se les puede inculcar de valores como la dominación, la violencia o la exaltación de la carencia de sentimientos hacia los demás. También factores más individuales como la belleza o el estatus contribuyen sin duda alguna al adiestramiento de futuros narcisistas.
En definitiva, si el proceso afectivo no es recíproco y bidireccional, nos encontraremos con pautas perturbadas de interacción como es la de la desvinculación de los demás. Si el entorno es enormemente nocivo o si el sujeto puede ampararse en una autoestima inflada, tiene más fácil la vía de la desvinculación. Esto nos indica que, si no se dan estas circunstancias, se produce lo que hemos denominado “mantenimiento de la vinculación”, que conduce a la continua búsqueda que el dependiente emocional realiza hacia los demás y también a que la autoestima sea tan baja.
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